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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 3 de febrero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 2

Concordia y Secuestro

Galad fue el primero en tomar la palabra ante el cónclave de paladines, instándolos a dejar a un lado sus rencillas, dando una introducción a la jerarquía celestial y explicando su nueva situación como Brazo de Emmán, portador de Églaras, su primer arcángel, Norafel. Esto lo llevó a explicar el concepto de Brazo —entre gritos exaltados de "¡salve al Brazo de Emmán! de Davinios y el resto de paladines de Emmán— y a llegar a una arenga final:

—Paladines de Emmán o de Osara, somos diferentes en la superficie pero iguales en el fondo. Todos servimos a la Luz, y un enemigo común: Sombra. Muchos de vosotros ya conocéis estos conceptos metafísicos gracias a lord Daradoth; para quien no lo sepáis, nuestra realidad se halla inmersa en un conflicto celestial que lo arrasará todo si no le ponemos remedio, y por eso debemos prevalecer y dejar a un lado nuestras diferencias. Si no, nada sobrevirirá. ¡¿Estáis con nosotros?!

Con un fluido gesto, Galad desenfundó a Églaras, convirtiéndose instantáneamente en la visión gloriosa que ya habían presenciado en la cámara acorazada de Ilaith. Exclamaciones de asombro recorrieron la multitud reunida. Galad fue imbuido por Norafel, como cada vez. "Reinaremos Supremos. Reinaremos", oyó en su mente. El paladín esperó unos segundos, con el arcángel susurrando, y sin esfuerzo aparente volvió a envainar la espada. Davinios y algunos más habían caído de rodillas, con lágrimas asomando en sus ojos brillantes de devoción.

Aznele Ereven, Gran Maestre de los paladines de Osara

Muchos de los paladines de Osara parecían intimidados. "Quizá esta no ha sido la mejor idea para enterrar las rencillas entre unos y otros, Galad", pensó Daradoth, que, cuando se calmaron los ánimos, tomó la palabra:

—Realmente impresionante. El poder de Emmán es fuerte en Galad. No obstante, como bien habéis mencionado, lo más importante aquí es vencer en nuestra lucha contra Sombra, pues si no, toda Aredia perecerá bajo su yugo y se convertirá en una aberración, una vida que no valdrá la pena ser vivida. No tenéis que cambiar vuestra fe, solo respetar la de los demás, y contribuir con ello a la gloria de Luz, que nos llevará a la victoria. Ahora mismo nos encontramos en proceso de restituir su poder al Brazo de Oltar, y tarde o temprano aparecerá Erentel, el arcángel de Osara o, como la llamamos en cántico, Ammarië, y buscará a su Brazo entre vuestras filas. Por eso, no debemos dudar y tenemos que enfrentarnos a Sombra con todas nuestras fuerzas, sin flaquear y sin confundirnos de enemigo.

Murmullos y cruces de miradas; muchos paladines parecían convencidos, otros dudaban todavía; ninguno se atrevía a exponerlo abiertamente. Galad hizo un gesto hacia Aznele, que dio un paso adelante:

—Gran sabiduría albergan las palabras del hermano Galad y de lord Daradoth. Es mi esperanza que en algún momento, un miembro de nuestra orden encuentre a Erentel y disfrute de su favor y su gloria. Hasta entonces, las palabras de lord Daradoth deben calar entre nosotras. Es innegable el poder que ostenta el hermano Galad y la verdad de lo que nos han referido; personalmente, igual que algunos de vosotros, conozco también la existencia de los paladines de Vestán, que, a su vez, pueden canalizar el poder de su dios, así que por esa parte, pocas dudas deben quedar de que no hay un solo dios verdadero por debajo del Creador, como dice lord Daradoth. 

—Las tiranteces entre nosotros deben acabar de una vez por todas —reanudó Daradoth—. Como os he dicho, nadie os pide que cambiéis vuestras creencias, solamente se os pide respeto y fraternidad con nuestros compañeros en la Luz.

Armándose de valor, una de las paladinas de Osara levantó el brazo:

—Madre —dijo, refiriéndose a Aznele—, ¿puedo preguntar algo?

—Por supuesto, hermana Kethyn.

—Entonces —alzó la mirada hacia Daradoth, algo insegura—, ¿no importa a qué dios sigamos? Ninguno es verdadero ni supremo, por tanto, todos ellos lo son. En ese caso, ¿cómo tratamos la sigularidad de nuestro canal? ¿Cómo..? 

