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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 4 de junio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 8

El Brazo de Emmán

Cuando salieron de la presunta tumba del titán, Yaronn, Rodren y Wylledd se acercaron a Symeon y Faewald, con la intención de que les pusieran al día de todo lo que había pasado.

—En la anterior ocasión que pasasteis por aquí no tuvimos apenas tiempo para hablar —dijo Rodren—, pero nos alegramos de encontraros a todos sanos y salvos. —Hizo una pequeña pausa, meditando lo que iba a decir a continuación—. Symeon, te queríamos comentar que te vemos muy cambiado para los pocos meses que han pasado, y queríamos saber si estabas bien.

Symeon los miró con cariño. «Siguen siendo mis hermanos juramentados, no puedo olvidar lo mucho que pasamos junto con Valeryan en el Imperio Vestalense, pero aun así hay límites a lo que puedo contarles».

—Claro que sí, Rodren, os agradezco el interés. No ha pasado tanto tiempo, pero a nosotros nos han sucedido muchas cosas, tanto que me parece que haga una vida que no os veía. Venid, tomemos algo y os pondré al día.

Y así lo hizo, con buen cuidado de no contarles nada sobre la Vicisitud o su condición de Shae'Naradhras. Pero sí —con ayuda de Galad— les informó acerca del conflicto entre Luz y Sombra y la situación en el continente. Sus amigos se quejaron por la premura que Symeon y sus compañeros tenían por marcharse.

—¿No crees que la situación en Esthalia requiere de toda vuestra atención, Symeon? —inquirió Wylledd—. Rheynald está en una situación precaria, y nos sentimos abandonados. 

—Los rumores que llegan del norte de Esthalia también son bastante preocupantes —añadió Rodren—. Parece que Robeld de Baun está ganando la guerra, y es cuestión de tiempo que dirija su atención a nosotros. Y los paladines de Emmán... el Primado Irwald los ha declarado apóstatas y la Iglesia ha arrestado a varios de ellos, además de declarar la independencia del reino y declarar los Estados Pontificios independientes. 

Galad no pudo disimular una expresión de sorpresa al escuchar las palabras de Rodren.

—Un tipo peligroso, ese Primado, si me permitís opinar —añadió, como siempre socarrón, Yaronn. 

—Ya veo. Sí que es preocupante. Pero creedme, hay cosas más urgentes que esto, si habéis estado atentos a lo que os he contado. Nuestro deber es marcharnos lo antes posible y asegurarnos de que la Sombra no sigue arañando terreno en Aredia. Vosotros deberéis aseguraros de que Rheynald resiste ante cualquier imprevisto y que Valeryan está a salvo, eso sí os lo ruego, por la Luz y por Valeryan.

Yaronn, Rodren de Seggal y Wylledd

Algo cambió en los rostros de sus tres hermanos. 

—Por supuesto. Puedes contar con nosotros sin dudarlo —dijeron los tres a la vez; se miraron sorprendidos, pues habían usado exactamente las mismas palabras en el mismo momento. Symeon esbozó una sonrisa.

—No esperaba menos —les felicitó el errante, sorprendiéndose todavía de los efectos que eran capaces de provocar en los demás. 

Con esta información, Symeon, Galad y Aldur se dirigieron a la pequeña iglesia de la fortaleza, y  mantuvieron una breve conversación con el padre Ryckar acerca de la declaración de los Estados Pontificios y la apostasía de los paladines. El cura, que se inclinó ante Galad y Aldur, no pudo decirles nada nuevo sobre lo que ya les habían dicho.

—Rheynald está realmente aislada en una tierra en guerra, y poco más puedo deciros, solamente que rezo a Emmán día y noche para que nos ayude en este trance y guíe al Primado por el camino recto. No puedo negarlo, estoy muy preocupado y muy dolido. Nuestro reino está a punto de hundirse.

Se despidieron del clérigo dándose mutuas bendiciones y a continuación Symeon se dirigió a la parte donde estaban refugiados los campamentos errantes.

No tardó en avistar a Azalea, que removió su corazón, como siempre hacía. «Es la única que podría hacerme olvidar a Ashira, sin duda». La muchacha corrió a su encuentro y lo abrazó y lo besó.

—¡Estás muy cambiado, Symeon! —dijo, mirando su rostro, sus ropas, su diadema, y el impresionante bastón. 

