Levantando el Asedio
Por la noche, el grupo se encargó de establecer una nutrida y poderosa guardia dentro y fuera de los aposentos de la reina, evitando así posibles intentos de magnicidio por parte de los elfos oscuros. Realmente, las precauciones que tomaron fueron extremas para tal contingencia, y dieron su fruto: no hubo problemas en el mundo de vigilia ni las guardas de Symeon se dispararon en el mundo onírico.
Por la mañana, Galad escuchó a lo lejos una nueva discusión entre varias de las paladinas de Osara y los paladines de Emmán. «En algún momento tendré que intervenir para detener eso», pensó. Pero ese no era el momento, con la comprometida situación en la que se encontraban.
Decidieron realizar una nueva salida con el Empíreo para intentar contactar con el soldado que ya les había enviado señales luminosas el día anterior. Con el Ebyrith, podrían transmitirle un mensaje para intentar encontrarse con él y quizá también con Tybasten, igual que habían hecho con Agoran Berien. Desafortunadamente, el día continuó con la tónica de la jornada anterior y amaneció nublado y con niebla, lo que dificultaría mucho más el contacto mediante señales.
Antes de la salida, un senescal vino a convocarlos para que acudieran a la sala del consejo con urgencia, enviado por su majestad la reina. Se dirigió específicamente a Yuria, pero como siempre, asumía que el resto del grupo también sería destinatario del mensaje.
Cuando llegaron a la sala, Ilaith les habló inmediatamente:
—Me alegro de que os hayamos encontrado antes de que os marcharais. Hay noticias nuevas e importantes.
Ilaith hizo una pausa y miró a la reina, cediéndole la palabra. «¿Ahora no queréis extralimitaros ante los súbditos de la reina, mi señora?», pensó Daradoth; «¿qué es lo que ha cambiado? ¿O es una estrategia? No parecía importarle mucho hasta ahora».
—Sí —continuó Irmorë, que con un gesto hizo salir a los guardias, sirvientes y nobles de baja estofa—. Parece ser que, por pura casualidad, esta mañana unos guardias han encontrado una flecha clavada en los establos con una nota enrollada. Aquí está.
Anak Résmere desenrolló la nota, escrita en sermio, y la leyó en voz alta:
Un amigo entre enemigos desea hablar.
Si buscáis una oportunidad que os favorezca, acudid a la fuente de
las garzas con el sol en su cénit. No habléis de esto a
nadie, pues los rumores traen la desgracia.
Por el bien de lo que está por venir, confiad en el mensaje.
—T.
—¿"T" de Tybasten? —aventuró Galad.
—Todo apunta a que sí —respondió Ilaith.
—Pero, evidentemente, y casi me da vergüenza recalcar esto, porque supongo que todo el mundo lo habrá pensado ya, podría ser una trampa —advirtió Yuria.
—Tendremos que estar preparados y tomar las precauciones pertinentes —dijo Daradoth—, pero sabiendo lo que sabemos, deberíamos aprovechar la oportunidad.
—Desde luego, que nos convoquen a mediodía es una buena señal —indicó Galad—. Los elfos oscuros estarán menos activos. Aun así, por supuesto, habrá que ser precavidos.
El grupo decidió entonces cambiar sus planes, e hicieron desembarcar del Empíreo a todos los paladines que ya estaban a bordo. Descansaron algo más, y a media mañana, Daradoth y Symeon salieron por una pequeña puerta de la muralla para inspeccionar el entorno de la fuente de las garzas, donde les habían emplazado a mediodía. La neblina y la ligera llovizna les cubriría, y sus habilidades naturales y sobrenaturales les harían casi imposibles de detectar.
Mientras tanto, Galad se reunió con Davinios, pues las discusiones entre los dos grupos de paladines alcanzaban ya un nivel preocupante.