La hermana Kethyn, extremadamente prolija, apabulló a Daradoth y los demás con conceptos religiosos y metafísicos. Cuando acabó de hablar, orgullosa de sí misma ante tal demostración de inteligencia que había hecho asomar la duda a los ojos del noble elfo que la enfrentaba, Symeon dio un paso al frente.

—Por supuesto que importa, pues el aspecto de cada dios influye en vuestra idiosincrasia espiritual, cuya aura puede dirigir el canal del...

El errante manejaba conceptos filosóficos y metafísicos tan avanzados, que a todos les costó mucho seguirlo. No obstante, Kethyn, que había respondido a sus planteamientos un par de veces, finalmente se quedó callada, visiblemente pensativa. Las paladinas más cercanas a ella la miraban, sorprendidas. Galad aprovechó la ocasión, haciendo un gesto de agradecimiento hacia Symeon.

—Cada dios marca un camino. Tanto el camino de Emmán como el de Osara siguen la senda de la Luz. Cada uno decide el camino que toma, unos el de Emmán, otros el de Osara, otros siguen caminos diferentes. Si vos, hermana Kethyn, sois feliz en el camino de Osara y lleváis una vida plena, tenéis mi respeto máximo y nosotros como emmanitas lo agradecemos. El mismo respeto pedimos para nuestro camino. Debemos estar todos unidos, cada uno con su maravillosa confesión; Emmán no es mejor que Osara ni Osara mejor que Emmán, ambos representan caminos diferentes, pero convergentes en un fin: ¡la victoria de Luz!

El silencio se adueñó de su audiencia. Largos segundos transcurrieron hasta que Davinios exclamó:

—¡Salve, Osara, Emmán! ¡Salve, Luz Suprema!

Aznele se unió a él, y luego más y más paladines, hasta que la totalidad de la multitud reunida (no solo paladines, pues muchos curiosos habían acudido a presenciar la asamblea) estalló al unísono:

—¡Salve, Osara, Emmán! ¡¡Salve, Luz Suprema!! ¡¡Salve, Luz Suprema!!

Symeon y Daradoth pudieron sentir las fanfarrias celestiales, con el vello erizado. La capa de nubes que había cubierto el cielo completamente pareció abrirse, y un cilindro de luz solar iluminó la escena; de todos los paladines presentes parecían desprenderse volutas de luz, como un humo sagrado que brillaba incandescente.

—¡Salve! ¡Salve! ¡Salve!

Davinios y Aznele, cruzándolas y reflejando la luz solar como un estallido de gloria celestial. Muchos paladines cayeron de rodillas y comenzaron a rezar, aumentando la sensación sobrenatural que sentían todos los espectadores. Galad, tras unos segundos de duda, desenvainó también a Églaras, sumándola a las de sus compañeros, mientras Yuria, impermeable a la situación, se colocaba a su espalda en previsión de posibles... consecuencias inesperadas.

Tras unos minutos de éxtasis y poder latente, la situación retornó a la normalidad y el cónclave se disgregó, con todos los paladines departiendo animadamente y felices de haber sido partícipes de la experiencia celestial. Mientras volvían a palacio, Symeon y Yuria intercambiaron impresiones, con la ercestre transmitiéndole sus temores acerca del poder de Églaras en manos de Galad.

—No me gustaría que fuera la espada la que controlara a Galad, y no al revés.

—¿Crees que eso sería posible?

—No lo sé, pero me da miedo. Y esa pérdida de sentimientos tan repentina por Eudorya me preocupa aún más.

—Sí, tienes razón. Tendremos que hablar con él. Para mí vosotros sois mi familia ahora, y no quiero que haya secretos entre nosotros. Si no se ha dado cuenta, quizá así lo haga.

Por la tarde, Galad y Davinios hablaron del inminente viaje a la Región del Pacto y el transporte de los paladines destacados allí hacia Tarkal. Aquellos paladines (al menos, la mayoría) eran fieles a la Torre Emmolnir, y Galad albergaba dudas acerca si le seguirían a él simplemente viendo que se había convertido en el Brazo de Emmán. Davinios lo tranquilizó.

—La visión de verte empuñando a Églaras es tan gloriosa, tan... celestial, no sé expresarlo de otro modo, que no tengo ninguna duda de que todos los paladines te seguirán como su verdadero líder. Puede que haya alguna excepción, pero serán contadas.

Esa noche, después de largo tiempo, Daradoth y Ethëilë compartieron lecho por fin, para gran solaz de ambos.

