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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 29 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 24

Llega Ilaith

Tanto entre las filas enemigas como en las amigas cundió la sorpresa, y hubo algo de pausa en el enfrentamiento armado. Galad oía claramente fanfarrias y una especie de susurro celestial allá en lo alto.

Yuria sintió un escalofrío de alegría cuando la silueta de un dirigible se recortó contra el cielo. «Ese es el Nocturno, sin duda», pensó, exultante. Pocos segundos después, una segunda silueta salió del contraluz del sol, un segundo dirigible bastante más grande que el primero, que no reconoció. «Seguro que es el Horizonte, que dejé construyendo». Se giró hacia sus soldados.

—¡Que vuelen los corazones! ¡Luchad ahora! —rugió—. ¡Son las fuerzas de Ilaith que acuden en nuestra ayuda! ¡¡Luchad!! ¡Por Sermia! ¡Por la Luz!

Los guardias reales y los soldados alrededor gritaron, emocionados, y se lanzaron con renovado ímpetu contra el enemigo. Los bardos sermios entonaron canciones de guerra que pronto fueron secundadas por las gargantas de los defensores. 

Los cuervos ya no favorecían la lucha de los asaltantes, pues se habían elevado para enfrentarse a los dirigibles, en los que se podían ver restallar lenguas de fuego sin duda provocadas por artefactos enanos.

Symeon, Galad y Daradoth aprovecharon para tomarse un respiro. Las heridas y el agotamiento los hacían resollar.

Pocos segundos más tarde, una nueva estrella fugaz impactaba sobre un segundo corvax, y el tercero de ellos caía desplomado sobre los edificios del exterior sin causa aparente. 

—¿No escucháis esa música celestial? —dijo Galad, sin esperar respuesta—. Ha traído a los paladines. Menos mal.

Solo quedaba un corvax en el aire. Su jinete lanzó un hechizo contra el Nocturno, sin un efecto aparente. Segundos después, otra estrella ardiente caía del cielo envuelta en luz dorada. Explotó sobre el monstruoso cuervo y... no tuvo ninguna consecuencia. El pájaro desvió un poco su rumbo, pero poco más. Con una acrobática maniobra, redirigió su rumbo y atacó el globo del dirigible con su pico. 

De repente, Daradoth vio algo desde la muralla oriental. Dos figuras humanoides se elevaban volando raudas hacia el primer dirigble, el más pequeño. 

—Dos elfos oscuros vuelan hacia los dirigibles —anunció a sus compañeros—. Voy para allá.

Haciendo uso de su velocidad y saltos sobrenaturales, en unos pocos segundos Daradoth se encontraba ya en lo alto de la muralla oriental, dirigiéndose hacia los ballesteros con palabras básicas en sermio:

—¡Atención! ¡Disparad a esas dos figuras que vuelan!

Debido al fragor del combate, tuvo que insistir varias veces hasta que llamó la atención de los ballesteros lo suficiente. Al reconocerlo, los soldados obedecieron al instante, pero los elfos oscuros se encontraron pronto fuera del alcance de sus armas.

El corvax restante atacó por segunda vez al gran dirigible con sus enormes garras, haciendo que el ingenio se balanceara de forma peligrosa. De hecho, un par de personas cayeron por la borda al vacío. Pero los paladines pudieron reaccionar y una nueva estrella llameante se abatió sobre el monstruo. Con idéntico resultado a la anterior; aquel cuervo y su jinete parecían inmunes a los hechizos sagrados de Osara.

Viendo la inmunidad del último cuervo, los dirigibles empezaron a descender, en previsión de posibles accidentes. Desesperado, Daradoth vio cómo los elfos oscuros desaparecían tras el globo del Nocturno. Poco después, este empezaba a descender a toda velocidad, entre los gritos de alarma de su tripulación y lenguas de fuego que intentaban hacerlo flotar desesperadamente. El jinete del corvax lanzó una bola de fuego sobre el Horizonte, que explotó y seguro causó destrucción a bordo, aunque desde el suelo era imposible apreciarlo.

En la muralla occidental, una sombra que descendía llamó la atención de Symeon. El Nocturno bajaba a una velocidad que a todas luces parecía excesiva hacia la parte interior de la muralla. El errante avisó a voz en grito a todos los que se encontraban alrededor, que corrieron para evitar ser aplastados por el ingenio volador. En lo alto del dirigible se veían lenguas de fuego salir despedidas sin cesar. Los enanos trataban de estabilizar el vuelo, y por suerte lo consiguieron en parte, aunque no pudieron evitar un fuerte impacto contra un edificio al aterrizar, que dejó a varios tripulantes aturdidos o incluso inconscientes. En la proa, Aznele Erevan, la capitana de los paladines de Osara, se hizo claramente visible, rugiendo órdenes hacia sus leales.

