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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 21 de febrero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 3

Yuria secuestrada

Daradoth azuzó a su caballo, y galopó con gran destreza, llevando al corcel en volandas para aproximarse en poco tiempo al vagón que ya llegaba a la altura de los primeros campos de cultivo por el camino del sur. A su alrededor, el elfo percibió varias extrañas siluetas que llamaron su atención; no eran sino molinos de viento repartidos por los campos circundantes, que se habían construido en los meses que habían estado ausentes de Tarkal.

Galad y Symeon se unieron a Taheem, Faewald y varios guardias y se dirigieron hacia la salida sur, utilizando las habilidades del paladín para detectar la dirección en la que se encontraba Daradoth. En el portón del segundo bastión se encontraron con un jinete que se dirigía hacia palacio. Era el guardia que el elfo había enviado para informar a Ilaith, y les confirmó que habían atravesado la puerta del sur. Continuaron la cabalgada hacia allá sin entretenerse.

El carruaje errante aminoró la marcha, aparentemente ignorantes de que estaban siendo perseguidos. Daradoth los alcanzó sin apenas esfuerzo; empuñó la espada, que al instante empezó a refulgir, y se puso a la altura del pescante. El hombre que dirigía los caballos y la mujer que viajaba a su lado lo miraron, con un claro gesto de sorpresa.

 

Carromato Errante


—¡Deteneos! —gritó el elfo, en un rudimentario idioma ancestral.

El hombre pareció congelarse por la sorpresa durante unos segundos, pero un segundo grito de Daradoth lo hizo reaccionar, y al instante tiró de las riendas para sofrenar a los jamelgos. En pocos segundos el carruaje se detuvo por completo, y Daradoth se acercó, suspicaz.

—Tenéis a mi amiga en el carruaje —dijo. Esperaba poder entenderse con lo escaso de su conocimiento en el idioma.

—¿Perdón, mi señor?  —el errante parecía genuinamente sorprendido. Y no parecía peligroso en absoluto. Tampoco ella.

—Yuria. Abrid el carruaje, enseguida. 

—No tengo... por supuesto, por supuesto, mi señor.

El hombre no lo dudó, saltó del pescante y se dirigió a la parte trasera, seguido de cerca por Daradoth, ya con el pie en tierra. Dio un par de golpes, y alguien abrió las puertas desde dentro, de par en par. Era un muchacho de unos catorce años. A su lado, otro muchacho, un niño, más joven que el primero. Ni rastro de Yuria. Daradoth se agachó para entrar al carromato; aquello era demasiado pequeño como para tener escondida a una persona. Tras unos segundos, volvió a salir.

—Como veis, no llevamos a nadie; solo estamos nosotros —dijo la errante, nerviosa.

—¿Por qué salís tan tarde de la ciudad entonces? 

Tras unos segundos de tenso silencio, la mujer encontró la valentía para responder:

—Mi señor Daradoth —le habían reconocido—, no sabemos nada de vuestra compañera, lady Yuria. Un desconocido nos dio una bolsa de monedas simplemente por salir de la ciudad a una hora convenida. No sabemos más, os lo juro por el Camino de Retorno. Por mis hijos.

Daradoth intentó sacarles información, pero sin éxito. Parecía que realmente no sabían nada. Pocos minutos después llegaron Symeon, Galad y los demás. El paladín también inspeccionó el carruaje, llegando a las mismas conclusiones que Daradoth. En un altillo oculto descubrió la bolsa de monedas, lo que ratificaba el relato de los errantes.

La familia pareció aliviada al llegar Symeon a la escena.

—Buscador Symeon, es todo un honor, mi nombre es Seyran, y mi mujer Arlena  —se inclinaron de forma un tanto torpe.

—Me gustaría haberos encontrado en otras circunstancias, buscador Seyran, por desgracia, nuestra amiga, la comandante Yuria, ha sido secuestrada y os han implicado.

 —Sí, estamos consternados por ello. Lo sentimos mucho, de verdad. No nos pareció nada malo aceptar la oferta por salir de la ciudad.

—Ya, entiendo. ¿Y no sabéis nada más? ¿Había otros carromatos? ¿Otros cebos?

—No sabemos nada, os lo juro —Seyran miraba a su alrededor, desesperado. 

—Sé que pueden haberos amenazado, pero si no colaboráis, dada la importancia de la persona que ha desaparecido, lady Ilaith no va a ser menos peligrosa en vuestro trato. Si queréis un futuro para vuestros hijos...

Arlena lo interrumpió.

—Era un hombre alto, buscador Symeon. Con acento extranjero, melena castaña hasta los hombros, nariz grande, largas cejas y perilla. No sé qué más deciros, sus ropajes eran del montón.

Symeon hizo un esbozo del rostro con su carboncillo en un trozo de papel.

