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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 16

Batallas en Undahl (III)

—Otro problema —dijo Ilaith en la reunión de urgencia que siguió— es que entre los prisioneros que han tomado se encuentra el príncipe Deoran Ethnos y algunos miembros de su corte. Si no queremos provocar un levantamiento en Ladris, deberíamos hacer todo lo posible por rescatarlos.

—Perdonadme, mi señora —la atajó Yuria—, pero esa cuestión la veo fuera de toda consideración por el momento. Si llega el momento en que tenemos que amainar las corrientes políticas en Ladris nos encargaremos, pero el problema militar es lo que en estos momentos debe requerir toda nuestra atención.

Ilaith permaneció pensativa durante unos momentos. «¿Habrá llegado Yuria al límite de su paciencia al fin?», pensó Symeon.

—Sí, tenéis razón, Yuria —reconoció Ilaith, afirmando con la cabeza—. Como siempre. 

«Nunca dejará de sorprenderme esto».

Se entabló a continuación una conversación acerca del curso a seguir, donde varios se preguntaron las razones de que las tropas se hubieran retirado a la costa en lugar de tomar la capital. Yuria dio varias posibles causas: fallos en la coordinación, retrasos de la flota, o quizá, tras el fracaso en capturar o asesinar a Ilaith, intentar asestar un golpe estratégico en Eskatha u otra capital.

—En cualquier caso, no podemos arriesgarnos a que embarquen y nos ataquen en otro punto. Dad orden a las tropas de ponerse en marcha inmediatamente —ordenó Yuria—. Los enfrentaremos en el valle.

—Sí, tenemos que aprovechar que los elfos peregrinos han tomado su propio camino y se han separado de ellos —coincidió Galad.

Tras un descanso de cinco horas para evitar entablar combate por la noche, las tropas se pusieron en marcha, coordinando el paso para llegar a la boca del valle con la luz del amanecer.

A la luz de las antorchas, las legiones avanzaron por ambas orillas del río a través de un terreno benigno y abierto que no les ocasionó mayores problemas en su rápida marcha. Los dirigibles fueron desplegados varios kilómetros en retaguardia, alerta ante posibles incursiones enemigas que hicieran uso de portales. Ilaith cabalgaba enfundada en una trabajada armadura lacada de negro al lado de Yuria y el resto.

La placidez de la marcha se vio interrumpida poco antes del amanecer. Después de haber pasado de largo varias aldeas y puertos de pescadores, por fin el terreno empezó a abrirse hacia el mar. Pero la visibilidad no mejoró. Lejos de eso, empeoró. El sol se intuía levantándose sobre el horizonte oriental, pero todo se veía empañado por una niebla de color oscuro.

Y la niebla se hacía cada vez más densa. El vello de la nuca de Daradoth se erizaba, y en su espalda notaba los escalofríos familiares por la presencia de Sombra.

—Esto da al traste con nuestros planes  —se lamentó Yuria.

—Malditos sean esos engendros —maldijo Daradoth.

Detuvieron el avance para reevaluar la situación. 

—Ahora somos vulnerables a cualquier ataque. Rythen, Gerias, dad órdenes para formar en posición de defensa heptante, como os enseñé hace unos días.

«¿Qué demonios será la "defensa heptante"?», pensó Galad. «Realmente Yuria ha ganado ascendiente más allá de toda oposición. El mariscal y el general acatan sus órdenes sin rechistar. Increíble».

Symeon planteó la posibilidad de que él mismo y Daradoth se infiltraran para encargarse de quien quiera que estuviera extendiendo aquella bruma sobrenatural, pero la idea era demasiado arriesgada.

—Deberíamos retroceder —sugirió Daradoth.

—¿No creéis que lo han hecho para retrasarnos y marcharse en los barcos? —preguntó Symeon.

—Es posible, pero no deberíamos arriesgarnos —contestó Galad—. Nos han estado observando con esos malditos cuervos, y creo que saben exactamente dónde estamos y cuántos somos.

—Además, si pudierais atacar al enemigo sin que os vieran, ¿no lo haríais? —inquirió Yuria, haciendo el silencio. 

