Decreto de los Mediadores. Llegan los Enemigos.
El grupo se apresuró a abordar el Empíreo tras convocarlo a través del búho de ébano de Daradoth.
—Debemos apresurarnos —instó Yuria—. Tengo que evaluar la situación antes de que anochezca. Con suerte, podré calcular aceptablemente cuál de los contingentes llegará antes aquí.
La mano experta de la ercestre dirigió la aeronave a una velocidad endiablada, observando siempre que podía a través del catalejo para evaluar la situación. Finalmente, completaron el círculo y mantuvieron un vuelo estacionario al sur de Doedia.
—Maldita sea —juró Yuria—. Tengo dudas entre dos de las huestes. Las primeras en llegar serán la del duque, al noroeste, y la legión del suroeste. Pero no puedo asegurar cuál lo hará antes. Qué pérdida de tiempo.
—Bueno, no nos lamentemos —la animó Galad—. Todos hacemos más de lo que podemos. Tendremos que defender la ciudadela de forma tradicional.
Retornaron a la ciudad mientras el sol se ponía.
—Espero que esa presencia tan poderosa que percibí en el mundo onírico no colabore con Datarian —dijo en voz queda Symeon.
—Si es así, creo que no podremos mantener la ciudadela —contestó Daradoth.
—Dejad a un lado esos pensamientos —cortó Galad—. No vamos a rendir Doedia solo por una sospecha. Si, como parece probable, esa presencia es un kalorion, lo más seguro es que haya acudido para ayudar a Ashira o investigar la biblioteca, ¡no dejemos el ánimo desfallecer!
Todos guardaron silencio, pero en el fondo de sus corazones agradecieron las palabras del paladín, mirando hacia proa, donde Doedia ya se veía a la tenue luz del crepúsculo.
De repente, todos tuvieron que entrecerrar los ojos, cuando se hizo de día, con el sol en su cenit. En un suspiro, el Empíreo fue sacudido por un potente viento, el cielo se cubrió de nubes, y empezó a nevar. Un relámpago estuvo a punto de alcanzar el dirigible; el frío era intenso, y alguien gritó:
—¡Mirad! ¡Allí abajo! La tierra...
Symeon miró sobre la borda, y lo que vio lo dejó espeluznado. La tierra parecía... agua sobre la que se hubiera lanzado una piedra. Ondas que parecían proceder de la Biblioteca la recorrían, sin quebrarla, pero debían estar causando estragos allá abajo. «Maldición», pensó, temblando por el frío. «Esto es cada vez peor».
Tan pronto como la situación se había descontrolado, todo volvió a la normalidad. Desapareció el frío, la nieve, las nubes, y todo volvió a estar iluminado con los últimos rayos del atardecer.
Cuando Symeon explicó lo que había visto a sus compañeros, Galad vio, como casi siempre, el lado positivo:
—Si las sacudidas de la tierra eran tan pronunciadas, debemos de haber ganado tiempo, porque las legiones que se acercan a Doedia serán ahora presa del caos.
—Pues tienes razón —coincidió Yuria—, igual hasta tenemos que dar las gracias por esto.
—En ese sentido sí, pero ya veremos qué implica. Estoy convencido de que algo dramático ha sucedido en la biblioteca —dijo Symeon.
Decidieron acercarse hacia la colina del complejo, pasando de largo de la ciudad por el momento. Allí, ya caída la noche, Daradoth pudo ver que las personas que antes habían permanecido inmóviles ya no lo estaban; había movimiento. Y en lo alto de las escaleras de la entrada a la biblioteca, un mediador observaba a su alrededor, atento, con los brazos cruzados.
Volvieron a Doedia, preocupados por los efectos que podían haber tenido las ondulaciones de la tierra sobre la ciudadela. Afortunadamente, las ondas no parecían haber tenido ningún efecto sobre las construcciones, no así sobre las personas y animales. Había una multitud de heridos que ya estaba siendo atendida.
En la sala de gobierno se encontraron con la duquesa, los nobles y los bardos, la mayoría con cara de agotamiento, pues había sido un día muy largo, y el "temblor" había venido a complicarlo todo.
