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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 20 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 23

Una Estrella fugaz

La duquesa Sirelen salió también de las estancias situadas tras el trono, así como un par de las damas de compañía de la reina, y se precipitaron a consolarla por la pérdida de su esposo. Poco después irrumpían en la sala los dos bardos reales que se encontraban fuera, Anak y Stedenn, este último con la manga de su jubón manchada de sangre.

Entre tanto, en el exterior, Daradoth se había retirado del muro para contener la hemorragia de su pierna, con bolas de fuego estallando cada cierto tiempo en las almenas a sus espaldas. Yuria seguía rugiendo órdenes para dirigir los carros incendiados hacia los enormes animales que habían quebrado la muralla, mientras ella misma se aproximaba al combate e intentaba que la gente no huyera despavorida ante la visión de las monstruosas criaturas y las explosiones ígneas.

Daradoth apretó los dientes al ver la desbandada de soldados y guardias que huía de las murallas presa del pánico. Los primeros soldados enemigos empezaban a irrumpir en la ciudadela a través de las brechas abiertas. Quiso ayudar, pero de repente, se sintió desfallecer. Había perdido mucha sangre. «Tengo que encontrar a Galad». Preguntó a su alrededor, y alguien le indicó que Galad había corrido hacia palacio. Corrió hacia allá, tambaleante. Un guardia le informó de la incursión y la muerte del rey, así que intentó acelerar el paso.

Las andanadas de los cuerpos de ballesteros que resistían en las murallas seguían siendo inefectivas, y las campanas de la parte occidental de la ciudad comenzaron a tañer frenéticamente. «Maldición», pensó Yuria, «¿qué pasará ahora? No creo que toquen las campanas así por un mero ataque del ejército». Apenas había conseguido que un puñado de personas detuvieran su huida cuando otro estruendo sacudió la zona. Cascotes y mampostería salieron despedidos del muro sureste. El tercer mastodonte había abierto brecha por fin, destrozando los edificios que reforzaban la muralla. 

Por suerte, los primeros carromatos con el heno, leña verde y brea encendidos llegaban al frente, despidiendo abundante humo. Los soldados los empujaron con fuerza sobre las aberturas, asustando a los animales, que retrocedieron, y dificultando la visión y la respiración de los atacantes. Poco después, la batalla estallaba entre los dos ejércitos.

En palacio, a Daradoth se le cayó el alma a los pies cuando vio al rey inerte, a la reina llorando desconsolada, y a Taheem sin la mano izquierda. Puntos de luz aparecieron en su visión, y todo se tornó borroso; a punto estuvo de caer al suelo. Pronto, Galad inponía sus manos y rezaba una oración a Emmán, haciendo que el elfo se sintiera mucho mejor.

—Gracias, hermano, como siempre —tocó con su mano el hombro de su amigo, ya casi hermano, como había dicho, y a continuación se giró—: Lamento mucho vuestra pérdida, mi reina, pero la situación en el exterior es extremadamente comprometida. Debemos salir a ayudar a Yuria y los demás.

—Por supuesto —contestó la reina—. Y gracias. 

En el camino al exterior, Daradoth puso en antecedentes de lo que ocurría en las murallas a Anak Résmere, que se les había unido, a Galad y a Symeon. El errante manifestó sus temores:

—Todo parece perdido aquí. Si Emmán o la bendita Ninaith no intervienen en nuestro favor, debemos ir pensando en la forma de escapar con vida.Y llevarnos a la reina.

—El dirigible no está listo para salir, no veo cómo podremos hacerlo —contestó Galad.

Cuando salieron al patio exterior pudieron escuchar el toque de campanas de la parte occidental de la ciudad, y al obtener visión directa, pudieron ver cómo ya había soldados luchando en lo alto. Desde el muro sur, les llegó el estruendo cuando el gigantesco rinoceronte abrió brecha. Vieron el humo de los carros llameantes sobre los edificios. Daradoth salió como un rayo hacia allí, acompañado de Symeon y Galad, que elevó sus plegarias para inspirar coraje en todos los que le rodeaban. Detuvo así gran parte de la desbandada de soldados y guardias que habían huido de las murallas, dirigiéndolos hacia la brecha sur, por donde ya entraban soldados enemigos. Daradoth se lanzó hacia allí para intentar acabar con el jinete del rinoceronte.

