Huida y Viaje a Rheynald
Faewald y Yuria llevaron a Galad a recuperarse. Symeon tranquilizó al resto de integrantes de la caravana, que se habían reunido para ver la escena, asustados. Pidió que comprobaran si todos estaban bien. Aldur le apoyó en su discurso:
—No temáis, pues todo esto ha sido provocado por la mano de Emmán y nadie ha corrido peligro, os lo garantizo —aseguró el enorme paladín.
Al cabo de unos minutos, Mirabel volvió.
—Parece que, como decíais, están todos bien. Pero este bosque ya no nos sirve como cobertura, después de haber perdido tal cantidad de árboles. Tendríamos que marcharnos rápido.
—Sí, tenéis razón —dijo Symeon, mirando a Yuria.
—Es cierto —continuó esta—. Será mejor partir lo antes posible; empacad todo, no esperéis al amanecer, pues nos iremos en cuanto despunte el alba. Pero necesitamos dormir un poco antes.
Mientras el campamento bullía con la recogida y la preparación para partir, Symeon aprovechó para reunir a los doce muchachos que ahora se hacían llamar "la guardia errante", para conocerlos y darles grandes rasgos de lo que sucedería cuando se marcharan de allí. Cuando los despidió para que pudieran recoger sus pertenencias, Nínive, la más anciana del consejo, se acercó.
—Symeon, me gustaría tener unas palabras —parecía preocupada.
—Por supuesto Nínive. Decidme.
—Creo que no deberíamos dormir esta noche aquí. Supongo que no lo sabéis, pero a veces tengo... premoniciones. No sé explicarlo. Aravros no suele creerme, pero siempre he acertado. En mi carromato, un par de veces he intentado conciliar el sueño para descansar un poco antes de marcharnos, y en ambas ocasiones he tenido la misma sensación: una angustia insoportable y una sensación de urgencia que ya conozco de otras veces. Nadie debería dormir aquí esta noche.
—Perded cuidado. Pondremos a la gente en marcha.
—Muchas gracias.
Symeon se dirigió a hablar con Yuria, y esta, aunque se mostró reticente en principio, cambió su opinión ante la vehemencia de su amigo errante.
—Está bien, despertad a todos y nos pondremos en movimiento.
En ese momento, Symeon y Yuria sintieron un escalofrío intenso, y se oyeron gritos:
—¡Hija mía! ¡¡Hija mía, ¿qué te pasa?!! ¡Despierta!
—¡Lareos! ¡Lareos no despierta! ¡Oh, santo Camino, creo que no respira!
Yuria cruzó su mirada con Symeon, que frunció los labios y apretó los dientes.
—El ente del mundo onírico —susurró el errante.
—¡Vamos! —rugió la ercestre, con grandes aspavientos—. ¡Tenemos que marcharnos ya! ¡Ahora!
—¡Seguidnos! —gritó Daradoth, que llegó a la carrera—. ¡Salgamos de aquí! ¿Sentís eso? —preguntó a sus amigos, que negaron con la cabeza—. Hay una gran perturbación de la realidad a nuestro alrededor, tenemos que movernos. ¡Ya!
—Sin duda es el ser onírico —le informó Symeon—. Debemos salir de su rango de acción; al menos dos personas ya parecen haber caído.
Aldur canalizó algo de poder a Galad, para que pudiera despertar aunque se sintiera agotado, y, en cuestión de minutos, el grupo encabezaba la marcha hacia el norte. Daradoth comunicó a través del Ebyrith para dar instrucciones a los dirigibles de que también se movieran.
El cielo se había encapotado, y una ligera lluvia comenzó a caer mientras atravesaban los primeros árboles. En ese momento, Symeon, Galad y Daradoth notaron un latigazo de dolor, que los hizo encorvarse. Pero Daradoth se sobrepuso rápidamente, e instó a sus compañeros a continuar. Se dirigió, regio y grandioso, al resto de la caravana.
—¡Vamos! ¡No dejéis de moveros! ¡La vida nos va en ello! ¡¡Seguidme!!
Se encendieron varias antorchas, Symeon alumbró a todos con su diadema, y Aldur proyectó luz con el poder de Emmán, lo que permitió que los errantes y vestalenses pudieran mantener su paso. Symeon y Yuria observaron con preocupación cómo, a intervalos aleatorios, aquí y allá un árbol se secaba y marchitaba en segundos. El corazón parecía querer salirse de sus pechos.
