Anticipando la Coronación
Acabada la conversación, mientras Daradoth se dirigía a dar un paseo con Ethëilë por lo que quedaba de los jardines antes de retirarse a descansar, Galad se interesaba por las fuerzas de seguridad que se encargarían de mantener el control durante la coronación.
—Quizá —sugirió a Ginathân— seria bueno que Yuria y yo inspeccionáramos el lugar y las condiciones antes del evento.
—Sí, buena idea —coincidió el futuro rey—. Mañana mismo os buscaré para hacerlo.
Ya en sus aposentos, Symeon anunció a sus compañeros su intención de inspeccionar el mundo onírico de Dársuma. Galad lanzó sus habituales protecciones sobre el errante, y Daradoth permaneció alerta ante cualquier imprevisto.
Symeon entró en la dimensión anexa sin problemas. La reciente situación en el mundo de vigilia, con violencia, muertos y destrucción se plasmaba también en aquella realidad. A través de las ventanas de sus habitaciones oníricas podía ver cómo humaredas etéreas se alzaban aquí y allá, y zonas donde la luminosidad era menos clara. Sigilosamente, salió al patio de armas, donde la representación ilusoria del Empíreo se veía claramente: un radiante barco acorazado y volador, de luz suave y dorada. Y bajo el dirigible, una figura observándolo. Una presencia que controlaba fácilmente su apariencia en el mundo onírico y que se ocultaba bajo unas extrañas capa y capucha se giró de repente hacia él, percibiéndolo. Y en un abrir y cerrar de ojos, la figura desapareció. El errante salió al exterior y se acercó más hacia el lugar, observando atentamente ante posibles trampas o alarmas dejadas por el extraño.
De repente, sintió algo a su espalda, que le rozó y pasó de largo. La familiar sensación de un ataque onírico. Como el relámpago, se giró. Una figura, quizá la misma de antes, se encontraba en lo alto de la muralla, y al instante desapareció. Symeon saltó a lo alto. A lo lejos, ya en el límite de la ciudadela, pudo ver la figura, que no parecía controlar su apariencia tan perfectamente como la que había visto antes. De forma increíblemente fugaz, la figura dejó ver características de centauro en su silueta. Symeon saltó de nuevo, pero no consiguió seguir su estela, y retrocedió al punto, temiendo la aparición de más extraños. Situó un par de alarmas en el Empíreo y en las habitaciones de Ginathân y Somara antes de retornar a un sueño normal.
Cuando Symeon compartió su experiencia con el resto del grupo, hubo rostros de preocupación.
—Noté dos presencias, y una de ellas dejó entrever facciones de centauro —dijo, resumiendo—. Es posible que trataran de engañarnos sobre su raza, pero por las circunstancias, creo que realmente perdió el control de su aspecto y se trataba efectivamente de un centauro.
—¿Te atacaron? —inquirió Galad.
—Uno lo intentó, pero falló al hacerlo por sorpresa, y sin intentarlo más, huyó. Me extrañó.
—Quizá no querían ser descubiertos, o que no descubriéramos su verdadera naturaleza.
—Es posible —coincidió Symeon—. Pero si realmente son centauros, creo que las únicas posibilidades son o que hayan venido de Doranna o del Vigía. Y si fueran del Vigía, nos habrían avisado, ¿no?
—Supongo que sí —terció Daradoth.
—Por otro lado, el Empíreo es un reclamo muy fuerte en el mundo onírico, su manifestación llama la atención, y el primer extraño que vi lo estaba rondando. Por si acaso, he dispuesto alarmas.
Daradoth no perdió más tiempo y contactó a través del Ebirïth (el búho de ébano que les servía como comunicador) con Irainos. Al preguntarle sobre la presencia de centauros en el mundo onírico de Dársuma, el anciano elfo expresó su extrañeza:
—No me consta que ningún centauro se haya desplazado fuera del Valle del Exilio. Realmente los necesitamos a todos defendiéndonos de las continuas incursiones a través del mundo onírico. No obstante, lo consultaré con el resto de miembros del Consejo.
