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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 17 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 26

Contactando con los Fieles

Tras el intercambio de señales, el grupo ordenó que el Horizonte siguiera sobrevolando Doedia, lo más discretamente posible y describiendo un amplio círculo, con la intención de detectar otras posibles comunicaciones subrepticias.

—Mirad allí —advirtió Yuria mientras sobrevolaban la parte sur de la ciudad.

Un nutrido grupo de soldados, unos cincuenta o sesenta, quizá con algunos oficiales entre ellos, se encontraban reunidos en una pequeña plaza elevada. Miraban hacia la ciudadela con una mano en el corazón y con aire marcial. Las campanas del palacio y las murallas tañían al unísono en memoria del rey Menarvil, cuya capilla ardiente se celebraba en esos momentos.

—Parecen estar presentando sus respetos al rey —dijo Symeon—. ¿Deberíamos contactar con ellos?

—Yo creo que sí —opinó Galad, secundado por los demás.

Así que descendieron desde la altura segura hasta una distancia que permitió a los reunidos apercibirse de su presencia. El grupo de soldados iba aumentando de tamaño, pues había un goteo incesante de soldados desde los callejones anexos a la placita sobre la que se encontraban.

Symeon lanzó unas señales resplandecientes con su diadema, y varios de los soldados hicieron un gesto de reconocimiento, pero acto seguido miraron a su alrededor. No querían que los vieran contactando con el enemigo. Efectivamente, en el grupo había varios oficiales, y uno de ellos lucía las insignias de ayuda de campo (en Esthalia lo llamarían lugarteniente) de su general. Memorizaron su rostro para intentar contactar con él más adelante.

—Bien, ya se han dado cuenta —dijo Yuria, y ordenó—: ¡Más altura! ¡Volvemos al patio de la ciudadela!

Mientras descendían para anclar el dirigible, Daradoth pudo ver a lo lejos algo que le llamó la atención:

—Han organizado dos partidas de jinetes, que han partido a toda prisa alejándose de la ciudad —informó.

—Quizá estén cazando desertores.

—Ojalá hayan llegado a ese punto.

Al anclar el Horizonte, los paladines de a bordo se relajaron por fin, dejándose de oír esas campanillas celestiales que les habían acompañado en todo momento. Yuria se había acostumbrado tanto a ellas, que ahora su ausencia destacaba como un trueno. «Hace unas tres jornadas que no vemos ningún corvax en el cielo, buena señal», pensó, «a no ser que haya partido en busca de refuerzos». Su ánimo sombrío se disipó cuando vio el Empíreo ya completamente reparado y anclado en un lugar más alejado del patio de armas. Los tejedores y artesanos ya trabajaban en la reparación del Nocturno.

De vuelta en el consejo, expusieron todo lo que habían visto y deducido, y pasaron a discutir cuál sería la mejor forma de contactar con los presuntos disidentes. Se evaluaron varias posibilidades, entre ellas la de enviar el Ebyrith de Daradoth para contactar con ellos. Decidieron que empezarían por contactar con el oficial del sur, cuyo rango le permitiría mayor libertad de maniobra que al soldado del campamento del oeste.

El día siguiente, tras un par de semanas de sol, amaneció con nubes y llovizna. Eso les dificultaría la exploración del entorno, pero les vendría perfecto para realizar salidas discretas en los dirigibles. Se reunieron para desayunar rápidamente antes de ponerse en marcha, abrazando a Taheem que, con el muñón bien vendado, se unió de nuevo a ellos. Yuria se encontraba pensativa, y finalmente dijo:

—Han pasado ya tres días desde el asalto, y no lo han vuelto a intentar.

—Eso está bien, en lo que a mí respecta —sonrió Galad.

—Es bueno, pero extraño. Solo se me ocurren dos posibilidades: o bien los hemos dejado muy maltrechos, o es que tienen problemas internos. No los dejamos tan maltrechos como para no aprovechar las brechas en el muro, así que me inclino por la segunda.

—Tratemos de aprovecharlo —sentenció Daradoth.

 

Salieron de la ciudadela esta vez a bordo de Empíreo. Descendieron a una distancia segura (facilitada por las nubes y la lluvia), y Daradoth y Symeon desembarcaron. El errante iba con la ropa justa, pues iba a ser el objetivo de las habilidades sobrenaturales del elfo para ocultarse a la vista. Tardó unos minutos en acostumbrarse a no verse a sí mismo al moverse, pero en un breve intervalo se despedía de Daradoth y se dirigió caminando hacia el campamento del sur. «Esto me recuerda los viejos tiempos», pensó con una mezcla de excitación y tristeza; «si hubiera contado con estos medios, nada habría sido imposible». Symeon había sido la elección evidente para esta misión, dadas sus ingentes habilidades para la incursión subrepticia y silenciosa.

Pronto atravesó el acceso al campamento sin ningún problema. Por lo poco —o mucho— que había aprendido de Yuria respecto a los temas militares, le pareció que el cuerpo de guardia era bastante escaso. Se dirigió hacia el centro del complejo y en poco menos de veinte minutos reconoció al edecán que había presentado sus respetos al rey. La tienda de donde había salido debía de ser la suya, así que ya tenía la información que necesitaba. El oficial se dirigía con un par de oficiales hacia algún lugar. El errante los siguió para escucharlos, pero hablaban en Sermio y no entendió nada. Eso sí, parecía que estaban discutiendo, al igual que mucha gente alrededor; los ánimos parecían crispados.

Antes de retirarse, aprovechó para investigar un poco más. Le llamaron la atención tres tiendas enormes plantadas un poco más lejos del centro con un blasón diferente. El blasón de Datarian. Esperó unos momentos más, y pudo ver que las tres tiendas estaban habitadas por unos sesenta hombres del duque; además, en una de ellas, sentados en austeras sillas, un par de elfos oscuros dormitaban.

Symeon volvió al Empíreo de nuevo sin problemas, transcurridas unas tres horas desde su partida. Informó a sus compañeros de todo lo que había visto.

—Si envías el búho de noche —dijo a Daradoth— habrá que tener cuidado con los elfos oscuros.

—Lo haremos de día.

No esperaron demasiado. Prácticamente en cuanto acabaron de hablar y Symeon hubo descrito con todo lujo de detalles la tienda del oficial, Daradoth sacó el artefacto en forma de búho. Cuando iba a darle instrucciones, Taheem intervino:

—¿No creéis que sería buena idea que Symeon se volviera a infiltrar y fuera testigo de lo que diga el búho y a quién lo diga?

—Sí, tienes razón —Daradoth agradeció la aportación del vestalense.

Y así lo hicieron. Repitieron el proceso de la mañana, y en aproximadamente una hora y media para dar tiempo a Symeon de colocarse en posición (como efectivamente lo hizo, aunque con alguna dificultad más de la que había tenido por la mañana), dio instrucciones al Ebyrith en voz queda:

—Ve al campamento más cercano a nosotros, a la tienda de color gris con ribetes verdes, y da este mensaje en un correcto Sermio: "Reunión en tres horas, una legua al sur. Salve Menarvil —la referencia al difunto rey había sido idea de Taheem—, que viva por siempre". No esperes confirmación.

El artefacto salió flotando de su mano a una velocidad sorprendente.

En la tienda del edecán, Symeon se sorprendió en el rincón donde se encontraba al ver aparecer un borrón oscuro atravesando la puerta. Con un golpe seco, el búho de Daradoth se posó sobre la mesa que dominaba el centro, donde el oficial se encontraba hablando con tres de sus oficiales. Todos echaron un par de pasos atrás, alguno echando mano de su espada, sorprendido y asustado.

En un visto y no visto, el Ebyrith reprodujo las palabras que Daradoth le había confiado, y volvió a alzar el vuelo raudo a través de la solapa de la tienda. Symeon pudo ver cómo el trío de oficiales reunido se miraba asombrado, y acto seguido pasaban a conversar acaloradamente en su idioma. Finalmente, el edecán dio algunas órdenes y los otros dos oficiales salieron rápidamente de la tienda, mientras él quedó pensativo, mesándose la barba.

«Bueno, pues ahora a esperar que haya suerte», pensó Symeon mientras salía de la tienda. Alguien gritaba a lo lejos. En general, había bastante ruido en el campamento, y las discusiones se podían notar en el ambiente. Salió del campamento sin ningún problema; la presencia de guardias aún era más escasa que hacía horas.

Cuando llegó Symeon, dirigieron el Empíreo hacia el punto de encuentro, protegido por la llovizna. El errante y Daradoth descendieron y tomaron posiciones en escondites lo suficientemente separados del camino.

Al cabo de bastante más de tres horas, ya a media tarde, pudieron oír cascos de caballos. Symeon se giró al notar algo por el rabilo del ojo. Llamó la atención de Daradoth, señalando hacia allá. Un forrajeador exploraba la zona, sin verlos.  Unos momentos después avistaban al grupo de jinetes que venía por el camino. Una docena más o menos, completamente pertrechados con armadura. Daradoth suspiró aliviado; «por suerte no hay elfos oscuros». Salió de su escondite y llegó rápidamente al camino.

Al verlo, los jinetes se refrenaron a sus monturas. Era evidente que lo reconocían. Quizá algunos de ellos incluso lo hubieran visto anteriormente en persona. Se detuvieron a escasos metros, cuando Daradoth ya se encontraba preparado para saltar lejos de su alcance.

—Salve, lord Daradoth —dijo el Edecán, mientras desmontaba.

—Salve, oficial.

—Mi nombre es Agoran Berien, mi señor —dijo mientras se inclinaba en una ceremoniosa reverencia; el resto de sus hombres calcaron su gesto. 

—Os agradezco que hayáis acudido tan rápidamente a mi llamado, Agoran. —Alguno de los hombres silbó, y una veintena de exploradores armados con arcos y espadas cortas salió de los bosques. Symeon lo observaba todo desde su escondite—. Y como supongo que no tendréis mucho tiempo antes de tener que volver al campamento, iré al grano. Vimos que ayer presentabais vuestros respetos al rey Menarvil, y quiero aseguraros en persona y de primera mano que el rey fue asesinado por un grupo de incursores elfos oscuros, maldita sea su existencia, aliados con vuestro señor el duque Datarian. —Agoran miró instintivamente a su alrededor, aunque era imposible que alguien los estuviera espiando—. No es admisible que un duque de Sermia se haya aliado de esa manera con la Sombra y haya traicionado a la Corona hasta tal punto. Queremos que los fieles a Sermia renieguen de Datarian y sus pérfidos aliados, y sean derrotados sin paliativos.

—Entiendo lo que decís, y me atrevo a decir que lo comparto, como todos los aquí presentes, mi señor —dijo Berien, girándose hacia sus hombres—. Pero me temo que no es tan fácil. Pocos creen que la reina sea una opción válida para ocupar el trono, y sin algo que los una, no va a ser nada sencillo.

En ese momento, Symeon decidió salir de su escondite. Provocó algunas reacciones de asombro, y algunos arcos tensados, pero pronto lo reconocieron también y permitieron que se situara junto a Daradoth.

—No conocemos a fondo las leyes sucesorias de Sermia —continuó el elfo—, pero la alianza con los enemigos de...

