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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 19 de junio de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 21

Un Anuncio inesperado. Intento de Salida.

Se retiraron rápidamente de la muralla principal y se reunieron de nuevo en la Sala del Trono, donde mantuvieron una breve conversación sobre el episodio de la negociación y el presunto ataque con el que había acabado todo abruptamente.

—Mi mayor preocupación —dijo en un momento dado Symeon— es la noche. Si esa presencia que detecté sigue estando presente y se pone de parte de los elfos oscuros, no tendremos posibilidades de resistir.

Tras unos momentos de valorativo silencio, Galad anunció:

—Creo que ha llegado el momento de hacer caso los sueños inspirados por mi señor. Si te parece bien, Yuria, usaré el Empíreo para viajar a Tarkal e intentar traer a Églaras.Y también a Davinios y cuantos paladines pueda traer.

—Si no hay más remedio y todos estáis de acuerdo en que es la única forma de salvar Doedia, por supuesto —contestó Yuria.

Plantearon la situación a los reyes y a los nobles. El plan inicial sería que Galad viajara con Suras, la tripulación y Taheem hasta Tarkal esa misma noche. Los monarcas plantearon sus reservas, pero no tuvieron más que palabras de agradecimiento y admiración hacia el grupo, que había hecho mucho más de lo que le hubiera correspondido en una situación como aquella.

—La presencia de los elfos oscuros lo cambia todo —dijo Daradoth en tono grave—. Sus habilidades abren la puerta a ataques sobrenaturales, y no podremos resistir eso sin ayuda.

Estas palabras terminaron de convencer a los reyes, que en  realidad no intentaron impedir el plan del grupo en ningún momento, y despidieron el consejo deseando suerte a Galad en su empresa.

Más tarde, con el sol ya descendiendo hacia el atardecer, el grupo fue convocado a presencia de los reyes. Pero no en la Sala del Trono, que habría sido lo habitual, sino en la antesala de sus aposentos. 

Galad, Dardoth, Symeon y Yuria pasaron con uno de los senescales, que a continuación dio orden a los sirvientes de desalojar la estancia.

—Nos tenéis en ascuas, majestades —dijo Yuria, viendo que habían quedado completamente a solas con los reyes—. ¿Qué deseáis?

La sonrisa del rey los tranquilizó.

—Hemos requerido vuestra presencia —dijo en voz baja, previniendo la presencia de oídos indiscretos— porque, aprovechando el viaje del hermano Galad, querríamos que transmitiera un mensaje muy importante a lady Ilaith. Un mensaje excelente.

—Por fin estoy encinta —dijo la reina, radiante.

El grupo se miró. «Vaya», pensó Symeon, con la mente de repente presa de una pléyade de pensamientos sobre la larga estancia de los reyes en el mundo onírico.

—Nuestras más sinceras felicitaciones, sus majestades —dijo Yuria, muy educada, secundada por el resto inmediatamente. «Si no hay imprevistos, eso resuelve el problema de la sucesión y evitamos problemas».

—No os preocupéis, haré todo lo que esté en mi mano para informar a lady Ilaith de las buenas nuevas —aseguró Galad.

Más tarde, Symeon se reunió a solas con Galad para sugerirle que Violetha abandonara el monasterio y viajara con él. Ninguno de los dos confiaba plenamente en lady Ilaith una vez que amasara una gran cantidad de poder, y Violetha podría tejer una red de influencia que los mantuviera al tanto de todo lo que ocurría. Pero finalmente, desecharon la idea: que el Empíreo descendiera al monasterio era una forma de llamar la atención sobre él que nadie deseaba. Violetha debería esperar junto a la reina élfica y los demás.

Esa misma noche, Daradoth dio la orden a través del Ebyrïth para que el Empíreo descendiera sobre el patio de armas de la ciudadela. Galad se despidió de su padre, quien por primera vez en mucho tiempo se sentía útil de nuevo, ayudando a Yuria en la defensa de la fortaleza. Garedh lo miró fijamente, y espetó:

—Pero no estarás pensando en ir tú solo, ¿verdad?

—La verdad es que no, me acompañará Taheem y la tripulación. Y tú.

—Ya sé que no irás solo, zoquete —Garedh sacudió la cabeza—, no puedes dirigir el chisme ese tú solo. Me refiero a otro nivel de "solo". Y sabes a lo que me refiero. A tus verdaderos compañeros de viaje. Alguno debería acompañarte, pues tengo un mal presentimiento. ¿Lord Daradoth, quizá?

Galad no quiso contrariar a su padre. Explicó la situación a sus amigos, y Daradoth se mostró de acuerdo:

—Sí, te acompañaré. Intuyo sabiduría en las palabras de tu padre, Galad. Y es muy posible que el viaje no sea apacible. 