Daradoth vio desesperado cómo el dirigible más pequeño se estrellaba con gran estrépito contra el suelo, mientras que poco antes los elfos oscuros ya lo habían abandonado para dirigirse hacia la otra nave. En lo alto, los enanos disparaban lo más rápido posible sus ballestas pesadas contra el corvax, una y otra vez, hasta que finalmente se hicieron notar y el monstruoso pájaro se retiró, herido. Pocos segundos después, uno de los elfos oscuros parecía detenerse en el aire y caía desplomado al suelo, hacia una muerte segura. «Por fin los paladines los han visto», pensó Daradoth, con una sonrisa despiadada. El segundo elfo, al ver que su compañero caía, pareció pensárselo mejor y cambió su rumbo, dirigiéndose hacia la muralla oriental, prácticamente por encima de Daradoth y los ballesteros. Iba deprisa, pero aun así había que intentarlo, y el elfo dio la orden de disparar. Uno de los virotes lo alcanzó, pero solo con una herida superficial, así que escapó para unirse al grueso de sus tropas.

El Horizonte descendió hasta encontrarse a pocos metros de altura, y ya pudieron ver la figura de Davinios concentrada y brillando con una luz plateada en la proa. Algunos paladines ya habían quedado inconscientes por el esfuerzo de los enlaces, pero el amigo de Galad seguía estoicamente concentrado y ayudando a los soldados en combate. En la popa reconocieron a Khain Malavailos, uno de los maestros de la esgrima guardianes de lady Ilaith. Haciendo uso de escalas, Malavailos, dos de sus compañeros, y varios soldados y enanos descendieron a tierra, incorporándose al combate. Los enanos hicieron buen uso de sus ingenios lanzafuego, y los maestros de esgrima se lanzaron  a segar enemigos en su danza mortal.

Dos  horas más tarde, los cuernos enemigos sonaban, instando a la retirada, y los vítores se extendieron por doquier. Yuria se apresuró a dar las órdenes pertinentes para que los defensores no se relajaran y sellaran lo más rápido y efectivamente posible las brechas en la muralla. Cuando tuvo a todo el mundo trabajando en ello, entonces se permitió relajarse —«maldita sea, estoy agotada»— y acercarse al dirigible Horizonte, que había aterrizado hacía unos minutos. Una sonrisa acudió a su rostro cuando reconoció a lady Ilaith entre los maestros de la esgrima y sus propios amigos. Galad tenía el brazo estrechado con su amigo Davinios y, para su sorpresa, ¡el archiduque Galan Mastaros de Ercestria también se encontraba entre los presentes! Se detuvo ante la canciller de la federación en una respetuosa reverencia, pero ella se acercó para darle un abrazo, lo que cogió a Yuria por sorpresa.

Ilaith Meral, Canciller de la Federación de Principes Comerciantes

—Cómo me alegro de verte, Yuria —dijo sinceramente—. Cuando recibí vuestra carta, pensaba que todo estaba perdido y que llegaría muy tarde, por suerte no ha sido así.

Yuria le devolvió el abrazo. Aquella mujer se lo había dado todo en el momento en que no tenía nada. A ella y a sus compañeros, y al menos ella se lo iba a agradecer sin ambages.

—Disculpad nuestra enorme demora, mi señora —dijo por fin Yuria cuando deshicieron el abrazo—, pero cuando os expliquemos los pormenores de nuestro viaje, comprenderéis que no hemos tenido más remedio.

—Por supuesto, por supuesto. Ya sabes que confío en ti más que en ninguna otra persona, Yuria —la ercestre sintió cómo su ego se henchía—, y estoy segura de que no habéis tenido más remedio que dar... un rodeo. —Volviéndose un poco para dirigirse al resto del grupo, añadió—: Son muchas las cosas que tenemos que poner en común, pero antes necesitáis un descanso. Estáis agotados.

Yuria se acercó al oído de lady Ilaith y susurró:

—Estoy exhausta, pero debo deciros sin demora solo dos cosas: el rey ha muerto,  y la reina está embarazada.

Ilaith intentó que en su expresión no se notara la tristeza y, al mismo tiempo, la alegría que sentía en esos momentos. Apretó los dientes, hizo un leve gesto de afirmación con la cabeza, y volvió a instarlos a retirarse para reposar. No pudieron estar más de acuerdo. Se dirigieron a sus aposentos para tratar sus heridas y descansar unas horas. Poco después se enterarían, con gran pesar, de que Wolann, el esthalio comandante de la legión sermia, había fallecido en combate. Uno de sus lugartenientes había tomado el mando: Svarakh, hermano gemelo de otro de los lugartenientes, Svalann.