Symeon la miró fijamente, con los ojos húmedos y una sonrisa. La agarró con fuerza. Ella lo acompañó a ver a Ravros, el líder errante, que también lo abrazó. Azalea puso su cabeza en el hombro de Symeon. Este les informó de que, como era habitual, estaría poco tiempo en Rheynald, pues lo reclamaban asuntos urgentes. Se ocupó de presentar a Ravros a los errantes recién llegados, Mirabel, Nínive, Aravros y los demás. Ravros les dió la bienvenida y tranquilizó a Symeon, diciéndole que cuidarían de ellos, y además, añadió:

—La verdad es que la situación en Esthalia es muy complicada, y estuvimos pensando en marcharnos —Symeon, con un vuelco en el corazón, miró a Azalea—. Pero realmente no creemos que ninguna ruta sea segura. y por el momento Rheynald nos parece la mejor opción. Aredia es un lugar peligroso para vivir hoy en día. 

—En caso de que haya problemas, Ravros —dijo Symeon—, acudid a Tarkal o a Doedia, diciendo que os envío yo. Allí os darán cobijo. Pero el viaje... eso ya es más peligroso.

—De acuerdo, así lo haremos en caso de que no tengamos más remedio, gracias. 

Symeon compartió con Azalea sus últimas vivencias; no quería alejarse de ella. Pero de repente, un mensajero los interrumpió, anunciando que lady Edyth lo reclamaba a su presencia. Se despidió de Azalea con un sentido beso.

Mientras tanto, Daradoth compartió un té con Fajjeem, y le preguntó acerca de los titanes. El vestalense le contó lo que sabía, que fueron una de las primeras razas, que construyeron unas estructuras enormes con forma de pirámide, y que tuvieron una guerra civil en la que participaron elfos, enanos y centauros, que al parecer acabó con ellos. 

Poco más tarde, el grupo al completo estaba en el salón principal, ante lady Edyth, Egwann de Vauwas y los demás. 

—Os he convocado, primero, para agradeceros haber traído a Valeryan con nosotros de nuevo, muchas gracias —dijo la señora del castillo—. Por otro lado, quería plantearos la necesidas que tenemos de vosotros ahora mismo. Porque, en esta guerra civil, no sabemos qué va a pasar. Adalkhôr y el duque Elidann han tenido que partir con la legión de refuerzo para ayudar al rey, y solo queda media legión para proteger la fortaleza, los dos bastiones y el muro. Quizá no tengamos un peligro inmediato de un ataque vestalense, pero nos preocupa que Robeld de Baun tome represalias. ¿Estaréis mucho tiempo fuera? ¿Podemos contactar con vosotros? Con Valeryan así, y todo este asunto de los inmaculados y los errantes, realmente creo que necesitamos ayuda.

—¿Qué sabéis de la legión? —preguntó Galad.

—Sabemos que partieron hacia Jorwen para remontar el río Rowen y participar en la defensa de Usturna, pero tras llegar a Jorwen les perdimos la pista.

—Nosotros tenemos que partir mañana mismo para tratar con asuntos urgentísimos, pero volveremos pronto, o enviaremos aliados. Hasta entonces, tendréis que aguantar lo mejor que podáis. Entrenad a los campesinos y trabajadores para poder formarlos en leva. Nosotros nos llevaremos unos cuantos halcones para entrenarlos y poder intercambiar mensajes. ¿Disponéis de ellos?

—Sí, por supuesto, maese Elwydd se encarga de criarlos y adiestrarlos, os proporcionaremos varios. Una última cosa, ¿alguna novedad sobre el paradero de la duquesa Rhyanys?

—No , todavía no —contestó Daradoth—. La deben de tener a buen recaudo.

Con los errantes y los vestalenses ya desembarcados e integrados, se despidieron y el Empíreo volvió a remontar el vuelo ya bien entrada la noche.

Galad pidió la inspiración de Emmán en su sueño. «Ayúdame a conocer cómo construyeron esa tumba, mi señor». 

Todo estaba oscuro. No se veían más que sombras. La tristeza era inmensa, inconmensurable, y Galad incluso pensó en acabar de una vez con su vida. Lloraba. No lo veía, pero notaba cómo las lágrimas recorrían su rostro, saladas y cálidas. El mundo a su alrededor se hundía. No pudo soportarlo más.

Eso fue todo lo que recordó al despertar, y lo que contó luego a sus amigos. 

 

Tras un par de jornadas de viaje, llegaron a la vista de las montañas Amaryn, la segunda cordillera más alta de Aredia, solo por detrás de la Cordillera Matram. Como Yuria sabía por los mapas, era imposible sobrevolarla, así que dirigieron el Empíreo rumbo al sureste, para rodearlas. El cuarto día sobrevolaron la ciudad de Mrísta, el lugar de nacimiento de Emmán. Galad y Aldur se santiguaron, y aunque todo su ser clamaba por descender y visitar el lugar santo, se limitaron a rezar y celebrar la gloria de su dios.

