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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 25 de junio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 9

La Historia de Fajjeem. Explorando el frente.

Fajjeem compartió varias conversaciones con Daradoth a bordo del Empíreo. El antepenúltimo día, presa del insomnio, el vestalense se acercó al elfo. 

—No es mi intención molestaros, Daradoth —dijo—, pero me cuesta dormir, como ya os habréis dado cuenta.

—No os preocupéis, Fajjeem, decidme.

—Yo... quería... no sé cómo deciros esto, pero querría saber si tenéis intención de viajar a Doranna en el futuro próximo. 

A Daradoth le sorprendió la pregunta, Fajjeem nunca se había mostrado inquisitivo.

—De momento no tengo planes para ello; sé que mis compañeros abogan por ello, pero creo que el momento todavía no ha llegado. 

—¿Acaso no pensáis ir a buscar el ritual que necesitáis para derrotar a esos Erakäunyr

Daradoth lo miró a los ojos, levantando la vista de su libro.

—¿A qué vienen estas preguntas, Fajjeem? 

—Yo... —titubeó—, por primera vez en décadas tengo la esperanza de poder volver a Doranna. A Tinthassir. Supongo que la excitación hace que no pueda dormir.

—¿Y cuál es el motivo de ese deseo? 

—Expuesto brevemente, es sencillo: mi hija está allí.

—¿Cómo?  —Daradoth no pudo evitar el gesto de sorpresa. Cerró el libro—. ¿Una humana en Doranna?

—En realidad, tiene sangre élfica, y gracias a eso, pudo pasar allí —Fajjeem, presa de los recuerdos, traslucía una pena infinita. Tras unos segundos de silencio, cuando Daradoth iba a instarlo a seguir, continuó—: Sabéis que en mi juventud viajé mucho, recorrí gran parte del continente, y mis estudios me llevaron a Galaria, en el este. Allí conocí a la que sería mi mujer, Ariyah, bellísima e inteligentísima. Más tarde me enteraría de que era, en realidad, una semielfa. No os voy a aburrir con los detalles de nuestros encuentros ni nuestro romance —una lágrima resbaló por su mejilla, que enjugó en el acto—, pero nos enamoramos y nos casamos por el rito galarita. Ella tenía la misma inquietud por el conocimiento que yo, y se convirtió en mi compañera de viaje, además de en mi esposa. Mi hija tendrá ahora mismo unos cincuenta años, y necesito volver a verla; no me queda mucho tiempo. Vosotros me habéis devuelto la esperanza.

—Ya veo. Pero, para que comprendáis bien la situación, el problema es que yo estoy desterrado de Doranna. Por eso soy tan reticente a volver. —Viendo que el erudito lo miraba fijamente, interesado, decidió contarle la verdad—. Fui desterrado por enamorarme de la persona equivocada...

—¿Ethëilë? 

—Así es, ella estaba prometida a un noble elfo. Pero para desterrarme sin hacer escarnio público de mi familia y de mi casa, lo que hicieron fue incorporarme al nuevo cuerpo de buscadores. Durante los últimos años, varias figuras relevantes han desaparecido en Doranna sin dejar rastro, entre ellas lady Kalia, la esposa de mi rey, Aldarien Eledríandor; por circunstancias que he vivido en este tiempo de viaje, creo que los propios kaloriones son los ejecutores de tales secuestros.

—Sorprendente. Pero, por lo que contáis, el hecho de tener esa información ya os legitimaría para volver, ¿no creéis?

—Es posible, pero no deseo arriesgarme. Creo que en Doranna no se están haciendo bien las cosas, y que los elfos deben salir de nuevo de su aislamiento para luchar contra la Sombra. —Daradoth se irguió y miró fijamente al vestalense—. Y creo que la persona adecuada para hacerlo soy yo. Con la adecuada preparación, y el poder y respaldo suficiente para hacerlo.

El vello de la nuca de Daradoth se erizó, y pudo sentir a su alrededor el ya familiar tirón que auguraba cosas poco probables.

—Bien. Tenéis todo mi apoyo, si sirve de algo.

—Gracias, sí que...

Una voz de mujer lo interrumpió.

—Ya le he insistido varias veces en que hay una fácil solución a eso —era Arëlieth. Daradoth y Fajjeem se giraron, sorprendidos.

—Mi señora —el vestalense inclinó la cabeza mientras ella entraba en el camarote.

—Como acabo de explicar a Fajjeem —continuó Daradoth—, no es suficiente con tener un apellido importante a mis espaldas, y...

—Te equivocas. No obstante, aparte del matrimonio, lo he estado meditando, y estoy dispuesta a realizar la ceremonia de la Comunión de Sangre.

Daradoth sintió un escalofrío. «¿Será capaz de hacerlo? Eso cambia las cosas, al menos en parte». La Comunión de Sangre era una ceremonia ritual, donde se canalizaba el poder de los avatares, y por la que la sangre de un elfo de abolengo más alto convertía la sangre del de abolengo más bajo. «Eso aumentaría mi abolengo y me calificaría para ser rey con todos los derechos; y el abolengo de Arëlieth debe de ser de los más altos que existen».

—Bien. Veo que te he dejado sin palabras —dijo la reina—. Eso es bueno. 

—Pero... —Daradoth dudaba por fin—, Ethëilë...

—Confío en tu palabra de que mi reino me sería restituido, y tras eso (y tras cumplir cualesquiera que sean tus objetivos en Doranna), podríamos llegar a un acuerdo para disolver nuestro matrimonio. Pero necesitaríamos testigos del rango adecuado, quizá el rey Aldarien accediera.

—Suponiendo que lo hiciéramos, tampoco quiero llevar la guerra a Doranna. No veo la forma de competir con Natarin, con sus siglos de experiencia. 