—¿Hay alguna noticia esperanzadora? —inquirió lady Sirelen—. ¿Algún plan de acción?
—Sí —contestó Yuria—. Estamos convencidos de que ese extraño temblor nos ha hecho ganar algo de tiempo, y la legión de Wolann debe de estar a punto de llegar si no lo ha hecho ya... ¿no? Bueno, seguro que pronto. Defenderemos la ciudadela el mayor tiempo posible para dar tiempo a que despierten sus majestades.
Galad aprovechó para plantear lo que le había carcomido desde su sueño inspirado por Emmán:
—Yo pienso que debería ir a Tarkal a conseguir todos los paladines que pueda traer con los dirigibles. Eso nos dará una ventaja decisiva. —Quiso acabar su enunciado en ese punto, pero no pudo. Los verdaderos paladines de Emmán no ocultan hechos ni intenciones—. Y Églaras también está allí. Emmán me ha revelado que es la clave.
Estas palabras hicieron que los presentes cruzaran miradas de inquietud. Pero no pudieron abundar sobre el asunto, porque un senescal irrumpió en la sala, precipitadamente, olvidando el protocolo.
—¡Mis señores, mis señores! —exclamó—. ¡Dos mediadores se dirigen hacia aquí! Es imposible detenerlos.
Todos se pusieron en pie. Poco tiempo después, sin anuncio previo, las enormes figuras de dos mediadores entraban en la sala, con el paso seguro que da la autoridad y las balanzas soldadas a los huesos de sus muñecas bien visibles. Ambos se detuvieron a corta distancia, y aunque el grupo intentó mantenerse en segundo plano, los inquietantes ojos grises los taladraron durante unos larguísimos treinta segundos. Galad se encomendó silenciosamente a Emmán, y un hilillo de sudor resbaló por la nuca de Symeon. Finalmente, uno de ellos habló con voz profunda:
—La biblioteca de Doedia queda a partir de este momento bajo la protección de los mediadores. Ya no forma parte del reino de Sermia.
Y, sin más, dieron la vuelta y se marcharon. Todos los presentes exhalaron, liberando la tensión. Anak Résmere rompió el silencio:
—Bueno, eso ha sido bastante claro.
—Sí, y conciso. Podría haber sido mucho peor.
Tras despedirse, todos se retiraron a descansar. Galad volvió a pedir la inspiración de Emmán en su sueño. «Bendito Emmán, permíteme soñar con lo que ha ocasionado los hechos extraños de esta tarde».
Galad se vio en un entorno de prados y colinas, con el viento refrescando su rostro. De repente, sobre el horizonte vio levantarse una enorme balanza dorada compuesta, aparentemente por unas extrañas nubes. Cuando ya se levantó completamente sobre el cielo, la balanza pareció explotar, provocando una poderosa onda expansiva. Una onda mortal sin lugar a dudas; el viento que levantaba ya llegaba con fuerza hasta Galad, que de repente cayó en la cuenta: Églaras estaba en su mano derecha. con la punta reposando sobre el suelo. La levantó ante él, invocando su poder, y la onda de choque se partió en dos al llegar, dejándolo ileso, a él y a la ciudad que tenía a su espalda. Un estallido de luz dorada partió desde la espada y deshizo los restos de la balanza onírica que había provocado aquello.
Y en ese momento, un dolor atroz desgarró a Galad por dentro.
En el mundo de vigilia, Daradoth vio que su amigo empezaba a convulsionar, escupiendo gotas de sangre. Acudió rápidamente, mientras Symeon se despertaba y se aproximaba.
—¿Qué ocurre? —preguntó el errante.
—No lo sé, de repente ha empezado a agitarse violentamente. No sé si...
—¡Alguien debe de estar atacándole en su sueño! —exclamó Symeon en cuanto comprendió lo que ocurría—. ¡Tenemos que despertarlo! ¿Conoces algún hechizo para ello?
—Si lo conociera, no estaría dándole golpes en la cara.
Galad escupía ya la sangre a borbotones.
—Pues no sé qué... —Symeon se giró de repente—: ¡Yuria! ¡Yuria, despierta!
Yuria, con su instinto militar, se puso en pie totalmente lista para la acción.
