Translate

Publicaciones

La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 16 de diciembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 18

Revelaciones del Pasado

Tras un par de horas, el Empíreo volvió a la ladera donde Symeon había empuñado a Nirintalath. Daradoth pudo ver al errante apoyado en Yuria y en su cayado, con la Espada del Dolor en una vaina en su espalda, fuera de la caja. Los reos condenados a muerte parecían incólumes. «Menos mal, eso nos ahorrará problemas con los paladines», pensó. «Y Symeon parece encontrarse cansado pero a salvo, gracias a Nassaröth».

Faewald, Taheem y Daradoth descendieron del dirigible. Lo primero que llamó la atención del elfo fue el leve brillo verdemar en los ojos del errante, pero por lo demás parecía el mismo Symeon de siempre. Faewald corrió a su encuentro:

—¿Cómo estás, Symeon?  —preguntó, preocupado, y pasando el otro brazo del errante sobre sus hombros.

—Bien...bien —contestó Symeon, sonriendo levemente—. He de reponer un poco mis fuerzas, eso es todo. 

—¿Y tú, Yuria? —se volvió hacia ella, con aquella mirada anhelante que delataba sus sentimientos.

—Sí, yo estoy bien, gracias Faewald.

Mientas se dirigían hacia el Empíreo, el esthalio susurró:

—¿La tienes... controlada? 

—Sí, afortunadamente, podéis estar tranquilos —respondió Symeon, saludando también a Taheem y Daradoth.

Ya navegando hacia el norte en el dirigible, el grupo habló de sus planes para el futuro. 

—Ilaith ya debería ser capaz de pacificarlo todo por sí misma, y tenemos asuntos urgentes que nos reclaman —dijo Daradoth.

—Yo creo —intervino Faewald— que ahora, con la federación asegurada, Ilaith querrá intervenir en Esthalia. Lo creo y también lo espero, la verdad.

—No olvidemos que tenemos pendiente ir a Tinthassir recuperar a Ecthelienn.

—No olvidemos tampoco que la reina Armen debe de ser a estas alturas prisionera de la Sombra. 

—Todos tenéis razón —les cortó Yuria—. Para recuperar el alma de la redoma tenemos también la opción de acudir a Irza, como ya os dije, no solo a Doranna. —Pensó durante unos segundos—. Pero el caso es que me gustaría que nos permitiéramos unos días de pausa, para poder terminar de descifrar el libro del alquimista Avaimas que encontramos en Creä. Sabéis que contiene información relacionada con los subterráneos de Rheynald y Creä, y estoy a punto de descifrarlo completamente. Me parece de suma importancia adquirir los conocimientos que contenga, porque estoy convencida de que nos ayudará a enfrentarnos a esos elfos errantes, e incluso a ese volcán que amenaza toda la existencia en las islas Ganrith.

Daradoth mostró su resistencia a tal pausa, pero Yuria fue muy persuasiva y contó con el apoyo de Symeon, que valoraba cualquier fuente de conocimiento, más aún si se trataba de una tan antigua y tan difícil de desentrañar. «Sin duda, ahora mismo Yuria es la única persona en el mundo que podría haber descifrado el manuscrito; sus habilidades y sus conocimientos son en verdad excepcionales», pensó el errante, sentado en un pequeño tonel mientras recuperaba sus fuerzas. En ese momento, Symeon pareció darse cuenta de algo: Daradoth parecía más bajo que de costumbre. Pero no es que Daradoth hubiera empequeñecido, sino que más bien Yuria y él habían crecido bastante; Galad y Daradoth lo habían hecho también, pero en menor medida que ellos. Los cuatro se mostraron confundidos, pero lo achacaron a los efectos de la Vicisitud y no pudieron encontrar más causas.

Cuando ya a lo lejos Daradoth podía intuir los edificios de Safelehn, las montañas a estribor parecieron sacudirse, y con ellas toda la tierra allá abajo. 

—¡Hay un terremoto ahí abajo! —exclamó Daradoth, llamando la atención de los demas, que se asomaron por la borda al instante.

—¡Maldición! —gritó Yuria—. Es como aquella vez en Doedia... la tierra parece rebotar, como una goma elástica. Esto no es natural.

—¡Cuidado! ¡Mirad! —los increpó Faewald.

Una de las montañas de la cordillera que dejaban a estribor pareció hundirse; las sacudidas habían sido demasiado para la mole de rocas y nieve, y una de las laderas se vino abajo, levantando una nube colosal de polvo y una fuerte racha de viento. Afortunadamente, el Empíreo apenas lo notó, y la mano firme de Suras y el buen hacer de Egrenia los alejaron rápidamente de todo peligro.