Arëlieth y Fajjeem se miraron.

—¿Te has visto a ti mismo? ¿A ti y a tus compañeros? ¿Habéis visto lo que sois capaces de hacer? No creo que haya rival para vosotros ahora mismo. Nadie.

El tirón metafísico hacía vibrar el fuero interno de Daradoth. 

Shae'Naradhras —murmuró Fajjeem.

—Exacto —la reina le dirigió una mirada apreciativa—, no recordaba cuál era la expresión; gracias, sapiente. Pero... ¿Shae? ¿Los cuatro?

—Así es. 

—Extraordinario —la reina parecía conmovida en lo más profundo—. Impresionante. ¿Qué me dices, Daradoth?

—Necesito hablarlo primero con Ethëilë —contestó el elfo, dubitativo.

—Al menos esta vez no es un "no" —la reina sonrió—. Perfecto, hazme saber cualquier novedad —acto seguido, se marchó.

Daradoth miró a la pared, pensativo. Fajjeem se aclaró la voz.

—Ya que habéis sido tan sincero conmigo, yo también deseo serlo con vos, si lo tenéis a bien. —El elfo asintió, un tanto ausente. 

—Cierta noche, Ariyah y yo nos encontrábamos acampando bajo las estrellas, y no recuerdo bien los detalles, pero vimos media docena de figuras inmóviles a lo lejos, a la luz de la luna. En ese momento yo no lo sasbía, pero Ariyah ya estaba embarazada. El caso es que nos acercamos a esas figuras, que vestían capas oscuras y capuchas. Estaban de pie, inmóviles, como en trance, y sus ropas no parecían mecerse con el viento. Si hubiera sabido que Ariyah estaba embarazada no me habría arriesgado; pero éramos ¡ay! tan curiosos. Nos acercamos a las figuras que, sin duda, eran elfos. Miramos debajo de sus capuchas, y sus ojos estaban cerrados, como meditando, pero de pie, hieráticos. De repente, uno de ellos se giró, y nos miró con un gesto durísimo, adusto. No hizo ningún otro gesto y, en ese momento, Ariyah se tambaleó; se sintió tan mal que tuve que llevármela de allí.

»A los pocos días cayó gravemente enferma, y con los días se hizo evidente su embarazo. Recorrí toda Galaria, Umbriel y el Imperio Daarita intentando encontrar una cura, sin éxito. El bebé en su interior apenas daba señales de vida. Así que, desesperado, me dirigí al Paso de Khaûdroz, al oeste de Doranna. Después de insistir durante horas para que nos dejaran pasar, alguien debió de percibir la sangre élfica en Ariyah, o reconocerla, o qué se yo, pero finalmente nos granjearon el paso, indicándonos que nos dirigiéramos a Tinthassir para encontrar una solución. Allí estudié y estudié gracias a la gracia de los elfos que hicieron una excepción conmigo, pero finalmente Ariyah murió. Naleh, mi hija, ya había nacido para entonces, gracias a la asistencia de las matronas elfas, Vestán las tenga en su gloria. Pero la niña no era normal; propagaba una especie de vacío a su alrededor que la hacía muy peligrosa; nunca supieron explicármelo del todo bien. El caso es que los elfos no dejaron que me fuera con ella, la internaron en algo que llaman Elderann Selaith, el Refugio de las Estrellas Veladas, destinado a seres anómalos. Yo seguí estudiando e intentando verla todos los días, hasta que, cuando pasaron tres años, mi permiso para permanecer en Doranna acabó. La dejé con todo el dolor de mi corazón, pero sabiendo que sería lo mejor para ella y para todos. Y, ahora, mi corazón palpita con la esperanza de volver a verla, tras tanto tiempo. Y quizá algo más, con cuatro shae'naradhras juntos.

Daradoth guardó silencio unos instantes, conmovido por la historia y el sentimiento que Fajjeem había puesto en contarla.

—Una historia extraordinaria, en verdad, Fajjeem. Sobre esas figuras que encontrasteis... ¿todas ellas eran elfos?

—Sí, elfos y elfas, con ropajes extremadamente antiguos. Diría que sus bordados tenían al menos nueve milenios de antigüedad. Pero no estaban en absoluto deteriorados.

—Está bien, Fajjeem. No os puedo prometer nada, pero intentaré que volváis a ver a Naleh en un plazo no excesivo. 

—Muchísimas gracias, Daradoth —los ojos de Fajjeem brillaban de pura emoción—. Que Vestán os bendiga eternamente.

Poco después, Daradoth se encontraba con Ethëilë, y le explicó toda la situación, incluyendo algunos detalles de la historia de Fajjeem. Y por supuesto, la propuesta de Arëlieth sobre la Comunión de Sangre.

—No sé qué hacer —dijo—, porque ya sabes que  mi corazón está y estará contigo, pero quizá sea la oportunidad que estamos esperando. El matrimonio con ella no sería más que una formalidad. Mi ambición es alta, pero no quiero que nos afecte.

—¿Dejarías que nos afectara? 

—Por supuesto que no, pero supongo que mientras estuviera casado con ella, nosotros no podríamos estar juntos, o deberíamos llevarlo en secreto. 

—Sí, tienes razón, pero la recompensa creo que valdría la pena, amor mío. Estoy dispuesta a llevarlo en secreto mientras tú me jures que me serás fiel y no me decepcionarás.

—Por supuesto que lo juro, por mi esperanza de renacimiento.

—Entonces, tienes mi bendición. Pero cuidado, que la Comunión de Sangre a veces puede salir mal y tener efectos no deseados. Lo leí hace mucho tiempo. Es raro que pase, la verdad, y dada lo rara que es esa ceremonia, aún es doblemente improbable. Pero si crees que es la única solución, me parece bien; yo también quiero volver a Doranna, pues estoy preocupada por mi padre, por mis hermanos y por la situación del reino.

