Hacia Doedia
—¿No puede esperar a mañana? —contestó Ginathân—. Me encuentro bastante cansado.
—Es importante, mi señor —insistió Galad.
Se dirigieron a los aposentos privados del noble, donde podrían hablar sin la amenaza de oídos indiscretos. Solo el grupo, el propio Ginathân, Somara y Violetha. Ginathân tomó asiento en la cama.
—No me andaré con rodeos, señor —continuó abruptamente Galad en cuanto los sirvientes hubieron salido—. Sabemos que vuestra esposa, Somara, tiene sangre élfica en sus venas.
El resto del grupo miró intensamente al paladín, sorprendidos por la rapidez con que había hecho la revelación.
—Creo que no os he entendido bien, hermano Galad —contestó Ginathân, mirándolo.
—Os he dicho que sabemos que por las venas de Somara corre sangre élfica.
Ginathân miró a unos y a otros, con el ceño fruncido.
—Si esto es una especie de broma...
—No es ninguna broma —interrumpió Symeon.
—No, amor, no es broma —dijo Somara, casi a la vez que el errante.
—El propio Emmán me lo mostró, inspirando mis sueños para ver el pasado de vuestra esposa. y su padre es elfo. —Ginathân aclaró su voz, y no alcanzó a decir nada, así que Galad continuó:— Sé que es complicado de aceptar, pero es así, no os miento.
Ginathân miró a su esposa.
—Yo tampoco lo sabía —confirmó ella—. Me enteré ayer. Pero el hermano Galad cuenta sin duda con el favor de Emmán, es su paladín, y no miente.
—Pero... ¿desde cuándo sabéis esto? —Ginathân no acertó a preguntar nada más.
—A ciencia cierta, desde hace muy poco —contestó Symeon.
Ginathân bebió algo de agua.
—¿Sabéis todo lo que implica esto? —el rostro de Ginathân transmitía una sensación de fatiga extrema.
—Lo suponemos, sí. Habrá que encargarse de la rebelión —contestó Daradoth.
—De momento —continuó Galad— solo conocemos esta información los aquí presentes, el general Genhard y vuestro hijo, Ginalôr.
—¿¿Cómo?? ¿Se lo habéis dicho a Ginalôr? —se atragantó mientras bebía.
—Ha jurado que no saldrá de su boca palabra alguna sobre esta información durante dos semanas, y creo que nos podemos fiar de él —terció Symeon.
Tras unos segundos pensando, Ginathân preguntó:
—Galad, ¿vos estaríais dispuesto a jurar esto ante los gobernadores?
—Por supuesto —aseguró el paladín.
—Estoy abrumado —hundió la cabeza entre las manos—. No sé qué hacer.
—Lo mejor es que os preparen una tisana relajante y descanséis, podemos continuar conversando mañana —añadió Galad—. Solo me pareció adecuado que lo supierais lo antes posible.
—Sí, está bien, eso haré.
Para asegurarse de que el noble conciliaba el sueño, Daradoth utilizó sus habilidades sobrenaturales, y antes de que abandonaran las habitaciones, aquel ya dormía a pierna suelta.
Por la mañana, se reunieron de nuevo con Ginathân en la sala de cónclaves, haciendo salir a todos los nobles y sirvientes presentes, excepto a Genhard. El gobernador lucía un aspecto más descansado y saludable que el día anterior. Tras unas pocas palabras de cortesía, Ginathân dio rienda suelta a su preocupación:
—No puedo dejar de pensar en lo que me dijisteis ayer, y no os voy a mentir; la verdad es que no sé que hacer. La situación es muy comprometida.
—Deberíais seguir ejerciendo vuestra regencia, como hasta ahora —sugirió Symeon.
—Eso no es posible, no puedo seguir como hasta ahora. No puedo seguir con unos actos que ocasionan la muerte de compatriotas, sabiendo que luchan por una mentira. La lucha debe terminar. Incluso murió un gobernador.
—Fue una consecuencia, no fue culpa vuestra.
—No opino lo mismo.
—Lo que habría que hacer —interrumpió Galad— es encauzar la situación lo más pacíficamente posible. Hay mensajeros en camino para hablar con los demás gobernadores, y les acompañan los elfos del Vigía.