—Y si no pertenecieran a las fuerzas del Vigía, ¿sabéis de donde pueden proceder?
—Hasta donde alcanza mi conocimiento, los centauros solo pueden proceder del Vigía o de Doranna.
Daradoth también informó acerca de sus planes allí y de llevarse a Somara en su viaje a la Gran Biblioteca. Refirió la nueva situación del alma de Ecthërienn, más soportable:
—Somara lo reconfortó, y ha accedido a esperar un tiempo más; ya recuerda quién es.
—Extraordinario —contestó Irainos—. Quizá no concedimos a esa mujer la importancia que merecía, pero nuestra percepción en esos casos creo que es bastante limitada.
—Es una criatura extraordinaria —se limitó a recalcar Daradoth—. En todos los sentidos.
Por la mañana, Ginathân apareció con Genhard y los dos maestros de esgrima
—Tal y como ayer sugirió Galad —dijo, mientras el paladín afirmaba con la cabeza—, vengo a pediros que me acompañéis en la inspección del lugar de la ceremonia, agradeceré sobremanera vuestros consejos.
—Por descontado, mi señor —concordó Yuria.
Ella y Galad pasaron la mañana recorriendo la entrada principal de la ciudadela, donde los carpinteros ya habían empezado a trabajar para construir una plataforma para la ceremonia de coronación.
—La parte religiosa de la celebración —explicó Ginathân—, la bendición, será llevada a cabo por el clérigo de Emmán, el padre Earnôr, y la sacerdotisa de Valdene, mater Nirabeth.
—Podéis contar conmigo si lo deseáis —se ofreció Galad, provocando una sincera sonrisa en su interlocutor.
—Por supuesto, por supuesto, será un honor contar con un verdadero paladín de Emmolnir. Os lo agradezco de corazón.
» Por otro lado, la ceremonia civil será oficiada por lord Aelar, como noble de más alto rango de todos los aquí reunidos.
La intención de Ginathân era que el momento fuera contemplado por el mayor número de personas posible, una pesadilla para la seguridad del futuro rey. Fue Galad quien demostró tener un talento fuera de lo común para detectar puntos débiles y establecer las medidas de seguridad adecuadas. Los encargados de la seguridad, los maestros de esgrima Astholân y Nirûnath le mostraron su agradecimiento.
Mientras tanto, esa misma mañana, Daradoth, que se encontraba leyendo el libro De las Vías de la Luz, recibió comunicación de Irainos a través del Ebirïth. El líder del Vigía le comunicó que había consultado con el resto del Consejo, y nadie tenía noticia de que ningún centauro se hubiera trasladado fuera del Valle del Exilio. Daradoth le agradeció la información. Por otra parte, a mediodía, el joven elfo aprovechó para congraciarse con lord Ginathân, pidiéndole disculpas por su brusquedad el día anterior.
—Perded todo cuidado, Daradoth —respondió el noble—. No me sentí ofendido, ni mucho menos. Como ya sabéis, os considero más que aliados; os debo mi vida, la de mi mujer y la de mi hijo no nato, y no puedo sino estaros agradecido por ello. Compartid una botella de vino conmigo.
En la conversación que siguió, Ginathân expresó su preocupación, pues había tenido que recurrir a "aliados de emergencia", y las promesas de ayuda a cambio de una franja de tierras en el sur para las casas Nastren y Vynkavos del Káikar iban a traer muchos problemas.
Al final del día, más o menos la mitad de tropas que se habían encontrado acampadas en el exterior de Dársuma, tanto de los Cuervos de Genhard como de las leales a Ginathân se pusieron en marcha hacia el norte. Había que asegurar el control del distrito cuanto antes, y no podían esperar más. Los exploradores ya habían partido de madrugada, con la misión de alertar ante cualquier posible incursión del resto de los distritos del Pacto. En la ciudad, masones, herreros y carpinteros trabajaban sin cesar. El general Genhard tuvo una breve conversación con Galad, en la que se interesó por la presencia de un paladín allí, y cómo se había reunido con el grupo. El paladín le respondió con evasivas, como ya era su costumbre.