Davinios, líder de los paladines Fieles |
—La verdad —afirmó Davinios— es que creo que a los paladines de Osara (pues ya hay bastantes hombres entre sus filas) se les está subiendo un poco a la cabeza el poder que tienen, creo que empiezan a sentirse mejores que cualquier otro. Ya sabes que nuestro señor Emmán, loado sea su nombre, por su propia definición, no nos permitiría pensar de esa forma, pero Osara... no sé, creo que no puedo explicarlo mejor. Y eso sumado a la corrupción de la cúpula de la Torre Emmónir... algún día deberíamos volver a poner orden.
—Pero nuestro grupo de paladines no representa la corrupción de Emmolnir. Estamos donde estamos precisamente por eso.
—Por supuesto, claro que sí. Pero ya te digo, los de Osara se han... no me gusta usar esta palabra... endiosado. No encuentro ninguna palabra más adecuada. El orgullo no es un defecto que vaya en contra de los valores de su señora, supongo.
—Pero no ha habido ningún altercado, ¿verdad?
—No, evidentemente, hasta ahora no, pero no podemos descartarlo en el futuro.
—Ya veo. —Galad hizo una pausa, pensativo. Nunca dejarían de surgir problemas, ¿verdad?—. Bien, esperemos que la situación de la ciudad se resuelva pronto y lo afrontaremos. Gracias, Davinios, encárgate por favor de controlarlo.
En el ínterin hasta mediodía también hablaron con Galan Mastaros, y el archiduque les insistió sobre la situación en Esthalia, la necesidad de una intervención inmediata y los planes que tenía para formar una triple entente entre Ercestria, Esthalia y Sermia. Ahora los planes estaban cambiando para que la triple entente fuera en realidad cuádruple, incluyendo a la Federación de Príncipes Comerciantes, con Ilaith a la cabeza.
—Son miras muy altas, lo reconozco —dijo el archiduque—. Pero si queremos prevalecer, la única vía válida que veo es una alianza firme y completa de las cuatro naciones. Si no, entre el Káikar, el Imperio Daarita y la amenaza del sur, nos llevarán a la perdición.
«Pero todos sabemos quién querrá tener el control de esa "cuádruple entente", por supuesto», pensó Galad, algo muy parecido a lo que a todos se les pasó por la cabeza.
—Pero los problemas debemos tratarlos de uno en uno, mi señor archiduque —dijo protocolariamente Yuria—. Primero Sermia. Luego la situación en la Federación, no olvidemos que hay enemigos muy poderosos aún en su seno. Y después, tendremos que encargarnos de Esthalia, por supuesto, aunque como sabéis, tenemos asuntos entre manos que consideramos aún más importantes.
En el exterior, Daradoth y Symeon llevaron a cabo la inspección del entorno de la fuente de las garzas. Sus habilidades les permitieron acercarse sin ser vistos, a la vez que vieron, aparte de los soldados de patrulla habituales, un grupo de tres figuras humanas embozadas, armados con arcos de mano y hojas largas. Por el aspecto y su forma de comportarse, Symeon los reconoció: alguien le había hablado en el pasado de unos extraordinarios montaraces nómadas sureños que tenían unos sentidos más agudos de lo normal. Eran rastreadores y cazadores, y ahora se encontraban aquí. Tendrían que tener sumo cuidado.
No obstante, la zona parecía lo suficientemente segura y laberíntica como para que no tuvieran problemas para llegar a la reunión con el resto del grupo, y así lo transmitieron al volver a la ciudadela.
Por fin, a mediodía, el grupo salió de la ciudadela, acompañados por Taheem, Faewald el bardo real Stedenn Dastar (necesitaban alguien que pudiera hablar por la reina) y los caballeros argion esthalios, Candann, Faewann y Waldick. Siguiendo las instrucciones de Symeon llegaron a la placeta donde se encontraba la fuente sin ningún problema. Decidieron esperar en un lugar apartado oculto por unas arcadas y un pórtico, desde donde un par de ellos podían observar la pequeña explanada.
