Anticipando la Coronación (III)
—Hermano Galad, lady Yuria —saludó Dûnethar—, qué casualidad encontraros aquí.
—Bienvenidos, mis señores —contestó Galad—. Espero que todo vaya bien.
—¿Os parece que charlemos tomando un refrigerio?
—Por supuesto, seguro que tenemos muchas cosas que contarnos.
Sentados en la mesa de una taberna y tras un poco de charla intranscendente, Dûnethar planteó un interrogante:
—Como ya supondréis, no hemos podido evitar saber de vuestros viajes por el Pacto con ese vulfyr atado al dirigible. Al parecer, sois los mayores artífices de sofocar la rebelión de la plebe en los distritos de Dahl y Katân.
—Eso dicen —respondió Yuria tajante.
—Entonces... perdonad nuestra confusión. Pero, por una parte, sofocáis la rebelión en dos distritos del Pacto y por otro lado os encontráis aquí, apoyando a Ginathân en su reivindicación. ¿Esto tiene algún sentido? Si no es indiscreción, nos gustaría conocer vuestra motivación.
—Nuestra motivación más importante —contestó Galad— es la lucha y la victoria contra la Sombra, mis señores. Eso hace que tengamos que tomar decisiones que parecen contradictorias, pero que redundan en el bien común y en el ulterior triunfo de la Luz.
Dûnethar calló unos instantes, meditando las palabras del paladín.
—Eso me plantea otro interrogante —Cirantor era más callado, pero también tenía sus preguntas—. Me cuesta comprender cómo es que Ginathân os tiene en tan alta estima, cuando la mitad del Pacto podría ser suyo ya si no hubierais intervenido.
—Supongo que comprende nuestras razones mejor que la mayoría —Galad se encogió de hombros—. Independientemente de las rencillas, Ginathân apoya la lucha por la Luz.
—Pero como todo el Pacto. Galmia y Arlaria están llevando el peso de la lucha. ¿No es mejor un Pacto unido con las legiones del sur luchando en la frontera?
—Sí, por supuesto, y habrá que trabajar en estos días para hacerlo posible.
Los ástaros no parecieron muy convencidos, pero dieron por terminado el tema. Preguntaron por Daradoth, Symeon, Faewald y Taheem, y emplazaron al grupo para una conversación más profunda con todos ellos, cosa que hicieron en uno de los pocos rincones intactos de los jardines de la ciudadela. Dûnethar y Cirantor aparecieron acompañados de un noble entrado en años, que presentaron como lord Cirenâth, uno de los hombres de confianza del rey Hiesher.
Abundaron un poco más en la confusión que tenían sobre que el grupo hubiera sofocado rebeliones y ahora apoyaran a Ginathân. Daradoth expresó sus dudas acerca de la conservación de la pureza de las razas y lo obsoleto de tal pensamiento, lo que provocó momentos de tensión que finalmente se relajaron gracias a amables palabras de Galad y Symeon, y a la confianza que existía entre las dos partes.
—Si queréis saber mi opinión —dijo Galad—, es tan justa una lucha como otra, y aquí Ginathân se ha impuesto, guiado por el amor.
—Decís que Ginathân ha triunfado —contestó Dûnethar—, pero no estoy de acuerdo con vos. Se ha convertido en un títere del Imperio del Káikar, y ahora esperamos que no se convierta también en títere de la Confederación de Príncipes Comerciantes —lanzó una mirada inquisitiva a Yuria.
—Eso está en vuestras manos evitarlo —manifestó Daradoth—. Si lo respetáis, no le hará falta recurrir a tales aliados.
—Claro, claro... ¿creéis que el Káikar va a salir tan fácilmente de aquí? ¿Habéis visto las legiones y la flota en puerto? Esto no se soluciona tan fácilmente, y siento hablar en estos términos tan severos, pero vosotros vais a tener parte de la responsabilidad de lo que suceda a partir de ahora.
—Entonces, ¿qué nos sugerís hacer? —interrumpió Symeon— ¿Qué propósito tiene esta reunión?