Poco después, Genhard se acercó a Yuria.
—¿Podríamos tener unas palabras, mi señora?
—Por supuesto.
Genhard despidió al noble que lo acompañaba, lord Ardamâth, uno de los fieles a Ginathân, con un gesto. «Qué gran ascendiente tiene si puede despedir tan displicente a uno de los nobles de confianza de Ginathân», pensó Yuria.
—Ha llegado a mis oídos —continuó el general— vuestra gran capacidad en el campo de batalla, y que sois una gran experta en el campo de la artillería y la maniobra. —Yuria se sintió halagada, su ego necesitaba algo así—. Me gustaría saber qué hace una comandante tan capaz como vos fuera de Ercestria, que atesora a los oficiales como si fueran diamantes.
—Digamos que elegí mi propio camino.
—Eso es lo que me interesa, y más sabiendo que fuisteis capaz de diseñar este ingenio volador —señaló al Empíreo, anclado sobre el patio de armas—.
—¿Os agrada?
—Diría más que eso. Esto abre las posibilidades de la guerra a campos hasta ahora inexplorados. ¿Habéis pensado en crear otros modelos más...recios?
—Por supuesto, pero todavía no he encontrado la solución —mintió ella.
—En fin, sé que de primeras me vais a decir que no, pero si os interesa un puesto de responsabilidad, extremadamente bien remunerado y con el adecuado reconocimiento, el Káikar estaría muy interesado en vuestros servicios.
Yuria rechazó la oferta, alegando que ya tenía un puesto de tales características, y Genhard se interesó por Tarkal y lady Ilaith. Lo que Yuria le dijo contradecía sus ideas sobre los Príncipes Comerciantes, a los que el general kairk consideraba simples contrabandistas adinerados con mercenarios a sueldo.
—Y sin embargo, estáis aquí —los ojos de Genhard brillaron con un destello de suspicacia—. Y no alcanzo a comprender el motivo, teniendo ejércitos que comandar.
—Estoy en un viaje de exploración y diplomacia.
—Claro, por supuesto, por supuesto... —su sonrisa no dejaba lugar a dudas de que no creía ni una palabra—. Bueno, la oferta seguirá en pie siempre que lo deseéis. Ahora, permitidme invitaros a una copa.
Tras unos tragos, Genhard pareció relajarse y sincerarse:
—La verdad es que os envidio. Estoy algo cansado de la vida de mercenario, y me gustaría encontrar a un señor (o señora) que mereciera mi lealtad inquebrantable. Aún no lo he encontrado.
—Lady Ilaith...
—No dudo que consideréis a vuestra señora de fiar, pero mi experiencia me dice lo contrario, y los nobles son movidos por ambiciones que van más allá de cualquier relación personal o de moralidad. No creo que vuestra señora sea diferente, aunque os concedo el beneficio de la duda. De momento, estoy atado por varios contratos activos; veremos cuando se ejecuten o se rescindan; es posible que nos encontremos de nuevo —quedó pensativo.
En ese momento, sonó un cuerno procedente de la muralla exterior. Una visita importante llegaba a la ciudadela. En pocos segundos, atravesaron la puerta principal varios jinetes. La comitiva no llevaba estandartes, pero los pertrechos y la calidad de los caballos daban a entender que eran gente importante. Yuria abrió mucho los ojos cuando, entre los jinetes, reconoció a la duquesa lady Eleria Amernos, la jefa del cuerpo de informadores ercestre. Y pocos segundos después, reconoció también a lord Galan Mastaros, archiduque de Ercestria y valido del rey Nyatar, y a Rania Talos, la madre adoptiva de Galad. El grupo ya se había encontrado con ambos unos meses atrás en Creä, poco antes del evento del Ra'Akarah.