El último día de la travesía, Daradoth se reunió con el resto del grupo para plantearles la situación. Les contó sobre la Comunión de Sangre y sus dudas sobre lady Arëlieth, pues creía que luego intentaría utilizar la situación para vengarse de sus enemigos, y les pidió su opinión. Symeon sugirió que tendría que optar por la opción que menos daño hiciera para sus objetivos, y no veía con malos ojos que se sometiera a la ceremonia. Yuria, por el contrario, se mostró en contra de tomar aquel curso de acción. Galad estuvo contemporizador, y opinó que deberían esperar un poco más, todavía tenían que clarificar la situación en la Federación.

Esa noche, Symeon intentó encontrar el sueño de Arëlieth para intentar percibir algo que los ayudara en las futuras decisiones, pero no tuvo éxito. Todavía era demasiado novato en su acceso a la dimensión de los sueños. Aprovechó para visitar a Nirintalath en Tarkal como ya era habitual, y su corazón latió un poco más rápido cuando el espíritu de dolor en forma de muchacha alzó la vista para mirarlo. Aunque no dijo nada. 

Por fin, arribaron a Tarkal, con el sonido de los cuernos anunciando su llegada, como era habitual. Allí hicieron descender a los paladines y los pusieron bajo el mando de Davinios, que se saludó efusivamente con Orestios. ¡Y con Aldur! También acomodaron a los doce acólitos de Symeon y acto seguido se reunieron con Delsin Aphyria, que se encontraba al mando en Tarkal en ausencia de Ilaith, organizando los asuntos en el frente. Delsin les informó que Galan Mastaros ya había partido de vuelta a Ercestria, en barco desde Eskatha.

Mientras se producía el movimiento de gente y se organizaba todo, Daradoth aprovechó para mantener una de sus habituales conversaciones con Irainos a través del Ebyrïth. Esta vez le preguntó acerca de la Comunión de Sangre, de la que no pudo darle más información de la que ya sabía, y también acerca de las seis extrañas y sombrías figura de elfos que parecían dormir de pie. Irainos pareció preocuparse:

—¿Has visto a esas figuras, Daradoth? 

—Yo no, solo me han hablado de ellas. ¿Sabéis qué son?

—Puedo imaginarlo —respondió Irainos, dubitativo.

—¿Y bien? 

—No había oído mencionarlas desde hace mucho tiempo. Muchísimo. En el pasado, se hablaba de que en una de las grandes guerras de los albores... no estoy muy seguro... una familia, o un clan, o una casa, traicinó, o quizá fue traicionada... se volvieron locos y se condenaron a un peregrinaje extraño... seis figuras malditas por un juramento traicionado. No sabría qué más decirte. Quizá Eraitan sepa algo más, pero tendré que hablar con él.

—De  acuerdo, muchas gracias. 

 

En la Sala de Guerra, Aphyria organizó un consejo con los generales que quedaban en Tarkal, Yuria y Theodor Gerias, explicándoles lo mejor que supo la situación de las tropas. A esas alturas, lady Ilaith debía de estar en la frontera de Ladris amasando las tropas para la invasión terrestre de Undahl, junto a la flota, que había perdido los galeones esthalios porque se habían ido a luchar en su guerra civil. La flota constaba ahora solo de los dromones y los balandros de la Federación. Los paladines de Osara contaban ya solamente con una presencia testimonial en Tarkal, porque casi todos se habían trasladado ya al frente para luchar, junto con aproximadamente la mitad de los de Emmán. La guardia esotérica avanzaba con paso firme, con varios jóvenes prometedores aprendiendo a utilizar las reliquias. Y había rumores de algún ataque a Undahl que no había salido como habían esperado. Pero lo mejor sería que Ilaith les informara de todo de primera mano.

Así que el día siguiente, después de una reparadora noche de descanso, el grupo y los paladines embarcaron en los dos dirigibles y partieron hacia Eskatha, para hacer escala allí en el viaje a Ladris. Quedaron en Eskatha Ethëilë, Arëlieth e Ilwenn, agotadas después de tantas semanas seguidas en la aeronave. En el Empíreo, el general Gerias aprovechó para hablar con Yuria:

—¿Creéis que será posible volver a Ercestria cuando Ilaith tenga su Federación unificada, Yuria? 

—Veremos, lord Gerias, veremos —«con todo lo que tenemos pendiente, ahora mismo esa es mi última preocupación».

El viaje les llevaría un par de jornadas. La noche de travesía, Symeon volvió a ver a Nirintalath en el mundo onírico. Igual que la noche anterior, le pareció que había algo extraño en el entorno, pero no pudo percibir nada.

En Eskatha, descendieron a la sede de Tarkal. A lo lejos en el puerto, una escuadra de balandros y carabelas de guerra se encontraba anclada. Allí les recibió Keriel Danten, junto a Meravor, al que saludaron calurosamente. Les informaron de que Ilaith ya se encontraba en Ladris, en los campamentos de Safelehn, junto al mariscal Loreas Rythen y al almirante Theovan Devrid, así que no se demoraron mucho; tras mantener una breve conversación informativa, continuaron viaje hacia el norte. 

Esa noche, Symeon volvió a visitar a Nirintalath, con su discurso habitual de ayuda mutua. Como ya era usual, una sensación de que había algo extraño lo invadió, pero cuando el espíritu lo miró directamente, tuvo que dedicar toda su atención a hablarle, y no pudo averiguar nada más.

Sobrevolaron las dos barreras del Golfo de Eskatha y el día siguiente llegaron a Safelehn, la capital de Ladris. 