Tras unos segundos de silencio, Dûnethar continuó:
—El motivo de que estemos aquí es intentar conocer qué va a pasar a partir de ahora —miró a Yuria directamente—. Os voy a ser sincero; sabemos que vuestras intenciones son puras, y que vuestra motivación es la lucha contra la Sombra, por eso no os acusamos de nada. No obstante, nosotros estamos aquí para intentar que Ginathân renuncie al cetro de Darsia por todos los medios diplomáticos posibles, y establecer una especie de... armisticio... a todos los que lo han apoyado, ofreciéndoles una oferta los suficientemente generosa para que desistan de su rebelión. En ese sentido, sus majestades Girandanâth y Hiesher están dispuestos a hacer muchas concesiones para poner en el trono a un candidato consensuado y leal.
—Pero Ginathân es leal... —empezó Daradoth.
—No entremos en una conversación en círculos, por favor. Ginathân podría haber aceptado un estatus especial en el Principado Ercestre, en el Pasaje del Viajero o incluso en la Región del Pacto.
«El Principado Ercestre, ¿eh?», pensó Yuria. «Otra muestra de los abusos de poder del Pacto a lo largo de los últimos siglos».
—Está bien —dijo Symeon—, pero contestadme a una sola pregunta, Dûnethar: ¿qué habría pasado con los miembros de la plebe que se levantaron a favor de Ginathân? No a los nobles, sino a la plebe, muchos de los cuales no son de pura raza.
Ante la duda y el consiguiente silencio de Dûnethar, fue Cirantor quien contestó, con su habitual tono quedo:
—No sabemos responder a esa pregunta, Symeon. No lo sabemos.
—Pues ahí tenéis una razón de esta situación.
La conversación giró entonces hacia la impresión que cada miembro del grupo tenía sobre lord Ginathân. Symeon no dudó en afirmar que ahora no era más que un títere, Galad y Daradoth afirmaron que era un buen hombre arrastrado por la situación, lo que abundó aún más en los argumentos esgrimidos por los galmios, ante su temor de que el Káikar se apoderara de parte del Pacto. Yuria expresó su entendimiento de las acciones de Ginathân y su convicción de que la promesa de un armisticio no bastaría para acallar la rebelión. Dûnethar y Cirantor insistieron en que a Ginathân se le habían dado muchísimas opciones para no tomar aquella vía, y que había tenido (y todavía tenía) muchas posibilidades para abandonar su levantamiento. Finalmente, Dûnethar planteó directamente a Yuria la pregunta que había estado en el aire durante gran parte de la conversación:
—¿Pensáis apoyar a Ginathân como representante de lady Ilaith?
—Aún lo estoy pensando —contestó ella, de forma tajante.
Con esto dieron por terminada la conversación, con los ástaros lamentando la situación y deseando que el grupo cambiara sus intenciones y se aviniera a razones.
A media tarde, recibieron la visita de uno de los senescales de palacio. Ginathân los convocaba a una reunión formal el día siguiente a mediodía. Symeon planteó la necesidad de encontrarse a solas con Ginathân antes de aquella reunión para la que habían sido convocados. Para ello, Daradoth se reunió con Somara, que les arreglaría un encuentro de madrugada; en otro momento, sería imposible que se encontraran a solas con su marido.
Poco después, Arëlen (la reina Arëlieth), acompañada de Ilwenn, se encontraba con Daradoth. La reina, desesperada por su estancia en Dársuma, preguntó acerca del motivo por el que estaban alargando su presencia en aquella ciudad.
—Porque las cosas deben cambiar —contestó Daradoth.
—No todas.
—O quizá sí.
—Tendremos que conversar sobre esto largo y tendido...
—Doranna ha perdido toda influencia en el exterior, y ya no acatan nuestras... sugerencias. Debemos esperar, pues lo que va a suceder aquí es importante para la lucha contra Sombra.
—¿Y por qué estamos apoyando a un rebelde arribista entonces?
—Las circunstancias nos obligan. Los caminos de la Luz parecen ser inextricables. Y las razones de la raza son absurdas, Somara merece lo que tiene, no podemos oponernos a ese amor.
La perspicaz Arëlen calló durante unos segundos, y acto seguido pidió a Ethëilë que la dejara a solas con Daradoth. Su petición fue denegada, así que siguió hablando:
—La razón de que estemos aquí, ¿no será en realidad porque sentís algo por lady Somara, Daradoth?
—Por supuesto que no, eso es absurdo —«si me hubiera preguntado esto hace un mes, estaría en un serio aprieto», pensó Daradoth, mientras Arëlen intercambiaba una mirada con Ilwenn.
—Bien, eso me tranquiliza.
