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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 28 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 27

Levantando el Asedio

Por la noche, el grupo se encargó de establecer una nutrida y poderosa guardia dentro y fuera de los aposentos de la reina, evitando así posibles intentos de magnicidio por parte de los elfos oscuros. Realmente, las precauciones que tomaron fueron extremas para tal contingencia, y dieron su fruto: no hubo problemas en el mundo de vigilia ni las guardas de Symeon se dispararon en el mundo onírico.

Por la mañana, Galad escuchó a lo lejos una nueva discusión entre varias de las paladinas de Osara y los paladines de Emmán. «En algún momento tendré que intervenir para detener eso», pensó. Pero ese no era el momento, con la comprometida situación en la que se encontraban.

Decidieron realizar una nueva salida con el Empíreo para intentar contactar con el soldado que ya les había enviado señales luminosas el día anterior. Con el Ebyrith, podrían transmitirle un mensaje para intentar encontrarse con él y quizá también con Tybasten, igual que habían hecho con Agoran Berien. Desafortunadamente, el día continuó con la tónica de la jornada anterior y amaneció nublado y con niebla, lo que dificultaría mucho más el contacto mediante señales.

Antes de la salida, un senescal vino a convocarlos para que acudieran a la sala del consejo con urgencia, enviado por su majestad la reina. Se dirigió específicamente a Yuria, pero como siempre, asumía que el resto del grupo también sería destinatario del mensaje.

Cuando llegaron a la sala, Ilaith les habló inmediatamente:

—Me alegro de que os hayamos encontrado antes de que os marcharais. Hay noticias nuevas e importantes.

Ilaith hizo una pausa y miró a la reina, cediéndole la palabra. «¿Ahora no queréis extralimitaros ante los súbditos de la reina, mi señora?», pensó Daradoth; «¿qué es lo que ha cambiado? ¿O es una estrategia? No parecía importarle mucho hasta ahora».

—Sí —continuó Irmorë, que con un gesto hizo salir a los guardias, sirvientes y nobles de baja estofa—. Parece ser que, por pura casualidad, esta mañana unos guardias han encontrado una flecha clavada en los establos con una nota enrollada. Aquí está.

Anak Résmere desenrolló la nota, escrita en sermio, y la leyó en voz alta:

Un amigo entre enemigos desea hablar.

Si buscáis una oportunidad que os favorezca, acudid a la fuente de
las garzas con el sol en su cénit. No habléis de esto a
nadie, pues los rumores traen la desgracia.

Por el bien de lo que está por venir, confiad en el mensaje.

—T.

—¿"T" de Tybasten? —aventuró Galad.

—Todo apunta a que sí —respondió Ilaith.

—Pero, evidentemente, y casi me da vergüenza recalcar esto, porque supongo que todo el mundo lo habrá pensado ya, podría ser una trampa —advirtió Yuria.

—Tendremos que estar preparados y tomar las precauciones pertinentes —dijo Daradoth—, pero sabiendo lo que sabemos, deberíamos aprovechar la oportunidad.

—Desde luego, que nos convoquen a mediodía es una buena señal —indicó Galad—. Los elfos oscuros estarán menos activos. Aun así, por supuesto, habrá que ser precavidos.

El grupo decidió entonces cambiar sus planes, e hicieron desembarcar del Empíreo a todos los paladines que ya estaban a bordo. Descansaron algo más, y a media mañana, Daradoth y Symeon salieron por una pequeña puerta de la muralla para inspeccionar el entorno de la fuente de las garzas, donde les habían emplazado a mediodía. La neblina y la ligera llovizna les cubriría, y sus habilidades naturales y sobrenaturales les harían casi imposibles de detectar.

Mientras tanto, Galad se reunió con Davinios, pues las discusiones entre los dos grupos de paladines alcanzaban ya un nivel preocupante. 

Davinios, líder de los paladines Fieles

 —La verdad —afirmó Davinios— es que creo que a los paladines de Osara (pues ya hay bastantes hombres entre sus filas) se les está subiendo un poco a la cabeza el poder que tienen, creo que empiezan a sentirse mejores que cualquier otro. Ya sabes que nuestro señor Emmán, loado sea su nombre, por su propia definición, no nos permitiría pensar de esa forma, pero Osara... no sé, creo que no puedo explicarlo mejor. Y eso sumado a la corrupción de la cúpula de la Torre Emmónir... algún día deberíamos volver a poner orden.

—Pero nuestro grupo de paladines no representa la corrupción de Emmolnir. Estamos donde estamos precisamente por eso.

—Por supuesto, claro que sí. Pero ya te digo, los de Osara se han... no me gusta usar esta palabra... endiosado. No encuentro ninguna palabra más adecuada. El orgullo no es un defecto que vaya en contra de los valores de su señora, supongo. 

—Pero no ha habido ningún altercado, ¿verdad?

—No, evidentemente, hasta ahora no, pero no podemos descartarlo en el futuro.

—Ya veo. —Galad hizo una pausa, pensativo. Nunca dejarían de surgir problemas, ¿verdad?—. Bien, esperemos que la situación de la ciudad se resuelva pronto y lo afrontaremos. Gracias, Davinios, encárgate por favor de controlarlo.

En el ínterin hasta mediodía también hablaron con Galan Mastaros, y el archiduque les insistió sobre la situación en Esthalia, la necesidad de una intervención inmediata y los planes que tenía para formar una triple entente entre Ercestria, Esthalia y Sermia. Ahora los planes estaban cambiando para que la triple entente fuera en realidad cuádruple, incluyendo a la Federación de Príncipes Comerciantes, con Ilaith a la cabeza.

—Son miras muy altas, lo reconozco —dijo el archiduque—. Pero si queremos prevalecer, la única vía válida que veo es una alianza firme y completa de las cuatro naciones. Si no, entre el Káikar, el Imperio Daarita y la amenaza del sur, nos llevarán a la perdición.

«Pero todos sabemos quién querrá tener el control de esa "cuádruple entente", por supuesto», pensó Galad, algo muy parecido a lo que a todos se les pasó por la cabeza.

—Pero los problemas debemos tratarlos de uno en uno, mi señor archiduque —dijo protocolariamente Yuria—. Primero Sermia. Luego la situación en la Federación, no olvidemos que hay enemigos muy poderosos aún en su seno. Y después, tendremos que encargarnos de Esthalia, por supuesto, aunque como sabéis, tenemos asuntos entre manos que consideramos aún más importantes.