—De acuerdo, muchas gracias. Intercederemos por vosotros con lady Ilaith.

Volvieron rápidamente a la ciudad para averiguar por dónde habían podido sacar a Yuria. Las pesquisas revelaron que cuatro carromatos habían salido más o menos a la misma hora de la noche por diferentes puertas. Al cabo de unas horas, quedó claro que ninguno de ellos había transportado a la ercestre; todos habían sido utilizados como cebo con la misma maña con que habían utilizado a la familia de Seyran.

Faewald, llevado por sus sentimientos hacia Yuria, se mostraba todo el tiempo en tensión, rumiando en voz queda: "¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Cómo podemos haber sido tan descuidados?". Symeon, su hermano juramentado desde tanto tiempo atrás, intentó calmarlo.

Se retiraron durante unos minutos a sus estancias, donde Symeon anunció al resto del grupo que iba a intentar encontrar a Yuria a través del mundo onírico. Sus esperanzas eran escasas, pero tenía que intentarlo.  Así que, con el ritual de siempre y la protección de Galad, se durmió y accedió a la dimensión paralela. Lo primero que notó fue una sensación de mareo y una náusea. Una perturbación a poca distancia de donde se encontraba, en el exterior, alteraba su percepción y su presencia onírica. Notaba como si algo tirara de él, una especie de imán, y lo invadía una sensación de vértigo que lo mareaba. Afortunadamente, se encontraba en el interior del palacio y no se vio expuesto directamente a aquello. «Sea lo que sea eso, debe de ser extremadamente peligroso», pensó. Decidió despertar y compartió aquello con sus compañeros.

Acto seguido acudieron a la sala de guerra, donde se reunieron con lady Ilaith, lord Galan y algunos miembros del consejo; Symeon mostró la hoja con su dibujo.

—Debemos hacer copias y distribuir este retrato por toda la ciudad —sugirió el errante—. Hay que encontrar a este hombre.

—Siento ser un aguafiestas —dijo Mastaros—, pero, si ese hombre era un espía ercestre, os servirá de bien poco cualquier descripción que os hayan dado. Su aspecto habrá sido radicalmente alterado mientras "contrataba" a esos errantes.

—Aun así, lo distribuiremos —dijo Ilaith. 

—Aseguraos de que no detenéis a un inocente entonces.

Ilaith intervino a continuación:

—Por lo que hemos averiguado, todo apunta a un plan ercestre —miró a Galan Mastaros—. Los medios utilizados son determinantes, ¿no estáis de acuerdo, archiduque? —si Mastaros se alteró por las palabras de la canciller, no lo demostró lo más mínimo.

—Muy a mi pesar, eso parece, sí. Pero ya os dije que no tengo ningún conocimiento de ello, en absoluto.

—¿Y por qué motivo? —inquirió Daradoth—. No lo entiendo.

—Recordad que mucha gente en Ercestria considera a Yuria una traidora —respondió Galan, atusándose el bigote, pensativo—. Es posible que alguien haya ordenado su detención, o que la ordenara hace tiempo, y ahora hayan visto su oportunidad. 

—¿Y por qué no acabar con ella directamente?

—¿Qué creéis que somos, bárbaros? —el archiduque parecía escandalizado—. No se ajusticia a nadie en Ercestria sin un juicio, a no ser que se trate de una emergencia y no haya más remedio.

Siguieron discutiendo durante un rato sobre los hechos y las posibilidades que tenían para encontrar a Yuria, cuando uno de los mayordomos interrumpió, anunciando que Sabasten Wargal, uno de los ingenieros de Yuria, requería audiencia. Le hicieron pasar sin tardanza. Sabasten, conocido por todos, pasó a la sala visiblemente alterado.

—Mi señora —dijo, dirigiéndose a Ilaith—, una desgracia. Alguien ha saqueado nuestro laboratorio y nuestro taller esta noche, se han llevado una cantidad ingente de documentación.

—¿Cuándo os habéis dado cuenta?

—Ha sido Ferastos, que apenas duerme. Ha ido a avanzar unos puntos en el desarrollo de las armas que estamos realizando con Eucildes, y lo descubrió. Lo hicieron con gran pulcritud. Si Ferastos no hubiera ido en busca de unos papeles muy concretos, no creo que nos hubiéramos dado cuenta hasta pasadas muchas horas.

 —De acuerdo —intervino Galad—. Vamos a reunir a todos los ingenieros y el personal que tenía acceso a esa documentación, descubramos si alguien está implicado.

Y así lo hicieron. Levantaron a todo el mundo a esas intempestivas horas de la madrugada. Y, efectivamente, dos ingenieros se encontraban ausentes: Barian Tagar y Aertenao. El nombre del último era claramente ercestre.

