Terremoto en Doedia
A pesar de su evidente interés por los recién llegados, el rostro del duque Datarian seguía ardiendo de ira. Svadar asintió levemente hacia Symeon esbozando una ligera sonrisa, más sereno que el noble que le precedía.
Una corriente eléctrica recorrió de repente el cuerpo de Symeon, Galad, Daradoth y Yuria. Para su estupefacción, la escalera ya no subía, sino que bajaba vertiginosamente, haciéndoles llegar a una estancia subterránea enorme y oscura. Pero la luz emanaba de ellos, y ellos mismos iluminaron la enorme sala. «Pero, ¿qué demonios...?», pensó Symeon, interrumpiendo sus pensamientos cuando vio a unos metros delante de ellos a Ashira, que proyectaba sombras que bregaban con la luz del errante y la de sus amigos. «Parece tan sorprendida como nosotros». El bastón y la diadema de Symeon y las espadas de Daradoth y de Galad brillaban deslumbrantes; por el contrario, algo inidentificable colgado del cuello de Asira se sumía en la más profunda de las sombras.
La luz dejó ver multitud de columnas y columnatas alrededor de ellos, sosteniendo bóvedas y arcos bellamente trabajados, y que recordaban mucho al trabajo de bajorrelieves del mausoleo bajo la iglesia de Rheynald. Bajo las bóvedas que los rodeaban, la luz iluminó cuatro tronos, uno en cada punto cardinal. Sobre los tronos, cuatro ancianos, todos ciegos, de ojos completamente blancos, que también parecían sorprendidos y lucían unos rasgos inquietantes y... «reptilianos», pensó Galad, a falta de una palabra mejor; por ejemplo, uno de ellos presentaba un brazo lleno de escamas y otro la mitad del rostro cubierta de protuberancias coriáceas y pequeños cuernos. Su tamaño era mayor que el de los humanos, pero no gigantesco. Al igual que Ashira, "observaban" todo con gesto de confusión.
Los ancianos miraron hacia atrás, y de los arcos que quedaban en penumbra tras ellos, comenzó a levantarse un sonido de multitud. Docenas y docenas de figuras empezaron a irrumpir en la sala, también con gesto de confusión. Symeon y los demás sufrieron un escalofrío en la columna vertebral al distinguir claramente, brillantes con un fulgor dorado, que todos los recién llegados lucían una balanza soldadas en sus muñecas.
Sin transcurrir ni siquiera un segundo, sin darles tiempo a respirar, los mediadores de un lado se giraron hacia atrás, abriendo un pasillo. Y los del lado opuesto hicieron lo mismo. Por los huecos abiertos, sendos seres se acercaban. No acertaban a verlos al principio, pero uno de ellos emitía un fulgor verdemar y el otro dorado. A Symeon se le erizó el vello de la nuca. «¿Nirintalath?», pensó. A Galad le pasó lo mismo: «¿Églaras?».
En décimas de segundo, sus pensamientos se vieron confirmados. Desde su izquierda, apareció Nirintalath, en su forma de mujer joven. Menuda en tamaño pero infinitamente peligrosa, como ya sabían todos. Desde la izquierda, salió de las filas de los mediadores Églaras o, mejor dicho, el arcángel Norafel, fiel servidor de Emmán, enorme, poderoso y majestuoso. Por el rabillo del ojo, Symeon pudo ver que Ashira, recuperada un poco del shock, comenzaba a hacer gestos con sus manos. Empezó a moverse para atajarla.
El espíritu de dolor y el arcángel se miraron. Miraron al grupo. Nirintalath sonrió a Symeon, o eso al menos le pareció. El siguiente instante, se lanzó contra Norafel, que hizo lo propio, y todo explotó en un estallido de dolor y gloria que los destrozó por dentro.
Svadar tropezó en la escalera con Ashira, que se había detenido. Taheem también lo hizo con Symeon. Los dos grupos se congelaron unos instantes. Todavía eran conscientes del hormigueo causado por la explosión del choque de las dos poderosas entidades. La errante pareció tranquilizar al bibliotecario y, superando su desconcierto, continuaron. Symeon y los demás hicieron lo mismo.
El duque Valemar Datarian |
—Demasiadas visiones para mi gusto últimamente —susurró, socarrona, Yuria. Los demás se limitaron a afirmar con la cabeza.
