La Historia de Fajjeem. Explorando el frente.
Fajjeem compartió varias conversaciones con Daradoth a bordo del Empíreo. El antepenúltimo día, presa del insomnio, el vestalense se acercó al elfo.
—No es mi intención molestaros, Daradoth —dijo—, pero me cuesta dormir, como ya os habréis dado cuenta.
—No os preocupéis, Fajjeem, decidme.
—Yo... quería... no sé cómo deciros esto, pero querría saber si tenéis intención de viajar a Doranna en el futuro próximo.
A Daradoth le sorprendió la pregunta, Fajjeem nunca se había mostrado inquisitivo.
—De momento no tengo planes para ello; sé que mis compañeros abogan por ello, pero creo que el momento todavía no ha llegado.
—¿Acaso no pensáis ir a buscar el ritual que necesitáis para derrotar a esos Erakäunyr?
Daradoth lo miró a los ojos, levantando la vista de su libro.
—¿A qué vienen estas preguntas, Fajjeem?
—Yo... —titubeó—, por primera vez en décadas tengo la esperanza de poder volver a Doranna. A Tinthassir. Supongo que la excitación hace que no pueda dormir.
—¿Y cuál es el motivo de ese deseo?
—Expuesto brevemente, es sencillo: mi hija está allí.
—¿Cómo? —Daradoth no pudo evitar el gesto de sorpresa. Cerró el libro—. ¿Una humana en Doranna?
—En realidad, tiene sangre élfica, y gracias a eso, pudo pasar allí —Fajjeem, presa de los recuerdos, traslucía una pena infinita. Tras unos segundos de silencio, cuando Daradoth iba a instarlo a seguir, continuó—: Sabéis que en mi juventud viajé mucho, recorrí gran parte del continente, y mis estudios me llevaron a Galaria, en el este. Allí conocí a la que sería mi mujer, Ariyah, bellísima e inteligentísima. Más tarde me enteraría de que era, en realidad, una semielfa. No os voy a aburrir con los detalles de nuestros encuentros ni nuestro romance —una lágrima resbaló por su mejilla, que enjugó en el acto—, pero nos enamoramos y nos casamos por el rito galarita. Ella tenía la misma inquietud por el conocimiento que yo, y se convirtió en mi compañera de viaje, además de en mi esposa. Mi hija tendrá ahora mismo unos cincuenta años, y necesito volver a verla; no me queda mucho tiempo. Vosotros me habéis devuelto la esperanza.
—Ya veo. Pero, para que comprendáis bien la situación, el problema es que yo estoy desterrado de Doranna. Por eso soy tan reticente a volver. —Viendo que el erudito lo miraba fijamente, interesado, decidió contarle la verdad—. Fui desterrado por enamorarme de la persona equivocada...
—¿Ethëilë?
—Así es, ella estaba prometida a un noble elfo. Pero para desterrarme sin hacer escarnio público de mi familia y de mi casa, lo que hicieron fue incorporarme al nuevo cuerpo de buscadores. Durante los últimos años, varias figuras relevantes han desaparecido en Doranna sin dejar rastro, entre ellas lady Kalia, la esposa de mi rey, Aldarien Eledríandor; por circunstancias que he vivido en este tiempo de viaje, creo que los propios kaloriones son los ejecutores de tales secuestros.
—Sorprendente. Pero, por lo que contáis, el hecho de tener esa información ya os legitimaría para volver, ¿no creéis?
—Es posible, pero no deseo arriesgarme. Creo que en Doranna no se están haciendo bien las cosas, y que los elfos deben salir de nuevo de su aislamiento para luchar contra la Sombra. —Daradoth se irguió y miró fijamente al vestalense—. Y creo que la persona adecuada para hacerlo soy yo. Con la adecuada preparación, y el poder y respaldo suficiente para hacerlo.
El vello de la nuca de Daradoth se erizó, y pudo sentir a su alrededor el ya familiar tirón que auguraba cosas poco probables.
—Bien. Tenéis todo mi apoyo, si sirve de algo.
—Gracias, sí que...
Una voz de mujer lo interrumpió.
—Ya le he insistido varias veces en que hay una fácil solución a eso —era Arëlieth. Daradoth y Fajjeem se giraron, sorprendidos.
—Mi señora —el vestalense inclinó la cabeza mientras ella entraba en el camarote.
—Como acabo de explicar a Fajjeem —continuó Daradoth—, no es suficiente con tener un apellido importante a mis espaldas, y...
—Te equivocas. No obstante, aparte del matrimonio, lo he estado meditando, y estoy dispuesta a realizar la ceremonia de la Comunión de Sangre.