—Parece que hemos tenido siempre topos en nuestras filas —dijo Galad, frustrado. 

Decidieron salir con el Empíreo para recorrer el río ascendente y descendentemente. Tarkal tenía un puerto fluvial que permitía el transbordo unos ciento cincuenta kilómetros corriente abajo hacia el principado de Mervan (y, mucho más lejos, hacia Armir), y unos cien kilómetros corriente arriba, hacia el norte, facilitaba acceso a varios pasos de montaña hacia los principados de Bairien y Krül.

Al cabo de unas diez horas, ya con el sol en lo alto y después de inspeccionar más de media docena de barcos, desistieron del intento.

De vuelta, lady Ilaith se había retirado a descansar. Fue Keriel Danten la que los recibió, diciendo que tenía novedades.

—Una de las doncellas que arreglaba los aposentos de Yuria encontró esto —Keriel tendió un trozo de papel hacia Galad. Una nota, escrita en demhano.

Si queréis ver de nuevo con vida a Yuria, llevad a Alexandras Gerias y a Eriseas y Areina Rethos  a la ensenada de Radhus, al pueblo de Cessen. Liberadlos, y después os la devolveremos.

—¿Quién es esa gente? —preguntó Daradoth.

Symeon suspiró.

—Alexandras es el hijo del general Theodor Gerias, que vendía secretos ercestres a lady Ilaith. Los otros dos son sus científicos. Theodor exigió que Ilaith encarcelara a su hijo.

—Además —intervino Galad, apretando los puños—, es el amante de mi madre. Quizá todo esto sea cosa de ella.

—Me parece increíble —dijo Daradoth—. Pero todo es posible.

Se retiraron a dormir, pues necesitaban descansar.

 

Yuria se despertó, mareada, con una sed y un hambre atroces. Olía a comida. Una luz de gas típicamente ercestre alumbraba el entorno mínimamente, lo justo para que pudiera ver la comida y el agua. Se encontraba encadenada de un tobillo, e intuyó que se encontraba en un sótano y que había dos personas más allá de la luz, en la penumbra. Una voz femenina le habló en perfecto ercestre:

—Comed, Yuria, debéis de estar hambrienta.

Yuria devoró la empanada y las chuletas que le habían dejado en un plato en pocos minutos. Después, la mujer continuó:

—De verdad que siento esto que está pasando, pero no nos habéis dejado otro remedio, Yuria. 

—¿Me podéis dar detalles?

—Digamos que se os considera un peligro estratégico para la seguridad del reino de Ercestria, y se ha movilizado una célula durmiente al completo debido a órdenes llegadas desde muy arriba.

—¿Cómo de arriba?

—La verdad es que no lo sé. Si lo supiera, supongo que tampoco os lo revelaría.

 Yuria acabó la pieza de fruta. Pocos segundos después, oyó una especie de silbido, como un globo perdiendo aire, notó un olor extraño, y al punto perdió el conocimiento.

 

En Tarkal, el grupo se reunió de nuevo con Ilaith. Discutieron sobre el contenido de la nota que habían dejado entre los almohadones de Yuria. Ilaith expresó su frustración por lo fácilmente que los incursores habían traspasado sus defensas.

—Archiduque —se giró hacia Galan Mastaros—; ¿tenéis alguna recomendación? 

—No sé muy bien qué deciros. Si siguen las directivas ercestres, seguramente esa gente tenga una cadena de seguridad de al menos tres eslabones, lo que hará imposible encontrarlos. Apostaría mi dinero a que no se encuentran en Cessen. Y, desde luego —añadió—, hasta que Alexandras y los demás no estén realmente a salvo, no liberarán a Yuria. Si es que la liberan.

—Ya veo. En fin —se giró hacia el grupo de nuevo—, para mí Yuria es demasiado importante como para arriesgarme, y no me supone ningún problema liberar a esa gente de los calabozos. Lo siento por el general Gerias, pero es así. A no ser que alguien tenga una idea realmente inspirada, los soltaremos.

 

Yuria despertó de nuevo; todo le daba vueltas. Veía borroso.

—¿Por qué eres una traidora? ¿Por qué? Tu padre se avergonzaría de ti.

No pudo contestar; pensaba las palabras, pero no podían salir por su boca. ¿Era remordimiento eso que sentía?

—Tu patria te necesita, y tú le has dado la espalda. Eres una traidora. ¿Por qué, Yuria?

Se desesperó  al no poder contestar. Lo intentó, pero sintió una descarga en su brazo que la hizo aullar. En su mente.

—Tu reino te necesita. Tu rey te necesita. Tu padre no querría esto.

Intentó rebatirlo. Una nueva descarga. Remordimiento. ¿Culpa? El proceso siguió durante lo que parecieron siglos, hasta que un olor extraño la invadió y volvió a quedar inconsciente.

