Batallas en Undahl (IV). Nirintalath.
La persecución de las tropas del norte fue implacable; con Yuria al frente, las dos legiones perseguidoras acabaron con las fuerzas equivalentes a una legión enemiga antes de refrenarse y volver hacia el sur.
Varias horas transcurrieron mientras organizaban el acomodo y vigilancia de prisioneros —la mayoría de ellos humanos de Krismerian y Undahl, junto a unos pocos elfos oscuros y ogros— y reagrupaban a las tropas. Cayó la noche. «Demos gracias por nuestra condición de Shae'Naradhras», pensó Yuria cuando por fin pudo relajarse un momento; «sin estas habilidades habría sido imposible derrotar a nuestros enemigos».
Mientras tanto, Galad utilizó el poder de Emmán para intentar detectar al príncipe Deoran Ethnos, prisionero de los enemigos. Y allí estaba, como una pequeña baliza a lo lejos.
—El príncipe Deoran todavía se encuentra en el campamento de los enemigos, o quizá en sus barcos —informó Galad poco después, con el grupo ya reunido con Ilaith.
—Sería importante poder recuperarlo —dijo Ilaith—; ya sabéis que la familia Ethnos es casi omnipresente en Ladris, y su ausencia puede provocar inestabilidad. Pero no vamos a poner en juego nuestro ejército, ni la Federación, ni el futuro de la guerra contra Sombra solo por una persona, eso lo tengo claro —miró a Yuria—. Lo que también tengo muy claro es que sin los dirigibles, esta campaña seguramente se habría perdido, así que a partir de ahora creo que una de nuestras prioridades debe ser conseguir los materiales necesarios para empezar a producir muchos más. Y si puede ser con capacidades ofensivas, mejor.
—Estoy de acuerdo —coincidió Yuria—. Habrá que organizar una expedición a la Región Varlagh tan pronto como podamos. Pero antes tenemos que completar el trabajo que hemos empezado, y pacificar Undahl.
Esa noche pudieron dar por fin un adecuado descanso a las tropas y a ellos mismos.
Symeon aprovechó para entrar al mundo onírico para ver si detectaba algo extraño. Como siempre, vio las representaciones oníricas de sus amigos, y también a Norafel, encogido en pose de meditación, como siempre que Églaras se encontraba en su vaina. Pero no le prestó demasiada atención, pues algo le soprendió: a una distancia determinada, más o menos lejos, en el norte, una columna de algo que solo pudo calificar como éter con volutas centelleantes ascendía hacia el cielo hasta perderse de vista. «Y parece que esté palpitando». pensó.
Viajó hacia allá sin tardanza. Tras un par de saltos, el entorno cambió a un campo abierto y, un poco más allá, un abismo oscuro que identificó sin problemas: el océano. El océano en el mundo onírico era como una barrera nocturna, ominosa, algo en lo que ni los oniromantes más avezados entrarían si no fuera absolutamente necesario. Y más allá del abismo, la columna de éter palpitante. «¿Será a bordo de los barcos enemigos?». Decidió volver, pues no podía ir más allá, y el significado de aquel surgimiento le era inaprehensible. Aprovechó para conversar de nuevo con Nirintalath, que de nuevo lo urgió a "liberarla".
Más tarde, al despertar, compartió sus visiones con sus amigos, y sus sospechas de algo que pudiera estar ocurriendo en los navíos negros.
—Ademas —añadió—, tarde o temprano tendré que plantearme sacar la Espada del Dolor de su confinamiento. El espíritu, su yo onírico, está extremadamente insistente.
![]() |
| Nirintalath, el Espíritu de Dolor |
—Si la sacas de la caja, tendrá que ser lejos del ejército —dijo Yuria.
—Por supuesto.
—A mí me preocupa que si sale de su caja se convierta en un faro para Trelteran o el resto de kaloriones.
—No creo que suceda mientras pueda controlarla.
—¿Y crees que podrás?
—Creo que sí —los ojos de Symeon centellearon—. Y sinceramente, creo que la necesitamos a nuestro lado para defendernos de los ataques que puedan llegar desde el mundo onírico. Los enemigos parecen moverse cada vez más fácilmente en él, y no tengo la capacidad suficiente de defendernos a todos de ellos. Nirintalath sería un recurso muy valioso, me atrevería a decir que imprescindible, si queremos tener alguna oportunidad. Además, me preocupa que Ashira y Uriön consigan hacerse con ella.
Todos callaron, reconociendo la verdad que contenían las palabras del errante.
—Está bien —sentenció Yuria—. Cuando decidas hacerlo, podemos llevarte a algún paraje tranquilo en el Empíreo.
Despertaron poco antes del amanecer, dispuestos a poner al ejército en marcha para dar el golpe de gracia a los enemigos. Galad volvió a pedir el favor de Emmán para detectar a príncipe Deoran, pero esta vez, aunque sintió el poder de su dios claro y potente, no obtuvo ninguna orientación; el príncipe había salido de su alcance. Y así lo informó a sus compañeros.