Symeon entró al mundo onírico para hacer una nueva visita a Nirintalath. Apenas hubo diferencia con la visita de la noche anterior. Symeon se atrevió a acercarse unos centímetros más a ella, personificada en su forma de anciana, que no levantó la vista del suelo. El errante le comenzó a contar sus vivencias de los últimos meses, intentando ganar su confianza, pero sin resultado de momento.

Cuando volvía a su habitación pensando ya en despertar, algo llamó su atención. Una disrupción que no supo identificar, algo masivo, enorme, a decenas de kilómetros de distancia. Fue tal su magnitud que ni siquiera se atrevió a echar un vistazo. En su lugar, salió inmediatamente al mundo de vigilia y, tras  informar a Galad, fueron en busca de Yuria para intentar localizar la posición sobre un mapa. Se dirigieron rápidamente hacia allí y llamaron a la puerta.

Nadie contestó.

Al tercer intento, intentaron abrir la puerta, pero algo impedía pasar. Galad se lanzó contra la puerta, destrozando la silla que impedía el acceso, y Symeon dio la voz de alarma. Daradoth salió al instante al pasillo, y al ver lo que sucedía cogió su espada e irrumpió en la habitación de Yuria entre sus amigos. El lecho de Yuria estaba vacío, y no había señales de lucha.

—Mirad esto —dijo Galad, que se encontraba ya junto a la ventana.

La ventana estaba abierta de par en par, cosa extraña en palacio —cuya totalidad de ventanas tenía refuerzos de acero—, y alguien había montado por el exterior un ingenioso sistema de palancas, cuyo mecanismo parecía bastante complicado. 

—Pero, ¿qué demonios? —espetó Symeon, asomándose también.

El paladín y el errante alcanzaron a ver cómo un carromato tirado por dos caballos salía rápidamente por una de las puertas secundarias del primer bastión. Y el estilo del carruaje no dejaba lugar a dudas: pertenecía a los buscadores.

—Allí —advirtió Symeon—, están saliendo...

Una exhalación pasó a su lado, lanzándose por la ventana.

—Voy por ellos —alcanzaron a escuchar a Daradoth.

—¡Avisad a todo el mundo! ¡Han secuestrado a Yuria! —dio la voz de alarma Symeon.

Mientras tanto, Galad tocó una parte del marco. «Han usado ácido para abrirla. Ingenioso», pensó. «Y este sistema de poleas... diría que es ercestre». Corrió a por su espada, junto a Symeon.

Daradoth no tardó en llegar a la vista del vagón. Un hombre y una mujer iba en el pescante, haciendo que los caballos mantuvieran un trote ligero. Los siguió. El carromato no seguía una línea recta, y su condición de errante no llamaba la atención. Atravesaron el segundo bastión por otra puerta secundaria.

Galad y Symeon consiguieron rápidamente unos caballos, y haciendo uso del poder de Emmán, Galad dirigió la marcha detectando la presencia de Daradoth. La noticia no tardó en llegar a oídos de lady Ilaith, y en cuestión de segundos, las campanas de la fortaleza empezaban a sonar, urgiendo a los destacamentos a cerrar las puertas.

Las campanas pusieron nerviosos a los conductores del carruaje, que aceleraron el ritmo. Daradoth continuó siguiéndolos.

Cuando se acercaban al último bastión, Daradoth saltó sobre el vagón con sus habilidades sobrenaturales. Desgraciadamente, uno de sus pies falló al posarse sobre el vehículo, y resbaló violentamente. Cayó sobre el pavimento con un fuerte costalazo, y quedó inconsciente. 

Despertó a los pocos segundos, pero había pasado el tiempo suficiente como para que el carromato hubiera conseguido traspasar el bastión, adentrándose en la noche del camino sur. Por suerte, el cuerpo de guardia de la puerta tenía asignados un par de caballos. El elfo se subió como una centella a lomos de uno de ellos.

—Avisad a lady Ilaith —ordenó—. Yuria ha sido secuestrada y va en el carromato que ha pasado por aquí. Los voy a seguir.

Los guardias se estremecieron; no habían cerrado las puertas a tiempo y las campañas tañían; seguramente se expondrían a un castigo cuando todo aquello hubiera acabado. Pero obedecieron ágilmente las órdenes del señor elfo, y uno de ellos partió hacia la fortaleza a lomos del otro caballo. Daradoth espoleó al suyo y salió a galope, echando de menos tener bajo él un corcel élfico de Doranna.


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