—¿Acaso no os hemos explicado lo que Somara está haciendo con la redoma de Ecthërienn? Es una persona especialmente importante para la causa de la Luz, y es otro factor para nuestro apoyo a Ginathän.
Ilwenn habló por primera vez:
—Es cierto que Somara parece una criatura muy especial, pero tengo mis reservas sobre nuestra presencia aquí. Cada vez que veo a lord Ginathân, lo percibo caminando entre ríos de sangre, y sobre él, o en sus manos, veo un cetro roto. Eso no parece una buena señal.
—Ginathân no quiere el cero en realidad, lo hace por Somara y por las circunstancias, quizá tenga algo que ver. Yo no quería venir aquí, pero ahora que estamos, tenemos que intentar encauzar esto lo mejor posible.
—Está bien, como vos deseéis, solo queríamos transmitiros nuestras dudas.
Esa noche, igual que la anterior, Yuria salió a pasear por los jardines para intentar forzar un encuentro con Eleria. Pocos minutos después, un nudo en la hierba la hizo esbozar una sonrisa. Viejos señales del ejército ercestre. Caminó hacia donde le indicaban los signos. Finalmente, un hombre vestido discretamente, sin nada que lo pudiera identificar, la saludó y la invitó a acompañarle en un perfecto ercestre.
Tras un arco de enredaderas, entró en un pequeño reservado donde Eleria, espléndida en su madurez, con el moño adornado con multitud de pasadores plateados, se levantó del banco donde se sentaba con una sonrisa en el rostro.
—Yuria, qué alegría —se abrazaron.
Lady Eleria Amernos |
Poco después, uno de los guardas aparecía con una botella de excelente vino ercestre y se retiraba discretamente.
—Bueno Yuria, dime, ¿qué piensas de la situación?
—La verdad es que no le veo un final cercano ni adecuado para nadie.
—Me preocupa especialmente el Káikar. No me gusta la idea de que una parte del Pacto caiga en sus manos. Pero no veo la forma de expulsar a Genhard o de que Ginathân no cumpla sus promesas. Por desgracia en este caso, es una persona con honor fuera de toda duda. Y sé de buena tinta que el Káikar está colaborando con la nueva amenaza llegada del norte. Galan me transmitió todo lo que le explicasteis sobre la Luz y la Sombra... esos asuntos tan metafísicos quedan fuera de mi interés, pero sé que son una seria amenaza para todos nosotros. Lo que me interesa saber es: ¿por qué estáis apoyando a lord Ginathân sabiendo lo que sabéis, y más sabiendo que eso va a debilitar al Pacto y lo va a convertir en rehén de nuestros enemigos?
—La situación es complicada, y hemos establecido lazos personales con él. Sé que no es lo más indicado, pero no podemos proceder de otra manera. Todavía no he decidido apoyarlo en nombre de lady Ilaith de los Príncipes Comerciantes, pues como creo que ya sabréis, soy plenipotenciaria suya...
—Lejos de mi intención decirte lo que tienes que hacer —se notaba que a Eleria no le habían gustado nada las últimas palabras de Yuria—, pero deberás pensarlo muy bien. Recuerda: el idealismo es el enemigo de las buenas decisiones.
Yuria calló, viendo la verdad en las palabras de su mentora, pero con la convicción de que estaban haciendo lo correcto.
—En fin —continuó Eleria—, en realidad quería habla contigo por algo más que esto. El motivo principal por el que me he encontrado contigo... voy a ir al grano, cosa que hago pocas veces. Quiero que vuelvas a Ercestria.
Yuria sintió un escalofrío al oír estas palabras, que trocó rápidamente en una sensación de júbilo, de triunfo por el reconocimiento. «Oh, cuántas veces he soñado con este momento», pensó, «y en qué mal momento me lo proponéis, Eleria».
—Eso es imposible en estos momentos... soy una exiliada —intentó excusarse.
—Te aseguro que no es imposible en absoluto. Lord Galan está de acuerdo, yo estoy de acuerdo, y el príncipe Aryatar opina como nosotros. Si tres de las cuatro personas más poderosas del reino están de acuerdo en tu vuelta, te aseguro que no habrá nada que pueda impedirla.
—Pero...