En el exterior, Daradoth y Symeon llevaron a cabo la inspección del entorno de la fuente de las garzas. Sus habilidades les permitieron acercarse sin ser vistos, a la vez que vieron, aparte de los soldados de patrulla habituales, un grupo de tres figuras humanas embozadas, armados con arcos de mano y hojas largas. Por el aspecto y su forma de comportarse, Symeon los reconoció: alguien le había hablado en el pasado de unos extraordinarios montaraces nómadas sureños que tenían unos sentidos más agudos de lo normal. Eran rastreadores y cazadores, y ahora se encontraban aquí. Tendrían que tener sumo cuidado.

No obstante, la zona parecía lo suficientemente segura y laberíntica como para que no tuvieran problemas para llegar a la reunión con el resto del grupo, y así lo transmitieron al volver a la ciudadela.

Por fin, a mediodía, el grupo salió de la ciudadela, acompañados por Taheem, Faewald el bardo real Stedenn Dastar (necesitaban alguien que pudiera hablar por la reina) y los caballeros argion esthalios, Candann, Faewann y Waldick. Siguiendo las instrucciones de Symeon llegaron a la placeta donde se encontraba la fuente sin ningún problema. Decidieron esperar en un lugar apartado oculto por unas arcadas y un pórtico, desde donde un par de ellos podían observar la pequeña explanada.

Pocos minutos después, cuatro figuras con capa y capucha, vestidas discretamente, accedían con precaución a la plaza. Symeon se dejó ver, indicando a los recién llegados que se acercaran. Mientras, los esthalios, Faewald y Taheem se ponían en posición. Los encapuchados llegaron al pórtico. Uno de ellos habló en estigio, para facilitar la comunicación. Tenía un fuerte acento sermio:

—Disculpad mis modales si no me quito la capucha, pero prefiero no hacerlo. —Su voz era conocida para algunos. Tybasten. Exhalaron un suspiro de alivio—. Sois exactamente aquellos que esperaba ver —añadió desde las sombras de su capucha—. No tenemos mucho tiempo antes de que vengan las patrullas nuevas. Uno de mis hombres os hizo señales hace un par de días.

 —Así es, lo vimos y le contestamos.

—Y he aquí que nos encontramos en esta plaza. Seré rápido, pues ya os he dicho que no tenemos mucho tiempo. Ya supondréis por qué estoy aquí. No puedo seguir por el camino que hemos tomado. Nuestro líder ha perdido el rumbo, y está poniendo en peligro a Sermia y la grandeza que podría llegar a tener. No puedo tolerarlo, y debemos encontrar un nuevo rey que no ponga el país en manos de extranjeros, mucho menos de esos malditos elfos oscuros —escupió las palabras con desdén.

—Nos alegra escucharos decir eso, mi general —dijo Daradoth—. Y sobre la búsqueda de un nuevo rey, ya no tenéis que preocuparos más, pues la reina está encinta y lleva en su vientre al heredero legítimo del rey Menarvil. 

—¿Es eso cierto? —espetó Tybasten, visiblemente sorprendido.

—Por supuesto —corroboró Galad.

—Ayer fue anunciado durante el sepelio de su majestad, y tenemos intención de que los bardos hagan pública la noticia. Además, tenemos que informaros de algo más: un ejército de poco menos de diez mil efectivos, entre ellos cuatro mil jinetes de Semthâl, ha traspasado la frontera sur y se dirige hacia el norte, presumiblemente hacia aquí. Encabezado por elfos oscuros y hombres de Sombra.

Tybasten meditó durante unos segundos.

—Pero... un ejército de esas características, arrasará todo a su paso. ¿Los pueblos de la seda...?

—Los esquilmarán, y quizá algo peor —confirmó Yuria.

—Intolerable. ¡Intolerable! No podemos permitir eso.

—Es por ello que debemos darnos prisa. Ya hemos contactado con otras legiones, y pronto tomaremos la iniciativa. Deberéis estar preparados desde ahora mismo, pues en cualquier momento atacaremos. Os lo haremos saber.

—Muy bien, así lo haré. Intentad hablar con la legión de Svadren, creo que nos apoyará también. Y supongo que tendremos el perdón de la reina.

—Por supuesto.

Se despidieron sin apenas ceremonia, y el grupo se apresuró a recorrer el camino de vuelta. Se encontraban a punto de acceder a las escalinatas de las murallas tras hacer señas a los vigías, cuando el mundo se estremeció.

El suelo tembló violentamente, como nunca lo había hecho, y de repente, tanto Galad, como Symeon, Daradoth y Stedenn tuvieron una sensación que ya conocían, como si les derramaran una tonelada de agua hirviendo encima, todos los poros de su piel les abrasaban. Igual que había sucedido con el volcán de las Islas Ganrith, aunque un poco menos intensamente. Sus sentidos se agudizaron hasta el punto de aturdirlos, mientras caían al suelo por las sacudidas y la amenaza de la inconsciencia. La luz de Emmán era solo un punto tremulante en el límite de la percepción de Galad.

Daradoth estaba en un trono, con la reina Arëlieth como consorte. Al mismo tiempo, era un mendigo lisiado, tullido de una pierna y tuerto, en algún tugurio de mala muerte. Un cazador lleno de vida persiguiendo un enorme ciervo en un éxtasis de pura exaltación. Un soldado repartiendo mandobles a diestro y...

Galad estaba a los pies de su señor Emmán, como heraldo de su voluntad. Era un mendigo lisiado, tullido y manco, con la gracia perdida. Un monje en un monasterio con voto de silencio, pasando las horas haciendo penitencia por sus pecados, llorando. Un líder de la iglesia, rico y corrupto, que no recordaba más que levemente una gracia que había tenido...

Symeon era el señor de un orgullos pueblo, en una colina que dominaba una ciudad imperial, con grandes estatuas a ambos lados de un impresionante paseo; una multitud le aclamaba. Era un mendigo alcohólico y tullido que vivía en las cloacas de una ciudad inmunda. Era feliz, con dos docenas de hijos y tres esposas, entre ellas Ashira. Volaba, vibrante de vida a lomos de un águila gigante, remontando la línea de nubes. Caía a un volcán de lava infernal que...

Yuria luchaba por no golpearse contra el suelo o un objeto, mientras sus amigos gritaban, mirando algo que ella no podía ver, sacudidos una y otra vez, intentando respirar.

El suelo dejó de temblar. La capa de nubes había desaparecido, y la sensación de calor ahora era agobiante. Un gran estruendo llamó la atención de Yuria en lo alto. Una de las torres de la muralla no pudo resistir los embates del nuevo terremoto, y comenzó a derrumbarse sobre ellos.

A duras penas se alejaron de las murallas. La mayoría con magulladuras, excepto el bardo Serenn, a quien le cayó una gran roca que le rompió varias costillas y un brazo. Afortunadamente, contaba con la ayuda de Galad. Agotados, se refugiaron bajo los primeros edificios. 