—¡Necesito que toques a Galad con tu talismán! —gritó Symeon mientras Daradoth ponía a Galad de lado para que no se ahogara.
—¡Voy!
La ercestre se abalanzó sobre el paladín y lo tocó. Galad dejó de convulsionar, pero respiraba con dificultad. Yuria lo examinó en breves segundos, y empezó a rugir órdenes para que Daradoth y Symeon le trajeran las herramientas adecuadas. Perforó la carne de Galad para drenar los pulmones, y lo cosió. Varios sirvientes y uno de los bardos habían acudido con el escándalo, pero todos se retiraron cuando, media hora después, Galad pareció estabilizarse gracias a los cuidados médicos de su compañera. Por fin pudieron hablar en privado:
—¿Qué demonios ha pasado?
—Alguien debe de haberlo atacado en sueños —dijo Daradoth, mirando a Symeon.
—Pero no he detectado nada en el mundo onírico —comentó Symeon—. El talismán lo ha dejado inconsciente y lo ha salvado, pero no sabemos si se ha tratado de un ataque sobrenatural o que alguien ha atacado su sueño. Pero creo que lo más normal es la segunda opción. Seguramente habrá pedido la inspiración de Emmán y alguien ha localizado su sueño. Esa habilidad está todavía fuera de mi alcance.
El resto de la noche discurrió tranquila y por la mañana, poco antes de amanecer, Yuria se aprestó a dar las órdenes necesarias para la defensa de la ciudad, tanto de medios convencionales como arcanos.
No transcurrió mucho tiempo antes de que unos soldados avisaran a Yuria de que una pequeña multitud había llegado al patio de armas. Sesenta o setenta maestros del saber habían acudido a la ciudadela. Según explicó su líder, triste y resignado, los mediadores habían prohibido a los sapientes el acceso y la residencia en la biblioteca.
—Lord Daradoth, necesitamos encontrar una nueva sede, hemos sido expulsados de forma tremendamente injusta. —Al darse cuenta de lo que había dicho refiriéndose a los mediadores, el hombre miró a su alrededor, inquieto.
—No os preocupéis, nos encargaremos de eso; de momento, os acogeremos en la ciudadela.
Se inclinaron en gesto de agradecimiento, y acompañaron a uno de los senescales, al que Yuria ordenó encontrar un sitio adecuado para los sapientes.
Poco antes de mediodía, Galad despertó, no del todo recuperado. Y compartió el sueño que había tenido con los demás. Églaras parecía volver a ser la clave. Insistió en acudir lo antes posible a Tarkal y volver con la espada y los paladines.
—Debemos esperar un poco —dijo Yuria—. Yo calculo que podremos resistir el asedio al menos durante dos meses, así que si se estabiliza, tendrás tiempo de hacerlo. Pero antes debemos estabilizar la situación.
Justo en ese momento, sonaron cuernos en el exterior, anunciando la llegada de un contingente de soldados. Se dirigieron rápidamente hacia la entrada principal. Y con regocijo, comprobaron que quien llegaba era Wolann con unos setecientos soldados.
—Menos mal —dijo Yuria—, buenas noticias al fin.
—Parece que han desertado unos cien hombres. Un buen balance.
Saludaron efusivamente al general esthalio, y se procedió a habilitar los barracones y un campamento para aquellos que no pudieran alojarse allí.
Los encuentros no habían terminado aún aquella mañana. Poco tiempo después, Yuria era abordada por los la delegación vestalense de Bidhëd ra’Ishfah.
—Mi señora, ¿es cierto que la ciudadela va a ser asediada? —preguntó, airado.
—Así es —Yuria estaba demasiado atareada y cansada como para andarse con rodeos.
—Pero entonces, ¿cómo pensabais ayudarnos? ¿Nos estabais engañando acaso?
—No, esto es una situación nueva que...
—¡Hace días que marchan hacia Doedia!
—Calmaos —intervino Galad—. Hasta hace poco, el asedio no era una certeza. Ahora lo es, y debemos normalizar la situación antes de ayudaros.
—Pero, si estáis en medio de una guerra civil...
—Si despiertan los reyes, no habrá lugar a ninguna guerra —«eso espero», pensó.