Siguieron con su camino hacia el piso superior, siguiendo al senescal y los heraldos, hasta que por fin dejaron atrás la escalera y accedieron al gran distribuidor. Al otro lado se podía ver la puerta a la sala del Trono del Lobo.
De improviso, el suelo empezó a temblar violentamente.
—¡Maldición! —exclamó Yuria— ¡¿No va a acabar esto?!
Pero esta vez no era ninguna visión. Sucedía realmente. Un terremoto. «Bendito Emmán, ¿tendremos tranquilidad algún día?», pensó Galad, mientras él y sus compañeros intentaban no perder el equilibrio; la balaustrada detrás suyo se fragmentó y cayó al piso inferior, y algunas personas cayeron con ella. Empezaron a caer grandes fragmentos de piedra del techo.
Como pudieron, intentando mantener el equilibrio y esquivar los escombros, corrieron hacia la sala del trono.
—¡Debemos proteger a los reyes! —instó Yuria.
Daradoth enfocó sus habilidades con la esencia para aumentar la velocidad de Symeon y la suya propia. En décimas de segundo encauzó el poder necesario y lo aplicó. Abrió mucho los ojos, igual que Symeon, cuando en lugar de sentir un aumento de sus capacidades, se vio invadido por un cansancio extremo. Tanto él como el errante tuvieron que hincar la rodilla en tierra, presas de náuseas y taquicardia. «Maldición», pensó el elfo. El impacto fue mucho peor para Symeon, que no esperaba ninguna alteración parecida. Yuria y Galad siguieron hasta el gran salón, sin darse cuenta de la crisis de sus amigos y atravesando las puertas en equilibrio inestable. Allí, sobre las escaleras que daban acceso al trono, la reina Irmorë estaba gritando órdenes mientras el rey Menarvil intentaba alejarla del peligro. Un par de guardias habían sido sepultados por un derrumbe muy aparatoso. El edificio no paraba de temblar; dos enormes columnas ejercían de sustento principal de la enorme sala, y el ojo experto de Yuria reparó en una enorme grieta que recorría la parte superior de una de ellas.
—Galad, mira aquello —dijo señalando la grieta—. ¡Si la columna cede, todo se derrumbará! ¡Saquémoslos de aquí! —Tras adentrarse un poco más en la sala, rugió en demhano dirigiéndose a los reyes:— ¡Vamos, tienen que salir de aquí, esa columna está cediendo!
Los reyes miraron hacia ella, y la reconocieron.
—¡Seguid a Yuria! —exclamó la reina en sermio—. ¡Haced lo que os dice, rápido!
En el exterior, los corazones de Symeon y Daradoth volvieron por fin a latir normalmente y ambos recuperaron en aliento. Se miraron, con una comprensión silenciosa, y se precipitaron rápidamente hacia el salón del trono. A sus espaldas, parte de la enorme escalera se derrumbó, arrastrando a unos cuantos sirvientes y guardias con ella.
Cuando Yuria vio aparecer al errante y el elfo, les llamó la atención rápidamente sobre la grieta que se estaba expandiendo en una de las grandiosas columnas gemelas. Un crujido horrible se escuchaba procedente del techo. Galad intentó invocar el poder de Emmán, pero el resultado fue inesperado, igual que le había sucedido a Daradoth antes: la garganta empezó a arderle, y los ojos a escocerle de manera que Daradoth tuvo que acercarse y ayudarlo a salir de allí.
Symeon corrió como una centella hasta situarse junto a la columna agrietada, y con una cabriola y un amplio movimiento, clavó su bastón en el suelo en posición vertical. Enfocó en él su voluntad, pero sin resultado. «¿Pero qué demonios pasa aquí?», se preguntó. Tuvo que esforzarse al máximo para que, finalmente, el bastón comenzara a crecer y lanzar varios zarcillos hacia arriba de forma fulgurante. Los zarcillos se ramificaron al llegar al techo y se curvaron alrededor de la columna, estabilizando la situación y reduciendo la caída de cascotes. Symeon dejó allí su bastón, convertido ahora en una tercera columna, y se unió al resto en la salida de la sala. Pero la columna agrietada no aguantó, y parte del techo se derrumbó mientras que varias grietas comenzaban a aparecer en el suelo. Daradoth metió el pie en una de ellas y se rompió el ligamento, que más tarde Galad se encargaría de arreglar, pero la situación era desesperada; parecía que el palacio entero se iba a venir abajo, pues el terremoto estaba teniendo una duración inusitada. Afortunadamente, el bastón de Aglannävyr, junto con la segunda columna, sustentaron prácticamente la mitad del techo, evitando desgracias mayores. La nube de polvo procedente de los escombros los cubrió por completo.