Poco a poco los temblores cesaron, los sentidos se relajaron y sus mentes volvieron a un estado de calma. La luz de Emmán se hizo más potente en la aprehensión de Galad, lo que le permitió ayudar en cierta medida al bardo.

En unos minutos, superado el aturdimiento por los recuerdos de las diversas vidas que habían experimentado, aunque ciertamente impresionados, pudieron reaccionar. Yuria les interrogó acerca de lo que había ocurrido, y se lo explicaron como pudieron. 

Un rato después volvían a la ciudadela. Afortunadamente, no tuvieron que lamentar ninguna pérdida importante. Se aseguraron de que la reina, Ilaith y los demás estaban bien, informándoles de la reunión sucintamente. Pero los muros y las murallas habían sufrido mucho. De vuelta en el exterior, Yuria lo observó todo con detenimiento, preguntándose si aquellas murallas podrían contener otro asalto. Y entonces, tomó una decisión.

—Tenemos que aprovechar esto —dijo en voz queda para que la oyeran sus amigos, y entonces, gritó—: ¡Tenemos que aprovechar esto! ¡Vamos! —se volvió hacia las tropas, con la espada desenvainada y su capa ercestre ondeando, una verdadera generala de los tiempos de leyenda—. ¡Dejad de quejaros como niñas y en marcha! ¡Daradoth, Galad, tenemos que activarnos! ¡Ahora o nunca! ¡Esas murallas no resistirán que nos atrincheremos como cobardes! ¡A por ellos! ¡¡¡En marcha!!! ¡Galior, movilizad a los guardias! ¡Galad, los paladines! ¡Daradoth, traed aquí a todo el que pueda ayudar! ¡¡¡Al ataque!!!

Galad rugió. Galior rugió. Daradoth bramó. Symeon transmitió la situación al consejo. Todo se iba a decidir allí mismo, ese mismo día.

Abrieron las puertas. La legión de Svarakh, la guardia real y los paladines se derramaron al exterior, siguiendo las órdenes de Yuria y los comandantes, que seguían sus instrucciones eficazmente. Los paladines hacían vibrar los corazones de los soldados, que empezaron a cantar y a aullar. 

Symeon, marchando codo con codo con Daradoth y los bardos, avistó la Biblioteca por el rabillo del ojo. Se encontraba de nuevo sumida en una densa bruma que impedía su visión. Algo había pasado allí, como ya había sospechado.

—¿Ves eso, Daradoth? —señaló.

—Maldición, sea lo que sea lo que pasa ahí, no ha acabado. Pero ahora debemos aniquilar engendros de Sombra. ¡Vamos!

Mientras se dirigían hacia el noreste para atacar fulminantemente el campamento de los elfos oscuros, Daradoth envió el Ebyrith a Tybasten y a Agoran, informándoles de que estaban lanzando el ataque. Unos seiscientos soldados, unos doscientos guardias reales, los paladines y los maestros de esgrima eran las fuerzas a su disposición.

No obstante, los enemigos habían sido también afectados profundamente por el estallido de esencia y el terremoto, y no parecían contar con generales de la talla de Yuria y Galad. Las fuerzas de la Luz fueron como un cuchillo que cortaba la mantequilla a través de las pocas fuerzas humanas que se les opusieron, y pronto llegaron al conflicto con los elfos oscuros, cuyos cuernos sonaban con un sonido espeluznante, pero que no pudieron hacer nada ante las fuerzas combinadas de Sermia y los paladines. Los engendros tuvieron que retroceder, ante la furia de los soldados y de Daradoth, que, con la visión roja, tenía sangre de elfo oscuro chorreando por su brazo derecho en gran cantidad. Los elfos oscuros recurrieron como última esperanza a los tres enormes rinocerontes monstruosos que habían empleado contra las murallas. No tenían jinetes, pero el suelo temblaba ante ellos, y los edificios no podían resistir a su paso.

La desazón cundió entre las filas de los sermios que, por un momento, estuvieron a punto de huir, pero los paladines consiguieron que aguantaran en su posición, dando órdenes de que se apartaran como pudieran. 

Daradoth saltó para interponerse en el camino de las bestias, mientras entre los soldados se alzaban voces de terror ante lo que parecía la muerte del lord elfo. Una de sus habilidades sobrenaturales, que en su momento había despreciado displicentemente, iba a salvar ahora centenares de vidas. Alzó sus brazos en una pose épica y gritó:

—¡¡¡Deteneos!!! ¡¡¡Atrás!!!

La pequeña figura del elfo, interpuesta ante las titánicas bestias, consiguió que estas se encabritaran y se detuvieran. Con aspavientos y gritos en cántico, forzó a los animales a volver por donde habían venido, arrasando así los campamentos de las legiones alrededor.

La hueste de la Luz gritó a pleno pulmón:

—¡¡Daradoth!! ¡¡Daradoth!! ¡¡Daradoth!!¡¡¡Por la Luz y lord Daradoth!!!

Y se lanzaron al ataque, cantando, rugiendo y matando, potenciados por los bardos reales. Una media hora después, el flanco izquierdo se unía a la vanguardia de las fuerzas de Tybasten, y el flanco derecho a las de Svadren y Agoran, rompiendo a las fuerzas fieles a Datarian y haciendo centenares de prisioneros, que se rendían ante el arrojo y la potencia de la hueste.

Por desgracia, Datarian parecía haber tenido tiempo para huir y había desaparecido. Una vez tomado su campamento, las tropas aclamaron a sus líderes, en un éxtasis de victoria irrefrenable.

Ya con la noche bien entrada y con los rumores sobre Daradoth el encantador de monstruos plenamente activos, los generales dieron por definitiva su victoria sobre los atacantes y el asedio de Doedia fue levantado, o mejor dicho, aplastado. Se tomó juramento a las tropas que se habían rendido y Yuria calculó que en ese momento podrían contar con un contingente de cinco legiones completas más la guardia real. Esbozó una media sonrisa, agotada pero extremadamente satisfecha. Sus soldados la aclamaban, y con ella a sus compañeros.


jueves, 17 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 26

Contactando con los Fieles

Tras el intercambio de señales, el grupo ordenó que el Horizonte siguiera sobrevolando Doedia, lo más discretamente posible y describiendo un amplio círculo, con la intención de detectar otras posibles comunicaciones subrepticias.

—Mirad allí —advirtió Yuria mientras sobrevolaban la parte sur de la ciudad.

Un nutrido grupo de soldados, unos cincuenta o sesenta, quizá con algunos oficiales entre ellos, se encontraban reunidos en una pequeña plaza elevada. Miraban hacia la ciudadela con una mano en el corazón y con aire marcial. Las campanas del palacio y las murallas tañían al unísono en memoria del rey Menarvil, cuya capilla ardiente se celebraba en esos momentos.

