Batallas en Undahl (II)
Con ayuda del catalejo pudieron ver claramente cómo los enemigos habían destacado un contingente al otro lado del vado, donde se encontraban fortificando mediante zanjas y estacas la orilla del río. Estaba claro que no iban a poder cruzar por allí.
Convocaron urgentemente a Gerias y al resto de generales de las legiones para transmitir el próximo plan de acción. Yuria lo expuso todo sucintamente:
—Con la situación actual, cruzar el vado no es una opción, y las legiones enemigas tienen el paso expedito prácticamente hasta Safelehn. Debemos avisar a Ilaith y reorganizar nuestras tropas. Por suerte, tenemos los dirigibles.
—Enviemos rápidamente al Empíreo para que movilice la legión intermedia y nos sirva de refresco; y que cruce el río —sugirió Galad.
—Sí, buena idea, lo haremos. —Mientras los edecanes desplegaban un mapa, pensó unos instantes y a continuación se dirigió a Orestios y a Aznele, que parecían totalmente agotados—: Embarcad inmediatamente a todos los paladines en el Horizonte, que descansen lo que puedan mientras nos movemos.
En poco más de una hora las tropas estaban preparadas, y los dirigibles descendieron lo más lejos posible del cruce del río. Mientras los paladines embarcaban en el Horizonte y varios mensajeros hacían lo propio en el Empíreo, Yuria dio instrucciones muy concretas al capitán Suras.
—Una vez que hayáis dejado a los mensajeros en el punto acordado para que reúnan a todos los destacamentos de la legión, dirigíos rápidamente a Safelehn. Faewald os acompañará para informar a Ilaith de que salga de allí rápidamente con el Nocturno. Y después regresad, tan rápido como podáis. Muchas cosas dependen de vos, Suras, no me falléis.
—Perded cuidado, mi señora —dijo el capitán, irguiéndose orgulloso—, en pocas horas regresaré a vos.
Poco después, sin apenas descanso, Yuria puso a Gerias al frente de las tropas en marcha hacia el norte. Mientras tanto, ella misma, Galad, Symeon y Daradoth recorrerían la ribera oriental del río a bordo del Horizonte, para intentar observar desde una altura prudencial a los enemigos.
No pasó mucho tiempo antes de que sucediera algo. Un leve resplandor a lo lejos llamó la atención de Daradoth, que se apresuró a observar con la lente ercestre. El resplandor parecía proceder de una gran roca, o quizá del espacio entre dos grandes rocas. Un grupo de jinetes enemigos se encaminó hacia él, desapareciendo cuando llegó a su altura.
—Maldición —compartió con los demás—. Creo que son capaces de transportar a sus tropas mediante portales —observó más allá, para ver si detectaba la salida, pero no pudo ver nada.
—Eso son muy malas nuevas —dijo Symeon—. Confiemos en que su alcance sea limitado, si no, Suras no será capaz de llegar a tiempo a Ilaith.
El errante entró al mundo onírico, para asegurarse de que los enemigos no estaban utilizando portales a través de él. Y así fue, el porta debía de ser puramente mágico, no había rastro en el mundo onírico. Aprovechó para conversar brevemente con Nirintalath, anunciando que el momento estaba a punto de llegar. Norafel aparecía también a bordo de la manifestación del dirigible, encogido y ausente.
De nuevo en la cubierta del Horizonte, Galad sugirió al resto:
—Visto que avanzan rápidamente gracias a esos portales y están dejando el campo libre, quizá podríamos aprovechar para reunir y reorganizar la legión que se comportó tan heroicamente. Seguramente sus soldados estarán disgregados por las colinas de allá abajo.
—Sí, muy buena idea —coincidió Symeon.
Y así lo hicieron. Emplearon el resto de la noche en encontrar supervivientes de las legiones que se habían enfrentado al otro lado del vado con las fuerzas de la Sombra, y que habían tenido un comportamiento tan bravo. Pronto vieron los primeros puntos de luz correspondientes a fogatas de pequeños grupos, y para el amanecer ya habían conseguido reunir un contingente de cuatrocientos soldados junto al cauce del río, incluyendo entre ellos al general de la "legión de los héroes", Worhen Surasen, herido en varias partes del cuerpo, que fueron tratadas inmediatamente por las habilidades divinas de Galad. El general se sintió algo avergonzado, pero también orgulloso, ante tamañas atenciones, y ante las sinceras felicitaciones que el grupo le dio por su comportamiento. Incluso algunos oficiales no pudieron contener las lágrimas al recordar la dureza de la batalla, donde habían sido superados en número por mucho.
—Me aseguraré personalmente de que todos vosotros tengáis la condecoración que os merecéis de las propias manos de lady Ilaith —les dijo Yuria, enardeciéndolos—. Pero ahora no hay tiempo que perder. En cuanto hayáis descansado, debéis partir hacia el norte y esperar en la fortaleza del segundo puente. Allí esperaréis tropas e instrucciones.
—Por descontado, nos pondremos en marcha lo antes posible.