Allí los recibió lady Ilaith, con todo el séquito de oficiales, Loreas, Theovan, Nezar,  y una sonrisa en la boca.

—No sabéis cómo me alegro de veros, amigos  —puso una mano en el hombro de Yuria, mientras miraba cómo la impresionante fuerza de paladines desembarcaba—. Necesitaríamos una forma de comunicación más eficiente.

Los condujo a su complejo de campaña, donde se reunieron con Deoran Ethnos, el príncipe comerciante de Ladris, Karela Cysen, Wontur Serthad, Diyan Kenkad, y varios de los generales.

—Los Alas Grises están de camino —dijo Yuria—, junto con un centenar de hijos de Emmán, a bordo de los dromones, supongo que tardarán unas tres semanas en llegar.

—Está bien,  supongo que tendremos que apañarnos sin ellos de momento —contestó el mariscal Rythen—. Y supongo que os estaréis preguntando por qué tenemos tantos efectivos en retaguardia todavía, retirados tan lejos del río.

—La verdad es que sí.

—La razón es que hemos encontrado más resistencia de la esperada. Se organizaron unos ataques de reconocimiento en fuerza que cruzaron el río por tres puntos (el vado del curso bajo y los dos del curso medio), y los informes son poco halagüeños, hablando de engendros de más de tres metros de alto y de una extraña compañía de elfos encabezados por un individuo con un artefacto de gran poder; una extraña Daga Negra. —Galad y los demás se miraron—. Veo que eso ha causado algo de impacto en vosotros, así que me alegro de haber decidido ser conservadores y esperar hasta recibir refuerzos, porque parece que Undahl cuenta con más aliados de los esperados, y muy peligrosos. Incluso pensamos que están preparándose no ya para defender, sino para pasar a la ofensiva.

—En el mar —intervino el almirante Devrid— creo que seguimos teniendo superioridad a pesar de la marcha de los galeones esthalios. Los galeones negros son mucho más poderosos que nuestros barcos uno a uno, pero los superamos por mucho en número.

—Por suerte ahora, con el Empíreo, el Horizonte y el Nocturno aquí, podemos organizar misiones de exploración —dijo Ilaith. 

—Y con los paladines y Galad, podremos oponernos a cualquier enemigo —anunció Daradoth.

—No lo dudamos, pero nos faltan conocimientos sobre cómo dirigirlos en combate, y también sobre esas criaturas de la Sombra.

—No os preocupéis, en eso Daradoth y yo podremos ilustraros —los tranquilizó Yuria.

Acto seguido, la ercestre pasó a compartir con el resto de la cúpula militar todo lo que sabía sobre las habilidades de los paladines, sus fortalezas y debilidades, y a referirles todo lo que creía que sería de utilidad para oponerse a los engendros de la Sombra, con la ayuda de Daradoth. Aun así, tendría que ser ella la que llevara la voz cantante en las decisiones estratégicas y tácticas.

Pasaron a evaluar todas las opciones, como utilizar los ocho dromones para organizar un desembarco en Úndehn, la capital de Undahl, o pasar tropas con los dirigibles, pero en todos los casos encontraron obstáculos muy peligrosos. Afortunadamente, parecía que los enemigos no disponían de criaturas voladoras, lo que les daba ventaja con los dirigibles. Por tanto, decidieron que el primer paso sería inspeccionar la ribera del río Davaur, que marcaba la frontera con Undahl, y los territorios adyacentes a bordo del Empíreo.

Para evitar la visión nocturna de los posibles enemigos, alzaron el vuelo con el sol todavía en lo alto, situándose a una altura de tres kilómetros, lo suficiente para que Daradoth pudiera otear el entorno con la lente ercestre sin arriesgarse a ser detectados. Desde las alturas pudieron ver que Rakos Ternal se había aplicado bien en defender su territorio. A lo largo del río se alzaban algunas fortalezas mixtas de piedra y madera que se habían construido a lo largo de varios años, y los vados eran una especie de ratonera con espacio para que los pudiera vadear un enemigo, pero con suficientes callejones sin salida y torres de defensa para que se convirtieran en una ratonera. En los tramos de río más anchos, a intervalos de más o menos tres kilómetros, se habían levantado torres de vigilancia de madera, menos recias que las anteriores. En los campamentos que había junto al vado del curso bajo del río, Daradoth pudo avistar las siluetas de humanoides enormes, seguramente ogros. También le pareció ver figuras moviéndose con la gracia de los elfos.

—Quizá podríamos utilizar los dirigibles para infiltrar tropas al otro lado, tomar algunas de esas torres más débiles y después vadear el río con botes evitando que den la alarma —sugirió Galad.

—Es arriesgado —dijo Yuria—, porque dependerá de la presencia y frecuencia de las patrullas; pero con lo que sabemos y hemos visto, parece la mejor opción. Lo mejor será compartirlo con Loreas y los demás, a ver qué opinan.

—A mí me parece buena idea —coincidió Theodor Gerias—, pero, en mi opinión, deberíamos llevarla al extremo: hacer lo mismo, pero en Úndehn, y tomar directamente la capital. Aunque tampoco sé si sería un golpe definitivo. Yo abogo por llevar los paladines a enfrentarse directamente con sus efectivos más poderosos, y con suerte, acabar con ellos rápidamente. De esa manera, no tardarán en colapsar.

—Podemos aplicar un enfoque mixto. Nos infiltramos para tomar las torres, y cuando traigan los refuerzos, les golpeamos duro. 

Siguieron evaluando planes mientras volvían a Safelehn, con la intención de exponerlos ante Ilaith y su consejo.