—Parecen estar presentando sus respetos al rey —dijo Symeon—. ¿Deberíamos contactar con ellos?

—Yo creo que sí —opinó Galad, secundado por los demás.

Así que descendieron desde la altura segura hasta una distancia que permitió a los reunidos apercibirse de su presencia. El grupo de soldados iba aumentando de tamaño, pues había un goteo incesante de soldados desde los callejones anexos a la placita sobre la que se encontraban.

Symeon lanzó unas señales resplandecientes con su diadema, y varios de los soldados hicieron un gesto de reconocimiento, pero acto seguido miraron a su alrededor. No querían que los vieran contactando con el enemigo. Efectivamente, en el grupo había varios oficiales, y uno de ellos lucía las insignias de ayuda de campo (en Esthalia lo llamarían lugarteniente) de su general. Memorizaron su rostro para intentar contactar con él más adelante.

—Bien, ya se han dado cuenta —dijo Yuria, y ordenó—: ¡Más altura! ¡Volvemos al patio de la ciudadela!

Mientras descendían para anclar el dirigible, Daradoth pudo ver a lo lejos algo que le llamó la atención:

—Han organizado dos partidas de jinetes, que han partido a toda prisa alejándose de la ciudad —informó.

—Quizá estén cazando desertores.

—Ojalá hayan llegado a ese punto.

Al anclar el Horizonte, los paladines de a bordo se relajaron por fin, dejándose de oír esas campanillas celestiales que les habían acompañado en todo momento. Yuria se había acostumbrado tanto a ellas, que ahora su ausencia destacaba como un trueno. «Hace unas tres jornadas que no vemos ningún corvax en el cielo, buena señal», pensó, «a no ser que haya partido en busca de refuerzos». Su ánimo sombrío se disipó cuando vio el Empíreo ya completamente reparado y anclado en un lugar más alejado del patio de armas. Los tejedores y artesanos ya trabajaban en la reparación del Nocturno.

De vuelta en el consejo, expusieron todo lo que habían visto y deducido, y pasaron a discutir cuál sería la mejor forma de contactar con los presuntos disidentes. Se evaluaron varias posibilidades, entre ellas la de enviar el Ebyrith de Daradoth para contactar con ellos. Decidieron que empezarían por contactar con el oficial del sur, cuyo rango le permitiría mayor libertad de maniobra que al soldado del campamento del oeste.

El día siguiente, tras un par de semanas de sol, amaneció con nubes y llovizna. Eso les dificultaría la exploración del entorno, pero les vendría perfecto para realizar salidas discretas en los dirigibles. Se reunieron para desayunar rápidamente antes de ponerse en marcha, abrazando a Taheem que, con el muñón bien vendado, se unió de nuevo a ellos. Yuria se encontraba pensativa, y finalmente dijo:

—Han pasado ya tres días desde el asalto, y no lo han vuelto a intentar.

—Eso está bien, en lo que a mí respecta —sonrió Galad.

—Es bueno, pero extraño. Solo se me ocurren dos posibilidades: o bien los hemos dejado muy maltrechos, o es que tienen problemas internos. No los dejamos tan maltrechos como para no aprovechar las brechas en el muro, así que me inclino por la segunda.

—Tratemos de aprovecharlo —sentenció Daradoth.

 

Salieron de la ciudadela esta vez a bordo de Empíreo. Descendieron a una distancia segura (facilitada por las nubes y la lluvia), y Daradoth y Symeon desembarcaron. El errante iba con la ropa justa, pues iba a ser el objetivo de las habilidades sobrenaturales del elfo para ocultarse a la vista. Tardó unos minutos en acostumbrarse a no verse a sí mismo al moverse, pero en un breve intervalo se despedía de Daradoth y se dirigió caminando hacia el campamento del sur. «Esto me recuerda los viejos tiempos», pensó con una mezcla de excitación y tristeza; «si hubiera contado con estos medios, nada habría sido imposible». Symeon había sido la elección evidente para esta misión, dadas sus ingentes habilidades para la incursión subrepticia y silenciosa.

Pronto atravesó el acceso al campamento sin ningún problema. Por lo poco —o mucho— que había aprendido de Yuria respecto a los temas militares, le pareció que el cuerpo de guardia era bastante escaso. Se dirigió hacia el centro del complejo y en poco menos de veinte minutos reconoció al edecán que había presentado sus respetos al rey. La tienda de donde había salido debía de ser la suya, así que ya tenía la información que necesitaba. El oficial se dirigía con un par de oficiales hacia algún lugar. El errante los siguió para escucharlos, pero hablaban en Sermio y no entendió nada. Eso sí, parecía que estaban discutiendo, al igual que mucha gente alrededor; los ánimos parecían crispados.

Antes de retirarse, aprovechó para investigar un poco más. Le llamaron la atención tres tiendas enormes plantadas un poco más lejos del centro con un blasón diferente. El blasón de Datarian. Esperó unos momentos más, y pudo ver que las tres tiendas estaban habitadas por unos sesenta hombres del duque; además, en una de ellas, sentados en austeras sillas, un par de elfos oscuros dormitaban.

Symeon volvió al Empíreo de nuevo sin problemas, transcurridas unas tres horas desde su partida. Informó a sus compañeros de todo lo que había visto.

—Si envías el búho de noche —dijo a Daradoth— habrá que tener cuidado con los elfos oscuros.

—Lo haremos de día.

No esperaron demasiado. Prácticamente en cuanto acabaron de hablar y Symeon hubo descrito con todo lujo de detalles la tienda del oficial, Daradoth sacó el artefacto en forma de búho. Cuando iba a darle instrucciones, Taheem intervino:

—¿No creéis que sería buena idea que Symeon se volviera a infiltrar y fuera testigo de lo que diga el búho y a quién lo diga?

—Sí, tienes razón —Daradoth agradeció la aportación del vestalense.

Y así lo hicieron. Repitieron el proceso de la mañana, y en aproximadamente una hora y media para dar tiempo a Symeon de colocarse en posición (como efectivamente lo hizo, aunque con alguna dificultad más de la que había tenido por la mañana), dio instrucciones al Ebyrith en voz queda:

—Ve al campamento más cercano a nosotros, a la tienda de color gris con ribetes verdes, y da este mensaje en un correcto Sermio: "Reunión en tres horas, una legua al sur. Salve Menarvil —la referencia al difunto rey había sido idea de Taheem—, que viva por siempre". No esperes confirmación.

El artefacto salió flotando de su mano a una velocidad sorprendente.