Al cabo de pocos minutos el terremoto pasó por fin. No obstante, les dio tiempo a ver que, por el movimiento de las montañas, el temblor parecía propagarse de norte a sur. Ya más tranquilos, Yuria trianguló los datos en sus mapas, prolongando una línea a través del mar de Hadern, las islas Akestia, el Káikar y Essel. 

—¿Creéis que puede provenir de los santuarios donde estuvimos? —preguntó Symeon.

—Podría ser, aunque los veo demasiado lejos —contestó Yuria—. Creo que es más probable que vengan desde los túneles de los que nos habló el marqués de Strawen y aquel elfo oscuro, pero aunque estén más próximos, también están muy lejos. Todo podría ser.

—Sí, porque estos terremotos parecen cosa de la propia Vicisitud, así que cualquier cosa es posible.

Se dirigieron rápidamente hacia Safelehn. 

Afortunadamente, a pesar de varios incendios, bastantes edificios destruidos y parte del muro de la ciudadela caído, la ciudad parecía haber resistido sorprendentemente bien el seísmo. 

Galad permanecía callado. «Los terremotos, el volcán de las Ganrith, los engendros oníricos... empiezo a pensar que Emmán puede tener algo de razón en la opción de recrear la existencia». Aldur lo acompañaba en el silencio.

Ilaith y el consejo se encontraban bien, para alivio de Yuria. La canciller echó una mirada a la espada cruzada sobre la espalda de Symeon, y afirmó con la cabeza.

—¿Creéis que estaremos a salvo de ataques oníricos ahora? 

—No lo puedo asegurar tan tajantemente, pero por lo menos ahora tendremos una oportunidad.

—Eso deberá bastar por el momento;  ahora tenemos asuntos más urgentes que atender, como ya habréis comprobado.

—Por supuesto, mi señora —dijo Yuria—. Contad conmigo. Esto ha sido una catástrofe de dimensiones épicas, desde el Empíreo hemos visto que el terremoto ha sacudido prácticamente todo el principado, quizá mas.

—Sí, esto nos va a tener muy ocupados los próximos días —intervino Ernass Kyrbel. 

Pocas horas después, Ilaith convocó una reunión para tratar el problema de Esthalia. No pensaba en luchar por el país, sino al menos en liberar a lady Armen. 

—Nuestra causa estará perdida si la reina se pierde en calabozos desconocidos o es muerta. No creo que podamos permitírnoslo si queremos triunfar en esta guerra.

—¿Tenéis alguna noticia de dónde puede estar? —preguntó Symeon.

—Lo último que sabemos es que el conde de Arnualles la hizo prisionera.

—No deberíamos arriesgarnos a un conflicto sin estar seguros de dónde se encuentra para poder liberarla. 

—Contactaré con el archiduque Mastaros y os haré llamar en cuanto sepa algo. Pero no podemos esperar mucho.

Ya entrada la noche consiguieron dejar todo lo necesario organizado para auxiliar a la población, y se desplazaron con los dirigibles a Eskatha. Allí les recibió de nuevo, efusivamente, Meravor. Y también Violetha, la hermana de Symeon, que poco a poco seguía tejiendo su red de informantes y espías. «Eudorya debe de estar cerca de aquí», pensó Galad; «pero no me atrevo a ir a su encuentro después de lo que ha pasado».

En Eskatha por fin pudo encontrar Yuria la tranquilidad necesaria para concentrarse y acabar de descifrar el diario de Avaimas.

Tras complicadísimos cálculos, traducciones y descifrados, por fin, una semana después, Yuria pudo terminar de plasmar la crónica de Avaimas en un manuscrito legible, y corrió para compartir la información con sus amigos.

—Como ya os he comentado en alguna ocasión sobre mis descubrimientos tempranos en el libro, parece ser que hace milenios, los elfos alzaron unas enormes construcciones monumentales en forma de pirámide, llamadas Esthereläe, que fueron la causa de grandes milagros, pero también grandes desdichas. —Todos afirmaron con la cabeza, incluido Daradoth, que odiaba tener que reconocer que no sabía absolutamente nada de esas Esthereläe, ni siquiera una mínima mención—. Pues bien, he apuntado aquí algunos pasajes del libro para transmitiros una síntesis de los conocimientos que contiene. Prestad mucha atención, pues tengo razones para creer que vamos a ser las únicas personas en el mundo con conocimientos sobre esto, salvo quizá alguna excepción muy contada.