—El príncipe de Ladris ha desaparecido de mi alcance, ya no lo detecto.
—Podemos acercarnos con el Empíreo hacia el norte —sugirió Symeon.
Así lo hicieron. Pero al aproximarse a la costa, pudieron ver que los barcos enemigos ya no estaban allí, y las tropas habían desaparecido.
—Siguen fuera de mi alcance —anunció Galad, tras elevar unos breves rezos a Emmán.
Se internaron durante un par de horas en el mar, pero siguieron sin ver ni detectar nada, así que finalmente decidieron volver con el ejército.
—No podemos detenernos ahora —dijo Yuria—. Pondremos en movimiento las legiones de retaguardia y dejaremos guarniciones de defensa en toda la Federación, pero tenemos que seguir presionándolos. Y la flota —susurró, pensando en voz alta—; no nos olvidemos de la flota. Gracias al cielo que tenemos los dirigibles.
De vuelta en el cuartel general de Safelehn, los nobles de Ladris se encontraban llegando para reunirse con Ilaith. La mayoría de ellos eran de la familia Ethnos, y llegaban para interesarse por el estado del príncipe y de los acuerdos con Tarkal. El grupo participó en la reunión, y finalmente los comerciantes fueron convencidos y apaciguados por la propia Ilaith, Galad y Daradoth.
Tres semanas más tarde, tras una campaña relámpago y una sucesión de decisiones extremadamente acertadas por parte de Yuria, El general al mando de Undehn, Nestar Taggad, rendía la ciudad tras un breve asedio de poco más de veinticuatro horas. El príncipe Rakos Ternal había desaparecido y el general Taggad no parecía estar muy de acuerdo con los últimos acontecimientos, así que abrió las puertas de Undehn a cambio de una amnistía. Tampoco encontraron rastro del Brazo o de la elfa oscura con la Daga Negra; seguramente habrían dado Undahl por amortizado y se habrían refugiado en un lugar más seguro.
Los siguientes días se emplearon en ocupar el principado en su totalidad, nombrar nuevos cargos civiles y militares, e instaurar a Delsin Aphyria como nueva princesa comerciante de Undahl. Ilaith, aprovechando la velocidad de los dirigibles, recorrió las principales ciudades del principado con una nutrida escolta, tranquilizando a la población y prometiéndoles paz y prosperidad. No obstante, también aprovechó para comentar el verdadero conflicto que hervía en Aredia, y que implicaba enfrentarse a las fuerzas de la Sombra, "como muchos de ellos ya habían hecho al oponerse al tirano Rakos Ternal".
Se puso fin también a las depravaciones realizadas en la isla de Asyr Ethos "el centro de placer de Undahl", que escandalizaron a aquellos que pudieron ver sus restos; ante la visión de miembros y vísceras de niños peqeueños, Ilaith ordenó quemar los complejos de la isla hasta los cimientos, y tras un juicio breve pero justo, condenó a muerte a los encargados, que fueron ajusticiados esa misma jornada. Además, Ilaith puso en marcha una investigación para "descubrir hasta el último responsable".
Aprovechando la relativa tranquilidad de los días de pacificación, Symeon planteó ya seriamente la posibilidad de sintonizar con Nirintalath. Para ello, durante las últimas semanas de campaña entró casi a diario en el mundo onírico y preparar así el momento. En los últimos tiempos, había estado percibiendo una sensación extraña en el mundo onírico, y en los días más calmados por fin pudo encontrarle una explicación, que compartió con sus amigos:
—Algo ha pasado; no sé por qué, puede haber sido por la Vicisitud, por esas criaturas monstruosas o por algo más, pero el velo con el mundo onírico parece haberse debilitado. Es más accesible ahora, y aunque eso puede beneficiarnos, también hace más fácil que nuestros enemigos nos ataquen.
—Eso suena extremadamente preocupante —dijo Yuria.
—Por eso creo —continuó Symeon— que ha llegado el momento de intentar conectar con Nirintalath, el espíritu de la Espada del Dolor, e intentar que colabore en nuestra protección en el mundo onírico. Con Ashira y Uriön cerca, no podemos permitirnos dejar ese flanco expuesto. Es posible que incluso puedan intentar el viaje físico ahora.
Todos acordaron, sin dudar un ápice de Symeon, que efectivamente si sus sospechas eran ciertas era el momento de tomar decisiones drásticas. Así que, tras hablarlo con Ilaith, el día siguiente embarcarían la caja de Nirintalath en el Empíreo y se dirigirían a las montañas, para desenfundar la espada lejos de cualquier núcleo de población.
Symeon entró al mundo onírico la noche antes del viaje, para poner sobre aviso a Nirintalath de lo que iba a ocurrir, y que permaneciera tranquila. El errante vio al espíritu sonreír levemente por primera vez, y sintió un escalofrío cuando, de pronto, sus ojos mutaron en dos manchas verde oscuro y sus dientes se convirtieron en puntas afiladas. «Quizá sería buena idea darle un cebo sobre el que pudiera descargar su rabia», pensó ya fuera del mundo onírico, y así lo compartió con sus amigos.