 

miércoles, 4 de junio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 8

El Brazo de Emmán

Cuando salieron de la presunta tumba del titán, Yaronn, Rodren y Wylledd se acercaron a Symeon y Faewald, con la intención de que les pusieran al día de todo lo que había pasado.

—En la anterior ocasión que pasasteis por aquí no tuvimos apenas tiempo para hablar —dijo Rodren—, pero nos alegramos de encontraros a todos sanos y salvos. —Hizo una pequeña pausa, meditando lo que iba a decir a continuación—. Symeon, te queríamos comentar que te vemos muy cambiado para los pocos meses que han pasado, y queríamos saber si estabas bien.

Symeon los miró con cariño. «Siguen siendo mis hermanos juramentados, no puedo olvidar lo mucho que pasamos junto con Valeryan en el Imperio Vestalense, pero aun así hay límites a lo que puedo contarles».

—Claro que sí, Rodren, os agradezco el interés. No ha pasado tanto tiempo, pero a nosotros nos han sucedido muchas cosas, tanto que me parece que haga una vida que no os veía. Venid, tomemos algo y os pondré al día.

Y así lo hizo, con buen cuidado de no contarles nada sobre la Vicisitud o su condición de Shae'Naradhras. Pero sí —con ayuda de Galad— les informó acerca del conflicto entre Luz y Sombra y la situación en el continente. Sus amigos se quejaron por la premura que Symeon y sus compañeros tenían por marcharse.

—¿No crees que la situación en Esthalia requiere de toda vuestra atención, Symeon? —inquirió Wylledd—. Rheynald está en una situación precaria, y nos sentimos abandonados. 

—Los rumores que llegan del norte de Esthalia también son bastante preocupantes —añadió Rodren—. Parece que Robeld de Baun está ganando la guerra, y es cuestión de tiempo que dirija su atención a nosotros. Y los paladines de Emmán... el Primado Irwald los ha declarado apóstatas y la Iglesia ha arrestado a varios de ellos, además de declarar la independencia del reino y declarar los Estados Pontificios independientes. 

Galad no pudo disimular una expresión de sorpresa al escuchar las palabras de Rodren.

—Un tipo peligroso, ese Primado, si me permitís opinar —añadió, como siempre socarrón, Yaronn. 

—Ya veo. Sí que es preocupante. Pero creedme, hay cosas más urgentes que esto, si habéis estado atentos a lo que os he contado. Nuestro deber es marcharnos lo antes posible y asegurarnos de que la Sombra no sigue arañando terreno en Aredia. Vosotros deberéis aseguraros de que Rheynald resiste ante cualquier imprevisto y que Valeryan está a salvo, eso sí os lo ruego, por la Luz y por Valeryan.

Yaronn, Rodren de Seggal y Wylledd

Algo cambió en los rostros de sus tres hermanos. 

—Por supuesto. Puedes contar con nosotros sin dudarlo —dijeron los tres a la vez; se miraron sorprendidos, pues habían usado exactamente las mismas palabras en el mismo momento. Symeon esbozó una sonrisa.

—No esperaba menos —les felicitó el errante, sorprendiéndose todavía de los efectos que eran capaces de provocar en los demás. 

Con esta información, Symeon, Galad y Aldur se dirigieron a la pequeña iglesia de la fortaleza, y  mantuvieron una breve conversación con el padre Ryckar acerca de la declaración de los Estados Pontificios y la apostasía de los paladines. El cura, que se inclinó ante Galad y Aldur, no pudo decirles nada nuevo sobre lo que ya les habían dicho.

—Rheynald está realmente aislada en una tierra en guerra, y poco más puedo deciros, solamente que rezo a Emmán día y noche para que nos ayude en este trance y guíe al Primado por el camino recto. No puedo negarlo, estoy muy preocupado y muy dolido. Nuestro reino está a punto de hundirse.

Se despidieron del clérigo dándose mutuas bendiciones y a continuación Symeon se dirigió a la parte donde estaban refugiados los campamentos errantes.

No tardó en avistar a Azalea, que removió su corazón, como siempre hacía. «Es la única que podría hacerme olvidar a Ashira, sin duda». La muchacha corrió a su encuentro y lo abrazó y lo besó.

—¡Estás muy cambiado, Symeon! —dijo, mirando su rostro, sus ropas, su diadema, y el impresionante bastón. 

Symeon la miró fijamente, con los ojos húmedos y una sonrisa. La agarró con fuerza. Ella lo acompañó a ver a Ravros, el líder errante, que también lo abrazó. Azalea puso su cabeza en el hombro de Symeon. Este les informó de que, como era habitual, estaría poco tiempo en Rheynald, pues lo reclamaban asuntos urgentes. Se ocupó de presentar a Ravros a los errantes recién llegados, Mirabel, Nínive, Aravros y los demás. Ravros les dió la bienvenida y tranquilizó a Symeon, diciéndole que cuidarían de ellos, y además, añadió:

—La verdad es que la situación en Esthalia es muy complicada, y estuvimos pensando en marcharnos —Symeon, con un vuelco en el corazón, miró a Azalea—. Pero realmente no creemos que ninguna ruta sea segura. y por el momento Rheynald nos parece la mejor opción. Aredia es un lugar peligroso para vivir hoy en día. 

—En caso de que haya problemas, Ravros —dijo Symeon—, acudid a Tarkal o a Doedia, diciendo que os envío yo. Allí os darán cobijo. Pero el viaje... eso ya es más peligroso.

—De acuerdo, así lo haremos en caso de que no tengamos más remedio, gracias. 

Symeon compartió con Azalea sus últimas vivencias; no quería alejarse de ella. Pero de repente, un mensajero los interrumpió, anunciando que lady Edyth lo reclamaba a su presencia. Se despidió de Azalea con un sentido beso.