En la tienda del edecán, Symeon se sorprendió en el rincón donde se encontraba al ver aparecer un borrón oscuro atravesando la puerta. Con un golpe seco, el búho de Daradoth se posó sobre la mesa que dominaba el centro, donde el oficial se encontraba hablando con tres de sus oficiales. Todos echaron un par de pasos atrás, alguno echando mano de su espada, sorprendido y asustado.

En un visto y no visto, el Ebyrith reprodujo las palabras que Daradoth le había confiado, y volvió a alzar el vuelo raudo a través de la solapa de la tienda. Symeon pudo ver cómo el trío de oficiales reunido se miraba asombrado, y acto seguido pasaban a conversar acaloradamente en su idioma. Finalmente, el edecán dio algunas órdenes y los otros dos oficiales salieron rápidamente de la tienda, mientras él quedó pensativo, mesándose la barba.

«Bueno, pues ahora a esperar que haya suerte», pensó Symeon mientras salía de la tienda. Alguien gritaba a lo lejos. En general, había bastante ruido en el campamento, y las discusiones se podían notar en el ambiente. Salió del campamento sin ningún problema; la presencia de guardias aún era más escasa que hacía horas.

Cuando llegó Symeon, dirigieron el Empíreo hacia el punto de encuentro, protegido por la llovizna. El errante y Daradoth descendieron y tomaron posiciones en escondites lo suficientemente separados del camino.

Al cabo de bastante más de tres horas, ya a media tarde, pudieron oír cascos de caballos. Symeon se giró al notar algo por el rabilo del ojo. Llamó la atención de Daradoth, señalando hacia allá. Un forrajeador exploraba la zona, sin verlos.  Unos momentos después avistaban al grupo de jinetes que venía por el camino. Una docena más o menos, completamente pertrechados con armadura. Daradoth suspiró aliviado; «por suerte no hay elfos oscuros». Salió de su escondite y llegó rápidamente al camino.

Al verlo, los jinetes refrenaron a sus monturas. Era evidente que lo reconocían. Quizá algunos de ellos incluso lo hubieran visto anteriormente en persona. Se detuvieron a escasos metros, cuando Daradoth ya se encontraba preparado para saltar lejos de su alcance.

—Salve, lord Daradoth —dijo el Edecán, mientras desmontaba.

—Salve, oficial.

—Mi nombre es Agoran Berien, mi señor —dijo mientras se inclinaba en una ceremoniosa reverencia; el resto de sus hombres calcaron su gesto. 

—Os agradezco que hayáis acudido tan rápidamente a mi llamado, Agoran. —Alguno de los hombres silbó, y una veintena de exploradores armados con arcos y espadas cortas salió de los bosques. Symeon lo observaba todo desde su escondite—. Y como supongo que no tendréis mucho tiempo antes de tener que volver al campamento, iré al grano. Vimos que ayer presentabais vuestros respetos al rey Menarvil, y quiero aseguraros en persona y de primera mano que el rey fue asesinado por un grupo de incursores elfos oscuros, maldita sea su existencia, aliados con vuestro señor el duque Datarian. —Agoran miró instintivamente a su alrededor, aunque era imposible que alguien los estuviera espiando—. No es admisible que un duque de Sermia se haya aliado de esa manera con la Sombra y haya traicionado a la Corona hasta tal punto. Queremos que los fieles a Sermia renieguen de Datarian y sus pérfidos aliados, y sean derrotados sin paliativos.

—Entiendo lo que decís, y me atrevo a decir que lo comparto, como todos los aquí presentes, mi señor —dijo Berien, girándose hacia sus hombres—. Pero me temo que no es tan fácil. Pocos creen que la reina sea una opción válida para ocupar el trono, y sin algo que los una, no va a ser nada sencillo.

En ese momento, Symeon decidió salir de su escondite. Provocó algunas reacciones de asombro, y algunos arcos tensados, pero pronto lo reconocieron también y permitieron que se situara junto a Daradoth.

—No conocemos a fondo las leyes sucesorias de Sermia —continuó el elfo—, pero la alianza con los enemigos de...

—No hay nada de lo que preocuparse entonces —intervino Symeon, interrumpiéndolo. «Perdona amigo mío», pensó, «pero ya sabía que ibas a dar más rodeos de los necesarios»—. Hace tan solo un par de días, la reina reveló un hecho providencial. ¡Está encinta! En su vientre lleva el fruto de su amor por el rey, el legítimo heredero del reino de Sermia, y eso la convierte en la regente por derecho.

—¿Es eso cierto? —sorprendido, Berien pidió la confirmación de Daradoth.

—Sí, así es —respondió el elfo de mala gana, nada convencido de que hubiera sido buena idea desvelar el estado de la reina tan pronto.

—Entonces, eso lo cambia todo.

Se giró hacia sus hombres, traduciendo al sermio todo lo que habían hablado, y la revelación de la reina. Un rumor ininteligible se extendió por sus filas. Berien se giró de nuevo hacia Daradoth y Symeon.

—Como ya habréis supuesto por el simple hecho de que estamos aquí, no compartimos en absoluto los métodos y las alianzas del duque. Mi deseo, como el que más, es que Sermia recupere su esplendor imperial y aplastemos a nuestros enemigos. Pero no con este coste. No estamos dispuestos a seguir pagándolo.

—¿Y quién más piensa como vos?

—En la legión, la mayoría.

—¿Y en el resto? ¿Algún general tomaría la iniciativa?

—Ciertamente no lo sé.

—Y dejando aparte la vigilancia de los elfos oscuros, si os... declararais no conforme con el mando, ¿cuántos hombres os seguirían?

—Yo creo que casi toda la legión, pero habría que hacerles saber que su majestad Irmorë, que en gloria viva, está embarazada.

—Si los bardos lo anunciasen, ¿la gente lo creería? —inquirió Daradoth.

—Sí, creo que sí.

—Pero de momento, habrá que ser cautelosos con esta información. No queremos que los elfos oscuros intenten asesinar a la reina como lo hicieron con el rey.

—Aunque tarde o temprano lo intentarán —intervino Symeon.

—Si os parece bien, nos despediremos ahora, no quiero que noten vuestra ausencia en demasía. Volveremos a ponernos en contacto con vosotros, seguramente con el mismo método; que por cierto, os agradecería que me dijerais cuál es el mejor momento para hacer uso de él. Nosotros hablaremos con la reina para decidir los siguientes pasos, y contactaremos con otros generales.

Symeon volvió a intervenir:

—Solo una cosa más, ¿tiene Datarian planeado lanzar algún ataque en breve? 

—Lo está intentando, pero parece haber disensión entre los generales.

—Interesante, ¿alguno en concreto?

—Los generales Tybasten Seriann y Svadren Eniarac son los que parecen estar planteando más problemas. Tybasten es el más ferviente perseguidor de la Sermia imperial, pero tiene sus dudas. Svadren es el general de la cuarta legión, al este, la que está más cerca del contingente de elfos oscuros.