—No hay nada de lo que preocuparse entonces —intervino Symeon, interrumpiéndolo. «Perdona amigo mío», pensó, «pero ya sabía que ibas a dar más rodeos de los necesarios»—. Hace tan solo un par de días, la reina reveló un hecho providencial. ¡Está encinta! En su vientre lleva el fruto de su amor por el rey, el legítimo heredero del reino de Sermia, y eso la convierte en la regente por derecho.

—¿Es eso cierto? —sorprendido, Berien pidió la confirmación de Daradoth.

—Sí, así es —respondió el elfo de mala gana, nada convencido de que hubiera sido buena idea desvelar el estado de la reina tan pronto.

—Entonces, eso lo cambia todo.

Se giró hacia sus hombres, traduciendo al sermio todo lo que habían hablado, y la revelación de la reina. Un rumor ininteligible se extendió por sus filas. Berien se giró de nuevo hacia Daradoth y Symeon.

—Como ya habréis supuesto por el simple hecho de que estamos aquí, no compartimos en absoluto los métodos y las alianzas del duque. Mi deseo, como el que más, es que Sermia recupere su esplendor imperial y aplastemos a nuestros enemigos. Pero no con este coste. No estamos dispuestos a seguir pagándolo.

—¿Y quién más piensa como vos?

—En la legión, la mayoría.

—¿Y en el resto? ¿Algún general tomaría la iniciativa?

—Ciertamente no lo sé.

—Y dejando aparte la vigilancia de los elfos oscuros, si os... declararais no conforme con el mando, ¿cuántos hombres os seguirían?

—Yo creo que casi toda la legión, pero habría que hacerles saber que su majestad Irmorë, que en gloria viva, está embarazada.

—Si los bardos lo anunciasen, ¿la gente lo creería? —inquirió Daradoth.

—Sí, creo que sí.

—Pero de momento, habrá que ser cautelosos con esta información. No queremos que los elfos oscuros intenten asesinar a la reina como lo hicieron con el rey.

—Aunque tarde o temprano lo intentarán —intervino Symeon.

—Si os parece bien, nos despediremos ahora, no quiero que noten vuestra ausencia en demasía. Volveremos a ponernos en contacto con vosotros, seguramente con el mismo método; que por cierto, os agradecería que me dijerais cuál es el mejor momento para hacer uso de él. Nosotros hablaremos con la reina para decidir los siguientes pasos, y contactaremos con otros generales.

Symeon volvió a intervenir:

—Solo una cosa más, ¿tiene Datarian planeado lanzar algún ataque en breve? 

—Lo está intentando, pero parece haber disensión entre los generales.

—Interesante, ¿alguno en concreto?

—Los generales Tybasten Seriann y Svadren Eniarac son los que parecen estar planteando más problemas. Tybasten es el más ferviente perseguidor de la Sermia imperial, pero tiene sus dudas. Svadren es el general de la cuarta legión, al este, la que está más cerca del contingente de elfos oscuros.

—Ya veo. —Mientras los soldados volvían a subir a sus caballos, Symeon continuó—: ¿Tenéis noticia de los enemigos que vienen desde el sur? Un contingente ha atravesado la frontera sin oposición, al menos seis mil efectivos, con cuatro mil jinetes de Semathâl al mando de generales de la Sombra. Están llegando a los Pueblos de la Seda.

—No, no sabía nada —el rostro de Berien se ensombreció mientras traducía las palabras a sus hombres y estos hablaban entre ellos, al parecer indignados—. Pésimas noticias, en verdad.

—Y que al parecer os han ocultado. Intentad propagar el rumor, que los soldados lo sepan y que llegue a oídos de sus generales. Los fieles a Sermia no pueden tolerar tal cosa. 

—Por supuesto. Y esperaremos noticias vuestras, preferiblemente por la mañana a primera hora para evitar testigos indeseados. Espero que no se demoren mucho.


De vuelta a Doedia, se reunieron en privado con Ilaith y la reina, para evitar posibles espías. Les narraron todo el episodio con el capitán Berien y su éxito en el contacto. Les hablaron de la disensión entre los generales y de la conveniencia de contactar lo antes posible con Tybasten y Svadren, y de lo más importante:

—Debemos hacer saber a todo el mundo que estáis embarazada, majestad. Necesitan saber que hay un heredero legítimo para que den el paso adelante. Y la mejor forma de hacerlo es recurriendo a los bardos. 

—Los rumores ya están en marcha —dijo Symeon—, pero será necesaria una confirmación oficial.

—No sé si es una buena idea —dijo la reina palpando su vientre—. Esos elfos oscuros son peligrosos.

—Os protegeremos, mi señora, perded cuidado —aseguró Daradoth.

—¿Qué opinas sobre esto, Yuria? —preguntó Ilaith.

—Que es necesario si queréis levantar este asedio antes de que lleguen los invasores desde el sur.

Ilaith asintió, y ella e Irmorë intercambiaron miradas durante unos segundos.

—Sea, pues —dijo por fin la reina—. Adelante; ya habéis mostrado vuestra valía en varias ocasiones, y de hecho deseo nombraros Grandes del Reino, así que confío en vosotros plenamente, igual que Ilaith. Quiera la Luz protegernos.

Se despidieron, prestos a asearse y a vestirse con sus mejores galas para asistir al funeral del rey.

Funeral del rey Menarvil I

 

La ceremonia fue especialmente emotiva, con los bardos cantando canciones de duelo que hicieron acudir lágrimas a los ojos de casi todos los presentes. Yuria, Galad, Symeon y Daradoth se miraron, más convencidos que nunca de su importancia en la partida de ajedrez que se estaba jugando en Aredia. Parecían elevarse sobre la escena; cuatro héroes de la antigüedad, cuatro adalides de la Luz dispuestos a sacudir el mundo hasta los cimientos si era necesario para acabar con la influencia de Sombra. Los ojos verdes de Yuria, los azules de Daradoth, los grises de Galad y los pardos de Symeon rebosaban de convicción y poder. Casi podían ver cómo Luz provocaba pequeñas chispas en sus iris, cómo todo se torcía a su alrededor por la  pura fuerza de su voluntad...

La voz de la reina los sacó de su ensoñación. Por un momento, habían olvidado dónde se encontraban.

—...pero no todo son malas noticias. La Luz, en su infinita gracia, permitió que la semilla de Menarvil arraigara en mi vientre, y llevo en él el fruto de nuestro amor. ¡Sermia tiene un heredero legítimo!

La multitud congregada guardó silencio unos segundos, hasta que la duquesa Sirelen exclamó:

—¡Salve, Irmorë, reina regente! ¡Salve, Sermia! ¡A la victoria!

La audiencia estalló en rugidos y vítores, exultante por la noticia. Ilaith sonrió a Irmorë, pero esta no le devolvió el gesto, majestuosa y solemne ante sus súbditos.


miércoles, 2 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 25

Calma tensa

Durante la noche, Daradoth estableció contacto con el Vigía a través del Ebiryth. Aunque le costaba reconocerlo, las palabras de Ilaith sobre la búsqueda de alternativas para solucionar el problema de los Erakäunyr habían hecho mella en él y habían sembrado la duda sobre la utilidad de la búsqueda de un ritual que podrían perfectamente no encontrar nunca.

Al cabo de pocos minutos, entablaba conversación con Irainos:

—Mi señor, quería preguntaros acerca de las guerras de la Era Legendaria, sobre el enfrentamiento con los Erakäunyr en las Guerras Taumatúrgicas.

—Por supuesto, os contestaré en la medida de mis posibilidades —acordó el anciano.

—Como sabéis, estamos inmersos en plena búsqueda del ritual para restaurar el alma de Ecthërienn, pero hasta el momento no hemos tenido éxito, y empezamos a dudar de si alguna vez lo tendremos. Además, hay muchas situaciones urgentes y, por ese motivo, estamos evaluando otras... alternativas.

—Ya veo. Adelante.

—Quería saber si en la Era Legendaria existían los paladines tal y como existen hoy. Paladines de Emmán y paladines de Ammarië, al menos.

Irainos guardó silencio durante unos segundos.

—No sé si podré responder a eso con todo el rigor necesario. Yo nací al final de la Era Legendaria y no participé directamente en las Guerras Taumatúrgicas. Lo que sí sé es que los humanos aparecieron cuando ya habían transcurrido dos siglos de la Segunda Guerra, y sus llamados paladines parecen distintos de nuestros clérigos elfos. No creo que existieran como tal en aquella época, pero no puedo asegurarlo.

—Muy bien, gracias por vuestra ayuda. Solo una cosa más. ¿Podríais preguntar a Eraitan con ayuda del Ebiryth esto mismo? Él estuvo en las Guerras Taumatúrgicas, y por lo que dijo, también presente cuando los Erakäunyr aparecieron, quizá pueda aportar algo más.

—Por supuesto, contactaré con vos en cuanto sepa algo.

Terminada la conversación, Symeon aprovechó para visitar el mundo onírico por primera vez en varias jornadas. Todo parecía normal, y no detectó ninguna presencia extraña, así que volvió a la vigilia, agotado, y todos descansaron después de una agotadora jornada.

El día siguiente fue agitado para Yuria, reparando y organizando las defensas de la ciudadela. Afortunadamente, los enemigos debían de estar lamiendo sus heridas y todo estaba más o menos tranquilo excepto por alguna escaramuza. Pronto por la mañana se reunió de nuevo el consejo, con todos los presentes del día anterior y alguno más. Una delegación de guardias informó sobre la situación del enemigo: al parecer, se encontraban construyendo empalizadas rodeando el perímetro de la ciudad para impedir la entrada y salida de personas o suministros.

—Todavía no tenemos noticias de disensiones entre los enemigos, pero estoy seguro de que ha de haberlas.

Todos estuvieron de acuerdo en que había que explotar la disensión provocada por la muerte del rey, como ya habían discutido el día anterior. Unos y otros evaluaron cuál sería la mejor manera de hacerlo.

Finalmente, Galad propuso algo:

—Tenemos más de un centenar de prisioneros. Con el pretexto de que no tenemos alimento para ellos, liberemos a algunos mostrándoles previamente el cadáver del rey, de los corvax y de los elfos oscuros. Así podrán esparcir la noticia y madurar la situación.

Todo el mundo se mostró de acuerdo, y Yuria añadió:

—Esperaremos dos jornadas tras la liberación, y después intentaremos mover a algunos a que recuperen su lealtad.

Y así lo hicieron. El propio Galad y Anak Résmere acompañaron una ochentena de prisioneros en su revelación acerca de la muerte del rey y de los engendros parecidos a cuervos. Acto seguido, tras un furioso discurso del paladín en el que les acusaba de haber servido a la Sombra, fueron liberados.

Más tarde, el sustituto de Wolann al frente de la legión que se había unido a ellos, Svarakh, fue convocado al consejo para evaluar sus intenciones y renovar sus votos de lealtad. A pesar de su aspecto de vikingo y su rostro lleno de cicatrices, pronto quedó clara su nacionalidad cuando habló estigio con un perfecto acento. No pareció estar especialmente incómodo ni albergar segundas intenciones, de hecho manifestó su desconfianza por los nuevos aliados de Datarian, así que se sintieron satisfechos cuando juró su lealtad a la reina Irmorë.