—Tal como lo veo —continuó Galad al cabo de unos momentos—, si no queremos retirarnos, nuestra única posibilidad es desplegar a los paladines en vanguardia y pedir ayuda a Emmán para que nos permita detectar a los engendros; ya sabéis que es uno de los dones de los que disponemos. Y, una vez que los detectemos —bajó la voz instintivamente—, podemos usar nuestras habilidades como Shae'Naradhras para deshacer esta maldita niebla.

—Me parece muy buena idea —dijo Yuria—. Es evidente que ellos esperarán que nos demos la vuelta y nos retiremos, y apostaría a que ya se están moviendo para atacarnos desde el norte, lo que sería nuestra retaguardia. Si hacemos lo que sugiere Galad, tendremos el factor sorpresa de nuestro lado. Siempre que podamos deshacer la bruma, por supuesto. 

Todos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo el plan. Se aprestaron los paladines a varios cientos de metros en el frente, y el grupo se preparó en un pequeño promontorio del terreno, listos para concentrarse e intuir las hebras de la realidad. 

Más o menos a las nueve de la mañana, un grupo de paladines dio la voz de alarma. Los enemigos venían desde el norte, como había supuesto Yuria. Las tropas se aprestaron para el combate, prevenidos sus comandantes de los planes de contraataque.

El grupo se concentró en lo alto de la elevación, protegidos por Taheem, Faewald y la guardia de élite de Ilaith.  Y esta vez fue Yuria la que expandió su consciencia lo suficiente.

—¿Lo notáis? —dijo—. Miles... millones... no sé, más, hilos de Sombra invadiéndolo todo. 

—Yo los siento —dijo Daradoth—, pero no consigo  alcanzarlos para cortarlos. ¿Tú sí?

—Sí... creo que sí. Voy a cortarlos.

—Adelante. Es nuestra única posibilidad.

Yuria manipuló las hebras y alteró las innumerables vibraciones que las rodeaba, cortando una cantidad enorme de hilos y provocando lo que percibió como una reacción en cadena.

La niebla desapareció, y el sol brilló por fin, apenas se veían nubes en el cielo. El contingente de ogros y elfos oscuros se detuvo a varios centenares de metros de distancia, confundido. Miles de engendros de la Sombra era más de lo que podía manejar la voluntad de Daradoth, cuya visión se tornó roja casi al instante de verlos; empuñó a Sannarialáth, que brilló como plata líquida, y se lanzó al combate.

—¡Ahora! ¡Al ataque! —bramaron los generales, que habían estado esperando ese momento.

Galad corrió a ponerse al frente de los paladines, seguido por Symeon, y con una silenciosa plegaria empuñó a Églaras, mientras sus hermanos se enlazaban. Al punto sintió la presencia divina de Norafel, pero esta vez el arcángel no lo avasalló ni pareció regir sus actos. Galad, en cambio, notó como si alguien lo agarrara abrazándolo del pecho y lo llevara, a la velocidad del pensamiento, hacia arriba.

La calma era total, y la quietud blanquecina inducía al autoconocimiento absoluto. A su lado, una presencia imponente, celestial, primigenia, que emanaba un aura gloriosa de virtud que lo llenó de bienestar y calor reconfortante.

Emmán.

No pudo ver su rostro. Una luz divina y cegadora emanaba de los pliegues de la capucha de su túnica etérea. A su lado, otras dos figuras ataviadas de forma parecida, con los rostros también invisibles por luz de distintos tonos. Tras estas tres, otros tres seres célicos de mayor tamaño, con alas de luz pura y presencia avasalladora. Arcángeles.

Galad se encontraba sobrepasado por la situación, pero muy feliz. No podía apartar la vista del rostro de su Dios, incluso cuando le quemaba y le cegaba. Para su regocijo, Él le habló, con una voz polifónica,  atronadora pero tranquila, severa pero amable:

—Debes comprender, hijo mío, que solo hay una opción. No hay ninguna otra solución. Sé que tu mente mortal no es capaz de abarcar eones de tiempo insondable y universos de espacio inabarcable, pero ten por seguro que es lo único que podemos hacer. Quiero que veas la necesidad, y quiero que llegado el momento lo hagas sin dudar. Pues yo soy la virtud y la gloria, y hablo con verdad. Y de otra manera, todo se destruirá y no habrá posibilidad de sanarlo. Ahora ve y haz lo que tengas que hacer.