—¡Esto es un ultraje! Pedimos permiso para salir de la ciudadela.
Aproximadamente un par de horas más tarde, la delegación vestalense se marchó de Doedia.
A media tarde, un sirviente acudió corriendo a Yuria.
—¡Mi señora, mi señora! Me envía lord Taheem. ¡Sus majestades han despertado!
—¡Qué buena noticia! Avisad sin demora a los demás.
Corrieron rápidamente hacia los aposentos de los reyes, donde se encontraron con Taheem, al frente del grupo de protectores reales. Los monarcas estaban sentados en sus lechos, siendo atendidos por doncellas y sirvientes. Bebían y comían ávidamente. Se les notaba débiles.
—Sus majestades —dijo Daradoth—, qué buena noticia y cuán necesaria. ¿Os encontráis bien?
—Un poco mareados —contestó el rey—. Según lord Taheem —Taheem arqueó una ceja al oír el tratamiento "lord" junto a su nombre— hemos dormido largo tiempo.
—Seis largos días, exactamente majestad —informó Yuria—. Y supongo que os interesará saber por qué.
Acto seguido pasaron a explicarles sus sospechas de que Ashira y Datarian habían inducido su sueño para someterlos a algún tipo de ritual o maldición, la toma de la ciudadela y la lucha contra los demonios que habían acompañado al duque. Y también el decreto de los mediadores respecto a la biblioteca. Mientras lo explicaban, llegaron al lugar el resto de miembros del consejo. Los reyes no salían de su asombro.
—Además —añadió Daradoth—, el duque se dirige en este momento hacia Doedia con seis legiones, y están a punto de llegar. Cuenta con el apoyo de una compañía de elfos oscuros, y sospechamos que algo más.
Los reyes se atragantaron cuando escucharon esto último. La duquesa Sirelen, preocupada por ellos, interrumpió:
—Lo mejor será que recuperéis fuerzas y dentro de unas horas os pongamos al corriente en la sala del consej... del trono, quiero decir.
—Muy bien. Y gracias por vuestro leal servicio, lady Sirelen, lady Yuria.
—Solo una cosa más, majestad —añadió Yuria—. Creo que debemos enviar inmediatamente mensajeros a las legiones que se acercan para informarles de que habéis despertado y os encontráis bien, y necsitaríamos vuestro sello.
—Por supuesto —Menarvil se sacó el pesado anillo del dedo corazón de su mano—, haced buen uso de él.
Dicho y hecho, en poco menos de veinte minutos, media docena de mensajeros partía con cartas lacradas con el sello real de Sermia.
A media tarde, Anak se encontró con Galad.
—Tengo una idea que me ronda la cabeza, hermano Galad. ¿No creéis que sería buena idea revelar la existencia de los gemelos a sus majestades cuanto antes? No deberían sentirse amenazados, pues el Imperio Trivadálma no reclamaría tierra alguna en Sermia.
—No sé qué deciros, Anak. No es que me parezca una mala idea, pero deberíamos madurarla un poco más.
—Sí, está bien.
Al atardecer, los monarcas hicieron acto de presencia en la, de nuevo, sala del Trono, donde con el boato y la ceremonia adecuados subieron de nuevo a ocupar la Sede del Lobo. Todo el mundo se mostraba mucho más animado ahora. Daradoth y Yuria dieron toda la información que conocían sobre la biblioteca y los ejércitos al consejo, poniendo también al corriente a los reyes.
—Es muy posible —dijo Yuria— que el duque haya sido manipulado por Ashira y sus aliados de la Sombra. Pero debemos confiar en que los capitanes sean convencidos por vuestra presencia.
—Por otro lado —intervino Daradoth—, está el asunto de la biblioteca y los mediadores, que no deberíamos perder de vista. Algo muy importante ha pasado en el complejo, algo relacionado con Ashira y posiblemente algún kalorion, que espero que no redunde en nuestro perjuicio.
—Los maestros del saber han sido expulsados, y no sabemos nada de los bibliotecarios —añadió Symeon.
—La biblioteca deberá esperar hasta que resolvamos los asuntos más acuciantes, por desgracia —dijo la reina—. Nos encargaremos de ello en cuanto podamos.