Dos días más tarde atravesaban la Quebrada de Irpah, que separaba el Imperio Vestalense y la Región del Pacto, y que les trajo recuerdos sumamente desagradables de su época más difícil. Pero esta vez no tuvieron los mismo problemas. Sobrevolaron Sar'Sajari y Torre del Sol, y pronto llegaron a la vista del Valle de Irpah, en cuyas laderas se alzaban las fortalezas gemelas, Jenmarik y Svelên. El valle, aún enfangado pero con el agua ya baja, estaba tranquilo. Aparte de las guarniciones de las fortalezas fronterizas no había ni rastro de tropas vestalenses. La guerra civil también había tenido sus efectos allí.

Al acercarse, pudieron ver cómo en la cima de las torres principales habían aparecido unas construcciones de metal y madera, esféricas. Las ballistas que había diseñado Yuria para enfrentarse a los corvax por fin estaban terminadas. Además, sobre el torreón de entrada se alzaba un nuevo estandarte que no estaba cuando habían dejado la región: en fondo de azur, un águila sobre una montaña.

—El escudo de la Corona del Erentárna  —dijo Daradoth—. Parece que Rûmtor sí que envió ayuda, menos mal.

—Al menos nuestro viaje allí sirvió de algo —se congratuló Galad.

Decidieron descender lejos de Svelên para no asustar a los defensores, y acercarse a pie hasta la fortaleza. A primera hora de la tarde, en el interior de Svelên, los recibía el capitán Phâlzigar, el castellano Zibar, Orestios, Rolvar, el líder de los paladines, y Theodor Gerias, con cara de pocos amigos. Rolvar abrazó a Galad, tras echarle una mirada sorprendida por su aspecto y su espada, y Orestios hizo lo mismo, feliz de ver a su amigo sano y salvo. Phâlzigar se adelantó:

—¡Amigos míos! —saludó el capitán—. ¡Qué alegría veros! Pero... ¿habéis venido a pie?  ¿Solos? ¿No? Bueno, ya me contaréis. Pasad, pasad, como veis, la Corona del Erentárna nos envió una compañía de ástaros que terminó de desmoralizar a nuestros enemigos. Estaréis hambrientos, vayamos al comedor.

Una vez reunidos alrededor de la mesa, Phâlzigar continuó:

—Quiero agradeceros desde mi corazón la ayuda prestada. Sin los paladines habríamos sucumbido, y sin la ayuda erenia seguramente los enemigos no habrían acabado de retirarse. En esta fortaleza tenéis amigos agradecidos para toda la vida.

—Muchas gracias, capitán, solo hicimos lo que era correcto —dijo Galad. El capitán asintió, complacido.

—Y ahora  los vestalenses están sumidos en su propia guerra civil, que no sabemos cuánto durará, pero que nos ha venido que ni pintada. Todo estará tranquilo por un tiempo, espero.

—¿Los corvax también se han retirado? —preguntó Galad.

—Sí, pero los vemos habitualmente. El último lo vimos hace un par de días, muy a lo lejos. Parece que siguen reconociendo el terreno. 

—¿Y no hay refugiados? 

—Los que consiguen escapar sin ser detenidos, muy pocos. 

—Muy bien —continuó Galad, que miró al general Gerias. Se notaba que el general ercestre estaba ansioso por salir de allí—. Capitán, la situación en Aredia es muy complicada. La Sombra avanza por todas partes, en Esthalia hay una guerra civil, Ercestria está rodeada de enemigos, Sermia acaba de repeler una invasión y la Federación de Príncipes Comerciantes se encuentra en guerra son sus propios traidores leales a la Sombra. Nuestros servicios son ahora requeridos por lady Ilaith, la canciller, y es urgente que la ayudemos. Vamos a necesitar el apoyo de los paladines y de cuantos efectivos puedan para derrotar al enemigo.

—Ya veo. Había oído rumores sobre esa canciller y parece ser una mujer muy decidida.

—Así es. Y firme defensora de la Luz y las doctrinas que seguimos —evitó mentir, pues había estado a punto de decir "doctrinas emmanitas". Se dirigió a Rolvar—: Querría reunir a los paladines para informarles de nuestros próximos movimientos.

Rolvar rebulló en su asiento, inseguro. Galad había cambiado, ya no era ese muchacho que había conocido en Emmolnir, y a su lado estaba Aldur, humilde pero imponente.

—Antes querría informar a la Torre. 

