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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 25

Calma tensa

Durante la noche, Daradoth estableció contacto con el Vigía a través del Ebiryth. Aunque le costaba reconocerlo, las palabras de Ilaith sobre la búsqueda de alternativas para solucionar el problema de los Erakäunyr habían hecho mella en él y habían sembrado la duda sobre la utilidad de la búsqueda de un ritual que podrían perfectamente no encontrar nunca.

Al cabo de pocos minutos, entablaba conversación con Irainos:

—Mi señor, quería preguntaros acerca de las guerras de la Era Legendaria, sobre el enfrentamiento con los Erakäunyr en las Guerras Taumatúrgicas.

—Por supuesto, os contestaré en la medida de mis posibilidades —acordó el anciano.

—Como sabéis, estamos inmersos en plena búsqueda del ritual para restaurar el alma de Ecthërienn, pero hasta el momento no hemos tenido éxito, y empezamos a dudar de si alguna vez lo tendremos. Además, hay muchas situaciones urgentes y, por ese motivo, estamos evaluando otras... alternativas.

—Ya veo. Adelante.

—Quería saber si en la Era Legendaria existían los paladines tal y como existen hoy. Paladines de Emmán y paladines de Ammarië, al menos.

Irainos guardó silencio durante unos segundos.

—No sé si podré responder a eso con todo el rigor necesario. Yo nací al final de la Era Legendaria y no participé directamente en las Guerras Taumatúrgicas. Lo que sí sé es que los humanos aparecieron cuando ya habían transcurrido dos siglos de la Segunda Guerra, y sus llamados paladines parecen distintos de nuestros clérigos elfos. No creo que existieran como tal en aquella época, pero no puedo asegurarlo.

—Muy bien, gracias por vuestra ayuda. Solo una cosa más. ¿Podríais preguntar a Eraitan con ayuda del Ebiryth esto mismo? Él estuvo en las Guerras Taumatúrgicas, y por lo que dijo, también presente cuando los Erakäunyr aparecieron, quizá pueda aportar algo más.

—Por supuesto, contactaré con vos en cuanto sepa algo.

Terminada la conversación, Symeon aprovechó para visitar el mundo onírico por primera vez en varias jornadas. Todo parecía normal, y no detectó ninguna presencia extraña, así que volvió a la vigilia, agotado, y todos descansaron después de una agotadora jornada.

El día siguiente fue agitado para Yuria, reparando y organizando las defensas de la ciudadela. Afortunadamente, los enemigos debían de estar lamiendo sus heridas y todo estaba más o menos tranquilo excepto por alguna escaramuza. Pronto por la mañana se reunió de nuevo el consejo, con todos los presentes del día anterior y alguno más. Una delegación de guardias informó sobre la situación del enemigo: al parecer, se encontraban construyendo empalizadas rodeando el perímetro de la ciudad para impedir la entrada y salida de personas o suministros.

—Todavía no tenemos noticias de disensiones entre los enemigos, pero estoy seguro de que ha de haberlas.

Todos estuvieron de acuerdo en que había que explotar la disensión provocada por la muerte del rey, como ya habían discutido el día anterior. Unos y otros evaluaron cuál sería la mejor manera de hacerlo.

Finalmente, Galad propuso algo:

—Tenemos más de un centenar de prisioneros. Con el pretexto de que no tenemos alimento para ellos, liberemos a algunos mostrándoles previamente el cadáver del rey, de los corvax y de los elfos oscuros. Así podrán esparcir la noticia y madurar la situación.

Todo el mundo se mostró de acuerdo, y Yuria añadió:

—Esperaremos dos jornadas tras la liberación, y después intentaremos mover a algunos a que recuperen su lealtad.

Y así lo hicieron. El propio Galad y Anak Résmere acompañaron una ochentena de prisioneros en su revelación acerca de la muerte del rey y de los engendros parecidos a cuervos. Acto seguido, tras un furioso discurso del paladín en el que les acusaba de haber servido a la Sombra, fueron liberados.