Pasadas unas seis horas, con la noche ya caída y lo suficientemente refrescados, el senescal Stenar les informó de que su majestad y lady Ilaith los esperaban en la sala del trono. Se vistieron convenientemente y junto con Faewald se dirigieron hacia allá, dejando a Taheem descansar con el muñón de la muñeca ya limpio y vendado. En el camino, todos aquellos que se cruzaban con ellos, soldados, sirvientes o nobles, se detenían para hacerles una reverencia e incluso darles las gracias. Muchos soldados se cuadraban y hacían el saludo marcial.

—No puedo evitar sentirme incómodo con esto —murmuró Galad, devolviendo leves inclinaciones de cabeza.

—Yo también —susurró a su vez Symeon—, pero piensa que en realidad, está bien merecido.

—Por supuesto que está bien merecido —abundó Daradoth—. Sin nosotros, esta ciudad habría caído irremediablemente.

Daradoth había cambiado mucho en los últimos meses. Parecía despiadado e irrefrenable. Ahora mismo, era el único de ellos que llevaba su arma encima, cruzada en la espalda, y se movía como si fuera el amo del lugar.

—Pero, Daradoth... —empezó Symeon. Tuvo que callar, pues los senescales avisaban de su llegada a la sala del Trono del Lobo.

 En la cabecera de la mesa del consejo se sentaban la reina Irmorë, con los ojos enrojecidos, lady Ilaith, compungida, y la duquesa Sirelen. Más allá se encontraba el archiduque Galan Mastaros, el conde Hannar, un par de nobles mas, Anak Résmere, Aznele Erevan, Davinios, y el capitán de la guardia, sir Garlon. Este último se puso en pie en cuanto pisaron la sala. Al instante, le siguió la duquesa Sirelen y el resto de nobles. También Anak.

—¡Salve! ¡Salve a los héroes de Doedia! —gritó sir Garlon.

—¡¡Salve!! —gritaron los nobles, senescales y guardias, a pleno pulmón—. ¡¡Salve!!

Acto seguido, los guardias de la sala repiquetearon en el suelo del salón con sus alabardas, los senescales con sus bastones y los reunidos en la mesa, golpearon con sus manos. Yuria e Ilaith intercambiaron una mirada, la princesa sonrió. Galan se mesaba la perilla, al parecer algo sorprendido.

Cuando el bullicio cesó, Galad habló:

—Gracias por vuestra ovación, mis señores, pero no nos merecemos tanto.

—Allá donde estemos nosotros, la Sombra habrá de retroceder —terció Daradoth—. Es nuestro deber.

Acto seguido, se sentaron a la mesa tras serles ofrecido el asiento por la reina, que les dirigió unas palabras:

—No tengo palabras para agradeceros lo que habéis hecho por esta ciudad. Sin vosotros, yo misma estaría muerta a estas alturas. Sabed que tenéis mi agradecimiento, de corazón. —Evitó mencionar el bebé de su interior por el momento—. Sabed también que la Luz tiene un bastión fiel en Sermia mientras yo viva, y espero que por siempre. Y es mi deseo concederos el título de Grandes del reino, que se os otorgará con la ceremonia adecuada en cuanto el asedio se haya levantado, cosa de la que no dudo ni un ápice, y el funeral de su majestad Menarvil haya sido debidamente celebrado.

—Muchísimas gracias, majestad, nos sentimos muy honrados —agradeció Yuria, sabiendo que la reina debía de estar sufriendo lo indecible por su difunto marido.

Ilaith tomó la palabra entonces:

—Bien, tras los agradecimientos, es hora de que nos pongamos al día y discutamos los asuntos más urgentes. Su majestad y los bardos ya me han hablado de vuestras conferencias, Daradoth —Ilaith dirigió una mirada apreciativa al elfo, como intentando reconocerlo; «realmente Daradoth ha cambiado mucho estos meses», pensó Yuria, «Ilaith debe de estar evaluándolo minuciosamente»—, algo extraordinario; y también de lo que narrasteis en ellas. Por su parte, su señoría el archiduque Mastaros también me explicó vuestras vivencias en el Pacto. Pero la versión ha sido, cómo no, muy resumida, así que me gustaría escuchar los detalles de primera mano, pues yo esperaba que estuvierais ausentes como mucho durante un mes.