Mientras tanto, Daradoth compartió un té con Fajjeem, y le preguntó acerca de los titanes. El vestalense le contó lo que sabía, que fueron una de las primeras razas, que construyeron unas estructuras enormes con forma de pirámide, y que tuvieron una guerra civil en la que participaron elfos, enanos y centauros, que al parecer acabó con ellos. 

Poco más tarde, el grupo al completo estaba en el salón principal, ante lady Edyth, Egwann de Vauwas y los demás. 

—Os he convocado, primero, para agradeceros haber traído a Valeryan con nosotros de nuevo, muchas gracias —dijo la señora del castillo—. Por otro lado, quería plantearos la necesidas que tenemos de vosotros ahora mismo. Porque, en esta guerra civil, no sabemos qué va a pasar. Adalkhôr y el duque Elidann han tenido que partir con la legión de refuerzo para ayudar al rey, y solo queda media legión para proteger la fortaleza, los dos bastiones y el muro. Quizá no tengamos un peligro inmediato de un ataque vestalense, pero nos preocupa que Robeld de Baun tome represalias. ¿Estaréis mucho tiempo fuera? ¿Podemos contactar con vosotros? Con Valeryan así, y todo este asunto de los inmaculados y los errantes, realmente creo que necesitamos ayuda.

—¿Qué sabéis de la legión? —preguntó Galad.

—Sabemos que partieron hacia Jorwen para remontar el río Rowen y participar en la defensa de Usturna, pero tras llegar a Jorwen les perdimos la pista.

—Nosotros tenemos que partir mañana mismo para tratar con asuntos urgentísimos, pero volveremos pronto, o enviaremos aliados. Hasta entonces, tendréis que aguantar lo mejor que podáis. Entrenad a los campesinos y trabajadores para poder formarlos en leva. Nosotros nos llevaremos unos cuantos halcones para entrenarlos y poder intercambiar mensajes. ¿Disponéis de ellos?

—Sí, por supuesto, maese Elwydd se encarga de criarlos y adiestrarlos, os proporcionaremos varios. Una última cosa, ¿alguna novedad sobre el paradero de la duquesa Rhyanys?

—No , todavía no —contestó Daradoth—. La deben de tener a buen recaudo.

Con los errantes y los vestalenses ya desembarcados e integrados, se despidieron y el Empíreo volvió a remontar el vuelo ya bien entrada la noche.

Galad pidió la inspiración de Emmán en su sueño. «Ayúdame a conocer cómo construyeron esa tumba, mi señor». 

Todo estaba oscuro. No se veían más que sombras. La tristeza era inmensa, inconmensurable, y Galad incluso pensó en acabar de una vez con su vida. Lloraba. No lo veía, pero notaba cómo las lágrimas recorrían su rostro, saladas y cálidas. El mundo a su alrededor se hundía. No pudo soportarlo más.

Eso fue todo lo que recordó al despertar, y lo que contó luego a sus amigos. 

 

Tras un par de jornadas de viaje, llegaron a la vista de las montañas Amaryn, la segunda cordillera más alta de Aredia, solo por detrás de la Cordillera Matram. Como Yuria sabía por los mapas, era imposible sobrevolarla, así que dirigieron el Empíreo rumbo al sureste, para rodearlas. El cuarto día sobrevolaron la ciudad de Mrísta, el lugar de nacimiento de Emmán. Galad y Aldur se santiguaron, y aunque todo su ser clamaba por descender y visitar el lugar santo, se limitaron a rezar y celebrar la gloria de su dios.

Dos días más tarde atravesaban la Quebrada de Irpah, que separaba el Imperio Vestalense y la Región del Pacto, y que les trajo recuerdos sumamente desagradables de su época más difícil. Pero esta vez no tuvieron los mismo problemas. Sobrevolaron Sar'Sajari y Torre del Sol, y pronto llegaron a la vista del Valle de Irpah, en cuyas laderas se alzaban las fortalezas gemelas, Jenmarik y Svelên. El valle, aún enfangado pero con el agua ya baja, estaba tranquilo. Aparte de las guarniciones de las fortalezas fronterizas no había ni rastro de tropas vestalenses. La guerra civil también había tenido sus efectos allí.

Al acercarse, pudieron ver cómo en la cima de las torres principales habían aparecido unas construcciones de metal y madera, esféricas. Las ballistas que había diseñado Yuria para enfrentarse a los corvax por fin estaban terminadas. Además, sobre el torreón de entrada se alzaba un nuevo estandarte que no estaba cuando habían dejado la región: en fondo de azur, un águila sobre una montaña.

—El escudo de la Corona del Erentárna  —dijo Daradoth—. Parece que Rûmtor sí que envió ayuda, menos mal.

—Al menos nuestro viaje allí sirvió de algo —se congratuló Galad.

Decidieron descender lejos de Svelên para no asustar a los defensores, y acercarse a pie hasta la fortaleza. A primera hora de la tarde, en el interior de Svelên, los recibía el capitán Phâlzigar, el castellano Zibar, Orestios, Rolvar, el líder de los paladines, y Theodor Gerias, con cara de pocos amigos. Rolvar abrazó a Galad, tras echarle una mirada sorprendida por su aspecto y su espada, y Orestios hizo lo mismo, feliz de ver a su amigo sano y salvo. Phâlzigar se adelantó:

—¡Amigos míos! —saludó el capitán—. ¡Qué alegría veros! Pero... ¿habéis venido a pie?  ¿Solos? ¿No? Bueno, ya me contaréis. Pasad, pasad, como veis, la Corona del Erentárna nos envió una compañía de ástaros que terminó de desmoralizar a nuestros enemigos. Estaréis hambrientos, vayamos al comedor.