Finalmente, tras una marcha forzada agotadora, llegaron a la parte baja del valle, junto al arroyo. Daradoth susurró a los demás:
—Mi sensación aquí ya no es de muerte inminente, podemos detenernos. ¡Alto! —exclamó.
Después de un breve recuento, alguien informó de que habían perdido cinco personas, cuatro errantes y un vestalense. Aprovecharon el descanso para contar a Galad lo que había ocurrido cuando había intentado curar a Valeryan, y el paladín se mostró confundido.
—En ese momento estaba seguro de que lo conseguiría; de hecho, estaba a punto de conseguir sacar la Sombra totalmente de sus hebras. Y no noté nada raro.
—Pero el hecho es que sucedieron muchas cosas alrededor que no presagiaban nada bueno —rebatió Daradoth.
—Otra vez tenemos que pedirte que tengas mucho cuidado con Norafel, Galad —dijo Yuria.
—Así lo hago, lo tengo siempre, pero es lo que os digo, no noté nada raro ni peligroso. Más bien al contrario. Prevalecía fácilmente sobre los hilos de Sombra.
—Recuerda la visión de Ilwenn, con la tierra estremeciéndose bajo Églaras —zanjó Daradoth—. Tenemos que ser cautos.
—Personalmente —añadió Symeon—, sospecho que ese ente onírico ha llegado aquí por lo que hayas hecho con la Vicisitud, Galad. Razón de más para...
Tuvo que interrumpirse. Los cuatro tuvieron la sensación de ser recorridos por una onda de choque en su interior que les hizo torcer el gesto y soltar un gruñido contenido. Una sensación extraña que, estaban seguros, venía de donde se habían encontrado acampados. Como si alguien hubiera llegado alterando la realidad.
—¿Habéis notado...? —empezó Galad, pero de nuevo tuvo que interrumpirse.
Un grito polifónico de agonía insoportable resonó en sus tímpanos, haciendo que cayeran de rodillas y se llevaran las manos a la cabeza. Nadie más en la compañía pareció escucharlo; Faewald, Taheem, Sharëd y Arakariann acudieron en su ayuda, sorprendidos. Quizá más correcto sería decir entonces que el grito había resonado directamente en sus mentes.
Tras salir de su aturdimiento, aunque todavía doloridos, intercambiaron impresiones.
—¿Creéis que era humano? —preguntó Daradoth.
—No sabría decirlo —contestó Galad—. Pero supongo que notasteis la llegada de... algo... unos segundos antes, ¿verdad?
—Sí. Sin duda ha tenido que ver algo con la realidad —manifestó Symeon.
—¿Mediadores?
—Muy posiblemente. Yo pondría la mano en el fuego.
—Debemos continuar, hay que alejarse más. ¡Vamos! ¡Todo el mundo a moverse!
Pusieron de nuevo en marcha la caravana, hasta que llegaron a un lugar rodeado de rocas, varios kilómetros más al norte, donde los bosques ya se habían convertido en una sabana mucho menos tupida. Allí, al filo del amanecer, los recogieron el Empíreo y el Horizonte, donde por fin pudieron descansar.
Así comenzó una nueva travesía que, tres jornadas más tarde, tras sobrevolar parte de los desiertos que componían el Espejo del Mesías, les llevaría por fin Rheynald, donde habían decidido refugiar a la caravana; de este modo, si lo deseaban, podrían unirse al resto de errantes. Y los vestalenses podrían colaborar en la defensa de la fortaleza si así lo tenían a bien; Egwann de Vauwas, el castellano, se encargaría.
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Fajjeem ra'Haleer, Maestro del Saber vestalense |
Durante el viaje, Daradoth entabló conversación con Fajjeem, el sapiente vestalense. Como era habitual, este se encontraba abstraído, con aire melancólico y triste, introspectivo. Parecía cansado de la vida.
—Quería, si fuera posible, consultaros una cosa.
—Por supuesto, mi señor Daradoth, mi humilde conocimiento está a vuestra disposición. Es lo menos que puedo hacer por haber salvado nuestras vidas.