Unas horas más tarde, aprovechando la luz del sol poco después del mediodía, el grupo se embarcó en  el Horizonte, que se encontraba anclado al patio de armas, con los paladines vigilando desde la altura. Su intención era sobrevolar los campamentos enemigos para localizar las agrupaciones de comandantes; de esa manera, podrían enviar mensajeros directamente cuando los rumores sobre la muerte del rey se hubieran extendido lo suficiente. El ojo experto de Yuria, con ayuda de su lente ercestre, le permitió identificar rápidamente los centros de mando de los campamentos desde una altura segura.

—Veo algo —advirtió—. Una especie de comitiva se está moviendo. —Se quedó en silencio durante unos momentos, ante el nerviosismo de los demás—. Yo diría que los comandantes de las distintas legiones se están reuniendo en el campamento de Datarian. 

Se plantearon algún tipo de acción contra el cónclave de generales, pero realmente era imposible hacer nada sin riesgo de perder el Horizonte y quizá sus vidas.

—Además —añadió Galad—, tampoco estamos seguros de que estén reunidos para organizar un ataque o porque hay disensión en sus filas. No podemos arriesgarnos a perder a aquellos que duden y que se unan ante un ataque repentino.

Así que volvieron a anclarse sobre la ciudadela y descendieron de nuevo para reunirse con el consejo e informarles de lo que habían visto. Se volvió a evaluar la posibilidad de formar un grupo de incursión al mando de Daradoth para acabar con los generales, pero se volvió a desechar la idea.

El día siguiente decidieron intentar contactar con las dos legiones fieles que se aproximaban hacia la ciudad.  Para ello, embarcaron en el Horizonte una veintena de paladines (con el permiso de Davinios), un grupo de ballesteros y cuatro mensajeros. Estos viajarían en parejas hacia el sur y hacia el noroeste para intentar encontrarse con las legiones.

No obstante, a última hora, Galad, Symeon y Daradoth decidieron embarcarse y acompañar a la tripulación para asegurarse de que todo salía bien.

Transcurridas unas decenas de kilómetros volando a una altura segura, Daradoth avistó algo.

—Mirad allí —anunció al resto, señalando—. ¿Veis aquello?

—Sí —conestó Symeon—. Son media docena de pesonas, con librea de Sermia... ¿están agitando los brazos para llamar nuestra atención?

—Pues sí, eso parece.

 Descendieron hacia el grupo de soldados, que viajaban a caballo, aunque en esos momentos todos estaban con el pie en tierra. Uno de los caballos parecía muerto, seguramente de agotamiento, dada la espuma que emanaban sus ollares.

El rostro de los soldados traslució una gran sorpresa cuando reconocieron a Symeon, Galad y el ínclito lord Daradoth. Los seis se inclinaron, hincando una rodilla en tierra. Estaban visiblemente exhaustos.

—Mis señores, vuestras hazañas han llegado hasta nuestros oídos, y debo decir que es un honor estar en vuestra gloriosa presencia.

Daradoth miró a sus compañeros. «En verdad hemos cambiado en este último año. Galad está magnífico con su túnica y ese poderoso cuerpo, y Symeon parece haber vivido dos vidas, majestuoso con la diadema y el bastón. Espero que yo me vea al menos tan imponente como ellos».

—Levantaos, por favor —dijo Galad tras unos segundos de sorpresa—. Por lo que veo, viajabais con una premura fuera de lo normal; ¿acaso tenéis nuevas urgentes que transmitir?

—Mi nombre es Erilim, señor, oficial del condado de Eraben, cuyas fuerzas que guardan la frontera sur. Y me temo que traemos trágicas noticias. La frontera ha caído. Un poderoso contingente se acerca desde el sur, y tememos que se dirigen a saquear y arrasar los Poblados de la Seda.

—Maldita sea —espetó Daradoth—, solo nos faltaba esto. ¿Quién compone el contingente?

—Al menos cuatro mil jinetes de esos bárbaros de Semathâl, acompañados de ástaros y de gentes extrañas del sur. Además, se nos informó que alguien vio criaturas parecidas a elfos, pero con la tez oscura, entre ellos.

—¿Cuántos diríais que son en total?

—Estimamos su hueste entre seis mil y nueve mil efectivos.

Todos rebulleron inquietos.

—Está bien, acompañadnos —zanjó Daradoth—. Embarcad en el Horizonte, creo que los cinco corceles también cabrán en la bodega.

Una vez acomodados todos el el dirigible, informaron a los recién llegados de la situación en Doedia, y se alejaron un poco más para dejar a los mensajeros. Las órdenes eran que las legiones se reunieran en un punto determinado al suroeste de la capital. 

—Si por algún motivo —les advirtió Symeon— no conseguís dar con los contingentes aliados, dirigíos hacia Tarkal y dad aviso. Esperad allí nuestro retorno.

Un par de horas después se reunían de nuevo con el consejo en el palacio de Doedia, provocando desesperación en algunos cuando refirieron las noticias del ejército invasor procedente del sur. 

—Según mis cálculos —dijo Yuria—, con ese tamaño de ejército, tardarán en llegar a Doedia al menos un mes. Mínimo cuatro semanas. pero en el camino seguramente saquearán y arrasarán, cosa que tampoco queremos. Y seguramente, una vez nos sobrepasen, seguirán hacia el Imperio Vestalense.

—Efectivamente —coincidió la reina.

—El aspecto positivo es que podemos aprovechar esta información para instar a los dubitativos a que abandonen a Datarian —abundó Symeon—. No padezcáis, no permitiremos que Sermia sucumba a la Sombra.

—No estaría mal averiguar cómo retiene Datarian a los generales. Doscientos elfos oscuros no parecen suficientes para intimidar a seis legiones...

—Lo que es urgente de verdad es convocar un parlamento —Galad, pragmático como siempre, interrumpió la divagación de Yuria—. O. más bien, provocarlo.

—Pero no veo la forma de hacerlo —objetó Daradoth.

Discutieron largo y tendido sobre cómo acercarse a alguno de los campamentos más alejados de Datarian para intentar hablar con los generales.

Finalmente, Ilaith tomó la palabra.

—En mi opinión, los generales todavía no han traicionado al duque debido a que los elfos oscuros los deben de amedrentar de alguna forma. Quizá podríamos concentrar un ataque contra ellos.

—Entonces, nos convertiríamos en la parte agresora —objetó Yuria.

—Aun así, creo que ganaríamos más de lo que perderíamos.

—Pero el acercamiento sería demasiado peligroso. No lo descarto, pero no veo el modo aunque carguemos el Horizonte de paladines —dijo Galad—. Yo creo que durante el día de hoy deberíamos dedicarnos a vigilar bien sus movimientos para averiguar cuáles de ellos son más receptivos.

—Y quizá aprovechar el funeral de su majestad para confirmar los rumores y aumentar la disensión —sugirió Symeon.

Así lo decidieron. El día siguiente, durante el sepelio del rey Menarvil, el Horizonte sobrevolaría Doedia para intentar detectar algún movimiento delator en los generales enemigos. Antes de eso, esa misma tarde, el cuerpo del rey sería mostrado en los jardines de palacio para que "quien así lo quisiera" (como bien gritaron los bardos a los cuatro vientos) pudiera presentar sus respetos. Las campanas tañeron incesantemente hasta el atardecer, mientras el Horizonte, con el grupo embarcado, sobrevolaba la ciudad para detectar movimientos entre los contrincantes.

—Mirad esto —espetó Yuria en un momento determinado, y tendió la lente ercestre a los demás.

 Allá abajo, desde el campamento del oeste, un soldado hacía señales luminosas con un cristal o algo parecido, intentando llamar la atención de la tripulación.

—Seguro que quieren reunirse con nosotros —dijo Symeon, convencido.

El errante le devolvió las señales con su diadema, para que supiera que estaban enterados.

 


jueves, 29 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 24

Llega Ilaith

Tanto entre las filas enemigas como en las amigas cundió la sorpresa, y hubo algo de pausa en el enfrentamiento armado. Galad oía claramente fanfarrias y una especie de susurro celestial allá en lo alto.

Yuria sintió un escalofrío de alegría cuando la silueta de un dirigible se recortó contra el cielo. «Ese es el Nocturno, sin duda», pensó, exultante. Pocos segundos después, una segunda silueta salió del contraluz del sol, un segundo dirigible bastante más grande que el primero, que no reconoció. «Seguro que es el Horizonte, que dejé construyendo». Se giró hacia sus soldados.

—¡Que vuelen los corazones! ¡Luchad ahora! —rugió—. ¡Son las fuerzas de Ilaith que acuden en nuestra ayuda! ¡¡Luchad!! ¡Por Sermia! ¡Por la Luz!

Los guardias reales y los soldados alrededor gritaron, emocionados, y se lanzaron con renovado ímpetu contra el enemigo. Los bardos sermios entonaron canciones de guerra que pronto fueron secundadas por las gargantas de los defensores. 

Los cuervos ya no favorecían la lucha de los asaltantes, pues se habían elevado para enfrentarse a los dirigibles, en los que se podían ver restallar lenguas de fuego sin duda provocadas por artefactos enanos.

Symeon, Galad y Daradoth aprovecharon para tomarse un respiro. Las heridas y el agotamiento los hacían resollar.

Pocos segundos más tarde, una nueva estrella fugaz impactaba sobre un segundo corvax, y el tercero de ellos caía desplomado sobre los edificios del exterior sin causa aparente. 

—¿No escucháis esa música celestial? —dijo Galad, sin esperar respuesta—. Ha traído a los paladines. Menos mal.

Solo quedaba un corvax en el aire. Su jinete lanzó un hechizo contra el Nocturno, sin un efecto aparente. Segundos después, otra estrella ardiente caía del cielo envuelta en luz dorada. Explotó sobre el monstruoso cuervo y... no tuvo ninguna consecuencia. El pájaro desvió un poco su rumbo, pero poco más. Con una acrobática maniobra, redirigió su rumbo y atacó el globo del dirigible con su pico. 

De repente, Daradoth vio algo desde la muralla oriental. Dos figuras humanoides se elevaban volando raudas hacia el primer dirigble, el más pequeño. 

—Dos elfos oscuros vuelan hacia los dirigibles —anunció a sus compañeros—. Voy para allá.

Haciendo uso de su velocidad y saltos sobrenaturales, en unos pocos segundos Daradoth se encontraba ya en lo alto de la muralla oriental, dirigiéndose hacia los ballesteros con palabras básicas en sermio:

—¡Atención! ¡Disparad a esas dos figuras que vuelan!

Debido al fragor del combate, tuvo que insistir varias veces hasta que llamó la atención de los ballesteros lo suficiente. Al reconocerlo, los soldados obedecieron al instante, pero los elfos oscuros se encontraron pronto fuera del alcance de sus armas.

El corvax restante atacó por segunda vez al gran dirigible con sus enormes garras, haciendo que el ingenio se balanceara de forma peligrosa. De hecho, un par de personas cayeron por la borda al vacío. Pero los paladines pudieron reaccionar y una nueva estrella llameante se abatió sobre el monstruo. Con idéntico resultado a la anterior; aquel cuervo y su jinete parecían inmunes a los hechizos sagrados de Osara.