Daradoth sintió un escalofrío. «¿Será capaz de hacerlo? Eso cambia las cosas, al menos en parte». La Comunión de Sangre era una ceremonia ritual, donde se canalizaba el poder de los avatares, y por la que la sangre de un elfo de abolengo más alto convertía la sangre del de abolengo más bajo. «Eso aumentaría mi abolengo y me calificaría para ser rey con todos los derechos; y el abolengo de Arëlieth debe de ser de los más altos que existen».
—Bien. Veo que te he dejado sin palabras —dijo la reina—. Eso es bueno.
—Pero... —Daradoth dudaba por fin—, Ethëilë...
—Confío en tu palabra de que mi reino me sería restituido, y tras eso (y tras cumplir cualesquiera que sean tus objetivos en Doranna), podríamos llegar a un acuerdo para disolver nuestro matrimonio. Pero necesitaríamos testigos del rango adecuado, quizá el rey Aldarien accediera.
—Suponiendo que lo hiciéramos, tampoco quiero llevar la guerra a Doranna. No veo la forma de competir con Natarin, con sus siglos de experiencia.
Arëlieth y Fajjeem se miraron.
—¿Te has visto a ti mismo? ¿A ti y a tus compañeros? ¿Habéis visto lo que sois capaces de hacer? No creo que haya rival para vosotros ahora mismo. Nadie.
El tirón metafísico hacía vibrar el fuero interno de Daradoth.
—Shae'Naradhras —murmuró Fajjeem.
—Exacto —la reina le dirigió una mirada apreciativa—, no recordaba cuál era la expresión; gracias, sapiente. Pero... ¿Shae? ¿Los cuatro?
—Así es.
—Extraordinario —la reina parecía conmovida en lo más profundo—. Impresionante. ¿Qué me dices, Daradoth?
—Necesito hablarlo primero con Ethëilë —contestó el elfo, dubitativo.
—Al menos esta vez no es un "no" —la reina sonrió—. Perfecto, hazme saber cualquier novedad —acto seguido, se marchó.
Daradoth miró a la pared, pensativo. Fajjeem se aclaró la voz.
—Ya que habéis sido tan sincero conmigo, yo también deseo serlo con vos, si lo tenéis a bien. —El elfo asintió, un tanto ausente.
—Cierta noche, Ariyah y yo nos encontrábamos acampando bajo las estrellas, y no recuerdo bien los detalles, pero vimos media docena de figuras inmóviles a lo lejos, a la luz de la luna. En ese momento yo no lo sasbía, pero Ariyah ya estaba embarazada. El caso es que nos acercamos a esas figuras, que vestían capas oscuras y capuchas. Estaban de pie, inmóviles, como en trance, y sus ropas no parecían mecerse con el viento. Si hubiera sabido que Ariyah estaba embarazada no me habría arriesgado; pero éramos ¡ay! tan curiosos. Nos acercamos a las figuras que, sin duda, eran elfos. Miramos debajo de sus capuchas, y sus ojos estaban cerrados, como meditando, pero de pie, hieráticos. De repente, uno de ellos se giró, y nos miró con un gesto durísimo, adusto. No hizo ningún otro gesto y, en ese momento, Ariyah se tambaleó; se sintió tan mal que tuve que llevármela de allí.
»A los pocos días cayó gravemente enferma, y con los días se hizo evidente su embarazo. Recorrí toda Galaria, Umbriel y el Imperio Daarita intentando encontrar una cura, sin éxito. El bebé en su interior apenas daba señales de vida. Así que, desesperado, me dirigí al Paso de Khaûdroz, al oeste de Doranna. Después de insistir durante horas para que nos dejaran pasar, alguien debió de percibir la sangre élfica en Ariyah, o reconocerla, o qué se yo, pero finalmente nos granjearon el paso, indicándonos que nos dirigiéramos a Tinthassir para encontrar una solución. Allí estudié y estudié gracias a la gracia de los elfos que hicieron una excepción conmigo, pero finalmente Ariyah murió. Naleh, mi hija, ya había nacido para entonces, gracias a la asistencia de las matronas elfas, Vestán las tenga en su gloria. Pero la niña no era normal; propagaba una especie de vacío a su alrededor que la hacía muy peligrosa; nunca supieron explicármelo del todo bien. El caso es que los elfos no dejaron que me fuera con ella, la internaron en algo que llaman Elderann Selaith, el Refugio de las Estrellas Veladas, destinado a seres anómalos. Yo seguí estudiando e intentando verla todos los días, hasta que, cuando pasaron tres años, mi permiso para permanecer en Doranna acabó. La dejé con todo el dolor de mi corazón, pero sabiendo que sería lo mejor para ella y para todos. Y, ahora, mi corazón palpita con la esperanza de volver a verla, tras tanto tiempo. Y quizá algo más, con cuatro shae'naradhras juntos.