La comitiva ercestre, que desviaba su mirada sorprendida una y otra vez hacia el Empíreo, fue recibida enseguida por el castellano y varios nobles, y no reparó en Yuria y su acompañante. Genhard se despidió rápida y educadamente. Yuria lo contempló mientras se alejaba, pensativa. «Parecía tan sincero y... honorable; nunca lo habría dicho. Esas cicatrices...». Desechó el pensamiento; no quería reconocer que quizá el general había dejado demasiada huella en ella, y reprimió los incipientes sentimientos. Sacudió la cabeza; «no hay tiempo para distracciones». Se precipitó a buscar a sus amigos, para informarles de los recién llegados.
Poco después, el grupo era convocado para cenar esa noche en compañía del futuro rey. Pero decidieron no esperar hasta la noche, y, dado que su relación en Creä había sido tan buena, se desplazaron directamente hasta los aposentos de los ercestres. Un guardia les dio el alto en la entrada, pero cuando transmitió sus nombres a sus superiores les granjearon el paso en el acto.
—Por todos los sables de Ercestria —saludó Galan Mastaros, afable—, las últimas personas que esperaba encontrarme aquí. Pasad, pasad, hay muchas cosas que tenéis que contarme.
Tanto el archiduque como Rania se acercaron a ellos, siempre flanqueados por un par de guardias. Lady Eleria, cuya descripción había proporcionado Yuria al resto, permaneció siempre en un segundo y discreto plano, y no abrió la boca ni siquiera para saludar a Yuria. Esta comprendió enseguida, y no hizo ningún gesto de reconocimiento. Pero sintió un escalofrío cuando, entre las personas que rodeaban a Galan, reconoció Elitena, su medio hermana. «No puede ser, maldición», pensó, con el rencor agitándose en lo más profundo de su ser.
—No esperaba encontraros de nuevo tras lo de Creä —continuó Galan, que a continuación presentó a sus compañeros:— Ya conocéis a Rania Talos, y estos son Elitena Spara, Yoredas Gaeros, Saena Orgas y —señaló a Eleria— Selaria Raethos.
Elitena no hizo ningún gesto de reconocimiento hacia su hermana, y Yuria prefirió no hacerlo tampoco. El grupo pidió a Galan una conversación más privada, y el noble accedió a ello. Quedaron solo él y Rania. Les informó que los vestalenses habían hecho trascender el rumor de que el Ra'Akarah había ascendido.
—El Ra'Akarah murió, no tengáis ninguna duda —aseguró Symeon.
—Y entiendo que vosotros...
—Sí —interrumpió Daradoth—, entendéis perfectamente.
—Entonces, no puedo más que felicitaros, y ofreceros mis respetos.
—Os lo agradecemos, mi señor —contestó Galad, siempre cortés.
Tras unos minutos de conversación más o menos intrascendente, Daradoth intervino con su brusquedad habitual:
—Ya sabéis que no me gusta andarme con rodeos, lord Mastaros —dijo—. ¿Debemos entender que vuestra presencia aquí implica que su majestad el rey Nyatar apoya la rebelión de Ginathân?
Galan lo miró, valorativamente. No estaba acostumbrado a unas preguntas tan directas. Lo habitual en su mundo era la sutilidad y la precaución, todo lo contrario que sucedía cada vez que se encontraba con aquel elfo impetuoso.
—Su majestad solo quiere... saber qué sucede. Y ofrecer una vía de mediación para la paz, si es posible.
Hablaron también de los invasores en el norte y en el este; los ercestres estaban enterados de todos los rumores, pero aquellas zonas se encontraban lejos y poco pudieron decirles acerca de aquello.
Rania y Galad intercambiaron palabras educadas y correctas, ni mucho menos lo que se esperaría de una madre y un hijo, aunque con tono afable, después de la importante ayuda que les había prestado en Creä. Daradoth, por su parte, mencionó la ayuda urgente que necesitaba Phâlzigar en la Región del Pacto, y a sugerencia de Mastaros escribió una carta dirigida al rey Nyatar de Ercestria con una petición de ayuda o, al menos, de reclamo de su interés.