—No hace falta que te precipites. Solo quiero transmitirte el momento de extrema necesidad que atraviesa nuestra nación, y que sin ti no podremos sobrevivir a lo que está viniendo. El Káikar, nuestro enemigo ancestral, está explorando más profundo que nunca el kaikarésta y colaborando con los invasores del norte, que según tus palabras son fieles a la Sombra. En nuestra frontera este, el Imperio Daarita está resurgiendo con fuerza; algún poder misterioso ha potenciado sus fuerzas y sus ejércitos nos amenazan una vez más. En Esthalia hay rumores de guerra civil según los cuales Robeld de Baun se ha alzado contra el rey Randor. Las herejías emmanitas proliferan en el sur del país. La Confederación Corsaria ha visto a su flota derrotada por primera vez en siglos por naves del Cónclave del Dragón, apoyados por los dalaneses, adastritas y unos extraños barcos de origen desconocido. Y añadido a todo esto, los rumores de invasores llegados del otro lado del Océano Argivio. Estamos totalmente rodeados de enemigos; creo que la situación exige que contemos con la mejor militar que hay en estos momentos en Aredia, que además es compatriota.
» He visto el artefacto volador que has creado. Es absolutamente impresionante. Y un punto más para tu reconocimiento. Nuestro ejército lo necesita. La única posibilidad de sobrevivir a todas las amenazas que te he enumerado era la triple entente con Esthalia y Sermia, pero por esas mismas amenazas, la alianza no llegará a materializarse. Como te he dicho, no necesito una respuesta ahora, pero te pido que vuelvas —Yuria se estremeció; rogar era inaudito en Eleria—. No lo exijo; lo pido encarecidamente. Perdón absoluto y reconocimiento sin parangón.
—Lo pensaré, de verdad.
Tras darle todo tipo de información que Yuria juzgó que le sería de utilidad (sobre la reina Armen, sobre los Susurros de Creä y algunas cosas más) se despidieron. El orgullo de la ercestre estaba por las nubes, pero también su frustración. Sabía que no lo podía aceptar, pues debía mantenerse fiel a Ilaith, quien había confiado en ella desde el primer momento. Aun así, compartió sus dudas con el resto del grupo, y la información sobre todas las amenazas que le había enumerado Eleria.
—Yuria —djo Taheem, cuyas palabras a veces dejaban entrever mucha profundidad en sus pensamientos—, sé que esa es tu mayor aspiración, pero ten en cuenta esto: el simple hecho de que te lo hayan ofrecido ya es un reconocimiento, y yo creo que el poder y la libertad que disfrutas con lady Ilaith no los tendrás nunca en Ercestria.
Estas palabras y los consejos en el mismo sentido del resto del grupo tranquilizaron a Yuria.
Ya de madrugada, el grupo se reunía con Ginathân, en un encuentro facilitado por Somara. La fatiga asomaba inexorable en el rostro del noble ástaro.
—Es la primera vez desde que estamos aquí que podemos hablar con vos a solas —empezó Symeon—. Queremos saber exactamente, además de daros nuestra opinión, qué es lo que pensáis sobre esta investidura, y si podemos ayudar en algo.
—Lo que pienso, sinceramente, es que no hay vuelta atrás.
—¿Pero la deseáis realmente?
—Si me hubierais preguntado eso hace un mes, os habría contestado que no, pero hoy en día... no creo que haya ninguna alternativa válida para que las cosas evolucionen y no haya represalias.
—¿Y el Káikar? Sabemos que os han propuesto un exilio cómodo, y nos preocupa que haber renunciado a él os haya arrojado a las manos de un enemigo peor que perjudique la lucha contra la Sombra.
—Para mí, la falta de libertad y la falta de desconsideración a los menos favorecidos o puros de raza, también es Sombra, Symeon. Estoy seguro de que el hermano Galad entenderá mi posición —el paladín asintió quedamente.
—Os comprendo perfectamente, recordad que, al fin y al cabo, soy errante.
—Sin embargo —intervino Galad—, vuestras decisiones van a tener consecuencias, sean cuales sean. Es difícil cambiar todo de una sola vez.
—Pues esta vez tendrá que ser así, no queda más remedio. Y por eso quería tener todos los apoyos posibles.
—Comprendemos vuestra decisión, solo queríamos asegurarnos de que teníais en cuenta todos los caminos. Y que tengáis en cuenta que vuestra decisión va a conllevar una guerra y muchas muertes de fieles a la Luz.
—Pero si me echo atrás ahora, también morirá mucha gente, y creo que de forma más injusta.
—Eso es cierto —dijo Daradoth—. Así que, como ya ha dicho Symeon, apoyaremos lo que decidáis. Pero no puedo participar en la ceremonia como "representante" de Doranna, eso no.