—Ya veo. —Mientras los soldados volvían a subir a sus caballos, Symeon continuó—: ¿Tenéis noticia de los enemigos que vienen desde el sur? Un contingente ha atravesado la frontera sin oposición, al menos seis mil efectivos, con cuatro mil jinetes de Semathâl al mando de generales de la Sombra. Están llegando a los Pueblos de la Seda.

—No, no sabía nada —el rostro de Berien se ensombreció mientras traducía las palabras a sus hombres y estos hablaban entre ellos, al parecer indignados—. Pésimas noticias, en verdad.

—Y que al parecer os han ocultado. Intentad propagar el rumor, que los soldados lo sepan y que llegue a oídos de sus generales. Los fieles a Sermia no pueden tolerar tal cosa. 

—Por supuesto. Y esperaremos noticias vuestras, preferiblemente por la mañana a primera hora para evitar testigos indeseados. Espero que no se demoren mucho.


De vuelta a Doedia, se reunieron en privado con Ilaith y la reina, para evitar posibles espías. Les narraron todo el episodio con el capitán Berien y su éxito en el contacto. Les hablaron de la disensión entre los generales y de la conveniencia de contactar lo antes posible con Tybasten y Svadren, y de lo más importante:

—Debemos hacer saber a todo el mundo que estáis embarazada, majestad. Necesitan saber que hay un heredero legítimo para que den el paso adelante. Y la mejor forma de hacerlo es recurriendo a los bardos. 

—Los rumores ya están en marcha —dijo Symeon—, pero será necesaria una confirmación oficial.

—No sé si es una buena idea —dijo la reina palpando su vientre—. Esos elfos oscuros son peligrosos.

—Os protegeremos, mi señora, perded cuidado —aseguró Daradoth.

—¿Qué opinas sobre esto, Yuria? —preguntó Ilaith.

—Que es necesario si queréis levantar este asedio antes de que lleguen los invasores desde el sur.

Ilaith asintió, y ella e Irmorë intercambiaron miradas durante unos segundos.

—Sea, pues —dijo por fin la reina—. Adelante; ya habéis mostrado vuestra valía en varias ocasiones, y de hecho deseo nombraros Grandes del Reino, así que confío en vosotros plenamente, igual que Ilaith. Quiera la Luz protegernos.

Se despidieron, prestos a asearse y a vestirse con sus mejores galas para asistir al funeral del rey.

Funeral del rey Menarvil I

 

La ceremonia fue especialmente emotiva, con los bardos cantando canciones de duelo que hicieron acudir lágrimas a los ojos de casi todos los presentes. Yuria, Galad, Symeon y Daradoth se miraron, más convencidos que nunca de su importancia en la partida de ajedrez que se estaba jugando en Aredia. Parecían elevarse sobre la escena; cuatro héroes de la antigüedad, cuatro adalides de la Luz dispuestos a sacudir el mundo hasta los cimientos si era necesario para acabar con la influencia de Sombra. Los ojos verdes de Yuria, los azules de Daradoth, los grises de Galad y los pardos de Symeon rebosaban de convicción y poder. Casi podían ver cómo Luz provocaba pequeñas chispas en sus iris, cómo todo se torcía a su alrededor por la  pura fuerza de su voluntad...

La voz de la reina los sacó de su ensoñación. Por un momento, habían olvidado dónde se encontraban.

—...pero no todo son malas noticias. La Luz, en su infinita gracia, permitió que la semilla de Menarvil arraigara en mi vientre, y llevo en él el fruto de nuestro amor. ¡Sermia tiene un heredero legítimo!

La multitud congregada guardó silencio unos segundos, hasta que la duquesa Sirelen exclamó:

—¡Salve, Irmorë, reina regente! ¡Salve, Sermia! ¡A la victoria!

La audiencia estalló en rugidos y vítores, exultante por la noticia. Ilaith sonrió a Irmorë, pero esta no le devolvió el gesto, majestuosa y solemne ante sus súbditos.


miércoles, 2 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 25

Calma tensa

Durante la noche, Daradoth estableció contacto con el Vigía a través del Ebiryth. Aunque le costaba reconocerlo, las palabras de Ilaith sobre la búsqueda de alternativas para solucionar el problema de los Erakäunyr habían hecho mella en él y habían sembrado la duda sobre la utilidad de la búsqueda de un ritual que podrían perfectamente no encontrar nunca.

Al cabo de pocos minutos, entablaba conversación con Irainos:

—Mi señor, quería preguntaros acerca de las guerras de la Era Legendaria, sobre el enfrentamiento con los Erakäunyr en las Guerras Taumatúrgicas.

—Por supuesto, os contestaré en la medida de mis posibilidades —acordó el anciano.

—Como sabéis, estamos inmersos en plena búsqueda del ritual para restaurar el alma de Ecthërienn, pero hasta el momento no hemos tenido éxito, y empezamos a dudar de si alguna vez lo tendremos. Además, hay muchas situaciones urgentes y, por ese motivo, estamos evaluando otras... alternativas.

—Ya veo. Adelante.

—Quería saber si en la Era Legendaria existían los paladines tal y como existen hoy. Paladines de Emmán y paladines de Ammarië, al menos.

Irainos guardó silencio durante unos segundos.

—No sé si podré responder a eso con todo el rigor necesario. Yo nací al final de la Era Legendaria y no participé directamente en las Guerras Taumatúrgicas. Lo que sí sé es que los humanos aparecieron cuando ya habían transcurrido dos siglos de la Segunda Guerra, y sus llamados paladines parecen distintos de nuestros clérigos elfos. No creo que existieran como tal en aquella época, pero no puedo asegurarlo.

—Muy bien, gracias por vuestra ayuda. Solo una cosa más. ¿Podríais preguntar a Eraitan con ayuda del Ebiryth esto mismo? Él estuvo en las Guerras Taumatúrgicas, y por lo que dijo, también presente cuando los Erakäunyr aparecieron, quizá pueda aportar algo más.

—Por supuesto, contactaré con vos en cuanto sepa algo.

Terminada la conversación, Symeon aprovechó para visitar el mundo onírico por primera vez en varias jornadas. Todo parecía normal, y no detectó ninguna presencia extraña, así que volvió a la vigilia, agotado, y todos descansaron después de una agotadora jornada.

El día siguiente fue agitado para Yuria, reparando y organizando las defensas de la ciudadela. Afortunadamente, los enemigos debían de estar lamiendo sus heridas y todo estaba más o menos tranquilo excepto por alguna escaramuza. Pronto por la mañana se reunió de nuevo el consejo, con todos los presentes del día anterior y alguno más. Una delegación de guardias informó sobre la situación del enemigo: al parecer, se encontraban construyendo empalizadas rodeando el perímetro de la ciudad para impedir la entrada y salida de personas o suministros.