—Con un acuerdo basado en un hecho falso.
—Era verdadero entonces, no deberíais preocuparos por eso.
Symeon intentó desviar un poco la conversación para que Ginathân no se sintiera tan culpable:
—Si se hubiera sabido que Somara tenía sangre élfica desde el principio, ¿habría cambiado mucho la situación?
—Por supuesto, sin duda el Consejo de Pureza habría dado el visto bueno al matrimonio.
—Yo pensaba que vuestra opinión era que la situación no era justa para vos ni para nadie más. ¿O estoy equivocada? —explotó Yuria, que estaba advirtiendo una deriva peligrosa en las intenciones de Ginathân. Hasta entonces se había mostrado idealista, pero quizá había sido, como había dicho Ginalôr, por razones totalmente egoístas—. ¿Pensáis que es correcto lo que está pasando, o estáis en contra de ello más allá de vuestros motivos personales?
Ginathân y la ercestre se miraron unos segundos; hasta que el ástaro contestó:
—No os confundáis, Yuria. Ni nadie. Yo nunca quise lo que ha sucedido. Nunca quise ser gobernador, ni que muriera uno de ellos, ni tanta gente en un conflicto civil. Yo solo quería casarme en paz con Somara, por supuesto, y aprovechar para cambiar nuestras costumbres. Pero no matando y con tanta violencia. Se nos escapó de las manos.
—Tal como yo lo veo, solo os queda seguir adelante.
—No. No, no —contestó con desesperación Ginathân—. ¿Cómo voy a seguir adelante con esto? ¿Un distrito contra los otros cinco, con el enemigo en el norte y el Káikar en el sur?
—De una forma u otra —intervino Galad— la verdad se va a saber, así que desde esa base debemos partir.
—El destino lo ha querido así, por desgracia —añadió Symeon—, vos no sois culpable de nada.
—Personalmente pienso que debéis decirlo cuanto antes —terció Daradoth, cortante—. Nuestra urgencia empieza a ser insoportable.
—Pero necesitaría el testimonio del hermano Galad para eso... y si fuera así, ¿creéis que debería encarcelar a los líderes de la plebe? ¿Genhard?
El general habló por primera vez:
—Si finalmente reveláis la información sobre Somara, eso no va a agradar a nuestros... patrocinadores, ya sabéis. Mi contrato especifica que debo protegeros en el puesto de gobernador, así que eso harán mis hombres, contra la plebe o contra quien sea, si decidís encarcelar a sus líderes. Pero, estoy pensando... si esa información hiciera que os establecierais como gobernador legítimo y la situación con los otros distritos volviera a la normalidad, realmente podríamos dar por finalizado mi contrato, y sería libre de firmar uno nuevo. Aunque no sé si querríais hacer eso con las familias Kynkavos y Nastren detrás de vos...
—En mi opinión —intervino Galad—, deberíais revelar la verdad cuanto antes. Primero, porque es la verdad, y segundo, porque evitaréis muchas más muertes. Quizá acompañado de una amnistía general y la promesa de relajar las leyes de pureza.
—Aun así, seguiríamos teniendo el problema del Káikar. He hecho promesas, que debo respetar. Debo permitirles ocupar de nuevo las Tierras Libres.
—Si prometisteis eso, cumplidlo, qué remedio —Galad se encogió de hombros—. Si con ello se contentan y vos conseguís restablecer la paz en el Pacto, ese es un problema del que podréis encargaros más tarde.
Transcurrieron unos minutos más de discusión durante los que Ginathân permaneció pensativo, hasta que finalmente propuso:
—Quizá podría revelar la información primero a los demás gobernantes, evitando así un conflicto armado, mientras mantenemos el secreto ante la plebe, al menos hasta que volváis de vuestro viaje.
«¿Hasta que volvamos?», pensó Daradoth, «nada más lejos de mi intención».
—En ese caso —sugirió Symeon—, creo que deberíais hablar con vuestro hijo Ginalôr, para aclarar la situación y conseguir su apoyo.
Poco después, tres guardias acompañaron a Ginalôr hasta la sala, donde el ástaro hizo una ligera inclinación, desafiando tácitamente a su padre. Por suerte, este ignoró el gesto.