Yuria sintió algo de alivio al ver aparecer a sus amigos otra vez, aunque el corazón se le congeló unos segundos cuando le informaron de que el rey había muerto. No obstante, tuvo que sobreponerse rápidamente y se alegró de que Galad hubiera acudido con aproximadamente un centenar de soldados para reforzar los muros. Se aprestaron para el combate de nuevo, mientras el elfo oscuro que comandaba al rinoceronte lanzaba un par de bolas de fuego a su alrededor, con poca efectividad gracias a la cantidad de humo y polvo que dificultaba la visión, y Daradoth saltaba por las ruinas de las caballerizas blandiendo a Sannarialáth, centelleante. 

Galad se dirigió a Anak:

—Intentemos encargarnos del otro jinete, ¿puedes afectarlo con una de tus canciones?

—Si nos acercamos los suciente, sí, podría intentarlo —contestó el bardo, dubitativo.

—Es suficiente para mí —Galad sonrió, pero su sonrisa no se transmitió a su mirada—. ¡Vosotros, conmigo! —exclamó, dirigiéndose a un grupo de soldados, que inmediatamente obedeció—. ¡Vamos a encargarnos de aquel! ¡No desfallezcáis, Emmán está con nosotros! ¡Proteged al bardo real! —En voz más baja, añadió—: Anak, no te separes de mí ni de Symeon.

Dejaron a los esthalios y la legión de Wolann enfrentándose a los invasores del sur, y se dirigieron hacia la primera brecha.

En la muralla sur, cuando Daradoth avistó al jinete, no pudo evitar que su visión se tornara roja de nuevo. Masculló algo, y saltó con un hechizo, acelerando de paso su metabolismo. Aterrizó sobre el lomo del animal, y agarrándose a una de las columnas de la casamata alzó a Sannarialáth, rechazando la naginata del elfo oscuro, que había buscado su abdomen. La resplandeciente espada élfica describió un arco que la vista no pudo seguir, y el pecho del elfo oscuro estalló en una explosión de luz plateada. Al caer muerto el jinete, el animal se agitó de repente, estrellándose contra el muro y retirándose. Daradoth se vio rodeado de repente del ejército enemigo; muchos de los soldados reccionaron dirigiendo sus arcos hacia el elfo, que por suerte consiguió reprimir su visión roja en un esfuerzo de voluntad titánico, y huir hacia el interior de la ciudadela.

En ese momento, Yuria, algo más alejada e impartiendo órdenes, vio una sombra por el rabillo del ojo que le llamo la atención. Miró hacia arriba. «Maldita sea, ¿aún hay más?». Un enorme cuervo negro, un corvax con los que ya se habían encontrado durante su periplo por el imperio vestalense, se precipitó sobre el patio de armas, remontando el vuelo mientras su jinete lanzaba un hechizo que hacía explosión donde debía de encontrarse el Empíreo. Dio la voz de alarma:

—¡Cuervos! ¡Cuervos gigantes arriba! ¡Proteged el Empíreo!

Daradoth, alertado por la explosión en el interior, alcanzó a ver al corvax remontando el vuelo. Sintió un latigazo de furia al verlo, y algo llamó su atención más allá. Dos manchas negras se aproximaban a lo lejos. Otros dos cuervos. «Dos brechas en en sur y el este, la muralla oeste a punto de verse superada, los malditos engendros lanzando bolas de fuego y los cuervos desde arriba». Apretando los dientes, descartó el pensamiento derrotista que le venía a la mente y se dirigió hacia el muro oeste para intentar acabar con el único jinete que quedaba a lomos de los rinocerontes. Más allá, por delante de él, el contingente de Galad y Symeon, al que se había unido Yuria, se encontraba en un enconado combate con las tropas enemigas tratando de ponerse a distancia de ataque de Anak Résmere, que prácticamente era arrastrado hacia allí en el seno del grupo mientras preparaba su canción de terror. 