Pocos minutos después, cuatro figuras con capa y capucha, vestidas discretamente, accedían con precaución a la plaza. Symeon se dejó ver, indicando a los recién llegados que se acercaran. Mientras, los esthalios, Faewald y Taheem se ponían en posición. Los encapuchados llegaron al pórtico. Uno de ellos habló en estigio, para facilitar la comunicación. Tenía un fuerte acento sermio:
—Disculpad mis modales si no me quito la capucha, pero prefiero no hacerlo. —Su voz era conocida para algunos. Tybasten. Exhalaron un suspiro de alivio—. Sois exactamente aquellos que esperaba ver —añadió desde las sombras de su capucha—. No tenemos mucho tiempo antes de que vengan las patrullas nuevas. Uno de mis hombres os hizo señales hace un par de días.
—Así es, lo vimos y le contestamos.
—Y he aquí que nos encontramos en esta plaza. Seré rápido, pues ya os he dicho que no tenemos mucho tiempo. Ya supondréis por qué estoy aquí. No puedo seguir por el camino que hemos tomado. Nuestro líder ha perdido el rumbo, y está poniendo en peligro a Sermia y la grandeza que podría llegar a tener. No puedo tolerarlo, y debemos encontrar un nuevo rey que no ponga el país en manos de extranjeros, mucho menos de esos malditos elfos oscuros —escupió las palabras con desdén.
—Nos alegra escucharos decir eso, mi general —dijo Daradoth—. Y sobre la búsqueda de un nuevo rey, ya no tenéis que preocuparos más, pues la reina está encinta y lleva en su vientre al heredero legítimo del rey Menarvil.
—¿Es eso cierto? —espetó Tybasten, visiblemente sorprendido.
—Por supuesto —corroboró Galad.
—Ayer fue anunciado durante el sepelio de su majestad, y tenemos intención de que los bardos hagan pública la noticia. Además, tenemos que informaros de algo más: un ejército de poco menos de diez mil efectivos, entre ellos cuatro mil jinetes de Semthâl, ha traspasado la frontera sur y se dirige hacia el norte, presumiblemente hacia aquí. Encabezado por elfos oscuros y hombres de Sombra.
Tybasten meditó durante unos segundos.
—Pero... un ejército de esas características, arrasará todo a su paso. ¿Los pueblos de la seda...?
—Los esquilmarán, y quizá algo peor —confirmó Yuria.
—Intolerable. ¡Intolerable! No podemos permitir eso.
—Es por ello que debemos darnos prisa. Ya hemos contactado con otras legiones, y pronto tomaremos la iniciativa. Deberéis estar preparados desde ahora mismo, pues en cualquier momento atacaremos. Os lo haremos saber.
—Muy bien, así lo haré. Intentad hablar con la legión de Svadren, creo que nos apoyará también. Y supongo que tendremos el perdón de la reina.
—Por supuesto.
Se despidieron sin apenas ceremonia, y el grupo se apresuró a recorrer el camino de vuelta. Se encontraban a punto de acceder a las escalinatas de las murallas tras hacer señas a los vigías, cuando el mundo se estremeció.
El suelo tembló violentamente, como nunca lo había hecho, y de repente, tanto Galad, como Symeon, Daradoth y Stedenn tuvieron una sensación que ya conocían, como si les derramaran una tonelada de agua hirviendo encima, todos los poros de su piel les abrasaban. Igual que había sucedido con el volcán de las Islas Ganrith, aunque un poco menos intensamente. Sus sentidos se agudizaron hasta el punto de aturdirlos, mientras caían al suelo por las sacudidas y la amenaza de la inconsciencia. La luz de Emmán era solo un punto tremulante en el límite de la percepción de Galad.
Daradoth estaba en un trono, con la reina Arëlieth como consorte. Al mismo tiempo, era un mendigo lisiado, tullido de una pierna y tuerto, en algún tugurio de mala muerte. Un cazador lleno de vida persiguiendo un enorme ciervo en un éxtasis de pura exaltación. Un soldado repartiendo mandobles a diestro y...