Y acto seguido, Yuria pasó a relatar una multitud de pasajes del diario y algunos extractos que había resumido ella misma. 

“…fueron los elfos quienes erigieron las grandes construcciones piramidales conocidas como Esthereläe, monumentos de proporciones desmesuradas. Su existencia estuvo ligada tanto a prodigios que muchos consideraron milagros, como a desdichas de enorme magnitud, de las que incluso los propios elfos fueron víctimas…”

“…la tradición constructiva de las pirámides no tuvo su origen entre los elfos, sino que les fue transmitida por los titanes. Aquél conocimiento ancestral estuvo a punto de provocar su extinción, pues derivó en una guerra civil entre los propios titanes, cuyas consecuencias marcaron para siempre su declive…”

“…los titanes denominaban ûrzaûmnos a sus pirámides. Desde los albores del tiempo, las razas más poderosas intentaron establecer un puente entre el mundo y las esferas superiores, y fue esa ambición la que dio origen a la construcción de enormes estructuras arcanas de forma piramidal, iniciada por los propios titanes en la región de Eryhienn, su hogar ancestral.” 

“…los elfos comenzaron la construcción de sus Esthereläe bajo la tutela directa de los titanes. Tras la guerra civil que asoló a estos últimos y la huida de los supervivientes a la isla de Targos, en el extremo sureste de Aredia, los elfos se consideraron ajenos a tales acontecimientos. Junto a centauros y enanos, prosiguieron las obras incluso cuando los titanes les rogaron que renunciaran a ellas. Las Esthereläe se alzaron así como maravillas arquitectónicas y, al mismo tiempo, como nodos de poder que alteraron el curso del mundo: estructuras más refinadas que las ûrzaûmnos, menores en tamaño, pero de diseño claramente emparentado…”

—Avaimas deja constancia de los lugares donde se alzaron Esthereläe hasta el momento de escribir estas notas: en Doranna, en las Islas Ganrith, en Targos, en Eryhienn, en Ertan Inarantúna y en Ertan Enoryal, además de otros enclaves menores cuya mención resulta fragmentaria o incompleta. 

“…las pirámides sirven para amplificar, canalizar y almacenar esencia. Sus aplicaciones abarcan desde la sanación y la adivinación hasta el estudio profundo de la magia, e incluso la modificación de la propia realidad, siempre que se respeten las proporciones y alineaciones adecuadas…”

“…sospecho que aquello que los elfos consideran una conexión con la esfera celestial es, en realidad, una apertura directa a la Vicisitud, y que por ese canal los Primigenios pueden acceder al mundo. El contacto de las pirámides con dicha fuerza genera consecuencias impredecibles: inestabilidad emocional, mutaciones del espíritu, alteraciones del espacio-tiempo y una corrupción de naturaleza metafísica. Esta exposición no concede iluminación ni sabiduría, sino un desequilibrio radical: Luz impone un idealismo absoluto y una percepción desbordada de pureza y superioridad; Sombra engendra ambición, desesperanza, rencor o delirio de dominación. Ambos polos quebrantan el libre albedrío, fomentan el fanatismo y corrompen la voluntad…” 

“…observo a los canalizadores y reconozco el momento exacto en que algo se quiebra en ellos. Al entrar en resonancia con fuerzas tan puras como inestables, sus mentes comienzan a deformarse a un nivel profundo, estructural. Algunos dejan de distinguir entre sus propios pensamientos y las emanaciones de la Luz o la Sombra; hablan, pero ya no sé si es su voz o la de aquello que los atraviesa. Otros afirman recibir visiones que llaman divinas, y en ellas encuentran justificación para someter el mundo a su supuesto designio. He visto la degradación avanzar lentamente, casi con delicadeza, y otras veces irrumpir de forma abrupta y violenta, pero en todos los casos el desenlace es el mismo: una pérdida inevitable de la voluntad, un deslizamiento sin retorno…”

“…detallo el proceso de construcción y la disposición de los símbolos necesarios. Cada marca, cada trazo, no es meramente ornamental: durante los grandes rituales se asocian a hebras concretas de la Vicisitud, estableciendo correspondencias precisas que deben mantenerse con absoluta fidelidad. Los símbolos de Ertan Inarantúna [¿Rheynald?] resultan especialmente eficaces en este cometido, pues anclan la estructura a dichas hebras y permiten que la esencia fluya conforme al diseño previsto. Un error en su ejecución no provoca un simple fallo del ritual, sino una desviación peligrosa del vínculo establecido…” 

—A continuación, Avaimas dedica cientos de páginas a los rituales y geometrías que hacen falta para la construcción de las pirámides; creo que, con el suficiente poder y mano de obra podríamos incluso construirlas. De momento no quiero ni pensar en eso, solo os lo comento.

