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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 17 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 26

Contactando con los Fieles

Tras el intercambio de señales, el grupo ordenó que el Horizonte siguiera sobrevolando Doedia, lo más discretamente posible y describiendo un amplio círculo, con la intención de detectar otras posibles comunicaciones subrepticias.

—Mirad allí —advirtió Yuria mientras sobrevolaban la parte sur de la ciudad.

Un nutrido grupo de soldados, unos cincuenta o sesenta, quizá con algunos oficiales entre ellos, se encontraban reunidos en una pequeña plaza elevada. Miraban hacia la ciudadela con una mano en el corazón y con aire marcial. Las campanas del palacio y las murallas tañían al unísono en memoria del rey Menarvil, cuya capilla ardiente se celebraba en esos momentos.

—Parecen estar presentando sus respetos al rey —dijo Symeon—. ¿Deberíamos contactar con ellos?

—Yo creo que sí —opinó Galad, secundado por los demás.

Así que descendieron desde la altura segura hasta una distancia que permitió a los reunidos apercibirse de su presencia. El grupo de soldados iba aumentando de tamaño, pues había un goteo incesante de soldados desde los callejones anexos a la placita sobre la que se encontraban.

Symeon lanzó unas señales resplandecientes con su diadema, y varios de los soldados hicieron un gesto de reconocimiento, pero acto seguido miraron a su alrededor. No querían que los vieran contactando con el enemigo. Efectivamente, en el grupo había varios oficiales, y uno de ellos lucía las insignias de ayuda de campo (en Esthalia lo llamarían lugarteniente) de su general. Memorizaron su rostro para intentar contactar con él más adelante.

—Bien, ya se han dado cuenta —dijo Yuria, y ordenó—: ¡Más altura! ¡Volvemos al patio de la ciudadela!

Mientras descendían para anclar el dirigible, Daradoth pudo ver a lo lejos algo que le llamó la atención:

—Han organizado dos partidas de jinetes, que han partido a toda prisa alejándose de la ciudad —informó.

—Quizá estén cazando desertores.

—Ojalá hayan llegado a ese punto.

Al anclar el Horizonte, los paladines de a bordo se relajaron por fin, dejándose de oír esas campanillas celestiales que les habían acompañado en todo momento. Yuria se había acostumbrado tanto a ellas, que ahora su ausencia destacaba como un trueno. «Hace unas tres jornadas que no vemos ningún corvax en el cielo, buena señal», pensó, «a no ser que haya partido en busca de refuerzos». Su ánimo sombrío se disipó cuando vio el Empíreo ya completamente reparado y anclado en un lugar más alejado del patio de armas. Los tejedores y artesanos ya trabajaban en la reparación del Nocturno.

De vuelta en el consejo, expusieron todo lo que habían visto y deducido, y pasaron a discutir cuál sería la mejor forma de contactar con los presuntos disidentes. Se evaluaron varias posibilidades, entre ellas la de enviar el Ebyrith de Daradoth para contactar con ellos. Decidieron que empezarían por contactar con el oficial del sur, cuyo rango le permitiría mayor libertad de maniobra que al soldado del campamento del oeste.

El día siguiente, tras un par de semanas de sol, amaneció con nubes y llovizna. Eso les dificultaría la exploración del entorno, pero les vendría perfecto para realizar salidas discretas en los dirigibles. Se reunieron para desayunar rápidamente antes de ponerse en marcha, abrazando a Taheem que, con el muñón bien vendado, se unió de nuevo a ellos. Yuria se encontraba pensativa, y finalmente dijo:

—Han pasado ya tres días desde el asalto, y no lo han vuelto a intentar.

—Eso está bien, en lo que a mí respecta —sonrió Galad.

—Es bueno, pero extraño. Solo se me ocurren dos posibilidades: o bien los hemos dejado muy maltrechos, o es que tienen problemas internos. No los dejamos tan maltrechos como para no aprovechar las brechas en el muro, así que me inclino por la segunda.

—Tratemos de aprovecharlo —sentenció Daradoth.

 

Salieron de la ciudadela esta vez a bordo de Empíreo. Descendieron a una distancia segura (facilitada por las nubes y la lluvia), y Daradoth y Symeon desembarcaron. El errante iba con la ropa justa, pues iba a ser el objetivo de las habilidades sobrenaturales del elfo para ocultarse a la vista. Tardó unos minutos en acostumbrarse a no verse a sí mismo al moverse, pero en un breve intervalo se despedía de Daradoth y se dirigió caminando hacia el campamento del sur. «Esto me recuerda los viejos tiempos», pensó con una mezcla de excitación y tristeza; «si hubiera contado con estos medios, nada habría sido imposible». Symeon había sido la elección evidente para esta misión, dadas sus ingentes habilidades para la incursión subrepticia y silenciosa.