Cuando abandonaron los aposentos esrcestres, en el breve tiempo que quedaba hasta la cena, Yuria aprovechó para revelar al resto la presencia de su medio hermana en la delegación. El odio y el desprecio eran palpables en sus palabras, así que nadie quiso ahondar mucho en aquella historial.
La cena empezó con un ambiente tenso, dada la presencia de gentes del Imperio del Káikar y de Ercestria, enemigos irreconciliables. No obstante, los caracteres relajados de Genhard y de Galan contribuyeron a distender el encuentro.
Galad aprovechó para intercambiar unas palabras con Arkâros, el demagogo líder de la plebe. Este no tuvo ningún cuidado con sus palabras ni su tono:
—El pueblo está entusiasmado, ¡entusiasmado, os digo! Llevábamos esperando esto desde hace siglos, ser libres y poder casarnos con quien nos plazca. Esto es solo el principio de una revolución mucho más profunda, ¡recordad mis palabras! —Algunos de los nobles presentes se volvieron a mirarle con cierto disgusto, pero la mayoría prefirió ignorarlo, por el bien de la velada. Lady Arinêth, la antigua miembro del Consejo de Pureza, le recriminó tal vía de pensamiento, y ambos se enzarzaron en una discusión estéril de la que el resto se desentendió.
Tras la cena, Somara se encontró con ellos, y les informó de que aquella misma tarde había tenido que aliviar a Ecthërienn de un nuevo episodio de desesperación.
—¿Creéis que estamos obrando bien, Somara? —preguntó Galad, atormentado por la situación y la responsabilidad sobre una vida de sufrimiento.
—Si queréis mi opinión, creo que yo lo habría... liberado... la primera vez que hablé con él. Ahora parece estar más aliviado y sobrellevar mejor su situación, aunque sea con una sensación de ebriedad. Es posible que, si encontráis la forma de devolverlo a la vida, cambie su actitud y se dé cuenta de que era lo mejor que podíais hacer. No os atormentéis más, Galad, solo sois un hombre —Somara cogió la mano del paladín, que al instante sintió esa calidez, ese candor que hacía asomar lágrimas a sus ojos.
—Gracias, mi señora, bendita seáis —fue lo único que alcanzó a decir.
Ya tranquilos en sus aposentos, Symeon entró en el mundo onírico. Realizó una breve visita a las habitaciones ercestres, donde no vio nada extraño. Acto seguido salió al patio de armas, y lo primero que vio fue una presencia, claramente un centauro, levitando hacia el Empíreo. El errante utilizó su habilidad de Viajar para situarse instantáneamente ante el dirigible:
—¿Qué hacéis aquí?—inquirió. El centauro se sorprendió y perdió el control de su forma. Durante un instante, Symeon pudo ver la representación de un Ojo del Vigía sobre el pecho de su interlocutor.
Al instante, algo le impactó en la espalda. Le atacaban. «Maldita sea», pensó, perdiendo el aliento durante unos segundos por el dolor. Afortunadamente, esta vez estaba prevenido. Mientras se situaba en una posición más ventajosa, intentó contemporizar. Pero sus oponentes lanzaron un nuevo ataque sobre él, que lo impulsó sobre la borda del Empíreo.
En el mundo de vigilia, Symeon empezó a sangrar por la comisura de los labios mientras se agitaba en el sueño. Galad lo zarandeó y le golpeó levemente un par de veces, permitiéndole despejarse un poco y despertar. El paladín se apresuró a sanar las heridas de su compañero.
—Me atacaron como la vez anterior —contó Symeon—. Y esta vez he visto un centauro con el Ojo del Vigía. No creo haber sido engañado, perdió el control de su forma y lo vi fugazmente.
Al punto, Daradoth contactó con Irainos, al que refirió lo ocurrido.
—Creo que deberíais investigarlo, Irainos, y si pudiérais enviarnos a alguien para ayudarnos con el mundo onírico, os lo agradeceríamos.
—Está bien, veremos de qué recursos podemos prescindir.
—Y tened cuidado, Irainos, pues si realmente son centauros del Vigía, alguien está actuando por su cuenta.