Más tarde, el sustituto de Wolann al frente de la legión que se había unido a ellos, Svarakh, fue convocado al consejo para evaluar sus intenciones y renovar sus votos de lealtad. A pesar de su aspecto de vikingo y su rostro lleno de cicatrices, pronto quedó clara su nacionalidad cuando habló estigio con un perfecto acento. No pareció estar especialmente incómodo ni albergar segundas intenciones, de hecho manifestó su desconfianza por los nuevos aliados de Datarian, así que se sintieron satisfechos cuando juró su lealtad a la reina Irmorë.

Unas horas más tarde, aprovechando la luz del sol poco después del mediodía, el grupo se embarcó en  el Horizonte, que se encontraba anclado al patio de armas, con los paladines vigilando desde la altura. Su intención era sobrevolar los campamentos enemigos para localizar las agrupaciones de comandantes; de esa manera, podrían enviar mensajeros directamente cuando los rumores sobre la muerte del rey se hubieran extendido lo suficiente. El ojo experto de Yuria, con ayuda de su lente ercestre, le permitió identificar rápidamente los centros de mando de los campamentos desde una altura segura.

—Veo algo —advirtió—. Una especie de comitiva se está moviendo. —Se quedó en silencio durante unos momentos, ante el nerviosismo de los demás—. Yo diría que los comandantes de las distintas legiones se están reuniendo en el campamento de Datarian. 

Se plantearon algún tipo de acción contra el cónclave de generales, pero realmente era imposible hacer nada sin riesgo de perder el Horizonte y quizá sus vidas.

—Además —añadió Galad—, tampoco estamos seguros de que estén reunidos para organizar un ataque o porque hay disensión en sus filas. No podemos arriesgarnos a perder a aquellos que duden y que se unan ante un ataque repentino.

Así que volvieron a anclarse sobre la ciudadela y descendieron de nuevo para reunirse con el consejo e informarles de lo que habían visto. Se volvió a evaluar la posibilidad de formar un grupo de incursión al mando de Daradoth para acabar con los generales, pero se volvió a desechar la idea.

El día siguiente decidieron intentar contactar con las dos legiones fieles que se aproximaban hacia la ciudad.  Para ello, embarcaron en el Horizonte una veintena de paladines (con el permiso de Davinios), un grupo de ballesteros y cuatro mensajeros. Estos viajarían en parejas hacia el sur y hacia el noroeste para intentar encontrarse con las legiones.

No obstante, a última hora, Galad, Symeon y Daradoth decidieron embarcarse y acompañar a la tripulación para asegurarse de que todo salía bien.

Transcurridas unas decenas de kilómetros volando a una altura segura, Daradoth avistó algo.

—Mirad allí —anunció al resto, señalando—. ¿Veis aquello?

—Sí —conestó Symeon—. Son media docena de pesonas, con librea de Sermia... ¿están agitando los brazos para llamar nuestra atención?

—Pues sí, eso parece.

 Descendieron hacia el grupo de soldados, que viajaban a caballo, aunque en esos momentos todos estaban con el pie en tierra. Uno de los caballos parecía muerto, seguramente de agotamiento, dada la espuma que emanaban sus ollares.

El rostro de los soldados traslució una gran sorpresa cuando reconocieron a Symeon, Galad y el ínclito lord Daradoth. Los seis se inclinaron, hincando una rodilla en tierra. Estaban visiblemente exhaustos.

—Mis señores, vuestras hazañas han llegado hasta nuestros oídos, y debo decir que es un honor estar en vuestra gloriosa presencia.

Daradoth miró a sus compañeros. «En verdad hemos cambiado en este último año. Galad está magnífico con su túnica y ese poderoso cuerpo, y Symeon parece haber vivido dos vidas, majestuoso con la diadema y el bastón. Espero que yo me vea al menos tan imponente como ellos».

—Levantaos, por favor —dijo Galad tras unos segundos de sorpresa—. Por lo que veo, viajabais con una premura fuera de lo normal; ¿acaso tenéis nuevas urgentes que transmitir?

—Mi nombre es Erilim, señor, oficial del condado de Eraben, cuyas fuerzas que guardan la frontera sur. Y me temo que traemos trágicas noticias. La frontera ha caído. Un poderoso contingente se acerca desde el sur, y tememos que se dirigen a saquear y arrasar los Poblados de la Seda.