La conversación entre padre e hijo empezó extremadamente tensa. La actitud de Ginalôr ante Somara había cambiado bastante a la luz de la verdad, y cuando Ginathân le reveló los planes de hablar con el resto de los gobernadores, la situación finalmente se relajó.
—Veo que por fin habéis entrado en razón, padre —utilizó esta última palabra con toda la intención, pues en el pasado le había dicho a la cara que ya no lo consideraba tal—. ¿Creéis por ventura que hay alguna posibilidad de reparar nuestros lazos?
—Sé que tus intenciones eran sinceras, y por mi parte, no quiero más problemas. Sí. Bienvenido de nuevo, hijo —Ginalôr se despidió con una ligera sonrisa y una reverencia un poco más pronunciada que la anterior.
Symeon y Yuria se miraron. «Le está diciendo lo que quiere escuchar», pensó la ercestre. Symeon afirmó hacia ella, con un gesto de resignación. «No está diciéndolo de corazón».
Acto seguido, Ginathân planteó al grupo la posibilidad de utilizar el Empíreo para visitar al resto de gobernadores. Pero el tiempo apremiaba, y Daradoth se opuso firmemente a tal petición. Finalmente, accedieron a viajar hacia el norte para encontrarse con la delegación que habían enviado hacia Arlaria e informar a Eyruvëthil de la verdad para que transmitiera las palabras de Ginathân. Además, llevarían a Ginalôr para que se uniera a la delegación y aportara un testimonio más, que vendría muy bien para convencer al gobernador Hiesher, de quien ya les habían advertido que tenía una relación cercana con el hijo de Ginathân.
Ginalôr no puso pegas a viajar con el grupo para unirse a la comitiva, e incluso se sintió honrado por la confianza y poder viajar en el Empíreo. Mientras remontaban el vuelo con el dirigible, una multitud reunida alrededor les ovacionó, aplaudiendo y gritando.
Symeon aprovechó el viaje para entablar conversación con Ginalôr, conocerlo un poco más y quizá averiguar por qué el efecto tan luminoso de Somara no había hecho efecto en él. En un momento dado de la conversación, el errante pudo ver que un tatuaje asomaba por el extremo de la manga izquierda de Ginalôr.
—Curioso tatuaje —dijo, enseñando uno de sus propios tatuajes que recordaba a un laberinto.
—Sí, son símbolos Akhëryn del Vigía, símbolos protectores —Ginalôr no dio más explicaciones, y Symeon no quiso levantar ninguna sospecha, así que no insistió.
En menos de una jornada consiguieron encontrar a la delegación, acampada a un lado del camino. Poco después se reunían en un claro con Eyruvëthil, Dûnethar, Cirantor y Ciranâth, que se sorprendieron al ver a Ginalôr con el grupo.
Daradoth hizo un aparte con Eyruvëthil y Galad, y transmitió toda la nueva información a la elfa. Su sorpresa fue mayúscula al enterarse de que Somara era hija de un elfo, por supuesto, y no tuvo más remedio que creerlo cuando Galad lo corroboró. Le informaron también de que Ginalôr se uniría a la delegación.
—Excelente idea —dijo ella—. Sin duda será fundamental para convencer a lord Hiesher de Galmia. Entiendo que el resto de la delegación deberá permanecer al margen de esto hasta que lleguemos a la corte.
—Sí, entendéis bien. De momento solo debe revelarse esto a los gobernadores para evitar más enfrentamientos. No se hará de dominio público hasta dentro de un tiempo, preferiblemente cuando hayamos vuelto de nuestro viaje.
—¿Vos no nos acompañaréis entonces, Galad?
—No —respondió el paladín—, me es imposible acompañaros, pero confiamos ciegamente en vos.
—Está bien, haré todo lo posible. Espero no tener problemas, al menos en Arlaria. Y con Ginalôr, seguramente tampoco en Galmia.
No perdieron tiempo, y tras despedirse volvieron rápidamente a Dársuma, donde llegaron por la mañana, también entre vítores. "¡Viva los libertadores!", pudieron escuchar. "¡Salve a los destructores de las antiguas leyes!". Se miraron, incómodos.