El grupo le explicó prácticamente todo lo que había ocurrido desde que habían dejado a Ilaith en Doedia hacía poco más de... ¿seis meses? Más o menos. Como la canciller ya se encontraba en antecedentes, la sorpresa no fue tanta; sin embargo, el archiduque Mastaros se mesaba cada vez con más fuerza la perilla, intentando aparentar indiferencia, pero visiblemente impresionado por las partes que desconocía. Por supuesto, evitaron mencionar a los gemelos herederos del Imperio de los que les había hablado Anak, y tampoco mencionaron la verdadera identidad de Eraitan, pero el resto lo narraron todo: el Vigía, la rebelión de Ginathân, la situación con el Cónclave del Dragón y sus colonias en el sur, los vulfen, los insectos demoníacos, la ordalía de los Santuarios de Essel, el Orbe de Oltar (que pusieron sobre la mesa), Ecthërienn, la coronación de Ginathân, la pacificación del pacto, el viaje en busca del ritual hasta los hidkas, después hasta las islas Ganrith, el extraño volcán que había allí, sus guardianes, las extrañas explosiones, los invasores ilvos de allende el océano, y por último su llegada a Doedia y lo acontecido allí.

—Impresionante —acertó a decir Ilaith. El resto de presentes intercambiaron miradas, rebullendo en sus asientos.

—Comprenderéis ahora lo importante de nuestra búsqueda y los retrasos que indefectiblemente han venido derivados —dijo Daradoth—. La victoria de Luz sobre Sombra es lo primero en estos momentos.

—Al menos, evitar la derrota —terció Symeon, no tan optimista.

—Sí, por supuesto. Para eso estamos todos aquí —aseguró la canciller—. Realmente, hablo por todos cuando digo que estamos sin palabras y que me alegro de teneros a mi servicio.

Daradoth hizo amago de rebatir esa última afirmación, pero se contuvo por el momento. Ya había dejado claros en su momento los términos de su acuerdo con Ilaith; «si es necesario, se los volveré a recordar, pero no aquí».

Yuria, por su parte, afirmó con la cabeza. «Es la persona adecuada para llevar a la Luz a la victoria, sus miras son amplias y su resolución, inquebrantable».

—Lo que debe quedar clarísimo aquí —continuó Symeon— es que, si no se detiene a esos.. Erakäunyr... —esperó la confirmación de Daradoth—, y el norte cae, toda Aredia lo seguirá. 

A continuación, fue el turno de Ilaith de ponerles al corriente. El principado de Armir había sido pacificado en cuestión de pocos días, y después rechazaron la invasión al principado de Ladris, aplastando a Mírfell entre sus fuerzas. Pero el principado de Undahl, aliado con la Sombra y reforzado con una flota de barcos negros, había resistido y seguía en posesión de las islas de kregora. 

—Verthyran Kenkad y Wontur Serthad no están muy contentos con la situación, pero por el momento, todo está estable. Deberíamos acabar con Undahl, pero informada de la situación exterior por el archiduque Mastaros, mi atención se ha desviado en los últimos tiempos hacia Esthalia. Creo que deberíamos intervenir en su conflicto, o, llamémoslo por su nombre, su guerra civil. Vosotros mismos sugeristeis hace unos meses la conveniencia de una alianza con la reina Armen, y allí envié a mi primo, cuya situación en estos momentos me es desconocida.

»Respecto a los dirigibles, ya he puesto a los tejedores a repararlos. Los dos ingenieros que han venido hasta Doedia, Gaidor y Aertenao, (que están deseando saludaros, Yuria) les han dado instrucciones para la reparación. El Empíreo no debería tardar más de dos o tres días en estar listo, y el Nocturno en no más de una semana. En Tarkal se está construyendo un quinto dirigible aún mayor y con armas de guerra, el Indómito, pero la tela especial se agotó. Creo que eso es todo respecto a la situación en la Federación.

—Ahora —intervino la reina— deberíamos hacer saber a todo el mundo que el rey fue asesinado por elfos oscuros fieles a Datarian. Eso debería hacer que muchas tropas desertaran o se rebelaran.

—Tendríamos que combinarlo con el ofrecimiento de perdón a los que cambien de bando —intervino Galad—. Y asumir el peligro de los traidores.

Se discutió a continuación de la posibilidad de organizar un grupo que se infiltrara en las filas enemigas (bajo el mando de Daradoth) y organizara una misión quirúrgica para apresar a Datarian, pero la presencia de los elfos oscuros convertía la misión en un suicidio, según palabras de Daradoth. De todos modos, el día siguiente, los cuarenta paladines de Emmán y los veinte de Ammarië estarían suficientemente recuperados para reanudar los combates.

—Hay más noticias —continuó Ilaith, tras unos segundos de conversación en voz baja con Irmorë—. Para los presentes que no lo sepáis aún, su majestad Irmorë lleva en su vientre al heredero de lord Menarvil, y eso nos da una nueva esperanza. 