Una vez reunidos alrededor de la mesa, Phâlzigar continuó:

—Quiero agradeceros desde mi corazón la ayuda prestada. Sin los paladines habríamos sucumbido, y sin la ayuda erenia seguramente los enemigos no habrían acabado de retirarse. En esta fortaleza tenéis amigos agradecidos para toda la vida.

—Muchas gracias, capitán, solo hicimos lo que era correcto —dijo Galad. El capitán asintió, complacido.

—Y ahora  los vestalenses están sumidos en su propia guerra civil, que no sabemos cuánto durará, pero que nos ha venido que ni pintada. Todo estará tranquilo por un tiempo, espero.

—¿Los corvax también se han retirado? —preguntó Galad.

—Sí, pero los vemos habitualmente. El último lo vimos hace un par de días, muy a lo lejos. Parece que siguen reconociendo el terreno. 

—¿Y no hay refugiados? 

—Los que consiguen escapar sin ser detenidos, muy pocos. 

—Muy bien —continuó Galad, que miró al general Gerias. Se notaba que el general ercestre estaba ansioso por salir de allí—. Capitán, la situación en Aredia es muy complicada. La Sombra avanza por todas partes, en Esthalia hay una guerra civil, Ercestria está rodeada de enemigos, Sermia acaba de repeler una invasión y la Federación de Príncipes Comerciantes se encuentra en guerra son sus propios traidores leales a la Sombra. Nuestros servicios son ahora requeridos por lady Ilaith, la canciller, y es urgente que la ayudemos. Vamos a necesitar el apoyo de los paladines y de cuantos efectivos puedan para derrotar al enemigo.

—Ya veo. Había oído rumores sobre esa canciller y parece ser una mujer muy decidida.

—Así es. Y firme defensora de la Luz y las doctrinas que seguimos —evitó mentir, pues había estado a punto de decir "doctrinas emmanitas". Se dirigió a Rolvar—: Querría reunir a los paladines para informarles de nuestros próximos movimientos.

Rolvar rebulló en su asiento, inseguro. Galad había cambiado, ya no era ese muchacho que había conocido en Emmolnir, y a su lado estaba Aldur, humilde pero imponente.

—Antes querría informar a la Torre. 

—Perderíamos mucho tiempo, y en otro momento estaría completamente de acuerdo, pero este asunto es de extrema urgencia.

—Lo tendremos que hablar en privado. 

—Por nuestra parte no hay problema —intervino Phâlzigar—. Ya han servido más allá de lo esperado, y con las ballistas diseñadas por Yuria, que hemos compartido con Jenmarik, podremos encargarnos de esos engendros. Os agradezco el servicio más allá de lo que puedo expresar.

Después de acabar la comida, Galad y Aldur salieron con Orestios y Rolvar.

—Impresionante espada —dijo Orestios.

—Así es —contestó Galad—. Como habréis podido notar por su vibración y el poder que desprende, esta espada es excepcional. Esta espada —hizo una pausa, pensando bien las palabras— se llama Églaras, y es la manifestación del arcángel Norafel en nuestro mundo. Tiene un poder inmenso, y os puedo asegurar que es él.

Orestios y Rolvar abrieron los ojos, un poco incrédulos. 

—¿Norafel? ¿El que según las escrituras es el primer arcángel de Emmán?

—Así es —intervino Aldur, mirando fijamente a sus interlocutores, que se estremecieron—. No dudéis ni por un momento de las palabras de Galad. Esa espada es nuestro señor Norafel.

—Por la gracia de Emmán —continuó Galad rápidamente, relajando la situación—, Norafel me permite acceder a su poder y utilizar el poder de Emmán a través de él. Soy lo que los elfos llamaban un Brazo de nuestro señor.

—¿Sois entonces el Brazo de Emmán? ¿Elegido por él?

—Así es.

—¿Ha elegido a un paladín de la tercera orden?  —el tono de Rolvar ya no era del agrado de Galad, ni de Aldur.

—Un paladín de Emmán. Emmán nunca habló de órdenes ni de jerarquías. Y su arcángel me habla directamente cuando desenfundo esta hoja. Mis palabras son absolutamente ciertas, podéis sentirlo.

Galad ya podía sentir el tirón metafísico que ya era un poco familiar. Aldur lo miraba con devoción.

—Lo que siento es indiscutible, desde luego —reconoció Rolvar—. ¿Cuál es vuestra intención? 

—Reunir a los paladines ahora mismo, para relatarles esto mismo y llevarlos a luchar contra la Sombra.

Rolvar accedió. Pidió a Orestios reunir a los paladines en una hora, y el paladín más joven se marchó. A continuación, se giró hacia Galad:

—Mi opinión es que deberíamos informar antes a la Torre, quizá incluso viajar allí.

Galad notaba la tirantez de Rolvar. Al fin y al cabo, él era su superior y podía ordenarle, pero hasta ahora lo había evitado.

Una hora después, todos los paladines e iniciados se encontraban reunidos en el patio de armas. Allí estaban también Torgen y Gedastos, que saludaron efusivamente a Galad y le dirigieron palabras de admiración.

Galad relató a sus hermanos su viaje, la aventura en Essel, la obtención del Orbe, y el descubrimiento y naturaleza de Églaras. Y finalmente dijo:

—Por la gracia de Emmán, y porque Norafel  así lo ha querido, ahora se revela ante vosotros el Brazo de Emmán, que cumplirá su voluntad en esta vida y en las sucesivas.

Y desenfundó a Églaras. Los paladines se sobrecogieron cuando la espada cantó en sus oídos con coros celestiales, y cuando Galad pareció convertirse en un ser superior, con las alas de luz, el resplandor dorado en sus ojos y el aura de poder rodeándolo. Todo vibraba a su alrededor, y el mundo pareció inclinarse ante él.