—Perderíamos mucho tiempo, y en otro momento estaría completamente de acuerdo, pero este asunto es de extrema urgencia.

—Lo tendremos que hablar en privado. 

—Por nuestra parte no hay problema —intervino Phâlzigar—. Ya han servido más allá de lo esperado, y con las ballistas diseñadas por Yuria, que hemos compartido con Jenmarik, podremos encargarnos de esos engendros. Os agradezco el servicio más allá de lo que puedo expresar.

Después de acabar la comida, Galad y Aldur salieron con Orestios y Rolvar.

—Impresionante espada —dijo Orestios.

—Así es —contestó Galad—. Como habréis podido notar por su vibración y el poder que desprende, esta espada es excepcional. Esta espada —hizo una pausa, pensando bien las palabras— se llama Églaras, y es la manifestación del arcángel Norafel en nuestro mundo. Tiene un poder inmenso, y os puedo asegurar que es él.

Orestios y Rolvar abrieron los ojos, un poco incrédulos. 

—¿Norafel? ¿El que según las escrituras es el primer arcángel de Emmán?

—Así es —intervino Aldur, mirando fijamente a sus interlocutores, que se estremecieron—. No dudéis ni por un momento de las palabras de Galad. Esa espada es nuestro señor Norafel.

—Por la gracia de Emmán —continuó Galad rápidamente, relajando la situación—, Norafel me permite acceder a su poder y utilizar el poder de Emmán a través de él. Soy lo que los elfos llamaban un Brazo de nuestro señor.

—¿Sois entonces el Brazo de Emmán? ¿Elegido por él?

—Así es.

—¿Ha elegido a un paladín de la tercera orden?  —el tono de Rolvar ya no era del agrado de Galad, ni de Aldur.

—Un paladín de Emmán. Emmán nunca habló de órdenes ni de jerarquías. Y su arcángel me habla directamente cuando desenfundo esta hoja. Mis palabras son absolutamente ciertas, podéis sentirlo.

Galad ya podía sentir el tirón metafísico que ya era un poco familiar. Aldur lo miraba con devoción.

—Lo que siento es indiscutible, desde luego —reconoció Rolvar—. ¿Cuál es vuestra intención? 

—Reunir a los paladines ahora mismo, para relatarles esto mismo y llevarlos a luchar contra la Sombra.

Rolvar accedió. Pidió a Orestios reunir a los paladines en una hora, y el paladín más joven se marchó. A continuación, se giró hacia Galad:

—Mi opinión es que deberíamos informar antes a la Torre, quizá incluso viajar allí.

Galad notaba la tirantez de Rolvar. Al fin y al cabo, él era su superior y podía ordenarle, pero hasta ahora lo había evitado.

Una hora después, todos los paladines e iniciados se encontraban reunidos en el patio de armas. Allí estaban también Torgen y Gedastos, que saludaron efusivamente a Galad y le dirigieron palabras de admiración.

Galad relató a sus hermanos su viaje, la aventura en Essel, la obtención del Orbe, y el descubrimiento y naturaleza de Églaras. Y finalmente dijo:

—Por la gracia de Emmán, y porque Norafel  así lo ha querido, ahora se revela ante vosotros el Brazo de Emmán, que cumplirá su voluntad en esta vida y en las sucesivas.

Y desenfundó a Églaras. Los paladines se sobrecogieron cuando la espada cantó en sus oídos con coros celestiales, y cuando Galad pareció convertirse en un ser superior, con las alas de luz, el resplandor dorado en sus ojos y el aura de poder rodeándolo. Todo vibraba a su alrededor, y el mundo pareció inclinarse ante él.

Orestes, Torgen y Gedastos clavaron sus rodillas en tierra, cruzando sus dedos en actitud de oración. Varios más los imitaron.

—¡Salve, salve al Brazo de Emmán! ¡Salve, Galad! —bramó Aldur, también de rodillas—. ¡Gloria a Emmán! ¡Gloria a su Brazo!

El aire vibraba, la luz era más intensa. La música celestial ya era audible para todos, no solo para los paladines. Uno tras otro, estos fueron hincando la rodilla en tierra, y muchos empezaron a corear el grito de Aldur.

Rolvar no se arrodilló. Un puñado de ellos tampoco.

Galad continuó:

—Se nos requiere en las tierras del suroeste, pues los enemigos de Emmán son fuertes allí. ¡No podemos demorarnos! ¡Debemos partir inmediatamente si  no queremos que Aredia sucumba!

Aún se arrodillaron algunos más. Ya solo quedaban en pie un par de ellos y Rolvar. Gritó para hacerse oír sobre las estentóreas alabanzas de sus hermanos.