—Lo único que se me ocurre es llevar con nosotros a algunos condenados a muerte. Eso servirá como su sentencia —sugirió Yuria.
—No me siento bien aceptando esto, pero no veo otra salida —contestó Symeon.
Poco después de mediodía, Symeon, Yuria y los condenados desembarcaron en un prado de montaña aislado. El resto del grupo, Faewald, Taheem, Fajjeem y compañía, se alejaron a varios kilómetros de distancia, perdiéndose entre las nubes con el Empíreo, para evitar cualquier problema que pudiera surgir.
Yuria apretó con el puño su talismán, sin quitar los ojos de Symeon e ignorando los lamentos de los tres condenados que se encontraban de rodillas a varios metros de ellos. Durante unos segundos, Symeon palpó, ausente, el tatuaje del laberinto que tenía en su brazo, mientras musitaba palabras ininteligibles. Acto seguido, el errante inspiró, miró al cielo, miró a Yuria y afirmó con un gesto. Se agachó y abrió la caja con incrustaciones de kregora, revelando la magnífica espada de vidrio verdemar.
Symeon, un hombre que otrora se sintió un cobarde por huir de la masacre de su pueblo, encontró en ese momento una oportunidad, quizá no de enmienda, pero sí de resolución y de enderezar las cosas en Aredia mediante la erradicación de las amenazas más terribles. «Y, por qué no, quizá Nirintalath me lleve a encontrar el Camino de Retorno y acabe con nuestra interminable búsqueda. Ojalá así lo quiera el Creador».
Hincó una rodilla en tierra, y alargó la mano hacia la espada. Dudó unos segundos cuando sintió la familiar sensación de miles de alfileres presionando sobre la palma de su mano. No obstante, se sobrepuso, agarró el puño del arma, y la alzó. Un latigazo recorrió todo su brazo hasta el corazón; rechinó los dientes, conteniendo la respiración; y entonces, la sintió. El Espíritu, Nirintalath, con su arrolladora presencia, y el dolor. El inmenso dolor pesado, viscoso, verde, que la acompañaba, y que casi lo envía al dulce olvido de la inconsciencia, acompañado de un pulso de Sombra pura, que lo hizo temblar y darse cuenta en ese preciso instante de que había desatado algo imposible de controlar; la confirmación de una fuerza primigenia que podía poner en peligro la propia realidad, pero que a su vez podía ser la única posibilidad de salvación y la única llave que abriera el Camino de Retorno.
Encontrando reservas donde no sabía que tenía, Symeon hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, y tensando hasta el último músculo de su cuerpo, apretando los dientes y respirando de nuevo, enfocó su mente, aplicando todo lo que había aprendido a lo largo de su vida para controlar ese momento. Ese preciso instante que notaba definiendo el futuro de Aredia.
Sin saber cómo, la mente de Symeon se fundió con el Espíritu de Dolor. Vio un océano insondable de sufrimiento viscoso y verdemar; sintió el desgarro cuando fue arrancado de su hogar por un maldito elfo con nariz aguileña, que lo confinó en un hogar de vidrio con forma de arma; notó el dulce sufrimiento de cientos, de miles, en la multitud de batallas donde intervino; y luego, la caída a la oscuridad y el olvido. «Libre al fin, ¡libre al fin!», gritaba algo en su mente.
Yuria miraba preocupada a su amigo con la rodilla en tierra, cuyos músculos estaban crispados, los ojos cerrados, y las venas de su cuello a punto de explotar. Avanzó un paso sujetando su talismán, dudando sobre qué hacer. El rostro de Symeon estaba rojo como el rubí, la espada brillaba, verde, en su mano; los condenados no parecían notar nada, pero Symeon sufría, y de qué manera. De hecho, empezó a emitir un leve quejido que subió de intensidad, cada vez más, hasta devenir en un grito de agonía. Yuria avanzó otro paso, y extendió su mano hacia la espada.
Entonces, el grito cesó. Symeon tomó aire a bocanadas, y cayó sobre su otra rodilla, clavando la espada en tierra. Respiraba fuerte, intentando llenar sus pulmones todo lo que podía; el sudor perlaba su rostro. La espada fulguraba suavemente. La mirada del errante se encontró con la de Yuria durante un segundo, y esta sintió un escalofrío; su amigo debía de haber sufrido un infierno. Pero vio cómo se ponía en pie, cogía la vaina de la espada y la enfundaba, para acto seguido colgarla a su espalda.
—¿Estás bien, Symeon? ¿Cómo te encuentras? —Yuria todavía no las tenía todas consigo, y tiraba del talismán, dispuesta a arrancarlo y aplicarlo sobre Symeon ante cualquier signo extraño.
—Estoy bien, Yuria. Ha sido muy... difícil, pero ya estoy bien. Un poco dolorido, eso sí —Symeon parecía tambalearse, así que Yuria lo ayudó, pasando su brazo por sus hombros—. Ahora, solo necesito descansar —sonrió.

No hay comentarios:
Publicar un comentario