—Sí, está bien. Os agradezco vuestro apoyo, sé que es una decisión difícil de entender, pero creo sinceramente que es la mejor. Supongo que habéis recibido la convocatoria para la reunión formal de mañana, ¿verdad? —Asintieron—. La reunión ha sido convocada por la delegación de Galmia, y explícitamente pidieron que estuvierais presentes, supongo que para dejar claro que me ofrecen unas condiciones de renuncia excelentes. Pero... bueno, ya sabéis. Comprended por otra parte que mañana estarán presentes Genhard y los nobles, y no seré tan libre para hablar sinceramente.
» Y, por otra parte... ya que estamos sincerándonos... Yuria, ¿creéis que sería posible obtener el apoyo de Ercestria en todo esto? Lord Galan y su delegación se han reunido conmigo sobre todo para informarse, y sugerirme que lo mejor sería no recibir el Cetro, pero aun así, los he notado receptivos a otras... posibilidades.
—Os voy a ser sincera del todo, Ginathân. Estratégicamente, el Káikar va a tener un punto fuerte con vos, y Ercestria solo os apoyará para evitar su ganancia de poder.
—Pero no puedo evitar ser fiel a mi palabra, es todo lo que tengo en estos momentos. Por otro lado, el Káikar es muy grande y no creo que todos los kairks colaboren con la Sombra. Si tuvierais pruebas de que Genhard o sus señores lo hacen, podría renunciar a los votos dados; mientras tanto, es imposible.
—Y lo respeto, Ginathân, os lo aseguro.
—Lo mismo digo —añadió Galad—, el honor es una rara cualidad en estos días.
Con estas palabras y Ginathân reprimiendo a duras penas los bostezos, se despidieron hasta el día siguiente.
Esa noche Symeon volvió a visitar el mundo onírico, y a través de uno de los ventanucos vio una figura de presencia camuflada cerca del Empíreo. Se dirigió hacia allá con toda la discreción del mundo. Pero no fue suficiente. Algo lo apresó prácticamente en cuanto apareció en el patio de armas. Notó como si el aire se hubiera solidificado a su alrededor y cada vez ejerciera más presión sobre él, le costaba respirar. Tres presencias lo rodeaban. Bregó y se concentró, pero no pudo aflojar la presión. Boqueaba a duras penas.
En el mundo de vigilia, Galad y Daradoth vieron cómo el cuerpo de Symeon se hacía translúcido de repente, y desparecía. Se miraron, sorprendidos.
«Han conseguido traerme físicamente al mundo onírico», pensó Symeon, desesperado, con lágrimas en los ojos e intentando gritar. Mientras sentía cómo los enemigos dirigían algunos hechizos contra él, recurrió a su fuerza de voluntad, sacando reservas que no sabía que tenía [punto de destino], y consiguió reventar la barrera que lo apresaba, reapareciendo en el mundo de vigilia, gritando e intentado recuperar el aliento. Se alegró de ver a Galad y Daradoth, preocupados e intentando tranquilizarlo.
—Hay gente ahí muy poderosa —dijo entrecortadamente—, y muy peligrosa. He escapado por pura suerte.
—¿La Sombra? —preguntó Galad.
—Posiblemente. He estado a un segundo del punto de no retorno. Tenemos que avisar a los elfos del vigía que están aquí, no quiero que puedan morir por no prevenirlos.
Tras una discusión sobre la conveniencia de avisar o no avisar a las delegaciones del Vigía, finalmente la insistencia de Symeon hizo que fueran allá. Ante uno de los elfos, el llamado Naläroth, Daradoth tradujo las palabras del errante:
—Hay enemigos muy peligrosos en el mundo onírico. Tened cuidado si podéis deambular por él, y también en vuestros sueños.
Naläroth los miró unos segundos con gesto de extrañeza y, agradeciéndoles la información, volvió a sus aposentos.