Viendo la inmunidad del último cuervo, los dirigibles empezaron a descender, en previsión de posibles accidentes. Desesperado, Daradoth vio cómo los elfos oscuros desaparecían tras el globo del Nocturno. Poco después, este empezaba a descender a toda velocidad, entre los gritos de alarma de su tripulación y lenguas de fuego que intentaban hacerlo flotar desesperadamente. El jinete del corvax lanzó una bola de fuego sobre el Horizonte, que explotó y seguro causó destrucción a bordo, aunque desde el suelo era imposible apreciarlo.

En la muralla occidental, una sombra que descendía llamó la atención de Symeon. El Nocturno bajaba a una velocidad que a todas luces parecía excesiva hacia la parte interior de la muralla. El errante avisó a voz en grito a todos los que se encontraban alrededor, que corrieron para evitar ser aplastados por el ingenio volador. En lo alto del dirigible se veían lenguas de fuego salir despedidas sin cesar. Los enanos trataban de estabilizar el vuelo, y por suerte lo consiguieron en parte, aunque no pudieron evitar un fuerte impacto contra un edificio al aterrizar, que dejó a varios tripulantes aturdidos o incluso inconscientes. En la proa, Aznele Erevan, la capitana de los paladines de Osara, se hizo claramente visible, rugiendo órdenes hacia sus leales.

Daradoth vio desesperado cómo el dirigible más pequeño se estrellaba con gran estrépito contra el suelo, mientras que poco antes los elfos oscuros ya lo habían abandonado para dirigirse hacia la otra nave. En lo alto, los enanos disparaban lo más rápido posible sus ballestas pesadas contra el corvax, una y otra vez, hasta que finalmente se hicieron notar y el monstruoso pájaro se retiró, herido. Pocos segundos después, uno de los elfos oscuros parecía detenerse en el aire y caía desplomado al suelo, hacia una muerte segura. «Por fin los paladines los han visto», pensó Daradoth, con una sonrisa despiadada. El segundo elfo, al ver que su compañero caía, pareció pensárselo mejor y cambió su rumbo, dirigiéndose hacia la muralla oriental, prácticamente por encima de Daradoth y los ballesteros. Iba deprisa, pero aun así había que intentarlo, y el elfo dio la orden de disparar. Uno de los virotes lo alcanzó, pero solo con una herida superficial, así que escapó para unirse al grueso de sus tropas.

El Horizonte descendió hasta encontrarse a pocos metros de altura, y ya pudieron ver la figura de Davinios concentrada y brillando con una luz plateada en la proa. Algunos paladines ya habían quedado inconscientes por el esfuerzo de los enlaces, pero el amigo de Galad seguía estoicamente concentrado y ayudando a los soldados en combate. En la popa reconocieron a Khain Malavailos, uno de los maestros de la esgrima guardianes de lady Ilaith. Haciendo uso de escalas, Malavailos, dos de sus compañeros, y varios soldados y enanos descendieron a tierra, incorporándose al combate. Los enanos hicieron buen uso de sus ingenios lanzafuego, y los maestros de esgrima se lanzaron  a segar enemigos en su danza mortal.

Dos  horas más tarde, los cuernos enemigos sonaban, instando a la retirada, y los vítores se extendieron por doquier. Yuria se apresuró a dar las órdenes pertinentes para que los defensores no se relajaran y sellaran lo más rápido y efectivamente posible las brechas en la muralla. Cuando tuvo a todo el mundo trabajando en ello, entonces se permitió relajarse —«maldita sea, estoy agotada»— y acercarse al dirigible Horizonte, que había aterrizado hacía unos minutos. Una sonrisa acudió a su rostro cuando reconoció a lady Ilaith entre los maestros de la esgrima y sus propios amigos. Galad tenía el brazo estrechado con su amigo Davinios y, para su sorpresa, ¡el archiduque Galan Mastaros de Ercestria también se encontraba entre los presentes! Se detuvo ante la canciller de la federación en una respetuosa reverencia, pero ella se acercó para darle un abrazo, lo que cogió a Yuria por sorpresa.

Ilaith Meral, Canciller de la Federación de Principes Comerciantes

—Cómo me alegro de verte, Yuria —dijo sinceramente—. Cuando recibí vuestra carta, pensaba que todo estaba perdido y que llegaría muy tarde, por suerte no ha sido así.

Yuria le devolvió el abrazo. Aquella mujer se lo había dado todo en el momento en que no tenía nada. A ella y a sus compañeros, y al menos ella se lo iba a agradecer sin ambages.

—Disculpad nuestra enorme demora, mi señora —dijo por fin Yuria cuando deshicieron el abrazo—, pero cuando os expliquemos los pormenores de nuestro viaje, comprenderéis que no hemos tenido más remedio.

—Por supuesto, por supuesto. Ya sabes que confío en ti más que en ninguna otra persona, Yuria —la ercestre sintió cómo su ego se henchía—, y estoy segura de que no habéis tenido más remedio que dar... un rodeo. —Volviéndose un poco para dirigirse al resto del grupo, añadió—: Son muchas las cosas que tenemos que poner en común, pero antes necesitáis un descanso. Estáis agotados.

Yuria se acercó al oído de lady Ilaith y susurró:

—Estoy exhausta, pero debo deciros sin demora solo dos cosas: el rey ha muerto,  y la reina está embarazada.

Ilaith intentó que en su expresión no se notara la tristeza y, al mismo tiempo, la alegría que sentía en esos momentos. Apretó los dientes, hizo un leve gesto de afirmación con la cabeza, y volvió a instarlos a retirarse para reposar. No pudieron estar más de acuerdo. Se dirigieron a sus aposentos para tratar sus heridas y descansar unas horas. Poco después se enterarían, con gran pesar, de que Wolann, el esthalio comandante de la legión sermia, había fallecido en combate. Uno de sus lugartenientes había tomado el mando: Svarakh, hermano gemelo de otro de los lugartenientes, Svalann.

Pasadas unas seis horas, con la noche ya caída y lo suficientemente refrescados, el senescal Stenar les informó de que su majestad y lady Ilaith los esperaban en la sala del trono. Se vistieron convenientemente y junto con Faewald se dirigieron hacia allá, dejando a Taheem descansar con el muñón de la muñeca ya limpio y vendado. En el camino, todos aquellos que se cruzaban con ellos, soldados, sirvientes o nobles, se detenían para hacerles una reverencia e incluso darles las gracias. Muchos soldados se cuadraban y hacían el saludo marcial.

—No puedo evitar sentirme incómodo con esto —murmuró Galad, devolviendo leves inclinaciones de cabeza.

—Yo también —susurró a su vez Symeon—, pero piensa que en realidad, está bien merecido.

—Por supuesto que está bien merecido —abundó Daradoth—. Sin nosotros, esta ciudad habría caído irremediablemente.

Daradoth había cambiado mucho en los últimos meses. Parecía despiadado e irrefrenable. Ahora mismo, era el único de ellos que llevaba su arma encima, cruzada en la espalda, y se movía como si fuera el amo del lugar.

—Pero, Daradoth... —empezó Symeon. Tuvo que callar, pues los senescales avisaban de su llegada a la sala del Trono del Lobo.

 En la cabecera de la mesa del consejo se sentaban la reina Irmorë, con los ojos enrojecidos, lady Ilaith, compungida, y la duquesa Sirelen. Más allá se encontraba el archiduque Galan Mastaros, el conde Hannar, un par de nobles mas, Anak Résmere, Aznele Erevan, Davinios, y el capitán de la guardia, sir Garlon. Este último se puso en pie en cuanto pisaron la sala. Al instante, le siguió la duquesa Sirelen y el resto de nobles. También Anak.

—¡Salve! ¡Salve a los héroes de Doedia! —gritó sir Garlon.

—¡¡Salve!! —gritaron los nobles, senescales y guardias, a pleno pulmón—. ¡¡Salve!!

Acto seguido, los guardias de la sala repiquetearon en el suelo del salón con sus alabardas, los senescales con sus bastones y los reunidos en la mesa, golpearon con sus manos. Yuria e Ilaith intercambiaron una mirada, la princesa sonrió. Galan se mesaba la perilla, al parecer algo sorprendido.

Cuando el bullicio cesó, Galad habló:

—Gracias por vuestra ovación, mis señores, pero no nos merecemos tanto.

—Allá donde estemos nosotros, la Sombra habrá de retroceder —terció Daradoth—. Es nuestro deber.

Acto seguido, se sentaron a la mesa tras serles ofrecido el asiento por la reina, que les dirigió unas palabras:

—No tengo palabras para agradeceros lo que habéis hecho por esta ciudad. Sin vosotros, yo misma estaría muerta a estas alturas. Sabed que tenéis mi agradecimiento, de corazón. —Evitó mencionar el bebé de su interior por el momento—. Sabed también que la Luz tiene un bastión fiel en Sermia mientras yo viva, y espero que por siempre. Y es mi deseo concederos el título de Grandes del reino, que se os otorgará con la ceremonia adecuada en cuanto el asedio se haya levantado, cosa de la que no dudo ni un ápice, y el funeral de su majestad Menarvil haya sido debidamente celebrado.

—Muchísimas gracias, majestad, nos sentimos muy honrados —agradeció Yuria, sabiendo que la reina debía de estar sufriendo lo indecible por su difunto marido.

Ilaith tomó la palabra entonces:

—Bien, tras los agradecimientos, es hora de que nos pongamos al día y discutamos los asuntos más urgentes. Su majestad y los bardos ya me han hablado de vuestras conferencias, Daradoth —Ilaith dirigió una mirada apreciativa al elfo, como intentando reconocerlo; «realmente Daradoth ha cambiado mucho estos meses», pensó Yuria, «Ilaith debe de estar evaluándolo minuciosamente»—, algo extraordinario; y también de lo que narrasteis en ellas. Por su parte, su señoría el archiduque Mastaros también me explicó vuestras vivencias en el Pacto. Pero la versión ha sido, cómo no, muy resumida, así que me gustaría escuchar los detalles de primera mano, pues yo esperaba que estuvierais ausentes como mucho durante un mes.

El grupo le explicó prácticamente todo lo que había ocurrido desde que habían dejado a Ilaith en Doedia hacía poco más de... ¿seis meses? Más o menos. Como la canciller ya se encontraba en antecedentes, la sorpresa no fue tanta; sin embargo, el archiduque Mastaros se mesaba cada vez con más fuerza la perilla, intentando aparentar indiferencia, pero visiblemente impresionado por las partes que desconocía. Por supuesto, evitaron mencionar a los gemelos herederos del Imperio de los que les había hablado Anak, y tampoco mencionaron la verdadera identidad de Eraitan, pero el resto lo narraron todo: el Vigía, la rebelión de Ginathân, la situación con el Cónclave del Dragón y sus colonias en el sur, los vulfen, los insectos demoníacos, la ordalía de los Santuarios de Essel, el Orbe de Oltar (que pusieron sobre la mesa), Ecthërienn, la coronación de Ginathân, la pacificación del pacto, el viaje en busca del ritual hasta los hidkas, después hasta las islas Ganrith, el extraño volcán que había allí, sus guardianes, las extrañas explosiones, los invasores ilvos de allende el océano, y por último su llegada a Doedia y lo acontecido allí.

—Impresionante —acertó a decir Ilaith. El resto de presentes intercambiaron miradas, rebullendo en sus asientos.