Pronto atravesó el acceso al campamento sin ningún problema. Por lo poco —o mucho— que había aprendido de Yuria respecto a los temas militares, le pareció que el cuerpo de guardia era bastante escaso. Se dirigió hacia el centro del complejo y en poco menos de veinte minutos reconoció al edecán que había presentado sus respetos al rey. La tienda de donde había salido debía de ser la suya, así que ya tenía la información que necesitaba. El oficial se dirigía con un par de oficiales hacia algún lugar. El errante los siguió para escucharlos, pero hablaban en Sermio y no entendió nada. Eso sí, parecía que estaban discutiendo, al igual que mucha gente alrededor; los ánimos parecían crispados.

Antes de retirarse, aprovechó para investigar un poco más. Le llamaron la atención tres tiendas enormes plantadas un poco más lejos del centro con un blasón diferente. El blasón de Datarian. Esperó unos momentos más, y pudo ver que las tres tiendas estaban habitadas por unos sesenta hombres del duque; además, en una de ellas, sentados en austeras sillas, un par de elfos oscuros dormitaban.

Symeon volvió al Empíreo de nuevo sin problemas, transcurridas unas tres horas desde su partida. Informó a sus compañeros de todo lo que había visto.

—Si envías el búho de noche —dijo a Daradoth— habrá que tener cuidado con los elfos oscuros.

—Lo haremos de día.

No esperaron demasiado. Prácticamente en cuanto acabaron de hablar y Symeon hubo descrito con todo lujo de detalles la tienda del oficial, Daradoth sacó el artefacto en forma de búho. Cuando iba a darle instrucciones, Taheem intervino:

—¿No creéis que sería buena idea que Symeon se volviera a infiltrar y fuera testigo de lo que diga el búho y a quién lo diga?

—Sí, tienes razón —Daradoth agradeció la aportación del vestalense.

Y así lo hicieron. Repitieron el proceso de la mañana, y en aproximadamente una hora y media para dar tiempo a Symeon de colocarse en posición (como efectivamente lo hizo, aunque con alguna dificultad más de la que había tenido por la mañana), dio instrucciones al Ebyrith en voz queda:

—Ve al campamento más cercano a nosotros, a la tienda de color gris con ribetes verdes, y da este mensaje en un correcto Sermio: "Reunión en tres horas, una legua al sur. Salve Menarvil —la referencia al difunto rey había sido idea de Taheem—, que viva por siempre". No esperes confirmación.

El artefacto salió flotando de su mano a una velocidad sorprendente.

En la tienda del edecán, Symeon se sorprendió en el rincón donde se encontraba al ver aparecer un borrón oscuro atravesando la puerta. Con un golpe seco, el búho de Daradoth se posó sobre la mesa que dominaba el centro, donde el oficial se encontraba hablando con tres de sus oficiales. Todos echaron un par de pasos atrás, alguno echando mano de su espada, sorprendido y asustado.

En un visto y no visto, el Ebyrith reprodujo las palabras que Daradoth le había confiado, y volvió a alzar el vuelo raudo a través de la solapa de la tienda. Symeon pudo ver cómo el trío de oficiales reunido se miraba asombrado, y acto seguido pasaban a conversar acaloradamente en su idioma. Finalmente, el edecán dio algunas órdenes y los otros dos oficiales salieron rápidamente de la tienda, mientras él quedó pensativo, mesándose la barba.

«Bueno, pues ahora a esperar que haya suerte», pensó Symeon mientras salía de la tienda. Alguien gritaba a lo lejos. En general, había bastante ruido en el campamento, y las discusiones se podían notar en el ambiente. Salió del campamento sin ningún problema; la presencia de guardias aún era más escasa que hacía horas.

Cuando llegó Symeon, dirigieron el Empíreo hacia el punto de encuentro, protegido por la llovizna. El errante y Daradoth descendieron y tomaron posiciones en escondites lo suficientemente separados del camino.

Al cabo de bastante más de tres horas, ya a media tarde, pudieron oír cascos de caballos. Symeon se giró al notar algo por el rabilo del ojo. Llamó la atención de Daradoth, señalando hacia allá. Un forrajeador exploraba la zona, sin verlos.  Unos momentos después avistaban al grupo de jinetes que venía por el camino. Una docena más o menos, completamente pertrechados con armadura. Daradoth suspiró aliviado; «por suerte no hay elfos oscuros». Salió de su escondite y llegó rápidamente al camino.