Poco más tarde, ya caída la noche, mientras el Empíreo descendía entre la fina lluvia lo más verticalmente posible hacia el patio de amas, Daradoth, Galad y Taheem se despedían de sus compañeros. Daradoth entregó el búho de ébano a Symeon para que pudieran mantener el contacto durante el tiempo que durase el viaje, y una vez aprestadas las escalas ascendieron y abordaron la nave.

Unos minutos después, el Empíreo ascendía majestuoso hacia el cielo de Doedia, en una trayectoria diagonal que lo alejaría lo máximo posible de los ejércitos enemigos. Galad y Daradoth salieron del área iluminada por las numerosas fogatas y almenaras que Yuria había ordenado encender, y finalmente perdieron de vista entre la lluvia a sus compañeros y la ciudadela. El viento era suave y las gotas de lluvia, frescas y agradables. 

—Con suerte, en un par de días como máximo estaremos ya estacionados en Tarkal —anunció, optimista como siempre, el capitán Suras. Esta vez más animado si cabía, pues iba a retornar a su ciudad natal después de una prolongada ausencia.

El dirigible empezó a estabilizarse tras el ascenso. En ese momento, Garedh puso una mano sobre su hijo, llamando también la atención de Daradoth.

—Ssssssh —chistó, y añadió en voz baja—: ¿No oís eso? Como si hubiera alguien ahí fuera.

Daradoh y Galad afinaron el oído. El elfo no tardó en escuchar cómo allá arriba, alguien estaba rasgando la tela del dirigible.

—Están arriba —susurró, y en un fluido movimiento, desenvainando la espada, utilizó su hechizo de salto, que le hizo perderse de la vista tras la masa del globo aerostático.

Haciendo uso de la multitud de aparejos y cuerdas que rodeaban al globo trepó rápidamente pero con cuidado. Y no tardó en ver cómo un elfo oscuro (¡volando!) rasgaba trabajosamente la fuerte tela del dirigible con su cimitarra. No pareció darse cuenta de su presencia, así que Daradoth, que consiguió contener su visión roja, saltó de nuevo hacia él, describiendo un amplio arco con Sannarialáth. El brillo de la espada hizo que el elfo oscuro se girase poco antes del ataque, pero no bastó para salvarlo; Daradoth cortó limpiamente su brazo derecho con un destello de luz plateada. El engendro no pareció comprender lo que pasaba hasta que su espada y su brazo salieron despedidos; gritó y, perdiendo el conocimiento, cayó al vacío.

Por desgracia, Daradoth no había podido controlar su salto, y ahora se encontraba lejos del globo; llegó al punto culminante de su ascensión (¡desde donde vio a otro elfo oscuro cortando la tela al otro lado del Empíreo!) y emprendió la caída hacia el vacío. Afortunadamente, Garedh y Galad, asomados a la borda para ver si podían ver algo, lo vieron aparecer a tiempo y arrojaron una escalerilla a la que el elfo se pudo agarrar, chocando contra el casco con estrépito, pero ileso. Inmediatamente gritó:

—¡Hay otro elfo allá arriba Galad!

El paladín, su padre y Taheem empuñaron sus armas y se pusieron en guardia. El dirigible comenzaba a dar tumbos, pues el capitán Suras controlaba la altitud a duras penas por efecto de los daños causados por los elfos oscuros. 

Por el rabillo del ojo, Daradoth detectó un movimiento y un destello. Saltó a tiempo de evitar el ataque del enemigo, y esta vez no tuvo dificultad para aterrizar sobre cubierta, sobresaltando durante un segundo a Galad y los demás.

—Ojo avizor —advirtió—. Ha intentado matarme ahí abajo.

—¡Preparad las ballestas! —ordenó Galad a los tripulantes.

De repente, el capitán Suras gritó:

—¡Arrgh!

Y se oyó cómo caía sobre el suelo. El Empíreo dio un bandazo. El elfo oscuro volaba sobre el capitán con una cimitarra ensangrentada en su mano. Uno de los marineros acertó a disparar su ballesta contra él, pero falló el tiro.

Daradoth aumentó su velocidad mediante sus poderes sobrenaturales, y, con la velocidad de un parpadeo, subió al castillo de popa. Una de las escalerillas del dirigible obstaculizó por un momento el vuelo del elfo oscuro, lo suficiente como para que Daradoth pudiera lanzarse con Sannarialáth sobre él. El engendro se defendió cual gato panza arriba, pero la espada de los Santuarios de Essel probó su valía y cortó salvajemente el pecho del enemigo, que a continuación fue presa de su inercia y cayó por la popa.