Galad estaba a los pies de su señor Emmán, como heraldo de su voluntad. Era un mendigo lisiado, tullido y manco, con la gracia perdida. Un monje en un monasterio con voto de silencio, pasando las horas haciendo penitencia por sus pecados, llorando. Un líder de la iglesia, rico y corrupto, que no recordaba más que levemente una gracia que había tenido...
Symeon era el señor de un orgullos pueblo, en una colina que dominaba una ciudad imperial, con grandes estatuas a ambos lados de un impresionante paseo; una multitud le aclamaba. Era un mendigo alcohólico y tullido que vivía en las cloacas de una ciudad inmunda. Era feliz, con dos docenas de hijos y tres esposas, entre ellas Ashira. Volaba, vibrante de vida a lomos de un águila gigante, remontando la línea de nubes. Caía a un volcán de lava infernal que...
Yuria luchaba por no golpearse contra el suelo o un objeto, mientras sus amigos gritaban, mirando algo que ella no podía ver, sacudidos una y otra vez, intentando respirar.
El suelo dejó de temblar. La capa de nubes había desaparecido, y la sensación de calor ahora era agobiante. Un gran estruendo llamó la atención de Yuria en lo alto. Una de las torres de la muralla no pudo resistir los embates del nuevo terremoto, y comenzó a derrumbarse sobre ellos.
A duras penas se alejaron de las murallas. La mayoría con magulladuras, excepto el bardo Serenn, a quien le cayó una gran roca que le rompió varias costillas y un brazo. Afortunadamente, contaba con la ayuda de Galad. Agotados, se refugiaron bajo los primeros edificios.
Poco a poco los temblores cesaron, los sentidos se relajaron y sus mentes volvieron a un estado de calma. La luz de Emmán se hizo más potente en la aprehensión de Galad, lo que le permitió ayudar en cierta medida al bardo.
En unos minutos, superado el aturdimiento por los recuerdos de las diversas vidas que habían experimentado, aunque ciertamente impresionados, pudieron reaccionar. Yuria les interrogó acerca de lo que había ocurrido, y se lo explicaron como pudieron.
Un rato después volvían a la ciudadela. Afortunadamente, no tuvieron que lamentar ninguna pérdida importante. Se aseguraron de que la reina, Ilaith y los demás estaban bien, informándoles de la reunión sucintamente. Pero los muros y las murallas habían sufrido mucho. De vuelta en el exterior, Yuria lo observó todo con detenimiento, preguntándose si aquellas murallas podrían contener otro asalto. Y entonces, tomó una decisión.
—Tenemos que aprovechar esto —dijo en voz queda para que la oyeran sus amigos, y entonces, gritó—: ¡Tenemos que aprovechar esto! ¡Vamos! —se volvió hacia las tropas, con la espada desenvainada y su capa ercestre ondeando, una verdadera generala de los tiempos de leyenda—. ¡Dejad de quejaros como niñas y en marcha! ¡Daradoth, Galad, tenemos que activarnos! ¡Ahora o nunca! ¡Esas murallas no resistirán que nos atrincheremos como cobardes! ¡A por ellos! ¡¡¡En marcha!!! ¡Galior, movilizad a los guardias! ¡Galad, los paladines! ¡Daradoth, traed aquí a todo el que pueda ayudar! ¡¡¡Al ataque!!!
Galad rugió. Galior rugió. Daradoth bramó. Symeon transmitió la situación al consejo. Todo se iba a decidir allí mismo, ese mismo día.
Abrieron las puertas. La legión de Svarakh, la guardia real y los paladines se derramaron al exterior, siguiendo las órdenes de Yuria y los comandantes, que seguían sus instrucciones eficazmente. Los paladines hacían vibrar los corazones de los soldados, que empezaron a cantar y a aullar.