Algo tiró de Galad hacia abajo esta vez. Al volver en sí, solo había pasado un instante, un segundo. Los paladines cantaban cánticos en honor de Emmán, y ya lanzaban su poder hacia los enemigos. La fuerza de Norafel se unía a él y lo henchía de poder. Se lanzó al combate.

Yuria, saliendo del estupor que le había provocado cortar los hilos de Sombra, se encontró  con la batalla dispuesta. Su ojo experto evaluó la situación a su alrededor, y sonrió. «Tal como había previsto».

Una Kothmor, una de las dagas negras de los kaloriones, pasó a escasos centímetros de Daradoth, que reaccionó apartándose por pura mezcla de instinto y suerte. Al menos, ver la muerte tan cerca le permitió recuperar el autocontrol. A lo lejos, Symeon pudo ver cómo la daga que casi impacta a su amigo volvía a la mano de una elfa oscura que comandaba una de las legiones del flanco derecho. Daradoth, se lanzó al frente de las tropas intentando alcanzar a su atacante. Galad, alertado por Symeon, dio órdenes a un círculo de paladines para actuar contra la comandante, y el errante activó los poderes de su diadema, aturdiendo y derribando a los enemigos a su alrededor.

La elfa oscura, viendo a Daradoth acercarse a ella, sonrió y extendió su mano hacia el elfo, mientras gritaba algo y parecía envolverse en sombra. Daradoth comprendió enseguida lo que sucedía, e interpuso a Sannarialáth, haciendo un uso intuitivo de su aura de Luz. Con un leve escalofrío notó que algo chocaba contra ella y se disipaba. La elfa cambió el gesto por uno de estupefacción; esta vez fue Daradoth quien sonrió. Lanzó la espada, que se convirtió en un relámpago plateado extremadamente veloz e hirió a la elfa en un hombro. Cruzaron la mirada, y cuando ella estaba a punto de actuar, un rayo de luz pura procedente del círculo de paladines le impactó, causando una explosión de esquirlas luminosas. La elfa rugió con un grito de dolor, y fue despedida hacia atrás, perdiéndose entre las filas de sus tropas.

Desde su posición, Yuria podía ver en el centro del despliegue enemigo un área de penumbra que delataba la presencia del Brazo desconocido, pero de momento resultaba imposible llegar hasta él.  Comenzó a dar órdenes para que las tropas a la izquierda maniobraran y apoyaran al centro.

La batalla estalló en toda su crudeza, con los enemigos fuera de posición debido al ataque inesperado de las fuerzas de la luz y el sol brillando en lo alto. El flanco izquierdo de la sombra no pudo resistir la potencia del flanco derecho de las tropas de Ilaith, con el grueso de las legiones, los paladines, Daradoth, Galad y Symeon luchando en ese lado y la elfa oscura fuera de combate; la resistencia no llegó ni a las dos horas completas.

Poco después, con el centro de los enemigos acosado por la superioridad de tropas aliadas, la elfa oscura armada con la kothmor y rodeada de sombra reapareció con una guardia de elfos oscuros vestidos de forma extravagante. Y por fin pudieron avistar a lo lejos una figura alta y robusta envuelta en un aura de penumbra y armada con una gran lanza que parecía causar estragos entre sus soldados.

No obstante, sin su flanco izquierdo los enemigos no pudieron aguantar mucho tiempo y al cabo de un par de horas más no tuvieron más remedio que tocar a retirada. Yuria dio orden a parte de sus tropas de perseguirlos y acabar con tantos de ellos como se pudiera antes de que llegaran al mar.

Poco antes había llegado la noticia de que un contingente de tropas enemigas se acercaba desde el sur, unas dos legiones en total, pero su avance se había ralentizado al disiparse la niebla. Cuatro legiones y media se dirigieron a su encuentro al mando de Loreas Rythen, con los paladines y el grupo, mientras Yuria encabezaba a las tropas que perseguían a los enemigos hacia el norte. 

Las tropas del sur no pudieron ofrecer mucha resistencia, pues no había muchos ogros ni elfos oscuros en sus filas. Se hicieron multitud de prisioneros, y por fin las tropas de la luz pudieron celebrar una gran victoria en el campo de batalla. «Ahora es momento de ir tras ese brazo y la elfa oscura, y aplastarlos totalmente», pensó Galad.


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