“…constato que las pirámides afectan de forma especialmente severa a los caminantes oníricos, los llamados oniromantes. Su mera proximidad enturbia la percepción del sueño, ciega sus sentidos y rompe la continuidad de sus visiones, como si la estructura rechazara cualquier intento de observación desde el mundo onírico…” 

“…que el clan Alastarinar, poseedor del abolengo más alto que existe, deriva hacia un idealismo absoluto y una percepción de superioridad desbordada. Su contacto prolongado con las pirámides parece reforzar en ellos la convicción de encarnar un modelo de pureza incuestionable, ajeno a toda duda o límite…”

“…los hidkas desempeñan un papel fundamental en todo este proceso. Desde los primeros indicios de manipulación de la Esencia a través de las pirámides, llevan advirtiendo del peligro de abrir canales tan potentes hacia lo desconocido; su entendimiento innato de la Vicisitud no tiene parangón entre las razas inmortales. Intentan alertar, de forma discreta, a sabios y arquitectos sobre los riesgos que se avecinan, pero su mensaje es desoído, bien por arrogancia, bien por una profunda incomprensión…”

“…llega un punto en el que ya no basta con advertir. Algunos de nosotros —entre los grandes alquimistas y arquitectos— asumimos que ha llegado la hora de destruir aquello que hemos ayudado a erigir. Participo en la primera Anulación con la convicción de estar haciendo lo correcto, pero pronto comprendo el alcance de nuestro error. El ritual logra cerrar el canal de la Esthereläe, alcanza la Vicisitud y corta sus enlaces, sí… pero el mundo no acepta la herida sin protestar. Allí donde la pirámide cae, surgen zonas de oscuridad persistente, regiones donde la Esencia se anula por completo, remolinos que desgarran la realidad o extensiones de calor insoportable que hacen hervir la piedra. En Eranyn, en las Islas Ganrith, la Anulación transforma la pirámide en algo aún peor: un volcán extraño, vivo, como si la tierra expulsara aquello que ya no puede contener. Comprendemos entonces que no basta con destruir; hay que contener. De esa necesidad nace la hermandad de los Airunndälyr, creada para vigilar y amortiguar el flujo de poder que liberamos sin saber si algún día podremos controlarlo del todo…” 

“…lo inevitable termina por suceder. Hay quienes se oponen a la destrucción de las pirámides; los Conservadores, entre ellos el clan Alastarinar, se alzan contra nosotros, y nos llaman Destructores. La fractura no tarda en propagarse y arrastra consigo a elfos, enanos, centauros e incluso a los propios titanes, repitiendo un error que ya debería habernos servido de advertencia. La Guerra de Fractura no es una contienda de ejércitos, sino una sucesión de muertes entre hermanos, de alianzas rotas y juramentos traicionados. Presencio la caída de la Estherel de Ithraelun y, con ella, el derrumbe del poder de los Alastarinar. De sus filas sobreviven apenas media docena, transformados de manera irreversible por aquello que defendieron; pasan a llamarse Neldorith y eligen el exilio voluntario, incapaces de soportar el peso de la culpa que los acompaña. No hay victoria en esta guerra, sólo cicatrices que el tiempo no parece dispuesto a cerrar…” 

—De todo lo que dice Avaimas —insertó Yuria— deduzco que estos Neldorith fueron afectados profundamente por Luz y acabaron odiándola de manera irreversible, y también que al haber estado a la sombra de las Esthereläe debieron de obtener unos poderes tremendos. Y no os daré ahora los detalles, pero creo que tengo las claves para poder redimirlos. 