De nuevo en sus aposentos al anochecer, el grupo aprovechó para exponer las ideas de cada uno al respecto de la biblioteca, los enemigos, y la situación en general. Daradoth preguntó a Galad acerca de la interpretación de su sueño, y si Églaras iba a ser la salvación y a la vez la perdición. El paladín no supo dar una contestación concreta, pero sí que anunció que, al menos mientras permanecieran en Doedia, no pediría más la inspiración onírica de Emmán. La sensación que experimentó al ser atacado había sido desgarradora, y sentía que había salido con vida por muy poco. Era mejor no tentar a la suerte. Symeon, por el contrario, sí que decidió acceder al mundo onírico. Lo hizo muy rápidamente, evitando cualquier encuentro con presencias extrañas, y solo echó un rápido vistazo a la colina de la biblioteca. Al despertar, solo un par de minutos después, anunció:
—Efectivamente, la colina vuelve a estar completa y la representación onírica de la biblioteca vuelve a estar ahí, más o menos igual que antes.
Un nuevo día llegó sin más sobresaltos. Muy temprano, las campanas de la ciudadela comenzaron a sonar, anunciando la evacuación de la ciudad y el refugio de aquellos que desearan colaborar en la defensa en el interior de la ciudadela.
Poco antes de mediodía, los centinelas empezaron a escuchar cuernos y tambores a lo lejos, desde el noroeste al principio. Yuria dio la orden de cerrar las puertas, los rastrillos, y reforzó la guarnición en las almenas. El Empíreo ya se había alejado de madrugada, portando el Ebyrith de Daradoth por si había que organizar una evacuación rápida. La noche anterior, el dirigible había traído a la ciudadela al padre de Galad y a los dos miembros del Vigía que se encontraban en el monasterio. El resto debería esperar allí.
Desde las torres, el grupo pudo ver, a través de una ligera lluvia, cómo las legiones de Datarian y la de Tybasten al oeste comenzaban a levantar campamentos y tomar posiciones. Unas horas después comenzaron a sonar los instrumentos en el suroeste, por donde llegó otra legión que procedió a organizarse. Por la tarde, llegaron desde el norte y por la noche aparecerían los del sureste, presuntamente acompañados por los elfos oscuros. De momento, ni mensajes ni retorno de los mensajeros que habían enviado.
La noche transcurrió tensa pero tranquila, alterada solamente por la llegada del contingente del sureste, con la comitiva iluminada por antorchas y los elfos oscuros marchando junto a los humanos. Daradoth, observando la escena desde una de las torres, tuvo destellos de color rojo en su visión; afortunadamente, fueron muy breves.
Poco después del amanecer, pudieron oír trompetas. Los centinelas informaron de una comitiva que se acercaba a la puerta principal enarbolando bandera blanca. Los nobles y los reyes se apresuraron a recibirlos de forma adecuada, con la delegación más impresionante que pudieron reunir. Allí estaban los bardos, la duquesa, el resto de nobles, y siempre cerca, Yuria, Galad, Daradoth y Symeon vestidos con ropas de combate. Se dispusieron sobre el bastión que protegía la puerta, fuertemente defendido. Symeon con su bastón de aglannävyr, Galad con su espada sagrada, Yuria con su impresionante uniforme ercestre y Daradoth con el brillo de Sannarialáth en su espalda ofrecían una visión realmente amedrentadora.
La comitiva de jinetes apareció por la avenida principal. En cabeza iba Datarian, con una magnífica armadura y un espectacular corcel con barda. Entre los demás reconocieron solo a Tybasten. Y uno de los jinetes iba encapuchado; Daradoth lo reconoció al instante como un elfo (o elfa) oscuro. Consiguió mantener a raya el tinte rojo de su visión.
Anak amplificó la voz del rey, que percutió contra los enemigos cuando este habló:
—Espero que hayáis venido a presentarnos vuestros respetos y a poneros a nuestras órdenes, lord Datarian.
La voz del rey fue tan estentórea que varios caballos de la comitiva caracolearon. No el de Datarian, bien adiestrado. Tras dudar unos segundos y observar a sus compañeros, el duque espetó:
—Veo que los rumores eran ciertos, y habéis despertado. Me alegro por ello.