—Todavía no tenemos noticias de disensiones entre los enemigos, pero estoy seguro de que ha de haberlas.

Todos estuvieron de acuerdo en que había que explotar la disensión provocada por la muerte del rey, como ya habían discutido el día anterior. Unos y otros evaluaron cuál sería la mejor manera de hacerlo.

Finalmente, Galad propuso algo:

—Tenemos más de un centenar de prisioneros. Con el pretexto de que no tenemos alimento para ellos, liberemos a algunos mostrándoles previamente el cadáver del rey, de los corvax y de los elfos oscuros. Así podrán esparcir la noticia y madurar la situación.

Todo el mundo se mostró de acuerdo, y Yuria añadió:

—Esperaremos dos jornadas tras la liberación, y después intentaremos mover a algunos a que recuperen su lealtad.

Y así lo hicieron. El propio Galad y Anak Résmere acompañaron una ochentena de prisioneros en su revelación acerca de la muerte del rey y de los engendros parecidos a cuervos. Acto seguido, tras un furioso discurso del paladín en el que les acusaba de haber servido a la Sombra, fueron liberados.

Más tarde, el sustituto de Wolann al frente de la legión que se había unido a ellos, Svarakh, fue convocado al consejo para evaluar sus intenciones y renovar sus votos de lealtad. A pesar de su aspecto de vikingo y su rostro lleno de cicatrices, pronto quedó clara su nacionalidad cuando habló estigio con un perfecto acento. No pareció estar especialmente incómodo ni albergar segundas intenciones, de hecho manifestó su desconfianza por los nuevos aliados de Datarian, así que se sintieron satisfechos cuando juró su lealtad a la reina Irmorë.

Unas horas más tarde, aprovechando la luz del sol poco después del mediodía, el grupo se embarcó en  el Horizonte, que se encontraba anclado al patio de armas, con los paladines vigilando desde la altura. Su intención era sobrevolar los campamentos enemigos para localizar las agrupaciones de comandantes; de esa manera, podrían enviar mensajeros directamente cuando los rumores sobre la muerte del rey se hubieran extendido lo suficiente. El ojo experto de Yuria, con ayuda de su lente ercestre, le permitió identificar rápidamente los centros de mando de los campamentos desde una altura segura.

—Veo algo —advirtió—. Una especie de comitiva se está moviendo. —Se quedó en silencio durante unos momentos, ante el nerviosismo de los demás—. Yo diría que los comandantes de las distintas legiones se están reuniendo en el campamento de Datarian. 

Se plantearon algún tipo de acción contra el cónclave de generales, pero realmente era imposible hacer nada sin riesgo de perder el Horizonte y quizá sus vidas.

—Además —añadió Galad—, tampoco estamos seguros de que estén reunidos para organizar un ataque o porque hay disensión en sus filas. No podemos arriesgarnos a perder a aquellos que duden y que se unan ante un ataque repentino.

Así que volvieron a anclarse sobre la ciudadela y descendieron de nuevo para reunirse con el consejo e informarles de lo que habían visto. Se volvió a evaluar la posibilidad de formar un grupo de incursión al mando de Daradoth para acabar con los generales, pero se volvió a desechar la idea.

El día siguiente decidieron intentar contactar con las dos legiones fieles que se aproximaban hacia la ciudad.  Para ello, embarcaron en el Horizonte una veintena de paladines (con el permiso de Davinios), un grupo de ballesteros y cuatro mensajeros. Estos viajarían en parejas hacia el sur y hacia el noroeste para intentar encontrarse con las legiones.

No obstante, a última hora, Galad, Symeon y Daradoth decidieron embarcarse y acompañar a la tripulación para asegurarse de que todo salía bien.

Transcurridas unas decenas de kilómetros volando a una altura segura, Daradoth avistó algo.

—Mirad allí —anunció al resto, señalando—. ¿Veis aquello?

—Sí —conestó Symeon—. Son media docena de pesonas, con librea de Sermia... ¿están agitando los brazos para llamar nuestra atención?

—Pues sí, eso parece.

 Descendieron hacia el grupo de soldados, que viajaban a caballo, aunque en esos momentos todos estaban con el pie en tierra. Uno de los caballos parecía muerto, seguramente de agotamiento, dada la espuma que emanaban sus ollares.

El rostro de los soldados traslució una gran sorpresa cuando reconocieron a Symeon, Galad y el ínclito lord Daradoth. Los seis se inclinaron, hincando una rodilla en tierra. Estaban visiblemente exhaustos.

—Mis señores, vuestras hazañas han llegado hasta nuestros oídos, y debo decir que es un honor estar en vuestra gloriosa presencia.

Daradoth miró a sus compañeros. «En verdad hemos cambiado en este último año. Galad está magnífico con su túnica y ese poderoso cuerpo, y Symeon parece haber vivido dos vidas, majestuoso con la diadema y el bastón. Espero que yo me vea al menos tan imponente como ellos».

—Levantaos, por favor —dijo Galad tras unos segundos de sorpresa—. Por lo que veo, viajabais con una premura fuera de lo normal; ¿acaso tenéis nuevas urgentes que transmitir?

—Mi nombre es Erilim, señor, oficial del condado de Eraben, cuyas fuerzas que guardan la frontera sur. Y me temo que traemos trágicas noticias. La frontera ha caído. Un poderoso contingente se acerca desde el sur, y tememos que se dirigen a saquear y arrasar los Poblados de la Seda.

—Maldita sea —espetó Daradoth—, solo nos faltaba esto. ¿Quién compone el contingente?

—Al menos cuatro mil jinetes de esos bárbaros de Semathâl, acompañados de ástaros y de gentes extrañas del sur. Además, se nos informó que alguien vio criaturas parecidas a elfos, pero con la tez oscura, entre ellos.

—¿Cuántos diríais que son en total?

—Estimamos su hueste entre seis mil y nueve mil efectivos.

Todos rebulleron inquietos.

—Está bien, acompañadnos —zanjó Daradoth—. Embarcad en el Horizonte, creo que los cinco corceles también cabrán en la bodega.

Una vez acomodados todos el el dirigible, informaron a los recién llegados de la situación en Doedia, y se alejaron un poco más para dejar a los mensajeros. Las órdenes eran que las legiones se reunieran en un punto determinado al suroeste de la capital. 

—Si por algún motivo —les advirtió Symeon— no conseguís dar con los contingentes aliados, dirigíos hacia Tarkal y dad aviso. Esperad allí nuestro retorno.