Galad arrastró a Daradoth, Yuria ayudó a varios de los nobles más ancianos, y Symeon acompañó a los reyes al exterior, saliendo de la nube de polvo. En ese momento, el temblor acabó, y se apresuraron a bajar por las enormes escaleras, que habían perdido una parte. Salieron junto con los guardias y los consejeros al patio exterior.
—Gracias... —el rey Menarvil tosió, como casi todo el resto—, gracias por la ayuda, lady Yuria y compañía. Eso que habéis hecho ahí dentro, Symeon... ha sido extraordinario. Muchas gracias —la reina se unió a los agradecimientos de su marido.
—No hay de qué, lo importante es que todos estamos bien —contestó el errante.
—¿Sucede esto muy a menudo en Sermia, majestad? —inquirió Yuria, sobreponiéndose también al ahogo.
—En el tiempo que ha durado mi vida, un par de veces a lo sumo, un ligero temblor. Es cierto que no muy lejos de aquí se encuentran los volcanes Brett, en los montes Darais, pero es la primera vez en mi vida que he sentido esto. Nunca he oído hablar de ello, tampoco.
—En el Ciclo de las Eras se mencionan algunos terremotos. —El que hablaba era Anak Résmere, uno de los bardos reales, que había salido al patio junto a los demás—. Pero ninguno como este. Se ha prolongado muchísimo.
Lo más extraño vino después, cuando el grupo (excepto Galad, que se dedicó a ayudar a los heridos), los reyes y la corte subieron a las murallas para contemplar el entorno. La ciudad estaba muy afectada por el seísmo: muchas casas habían sufrido derrumbes, multitud de incendios se habían declarado por doquier, y se habían producido algunos corrimientos de tierra en los alrededores.
—Habrá que movilizar a los maestros constructores para que estudien la situación y planifiquen la reconstrucción —dijo la reina; acto seguido, el rey dio órdenes al castellano y a los oficiales de la guardia para que convocaran a los masones a su presencia.
—Puedo colaborar con ellos, si así lo deseáis, mis señores —se ofreció Yuria.
—Sois muy amable, mi dulce amiga —contestó con pompa Irmorë—. Por supuesto, agradecemos sobremanera vuestra colaboración.
—Podemos llevar a los maestros constructores a bordo del Empíreo para facilitar su labor —sugirió Symeon.
—Sí, buena idea —coincidió Yuria.
—Muy bien —sonrió el rey—, los pondremos bajo vuestro mando, Yuria. Que la gracia de Enastann sea con vosotros.
Mientras se impartían órdenes y la corte se movilizaba para poner en marcha los trabajos de rescate y reconstrucción, el rey pareció recordar algo, y se acercó de nuevo al grupo:
—Había olvidado que había cancelado otra reunión con el duque Datarian porque traíais un mensaje de lady Ilaith. ¿Es algo urgente?
—Es un asunto de cierta importancia, pero ante esta situación, podemos esperar.
—Está bien, lo postergaremos hasta mañana entonces. ¿Ella está bien?
—Sí, sí, no os preocupéis por eso.
Symeon intentó recuperar su bastón, pero las ramificaciones habían cedido finalmente, y había sido sepultado por los escombros. Los constructores lo tranquilizaron:
—No creo que nos lleve más de un par o tres de días despejar la sala, mi señor, si tenéis paciencia recuperaréis vuestro... artefacto.
—Está bien, pero apresuraos lo máximo posible —suspiró Symeon, resignado.
El errante aprovechó para pedir al rey un favor:
—Necesito que convoquéis al gran bibliotecario a una audiencia privada mañana, a solas, dando a entender que será con vuestra majestad. Para poder hablar con él sin injerencias externas. Por el bien de Doedia. Esa mujer que visteis con Svadar puede estar tramando algo, y por eso necesito hablar con él.
—Está bien, dadlo por hecho, amigo mío —contestó Menarvil—. Mañana a la hora nona.
—Os lo agradezco —se despidió Symeon con una reverencia.