—Y además, lo cambia todo —intervino Sirelen—, ya que, según la ley Sermia, ya no hay que buscar un heredero, sino que la reina pasa inmediatamente a ser la regente del reino hasta el nacimiento y la toma de posesión de su hijo. O hija.

—Corregidme si me equivoco —dijo el conde Hannar—, pero si el bebé resulta ser una mujer, tendremos un problema, ¿no es así?

—Nada que no se pueda remediar aprobando un par de leyes, por supuesto —contestó Sirelen con media sonrisa—. Tenemos nueve meses para prever tal situación.

—Bien. Tendremos que anunciar a todo el mundo la nueva situación.

—En otro orden de cosas —volvió a tomar la palabra Ilaith—, hemos acordado que Sermia y la Federación firmen un tratado de alianza total, con libre comercio, defensa, libre paso, y todo lo que sea necesario para derrotar a nuestros enemigos. Mañana mismo lo haremos oficial y se firmará. Al fin y al cabo, ya estamos aquí defendiendo Doedia.

«Otro peón más para contribuir a vuestra ascensión», pensó Daradoth. «Bien hecho». Ilaith continuó:

—Eso me lleva de nuevo a la situación en Esthalia, a la que creo que deberíamos prestar más atención, y tomar partido de forma más activa.

—Mi señora —la interrumpió Yuria—, no sé si habéis sido convenientemente informada, y si es así, disculpadme, pero la situación del Imperio Vestalense también es tal que podríamos aprovecharnos con poco esfuerzo de ella.

—Algo me ha detallado lady Sirelen, sí. Aun así, creo que contar con Esthalia entre nuestros aliados —«Queréis decir "subordinados", ¿verdad?», Daradoth seguía sonriendo muy levemente— nos favorecería enormemente. Esto nos permitiría a la vez llegar a Ercestria, que también está rodeada por multitud de enemigos.

—Aun así —intervino Galad—, siento contrariaros, mi señora, pero es cierto lo que hace unos momentos ha dicho Symeon. Tenemos que detener a esos insectos demoníacos. Si no lo hacemos, no habrá futuro.

—Ya veo. —Ilaith meditó unos segundos—. Pero, ¿estáis seguros de que nadie más puede encargarse de eso? ¿Y de que no hay ninguna otra alternativa? Además, por lo que contáis no habéis visto a esos insectos en persona, es posible que haya algún detalle pasado por alto. Me gustaría teneros a mi lado, y entiendo que la búsqueda de ese... ritual, puede llevaros de nuevo varios meses.

—Así es, puede que nos lleve algo de tiempo —dijo Yuria—, pues implica viajar a regiones bastante remotas de Aredia. Respecto a lo que decís...

—Nadie puede hacer esto más que nosotros, canciller —la interrumpió Daradoth—. Y las alternativas —miró a Symeon— parecen muy peligrosas o inseguras.

Ilaith miró a Yuria.

—Daradoth está en lo cierto, mi señora —confirmó.

—Aun así, me gustaría conocer esas alternativas, si es que las hay.

Dudaron durante unos momentos, y finalmente, Symeon dijo:

—Me temo que las alternativas se encuentran todas en vuestra cámara acorazada, mi señora.

—¿Qué queréis decir?

—La única alternativa que se me ocurre pasa por utilizar la espada verdemar, Nirintalath, la Espada del Dolor. O quizá la otra espada, la espada alada, Églaras. Son objetos muy poderosos, pero a la vez muy peligrosos.

—Demasiado peligrosos —puntualizó Daradoth—. Nuestra mejor oportunidad, ya probada en el pasado, es usar el Orbe, y para eso necesitamos el ritual.

Ilaith volvió a dirigir su mirada Yuria, que esta vez afirmó en silencio.

—Aun así, no puedo creer que no haya más alternativas, Yuria, sobre todo para alguien con una mente científica como la vuestra. ¿Acaso el fuego no los quema? ¿El ácido no los corroe? Y Galad —se giró hacia el paladín—, ¿no decís que son demonios? Los paladines deberían poder expulsarlos con sus poderes, ¿no es así?

—Lady Ilaith, escuchadme —Daradoth empezaba a perder la paciencia—. Esos insectos son engendros de la Sombra, y se enfrentaron hace miles de años a seres mucho más poderosos que nosotros, que apenas pudieron rechazarlos, después de mucho esfuerzo y pérdidas. No creo que sea tan fácil enfrentarse a ellos como sugerís. 

—Hablamos de demonios, sí —intervino Galad—, pero demonios a los que a la propia Sombra le cuesta traerlos hasta esta realidad.

Ilaith también parecía cerca de perder la paciencia.

—Pero, ¿lo habéis intentado? ¿Acaso había enlace entre paladines en aquella época? ¿Tenían un contingente de decenas de paladines de Emmán?