Symeon, marchando codo con codo con Daradoth y los bardos, avistó la Biblioteca por el rabillo del ojo. Se encontraba de nuevo sumida en una densa bruma que impedía su visión. Algo había pasado allí, como ya había sospechado.
—¿Ves eso, Daradoth? —señaló.
—Maldición, sea lo que sea lo que pasa ahí, no ha acabado. Pero ahora debemos aniquilar engendros de Sombra. ¡Vamos!
Mientras se dirigían hacia el noreste para atacar fulminantemente el campamento de los elfos oscuros, Daradoth envió el Ebyrith a Tybasten y a Agoran, informándoles de que estaban lanzando el ataque. Unos seiscientos soldados, unos doscientos guardias reales, los paladines y los maestros de esgrima eran las fuerzas a su disposición.
No obstante, los enemigos habían sido también afectados profundamente por el estallido de esencia y el terremoto, y no parecían contar con generales de la talla de Yuria y Galad. Las fuerzas de la Luz fueron como un cuchillo que cortaba la mantequilla a través de las pocas fuerzas humanas que se les opusieron, y pronto llegaron al conflicto con los elfos oscuros, cuyos cuernos sonaban con un sonido espeluznante, pero que no pudieron hacer nada ante las fuerzas combinadas de Sermia y los paladines. Los engendros tuvieron que retroceder, ante la furia de los soldados y de Daradoth, que, con la visión roja, tenía sangre de elfo oscuro chorreando por su brazo derecho en gran cantidad. Los elfos oscuros recurrieron como última esperanza a los tres enormes rinocerontes monstruosos que habían empleado contra las murallas. No tenían jinetes, pero el suelo temblaba ante ellos, y los edificios no podían resistir a su paso.
La desazón cundió entre las filas de los sermios que, por un momento, estuvieron a punto de huir, pero los paladines consiguieron que aguantaran en su posición, dando órdenes de que se apartaran como pudieran.
Daradoth saltó para interponerse en el camino de las bestias, mientras entre los soldados se alzaban voces de terror ante lo que parecía la muerte del lord elfo. Una de sus habilidades sobrenaturales, que en su momento había despreciado displicentemente, iba a salvar ahora centenares de vidas. Alzó sus brazos en una pose épica y gritó:
—¡¡¡Deteneos!!! ¡¡¡Atrás!!!
La pequeña figura del elfo, interpuesta ante las titánicas bestias, consiguió que estas se encabritaran y se detuvieran. Con aspavientos y gritos en cántico, forzó a los animales a volver por donde habían venido, arrasando así los campamentos de las legiones alrededor.
La hueste de la Luz gritó a pleno pulmón:
—¡¡Daradoth!! ¡¡Daradoth!! ¡¡Daradoth!!¡¡¡Por la Luz y lord Daradoth!!!
Y se lanzaron al ataque, cantando, rugiendo y matando, potenciados por los bardos reales. Una media hora después, el flanco izquierdo se unía a la vanguardia de las fuerzas de Tybasten, y el flanco derecho a las de Svadren y Agoran, rompiendo a las fuerzas fieles a Datarian y haciendo centenares de prisioneros, que se rendían ante el arrojo y la potencia de la hueste.
Por desgracia, Datarian parecía haber tenido tiempo para huir y había desaparecido. Una vez tomado su campamento, las tropas aclamaron a sus líderes, en un éxtasis de victoria irrefrenable.
Ya con la noche bien entrada y con los rumores sobre Daradoth el encantador de monstruos plenamente activos, los generales dieron por definitiva su victoria sobre los atacantes y el asedio de Doedia fue levantado, o mejor dicho, aplastado. Se tomó juramento a las tropas que se habían rendido y Yuria calculó que en ese momento podrían contar con un contingente de cinco legiones completas más la guardia real. Esbozó una media sonrisa, agotada pero extremadamente satisfecha. Sus soldados la aclamaban, y con ella a sus compañeros.