Durmieron hasta bien entrada la mañana del día siguiente, y poco después de levantarse, tuvo lugar la reunión a la que les habían convocado la jornada anterior. En el salón de cónclaves se encontraban prácticamente todos los visitantes de la ciudadela: la delegación de Galmia con Dûnethar, Cirantor, lord Cirenâth y otra noble que no habían visto hasta entonces, lady Innabêth; la delegación de Arlaria con lord Anâthur a la cabeza y los enviados del Vigía; la delegación de Hêtera, comandada por lord Kânar y lord Arkonâth, que fueron debidamente presentados; Genhard, tres de los nobles fieles a Ginathân y los nobles lord Aelar y lady Arinêth. El grupo acudió con sus mejores galas y posesiones: la diadema y el bastón de Symeon enarcaron más de una ceja entre los presentes, y la ropa de Yuria y Daradoth y la imponente presencia de Galad vestido con su túnica de paladín atrajeron miradas apreciativas. Lord Ginathân procedió a la introducción:
—Estamos aquí reunidos a petición de la delegación de Galmia, que insistió en que el grupo de lord Daradoth estuviera presente —Daradoth no dijo nada acerca del tratamiento "lord"—. Así que, por favor, proceded a exponer los motivos de este encuentro.
Dûnethar se levantó y aclaró la voz.
—Pedí a lord Ginathân que os convocara a todos a esta reunión, porque quiero que seáis todos testigos de lo que se habla y se ofrece en esta conversación —Ginathân se rio por lo bajo, mientras Dûnethar miraba directamente al grupo—. Hoy es el último día antes del acto que marcará el punto de no retorno, y quiero que sepáis de primera mano cuál es nuestra oferta, que hemos acordado todas las delegaciones en conjunto. Lord Cirenâth la detallará.
Dûnethar se sentó y el noble entrado en años se levantó con un leve quejido.
—Para que conste, mis señores, la delegación de Galmia, tal como ha acordado con Arlaria y con Hêtera, está dispuesta a realizar unas concesiones muy importantes a lord Ginathân y sus fieles. Primero, todos aquellos que se arrepientan de los pasos que han dado y quieran volver al orden establecido, serán bienvenidos al seno del Pacto y no se adoptará ningún tipo de castigo contra ellos. Segundo, aquellos que no quieran plegarse a las exigencias del Alto Consejo, podrán continuar su vida mediante un armisticio general, pero deberán abandonar el territorio matriz del Pacto; podrán establecerse en cualquiera de los territorios satélites. Tercero, asignaciones monetarias y patrimoniales.
Lord Cirenâth estuvo enumerando con la exactitud de un contable diferentes asignaciones dinerarias, de tierras, bosques y caza que serían concedidos a cada uno de los rebeldes que no quisiera volver a la disciplina del Pacto; unas condiciones que sin duda eran muy generosas en pos de evitar una guerra civil abierta.
Dûnethar volvió a tomar la palabra:
—Como podréis apreciar, esta oferta es harto generosa. Por supuesto, con el paso del tiempo seguramente estas restricciones se relajarán y lo más probable es que progresivamente obtengáis acceso para viajar a través del Pacto y finalmente volver a vuestras vidas anteriores. El precio es que vos, lord Ginathân, renunciéis al Cetro de Darsia y sea el Alto Consejo quien designe un rey leal.
» No queremos tropas extranjeras en los distritos del Pacto —miró a Genhard—; no queremos nada que nos distraiga de la lucha contra el enemigo del norte. Esto le está haciendo mucho daño al Pacto y a la lucha contra los invasores, así que espero que lo penséis bien y cambiéis de opinión, lord Ginathàn.
Al sentarse Dûnethar, se levantó uno de los elfos, que dejó caer su capucha:
—Soy Nirôthien, comandante de los elfos del Vigía. —El grupo se quedó de piedra al reconocer al elfo. Era uno de los miembros del Consejo de Irainos, siempre presente en las reuniones que habían tenido en el Valle del Exilio—. Creo que hablo por todos los presentes cuando digo que el Vigía no apoya vuestra ascensión. Sé que, en el pasado, miembros de las filas del Vigía intentaron quitaros la vida, y os pido disculpas por ello, aunque los aquí presentes no tuvimos nada que ver con ello. Pero lo cierto es que el Vigía no os apoyará y tratará de evitar vuestra presencia en el trono. Así que, por favor, Ginathân, pensadlo muy bien.
Symeon se levantó, desafiante. Galad tradujo sus palabras al lândalo.
—El anciano Irainos nos dijo que el Vigía no había enviado a nadie con su conocimiento. No creo que habléis por la totalidad de vuestra organización.
—Eso no es necesario —intervino una elfa, que se levantó apartando su capucha. Era Eyruvëthil, destacada miembro del consejo—. Nadie tiene por qué enviarnos. Como comandante y miembro del alto consejo, tengo plenos poderes para transmitir nuestra decisión, y Ginathân debe renunciar.