Durante esa mañana reabastecieron el dirigible y aprovecharon para despedirse de todo el mundo.
Violetha se encontró con Symeon:
—Hermano, yo viajaré con vosotros. No quiero arriesgarme a perderte otra vez. Lo siento por Somara, porque me he convertido en un pilar muy importante para ella, pero traspasaré mis contactos a otra de las doncellas y os acompañaré.
—No sabes lo que me alegra oír eso —dijo sinceramente Symeon, con lágrimas en los ojos y abrazando estrechamente a Violetha.
Yuria, por su parte, se reunió con Genhard. Hablaron del futuro y de los planes para las semanas siguientes.
—Tendrás que estar preparado para la posibilidad de un cambio de contrato —dijo la ercestre.
—Sí, ya lo había pensado, claro. El problema es que la mitad de las tropas que dirijo son en realidad soldados regulares del Káikar, y no mercenarios.
—Hay que separarlos, entonces.
—Sí, voy a empezar a hacerlo, lo más discretamente posible. Intentaré destinar a los soldados fuera de la ciudad y que queden aquí los aproximadamente 1000 cuervos de las dos legiones que quedan. El resto partieron al norte y no puedo dar la orden de retorno todavía.
—Muy bien, pero sé discreto, por favor. Espero encontrarte aquí al volver, y de una pieza —Yuria sonrió, y los ojos de Genhard la miraron de tal forma que sus mejillas se arrebolaron—. Por favor.
—No te preocupes. Estaré aquí. Ansioso.
Se miraron fijamente, sonriendo. Yuria sacudió la cabeza.
—Y, por cierto, ¿a cuánto podría ascender el contrato nuevo?
—Pues... mil quinientos Cuervos... unas doscientas y pico monedas de oro al mes. ¿Crees que Ginathân podrá pagarlo? Sin dinero, la cosa se pondrá difícil.
—No lo sé, pero los problemas, de uno en uno. Ahora me tengo que marchar. Cuídate mucho, por favor. Y cuida de Ginathân. Y de Somara y el bebé, sobre todo.
—Por supuesto.
Se despidieron con un maravilloso abrazo y un sentido beso.
El primer día de viaje transcurrió tranquilo sobre los extensos prados del brazo oeste de Aredia, llamado Káikar, y que daba nombre al Imperio natal de Genhard. Pero la noche trajo novedades.
Symeon entró al mundo onírico tras un par de horas desde el atardecer. A su alrededor, pudo ver la representación onírica del Empíreo. Aún parecía más impresionante de lo que lo había sido en días anteriores, un magnífico galeón dorado resplandeciente y bellamente ornamentado, con velas enormes, etéreas y traslúcidas, y un espolón de proa maravillosamente trabajado. Las montañas de estribor se apreciaban como una gran masa gris, y abajo brillaban las llanuras con un resplandor difuso.
De repente, Symeon se quedó sin aliento —«¿acaso respiro aquí?»— cuando algo lo atravesó. Un resplandor plateado penetró por su espalda y salió por su pecho, rápido como un relámpago. El dolor en su torso casi le hace perder la consciencia. Un segundo bólido plateado llegó pocos instantes después, pero afortunadamente pudo evitar que lo impactara en el último momento, utilizando sus habilidades para desplazarse varias decenas de metros hacia un lado. Fuera del dirigible, claro, con lo que empezó a caer mientras veía la estela plateada alejarse. Aun cayendo al vacío, tuvo el temple necesario para concentrarse y observar la estela con sus capacidades especiales. Vio algo que le causó un escalofrío. «Por el bendito camino de retorno, ¿por qué motivo los centauros me estarán atacando de esta manera?».
Con sus últimas fuerzas, mientras caía, intentó salir al mundo de vigilia. Galad y Daradoth, viendo al errante agitarse y quejarse escupiendo algo de sangre, lo zarandearon para que despertara. Y afortunadamente, lo consiguió.
Pero en ese momento, el dirigible sufrió una sacudida violenta, que lo hizo descender dramáticamente. Yuria luchó contra el timón.
—¡Son los centauros! —gritó Symeon con la voz que le quedaba, mientras Galad rezaba a Emmán para curar sus heridas—. ¡Nos están atacando en el mundo onírico! ¡Despertad! ¡Yuria, cuidado!