Plenamente satisfechos, el grupo puso rumbo al oeste para unirse a las tres legiones que viajaban hacia el norte a lo largo del otro lado el río. En la intimidad de su camarote, Daradoth pudo por fin acabar de asimilar los conocimientos presentes en el libro llamado "De las Vías de la Luz", que habían encontrado hacía ya muchos meses en Essel. Se concentró, y vio con una sonrisa cómo sobre la palma de su mano aparecía una pequeña esfera que iluminó su entorno. Ufano, apoyó la cabeza en la pared y aprovechó para dormir.
El día siguiente se unieron a las tropas en la fortaleza occidental del antiguo puente sobre el río, ahora destruido. Por la noche, una enorme bandada de cuervos los sobrevoló durante demasiado tiempo.
—Sin duda nos están vigilando —dijo Symeon—. Y lo peor es que es posible que ya hayan visto el Horizonte.
—Pero —objetó Daradoth— no sabemos si nos vigilan directamente a través de los ojos de los pájaros, o son estos los que después les informan. No perdamos la esperanza, y asumamos esto último; quizá el dirigible quede fuera de su entendimiento.
—Espero que sea así.
La mañana siguiente, los ingenieros enanos, ayudados por cuantos soldados fueron necesarios, se pusieron a construir un puente de pontones que facilitaría el paso de tropas entre las fortalezas, sirviendo como sustituto del antiguo puente de piedra. Mientras tanto, el Horizonte serviría como puente volante y transportaría tantas tropas como pudiera a lo largo de todo el día, acortando el tiempo de cruce. Cada hora era vital. Más o menos a mediodía, la "legión de los héroes" llegaba a la fortaleza del otro lado, reuniéndose con las tropas que ya habían cruzado. A lo largo de todo el día, varias bandadas de cuervos sobrevolarían sus campamentos, no tan numerosas como la primera que habían visto.
Por la tarde, con el sol todavía alto, los vigías informaron de dos dirigibles que se aproximaban desde el noreste. El Empíreo y el Surcador. Yuria sonrió. «Como esperaba, Ilaith no ha huido, sino que ha venido donde se siente más segura: con nosotros».
Saludaron efusivamente a la canciller, vestida adecuadamente con ropa de campaña. Iba acompañada de su guardia personal de maestros de esgrima y de la pareja de paladines de Osara que siempre la protegía.
—Siguiendo vuestras instrucciones —miró a Yuria— di orden de que se disgregara el campamento de Safelehn, reestructurándolo en el punto que me indicasteis en vuestro mensaje. —Yuria había tenido buen cuidado de no compartir aquel punto con nadie, para evitar filtraciones.
Acto seguido pusieron al día a lady Ilaith de sus planes y las capacidades de los enemigos, y le dieron todos los detalles de la situación.
La mañana del día 1 de agosto, las legiones completaron su paso sobre el río. Al otro lado, se incorporó al contingente con todos los honores a la legión del general Surasen. El general y sus soldados fueron oficialmente saludados y honrados por Ilaith y Yuria en un breve e informal acto donde se les prometieron las más altas condecoraciones una vez se consiguiera la paz. Poco después, las tropas reanudaban la marcha hacia el norte y el día siguiente se encontraron por fin dos legiones encabezadas por Loreas Rythen, a las que habían mandado marchar hacia el sur.
Después de incorporarlas al orden de batalla y poner a Rythen al corriente de la situación y de todo lo que había sucedido, Yuria dirigió una mirada valorativa a su ejército. «Seis legiones y media», pensó; «en otras circunstancias la habría juzgado una fuerza impresionante, pero en esta ocasión no sé si bastarán. Y debemos redoblar la marcha».
Tras dar las órdenes pertinentes, el grupo se volvió a embarcar en el Empíreo, acercándose rápidamente hacia Safelehn. Cuando se acercaban a las montañas, vieron grandes columnas de humo alzándose hacia el noreste.
—Eso debe de ser Safelehn —estimó Daradoth.
Ganaron altura para evitar la vista de los elfos oscuros, y se acercaron hacia la ciudad. Llegaron al anochecer. Daradoth alzó la lente ercestre y observó. La mayoría de la ciudad parecía haber caído y las llamas se alzaban por doquier.
—Parece que la ciudadela resiste todavía —informó el elfo—. Pero no parece que pueda hacerlo por mucho tiempo, dos de las torres ya han sido destruidas, y la muralla parece maltrecha. Y allá... —Daradoth calló por unos instantes, los demás vieron cómo apretaba los dientes—. Por Nassaröth bendito... un reptil volador acaba de alzarse sobre la torre principal, ¡y ha exhalado una bocanada de fuego!
—¡¿Un dragón?! —exclamó Symeon, que intuía a duras penas la lengua de fuego sobre la ciudadela—. Si es así...
—No, no creo que sea un dragón. No parece tan grande. Y ahí veo otro.
—Wivernas entonces.
—Creo que así las llamaban en la antigüedad, sí.
—Extraordinario —susurró Fajjeem, que se afanaba en tomar notas.
Daradoth bajó el catalejo, y todos se miraron con preocupación.
—Ahora sí que dependen de nosotros —dijo firmemente Faewald, mirando la espada alada en la espalda de Galad y la caja con incrustaciones de kregora que custodiaba Symeon.