Todos guardaron silencio, reconociendo tácitamente que quizá Ilaith no anduviera errada del todo.

—Son alternativas que pueden ponernos en peligro...

—Más peligroso es jugarlo todo a una carta, existiendo varias posibilidades. Pero, en fin, estamos todos agotados; así que supongo que tendremos que retomar esta conversación mañana.

 

Una vez acabada la reunión y que los presentes se habían retirado a descansar (pues era bien entrada la noche ya), Ilaith se reunió durante unos minutos a solas con el grupo, para felicitarlos y agradecerles personalmente que hubieran protegido a la reina y su bebé.

—Menarvil e Irmorë son.. era... como hermanos para mí, así que os lo agradezco fuera de toda medida.

—Perded cuidado, mi señora —dijo, devota, Yuria—, era nuestro deber.

Tras unos segundos de silencio, Symeon intervino:

—Lady Ilaith, quería preguntaros por la situación con la caja acorazada de Tarkal. Hace unas semanas detecté una perturbación onírica, y quería asegurarme de que todo estaba bien allí.

—Sí, que yo sepa, todo está bien, Symeon. Las espadas y los objetos de valor siguen estando allí. Nadie me ha informado de lo contrario. Como ya os dije, pasadas dos semanas de vuestra partida, pusimos un aro de kregora alrededor de la empuñadura de la espada, y no ha habido ningún problema.

—Muy bien, os lo agradezco.

Galad tomó su turno:

—¿Y la princesa Eudorya, mi señora? ¿Se encuentra bien?

Ilaith miró a Galad fijamente a los ojos durante unos segundos.

—Sí, hermano Galad. Eudorya ha resultado ser una princesa fuerte y leal, confío mucho en ella, y ha sabido sobrellevar la situación excelentemente. Por cierto —Ilaith puso más énfasis en sus palabras—, se prometió hace poco con el príncipe Nercier Rantor de Mervan, no le quedó más remedio debido a la presión. —Tras una breve pausa, añadió—: Os aconsejo que regreséis a la Federación cuanto antes, Galad, si no queréis que suceda algo que os haga infeliz.

Galad se estremeció, y afirmó con la cabeza:

—Gracias, haré todo lo posible por que así sea.


martes, 20 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 23

Una Estrella fugaz

La duquesa Sirelen salió también de las estancias situadas tras el trono, así como un par de las damas de compañía de la reina, y se precipitaron a consolarla por la pérdida de su esposo. Poco después irrumpían en la sala los dos bardos reales que se encontraban fuera, Anak y Stedenn, este último con la manga de su jubón manchada de sangre.

Entre tanto, en el exterior, Daradoth se había retirado del muro para contener la hemorragia de su pierna, con bolas de fuego estallando cada cierto tiempo en las almenas a sus espaldas. Yuria seguía rugiendo órdenes para dirigir los carros incendiados hacia los enormes animales que habían quebrado la muralla, mientras ella misma se aproximaba al combate e intentaba que la gente no huyera despavorida ante la visión de las monstruosas criaturas y las explosiones ígneas.

Daradoth apretó los dientes al ver la desbandada de soldados y guardias que huía de las murallas presa del pánico. Los primeros soldados enemigos empezaban a irrumpir en la ciudadela a través de las brechas abiertas. Quiso ayudar, pero de repente, se sintió desfallecer. Había perdido mucha sangre. «Tengo que encontrar a Galad». Preguntó a su alrededor, y alguien le indicó que Galad había corrido hacia palacio. Corrió hacia allá, tambaleante. Un guardia le informó de la incursión y la muerte del rey, así que intentó acelerar el paso.

Las andanadas de los cuerpos de ballesteros que resistían en las murallas seguían siendo inefectivas, y las campanas de la parte occidental de la ciudad comenzaron a tañer frenéticamente. «Maldición», pensó Yuria, «¿qué pasará ahora? No creo que toquen las campanas así por un mero ataque del ejército». Apenas había conseguido que un puñado de personas detuvieran su huida cuando otro estruendo sacudió la zona. Cascotes y mampostería salieron despedidos del muro sureste. El tercer mastodonte había abierto brecha por fin, destrozando los edificios que reforzaban la muralla. 

Por suerte, los primeros carromatos con el heno, leña verde y brea encendidos llegaban al frente, despidiendo abundante humo. Los soldados los empujaron con fuerza sobre las aberturas, asustando a los animales, que retrocedieron, y dificultando la visión y la respiración de los atacantes. Poco después, la batalla estallaba entre los dos ejércitos.