—Comprenderéis ahora lo importante de nuestra búsqueda y los retrasos que indefectiblemente han venido derivados —dijo Daradoth—. La victoria de Luz sobre Sombra es lo primero en estos momentos.

—Al menos, evitar la derrota —terció Symeon, no tan optimista.

—Sí, por supuesto. Para eso estamos todos aquí —aseguró la canciller—. Realmente, hablo por todos cuando digo que estamos sin palabras y que me alegro de teneros a mi servicio.

Daradoth hizo amago de rebatir esa última afirmación, pero se contuvo por el momento. Ya había dejado claros en su momento los términos de su acuerdo con Ilaith; «si es necesario, se los volveré a recordar, pero no aquí».

Yuria, por su parte, afirmó con la cabeza. «Es la persona adecuada para llevar a la Luz a la victoria, sus miras son amplias y su resolución, inquebrantable».

—Lo que debe quedar clarísimo aquí —continuó Symeon— es que, si no se detiene a esos.. Erakäunyr... —esperó la confirmación de Daradoth—, y el norte cae, toda Aredia lo seguirá. 

A continuación, fue el turno de Ilaith de ponerles al corriente. El principado de Armir había sido pacificado en cuestión de pocos días, y después rechazaron la invasión al principado de Ladris, aplastando a Mírfell entre sus fuerzas. Pero el principado de Undahl, aliado con la Sombra y reforzado con una flota de barcos negros, había resistido y seguía en posesión de las islas de kregora. 

—Verthyran Kenkad y Wontur Serthad no están muy contentos con la situación, pero por el momento, todo está estable. Deberíamos acabar con Undahl, pero informada de la situación exterior por el archiduque Mastaros, mi atención se ha desviado en los últimos tiempos hacia Esthalia. Creo que deberíamos intervenir en su conflicto, o, llamémoslo por su nombre, su guerra civil. Vosotros mismos sugeristeis hace unos meses la conveniencia de una alianza con la reina Armen, y allí envié a mi primo, cuya situación en estos momentos me es desconocida.

»Respecto a los dirigibles, ya he puesto a los tejedores a repararlos. Los dos ingenieros que han venido hasta Doedia, Gaidor y Aertenao, (que están deseando saludaros, Yuria) les han dado instrucciones para la reparación. El Empíreo no debería tardar más de dos o tres días en estar listo, y el Nocturno en no más de una semana. En Tarkal se está construyendo un quinto dirigible aún mayor y con armas de guerra, el Indómito, pero la tela especial se agotó. Creo que eso es todo respecto a la situación en la Federación.

—Ahora —intervino la reina— deberíamos hacer saber a todo el mundo que el rey fue asesinado por elfos oscuros fieles a Datarian. Eso debería hacer que muchas tropas desertaran o se rebelaran.

—Tendríamos que combinarlo con el ofrecimiento de perdón a los que cambien de bando —intervino Galad—. Y asumir el peligro de los traidores.

Se discutió a continuación de la posibilidad de organizar un grupo que se infiltrara en las filas enemigas (bajo el mando de Daradoth) y organizara una misión quirúrgica para apresar a Datarian, pero la presencia de los elfos oscuros convertía la misión en un suicidio, según palabras de Daradoth. De todos modos, el día siguiente, los cuarenta paladines de Emmán y los veinte de Ammarië estarían suficientemente recuperados para reanudar los combates.

—Hay más noticias —continuó Ilaith, tras unos segundos de conversación en voz baja con Irmorë—. Para los presentes que no lo sepáis aún, su majestad Irmorë lleva en su vientre al heredero de lord Menarvil, y eso nos da una nueva esperanza. 

—Y además, lo cambia todo —intervino Sirelen—, ya que, según la ley Sermia, ya no hay que buscar un heredero, sino que la reina pasa inmediatamente a ser la regente del reino hasta el nacimiento y la toma de posesión de su hijo. O hija.

—Corregidme si me equivoco —dijo el conde Hannar—, pero si el bebé resulta ser una mujer, tendremos un problema, ¿no es así?

—Nada que no se pueda remediar aprobando un par de leyes, por supuesto —contestó Sirelen con media sonrisa—. Tenemos nueve meses para prever tal situación.

—Bien. Tendremos que anunciar a todo el mundo la nueva situación.

—En otro orden de cosas —volvió a tomar la palabra Ilaith—, hemos acordado que Sermia y la Federación firmen un tratado de alianza total, con libre comercio, defensa, libre paso, y todo lo que sea necesario para derrotar a nuestros enemigos. Mañana mismo lo haremos oficial y se firmará. Al fin y al cabo, ya estamos aquí defendiendo Doedia.

«Otro peón más para contribuir a vuestra ascensión», pensó Daradoth. «Bien hecho». Ilaith continuó:

—Eso me lleva de nuevo a la situación en Esthalia, a la que creo que deberíamos prestar más atención, y tomar partido de forma más activa.

—Mi señora —la interrumpió Yuria—, no sé si habéis sido convenientemente informada, y si es así, disculpadme, pero la situación del Imperio Vestalense también es tal que podríamos aprovecharnos con poco esfuerzo de ella.

—Algo me ha detallado lady Sirelen, sí. Aun así, creo que contar con Esthalia entre nuestros aliados —«Queréis decir "subordinados", ¿verdad?», Daradoth seguía sonriendo muy levemente— nos favorecería enormemente. Esto nos permitiría a la vez llegar a Ercestria, que también está rodeada por multitud de enemigos.

—Aun así —intervino Galad—, siento contrariaros, mi señora, pero es cierto lo que hace unos momentos ha dicho Symeon. Tenemos que detener a esos insectos demoníacos. Si no lo hacemos, no habrá futuro.

—Ya veo. —Ilaith meditó unos segundos—. Pero, ¿estáis seguros de que nadie más puede encargarse de eso? ¿Y de que no hay ninguna otra alternativa? Además, por lo que contáis no habéis visto a esos insectos en persona, es posible que haya algún detalle pasado por alto. Me gustaría teneros a mi lado, y entiendo que la búsqueda de ese... ritual, puede llevaros de nuevo varios meses.

—Así es, puede que nos lleve algo de tiempo —dijo Yuria—, pues implica viajar a regiones bastante remotas de Aredia. Respecto a lo que decís...

—Nadie puede hacer esto más que nosotros, canciller —la interrumpió Daradoth—. Y las alternativas —miró a Symeon— parecen muy peligrosas o inseguras.

Ilaith miró a Yuria.

—Daradoth está en lo cierto, mi señora —confirmó.

—Aun así, me gustaría conocer esas alternativas, si es que las hay.

Dudaron durante unos momentos, y finalmente, Symeon dijo:

—Me temo que las alternativas se encuentran todas en vuestra cámara acorazada, mi señora.

—¿Qué queréis decir?

—La única alternativa que se me ocurre pasa por utilizar la espada verdemar, Nirintalath, la Espada del Dolor. O quizá la otra espada, la espada alada, Églaras. Son objetos muy poderosos, pero a la vez muy peligrosos.

—Demasiado peligrosos —puntualizó Daradoth—. Nuestra mejor oportunidad, ya probada en el pasado, es usar el Orbe, y para eso necesitamos el ritual.

Ilaith volvió a dirigir su mirada Yuria, que esta vez afirmó en silencio.

—Aun así, no puedo creer que no haya más alternativas, Yuria, sobre todo para alguien con una mente científica como la vuestra. ¿Acaso el fuego no los quema? ¿El ácido no los corroe? Y Galad —se giró hacia el paladín—, ¿no decís que son demonios? Los paladines deberían poder expulsarlos con sus poderes, ¿no es así?

—Lady Ilaith, escuchadme —Daradoth empezaba a perder la paciencia—. Esos insectos son engendros de la Sombra, y se enfrentaron hace miles de años a seres mucho más poderosos que nosotros, que apenas pudieron rechazarlos, después de mucho esfuerzo y pérdidas. No creo que sea tan fácil enfrentarse a ellos como sugerís. 

—Hablamos de demonios, sí —intervino Galad—, pero demonios a los que a la propia Sombra le cuesta traerlos hasta esta realidad.

Ilaith también parecía cerca de perder la paciencia.

—Pero, ¿lo habéis intentado? ¿Acaso había enlace entre paladines en aquella época? ¿Tenían un contingente de decenas de paladines de Emmán?

Todos guardaron silencio, reconociendo tácitamente que quizá Ilaith no anduviera errada del todo.

—Son alternativas que pueden ponernos en peligro...

—Más peligroso es jugarlo todo a una carta, existiendo varias posibilidades. Pero, en fin, estamos todos agotados; así que supongo que tendremos que retomar esta conversación mañana.

 

Una vez acabada la reunión y que los presentes se habían retirado a descansar (pues era bien entrada la noche ya), Ilaith se reunió durante unos minutos a solas con el grupo, para felicitarlos y agradecerles personalmente que hubieran protegido a la reina y su bebé.

—Menarvil e Irmorë son.. era... como hermanos para mí, así que os lo agradezco fuera de toda medida.

—Perded cuidado, mi señora —dijo, devota, Yuria—, era nuestro deber.

Tras unos segundos de silencio, Symeon intervino:

—Lady Ilaith, quería preguntaros por la situación con la caja acorazada de Tarkal. Hace unas semanas detecté una perturbación onírica, y quería asegurarme de que todo estaba bien allí.

—Sí, que yo sepa, todo está bien, Symeon. Las espadas y los objetos de valor siguen estando allí. Nadie me ha informado de lo contrario. Como ya os dije, pasadas dos semanas de vuestra partida, pusimos un aro de kregora alrededor de la empuñadura de la espada, y no ha habido ningún problema.

—Muy bien, os lo agradezco.

Galad tomó su turno:

—¿Y la princesa Eudorya, mi señora? ¿Se encuentra bien?

Ilaith miró a Galad fijamente a los ojos durante unos segundos.

—Sí, hermano Galad. Eudorya ha resultado ser una princesa fuerte y leal, confío mucho en ella, y ha sabido sobrellevar la situación excelentemente. Por cierto —Ilaith puso más énfasis en sus palabras—, se prometió hace poco con el príncipe Nercier Rantor de Mervan, no le quedó más remedio debido a la presión. —Tras una breve pausa, añadió—: Os aconsejo que regreséis a la Federación cuanto antes, Galad, si no queréis que suceda algo que os haga infeliz.

Galad se estremeció, y afirmó con la cabeza:

—Gracias, haré todo lo posible por que así sea.


martes, 20 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 23

Una Estrella fugaz

La duquesa Sirelen salió también de las estancias situadas tras el trono, así como un par de las damas de compañía de la reina, y se precipitaron a consolarla por la pérdida de su esposo. Poco después irrumpían en la sala los dos bardos reales que se encontraban fuera, Anak y Stedenn, este último con la manga de su jubón manchada de sangre.

Entre tanto, en el exterior, Daradoth se había retirado del muro para contener la hemorragia de su pierna, con bolas de fuego estallando cada cierto tiempo en las almenas a sus espaldas. Yuria seguía rugiendo órdenes para dirigir los carros incendiados hacia los enormes animales que habían quebrado la muralla, mientras ella misma se aproximaba al combate e intentaba que la gente no huyera despavorida ante la visión de las monstruosas criaturas y las explosiones ígneas.