Orestes, Torgen y Gedastos clavaron sus rodillas en tierra, cruzando sus dedos en actitud de oración. Varios más los imitaron.

—¡Salve, salve al Brazo de Emmán! ¡Salve, Galad! —bramó Aldur, también de rodillas—. ¡Gloria a Emmán! ¡Gloria a su Brazo!

El aire vibraba, la luz era más intensa. La música celestial ya era audible para todos, no solo para los paladines. Uno tras otro, estos fueron hincando la rodilla en tierra, y muchos empezaron a corear el grito de Aldur.

Rolvar no se arrodilló. Un puñado de ellos tampoco.

Galad continuó:

—Se nos requiere en las tierras del suroeste, pues los enemigos de Emmán son fuertes allí. ¡No podemos demorarnos! ¡Debemos partir inmediatamente si  no queremos que Aredia sucumba!

Aún se arrodillaron algunos más. Ya solo quedaban en pie un par de ellos y Rolvar. Gritó para hacerse oír sobre las estentóreas alabanzas de sus hermanos.

—¡Yo digo que tenemos que volver a la torre! ¡Tened en cuenta la jerarquía! ¡La Torre! 

—¡Os estoy pidiendo que  vengáis, no ordenando! —contestó Galad.

—¿Cómo sabemos que sois lo que...? 

—¡SILENCIO! —rugió Aldur—. ¡Se acabó la jerarquía y corrupción de la Torre! ¡Galad ha sido elegido por el propio Emmán, y eso rompe cualquier jerarquía! ¡Además, la cúpula ya no es digna! ¡Arrestad a ese hombre!

—¡No os acerquéis a mí! —amenazó Rolvar, que abrazó el poder de Emmán, activando un aura de protección junto con los dos o tres paladines que aún no se habían plegado a Galad. 

Orestios y muchos más esgrimieron el poder a su vez. También Aldur. Galad miró a unos y otros, desesperado. «¿Se van a matar entre ellos? Oh, Emmán, no». 

—¡Alto! —increpó—. ¡Somos emmanitas, no vamos a enfrentarnos entre nosotros! ¡Quien quiera volver a la Torre, puede volver a la Torre! Pero quien quiera hacer la voluntad de Emmán y derrotar al enemigo supremo, ¡QUE ME SIGA!

Un instante de silencio. Los paladines dejaron de canalizar. 

 —¡Por Emmán!¡Por Emmán! —volvió a rugir Aldur—. ¡Gloria a Galad! ¡Salve, Brazo de Emmán!

—¡GLORIA A GALAD! ¡SALVE, BRAZO DE EMMÁN! —gritaron todos los paladines al unísono. Rolvar miró a su alrededor, confundido, algo aturdido. Galad, Symeon, Daradoth y Yuria notaban algo pesado en el ambiente, algo curvándose. Rolvar cerró los ojos, y se arrodilló.

Cuando por fin se calmaron los ánimos,  Galad añadió:

—¡Hermanos paladines, hermanos iniciados, preparad inmediatamente la marcha, nos iremos al amanecer! ¡Hijos de Emmán, os uniréis a los Alas Grises lo antes posible y embarcaréis en los dromones de la Confederación, con rumbo a Eskatha! Hermano Orestios, dad las órdenes pertinentes y mantenedme informado.

Mientras caminaba para salir del patio, los paladines, los iniciados y los hijos de Emmán gritaban aquí y allá:

—¡Padre Galad! ¡Dadnos vuestra bendición!

—¡Bendición, padre Galad!

—¡Gloria al padre Galad!

—¡Gloria al Brazo de Emmán! ¡Bendecidnos, padre!

Estos gritos incomodaban un poco a Galad, pero se retiró persignando a diestro y siniestro, con una sonrisa algo forzada.

Ya fuera del patio, Rolvar se encontró con él.

—Si no os importa, me gustaría ser uno de los mensajeros que parta a informar a la Torre.

—Por supuesto —contestó Galad, magnánimo. 

—Partiré lo antes posible con un par de hijos de Emmán, si os parece bien.

—Desde luego. Tened buen viaje.

—Gracias, padre —Rolvar pareció sorprenderse por estas palabras.

Esa noche, tras dar las órdenes pertinentes al capitán de los Alas Grises para su inmediata partida, Yuria y Theodor Gerias se reunieron para compartir una botella de vino (de muy baja calidad para sus estándares) y hablar de Ercestria, de la situación en Aredia y de los próximos pasos junto a lady Ilaith. Juntos discutieron planes para asegurar su victoria contra el principado de Undahl, e incluso rieron con algunas anécdotas. La ercestre también le habló al general de lo que había pasado en Tarkal, de cómo su secuestro había provocado la liberación de su hijo Alexandras.

—Nos encargaremos de él a su debido tiempo —dijo Gerias, viendo que Faewald y Symeon se unían a ellos—. Disfrutemos esta noche al menos. 

La mañana siguiente, tras las expresiones de sorpresa de propios y extraños, los paladines y los iniciados abordaron el Horizonte y los dirigibles partieron hacia Tarkal directamente. El viaje duraría ocho jornadas. Symeon siguió visitando a Nirintalath cada noche, y la última de ellas, la extraña muchacha levantó por fin la mirada.

Durante el viaje, Galad no pudo evitar un pensamiento que no sabía si calificar de esperanzador o perturbador. «Estos cincuenta paladines más los cerca de sesenta que hay entre Tarkal y Doedia son prácticamente la mitad del total de paladines. Quizá en algún momento podamos volver a la Torre y ponerla en orden. Davinios estaría encantado».