—No os preocupéis por eso, lo hicimos con gusto. No sé si sabéis algo de historia antigua, pero en la época de las Guerras Taumatúrgicas vivió Ecthërienn, uno de los llamados Brazos de los Avatares. Concretamente el Brazo de Curassil, u Oltar, como también se le conoce. Para salvar Aredia de una infestación de insectos demoníacos, utilizó un poderoso artefacto, el Orbe de Curassil, que emitía Luz pura y puso fin a esos engendros. —Fajjeem afirmó con la cabeza. «Sabe de lo que hablo», pensó Daradoth. «Realmente es un hombre sabio»—. El caso es —continuó Daradoth— que esos engendros de Sombra han vuelto a aparecer. Y, aunque no es la única opción, sí es la más factible: utilizar de nuevo el Orbe. Pero para ello necesitamos al Brazo de Oltar, y el problema es que el alma de Ecthërienn sigue viva en una pequeña redoma. Creemos que no habrá un nuevo Brazo si su alma no muere; no obstante, tenemos una pequeña esperanza: es posible que exista un ritual que pueda restaurar su espíritu en un nuevo cuerpo. ¿Conocéis por ventura algo parecido?
Fajjeem permaneció pensativo, ausente, unos segundos. Miraba a Daradoth, pero parecía fijar su vista en algo mucho más lejano.
—Sí... creo que leí algo sobre ello en Tinthassir —el sapiente pareció darse cuenta de lo que había dicho con un gesto de sorpresa, y algo parecido al terror asomó a sus ojos por un instante. Había dicho que había leído sobre ello en la capital de Doranna. ¿Cómo podía ser posible?—. No... no quería decir eso... Vestán bendito, perdóname —susurró, haciendo el gesto sagrado vestalense.
—No os preocupéis, Fajjeem.
—Juré por mi alma eterna que no revelaría mi estancia allí, lord Daradoth. Por mi esperanza de renacimiento; acabo de condenarme al olvido. No sé qué ha pasado.
«Y quizá sería mejor que no lo supiera», pensó Daradoth, que intentó tranquilizarlo.
—Tened en cuenta que soy un elfo de Doranna. No creo que vuestro juramento haya sido quebrantado por decirme eso. En cualquier caso, vuestro secreto está a salvo conmigo.
—Permanecí en Tinthassir un par de años leyendo todo lo que pude por motivos que no vienen al caso —Fajjeem parecía sorprenderse cada vez más a medida que las palabras brotaban de sus labios—. Algo leí sobre el tema de la restauración de los espíritus a un nuevo cuerpo. Pero no tendría mucha esperanza, pues recuerdo que era un proceso costoso y que implicaba sacrificios importantes.
—¿Recordáis el nombre del ejemplar?
—Era un manuscrito. No recuerdo el autor. Su título... creo que era algo así como "De los secretos de la vida eterna", o... "De los secretos de las almas eternas". Algo así. Pero no os recomendaría ese camino; todo lo que recuerdo es que me pareció horrible el precio a pagar.
—Está bien, os agradezco vuestra sinceridad. El otro camino que podríamos tomar es acabar con el alma de Ecthërienn y aguardar a que Oltar eligiera a otro ser digno.
—Sería una salida mucho más fácil, pero moralmente horrorosa.
—De ahí nuestro dilema.
—Para ser sincero, yo no destruiría un alma a no ser que quedara más remedio; solo cuando se hubiera extinguido la más mínima esperanza —su gesto parecía transmitir una insondable tristeza; ¿era eso una lágrima?.
—Os comprendo. Pero no sabemos cuánto tiempo llevaría que Oltar eligiera a otro campeón. Así que quizá tengamos que hacerlo de todas formas.
Viendo que Fajjeem no se había quedado tranquilo al revelar su secreto, Daradoth decidió agradecer su ayuda siendo sincero.
—Respecto a la revelación de vuestro secreto, Fajjeem, no padezcáis más, pues creo que eso ha escapado a vuestra voluntad. Mis compañeros y yo somos... no sé cómo explicarlo, pero tenemos un... don... que hace que pasen cosas extraordinarias a nuestro alrededor.
Fajjeem permaneció pensativo unos instantes, taladrando con la mirada a Daradoth.
—¿Queréis decir que sois... lo que los antiguos sabios llamaban Nadharas?
«¿También conoce ese concepto? Extraordinario».
—Así nos llamaron los hidkas, sí. Bueno, no exactamente, ellos usaron la palabra Shae'Nadharas.
Fajjeem volvió a abrir mucho los ojos por la sorpresa.
—Pero, ¿los cuatro? ¿Yuria, Symeon, Galad y vos? —Daradoth asintió con un gesto, solemne—. Pero... pero... pero eso es extraordinario. Prácticamente imposible. Leí acerca de media docena de Nadharas a lo largo de la historia, pero cuatro Shae'Nadharas a la vez...
—Hemos pasado por mucho. La propia Luz nos colmó cuando estuvimos a punto de sucumbir en la sombra de los santuarios de Essel.
El sapiente volvió a abrir los ojos, parecía incluso aturdido.