Poco tiempo después, el grupo sobrevolaba la renqueante ciudad a bordo del Empíreo, con media docena de maestros constructores entre la tripulación que tomaban nota incesantemente. Yuria aprovechó para intentar empaparse de sus conocimientos. La ciudad presentaba bastante destrucción, lo cual era normal con el temblor tan prolongado. Pero se sorprendieron cuando sobrevolaron la colina donde se encontraba el complejo de la Gran Biblioteca. Esta se encontraba a apenas cinco kilómetros del palacio real, y su estado era inmaculado. El terremoto no parecía haber afectado en absoluto a ningún edificio o construcción que se encontrara sobre aquel promontorio. Más allá los estragos del temblor se hacían patentes, pero la colina parecía una isla de serenidad en medio de aquel caos. «No encuentro ninguna explicación racional», pensó Yuria, «pero seguro que debe de haber una sobrenatural, para variar. ¿O quizás deberíamos empezar a usar el término "hipernatural"? Por lo poco que sabemos, la Vicisitud no es sobrenatural precisamente, sino lo que subyace a todo».
Otro hecho llamó la atención de Yuria, pues sus conocimientos de organización y tácticas militares estaban fuera de toda escala. Al este de la ciudad, se habían erigido varios campamentos enormes (que también habían sufrido los efectos del terremoto). «Vaya, eso está pensado para albergar al menos tres legiones. Y sin duda, por lo que veo, estaban disponiéndose a partir, y seguramente para atacar. ¿A los vestalenses, quizá? Pensaba que las cruzadas que pensaban lanzar junto a Esthalia se habían cancelado... interesante».
Tras asegurarse de que los alojados en el Arpa de Plata se encontraban perfectamente, retornaron al palacio real, pues los reyes les habían ofrecido alojamiento como huéspedes de alta importancia. El senescal Aereth, junto a algunos sirvientes, les mostró sus aposentos y se retiró.
El grupo aprovechó para comentar lo que había sucedido durante el terremoto con los hechizos de Daradoth y el poder de Galad, y cómo le había costado más de lo normal a Symeon utilizar los poderes del bastón. Pero no encontraron ninguna explicación satisfactoria, así que dejaron de lado tal conversación.
—Voy a intentar observar el mundo onírico sin entrar en él —anunció Symeon, poniendo en guardia a sus compañeros.
Varias veces lo había intentado antes, todas ellas sin éxito, pero esta vez sus habilidades respondieron. Los demás, lo vieron en una especie de trance, con los ojos desenfocados, moviendo la mirada a un lado y a otro, viendo cosas más allá de aquella dimensión. El errante se asomó a la ventana, para poder ver más allá de las paredes de la habitación. El paisaje iridiscente familiar no parecía revelar nada especial, pero en el límite de su visión, una gran mansión en la parte noble de la ciudad, parecía... vibrar.
Aunque Symeon no podía ver a sus compañeros, sabía que se encontraban a su alrededor, así que habló, señalando hacia donde miraba:
—Esa mansión tiene algo extraño. ¿Veis algo desde ahí?
—Yo no —contestó Yuria, cuyas palabras fueron corroboradas por el resto—. ¿Podría ser la mansión del duque Datarian?
—Es posible. Apostaría por ello.
Poco después preguntaron a un sirviente, que les confirmó que aquella era, efectivamente, la residencia del duque Datarian. Se miraron, preocupados, y aprovecharon para comentar la visión que habían tenido mientras subían las escaleras; comentaron el hecho de que Ashira había parecido tan sorprendida como ellos, si no más, así que dudaban de que ella hubiera tenido algo que ver.
—El caso es que —dijo Symeon— hace muchas semanas que no sé nada de Nirintalath, desde aquel ultimátum que me dio. No sé si habrá podido contactar con Trelteran de alguna forma en este tiempo.
—Esperemos que no —Galad se persignó, soñando con el momento en el que pudiera volver a empuñar la otra espada que Ilaith guardaba en su cámara, Églaras—. ¿Tienes algún plan con respecto a Ashira, Symeon?
—De momento, impedir que la nombren Maestra del Saber, y que así no pueda moverse libremente por la Biblioteca. Quiere algo, y debemos impedirlo. Para ello he hecho que el rey emplace a Svadar mañana en palacio, a solas.
—Está bien, descansemos entonces.
—Antes tenemos que reunirnos con los reyes e informarles de todo —intervino Yuria.