“…cuando la devastación ya es inevitable, los hidkas abandonaron por fin su neutralidad ancestral. Han tomado partido por los Destructores en los instantes más críticos, sellando nudos de Esencia, ayudando a cerrar canales abiertos y evitando que algunas estructuras alcancen el umbral de la Ruptura. Sin su intervención, la guerra se habría prolongado o habría derivado en una catástrofe sin retorno. Anoto esto como un tenet inquebrantable: ninguna Esthereläe puede ser cerrada con garantías sin la presencia de al menos tres hidkas en la ceremonia; sin ellos, el canal no se pliega, la Vicisitud no cede y toda Anulación está condenada al fracaso…” 

“…somos conscientes de que lo ocurrido durante la Guerra de Fractura, y el propio conocimiento de las pirámides, se convertirán en una herida abierta durante siglos. Hemos llegado a un acuerdo con los hidkas: si el mundo no puede soportar esta verdad, deberá olvidarla. En la última de las pirámides prepararemos un ritual sin precedentes, una liberación de poder a gran escala destinada a borrar la memoria de elfos, centauros y enanos, no sólo de la guerra, sino de todo saber relacionado con las Esthereläe. En la ceremonia serán necesarios numerosos hidkas y centauros, nosotros mismos y objetos de poder forjados por los enanos para contener lo incontenible. No lo llamamos salvación, sino necesidad; y aun así, al dejar constancia de ello, no puedo evitar preguntarme qué precio exacto estamos a punto de pagar…” 

“…el ritual culminó y, contra todo pronóstico, tuvo éxito. No lo supe por júbilo alguno, sino por el silencio que dejó tras de sí. A mi alrededor, elfos, centauros y enanos continuaron con sus vidas sin recuerdo de la guerra ni de las pirámides, como si jamás hubieran existido. Sólo los oficiantes de más alto rango conservamos fragmentos de memoria, y aun esos recuerdos nos llegaron rotos, incompletos, cargados de un peso casi insoportable. El precio fue terrible: un agotamiento absoluto, la sensación de haber sido atravesado por la Vicisitud hasta lo más hondo, y una certeza persistente de pérdida. El mundo quedó a salvo del recuerdo, pero nosotros no; lo que permaneció en mi mente no fue conocimiento, sino una cicatriz que sigue ardiendo…” 

—Y el diario termina así:

“Dejo constancia de que este volumen no es el diario original, sino una copia cifrada. Decidí proteger este conocimiento sin destruirlo por completo, ocultándolo tras una clave que considero, en la práctica, irrompible. No fue una decisión tomada a la ligera, sino la única que me permitió seguir adelante. Cuando estas líneas son escritas, ya sé que mi nombre está a punto de desaparecer de la historia; así debe ser. El saber permanecerá, dormido y a salvo, mientras yo me desvanezco con él.” 

Aún había otra pieza de información, importantísima, pero que Yuria guardó para sí de momento, insegura de qué efecto tendría en Symeon si la revelaba:

“…la Guerra de Fractura no sólo se llevó vidas y certezas, sino territorios enteros. Eryhienn quedó perdida, devorada por tormentas devastadoras de Esencia y efectos sobrenaturales que arrasaron ciudades y extinguieron sociedades completas. De aquellas tierras huyeron los volodhri, abandonándolo todo para sobrevivir. Fue tras esta guerra cuando los Buscadores decidieron iniciar su ordalía, impulsados por una necesidad que entonces no comprendí del todo: intentar recordar aquello que les había sido arrebatado por el olvido.” 

Avaimas, alquimista y constructor ancestral
 

lunes, 1 de diciembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 17

Batallas en Undahl (IV). Nirintalath.

La persecución de las tropas del norte fue implacable; con Yuria al frente, las dos legiones perseguidoras acabaron con las fuerzas equivalentes a una legión enemiga antes de refrenarse y volver hacia el sur. 

Varias horas transcurrieron mientras organizaban el acomodo y vigilancia de prisioneros —la mayoría de ellos humanos de Krismerian y Undahl, junto a unos pocos elfos oscuros y ogros— y reagrupaban a las tropas. Cayó la noche. «Demos gracias por nuestra condición de Shae'Naradhras», pensó Yuria cuando por fin pudo relajarse un momento; «sin estas habilidades habría sido imposible derrotar a nuestros enemigos».

Mientras tanto, Galad utilizó el poder de Emmán para intentar detectar al príncipe Deoran Ethnos, prisionero de los enemigos. Y allí estaba, como una pequeña baliza a lo lejos.

—El príncipe Deoran todavía se encuentra en el campamento de los enemigos, o quizá en sus barcos —informó Galad poco después, con el grupo ya reunido con Ilaith.

—Sería importante poder recuperarlo —dijo Ilaith—; ya sabéis que la familia Ethnos es casi omnipresente en Ladris, y su ausencia puede provocar inestabilidad. Pero no vamos a poner en juego nuestro ejército, ni la Federación, ni el futuro de la guerra contra Sombra solo por una persona, eso lo tengo claro —miró a Yuria—. Lo que también tengo muy claro es que sin los dirigibles, esta campaña seguramente se habría perdido, así que a partir de ahora creo que una de nuestras prioridades debe ser conseguir los materiales necesarios para empezar a producir muchos más. Y si puede ser con capacidades ofensivas, mejor.