El Empíreo se sacudió de nuevo, y aún otra vez, y se escoró a la derecha, entrando en caída libre. Yuria, con lágrimas en los ojos y sacudidas de dolor en sus brazos, bramó para que la ayudaran, pero los esfuerzos parecían inútiles. El Empíreo se precipitaba contra el suelo. Solamente un titánico esfuerzo acompañado de un aullido de dolor pudo evitar un destino fatal en el último momento [punto de destino]. El aterrizaje no fue suave, pero finalmente pudieron estabilizar el dirigible y anclarlo bien al suelo. En ese momento, cesaron las sacudidas y los comportamientos erráticos. Yuria necesitó que la ayudaran a bajar, pues estaba totalmente agotada.
Decidieron acampar, así que encendieron un fuego y prepararon algo de caldo, muy reconfortante.
—Symeon, ¿hay explicación para esto? —preguntó Daradoth—. ¿Nos han atacado desde el mundo onírico y ha tenido efectos en este?
—El Empíreo en el mundo onírico es... no sé cómo explicarlo. Es tan tangible como en el mundo real. Supongo que algo tiene que ver.
—Has dicho que eran los centauros. ¿Crees que nos están siguiendo?
—Sí, creo que sí. Y son demasiado poderosos.
—¿Podríamos despistarlos de alguna manera? —inquirió Yuria.
—Creo que sí, si viajamos de día y tomamos un pequeño desvío para que no puedan seguirnos simplemente siguiendo una línea recta, supongo que sí. Y si sobrevolamos el mar, seguro que sí.
—El viaje se retrasará aún más, entonces. Viajaremos solo de día hasta que lleguemos a la costa, y entonces, si queréis que nos arriesguemos, podemos sobrevolar el golfo de Nátinar para despistarlos definitivamente.
—Muy bien. Hagámoslo así.
El día siguiente avanzaron todo lo que pudieron. Symeon decidió entrar al mundo onírico a media tarde, cuando calculaba que sería más seguro y él podría entrar. Nada más acceder, se quedó helado. Sobre las velas de la representación del Empíreo, tranquilamente, dormía una enorme bestia con forma de oso que parecía enteramente compuesta de vidrio, y que reconoció por los relatos. «Maldita sea, ¿una bestia vidriosa? ¿Será cosa de los centauros? Espero que no». Sus pensamientos se interrumpieron cuando detectó una especie de frecuencia extraña que el Empíreo estaba emitiendo. Los centauros habían hecho de alguna manera que el dirigible la generase. Intuitivamente, consiguió detenerla. En ese momento, la bestria vidriosa abrió los ojos y levantó su enorme cabeza.
Symeon despertó al instante, aforunadamente antes de que la bestia se diera cuenta de que estaba allí. Rápidamente, explicó a sus compañeros lo que había visto.
—Es posible que la presencia de la bestia nos venga incluso bien, si es que no han sido los centauros los que la han puesto allí. No lo creo —sentenció—, es más probable que haya sido atraída por la frecuencia de la que os he hablado.
—Bueno, si has conseguido anular esa... señal —dijo Yuria—, supongo que en un par de jornadas habremos podido despistarlos. Esperemos que esa bestia de la que hablas no afecte a nuestro viaje.
—No, no me parece que pueda hacerlo —la tranquilizó Symeon—. En ese sentido, creo que hemos sido afortunados, dentro de lo que cabe. Incluso me arriesgaría a viajar de noche a partir de ahora.
—Mejor esperemos un día más para eso —sugirió Daradoth, siempre precavido.
La mañana siguiente reanudaron la marcha. Al cabo de pocas horas, Daradoth señaló hacia el horizonte nororiental. Con la ayuda del catalejo ercestre, el resto pudo ver lo mismo que él: enormes humaredas que se alzaban detrás de las colinas.
—Mäs o menos en ese punto debe de quedar la ciudad de Udarven —dijo Galad, preocupado, pensando en su padre y sus hermanos. Y en Serenn, su amigo en Emmolnir, prisionero desde hacía años en aquella ciudad. Recuerdos muy dolorosos tomaron forma en su mente.