En palacio, a Daradoth se le cayó el alma a los pies cuando vio al rey inerte, a la reina llorando desconsolada, y a Taheem sin la mano izquierda. Puntos de luz aparecieron en su visión, y todo se tornó borroso; a punto estuvo de caer al suelo. Pronto, Galad inponía sus manos y rezaba una oración a Emmán, haciendo que el elfo se sintiera mucho mejor.

—Gracias, hermano, como siempre —tocó con su mano el hombro de su amigo, ya casi hermano, como había dicho, y a continuación se giró—: Lamento mucho vuestra pérdida, mi reina, pero la situación en el exterior es extremadamente comprometida. Debemos salir a ayudar a Yuria y los demás.

—Por supuesto —contestó la reina—. Y gracias. 

En el camino al exterior, Daradoth puso en antecedentes de lo que ocurría en las murallas a Anak Résmere, que se les había unido, a Galad y a Symeon. El errante manifestó sus temores:

—Todo parece perdido aquí. Si Emmán o la bendita Ninaith no intervienen en nuestro favor, debemos ir pensando en la forma de escapar con vida.Y llevarnos a la reina.

—El dirigible no está listo para salir, no veo cómo podremos hacerlo —contestó Galad.

Cuando salieron al patio exterior pudieron escuchar el toque de campanas de la parte occidental de la ciudad, y al obtener visión directa, pudieron ver cómo ya había soldados luchando en lo alto. Desde el muro sur, les llegó el estruendo cuando el gigantesco rinoceronte abrió brecha. Vieron el humo de los carros llameantes sobre los edificios. Daradoth salió como un rayo hacia allí, acompañado de Symeon y Galad, que elevó sus plegarias para inspirar coraje en todos los que le rodeaban. Detuvo así gran parte de la desbandada de soldados y guardias que habían huido de las murallas, dirigiéndolos hacia la brecha sur, por donde ya entraban soldados enemigos. Daradoth se lanzó hacia allí para intentar acabar con el jinete del rinoceronte.

Yuria sintió algo de alivio al ver aparecer a sus amigos otra vez, aunque el corazón se le congeló unos segundos cuando le informaron de que el rey había muerto. No obstante, tuvo que sobreponerse rápidamente y se alegró de que Galad hubiera acudido con aproximadamente un centenar de soldados para reforzar los muros. Se aprestaron para el combate de nuevo, mientras el elfo oscuro que comandaba al rinoceronte lanzaba un par de bolas de fuego a su alrededor, con poca efectividad gracias a la cantidad de humo y polvo que dificultaba la visión, y Daradoth saltaba por las ruinas de las caballerizas blandiendo a Sannarialáth, centelleante. 

Galad se dirigió a Anak:

—Intentemos encargarnos del otro jinete, ¿puedes afectarlo con una de tus canciones?

—Si nos acercamos los suciente, sí, podría intentarlo —contestó el bardo, dubitativo.

—Es suficiente para mí —Galad sonrió, pero su sonrisa no se transmitió a su mirada—. ¡Vosotros, conmigo! —exclamó, dirigiéndose a un grupo de soldados, que inmediatamente obedeció—. ¡Vamos a encargarnos de aquel! ¡No desfallezcáis, Emmán está con nosotros! ¡Proteged al bardo real! —En voz más baja, añadió—: Anak, no te separes de mí ni de Symeon.

Dejaron a los esthalios y la legión de Wolann enfrentándose a los invasores del sur, y se dirigieron hacia la primera brecha.

En la muralla sur, cuando Daradoth avistó al jinete, no pudo evitar que su visión se tornara roja de nuevo. Masculló algo, y saltó con un hechizo, acelerando de paso su metabolismo. Aterrizó sobre el lomo del animal, y agarrándose a una de las columnas de la casamata alzó a Sannarialáth, rechazando la naginata del elfo oscuro, que había buscado su abdomen. La resplandeciente espada élfica describió un arco que la vista no pudo seguir, y el pecho del elfo oscuro estalló en una explosión de luz plateada. Al caer muerto el jinete, el animal se agitó de repente, estrellándose contra el muro y retirándose. Daradoth se vio rodeado de repente del ejército enemigo; muchos de los soldados reccionaron dirigiendo sus arcos hacia el elfo, que por suerte consiguió reprimir su visión roja en un esfuerzo de voluntad titánico, y huir hacia el interior de la ciudadela.

En ese momento, Yuria, algo más alejada e impartiendo órdenes, vio una sombra por el rabillo del ojo que le llamo la atención. Miró hacia arriba. «Maldita sea, ¿aún hay más?». Un enorme cuervo negro, un corvax con los que ya se habían encontrado durante su periplo por el imperio vestalense, se precipitó sobre el patio de armas, remontando el vuelo mientras su jinete lanzaba un hechizo que hacía explosión donde debía de encontrarse el Empíreo. Dio la voz de alarma:

—¡Cuervos! ¡Cuervos gigantes arriba! ¡Proteged el Empíreo!