En el límite de su visión, pudieron ver cómo el jinete de un corvax lanzó una lluvia de fuego sobre los soldados que trataban de llegar a defender el Empíreo.

Daradoth pasó como una exhalación sobre sus compañeros y saltó sobre el mastodonte al que intentaban acercarse, dispuesto a acabar con el elfo oscuro que lo comandaba. Pero esta vez no tuvo la misma suerte que en las anteriores. El elfo detuvo su ataque con su hoja, y el contraataque de la hoja impía se clavó en sus costillas, abriendo una fea herida y rechazándolo. Daradoth cayó inconsciente por el costado del animal.

Por suerte, y con ayuda de la distracción de Daradoth, Galad y los demás consiguieron empujar lo suficiente para que Anak se encontrara por fin a distancia de ataque. Bordeando el límite entre el canto y el grito, el bardo lanzó su melodía hechizada en forma de canción de guerra. El elfo oscuro, que se disponía a asestar el golpe de gracia a Daradoth, se detuvo al escuchar la voz. Un estallido de pánico sacudió su mente y, girándose bruscamente, hizo virar al enorme animal que comandaba, empujando y aplastando a sus propios soldados.

«Bien, esta brecha está controlada», pensó Yuria, mientras los guardias reales ganaban terreno hasta el muro. Se giró hacia el oeste, viendo los incendios  y los cuervos que ejecutaban mortales pasadas. En el sur, los Esthalios perdían terreno poco a poco. Daradoth había caído inconsciente sobre una pila de cuerpos, y Galad y Symeon parecían agotados, aunque el paladín y acorría hacia donde se encontraba el elfo para ayudarlo. Y en el exterior ya se escuchaba a las legiones de Datarian preparando el asalto a los muros con escalas. Ella misma se sentía desfallecer. «Esto es más de lo que podemos manejar». Aun así, volvió a rugir órdenes distribuyendo a las tropas hacia los puntos más débiles.

Symeon, apoyado en su bastón recuperando el aliento mientras Galad (obteniendo poder del bastón del errante) evitaba la muerte por desangramiento de Daradoth, también observaba a su alrededor. Susurró al paladín:

—Deberíamos ir pensando en un plan de escape, Galad. La cosa pinta mal, y no debemos dejar que apresen a la reina. Menos ahora que lleva al heredero de Menarvil en su vientre.

Se agachó cuando uno de los cuervos pasó peligrosamente cerca de ellos, y su jinete lanzó un hechizo sobre las tropas, que debido a ello cedieron algo de terreno en la brecha. Podía escuchar los gritos desesperados de Wolann y del capitán Garlon, rugiendo órdenes para mantener las líneas. Pero la muralla occidental cedía. Cuernos sonaban en señal desesperada de petición de refuerzos. Con Daradoth suficientemente recuperado y habiendo descansado unos minutos, corrieron hacia allá. 

Poco después de superar la plaza central de la ciudadela, una sombra se abatió sobre ellos; uno de los corvax se dirigía directamente a atacarlos, con los brazos de su jinete envueltos en un extraño fulgor mientras hacía gestos arcanos.

—¡Maldita sea! —gritó Symeon, alzando su bastón en un gesto de resistencia desesperado.

—¡Poneos tras de mí! —bramó Yuria. Pero no iban a poder hacerlo a tiempo.

—¿Escucháis eso? Como si...

Galad no pudo acabar la frase. Una estrella fugaz cayó del cielo con silbido sobrecogedor y un centelleo plateado. Estalló con gran estruendo sobre el negro cuervo y su jinete, prácticamente desintegrándolos.

Corvax impactado por una estrella


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