Daradoth guardó silencio unos instantes, conmovido por la historia y el sentimiento que Fajjeem había puesto en contarla.
—Una historia extraordinaria, en verdad, Fajjeem. Sobre esas figuras que encontrasteis... ¿todas ellas eran elfos?
—Sí, elfos y elfas, con ropajes extremadamente antiguos. Diría que sus bordados tenían al menos nueve milenios de antigüedad. Pero no estaban en absoluto deteriorados.
—Está bien, Fajjeem. No os puedo prometer nada, pero intentaré que volváis a ver a Naleh en un plazo no excesivo.
—Muchísimas gracias, Daradoth —los ojos de Fajjeem brillaban de pura emoción—. Que Vestán os bendiga eternamente.
Poco después, Daradoth se encontraba con Ethëilë, y le explicó toda la situación, incluyendo algunos detalles de la historia de Fajjeem. Y por supuesto, la propuesta de Arëlieth sobre la Comunión de Sangre.
—No sé qué hacer —dijo—, porque ya sabes que mi corazón está y estará contigo, pero quizá sea la oportunidad que estamos esperando. El matrimonio con ella no sería más que una formalidad. Mi ambición es alta, pero no quiero que nos afecte.
—¿Dejarías que nos afectara?
—Por supuesto que no, pero supongo que mientras estuviera casado con ella, nosotros no podríamos estar juntos, o deberíamos llevarlo en secreto.
—Sí, tienes razón, pero la recompensa creo que valdría la pena, amor mío. Estoy dispuesta a llevarlo en secreto mientras tú me jures que me serás fiel y no me decepcionarás.
—Por supuesto que lo juro, por mi esperanza de renacimiento.
—Entonces, tienes mi bendición. Pero cuidado, que la Comunión de Sangre a veces puede salir mal y tener efectos no deseados. Lo leí hace mucho tiempo. Es raro que pase, la verdad, y dada lo rara que es esa ceremonia, aún es doblemente improbable. Pero si crees que es la única solución, me parece bien; yo también quiero volver a Doranna, pues estoy preocupada por mi padre, por mis hermanos y por la situación del reino.
El último día de la travesía, Daradoth se reunió con el resto del grupo para plantearles la situación. Les contó sobre la Comunión de Sangre y sus dudas sobre lady Arëlieth, pues creía que luego intentaría utilizar la situación para vengarse de sus enemigos, y les pidió su opinión. Symeon sugirió que tendría que optar por la opción que menos daño hiciera para sus objetivos, y no veía con malos ojos que se sometiera a la ceremonia. Yuria, por el contrario, se mostró en contra de tomar aquel curso de acción. Galad estuvo contemporizador, y opinó que deberían esperar un poco más, todavía tenían que clarificar la situación en la Federación.
Esa noche, Symeon intentó encontrar el sueño de Arëlieth para intentar percibir algo que los ayudara en las futuras decisiones, pero no tuvo éxito. Todavía era demasiado novato en su acceso a la dimensión de los sueños. Aprovechó para visitar a Nirintalath en Tarkal como ya era habitual, y su corazón latió un poco más rápido cuando el espíritu de dolor en forma de muchacha alzó la vista para mirarlo. Aunque no dijo nada.
Por fin, arribaron a Tarkal, con el sonido de los cuernos anunciando su llegada, como era habitual. Allí hicieron descender a los paladines y los pusieron bajo el mando de Davinios, que se saludó efusivamente con Orestios. ¡Y con Aldur! También acomodaron a los doce acólitos de Symeon y acto seguido se reunieron con Delsin Aphyria, que se encontraba al mando en Tarkal en ausencia de Ilaith, organizando los asuntos en el frente. Delsin les informó que Galan Mastaros ya había partido de vuelta a Ercestria, en barco desde Eskatha.
Mientras se producía el movimiento de gente y se organizaba todo, Daradoth aprovechó para mantener una de sus habituales conversaciones con Irainos a través del Ebyrïth. Esta vez le preguntó acerca de la Comunión de Sangre, de la que no pudo darle más información de la que ya sabía, y también acerca de las seis extrañas y sombrías figura de elfos que parecían dormir de pie. Irainos pareció preocuparse:
—¿Has visto a esas figuras, Daradoth?