—Sí —intervino la reina, con una voz igual de potente—. Despertamos de un sueño al que fuimos inducidos. ¿Acaso por vos, hermano?
—No sé qué os hace pensar eso. Os he servido siempre fielmente, y lo único que he obtenido ha sido traición y mal trato.
—Entonces, ¿por qué levantáis la mano contra los legítimos gobernantes ahora? —el rey hizo una pausa, mirando a su alrededor—. ¡Si este hombre persiste en su empeño, todo aquel que lo siga se considerará un traidor a Sermia, y como tal será tratado!
Algunos de los integrantes del séquito de Datarian rebulleron inquietos; unos pocos incluso intercambiaron miradas preocupadas. El duque se apresuró en continuar:
—¡Me alzo contra vos, porque creo que no sois los gobernantes que Sermia necesita! —giró su corcel, recorriendo las comitiva que lo acompañaba—. ¡Se nos prometió la vuelta a la grandeza de Sermia, la vuelta al imperio, y no se cumplió! ¡Se reculó cobardemente! ¡Confiáis demasiado en el hermano mayor esthalio, y os habéis convertido en sus meros peleles! Yo os prometo que bajo mi mando, ¡seremos la nación más poderosa y rica de este continente! ¡Lo conquistaremos todo!
Mientras Datarian profería su discurso, Daradoth aprovechó para, discretamente, canalizar unos hechizos de detección sobre el duque. Reunió el poder necesario y lo dirigió hacia él. Al instante, pareció evaporarse sin ningún efecto. Lo intentó una segunda vez, con el mismo resultado. «Maldición, tienen hechiceros, sin duda», pensó el elfo, que cada vez tenía más dificultades para contener su visión carmesí. Pocos segundos después, como respondiendo a su pensamiento, aparecieron por la avenida otros dos jinetes, encapuchados, con túnicas azul marino. «Más elfos oscuros. Nnnnh, debo respirar, debo respirar...».
Daradoth sacó a Sannarialáth de su vaina y puso un pie sobre las almenas.
—¡¡Demonios!! —gritó, viendo todo a través de un prisma de rubí. El odio lo consumía—. ¡Acabaré con todos vosotros!
Todo el mundo, incluidos los enemigos, se congelaron, sorprendidos. Por suerte, Anak ya había oído hablar de los arrebatos de odio a la Sombra de Daradoth, y entonó en voz baja una melodía. Daradoth se calmó al instante. La situación fue bastante embarazosa, pero todo quedó en eso mismo, y no llegó a mayores. Galad decidió continuar el intercambio con Datarian:
—Entonces, ahora confirmáis vuestra traición, como acólito de Sombra que sois. No nos dejasteis ver a los reyes cuando cayeron enfermos, ¡y ahora os aliáis con seres de Sombra! ¡Cualquiera que esté con vos es un traidor a Sermia, y la ira de Emmán caerá sobre él! ¡Yo me encargaré personalmente de hacérsela llegar!
—¡Mentís! Yo solo quise ayudar al reino. ¡Solo quiero llevar a Sermia a la gloria! ¡No quiero cobardes como vosotros, ni alianzas que nunca se cumplirán! ¡Gloria! ¡¡Gloria!! —bramó dirigiéndose a sus fieles, que gritaron con él.
—¡Es vuestra última oportunidad! —rugió Galad—. ¡Se os impartirá justicia a todos!
—¡Rendid la ciudadela!
—¡Nunca! ¡Acabaremos con vosotros!
El rey Menarvil y Datarian intercambiaron miradas fulminantes. En ese momento, Yuria sintió una ligera descarga procedente de su talismán. Dio un salto adelante.
—¡Nos están atacando! ¡He sentido un hechizo! ¡Cuidado! ¡Traidores! ¡Arqueros, disparad!
Los arqueros tensaron y soltaron en un instante. Una lluvia de flechas cayó sobre el duque y los demás, pero fue desviada como si fuera sacudida por un fuerte viento. Los enemigos se retiraron precipitadamente, custodiados por los jinetes encapuchados.
—Confío en que hayamos plantado alguna semilla de duda entre los generales de ese maldito traidor —dijo el rey en voz bien alta.