Daradoth apretó los dientes al ver la desbandada de soldados y guardias que huía de las murallas presa del pánico. Los primeros soldados enemigos empezaban a irrumpir en la ciudadela a través de las brechas abiertas. Quiso ayudar, pero de repente, se sintió desfallecer. Había perdido mucha sangre. «Tengo que encontrar a Galad». Preguntó a su alrededor, y alguien le indicó que Galad había corrido hacia palacio. Corrió hacia allá, tambaleante. Un guardia le informó de la incursión y la muerte del rey, así que intentó acelerar el paso.

Las andanadas de los cuerpos de ballesteros que resistían en las murallas seguían siendo inefectivas, y las campanas de la parte occidental de la ciudad comenzaron a tañer frenéticamente. «Maldición», pensó Yuria, «¿qué pasará ahora? No creo que toquen las campanas así por un mero ataque del ejército». Apenas había conseguido que un puñado de personas detuvieran su huida cuando otro estruendo sacudió la zona. Cascotes y mampostería salieron despedidos del muro sureste. El tercer mastodonte había abierto brecha por fin, destrozando los edificios que reforzaban la muralla. 

Por suerte, los primeros carromatos con el heno, leña verde y brea encendidos llegaban al frente, despidiendo abundante humo. Los soldados los empujaron con fuerza sobre las aberturas, asustando a los animales, que retrocedieron, y dificultando la visión y la respiración de los atacantes. Poco después, la batalla estallaba entre los dos ejércitos.

En palacio, a Daradoth se le cayó el alma a los pies cuando vio al rey inerte, a la reina llorando desconsolada, y a Taheem sin la mano izquierda. Puntos de luz aparecieron en su visión, y todo se tornó borroso; a punto estuvo de caer al suelo. Pronto, Galad inponía sus manos y rezaba una oración a Emmán, haciendo que el elfo se sintiera mucho mejor.

—Gracias, hermano, como siempre —tocó con su mano el hombro de su amigo, ya casi hermano, como había dicho, y a continuación se giró—: Lamento mucho vuestra pérdida, mi reina, pero la situación en el exterior es extremadamente comprometida. Debemos salir a ayudar a Yuria y los demás.

—Por supuesto —contestó la reina—. Y gracias. 

En el camino al exterior, Daradoth puso en antecedentes de lo que ocurría en las murallas a Anak Résmere, que se les había unido, a Galad y a Symeon. El errante manifestó sus temores:

—Todo parece perdido aquí. Si Emmán o la bendita Ninaith no intervienen en nuestro favor, debemos ir pensando en la forma de escapar con vida.Y llevarnos a la reina.

—El dirigible no está listo para salir, no veo cómo podremos hacerlo —contestó Galad.

Cuando salieron al patio exterior pudieron escuchar el toque de campanas de la parte occidental de la ciudad, y al obtener visión directa, pudieron ver cómo ya había soldados luchando en lo alto. Desde el muro sur, les llegó el estruendo cuando el gigantesco rinoceronte abrió brecha. Vieron el humo de los carros llameantes sobre los edificios. Daradoth salió como un rayo hacia allí, acompañado de Symeon y Galad, que elevó sus plegarias para inspirar coraje en todos los que le rodeaban. Detuvo así gran parte de la desbandada de soldados y guardias que habían huido de las murallas, dirigiéndolos hacia la brecha sur, por donde ya entraban soldados enemigos. Daradoth se lanzó hacia allí para intentar acabar con el jinete del rinoceronte.

Yuria sintió algo de alivio al ver aparecer a sus amigos otra vez, aunque el corazón se le congeló unos segundos cuando le informaron de que el rey había muerto. No obstante, tuvo que sobreponerse rápidamente y se alegró de que Galad hubiera acudido con aproximadamente un centenar de soldados para reforzar los muros. Se aprestaron para el combate de nuevo, mientras el elfo oscuro que comandaba al rinoceronte lanzaba un par de bolas de fuego a su alrededor, con poca efectividad gracias a la cantidad de humo y polvo que dificultaba la visión, y Daradoth saltaba por las ruinas de las caballerizas blandiendo a Sannarialáth, centelleante. 

Galad se dirigió a Anak:

—Intentemos encargarnos del otro jinete, ¿puedes afectarlo con una de tus canciones?

—Si nos acercamos los suciente, sí, podría intentarlo —contestó el bardo, dubitativo.

—Es suficiente para mí —Galad sonrió, pero su sonrisa no se transmitió a su mirada—. ¡Vosotros, conmigo! —exclamó, dirigiéndose a un grupo de soldados, que inmediatamente obedeció—. ¡Vamos a encargarnos de aquel! ¡No desfallezcáis, Emmán está con nosotros! ¡Proteged al bardo real! —En voz más baja, añadió—: Anak, no te separes de mí ni de Symeon.

Dejaron a los esthalios y la legión de Wolann enfrentándose a los invasores del sur, y se dirigieron hacia la primera brecha.

En la muralla sur, cuando Daradoth avistó al jinete, no pudo evitar que su visión se tornara roja de nuevo. Masculló algo, y saltó con un hechizo, acelerando de paso su metabolismo. Aterrizó sobre el lomo del animal, y agarrándose a una de las columnas de la casamata alzó a Sannarialáth, rechazando la naginata del elfo oscuro, que había buscado su abdomen. La resplandeciente espada élfica describió un arco que la vista no pudo seguir, y el pecho del elfo oscuro estalló en una explosión de luz plateada. Al caer muerto el jinete, el animal se agitó de repente, estrellándose contra el muro y retirándose. Daradoth se vio rodeado de repente del ejército enemigo; muchos de los soldados reccionaron dirigiendo sus arcos hacia el elfo, que por suerte consiguió reprimir su visión roja en un esfuerzo de voluntad titánico, y huir hacia el interior de la ciudadela.

En ese momento, Yuria, algo más alejada e impartiendo órdenes, vio una sombra por el rabillo del ojo que le llamo la atención. Miró hacia arriba. «Maldita sea, ¿aún hay más?». Un enorme cuervo negro, un corvax con los que ya se habían encontrado durante su periplo por el imperio vestalense, se precipitó sobre el patio de armas, remontando el vuelo mientras su jinete lanzaba un hechizo que hacía explosión donde debía de encontrarse el Empíreo. Dio la voz de alarma:

—¡Cuervos! ¡Cuervos gigantes arriba! ¡Proteged el Empíreo!

Daradoth, alertado por la explosión en el interior, alcanzó a ver al corvax remontando el vuelo. Sintió un latigazo de furia al verlo, y algo llamó su atención más allá. Dos manchas negras se aproximaban a lo lejos. Otros dos cuervos. «Dos brechas en en sur y el este, la muralla oeste a punto de verse superada, los malditos engendros lanzando bolas de fuego y los cuervos desde arriba». Apretando los dientes, descartó el pensamiento derrotista que le venía a la mente y se dirigió hacia el muro oeste para intentar acabar con el único jinete que quedaba a lomos de los rinocerontes. Más allá, por delante de él, el contingente de Galad y Symeon, al que se había unido Yuria, se encontraba en un enconado combate con las tropas enemigas tratando de ponerse a distancia de ataque de Anak Résmere, que prácticamente era arrastrado hacia allí en el seno del grupo mientras preparaba su canción de terror. 

En el límite de su visión, pudieron ver cómo el jinete de un corvax lanzó una lluvia de fuego sobre los soldados que trataban de llegar a defender el Empíreo.

Daradoth pasó como una exhalación sobre sus compañeros y saltó sobre el mastodonte al que intentaban acercarse, dispuesto a acabar con el elfo oscuro que lo comandaba. Pero esta vez no tuvo la misma suerte que en las anteriores. El elfo detuvo su ataque con su hoja, y el contraataque de la hoja impía se clavó en sus costillas, abriendo una fea herida y rechazándolo. Daradoth cayó inconsciente por el costado del animal.

Por suerte, y con ayuda de la distracción de Daradoth, Galad y los demás consiguieron empujar lo suficiente para que Anak se encontrara por fin a distancia de ataque. Bordeando el límite entre el canto y el grito, el bardo lanzó su melodía hechizada en forma de canción de guerra. El elfo oscuro, que se disponía a asestar el golpe de gracia a Daradoth, se detuvo al escuchar la voz. Un estallido de pánico sacudió su mente y, girándose bruscamente, hizo virar al enorme animal que comandaba, empujando y aplastando a sus propios soldados.

«Bien, esta brecha está controlada», pensó Yuria, mientras los guardias reales ganaban terreno hasta el muro. Se giró hacia el oeste, viendo los incendios  y los cuervos que ejecutaban mortales pasadas. En el sur, los Esthalios perdían terreno poco a poco. Daradoth había caído inconsciente sobre una pila de cuerpos, y Galad y Symeon parecían agotados, aunque el paladín y acorría hacia donde se encontraba el elfo para ayudarlo. Y en el exterior ya se escuchaba a las legiones de Datarian preparando el asalto a los muros con escalas. Ella misma se sentía desfallecer. «Esto es más de lo que podemos manejar». Aun así, volvió a rugir órdenes distribuyendo a las tropas hacia los puntos más débiles.

Symeon, apoyado en su bastón recuperando el aliento mientras Galad (obteniendo poder del bastón del errante) evitaba la muerte por desangramiento de Daradoth, también observaba a su alrededor. Susurró al paladín:

—Deberíamos ir pensando en un plan de escape, Galad. La cosa pinta mal, y no debemos dejar que apresen a la reina. Menos ahora que lleva al heredero de Menarvil en su vientre.

Se agachó cuando uno de los cuervos pasó peligrosamente cerca de ellos, y su jinete lanzó un hechizo sobre las tropas, que debido a ello cedieron algo de terreno en la brecha. Podía escuchar los gritos desesperados de Wolann y del capitán Garlon, rugiendo órdenes para mantener las líneas. Pero la muralla occidental cedía. Cuernos sonaban en señal desesperada de petición de refuerzos. Con Daradoth suficientemente recuperado y habiendo descansado unos minutos, corrieron hacia allá. 

Poco después de superar la plaza central de la ciudadela, una sombra se abatió sobre ellos; uno de los corvax se dirigía directamente a atacarlos, con los brazos de su jinete envueltos en un extraño fulgor mientras hacía gestos arcanos.

—¡Maldita sea! —gritó Symeon, alzando su bastón en un gesto de resistencia desesperado.

—¡Poneos tras de mí! —bramó Yuria. Pero no iban a poder hacerlo a tiempo.

—¿Escucháis eso? Como si...

Galad no pudo acabar la frase. Una estrella fugaz cayó del cielo con silbido sobrecogedor y un centelleo plateado. Estalló con gran estruendo sobre el negro cuervo y su jinete, prácticamente desintegrándolos.

Corvax impactado por una estrella


miércoles, 3 de julio de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 22

Asalto a Doedia. Una Muerte inesperada.

Aun con las alarmas oníricas de Symeon, el grupo decidió que a partir de entonces dormiría el máximo tiempo posible durante el día, con la intención de minimizar los posibles ataques a través del mundo de los sueños.