 

 —Deberíamos interrogar a Alexandras —dijo Galad—. Aun en el caso de que no nos pueda revelar nada, una conversación de varios minutos bastará para que en el futuro, mi señor Emmán me permita localizarlo. Pero quizá sepa algo.

—Sí, está bien, vamos —instó Daradoth. Y hacia allá fueron los tres.

Los calabozos habían sido puestos bajo una fuerte vigilancia, si no era suficiente con la que gozaban normalmente. Ilaith solo usaba hombres de confianza para guardar a los prisioneros.  A pesar de que los calabozos distaban mucho de ser insalubres, fueron informados de que Eriseas Rethos se encontraba enfermo desde hacía un par de semanas. La falta de sol y aire fresco le había pasado factura. Galad hizo lo que pudo por ayudarle, haciendo que se sintiera mejor, y a continuación se dirigieron a la celda de Alexandras, extremadamente pálido tras seis meses de cautiverio.

—¿A qué debo el honor de esta visita tras seis meses de rebozarme en el estiércol? Serví fielmente a lady Ilaith y me lo pagó arrojándome a un calabozo.

—Ya sabéis que la política es más compleja de lo que querríamos...

—Mientras le fui útil, Ilaith no se quejó. Cuando dejé de serlo, al estiércol.

—Cierto.

—¿Qué queréis de mí? Escupidlo ya y dejadme en paz. 

—¿A quién conocéis en Cessen? —interrogó Galad.

Daradoth se concentró en la mente de Alexandras.

—Es la primera vez que oigo ese nombre en mi vida. 

Ningún pensamiento que desmintiera sus palabras.

—Doy por hecho —continuó Galad— que vuestros amigos, vuestros... colaboradores, se habrán puesto en contacto con vos y os habrán puesto al tanto de lo que tenéis planeado.

—¿Cómo? —Alexandras entornó los ojos. Sus pensamientos translucían confusión.

 —Tienen un rehén y piden vuestra libertad. No dan garantías y solo tenemos esta nota —Galad se la enseñó, sin dejar que la leyera.

—No tengo ni idea de nada de esto.

Galad miró a Daradoth, que negó levemente con la cabeza. Decidió cambiar de enfoque.

—Supongamos que creo lo que decís. Que no conocéis el plan para vuestra liberación. Lo que queremos saber es, ¿qué garantías me podéis dar si os liberamos de que liberarán a nuestra amiga?

—Pero, ¿cómo voy a daros garantías? Ni siquiera sé qué está pasando. Es la primera noticia que tengo, ¿qué queréis que os diga? ¿Os estáis burlando de mí?

—Por supuesto que no. Pero veo que sois sincero, así que mejor nos marcharemos. —Alexandras pareció estremecerse—. No temáis, no os dejaremos olvidado.

 De vuelta en la superficie, Symeon aprovechó para reunirse con Violetha para pedirle que extendiera su influencia por los errantes que hubiera en los alrededores y ver si podía averiguar algo. En cualquier caso, eso llevaría tiempo.

En la sala del consejo, discutieron de nuevo sobre qué hacer. Ilaith no quería perder más tiempo, había que traer con urgencia a los paladines de la Región del Pacto y esto los estaba retrasando.

—Es posible incluso que no liberen a Yuria en una semana, si esperan a que Alexandras está totalmente a salvo. O más. Me estoy planteando incluso ofrecerles los servicios de un dirigible para acelerar la puesta a salvo del coronel. Pero no podemos perder más tiempo.

 

Yuria despertó de nuevo, con la mente embotada. Alguien le dio rápidamente de comer. «¿Unas gachas?». Después le dieron de beber.

—Tu padre estaría avergonzado. ¿Por qué has traicionado a Ercestria? ¿Por qué, Yuria?

Otra vez esa extraña sensación de culpa y remordimiento. Otra vez los calambres. Y de nuevo las preguntas. ¿Acaso era una traidora? ¿Podía cambiar? No. Era una patriota, pero no la querían. Pero quizás... quizás... 

Tras lo que parecieron horas, agotada, cayó de nuevo inconsciente.


Esa misma noche, Ilaith preparó todo para la liberación de Alexandras al día siguiente, y facilitar su traslado en el Surcador. Galad le hizo una breve visita en el calabozo.

 —Alexandras, mañana seréis liberados, vos y vuestros compañeros. Pero necesito que me juréis que vais a hacer todo lo posible para que Yuria —el coronel ercestre pareció sorprenderse cuando el paladín le reveló el nombre de la secuestrada— vuelva a nosotros sana y salva.

—De acuerdo, haré todo lo posible.

—Eso deberá bastar. Si no cumplís vuestra palabra, que la ira de Emmán no os deje descansar en paz.


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