Galad se precipitó lo más rápidamente que pudo a tratar la fea herida en la pierna del capitán Suras, mientras el Empíreo perdía altura rápidamente.

—¡Alguien que tome los mandos! ¡Egrenia! —rugió Taheem.

La navegante, que se había escondido cuando el elfo había atacado a Suras se precipitó sobre el timón, requiriendo la ayuda de Taheem y de algún otro marinero. Tras unos segundos de agonía en los que el dirigible se agitó violentamente y bajó de cota, por fin consiguieron estabilizando.

—¡Vamos, hacia la ciudadela de nuevo! —rugió alguien.

Egrenia consiguió cambiar el rumbo del Empíreo y volver hacia la ciudadela sin perder demasiada altura, mientras allá abajo se podían ver claramente las fogatas de los campamentos de los enemigos. Dos rayos de fuego fueron lanzados desde alguna parte contra el dirigible, pero Daradoth y Galad pudieron repelerlos con sus poderes.

Prácticamente rozando las almenas, la nave pudo entrar en el complejo de la fortaleza y aterrizar violentamente sobre el patio de armas, que había sido evacuado rápidamente. Mientras tanto, Galad, con la impagable ayuda de su señor Emmán, consiguió sanar todas las heridas de Suras; el capitán estaría en plena forma en breve plazo, apenas una hora. El poder de Emmán era enorme. Suras miró al paladín con agradecimiento; tocó su hombro, reconfortado.

Poco después se reunieron con Yuria y Symeon y les explicaron todo lo que había pasado.

—Afortunadamente, habéis podido volver todos a salvo —dijo la ercestre—. Menos mal.

—Lo malo son los desperfectos que le han causado al Empíreo —dijo Galad—. ¿Cómo lo ves?

—Bueno... afortunadamente la tela del globo es más fuerte de lo que ellos debieron suponer. Con las herramientas adecuadas, buenos tejedores y una vez hayamos sacado todo el aire, no creo que lleve más de veinticuatro horas repararlo.

—Me alegro de oír eso.

—Supongo que podréis volver a intentarlo pasado mañana.

—Lo volveremos a intentar, pero esta vez a mediodía —anunció Daradoth—. Para que esos malditos elfos oscuros tengan dificultades si intentan algo.

Antes de retirarse a descansar, Symeon estableció alarmas en el mundo onírico por todo el perímetro de murallas de la ciudadela. Afortunadamente, no había ni rastro de aquella presencia tan poderosa que había percibido un par de noches antes. Yuria, por su parte, dio órdenes para tomar medidas contra posibles incursores invisibles y para prevenir a los guardias contra seres voladores.


jueves, 6 de junio de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 20

Decreto de los Mediadores. Llegan los Enemigos.

El grupo se apresuró a abordar el Empíreo tras convocarlo a través del búho de ébano de Daradoth. 

—Debemos apresurarnos —instó Yuria—. Tengo que evaluar la situación antes de que anochezca. Con suerte, podré calcular aceptablemente cuál de los contingentes llegará antes aquí.

La mano experta de la ercestre dirigió la aeronave a una velocidad endiablada, observando siempre que podía a través del catalejo para evaluar la situación. Finalmente, completaron el círculo y mantuvieron un vuelo estacionario al sur de Doedia.

—Maldita sea —juró Yuria—. Tengo dudas entre dos de las huestes. Las primeras en llegar serán la del duque, al noroeste, y la legión del suroeste. Pero no puedo asegurar cuál lo hará antes. Qué pérdida de tiempo.

—Bueno, no nos lamentemos —la animó Galad—. Todos hacemos más de lo que podemos. Tendremos que defender la ciudadela de forma tradicional.

Retornaron a la ciudad mientras el sol se ponía.

—Espero que esa presencia tan poderosa que percibí en el mundo onírico no colabore con Datarian —dijo en voz queda Symeon.

—Si es así, creo que no podremos mantener la ciudadela —contestó Daradoth.

—Dejad a un lado esos pensamientos —cortó Galad—. No vamos a rendir Doedia solo por una sospecha. Si, como parece probable, esa presencia es un kalorion, lo más seguro es que haya acudido para ayudar a Ashira o investigar la biblioteca, ¡no dejemos el ánimo desfallecer!

Todos guardaron silencio, pero en el fondo de sus corazones agradecieron las palabras del paladín, mirando hacia proa, donde Doedia ya se veía a la tenue luz del crepúsculo.