Contra lo que la antigua princesa élfica esperaba, aquel errante no se amilanó:
—Entonces, me dais la razón, no habláis en nombre de todo el Vigía.
—No es necesario que diga nada más —dijo ella.
Ginathân se puso en pie, calmando los ánimos:
—No hay nadie más atormentado que yo por mi decisión, mis señores, mi señora. Pero lo cierto es que no puede haber marcha atrás. Hay demasiada gente implicada, demasiadas palabras empeñadas, y demasiado en juego. Os ofrezco una entente cordial. Por supuesto, me comprometo a no reclamar tierras fuera de Darsia ni a emprender acciones hostiles, y espero lo mismo de vosotros, al menos mientras se prolongue la guerra en el norte. Quizá después tengamos que dirimir nuestras diferencias de otra manera, pero mañana aceptaré el Cetro.
—¡Esto es inaceptable! —exclamó lord Anâthur—. ¡Vais a llevar al Pacto a la destrucción!
Varias voces se alzaron, recriminando la decisión de Ginathân, y otras reclamando calma.
Daradoth se levantó, y esperó. Paulatinamente, el silencio se hizo en la sala.
—El problema que tenemos aquí —dijo— es muy serio, y la solución no existe. No obstante, todos los presentes tenemos un enemigo común, y todo el tiempo que perdemos aquí le favorece. Sinceramente, la disputa que se presencia aquí, comparado con lo que viene del norte, es ridícula. Mi grupo ha venido aquí desviándose de la ruta original precisamente para apoyar al Vigía en su lucha contra la Sombra. Así que os suplico a todos los presentes aparcar las diferencias, al menos de momento, y resolverlas cuando la situación sea más estable. Pero todo esto será inútil si Aredia cae bayo el yugo del enemigo del norte, ¡bajo el yugo de la Sombra! ¡Todos, incluido el Káikar —miró a Genhard—, debemos enviar ayuda para la batalla!
Un silencio sepulcral siguió a las vehementes palabras de Daradoth [punto de destino]. El elfo aguantó estoicamente la tensión, mirando retador a todos los reunidos. La iluminación de la sala fue más clara durante unos segundos, los colores más vibrantes, los sonidos más intensos.
Lord Anâthur rompió el silencio.
—Maldita sea —dijo, mirando fijamente a la mesa—. Tenéis razón. Tiene razón —levantó la mirada hacia lord Cirenâth—.
Eyruvëthil se puso de pie.
—Es verdad. Reconozco nuestro error. Lord Daradoth tiene razón. Por mi parte, sé que lord Ginathân es una persona honorable y confío en su palabra.
—Está bien —continuó Cirenâth—. Si nos dais vuestra palabra de permanecer fiel, no tomar acciones ofensivas y destinar una tercera parte de vuestras tropas a la lucha en el norte, por nosotros hay acuerdo. ¿Los demás? —todos asintieron.
Ginathân se levantó a su vez.
—Lord Daradoth ha hablado bien. Ha sido muy claro y ha removido nuestras consciencias. Debemos derrotar a nuestros enemigos comunes —miró a Genhard, que en ningún momento hizo ningún gesto de desacuerdo, e hizo un gesto a uno de los senescales:— Traed a los escribas.
Con una sensación extraña pero reconfortante, el grupo se despidió de los reunidos mientras los escribas transcribían el contenido del acuerdo, dispuesto para ser lacrado por los diplomáticos. Había sido una sesión agotadora, y ya era bien entrada la tarde. Intentaron encontrarse con Genhard ese mismo día y aprovechar su influencia, pero dada la urgencia de los preparativos para la ceremonia del día siguiente les fue imposible. Tendrían que dejarlo para más adelante.
La noche transcurrió sin incidentes y por fin amaneció el día señalado. Daradoth se encontraba esperando a que sus compañeros despertaran, como era habitual, observando con una taza de té a través de uno de los ventanucos. Un escalofrío recorrió su espalda. Una figura se encontraba en el patio de armas, contemplando el Empíreo con los brazos cruzados, y al instante llamó la atención el fulgor intermitente que despedía algo en una de sus muñecas. Una balanza. «Maldición, ¿otra vez?», pensó, recordando el episodio con los Mediadores en la proclamación de lady Ilaith como Canciller.