Daradoth, alertado por la explosión en el interior, alcanzó a ver al corvax remontando el vuelo. Sintió un latigazo de furia al verlo, y algo llamó su atención más allá. Dos manchas negras se aproximaban a lo lejos. Otros dos cuervos. «Dos brechas en en sur y el este, la muralla oeste a punto de verse superada, los malditos engendros lanzando bolas de fuego y los cuervos desde arriba». Apretando los dientes, descartó el pensamiento derrotista que le venía a la mente y se dirigió hacia el muro oeste para intentar acabar con el único jinete que quedaba a lomos de los rinocerontes. Más allá, por delante de él, el contingente de Galad y Symeon, al que se había unido Yuria, se encontraba en un enconado combate con las tropas enemigas tratando de ponerse a distancia de ataque de Anak Résmere, que prácticamente era arrastrado hacia allí en el seno del grupo mientras preparaba su canción de terror. 

En el límite de su visión, pudieron ver cómo el jinete de un corvax lanzó una lluvia de fuego sobre los soldados que trataban de llegar a defender el Empíreo.

Daradoth pasó como una exhalación sobre sus compañeros y saltó sobre el mastodonte al que intentaban acercarse, dispuesto a acabar con el elfo oscuro que lo comandaba. Pero esta vez no tuvo la misma suerte que en las anteriores. El elfo detuvo su ataque con su hoja, y el contraataque de la hoja impía se clavó en sus costillas, abriendo una fea herida y rechazándolo. Daradoth cayó inconsciente por el costado del animal.

Por suerte, y con ayuda de la distracción de Daradoth, Galad y los demás consiguieron empujar lo suficiente para que Anak se encontrara por fin a distancia de ataque. Bordeando el límite entre el canto y el grito, el bardo lanzó su melodía hechizada en forma de canción de guerra. El elfo oscuro, que se disponía a asestar el golpe de gracia a Daradoth, se detuvo al escuchar la voz. Un estallido de pánico sacudió su mente y, girándose bruscamente, hizo virar al enorme animal que comandaba, empujando y aplastando a sus propios soldados.

«Bien, esta brecha está controlada», pensó Yuria, mientras los guardias reales ganaban terreno hasta el muro. Se giró hacia el oeste, viendo los incendios  y los cuervos que ejecutaban mortales pasadas. En el sur, los Esthalios perdían terreno poco a poco. Daradoth había caído inconsciente sobre una pila de cuerpos, y Galad y Symeon parecían agotados, aunque el paladín y acorría hacia donde se encontraba el elfo para ayudarlo. Y en el exterior ya se escuchaba a las legiones de Datarian preparando el asalto a los muros con escalas. Ella misma se sentía desfallecer. «Esto es más de lo que podemos manejar». Aun así, volvió a rugir órdenes distribuyendo a las tropas hacia los puntos más débiles.

Symeon, apoyado en su bastón recuperando el aliento mientras Galad (obteniendo poder del bastón del errante) evitaba la muerte por desangramiento de Daradoth, también observaba a su alrededor. Susurró al paladín:

—Deberíamos ir pensando en un plan de escape, Galad. La cosa pinta mal, y no debemos dejar que apresen a la reina. Menos ahora que lleva al heredero de Menarvil en su vientre.

Se agachó cuando uno de los cuervos pasó peligrosamente cerca de ellos, y su jinete lanzó un hechizo sobre las tropas, que debido a ello cedieron algo de terreno en la brecha. Podía escuchar los gritos desesperados de Wolann y del capitán Garlon, rugiendo órdenes para mantener las líneas. Pero la muralla occidental cedía. Cuernos sonaban en señal desesperada de petición de refuerzos. Con Daradoth suficientemente recuperado y habiendo descansado unos minutos, corrieron hacia allá. 

Poco después de superar la plaza central de la ciudadela, una sombra se abatió sobre ellos; uno de los corvax se dirigía directamente a atacarlos, con los brazos de su jinete envueltos en un extraño fulgor mientras hacía gestos arcanos.

—¡Maldita sea! —gritó Symeon, alzando su bastón en un gesto de resistencia desesperado.

—¡Poneos tras de mí! —bramó Yuria. Pero no iban a poder hacerlo a tiempo.

—¿Escucháis eso? Como si...

Galad no pudo acabar la frase. Una estrella fugaz cayó del cielo con silbido sobrecogedor y un centelleo plateado. Estalló con gran estruendo sobre el negro cuervo y su jinete, prácticamente desintegrándolos.

Corvax impactado por una estrella