De repente, todos tuvieron que entrecerrar los ojos, cuando se hizo de día, con el sol en su cenit. En un suspiro, el Empíreo fue sacudido por un potente viento, el cielo se cubrió de nubes, y empezó a nevar. Un relámpago estuvo a punto de alcanzar el dirigible; el frío era intenso, y alguien gritó:

—¡Mirad! ¡Allí abajo! La tierra... 

Symeon miró sobre la borda, y lo que vio lo dejó espeluznado. La tierra parecía... agua sobre la que se hubiera lanzado una piedra. Ondas que parecían proceder de la Biblioteca la recorrían, sin quebrarla, pero debían estar causando estragos allá abajo. «Maldición», pensó, temblando por el frío. «Esto es cada vez peor».

Tan pronto como la situación se había descontrolado, todo volvió a la normalidad. Desapareció el frío, la nieve, las nubes, y todo volvió a estar iluminado con los últimos rayos del atardecer.

Cuando Symeon explicó lo que había visto a sus compañeros, Galad vio, como casi siempre, el lado positivo:

—Si las sacudidas de la tierra eran tan pronunciadas, debemos de haber ganado tiempo, porque las legiones que se acercan a Doedia serán ahora presa del caos.

—Pues tienes razón —coincidió Yuria—, igual hasta tenemos que dar las gracias por esto.

—En ese sentido sí, pero ya veremos qué implica. Estoy convencido de que algo dramático ha sucedido en la biblioteca —dijo Symeon.

Decidieron acercarse hacia la colina del complejo, pasando de largo de la ciudad por el momento. Allí, ya caída la noche, Daradoth pudo ver que las personas que antes habían permanecido inmóviles ya no lo estaban; había movimiento. Y en lo alto de las escaleras de la entrada a la biblioteca, un mediador observaba a su alrededor, atento, con los brazos cruzados.

Volvieron a Doedia, preocupados por los efectos que podían haber tenido las ondulaciones de la tierra sobre la ciudadela. Afortunadamente, las ondas no parecían haber tenido ningún efecto sobre las construcciones, no así sobre las personas y animales. Había una multitud de heridos que ya estaba siendo atendida.

En la sala de gobierno se encontraron con la duquesa, los nobles y los bardos, la mayoría con cara de agotamiento, pues había sido un día muy largo, y el "temblor" había venido a complicarlo todo.

—¿Hay alguna noticia esperanzadora? —inquirió lady Sirelen—. ¿Algún plan de acción?

—Sí —contestó Yuria—. Estamos convencidos de que ese extraño temblor nos ha hecho ganar algo de tiempo, y la legión de Wolann debe de estar a punto de llegar si no lo ha hecho ya... ¿no? Bueno, seguro que pronto. Defenderemos la ciudadela el mayor tiempo posible para dar tiempo a que despierten sus majestades.

Galad aprovechó para plantear lo que le había carcomido desde su sueño inspirado por Emmán:

—Yo pienso que debería ir a Tarkal a conseguir todos los paladines que pueda traer con los dirigibles. Eso nos dará una ventaja decisiva. —Quiso acabar su enunciado en ese punto, pero no pudo. Los verdaderos paladines de Emmán no ocultan hechos ni intenciones—. Y Églaras también está allí. Emmán me ha revelado que es la clave.

Estas palabras hicieron que los presentes cruzaran miradas de inquietud. Pero no pudieron abundar sobre el asunto, porque un senescal irrumpió en la sala, precipitadamente, olvidando el protocolo.

—¡Mis señores, mis señores! —exclamó—. ¡Dos mediadores se dirigen hacia aquí! Es imposible detenerlos.

Todos se pusieron en pie. Poco tiempo después, sin anuncio previo, las enormes figuras de dos mediadores entraban en la sala, con el paso seguro que da la autoridad y las balanzas soldadas a los huesos de sus muñecas bien visibles. Ambos se detuvieron a corta distancia, y aunque el grupo intentó mantenerse en segundo plano, los inquietantes ojos grises los taladraron durante unos larguísimos treinta segundos. Galad se encomendó silenciosamente a Emmán, y un hilillo de sudor resbaló por la nuca de Symeon. Finalmente, uno de ellos habló con voz profunda:

—La biblioteca de Doedia queda a partir de este momento bajo la protección de los mediadores. Ya no forma parte del reino de Sermia.

Y, sin más, dieron la vuelta y se marcharon. Todos los presentes exhalaron, liberando la tensión. Anak Résmere rompió el silencio:

—Bueno, eso ha sido bastante claro.

—Sí, y conciso. Podría haber sido mucho peor.

Tras despedirse, todos se retiraron a descansar. Galad volvió a pedir la inspiración de Emmán en su sueño. «Bendito Emmán, permíteme soñar con lo que ha ocasionado los hechos extraños de esta tarde».