Y así lo hicieron. Se reunieron con los monarcas en otra de las salas de palacio, donde se había improvisado una oficina de crisis. Aunque los recibieron de buen grado, los reyes estaban, a todas luces, agotados.
—Adelante, adelante —dijo afable el rey—. Ya nos han comentado los maestros constructores que habéis sido una ayuda fuera de toda medida. Muy bien.
—No ha sido nada, majestad —contestó diplomática Yuria—. No os entretendremos mucho. Sabemos que estáis exhaustos, pero tenemos que poneros sobre aviso de algo.
—De acuerdo, tenéis toda nuestra atención.
—Durante nuestros viajes hemos tenido constancia de una... alianza de ciertas naciones con intereses bastante turbios. Y al ver a esa mujer, Ashira, supimos que tenía algún tipo de poder sobrenatural que no sabemos explicar. No tenemos clara cuál es su relación con el duque Datarian, pero creemos que está intentando manipularlo para conseguir una posición de poder y quizá hacerse con el control, al menos parcial, de Sermia. Y tememos también que intente algo sobre vuestras majestades.
—Entonces —intervino la reina Irmorë—, ¿creéis que mi hermano está en peligro? ¿O que piensa traicionarnos?
Yuria guardó silencio unos segundos. «No esperaba un parentesco tan cercano, maldita sea». Symeon tomó la palabra:
—Creemos que puede estar influenciado por ella.
—En peligro no es probable —continuó Yuria—, al menos mientras le sea útil. Tememos por vuestras majestades, como he dicho...
—Disculpad que interrumpa —terció Daradoth—, pero yo creo que si el duque es vuestro hermano, sí que se encuentra en peligro. No sabemos qué consecuencias tienen las habilidades de esa mujer.
—Eso es solo una hipótesis —rebatió Yuria—. Mientras sea útil...
—Debemos prestar gran atención a la sugerencia de lord Daradoth —interrumpió el rey—. Es de todos conocida la gran sapiencia de la alta raza, y su consejo será tenido muy en cuenta —Yuria prefirió no rebatir esta afirmación. En Sermia, los elfos eran una raza reverenciada, y no valía la pena desafiar esa creencia.
Galad alivió la tensión:
—¿Habéis notado algo diferente en vuestro hermano, mi reina?
—Pues, si os he de ser sincera, creo que está incluso más amable que nunca. Diría que ha cambiado para bien. Como comandante en jefe del ejército de Sermia tiene muchas responsabilidades, y eso le pesa.
—Ya veo.
—¿Os puedo preguntar si sabéis qué relación une a Ashira con vuestro hermano? —preguntó Daradoth.
—Que yo sepa, solamente es su huésped.
—Está bien, mis señores —zanjó Symeon—, os dejaremos descansar, solo queríamos poneros sobre aviso de esto. Mañana nos veremos a la hora nona.
—Sí, maese Svadar está avisado, como nos pedisteis.
—Muchísimas gracias, majestad. Redoblad la guardia esta noche y, si tenéis algún sueño extraño esta noche, hacédmelo saber, os lo ruego.
—Así lo haremos.
—Solo una cosa más —añadió Yuria—. No he podido evitar los campamentos al este de la ciudad. ¿Se preparaba el ejército para atacar?
El rey suspiró, cansado a todas luces. Quería acabar con la conversación, pero aun así encontró la presencia de ánimo para contestar:
—La situación en el imperio vestalense es extremadamente convulsa, no menos de lo que lo parece en Esthalia. Las informaciones de nuestros exploradores son que todos los ejércitos en misiones expedicionarias o destinados a las fronteras han vuelto hacia el interior del imperio. Parece que están inmersos también en una especie de guerra civil. No sé si habéis oído del advenimiento hace unos meses del Ra'Akarah y su caída; unos dicen que fue asesinado, otros incapacitado, otros destronado, pero todos parecen coincidir en que lo provocó un grupo de extranjeros. —El grupo disimuló perfectamente su satisfacción—. Ese hecho parece haber desencadenado unos acontecimientos que han enfrentado a los vestalenses entre sí, y a sugerencia de mi cuñado el duque, concentramos aquí un gran número de tropas para recuperar el territorio que una vez fue sermio.
—Gracias por la información, mi señor —dijo Yuria—. Ya sabéis de mis capacidades, así que si puedo seros de utilidad, estoy a vuestra disposición.