—¿Los santuarios esselios? ¿Luz? Esto... esto es mucho que procesar para alguien como yo...
—Lo comprendo, por eso quería agradeceros vuestra ayuda, y ser sincero con vos. Confío en vuestra discreción.
—Por supuesto —a pesar de su azoramiento, Fajjeem parecía más tranquilo al respecto. Incluso... ¿emocionado?
Un par de horas después, Fajjeem se acercó a Symeon, preguntando por el tema. Y el errante no tuvo más remedio que confirmarlo. El sapiente vestalense lo miró fijamente; casi con reverencia. La diadema élfica, el bastón de Aglannävyr, el aplomo que desprendía, la mirada indómita, el gesto adusto. Finalmente, dijo:
—Por favor, permitidme acompañaros. —Fajjeem parecía mucho más joven. Hacía un par de horas, la última vez que Symeon lo había visto, no era más que un anciano débil, ajado y sin brillo en los ojos. Ahora, estos transmitían fervor, brillaban de anhelo. Se había erguido, y la sonrisa en sus labios iluminaba su rostro—. Deseo ser vuestro cronista. Transmitiré vuestras ordalías a las generaciones venideras con la justicia que merecen. Os lo ruego.
—No os prometo nada, pero lo comentaré con el resto. No obstante, tened en cuenta que nuestro viaje es una lucha contra el destino, cada día.
—Gracias, Symeon. No me preocupa eso, no tenía esperanzas de superar este año. Ahora, debo empezar a escribir. Gracias.
«Al menos hemos dado un motivo de vivir a Fajjeem», pensó Symeon. «Algo bueno sale de todo esto, por fin».
Poco después, tras someterlo al escrutinio del resto del grupo. Fajjeem quedó aceptado en la comitiva. La erudicion del vestalense, que incluía el dominio de dieciséis idiomas y un conocimiento profundo del continente (y de muchísimo más, como ya había comprobado Daradoth), podrían ser muy útiles en el futuro. Por supuesto, hicieron jurar a Fajjeem guardar el secreto de su condición de Shae'Nadharas.
Durante el viaje, Aldur y Galad departieron varias veces sobre el episodio acontecido al intentar curar a Valeryan. Discutieron acerca de la facilidad de Galad para separar los hilos de Sombra, y si lo que había pasado era en realidad malo o bueno. Aldur confiaba ciegamente en Emmán y afirmó con vehemencia que su dios no permitiría que pasara nada malo.
—No es que lo permita o no —dijo Galad—. Es que el poder es masivo, y embriagador. Hace que te dejes llevar, y no sé si dejarse llevar es bueno o puede llevarnos al desastre. Es inabarcable.
—Aun así, no creo que llegara a desbordarte, Emmán no lo permitiría.
—Ojalá tengas razón.
—¿Dudas de nuestro señor, Galad?
—En absoluto.
Por fin, llegaron a Rheynald. La situación no parecía haber cambiado mucho en la fortaleza fronteriza. Todo parecía en relativa tranquilidad. Desde el aire pudieron ver que las tierras de cultivo se habían ampliado dramáticamente. La escasez de comercio y la afluencia de gente los debía de haber forzado a tomar aquella decisión. Mientras no llegara ningún ejército enemigo, Rheynald no sufriría escasez. Afortunadamente, pues traían con ellos un centenar de personas más.
Fueron recibidos con gran alegría por Egwann de Vauwas, el castellano, Siegard Brinn, el maestro de armas, el senescal Elydann, y lady Edyth, la madre de Valeryan, que se deshizo en llanto y agradecimientos cuando vio el cuerpo de su hijo volver a casa. En coma, pero vivo; eso dejaba lugar a la esperanza. Lady Edyth dio las órdenes necesarias para instalarlo en sus antiguas habitaciones. Symeon y Faewald saludaron con efusividad a sus hermanos juramentados Yaronn, Wylledd y Roddren el juglar. Aldur presentó a Galad al mozo de cuadras Aldric, al que también llamaban "podrido" por sus feos dientes, y el paladín enseguida pudo ver el potencial del muchacho; tras una breve conversación, Aldric accedió a acompañarlos y servir como novicio en sus filas.
Tras saludar a todo el mundo y hacerse eco de la situación en Esthalia, se aseguraron de que tanto errantes como vestalenses eran bienvenidos, e iniciaron el traslado desde los dirigibles a la parte del complejo que ya se había habilitado para los errantes anteriores y los inmaculados. Aravros, flanqueado por Mirabel y Nínive, volvió a agradecerles profundamente la ayuda que les habían prestado.