—Estoy de acuerdo —coincidió Yuria—. Habrá que organizar una expedición a la Región Varlagh tan pronto como podamos. Pero antes tenemos que completar el trabajo que hemos empezado, y pacificar Undahl.

Esa noche pudieron dar por fin un adecuado descanso a las tropas y a ellos mismos.

Symeon aprovechó para entrar al mundo onírico para ver si detectaba algo extraño. Como siempre, vio las representaciones oníricas de sus amigos, y también a Norafel, encogido en pose de meditación, como siempre que Églaras se encontraba en su vaina. Pero no le prestó demasiada atención, pues algo le soprendió: a una distancia determinada, más o menos lejos, en el norte, una columna de algo que solo pudo calificar como éter con volutas centelleantes ascendía hacia el cielo hasta perderse de vista. «Y parece que esté palpitando». pensó.

Viajó hacia allá sin tardanza. Tras un par de saltos, el entorno cambió a un campo abierto y, un poco más allá, un abismo oscuro que identificó sin problemas: el océano. El océano en el mundo onírico era como una barrera nocturna, ominosa, algo en lo que ni los oniromantes más avezados entrarían si no fuera absolutamente necesario. Y más allá del abismo, la columna de éter palpitante. «¿Será a bordo de los barcos enemigos?». Decidió volver, pues no podía ir más allá, y el significado de aquel surgimiento le era inaprehensible. Aprovechó para conversar de nuevo con Nirintalath, que de nuevo lo urgió a "liberarla".

Más tarde, al despertar, compartió sus visiones con sus amigos, y sus sospechas de algo que pudiera estar ocurriendo en los navíos negros.

—Ademas —añadió—, tarde o temprano tendré que plantearme sacar la Espada del Dolor de su confinamiento. El espíritu, su yo onírico, está extremadamente insistente.

 

Nirintalath, el Espíritu de Dolor

 

—Si la sacas de la caja, tendrá que ser lejos del ejército —dijo Yuria.

—Por supuesto.

—A mí me preocupa que si sale de su caja se convierta en un faro para Trelteran o el resto de kaloriones. 

—No creo que suceda mientras pueda controlarla.

—¿Y crees que podrás? 

—Creo que sí —los ojos de Symeon centellearon—. Y sinceramente, creo que la necesitamos a nuestro lado para defendernos de los ataques que puedan llegar desde el mundo onírico. Los enemigos parecen moverse cada vez más fácilmente en él, y no tengo la capacidad suficiente de defendernos a todos de ellos. Nirintalath sería un recurso muy valioso, me atrevería a decir que imprescindible, si queremos tener alguna oportunidad. Además, me preocupa que Ashira y Uriön consigan hacerse con ella.

Todos callaron, reconociendo la verdad que contenían las palabras del errante. 

—Está bien —sentenció Yuria—. Cuando decidas hacerlo, podemos llevarte a algún paraje tranquilo en el Empíreo

 

Despertaron poco antes del amanecer, dispuestos a poner al ejército en marcha para dar el golpe de gracia a los enemigos. Galad volvió a pedir el favor de Emmán para detectar a príncipe Deoran, pero esta vez, aunque sintió el poder de su dios claro y potente, no obtuvo ninguna orientación; el príncipe había salido de su alcance. Y así lo informó a sus compañeros. 

—El príncipe de Ladris ha desaparecido de mi alcance, ya no lo detecto.

—Podemos acercarnos con el Empíreo hacia el norte —sugirió Symeon.

Así lo hicieron. Pero al aproximarse a la costa, pudieron ver que los barcos enemigos ya no estaban allí, y las tropas habían desaparecido.

—Siguen fuera de mi alcance —anunció Galad, tras elevar unos breves rezos a Emmán. 

Se internaron durante un par de horas en el mar, pero siguieron sin ver ni detectar nada, así que finalmente decidieron volver con el ejército.

—No podemos detenernos ahora —dijo Yuria—. Pondremos en movimiento las legiones de retaguardia y dejaremos guarniciones de defensa en toda la Federación, pero tenemos que seguir presionándolos. Y la flota —susurró, pensando en voz alta—; no nos olvidemos de la flota. Gracias al cielo que tenemos los dirigibles.