Al verlo, los jinetes refrenaron a sus monturas. Era evidente que lo reconocían. Quizá algunos de ellos incluso lo hubieran visto anteriormente en persona. Se detuvieron a escasos metros, cuando Daradoth ya se encontraba preparado para saltar lejos de su alcance.

—Salve, lord Daradoth —dijo el Edecán, mientras desmontaba.

—Salve, oficial.

—Mi nombre es Agoran Berien, mi señor —dijo mientras se inclinaba en una ceremoniosa reverencia; el resto de sus hombres calcaron su gesto. 

—Os agradezco que hayáis acudido tan rápidamente a mi llamado, Agoran. —Alguno de los hombres silbó, y una veintena de exploradores armados con arcos y espadas cortas salió de los bosques. Symeon lo observaba todo desde su escondite—. Y como supongo que no tendréis mucho tiempo antes de tener que volver al campamento, iré al grano. Vimos que ayer presentabais vuestros respetos al rey Menarvil, y quiero aseguraros en persona y de primera mano que el rey fue asesinado por un grupo de incursores elfos oscuros, maldita sea su existencia, aliados con vuestro señor el duque Datarian. —Agoran miró instintivamente a su alrededor, aunque era imposible que alguien los estuviera espiando—. No es admisible que un duque de Sermia se haya aliado de esa manera con la Sombra y haya traicionado a la Corona hasta tal punto. Queremos que los fieles a Sermia renieguen de Datarian y sus pérfidos aliados, y sean derrotados sin paliativos.

—Entiendo lo que decís, y me atrevo a decir que lo comparto, como todos los aquí presentes, mi señor —dijo Berien, girándose hacia sus hombres—. Pero me temo que no es tan fácil. Pocos creen que la reina sea una opción válida para ocupar el trono, y sin algo que los una, no va a ser nada sencillo.

En ese momento, Symeon decidió salir de su escondite. Provocó algunas reacciones de asombro, y algunos arcos tensados, pero pronto lo reconocieron también y permitieron que se situara junto a Daradoth.

—No conocemos a fondo las leyes sucesorias de Sermia —continuó el elfo—, pero la alianza con los enemigos de...

—No hay nada de lo que preocuparse entonces —intervino Symeon, interrumpiéndolo. «Perdona amigo mío», pensó, «pero ya sabía que ibas a dar más rodeos de los necesarios»—. Hace tan solo un par de días, la reina reveló un hecho providencial. ¡Está encinta! En su vientre lleva el fruto de su amor por el rey, el legítimo heredero del reino de Sermia, y eso la convierte en la regente por derecho.

—¿Es eso cierto? —sorprendido, Berien pidió la confirmación de Daradoth.

—Sí, así es —respondió el elfo de mala gana, nada convencido de que hubiera sido buena idea desvelar el estado de la reina tan pronto.

—Entonces, eso lo cambia todo.

Se giró hacia sus hombres, traduciendo al sermio todo lo que habían hablado, y la revelación de la reina. Un rumor ininteligible se extendió por sus filas. Berien se giró de nuevo hacia Daradoth y Symeon.

—Como ya habréis supuesto por el simple hecho de que estamos aquí, no compartimos en absoluto los métodos y las alianzas del duque. Mi deseo, como el que más, es que Sermia recupere su esplendor imperial y aplastemos a nuestros enemigos. Pero no con este coste. No estamos dispuestos a seguir pagándolo.

—¿Y quién más piensa como vos?

—En la legión, la mayoría.

—¿Y en el resto? ¿Algún general tomaría la iniciativa?

—Ciertamente no lo sé.

—Y dejando aparte la vigilancia de los elfos oscuros, si os... declararais no conforme con el mando, ¿cuántos hombres os seguirían?

—Yo creo que casi toda la legión, pero habría que hacerles saber que su majestad Irmorë, que en gloria viva, está embarazada.

—Si los bardos lo anunciasen, ¿la gente lo creería? —inquirió Daradoth.

—Sí, creo que sí.

—Pero de momento, habrá que ser cautelosos con esta información. No queremos que los elfos oscuros intenten asesinar a la reina como lo hicieron con el rey.

—Aunque tarde o temprano lo intentarán —intervino Symeon.

—Si os parece bien, nos despediremos ahora, no quiero que noten vuestra ausencia en demasía. Volveremos a ponernos en contacto con vosotros, seguramente con el mismo método; que por cierto, os agradecería que me dijerais cuál es el mejor momento para hacer uso de él. Nosotros hablaremos con la reina para decidir los siguientes pasos, y contactaremos con otros generales.