—Espero que la próxima vez que nos veamos —deseó Symeon—, hayáis encontrado el Camino de Vuelta.
—Creo que tú eres el más adecuado para encontrarlo, Symeon —contestó Nínive, abrazándolo—. Sin duda lo eres. Cuídate, y espero que te unas a nosotros pronto.
—Ojalá vuestras palabras sean escuchadas.
—Por lo que a mí respecta —añadió Aravros—, en mi corazón ya has sido perdonado. Creo que hablo por todos cuando digo que la próxima vez que nos veamos, serás bienvenido a la caravana.
—Os lo agradezco, pero ese perdón lo tengo que encontrar yo mismo.
—Cuando haya llegado ese momento, vuelve con nosotros, hijo mío.
A continuación, el grupo se dirigió a ver la progresión de las obras en el mausoleo ancestral que habían descubierto bajo la iglesia de la fortaleza. Por desgracia, las obras habían tenido que ralentizarse debido a la situación de emergencia en el país, y no habían avanzado mucho desde la última vez. Yuria saludó cálidamente a Toldric, que ya había dejado de ser el apestado que había sido una vez, aunque todavía gustaba de vivir en los niveles inferiores. Los cuatro bajaron junto con Aldur y Fajjeem, que cada vez parecía más rejuvenecido. Ahora eran los cuatro los que sentían la comezón en la espalda que Daradoth había sentido tantos meses atrás al acercarse por primera vez a Rheynald.
El enorme sarcófago que parecía hecho de una pieza seguía allí, tan imponente como siempre, con la gigantesca efigie despejada de rocas hasta la cintura. Los masones habían hecho una gran labor apuntalando el lugar, pues los niveles de calabozos y la iglesia sobre ellos habían corrido gran riesgo de derrumbe. Respecto a la vez anterior, Yuria reconoció todavía más símbolos presentes en el libro que trataba de descifrar. Concretamente, uno de los símbolos que se repetía una y otra vez, era el de una pirámide con ángulos algo extraños.
Fajjeem miraba sobrecogido a su alrededor.
—Esto... esto es impresionante —acertó a decir, balbuceante y extasiado—. Esto es claramente anterior a la Era Imperial. Diría que incluso anterior a la Era Legendaria. Y esas inscripciones... eso es... claramente... alfabeto titánico. Anterior a todo lo conocido. Dios mío.
—Tengo copiados muchos de estos símbolos —dijo Yuria—. ¿Sabéis que pueden querer decir?
—Creo que leí en cierta ocasión —Fajjeem miró de soslayo a Daradoth— acerca de unas grandes estructuras que los titanes construyeron. Pero no pude averiguar más. La información estaba —dudó unos momentos— perdida. Esas estructuras, según creo, tenían forma de pirámide, pero esta estancia no parece que tenga esa forma. De hecho, es evidente que es una tumba.
Al oír esas palabras del erudito, algo en la mente de Daradoth quiso recordar algo de su juventud, pero no pudo. «Maldición, ¿por qué no fui más aplicado con mis maestros?».
—¿Queréis decir que dentro del sarcófago se encuentra el cuerpo de un titán? —inquirió.
—Pues... probablemente, sí. O el esqueleto. O las cenizas —los ojos de Fajjeem brillaban de entusiasmo.
—Pero, ¿cómo puede ser una tumba, si está hecha de una sola pieza?
—En eso no puedo ayudaros demasiado. ¿Magia? ¿Quizá se construyó sobre el cuerpo?
Antes de abandonar el lugar, intentaron hacer uso de sus habilidades de percepción de la Vicisitud para detectar la realidad subyacente allí, pero no tuvieron éxito.
Cuando ya se marchaban, Toldric llamó la atención de Yuria.
—Unas palabras en privado, mi señora.
—Claro, Toldric.
—¿Os encontrasteis ya con esa mujer de la que os advertí?
—Sí, la encontré. Y tu aviso me salvó la vida. Muchas gracias.
—Me alegra profundamente escuchar eso —sonrió, rara vez sonreía—. Pero no dejo de soñar cosas. Y necesito advertiros sobre algo más.
—Por supuesto, adelante.
—Debéis tener mucho cuidado con una espada y una cruz. No sé por qué exactamente, pero transmiten muchísimo peligro. Una espada luminosa, cegadora, extremadamente poderosa, y una cruz. No sé muy bien su relación, pero es todo lo que sé.
—Gracias por la advertencia, Toldric. Tendré mucho cuidado.
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