Galad se vio en un entorno de prados y colinas, con el viento refrescando su rostro. De repente, sobre el horizonte vio levantarse una enorme balanza dorada compuesta, aparentemente por unas extrañas nubes. Cuando ya se levantó completamente sobre el cielo, la balanza pareció explotar, provocando una poderosa onda expansiva. Una onda mortal sin lugar a dudas; el viento que levantaba ya llegaba con fuerza hasta Galad, que de repente cayó en la cuenta: Églaras estaba en su mano derecha. con la punta reposando sobre el suelo. La levantó ante él, invocando su poder, y la onda de choque se partió en dos al llegar, dejándolo ileso, a él y a la ciudad que tenía a su espalda. Un estallido de luz dorada partió desde la espada y deshizo los restos de la balanza onírica que había provocado aquello.

Y en ese momento, un dolor atroz desgarró a Galad por dentro.

En el mundo de vigilia, Daradoth vio que su amigo empezaba a convulsionar, escupiendo gotas de sangre. Acudió rápidamente, mientras Symeon se despertaba y se aproximaba.

—¿Qué ocurre? —preguntó el errante.

—No lo sé, de repente ha empezado a agitarse violentamente. No sé si...

—¡Alguien debe de estar atacándole en su sueño! —exclamó Symeon en cuanto comprendió lo que ocurría—. ¡Tenemos que despertarlo! ¿Conoces algún hechizo para ello?

—Si lo conociera, no estaría dándole golpes en la cara.

Galad escupía ya la sangre a borbotones.

—Pues no sé qué... —Symeon se giró de repente—: ¡Yuria! ¡Yuria, despierta!

Yuria, con su instinto militar, se puso en pie totalmente lista para la acción.

—¡Necesito que toques a Galad con tu talismán! —gritó Symeon mientras Daradoth ponía a Galad de lado para que no se ahogara.

—¡Voy! 

La ercestre se abalanzó sobre el paladín y lo tocó. Galad dejó de convulsionar, pero respiraba con dificultad. Yuria lo examinó en breves segundos, y empezó a rugir órdenes para que Daradoth y Symeon le trajeran las herramientas adecuadas. Perforó la carne de Galad para drenar los pulmones, y lo cosió. Varios sirvientes y uno de los bardos habían acudido con el escándalo, pero todos se retiraron cuando, media hora después, Galad pareció estabilizarse gracias a los cuidados médicos de su compañera. Por fin pudieron hablar en privado:

—¿Qué demonios ha pasado? 

—Alguien debe de haberlo atacado en sueños —dijo Daradoth, mirando a Symeon.

—Pero no he detectado nada en el mundo onírico —comentó Symeon—. El talismán lo ha dejado inconsciente y lo ha salvado, pero no sabemos si se ha tratado de un ataque sobrenatural o que alguien ha atacado su sueño. Pero creo que lo más normal es la segunda opción. Seguramente habrá pedido la inspiración de Emmán y alguien ha localizado su sueño. Esa habilidad está todavía fuera de mi alcance.

El resto de la noche discurrió tranquila y por la mañana, poco antes de amanecer, Yuria se aprestó a dar las órdenes necesarias para la defensa de la ciudad, tanto de medios convencionales como arcanos.

No transcurrió mucho tiempo antes de que unos soldados avisaran a Yuria de que una pequeña multitud había llegado al patio de armas. Sesenta o setenta maestros del saber habían acudido a la ciudadela. Según explicó su líder, triste y resignado, los mediadores habían prohibido a los sapientes el acceso y la residencia en la biblioteca.

—Lord Daradoth, necesitamos encontrar una nueva sede, hemos sido expulsados de forma tremendamente injusta. —Al darse cuenta de lo que había dicho refiriéndose a los mediadores, el hombre miró a su alrededor, inquieto.

—No os preocupéis, nos encargaremos de eso; de momento, os acogeremos en la ciudadela.

Se inclinaron en gesto de agradecimiento, y acompañaron a uno de los senescales, al que Yuria ordenó encontrar un sitio adecuado para los sapientes.

Poco antes de mediodía, Galad despertó, no del todo recuperado. Y compartió el sueño que había tenido con los demás. Églaras parecía volver a ser la clave. Insistió en acudir lo antes posible a Tarkal y volver con la espada y los paladines.

—Debemos esperar un poco —dijo Yuria—. Yo calculo que podremos resistir el asedio al menos durante dos meses, así que si se estabiliza, tendrás tiempo de hacerlo. Pero antes debemos estabilizar la situación.