De vuelta en el cuartel general de Safelehn, los nobles de Ladris se encontraban  llegando para reunirse con Ilaith. La mayoría de ellos eran de la familia Ethnos, y llegaban para interesarse por el estado del príncipe y de los acuerdos con Tarkal. El grupo participó en la reunión, y finalmente los comerciantes fueron convencidos y apaciguados por la propia Ilaith, Galad y Daradoth.

 

Tres semanas más tarde,  tras una campaña relámpago y una sucesión de decisiones extremadamente acertadas por parte de Yuria, El general al mando de Undehn, Nestar Taggad, rendía la ciudad tras un breve asedio de poco más de veinticuatro horas. El príncipe Rakos Ternal había desaparecido y el general Taggad no parecía estar muy de acuerdo con los últimos acontecimientos, así que abrió las puertas de Undehn a cambio de una amnistía. Tampoco encontraron rastro del Brazo o de la elfa oscura con la Daga Negra; seguramente habrían dado Undahl por amortizado y se habrían refugiado en un lugar más seguro.

Los siguientes días se emplearon en ocupar el principado en su totalidad, nombrar nuevos cargos civiles y militares, e instaurar a Delsin Aphyria como nueva princesa comerciante de Undahl. Ilaith, aprovechando la velocidad de los dirigibles, recorrió las principales ciudades del principado con una nutrida escolta, tranquilizando a la población y prometiéndoles paz y prosperidad. No obstante, también aprovechó para comentar el verdadero conflicto que hervía en Aredia, y que implicaba enfrentarse a las fuerzas de la Sombra, "como muchos de ellos ya habían hecho al oponerse al tirano Rakos Ternal". 

Se puso fin también a las depravaciones realizadas en la isla de Asyr Ethos "el centro de placer de Undahl", que escandalizaron a aquellos que pudieron ver sus restos; ante la visión de miembros y vísceras de niños peqeueños, Ilaith ordenó quemar los complejos de la isla hasta los cimientos, y tras un juicio breve pero justo, condenó a muerte a los encargados, que fueron ajusticiados esa misma jornada. Además, Ilaith puso en marcha una investigación para "descubrir hasta el último responsable".

 

Aprovechando la relativa tranquilidad de los días de pacificación, Symeon planteó ya seriamente la posibilidad de sintonizar con Nirintalath. Para ello, durante las últimas semanas de campaña entró casi a diario en el mundo onírico y preparar así el momento. En los últimos tiempos, había estado percibiendo una sensación extraña en el mundo onírico, y en los días más calmados por fin pudo encontrarle una explicación, que compartió con sus amigos:

—Algo ha pasado; no sé por qué, puede haber sido por la Vicisitud, por esas criaturas monstruosas o por algo más, pero el velo con el mundo onírico parece haberse debilitado. Es más accesible ahora, y aunque eso puede beneficiarnos, también hace más fácil que nuestros enemigos nos ataquen.

—Eso suena extremadamente preocupante —dijo Yuria.

—Por eso creo —continuó Symeon— que ha llegado el momento de intentar conectar con Nirintalath, el espíritu de la Espada del Dolor, e intentar que colabore en nuestra protección en el mundo onírico. Con Ashira y Uriön cerca, no podemos permitirnos dejar ese flanco expuesto. Es posible que incluso puedan intentar el viaje físico ahora.

Todos acordaron, sin dudar un ápice de Symeon, que efectivamente si sus sospechas eran ciertas era el momento de tomar decisiones drásticas. Así que, tras hablarlo con Ilaith, el día siguiente embarcarían la caja de Nirintalath en el Empíreo y se dirigirían a las montañas, para desenfundar la espada lejos de cualquier núcleo de población.

Symeon entró al mundo onírico la noche antes del viaje, para poner sobre aviso a Nirintalath de lo que iba a ocurrir, y que permaneciera tranquila. El errante vio al espíritu sonreír levemente por primera vez, y sintió un escalofrío cuando, de pronto, sus ojos mutaron en dos manchas verde oscuro y sus dientes se convirtieron en puntas afiladas. «Quizá sería buena idea darle un cebo sobre el que pudiera descargar su rabia», pensó ya fuera del mundo onírico, y así lo compartió con sus amigos.

—Lo único que se me ocurre es llevar con nosotros a algunos condenados a muerte. Eso servirá como su sentencia —sugirió Yuria.

—No me siento bien aceptando esto, pero no veo otra salida —contestó Symeon.

Poco después de mediodía, Symeon, Yuria y los condenados desembarcaron en un prado de montaña aislado. El resto del grupo, Faewald, Taheem, Fajjeem y compañía, se alejaron a varios kilómetros de distancia, perdiéndose entre las nubes con el Empíreo, para evitar cualquier problema que pudiera surgir.