Por la mañana, en el patio se podía ver un ejército de costureros y pescadores que, siguiendo las instrucciones de Yuria, pasarían el día entero y parte de la siguiente madrugada reparando la tela del Empíreo. A lo lejos, los guardas informaban de que las legiones asediantes estaban organizando sus filas.

A mediodía, más o menos descansados, el grupo se reunió con el consejo para intentar encontrar una forma de explotar las dudas que podían haber surgido entre los comandantes de los enemigos durante la negociación y los posteriores discursos del rey y el paladín. Pero por más que le dieron vueltas, no encontraron ninguna vía de acción satisfactoria a priori. Cuando ya llevaban largo rato departiendo, Anak Résmere tomó la palabra:

—No quería plantear esta alternativa —dijo—, y a decir verdad, ni siquiera había pensado en ella hasta ahora, pero es algo que se menciona en el Ciclo de las Eras en muy contadas ocasiones. Y siempre en situaciones de extrema urgencia, como la que nos ocupa. La última vez fue en el año de la muerte de Estepias y Carelann, cuando el reinado del tercer monarca de la dinastía Argelan apenas acababa de comenzar...

—Disculpad la interrupción, mi señor Anak —le cortó la duquesa—, pero esa extrema urgencia que mencionáis...

—Ah, sí, sí, perdón. Perdonad mi divagación, mis señores, supongo que no puedo evitarlo. La alternativa de la que os quería hablar es reunir a todos los bardos de la Casa de los Héroes, y no solo a ellos, sino a cualquier bardo que podamos traer aquí de todos los rincones del reino, y emplear nuestras habilidades como armas contra nuestros enemigos.

Anak Résmere, bardo real de Sermia

 

—Lo que proponéis es una posibilidad realmente plausible, si conseguimos reparar el Empíreo y salir de Doedia —coincidió Galad.

—¿Y la posibilidad de recurrir a los Mediadores, ahora que están tan cerca? —sondeó la duquesa Sirelen.

El grupo al unísono descartó inmediatamente esta opción.

—Con todos los respetos, mi señora, la vía de acción propuesta por mi señor Anak me parece mucho más viable —contestó con la máxima educación Yuria, que a continuación se dirigió al bardo—: ¿Qué deberíamos hacer para ello?

—Pues habría que viajar hasta la Casa de los Héroes que, como sabéis, es el centro de nuestra organización —se refería a la organización de las Leyendas Vivientes y de la "iglesia" Sermia en general—, y a continuación convencer al consejo de la situación de emergencia que vivimos (cosa que no creo que fuera difícil, dadas las circunstancias). De esa manera, podrían cancelar temporalmente las normas éticas que prohíben tácitamente nuestra implicación en los conflictos armados, como ya os digo que ha sucedido raras veces en el pasado.

—Está bien, cuando el Empíreo esté reparado, valoraremos qué pasos dar.

A continuación, la actividad del consejo volvió a las tareas habituales de organización de la logística y la defensa. El resto del día y de la noche transcurrió tranquilo, con la pequeña multitud de zurcidores del dirigible trabajando sin descanso.

Al amanecer, las campanas de varias torres empezaron a tañir frenéticamente.

—¡Alarma! —gritaron los guardias—. ¡Asaltan la ciudadela!

Todos se activaron inmediatemente, algunos de ellos cansados por la falta de sueño al evitar dormir por la noche. Daradoth fue el primero que llegó al patio de armas. Atacaban por el este y el sureste, los puntos que Yuria ya había identificado como los más débiles. Escuchó un estremecedor impacto proveniente de uno de los muros, del que se desprendió polvo y tierra. El suelo parecía temblar. Los soldados y los guardias corrían a las almenas y a tomar posiciones defensivas.

—¡No descuidéis los otros puntos de la ciudadela! —rugió—. ¡Candann, Waldick, encargaos de eso! ¡Taheem, Faewald, proteged a los reyes!

Nada más gritar esto, Daradoth subió a la muralla de un descomunal salto, dejando a varios soldados con la boca abierta. Miró hacia el exterior y sintió un escalofrío. Tres enormes animales parecidos a rinocerontes pero mucho más enormes, más grandes que elefantes, con el cuerpo recubierto de placas y nudos, embestían contra los muros haciendo temblar el suelo con sus pasos. Una estructura de madera endurecida protegía a sus jinetes, a todas luces elfos oscuros.

Los guardias ya estaban preparando el aceite hirviendo, pero el animal más cercano se lanzó sobre el muro. Un golpe terrorífico sacudió toda la sección de muralla y los edificios anexos. Algunos de los guardias perdieron pie, y algo del aceite cayó sobre los soldado más abajo. Daradoth mantuvo el equilibrio a duras penas, con su visión tornándose roja por momentos. No lo pensó más, y con un bramido y una furia homicida se lanzó con otro salto sobrenatural a la estructura que había sobre el animal.

Galad y Symeon llegaron más o menos a la vez al patio de armas y corrieron hacia la muralla inmedatamente al sur de donde se encontraba Daradoth. Apenas habían recorrido unos metros cuando el muro pareció explotar con un poderoso impacto. Cascotes, tierra y polvo salieron despedidos hacia todas partes, hiriendo a los soldados y a los guardias de las almenas y del patio. Tras el polvo, apareció la enorme cabeza de uno de los monstruosos rinocerontes, que pareció quedar atorado y comenzó a cabecear a un lado y a otro, sembrando el pánico en los guardias cercanos. Alrededor de ellos, la gente pareció calmarse cuando el paladín y el errante hicieron notar su presencia urgiendo a la gente a calmarse. Por supuesto, los hechizos de Galad para calmar a sus aliados tuvieron también algo que ver.

A lo lejos, en los breves instantes que el sonido de las campanas les permitía escuchar, comenzaron a sonar cuernos. Los enemigos sabían que habían abierto brecha.

En el exterior, Daradoth esgrimió a Sannarialáth y como un relámpago de luz plateada, la espada cayó una y otra vez con una velocidad cegadora sobre el jinete del mastodonte acorazado, armado con una estilizada lanza. La lanza no le sirvió de mucho, pues Sannarialáth no tardó en perforar su yelmo con un estallido de luz y destrozar su cabeza. Acto seguido, el mastodonte se desmandó.

Mientras tanto, superando un mar de cascotes y de gente, Galad y Symeon llegaron por fin ante el monstruoso animal que intentaba derribar el muro completamente. Afortunadamente, se había quedado atascado y parecía que le iba a costar salir de allí. Pero sus cabezadas seguían acabando con guardias y soldados.

Tanto Daradoth como Galad y Symeon intentaron acabar con sus respectivos monstruos, que por otra parte recibían cada pocos segundos una andanada de virotes de ballesta, pero los mastodontes resultaron ser realmente dificiles de dañar. El elfo, herido levemente en la espalda por las sacudidas, finalmente desistió en sus ataques al animal —que por otra parte, ya no debía de representar peligro para el muro al no tener jinete que lo guiara— para buscar otros enemigos. Por su parte y con diferente suerte, Galad fue herido por los cascotes que el animal al que se enfrentaba lanzaba despedidos en sus desesperadas sacudidas, y no tuvo más remedio que retroceder.

Pocos momentos más tarde, el muro situado más al sur, batido por el tercer animal, reventaba con un estruendo ensordecedor y un aterrador estallido de cascotes, argamasa y tierra que hirió a muchos e hizo cundir el terror a su alrededor.

Daradoth, de nuevo sobre las murallas y con la visión roja ya contenida, advirtió cómo desde las bocacalles de los primeros edificios que se podían ver desde allí, empezaban a surgir tropas enemigas.

—¡Enemigos! ¡Enemigos al asalto! —gritó alguien desde las torres.

—¡Defended los muros! —rugió Yuria—. ¡Traed tropas del oeste! ¡Carlann, avisad a Wolann, que venga rápido! —El esthalio salió raudo hacia la parte occidental de la ciudadela—. ¡Preparad la brea! ¡Preparad la brea! ¡¡Traed aquellos carromatos!!

—¡Preparad la brea! —gritaron los oficiales, llegando a oídos de Galad y Symeon, que repitieron la orden a voz en grito.

En ese momento, Galad vio algo por el rabillo del ojo. Los guardias de una de las puertas secundarias del palacio real estaban sentados. Alguien los había colocado con cuidado, pero estaban muertos.

—¡Symeon! —gritó, señalando a varios soldados—. ¡Vosotros! ¡Venid conmigo, los reyes están en peligro!

Corrieron para allá.

En lo alto del muro, Daradoth evaluaba la situación, cuando de repente, un destello brilló muy cerca. Una bola de fuego explotó en lo alto, y soltó un leve gemido de dolor cuando su pierna fue afectada por el fuego. Se puso a cubierto, pues en ese momento se dio cuenta de que le dolía todo el cuerpo.

Desde el patio, Yuria pudo ver cómo se producían varias explosiones en la muralla, derribando varias decenas de guardias, algunos de ellos prendidos en llamas.

Symeon y Galad guiaron al grupo  de soldados a través de la puerta de los jardines de palacio y se internaron en el ala regia todo lo rápido de lo que fueron capaces, dirigiéndose a la sala del trono. Todos los guardias que encontraron por el camino estaban muertos o malheridos. Unos agónicos momentos después llegaban a la sala del trono del lobo. Atravesaron la puerta y se detuvieron para procesar la escena. Dos elfos oscuros yacían aparentemente muertos al pie de las escaleras. Faewald, herido, se inclinaba apoyándose en la ensangrentada espada sobre el cuerpo del rey, derribado e inconsciente. Taheem, con la mirada perdida, se encontraba reclinado en los primeros escalones, respirando con dificultad. Malherido. Con un escalofrío, Symeon se precipitó sobre Faewald.

Taheem miró a Galad, negando levemente con la cabeza. El rey había muerto.

El paladín sacudió la cabeza, y se centró en lo que podía controlar. Abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de que a Taheem le faltaba su mano izquierda, así que cerró su hemorragia y lo puso cómodo. Después, sanó las heridas del hombro de Faewald, y examinó al rey Menarvil. Ya no se podía hacer nada por él, así que elevó una breve oración por su alma. Mientras tanto, Faewald les explicó:

—Eran tres elfos oscuros, Taheem fue como un titán ante ellos, los contuvo, pero el rey se acercó demasiado, quiso luchar, y fue una mala decisión. Acabamos con dos de ellos, como veis, y el tercero huyó, herido.

—¿Y la reina? —inquirió Symeon, casi con ganas de llorar.

—Estoy aquí —dijo Irmorë saliendo de las sombras tras el gran trono. Lágrimas de dolor resbalaban por sus mejillas. Se agachó sobre su esposo.

Symeon se acercó a Galad.

—Tenemos que hacer que esto se sepa —susurró, con la voz ronca de rabia—. Esto debería hacer que el ejército se revuelva contra Datarian.


miércoles, 19 de junio de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 21

Un Anuncio inesperado. Intento de Salida.

Se retiraron rápidamente de la muralla principal y se reunieron de nuevo en la Sala del Trono, donde mantuvieron una breve conversación sobre el episodio de la negociación y el presunto ataque con el que había acabado todo abruptamente.

—Mi mayor preocupación —dijo en un momento dado Symeon— es la noche. Si esa presencia que detecté sigue estando presente y se pone de parte de los elfos oscuros, no tendremos posibilidades de resistir.