Se retiraron a descansar, y al llegar a la puerta de sus aposentos les esperaba un sirviente. Llevaba en la mano un pergamino cerrado y sellado, y se lo dio a Symeon. En el pergamino figuraba el nombre del errante con la ornada letra de Ashira.
Entraron a las habitaciones, donde Symeon abrió el pergamino, informando a los demás de quién era la remitente. Estaba escrita en minorio.
Al amanecer, en el templo de Sirkhas.
A.
—Ashira me invita a reunirme con ella al amanecer —indicó a sus compañeros.
—Tú puedes jugar a lo mismo —dijo Galad—. Envíale un mensaje y cítala al atardecer. Al menos que no tenga el control total. Y así ya tendremos información sobre Svadar cuando te encuentres con ella.
—Sí, así lo haré. Pero la citaré al mediodía.
Symeon utilizó el mismo pergamino para escribir su mensaje. Lo envió a la mansión de Datarian con uno de los sirvientes.
La mañana siguiente, tras desayunar, se dirigieron hacia la sala de audiencias. Symeon tomó asiento en la mesa, y el resto permaneció apartado, en un lugar apartado de la vista. Poco después llegaban los reyes, que también se sentaron a la mesa. Poco después, un mayordomo anunciaba a maese Svadar. El Gran Bibliotecario pasó y saludó diplomáticamente a los monarcas. Se sorprendió al ver a Symeon allí. El errante tomó la palabra:
—Disculpadme, Svadar, esto ha sido un favor que he pedido a sus majestades. Quería reunirme con vos a solas.
—Entiendo. Ya me había informado Nerémaras de vuestra solicitud, no veo la necesidad de convocarme así, pero ya que estamos aquí, decidme.
—Ayer os vi con esa mujer, Ashira. Necesito que me digáis lo que sepáis de ella. Comprenderéis más adelante por qué os lo pregunto.
Svadar miró a los reyes, que confirmaron la petición de Symeon sin ningún género de duda.
—De acuerdo. Ashira es una rica comerciante de la Confederación, protegida y socia de comercio del duque Datarian. Nos ha impresionado a todos con sus conocimientos, que son descomunales.
—Lo sé. La conozco muy bien. Es mi esposa.
Los reyes rebulleron en su asiento. Svadar también.
—No lo sabía —acertó a decir el gran bibliotecario.
—Normal. Solo quiero saber si realmente la vais a nombrar maestra del saber.
—Bueno, en realidad eso corresponde al consejo de los sapientes, a mí simplemente me han pedido el favor de oficiar la ceremonia.
—¿Os habéis fijado en cómo está influyendo Ashira en su entorno? ¿En todos vosotros? Incluso hay sapientes que han sacado libros para ella, por todas las estrellas del cielo.
—Creo que vos hicisteis lo mismo por Daradoth...
—La cuestión es que esa mujer pertenece a las filas de la sombra —le cortó Symeon—. Y quiere ser nombrada sapiente para conseguir acceso a las partes restringidas de la Biblioteca. ¡Quiera Ninaith que no lo consiga, pues no sé de qué maldades sería capaz entonces!
—¿Pero no creéis que vos mismo, como maestro del saber, deberíais hablar directamente con el consejo? Yo en esto soy un mero espectador, por más que vuestra advertencia me cause inquietud...
—Sí, pero quería ver hasta qué punto estabais vos influenciado por su presencia. Tal vez os haya hecho preguntas veladas sobre alguna sección concreta.
—La verdad es que hemos hablado muchísimo, sobre muchos temas, y sobre artefactos tiene un vastísimo conocimiento arcano.
—Sí, ella es una buscadora, como yo. Una errante.
—¿Errante? Es una comerciante de la Confederación.
—Pero errante. Solo quiero que estéis avisado y tengáis cuidado con ella. ¿Qué tendríamos que hacer para evitar su nombramiento?
—Tendréis que convencer al consejo. Recordad que vos mismo fuisteis nombrado sapiente simplemente con tener la opinión favorable de uno de ellos. Imaginad con todo el consejo... creo que es una misión imposible.
—Muy bien. Quería poneros sobre aviso. Intentad no contestar a sus preguntas ni darle pistas sobre información oculta, os lo ruego.
—Está bien, haré como decís. Ahora, si me disculpáis, volveré a mis quehaceres.