—Yo no, solo me han hablado de ellas. ¿Sabéis qué son?
—Puedo imaginarlo —respondió Irainos, dubitativo.
—¿Y bien?
—No había oído mencionarlas desde hace mucho tiempo. Muchísimo. En el pasado, se hablaba de que en una de las grandes guerras de los albores... no estoy muy seguro... una familia, o un clan, o una casa, traicinó, o quizá fue traicionada... se volvieron locos y se condenaron a un peregrinaje extraño... seis figuras malditas por un juramento traicionado. No sabría qué más decirte. Quizá Eraitan sepa algo más, pero tendré que hablar con él.
—De acuerdo, muchas gracias.
En la Sala de Guerra, Aphyria organizó un consejo con los generales que quedaban en Tarkal, Yuria y Theodor Gerias, explicándoles lo mejor que supo la situación de las tropas. A esas alturas, lady Ilaith debía de estar en la frontera de Ladris amasando las tropas para la invasión terrestre de Undahl, junto a la flota, que había perdido los galeones esthalios porque se habían ido a luchar en su guerra civil. La flota constaba ahora solo de los dromones y los balandros de la Federación. Los paladines de Osara contaban ya solamente con una presencia testimonial en Tarkal, porque casi todos se habían trasladado ya al frente para luchar, junto con aproximadamente la mitad de los de Emmán. La guardia esotérica avanzaba con paso firme, con varios jóvenes prometedores aprendiendo a utilizar las reliquias. Y había rumores de algún ataque a Undahl que no había salido como habían esperado. Pero lo mejor sería que Ilaith les informara de todo de primera mano.
Así que el día siguiente, después de una reparadora noche de descanso, el grupo y los paladines embarcaron en los dos dirigibles y partieron hacia Eskatha, para hacer escala allí en el viaje a Ladris. Quedaron en Eskatha Ethëilë, Arëlieth e Ilwenn, agotadas después de tantas semanas seguidas en la aeronave. En el Empíreo, el general Gerias aprovechó para hablar con Yuria:
—¿Creéis que será posible volver a Ercestria cuando Ilaith tenga su Federación unificada, Yuria?
—Veremos, lord Gerias, veremos —«con todo lo que tenemos pendiente, ahora mismo esa es mi última preocupación».
El viaje les llevaría un par de jornadas. La noche de travesía, Symeon volvió a ver a Nirintalath en el mundo onírico. Igual que la noche anterior, le pareció que había algo extraño en el entorno, pero no pudo percibir nada.
En Eskatha, descendieron a la sede de Tarkal. A lo lejos en el puerto, una escuadra de balandros y carabelas de guerra se encontraba anclada. Allí les recibió Keriel Danten, junto a Meravor, al que saludaron calurosamente. Les informaron de que Ilaith ya se encontraba en Ladris, en los campamentos de Safelehn, junto al mariscal Loreas Rythen y al almirante Theovan Devrid, así que no se demoraron mucho; tras mantener una breve conversación informativa, continuaron viaje hacia el norte.
Esa noche, Symeon volvió a visitar a Nirintalath, con su discurso habitual de ayuda mutua. Como ya era usual, una sensación de que había algo extraño lo invadió, pero cuando el espíritu lo miró directamente, tuvo que dedicar toda su atención a hablarle, y no pudo averiguar nada más.
Sobrevolaron las dos barreras del Golfo de Eskatha y el día siguiente llegaron a Safelehn, la capital de Ladris.
Allí los recibió lady Ilaith, con todo el séquito de oficiales, Loreas, Theovan, Nezar, y una sonrisa en la boca.
—No sabéis cómo me alegro de veros, amigos —puso una mano en el hombro de Yuria, mientras miraba cómo la impresionante fuerza de paladines desembarcaba—. Necesitaríamos una forma de comunicación más eficiente.
Los condujo a su complejo de campaña, donde se reunieron con Deoran Ethnos, el príncipe comerciante de Ladris, Karela Cysen, Wontur Serthad, Diyan Kenkad, y varios de los generales.
—Los Alas Grises están de camino —dijo Yuria—, junto con un centenar de hijos de Emmán, a bordo de los dromones, supongo que tardarán unas tres semanas en llegar.
—Está bien, supongo que tendremos que apañarnos sin ellos de momento —contestó el mariscal Rythen—. Y supongo que os estaréis preguntando por qué tenemos tantos efectivos en retaguardia todavía, retirados tan lejos del río.
—La verdad es que sí.