—Sin duda —corroboró Yuria.
—Pero no sé de qué manera podemos ayudarles —Galad parecía atormentado.
—No podemos, Galad. Tranquilo —lo consoló Daradoth—. Debemos volver lo antes posible y traer a los paladines y las legiones. —Apretó los labios y añadió en voz baja—: Hay que acabar con ellos de una vez por todas. —«Hasta el último de esos malnacidos», pensó.
De mala gana y compungidos, pusieron rumbo hacia el suroeste.
Mientras así lo hacían, Daradoth recibió un mensaje a través del Ebyrith, que se había llevado Arakariann a bordo del Surcador, y que se encontraba más al sur. Al parecer, el extraño grupo de seis elfos se encontraba aproximadamente a una jornada de viaje al sur de Safelehn, dirigiéndose hacia el oeste. «Entonces, ¿no son capaces de detectar a Ilaith?».
—Alejaos de ellos, Arakariann, son muy peligrosos —advirtió Daradoth, que luego se giró hacía sus compañeros—. Arakariann está viendo al grupo de seis elfos, al suroeste de aquí, ya le he advertido que se aleje. No sé si podríamos intentar algo.
—Voy a intentar detectarlos —anunció Symeon, que a continuación cerró los ojos y se concentró.
No tardó en sentir las incontables hebras vibraciones a su alrededor, y la pequeña perturbación que provocaban los peregrinos elfos pronto tuvo ecos en ellos. La siguió, casi imperceptible, hasta que sentir la inmensa maraña de hilos y nudos que componían a los extraños seres.
—Los estoy sintiendo —informó—. Y creo que puedo alterarlos para que dejen de ser un problema.
—Mucho cuidado Symeon —advirtió Yuria—. Ya sabéis lo que pasó cuando encontramos a Valerian.
Symeon empezó a manipular y cortar filamentos. Pronto sintió cómo una extraña fuerza se oponía a lo que estaba haciendo, y una sensación extraña que solo supo calificar como una especie de latigazo de frío. Aun a pesar de la oposición, siguió intentando cortar y anular, pero la tensión fue demasiada, y finalmente optó por dejar aquello, pues no estaba seguro de que, debido a la presión ejercida para vencer aquella resistencia no perdiera el control en algunos cortes y derivara en un desastre. Tampoco podía olvidar la presencia de los titanes oníricos que parecían acudir ante la presencia de cualquier alteración de la vicisitud.
—No me atrevo a seguir. Me costaba mucho mantener el control de lo que hacía. Esa resistencia que he sentido... era muy extraña. Fría. Temo pensar que fuera Sombra.
—Seguro que lo era —terció Galad—. Sombra está imbricada en todo. Aunque no sean seres de Sombra, es posible que ella los proteja. Mi duda es si pueden ser redimidos.
—Yo pienso que sí lo pueden ser —la imagen de Ashira vino por un segundo a la mente de Symeon—. Por eso no traté de borrar su existencia, solo borrar de alguna manera sus recuerdos y ver si así podía borrar también su odio a la Luz. No sé cuáles habrán sido los efectos reales.
—Hiciste bien. Ahora debemos continuar. Y estar más alerta.
Decidieron continuar junto a las tropas y, cuando llegaron dos jornadas más tarde a Safelehn, la ciudad ya había caído. Sorprendentemente, los enemigos no habían dejado ninguna guarnición ni oposición. Se habían llevado bastantes prisioneros y habían saqueado el tesoro y los víveres, pero no habían tomado posiciones. Los supervivientes informaron al grupo de que las tropas de la Sombra, una vez acabada la batalla, habían partido hacia el norte.
—¿Hacia el norte? ¿Por qué viajarían hacia el norte? —se preguntó Galad en voz alta.
Yuria abrió los ojos cuando pareció darse cuenta de algo.
—Barcos. Maldición, van hacia la bahía. Allí se puede atracar. ¡Vamos, debemos ponernos en marcha!
Tras descansar brevemente, las tropas se pusieron en marcha a primera hora.
—¿Enviamos a los dirigibles en avanzada? —sugirió Ilaith, que ya se había reunido con ellos.
—A estas alturas ya no podemos estar seguros de que los desconozcan —contestó Yuria, pensando en las numerosas bandadas de cuervos que habían avistado en los últimos días—. Es mejor ser cautos. Enviaremos solo al Surcador, con Daradoth.
A Daradoth no le hizo falta una travesía de muchos kilómetros para, con ayuda del catalejo, ver que el amplio valle se abría aún más hasta el mar, y allí en la costa ver atracados más de media docena de enormes galeones negros. Y más cerca, el contingente de la Sombra, que parecía haber sido reforzado con más tropas. Parecía que una de las legiones estaba embarcando, o quizá desembarcando. Volvió al punto para informar a sus amigos.
—Si los han reforzado con más tropas —dijo Yuria— no hay razón para creer que se van a retirar. Pero debemos decidir si los enfrentamos a marchas forzadas intentando cogerlos por sorpresa o nos acercamos con más calma y preparación. Todo depende de cuáles sean sus intenciones.