Yuria apretó con el puño su talismán, sin quitar los ojos de Symeon e ignorando los lamentos de los tres condenados que se encontraban de rodillas a varios metros de ellos. Durante unos segundos, Symeon palpó, ausente, el tatuaje del laberinto que tenía en su brazo, mientras musitaba palabras ininteligibles. Acto seguido, el errante inspiró, miró al cielo, miró a Yuria y afirmó con un gesto. Se agachó y abrió la caja con incrustaciones de kregora, revelando la magnífica espada de vidrio verdemar.

Symeon, un hombre que otrora se sintió un cobarde por huir de la masacre de su pueblo, encontró en ese momento una oportunidad, quizá no de enmienda, pero sí de resolución y de enderezar las cosas en Aredia mediante la erradicación de las amenazas más terribles. «Y, por qué no, quizá Nirintalath me lleve a encontrar el Camino de Retorno y acabe con nuestra interminable búsqueda. Ojalá así lo quiera el Creador».

Hincó una rodilla en tierra, y alargó la mano hacia la espada. Dudó unos segundos cuando sintió la familiar sensación de miles de alfileres presionando sobre la palma de su mano. No obstante, se sobrepuso, agarró el puño del arma, y la alzó. Un latigazo recorrió todo su brazo hasta el corazón; rechinó los dientes, conteniendo la respiración; y entonces, la sintió. El Espíritu, Nirintalath, con su arrolladora presencia, y el dolor. El inmenso dolor pesado, viscoso, verde, que la acompañaba, y que casi lo envía al dulce olvido de la inconsciencia, acompañado de un pulso de Sombra pura, que lo hizo temblar y darse cuenta en ese preciso instante de que había desatado algo imposible de controlar; la confirmación de una fuerza primigenia que podía poner en peligro la propia realidad, pero que a su vez podía ser la única posibilidad de salvación y la única llave que abriera el Camino de Retorno.

Encontrando reservas donde no sabía que tenía, Symeon hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, y tensando hasta el último músculo de su cuerpo, apretando los dientes y respirando de nuevo, enfocó su mente, aplicando todo lo que había aprendido a lo largo de su vida para controlar ese momento. Ese preciso instante que notaba definiendo el futuro de Aredia.

Sin saber cómo, la mente de Symeon se fundió con el Espíritu de Dolor. Vio un océano insondable de sufrimiento viscoso y verdemar; sintió el desgarro cuando fue arrancado de su hogar por un maldito elfo con nariz aguileña, que lo confinó en un hogar de vidrio con forma de arma; notó el dulce sufrimiento de cientos, de miles, en la multitud de batallas donde intervino; y luego, la caída a la oscuridad y el olvido. «Libre al fin, ¡libre al fin!», gritaba algo en su mente.

Yuria miraba preocupada a su amigo con la rodilla en tierra, cuyos músculos estaban crispados, los ojos cerrados, y las venas de su cuello a punto de explotar. Avanzó un paso sujetando su talismán, dudando sobre qué hacer. El rostro de Symeon estaba rojo como el rubí, la espada brillaba, verde, en su mano; los condenados no parecían notar nada, pero Symeon sufría, y de qué manera. De hecho, empezó a emitir un leve quejido que subió de intensidad, cada vez más, hasta devenir en un grito de agonía. Yuria avanzó otro paso, y extendió su mano hacia la espada.

Entonces, el grito cesó. Symeon tomó aire a bocanadas, y cayó sobre su otra rodilla, clavando la espada en tierra. Respiraba fuerte, intentando llenar sus pulmones todo lo que podía; el sudor perlaba su rostro. La espada fulguraba suavemente. La mirada del errante se encontró con la de Yuria durante un segundo, y esta sintió un escalofrío; su amigo debía de haber sufrido un infierno. Pero vio cómo se ponía en pie, cogía la vaina de la espada y la enfundaba, para acto seguido colgarla a su espalda.

—¿Estás bien, Symeon? ¿Cómo te encuentras? —Yuria todavía no las tenía todas consigo, y tiraba del talismán, dispuesta a arrancarlo y aplicarlo sobre Symeon ante cualquier signo extraño.

—Estoy bien, Yuria. Ha sido muy... difícil, pero ya estoy bien. Un poco dolorido, eso sí —Symeon parecía tambalearse, así que Yuria lo ayudó, pasando su brazo por sus hombros—. Ahora, solo necesito descansar —sonrió.