—Maldita sea —espetó Daradoth—, solo nos faltaba esto. ¿Quién compone el contingente?

—Al menos cuatro mil jinetes de esos bárbaros de Semathâl, acompañados de ástaros y de gentes extrañas del sur. Además, se nos informó que alguien vio criaturas parecidas a elfos, pero con la tez oscura, entre ellos.

—¿Cuántos diríais que son en total?

—Estimamos su hueste entre seis mil y nueve mil efectivos.

Todos rebulleron inquietos.

—Está bien, acompañadnos —zanjó Daradoth—. Embarcad en el Horizonte, creo que los cinco corceles también cabrán en la bodega.

Una vez acomodados todos el el dirigible, informaron a los recién llegados de la situación en Doedia, y se alejaron un poco más para dejar a los mensajeros. Las órdenes eran que las legiones se reunieran en un punto determinado al suroeste de la capital. 

—Si por algún motivo —les advirtió Symeon— no conseguís dar con los contingentes aliados, dirigíos hacia Tarkal y dad aviso. Esperad allí nuestro retorno.

Un par de horas después se reunían de nuevo con el consejo en el palacio de Doedia, provocando desesperación en algunos cuando refirieron las noticias del ejército invasor procedente del sur. 

—Según mis cálculos —dijo Yuria—, con ese tamaño de ejército, tardarán en llegar a Doedia al menos un mes. Mínimo cuatro semanas. pero en el camino seguramente saquearán y arrasarán, cosa que tampoco queremos. Y seguramente, una vez nos sobrepasen, seguirán hacia el Imperio Vestalense.

—Efectivamente —coincidió la reina.

—El aspecto positivo es que podemos aprovechar esta información para instar a los dubitativos a que abandonen a Datarian —abundó Symeon—. No padezcáis, no permitiremos que Sermia sucumba a la Sombra.

—No estaría mal averiguar cómo retiene Datarian a los generales. Doscientos elfos oscuros no parecen suficientes para intimidar a seis legiones...

—Lo que es urgente de verdad es convocar un parlamento —Galad, pragmático como siempre, interrumpió la divagación de Yuria—. O. más bien, provocarlo.

—Pero no veo la forma de hacerlo —objetó Daradoth.

Discutieron largo y tendido sobre cómo acercarse a alguno de los campamentos más alejados de Datarian para intentar hablar con los generales.

Finalmente, Ilaith tomó la palabra.

—En mi opinión, los generales todavía no han traicionado al duque debido a que los elfos oscuros los deben de amedrentar de alguna forma. Quizá podríamos concentrar un ataque contra ellos.

—Entonces, nos convertiríamos en la parte agresora —objetó Yuria.

—Aun así, creo que ganaríamos más de lo que perderíamos.

—Pero el acercamiento sería demasiado peligroso. No lo descarto, pero no veo el modo aunque carguemos el Horizonte de paladines —dijo Galad—. Yo creo que durante el día de hoy deberíamos dedicarnos a vigilar bien sus movimientos para averiguar cuáles de ellos son más receptivos.

—Y quizá aprovechar el funeral de su majestad para confirmar los rumores y aumentar la disensión —sugirió Symeon.

Así lo decidieron. El día siguiente, durante el sepelio del rey Menarvil, el Horizonte sobrevolaría Doedia para intentar detectar algún movimiento delator en los generales enemigos. Antes de eso, esa misma tarde, el cuerpo del rey sería mostrado en los jardines de palacio para que "quien así lo quisiera" (como bien gritaron los bardos a los cuatro vientos) pudiera presentar sus respetos. Las campanas tañeron incesantemente hasta el atardecer, mientras el Horizonte, con el grupo embarcado, sobrevolaba la ciudad para detectar movimientos entre los contrincantes.

—Mirad esto —espetó Yuria en un momento determinado, y tendió la lente ercestre a los demás.

 Allá abajo, desde el campamento del oeste, un soldado hacía señales luminosas con un cristal o algo parecido, intentando llamar la atención de la tripulación.

—Seguro que quieren reunirse con nosotros —dijo Symeon, convencido.

El errante le devolvió las señales con su diadema, para que supiera que estaban enterados.

 


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