Justo en ese momento, sonaron  cuernos en el exterior, anunciando la llegada de un contingente de soldados. Se dirigieron rápidamente hacia la entrada principal. Y con regocijo, comprobaron que quien llegaba era Wolann con unos setecientos soldados.

—Menos mal —dijo Yuria—, buenas noticias al fin. 

—Parece que han desertado unos cien hombres. Un buen balance.

Saludaron efusivamente al general esthalio, y se procedió a habilitar los barracones y un campamento para aquellos que no pudieran alojarse allí.

Los encuentros no habían terminado aún aquella mañana. Poco tiempo después, Yuria era abordada por los la delegación vestalense de Bidhëd ra’Ishfah.

—Mi señora, ¿es cierto que la ciudadela va a ser asediada? —preguntó, airado.

—Así es —Yuria estaba demasiado atareada y cansada como para andarse con rodeos.

—Pero entonces, ¿cómo pensabais ayudarnos? ¿Nos estabais engañando acaso?

—No, esto es una situación nueva que...

—¡Hace días que marchan hacia Doedia!

—Calmaos —intervino Galad—. Hasta hace poco, el asedio no era una certeza. Ahora lo es, y debemos normalizar la situación antes de ayudaros.

—Pero, si estáis en medio de una guerra civil...

—Si despiertan los reyes, no habrá lugar a ninguna guerra «eso espero», pensó.

—¡Esto es un ultraje! Pedimos permiso para salir de la ciudadela.

Aproximadamente un par de horas más tarde, la delegación vestalense se marchó de Doedia.

 

A media tarde, un sirviente acudió corriendo a Yuria. 

—¡Mi señora, mi señora! Me envía lord Taheem. ¡Sus majestades han despertado!

—¡Qué buena noticia! Avisad sin demora a los demás.

Corrieron rápidamente hacia los aposentos de los reyes, donde se encontraron con Taheem, al frente del grupo de protectores reales. Los monarcas estaban sentados en sus lechos, siendo atendidos por doncellas y sirvientes. Bebían y comían ávidamente. Se les notaba débiles.

—Sus majestades —dijo Daradoth—, qué buena noticia y cuán necesaria. ¿Os encontráis bien?

—Un poco mareados —contestó el rey—. Según lord Taheem —Taheem arqueó una ceja al oír el tratamiento "lord" junto a su nombre— hemos dormido largo tiempo.

—Seis largos días, exactamente majestad —informó Yuria—. Y supongo que os interesará saber por qué.

Acto seguido pasaron a explicarles sus sospechas de que Ashira y Datarian habían inducido su sueño para someterlos a algún tipo de ritual o maldición, la toma de la ciudadela y la lucha contra los demonios que habían acompañado al duque. Y también el decreto de los mediadores respecto a la biblioteca. Mientras lo explicaban, llegaron al lugar el resto de miembros del consejo. Los reyes no salían de su asombro.

—Además —añadió Daradoth, el duque se dirige en este momento hacia Doedia con seis legiones, y están a punto de llegar. Cuenta con el apoyo de una compañía de elfos oscuros, y sospechamos que algo más.

Los reyes se atragantaron cuando escucharon esto último. La duquesa Sirelen, preocupada por ellos, interrumpió:

—Lo mejor será que recuperéis fuerzas y dentro de unas horas os pongamos al corriente en la sala del consej... del trono, quiero decir.

—Muy bien. Y gracias por vuestro leal servicio, lady Sirelen, lady Yuria.

—Solo una cosa más, majestad —añadió Yuria—. Creo que debemos enviar inmediatamente mensajeros a las legiones que se acercan para informarles de que habéis despertado y os encontráis bien, y necsitaríamos vuestro sello.

—Por supuesto —Menarvil se sacó el pesado anillo del dedo corazón de su mano—, haced buen uso de él.

Dicho y hecho, en poco menos de veinte minutos, media docena de mensajeros partía con cartas lacradas con el sello real de Sermia.

A media tarde, Anak se encontró con Galad. 

—Tengo una idea que me ronda la cabeza, hermano Galad. ¿No creéis que sería buena idea revelar la existencia de los gemelos a sus majestades cuanto antes? No deberían sentirse amenazados, pues el Imperio Trivadálma no reclamaría tierra alguna en Sermia.

—No sé qué deciros, Anak. No es que me parezca una mala idea, pero deberíamos madurarla un poco más.

—Sí, está bien.

Al atardecer, los monarcas hicieron acto de presencia en la, de nuevo, sala del Trono, donde con el boato y la ceremonia adecuados subieron de nuevo a ocupar la Sede del Lobo. Todo el mundo se mostraba mucho más animado ahora. Daradoth y Yuria dieron toda la información que conocían sobre la biblioteca y los ejércitos al consejo, poniendo también al corriente a los reyes.