—¡Yo digo que tenemos que volver a la torre! ¡Tened en cuenta la jerarquía! ¡La Torre! 

—¡Os estoy pidiendo que  vengáis, no ordenando! —contestó Galad.

—¿Cómo sabemos que sois lo que...? 

—¡SILENCIO! —rugió Aldur—. ¡Se acabó la jerarquía y corrupción de la Torre! ¡Galad ha sido elegido por el propio Emmán, y eso rompe cualquier jerarquía! ¡Además, la cúpula ya no es digna! ¡Arrestad a ese hombre!

—¡No os acerquéis a mí! —amenazó Rolvar, que abrazó el poder de Emmán, activando un aura de protección junto con los dos o tres paladines que aún no se habían plegado a Galad. 

Orestios y muchos más esgrimieron el poder a su vez. También Aldur. Galad miró a unos y otros, desesperado. «¿Se van a matar entre ellos? Oh, Emmán, no». 

—¡Alto! —increpó—. ¡Somos emmanitas, no vamos a enfrentarnos entre nosotros! ¡Quien quiera volver a la Torre, puede volver a la Torre! Pero quien quiera hacer la voluntad de Emmán y derrotar al enemigo supremo, ¡QUE ME SIGA!

Un instante de silencio. Los paladines dejaron de canalizar. 

 —¡Por Emmán!¡Por Emmán! —volvió a rugir Aldur—. ¡Gloria a Galad! ¡Salve, Brazo de Emmán!

—¡GLORIA A GALAD! ¡SALVE, BRAZO DE EMMÁN! —gritaron todos los paladines al unísono. Rolvar miró a su alrededor, confundido, algo aturdido. Galad, Symeon, Daradoth y Yuria notaban algo pesado en el ambiente, algo curvándose. Rolvar cerró los ojos, y se arrodilló.

Cuando por fin se calmaron los ánimos,  Galad añadió:

—¡Hermanos paladines, hermanos iniciados, preparad inmediatamente la marcha, nos iremos al amanecer! ¡Hijos de Emmán, os uniréis a los Alas Grises lo antes posible y embarcaréis en los dromones de la Confederación, con rumbo a Eskatha! Hermano Orestios, dad las órdenes pertinentes y mantenedme informado.

Mientras caminaba para salir del patio, los paladines, los iniciados y los hijos de Emmán gritaban aquí y allá:

—¡Padre Galad! ¡Dadnos vuestra bendición!

—¡Bendición, padre Galad!

—¡Gloria al padre Galad!

—¡Gloria al Brazo de Emmán! ¡Bendecidnos, padre!

Estos gritos incomodaban un poco a Galad, pero se retiró persignando a diestro y siniestro, con una sonrisa algo forzada.

Ya fuera del patio, Rolvar se encontró con él.

—Si no os importa, me gustaría ser uno de los mensajeros que parta a informar a la Torre.

—Por supuesto —contestó Galad, magnánimo. 

—Partiré lo antes posible con un par de hijos de Emmán, si os parece bien.

—Desde luego. Tened buen viaje.

—Gracias, padre —Rolvar pareció sorprenderse por estas palabras.

Esa noche, tras dar las órdenes pertinentes al capitán de los Alas Grises para su inmediata partida, Yuria y Theodor Gerias se reunieron para compartir una botella de vino (de muy baja calidad para sus estándares) y hablar de Ercestria, de la situación en Aredia y de los próximos pasos junto a lady Ilaith. Juntos discutieron planes para asegurar su victoria contra el principado de Undahl, e incluso rieron con algunas anécdotas. La ercestre también le habló al general de lo que había pasado en Tarkal, de cómo su secuestro había provocado la liberación de su hijo Alexandras.

—Nos encargaremos de él a su debido tiempo —dijo Gerias, viendo que Faewald y Symeon se unían a ellos—. Disfrutemos esta noche al menos. 

La mañana siguiente, tras las expresiones de sorpresa de propios y extraños, los paladines y los iniciados abordaron el Horizonte y los dirigibles partieron hacia Tarkal directamente. El viaje duraría ocho jornadas. Symeon siguió visitando a Nirintalath cada noche, y la última de ellas, la extraña muchacha levantó por fin la mirada.

Durante el viaje, Galad no pudo evitar un pensamiento que no sabía si calificar de esperanzador o perturbador. «Estos cincuenta paladines más los cerca de sesenta que hay entre Tarkal y Doedia son prácticamente la mitad del total de paladines. Quizá en algún momento podamos volver a la Torre y ponerla en orden. Davinios estaría encantado».


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