—La razón es que hemos encontrado más resistencia de la esperada. Se organizaron unos ataques de reconocimiento en fuerza que cruzaron el río por tres puntos (el vado del curso bajo y los dos del curso medio), y los informes son poco halagüeños, hablando de engendros de más de tres metros de alto y de una extraña compañía de elfos encabezados por un individuo con un artefacto de gran poder; una extraña Daga Negra. —Galad y los demás se miraron—. Veo que eso ha causado algo de impacto en vosotros, así que me alegro de haber decidido ser conservadores y esperar hasta recibir refuerzos, porque parece que Undahl cuenta con más aliados de los esperados, y muy peligrosos. Incluso pensamos que están preparándose no ya para defender, sino para pasar a la ofensiva.
—En el mar —intervino el almirante Devrid— creo que seguimos teniendo superioridad a pesar de la marcha de los galeones esthalios. Los galeones negros son mucho más poderosos que nuestros barcos uno a uno, pero los superamos por mucho en número.
—Por suerte ahora, con el Empíreo, el Horizonte y el Nocturno aquí, podemos organizar misiones de exploración —dijo Ilaith.
—Y con los paladines y Galad, podremos oponernos a cualquier enemigo —anunció Daradoth.
—No lo dudamos, pero nos faltan conocimientos sobre cómo dirigirlos en combate, y también sobre esas criaturas de la Sombra.
—No os preocupéis, en eso Daradoth y yo podremos ilustraros —los tranquilizó Yuria.
Acto seguido, la ercestre pasó a compartir con el resto de la cúpula militar todo lo que sabía sobre las habilidades de los paladines, sus fortalezas y debilidades, y a referirles todo lo que creía que sería de utilidad para oponerse a los engendros de la Sombra, con la ayuda de Daradoth. Aun así, tendría que ser ella la que llevara la voz cantante en las decisiones estratégicas y tácticas.
Pasaron a evaluar todas las opciones, como utilizar los ocho dromones para organizar un desembarco en Úndehn, la capital de Undahl, o pasar tropas con los dirigibles, pero en todos los casos encontraron obstáculos muy peligrosos. Afortunadamente, parecía que los enemigos no disponían de criaturas voladoras, lo que les daba ventaja con los dirigibles. Por tanto, decidieron que el primer paso sería inspeccionar la ribera del río Davaur, que marcaba la frontera con Undahl, y los territorios adyacentes a bordo del Empíreo.
Para evitar la visión nocturna de los posibles enemigos, alzaron el vuelo con el sol todavía en lo alto, situándose a una altura de tres kilómetros, lo suficiente para que Daradoth pudiera otear el entorno con la lente ercestre sin arriesgarse a ser detectados. Desde las alturas pudieron ver que Rakos Ternal se había aplicado bien en defender su territorio. A lo largo del río se alzaban algunas fortalezas mixtas de piedra y madera que se habían construido a lo largo de varios años, y los vados eran una especie de ratonera con espacio para que los pudiera vadear un enemigo, pero con suficientes callejones sin salida y torres de defensa para que se convirtieran en una ratonera. En los tramos de río más anchos, a intervalos de más o menos tres kilómetros, se habían levantado torres de vigilancia de madera, menos recias que las anteriores. En los campamentos que había junto al vado del curso bajo del río, Daradoth pudo avistar las siluetas de humanoides enormes, seguramente ogros. También le pareció ver figuras moviéndose con la gracia de los elfos.
—Quizá podríamos utilizar los dirigibles para infiltrar tropas al otro lado, tomar algunas de esas torres más débiles y después vadear el río con botes evitando que den la alarma —sugirió Galad.
—Es arriesgado —dijo Yuria—, porque dependerá de la presencia y frecuencia de las patrullas; pero con lo que sabemos y hemos visto, parece la mejor opción. Lo mejor será compartirlo con Loreas y los demás, a ver qué opinan.
—A mí me parece buena idea —coincidió Theodor Gerias—, pero, en mi opinión, deberíamos llevarla al extremo: hacer lo mismo, pero en Úndehn, y tomar directamente la capital. Aunque tampoco sé si sería un golpe definitivo. Yo abogo por llevar los paladines a enfrentarse directamente con sus efectivos más poderosos, y con suerte, acabar con ellos rápidamente. De esa manera, no tardarán en colapsar.
—Podemos aplicar un enfoque mixto. Nos infiltramos para tomar las torres, y cuando traigan los refuerzos, les golpeamos duro.
Siguieron evaluando planes mientras volvían a Safelehn, con la intención de exponerlos ante Ilaith y su consejo.