Symeon volvió a intervenir:

—Solo una cosa más, ¿tiene Datarian planeado lanzar algún ataque en breve? 

—Lo está intentando, pero parece haber disensión entre los generales.

—Interesante, ¿alguno en concreto?

—Los generales Tybasten Seriann y Svadren Eniarac son los que parecen estar planteando más problemas. Tybasten es el más ferviente perseguidor de la Sermia imperial, pero tiene sus dudas. Svadren es el general de la cuarta legión, al este, la que está más cerca del contingente de elfos oscuros.

—Ya veo. —Mientras los soldados volvían a subir a sus caballos, Symeon continuó—: ¿Tenéis noticia de los enemigos que vienen desde el sur? Un contingente ha atravesado la frontera sin oposición, al menos seis mil efectivos, con cuatro mil jinetes de Semathâl al mando de generales de la Sombra. Están llegando a los Pueblos de la Seda.

—No, no sabía nada —el rostro de Berien se ensombreció mientras traducía las palabras a sus hombres y estos hablaban entre ellos, al parecer indignados—. Pésimas noticias, en verdad.

—Y que al parecer os han ocultado. Intentad propagar el rumor, que los soldados lo sepan y que llegue a oídos de sus generales. Los fieles a Sermia no pueden tolerar tal cosa. 

—Por supuesto. Y esperaremos noticias vuestras, preferiblemente por la mañana a primera hora para evitar testigos indeseados. Espero que no se demoren mucho.


De vuelta a Doedia, se reunieron en privado con Ilaith y la reina, para evitar posibles espías. Les narraron todo el episodio con el capitán Berien y su éxito en el contacto. Les hablaron de la disensión entre los generales y de la conveniencia de contactar lo antes posible con Tybasten y Svadren, y de lo más importante:

—Debemos hacer saber a todo el mundo que estáis embarazada, majestad. Necesitan saber que hay un heredero legítimo para que den el paso adelante. Y la mejor forma de hacerlo es recurriendo a los bardos. 

—Los rumores ya están en marcha —dijo Symeon—, pero será necesaria una confirmación oficial.

—No sé si es una buena idea —dijo la reina palpando su vientre—. Esos elfos oscuros son peligrosos.

—Os protegeremos, mi señora, perded cuidado —aseguró Daradoth.

—¿Qué opinas sobre esto, Yuria? —preguntó Ilaith.

—Que es necesario si queréis levantar este asedio antes de que lleguen los invasores desde el sur.

Ilaith asintió, y ella e Irmorë intercambiaron miradas durante unos segundos.

—Sea, pues —dijo por fin la reina—. Adelante; ya habéis mostrado vuestra valía en varias ocasiones, y de hecho deseo nombraros Grandes del Reino, así que confío en vosotros plenamente, igual que Ilaith. Quiera la Luz protegernos.

Se despidieron, prestos a asearse y a vestirse con sus mejores galas para asistir al funeral del rey.

Funeral del rey Menarvil I

 

La ceremonia fue especialmente emotiva, con los bardos cantando canciones de duelo que hicieron acudir lágrimas a los ojos de casi todos los presentes. Yuria, Galad, Symeon y Daradoth se miraron, más convencidos que nunca de su importancia en la partida de ajedrez que se estaba jugando en Aredia. Parecían elevarse sobre la escena; cuatro héroes de la antigüedad, cuatro adalides de la Luz dispuestos a sacudir el mundo hasta los cimientos si era necesario para acabar con la influencia de Sombra. Los ojos verdes de Yuria, los azules de Daradoth, los grises de Galad y los pardos de Symeon rebosaban de convicción y poder. Casi podían ver cómo Luz provocaba pequeñas chispas en sus iris, cómo todo se torcía a su alrededor por la  pura fuerza de su voluntad...

La voz de la reina los sacó de su ensoñación. Por un momento, habían olvidado dónde se encontraban.

—...pero no todo son malas noticias. La Luz, en su infinita gracia, permitió que la semilla de Menarvil arraigara en mi vientre, y llevo en él el fruto de nuestro amor. ¡Sermia tiene un heredero legítimo!

La multitud congregada guardó silencio unos segundos, hasta que la duquesa Sirelen exclamó:

—¡Salve, Irmorë, reina regente! ¡Salve, Sermia! ¡A la victoria!

La audiencia estalló en rugidos y vítores, exultante por la noticia. Ilaith sonrió a Irmorë, pero esta no le devolvió el gesto, majestuosa y solemne ante sus súbditos.


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