—Es muy posible —dijo Yuria que el duque haya sido manipulado por Ashira y sus aliados de la Sombra. Pero debemos confiar en que los capitanes sean convencidos por vuestra presencia.

—Por otro lado —intervino Daradoth, está el asunto de la biblioteca y los mediadores, que no deberíamos perder de vista. Algo muy importante ha pasado en el complejo, algo relacionado con Ashira y posiblemente algún kalorion, que espero que no redunde en nuestro perjuicio.

—Los maestros del saber han sido expulsados, y no sabemos nada de los bibliotecarios —añadió Symeon.

—La biblioteca deberá esperar hasta que resolvamos los asuntos más acuciantes, por desgracia —dijo la reina—. Nos encargaremos de ello en cuanto podamos.


De nuevo en sus aposentos al anochecer, el grupo aprovechó para exponer las ideas de cada uno al respecto de la biblioteca, los enemigos, y la situación en general. Daradoth preguntó a Galad acerca de la interpretación de su sueño, y si Églaras iba a ser la salvación y a la vez la perdición. El paladín no supo dar una contestación concreta, pero sí que anunció que, al menos mientras permanecieran en Doedia, no pediría más la inspiración onírica de Emmán. La sensación que experimentó al ser atacado había sido desgarradora, y sentía que había salido con vida por muy poco. Era mejor no tentar a la suerte. Symeon, por el contrario,  sí que decidió acceder al mundo onírico. Lo hizo muy rápidamente, evitando cualquier encuentro con presencias extrañas, y solo echó un rápido vistazo a la colina de la biblioteca. Al despertar, solo un par de minutos después, anunció:

—Efectivamente, la colina vuelve a estar completa y la representación onírica de la biblioteca vuelve a estar ahí, más o menos igual que antes.

Un nuevo día llegó sin más sobresaltos. Muy temprano, las campanas de la ciudadela comenzaron a sonar, anunciando la evacuación de la ciudad y el refugio de aquellos que desearan colaborar en la defensa en el interior de la ciudadela.

Poco antes de mediodía, los centinelas empezaron a escuchar cuernos y tambores a lo lejos, desde el noroeste al principio. Yuria dio la orden de cerrar las puertas, los rastrillos, y reforzó la guarnición en las almenas. El Empíreo ya se había alejado de madrugada, portando el Ebyrith de Daradoth por si había que organizar una evacuación rápida. La noche anterior, el dirigible había traído a la ciudadela al padre de Galad y a los dos miembros del Vigía que se encontraban en el monasterio. El resto debería esperar allí. 

Desde las torres, el grupo pudo ver, a través de una ligera lluvia, cómo las legiones de Datarian y la de Tybasten al oeste comenzaban a levantar campamentos y tomar posiciones. Unas horas después comenzaron a sonar los instrumentos en el suroeste, por donde llegó otra legión que procedió a organizarse. Por la tarde, llegaron desde el norte y por la noche aparecerían los del sureste, presuntamente acompañados por los elfos oscuros. De momento, ni mensajes ni retorno de los mensajeros que habían enviado.

La noche transcurrió tensa pero tranquila, alterada solamente por la llegada del contingente del sureste, con la comitiva iluminada por antorchas y los elfos oscuros marchando junto a los humanos. Daradoth, observando la escena desde una de las torres, tuvo destellos de color rojo en su visión; afortunadamente, fueron muy breves.

Poco después del amanecer, pudieron oír trompetas. Los centinelas informaron de una comitiva que se acercaba a la puerta principal enarbolando bandera blanca. Los nobles y los reyes se apresuraron a recibirlos de forma adecuada, con la delegación más impresionante que pudieron reunir. Allí estaban los bardos, la duquesa, el resto de nobles, y siempre cerca, Yuria, Galad, Daradoth y Symeon vestidos con ropas de combate. Se dispusieron sobre el bastión que protegía la puerta, fuertemente defendido. Symeon con su bastón de aglannävyr, Galad con su espada sagrada, Yuria con su impresionante uniforme ercestre y Daradoth con el brillo de Sannarialáth en su espalda ofrecían una visión realmente amedrentadora.

La comitiva de jinetes apareció por la avenida principal. En cabeza iba Datarian, con una magnífica armadura y un espectacular corcel con barda. Entre los demás reconocieron solo a Tybasten. Y uno de los jinetes iba encapuchado; Daradoth lo reconoció al instante como un elfo (o elfa) oscuro. Consiguió mantener a raya el tinte rojo de su visión.