Tras unos momentos de valorativo silencio, Galad anunció:

—Creo que ha llegado el momento de hacer caso los sueños inspirados por mi señor. Si te parece bien, Yuria, usaré el Empíreo para viajar a Tarkal e intentar traer a Églaras.Y también a Davinios y cuantos paladines pueda traer.

—Si no hay más remedio y todos estáis de acuerdo en que es la única forma de salvar Doedia, por supuesto —contestó Yuria.

Plantearon la situación a los reyes y a los nobles. El plan inicial sería que Galad viajara con Suras, la tripulación y Taheem hasta Tarkal esa misma noche. Los monarcas plantearon sus reservas, pero no tuvieron más que palabras de agradecimiento y admiración hacia el grupo, que había hecho mucho más de lo que le hubiera correspondido en una situación como aquella.

—La presencia de los elfos oscuros lo cambia todo —dijo Daradoth en tono grave—. Sus habilidades abren la puerta a ataques sobrenaturales, y no podremos resistir eso sin ayuda.

Estas palabras terminaron de convencer a los reyes, que en  realidad no intentaron impedir el plan del grupo en ningún momento, y despidieron el consejo deseando suerte a Galad en su empresa.

Más tarde, con el sol ya descendiendo hacia el atardecer, el grupo fue convocado a presencia de los reyes. Pero no en la Sala del Trono, que habría sido lo habitual, sino en la antesala de sus aposentos. 

Galad, Dardoth, Symeon y Yuria pasaron con uno de los senescales, que a continuación dio orden a los sirvientes de desalojar la estancia.

—Nos tenéis en ascuas, majestades —dijo Yuria, viendo que habían quedado completamente a solas con los reyes—. ¿Qué deseáis?

La sonrisa del rey los tranquilizó.

—Hemos requerido vuestra presencia —dijo en voz baja, previniendo la presencia de oídos indiscretos— porque, aprovechando el viaje del hermano Galad, querríamos que transmitiera un mensaje muy importante a lady Ilaith. Un mensaje excelente.

—Por fin estoy encinta —dijo la reina, radiante.

El grupo se miró. «Vaya», pensó Symeon, con la mente de repente presa de una pléyade de pensamientos sobre la larga estancia de los reyes en el mundo onírico.

—Nuestras más sinceras felicitaciones, sus majestades —dijo Yuria, muy educada, secundada por el resto inmediatamente. «Si no hay imprevistos, eso resuelve el problema de la sucesión y evitamos problemas».

—No os preocupéis, haré todo lo que esté en mi mano para informar a lady Ilaith de las buenas nuevas —aseguró Galad.

Más tarde, Symeon se reunió a solas con Galad para sugerirle que Violetha abandonara el monasterio y viajara con él. Ninguno de los dos confiaba plenamente en lady Ilaith una vez que amasara una gran cantidad de poder, y Violetha podría tejer una red de influencia que los mantuviera al tanto de todo lo que ocurría. Pero finalmente, desecharon la idea: que el Empíreo descendiera al monasterio era una forma de llamar la atención sobre él que nadie deseaba. Violetha debería esperar junto a la reina élfica y los demás.

Esa misma noche, Daradoth dio la orden a través del Ebyrïth para que el Empíreo descendiera sobre el patio de armas de la ciudadela. Galad se despidió de su padre, quien por primera vez en mucho tiempo se sentía útil de nuevo, ayudando a Yuria en la defensa de la fortaleza. Garedh lo miró fijamente, y espetó:

—Pero no estarás pensando en ir tú solo, ¿verdad?

—La verdad es que no, me acompañará Taheem y la tripulación. Y tú.

—Ya sé que no irás solo, zoquete —Garedh sacudió la cabeza—, no puedes dirigir el chisme ese tú solo. Me refiero a otro nivel de "solo". Y sabes a lo que me refiero. A tus verdaderos compañeros de viaje. Alguno debería acompañarte, pues tengo un mal presentimiento. ¿Lord Daradoth, quizá?

Galad no quiso contrariar a su padre. Explicó la situación a sus amigos, y Daradoth se mostró de acuerdo:

—Sí, te acompañaré. Intuyo sabiduría en las palabras de tu padre, Galad. Y es muy posible que el viaje no sea apacible. 

Poco más tarde, ya caída la noche, mientras el Empíreo descendía entre la fina lluvia lo más verticalmente posible hacia el patio de amas, Daradoth, Galad y Taheem se despedían de sus compañeros. Daradoth entregó el búho de ébano a Symeon para que pudieran mantener el contacto durante el tiempo que durase el viaje, y una vez aprestadas las escalas ascendieron y abordaron la nave.

Unos minutos después, el Empíreo ascendía majestuoso hacia el cielo de Doedia, en una trayectoria diagonal que lo alejaría lo máximo posible de los ejércitos enemigos. Galad y Daradoth salieron del área iluminada por las numerosas fogatas y almenaras que Yuria había ordenado encender, y finalmente perdieron de vista entre la lluvia a sus compañeros y la ciudadela. El viento era suave y las gotas de lluvia, frescas y agradables. 

—Con suerte, en un par de días como máximo estaremos ya estacionados en Tarkal —anunció, optimista como siempre, el capitán Suras. Esta vez más animado si cabía, pues iba a retornar a su ciudad natal después de una prolongada ausencia.

El dirigible empezó a estabilizarse tras el ascenso. En ese momento, Garedh puso una mano sobre su hijo, llamando también la atención de Daradoth.

—Ssssssh —chistó, y añadió en voz baja—: ¿No oís eso? Como si hubiera alguien ahí fuera.

Daradoh y Galad afinaron el oído. El elfo no tardó en escuchar cómo allá arriba, alguien estaba rasgando la tela del dirigible.

—Están arriba —susurró, y en un fluido movimiento, desenvainando la espada, utilizó su hechizo de salto, que le hizo perderse de la vista tras la masa del globo aerostático.

Haciendo uso de la multitud de aparejos y cuerdas que rodeaban al globo trepó rápidamente pero con cuidado. Y no tardó en ver cómo un elfo oscuro (¡volando!) rasgaba trabajosamente la fuerte tela del dirigible con su cimitarra. No pareció darse cuenta de su presencia, así que Daradoth, que consiguió contener su visión roja, saltó de nuevo hacia él, describiendo un amplio arco con Sannarialáth. El brillo de la espada hizo que el elfo oscuro se girase poco antes del ataque, pero no bastó para salvarlo; Daradoth cortó limpiamente su brazo derecho con un destello de luz plateada. El engendro no pareció comprender lo que pasaba hasta que su espada y su brazo salieron despedidos; gritó y, perdiendo el conocimiento, cayó al vacío.

Por desgracia, Daradoth no había podido controlar su salto, y ahora se encontraba lejos del globo; llegó al punto culminante de su ascensión (¡desde donde vio a otro elfo oscuro cortando la tela al otro lado del Empíreo!) y emprendió la caída hacia el vacío. Afortunadamente, Garedh y Galad, asomados a la borda para ver si podían ver algo, lo vieron aparecer a tiempo y arrojaron una escalerilla a la que el elfo se pudo agarrar, chocando contra el casco con estrépito, pero ileso. Inmediatamente gritó:

—¡Hay otro elfo allá arriba Galad!

El paladín, su padre y Taheem empuñaron sus armas y se pusieron en guardia. El dirigible comenzaba a dar tumbos, pues el capitán Suras controlaba la altitud a duras penas por efecto de los daños causados por los elfos oscuros. 

Por el rabillo del ojo, Daradoth detectó un movimiento y un destello. Saltó a tiempo de evitar el ataque del enemigo, y esta vez no tuvo dificultad para aterrizar sobre cubierta, sobresaltando durante un segundo a Galad y los demás.

—Ojo avizor —advirtió—. Ha intentado matarme ahí abajo.

—¡Preparad las ballestas! —ordenó Galad a los tripulantes.

De repente, el capitán Suras gritó:

—¡Arrgh!

Y se oyó cómo caía sobre el suelo. El Empíreo dio un bandazo. El elfo oscuro volaba sobre el capitán con una cimitarra ensangrentada en su mano. Uno de los marineros acertó a disparar su ballesta contra él, pero falló el tiro.

Daradoth aumentó su velocidad mediante sus poderes sobrenaturales, y, con la velocidad de un parpadeo, subió al castillo de popa. Una de las escalerillas del dirigible obstaculizó por un momento el vuelo del elfo oscuro, lo suficiente como para que Daradoth pudiera lanzarse con Sannarialáth sobre él. El engendro se defendió cual gato panza arriba, pero la espada de los Santuarios de Essel probó su valía y cortó salvajemente el pecho del enemigo, que a continuación fue presa de su inercia y cayó por la popa.

Galad se precipitó lo más rápidamente que pudo a tratar la fea herida en la pierna del capitán Suras, mientras el Empíreo perdía altura rápidamente.

—¡Alguien que tome los mandos! ¡Egrenia! —rugió Taheem.

La navegante, que se había escondido cuando el elfo había atacado a Suras se precipitó sobre el timón, requiriendo la ayuda de Taheem y de algún otro marinero. Tras unos segundos de agonía en los que el dirigible se agitó violentamente y bajó de cota, por fin consiguieron estabilizando.

—¡Vamos, hacia la ciudadela de nuevo! —rugió alguien.

Egrenia consiguió cambiar el rumbo del Empíreo y volver hacia la ciudadela sin perder demasiada altura, mientras allá abajo se podían ver claramente las fogatas de los campamentos de los enemigos. Dos rayos de fuego fueron lanzados desde alguna parte contra el dirigible, pero Daradoth y Galad pudieron repelerlos con sus poderes.

Prácticamente rozando las almenas, la nave pudo entrar en el complejo de la fortaleza y aterrizar violentamente sobre el patio de armas, que había sido evacuado rápidamente. Mientras tanto, Galad, con la impagable ayuda de su señor Emmán, consiguió sanar todas las heridas de Suras; el capitán estaría en plena forma en breve plazo, apenas una hora. El poder de Emmán era enorme. Suras miró al paladín con agradecimiento; tocó su hombro, reconfortado.

Poco después se reunieron con Yuria y Symeon y les explicaron todo lo que había pasado.

—Afortunadamente, habéis podido volver todos a salvo —dijo la ercestre—. Menos mal.

—Lo malo son los desperfectos que le han causado al Empíreo —dijo Galad—. ¿Cómo lo ves?

—Bueno... afortunadamente la tela del globo es más fuerte de lo que ellos debieron suponer. Con las herramientas adecuadas, buenos tejedores y una vez hayamos sacado todo el aire, no creo que lleve más de veinticuatro horas repararlo.

—Me alegro de oír eso.

—Supongo que podréis volver a intentarlo pasado mañana.

—Lo volveremos a intentar, pero esta vez a mediodía —anunció Daradoth—. Para que esos malditos elfos oscuros tengan dificultades si intentan algo.

Antes de retirarse a descansar, Symeon estableció alarmas en el mundo onírico por todo el perímetro de murallas de la ciudadela. Afortunadamente, no había ni rastro de aquella presencia tan poderosa que había percibido un par de noches antes. Yuria, por su parte, dio órdenes para tomar medidas contra posibles incursores invisibles y para prevenir a los guardias contra seres voladores.