Anak amplificó la voz del rey, que percutió contra los enemigos cuando este habló:

—Espero que hayáis venido a presentarnos vuestros respetos y a poneros a nuestras órdenes, lord Datarian.

La voz del rey fue tan estentórea que varios caballos de la comitiva caracolearon. No el de Datarian, bien adiestrado. Tras dudar unos segundos y observar a sus compañeros, el duque espetó:

—Veo que los rumores eran ciertos, y habéis despertado. Me alegro por ello.

—Sí —intervino la reina, con una voz igual de potente—. Despertamos de un sueño al que fuimos inducidos. ¿Acaso por vos, hermano?

—No sé qué os hace pensar eso. Os he servido siempre fielmente, y lo único que he obtenido ha sido traición y mal trato.

—Entonces, ¿por qué levantáis la mano contra los legítimos gobernantes ahora? —el rey hizo una pausa, mirando a su alrededor—. ¡Si este hombre persiste en su empeño, todo aquel que lo siga se considerará un traidor a Sermia, y como tal será tratado!

Algunos de los integrantes del séquito de Datarian rebulleron inquietos; unos pocos incluso intercambiaron miradas preocupadas. El duque se apresuró en continuar:

—¡Me alzo contra vos, porque creo que no sois los gobernantes que Sermia necesita! —giró su corcel, recorriendo las comitiva que lo acompañaba—. ¡Se nos prometió la vuelta a la grandeza de Sermia, la vuelta al imperio, y no se cumplió! ¡Se reculó cobardemente! ¡Confiáis demasiado en el hermano mayor esthalio, y os habéis convertido en sus meros peleles! Yo os prometo que bajo mi mando, ¡seremos la nación más poderosa y rica de este continente! ¡Lo conquistaremos todo!

Mientras Datarian profería su discurso, Daradoth aprovechó para, discretamente, canalizar unos hechizos de detección sobre el duque. Reunió el poder necesario y lo dirigió hacia él. Al instante, pareció evaporarse sin ningún efecto. Lo intentó una segunda vez, con el mismo resultado. «Maldición, tienen hechiceros, sin duda», pensó el elfo, que cada vez tenía más dificultades para contener su visión carmesí. Pocos segundos después, como respondiendo a su pensamiento, aparecieron por la avenida otros dos jinetes, encapuchados, con túnicas azul marino. «Más elfos oscuros. Nnnnh, debo respirar, debo respirar...».

Daradoth sacó a Sannarialáth de su vaina y puso un pie sobre las almenas.

—¡¡Demonios!! —gritó, viendo todo a través de un prisma de rubí. El odio lo consumía. ¡Acabaré con todos vosotros!

Todo el mundo, incluidos los enemigos, se congelaron, sorprendidos. Por suerte, Anak ya había oído hablar de los arrebatos de odio a la Sombra de Daradoth, y entonó en voz baja una melodía. Daradoth se calmó al instante. La situación fue bastante embarazosa, pero todo quedó en eso mismo, y no llegó a mayores. Galad decidió continuar el intercambio con Datarian:

—Entonces, ahora confirmáis vuestra traición, como acólito de Sombra que sois. No nos dejasteis ver a los reyes cuando cayeron enfermos, ¡y ahora os aliáis con seres de Sombra! ¡Cualquiera que esté con vos es un traidor a Sermia, y la ira de Emmán caerá sobre él! ¡Yo me encargaré personalmente de hacérsela llegar!

—¡Mentís! Yo solo quise ayudar al reino. ¡Solo quiero llevar a Sermia a la gloria! ¡No quiero cobardes como vosotros, ni alianzas que nunca se cumplirán! ¡Gloria! ¡¡Gloria!! —bramó dirigiéndose a sus fieles, que gritaron con él.

—¡Es vuestra última oportunidad! —rugió Galad—. ¡Se os impartirá justicia a todos!

—¡Rendid la ciudadela!

—¡Nunca! ¡Acabaremos con vosotros!

El rey Menarvil y Datarian intercambiaron miradas fulminantes. En ese momento, Yuria sintió una ligera descarga procedente de su talismán. Dio un salto adelante.

—¡Nos están atacando! ¡He sentido un hechizo! ¡Cuidado! ¡Traidores! ¡Arqueros, disparad!

Los arqueros tensaron y soltaron en un instante. Una lluvia de flechas cayó sobre el duque y los demás, pero fue desviada como si fuera sacudida por un fuerte viento. Los enemigos se retiraron precipitadamente, custodiados por los jinetes encapuchados.

—Confío en que hayamos plantado alguna semilla de duda entre los generales de ese maldito traidor —dijo el rey en voz bien alta.