Un par de horas después se reunían de nuevo con el consejo en el palacio de Doedia, provocando desesperación en algunos cuando refirieron las noticias del ejército invasor procedente del sur. 

—Según mis cálculos —dijo Yuria—, con ese tamaño de ejército, tardarán en llegar a Doedia al menos un mes. Mínimo cuatro semanas. pero en el camino seguramente saquearán y arrasarán, cosa que tampoco queremos. Y seguramente, una vez nos sobrepasen, seguirán hacia el Imperio Vestalense.

—Efectivamente —coincidió la reina.

—El aspecto positivo es que podemos aprovechar esta información para instar a los dubitativos a que abandonen a Datarian —abundó Symeon—. No padezcáis, no permitiremos que Sermia sucumba a la Sombra.

—No estaría mal averiguar cómo retiene Datarian a los generales. Doscientos elfos oscuros no parecen suficientes para intimidar a seis legiones...

—Lo que es urgente de verdad es convocar un parlamento —Galad, pragmático como siempre, interrumpió la divagación de Yuria—. O. más bien, provocarlo.

—Pero no veo la forma de hacerlo —objetó Daradoth.

Discutieron largo y tendido sobre cómo acercarse a alguno de los campamentos más alejados de Datarian para intentar hablar con los generales.

Finalmente, Ilaith tomó la palabra.

—En mi opinión, los generales todavía no han traicionado al duque debido a que los elfos oscuros los deben de amedrentar de alguna forma. Quizá podríamos concentrar un ataque contra ellos.

—Entonces, nos convertiríamos en la parte agresora —objetó Yuria.

—Aun así, creo que ganaríamos más de lo que perderíamos.

—Pero el acercamiento sería demasiado peligroso. No lo descarto, pero no veo el modo aunque carguemos el Horizonte de paladines —dijo Galad—. Yo creo que durante el día de hoy deberíamos dedicarnos a vigilar bien sus movimientos para averiguar cuáles de ellos son más receptivos.

—Y quizá aprovechar el funeral de su majestad para confirmar los rumores y aumentar la disensión —sugirió Symeon.

Así lo decidieron. El día siguiente, durante el sepelio del rey Menarvil, el Horizonte sobrevolaría Doedia para intentar detectar algún movimiento delator en los generales enemigos. Antes de eso, esa misma tarde, el cuerpo del rey sería mostrado en los jardines de palacio para que "quien así lo quisiera" (como bien gritaron los bardos a los cuatro vientos) pudiera presentar sus respetos. Las campanas tañeron incesantemente hasta el atardecer, mientras el Horizonte, con el grupo embarcado, sobrevolaba la ciudad para detectar movimientos entre los contrincantes.

—Mirad esto —espetó Yuria en un momento determinado, y tendió la lente ercestre a los demás.

 Allá abajo, desde el campamento del oeste, un soldado hacía señales luminosas con un cristal o algo parecido, intentando llamar la atención de la tripulación.

—Seguro que quieren reunirse con nosotros —dijo Symeon, convencido.

El errante le devolvió las señales con su diadema, para que supiera que estaban enterados.

 


jueves, 29 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 24

Llega Ilaith

Tanto entre las filas enemigas como en las amigas cundió la sorpresa, y hubo algo de pausa en el enfrentamiento armado. Galad oía claramente fanfarrias y una especie de susurro celestial allá en lo alto.

Yuria sintió un escalofrío de alegría cuando la silueta de un dirigible se recortó contra el cielo. «Ese es el Nocturno, sin duda», pensó, exultante. Pocos segundos después, una segunda silueta salió del contraluz del sol, un segundo dirigible bastante más grande que el primero, que no reconoció. «Seguro que es el Horizonte, que dejé construyendo». Se giró hacia sus soldados.

—¡Que vuelen los corazones! ¡Luchad ahora! —rugió—. ¡Son las fuerzas de Ilaith que acuden en nuestra ayuda! ¡¡Luchad!! ¡Por Sermia! ¡Por la Luz!

Los guardias reales y los soldados alrededor gritaron, emocionados, y se lanzaron con renovado ímpetu contra el enemigo. Los bardos sermios entonaron canciones de guerra que pronto fueron secundadas por las gargantas de los defensores. 

Los cuervos ya no favorecían la lucha de los asaltantes, pues se habían elevado para enfrentarse a los dirigibles, en los que se podían ver restallar lenguas de fuego sin duda provocadas por artefactos enanos.

Symeon, Galad y Daradoth aprovecharon para tomarse un respiro. Las heridas y el agotamiento los hacían resollar.

Pocos segundos más tarde, una nueva estrella fugaz impactaba sobre un segundo corvax, y el tercero de ellos caía desplomado sobre los edificios del exterior sin causa aparente. 

—¿No escucháis esa música celestial? —dijo Galad, sin esperar respuesta—. Ha traído a los paladines. Menos mal.

Solo quedaba un corvax en el aire. Su jinete lanzó un hechizo contra el Nocturno, sin un efecto aparente. Segundos después, otra estrella ardiente caía del cielo envuelta en luz dorada. Explotó sobre el monstruoso cuervo y... no tuvo ninguna consecuencia. El pájaro desvió un poco su rumbo, pero poco más. Con una acrobática maniobra, redirigió su rumbo y atacó el globo del dirigible con su pico. 

De repente, Daradoth vio algo desde la muralla oriental. Dos figuras humanoides se elevaban volando raudas hacia el primer dirigble, el más pequeño. 

—Dos elfos oscuros vuelan hacia los dirigibles —anunció a sus compañeros—. Voy para allá.

Haciendo uso de su velocidad y saltos sobrenaturales, en unos pocos segundos Daradoth se encontraba ya en lo alto de la muralla oriental, dirigiéndose hacia los ballesteros con palabras básicas en sermio:

—¡Atención! ¡Disparad a esas dos figuras que vuelan!

Debido al fragor del combate, tuvo que insistir varias veces hasta que llamó la atención de los ballesteros lo suficiente. Al reconocerlo, los soldados obedecieron al instante, pero los elfos oscuros se encontraron pronto fuera del alcance de sus armas.

El corvax restante atacó por segunda vez al gran dirigible con sus enormes garras, haciendo que el ingenio se balanceara de forma peligrosa. De hecho, un par de personas cayeron por la borda al vacío. Pero los paladines pudieron reaccionar y una nueva estrella llameante se abatió sobre el monstruo. Con idéntico resultado a la anterior; aquel cuervo y su jinete parecían inmunes a los hechizos sagrados de Osara.

Viendo la inmunidad del último cuervo, los dirigibles empezaron a descender, en previsión de posibles accidentes. Desesperado, Daradoth vio cómo los elfos oscuros desaparecían tras el globo del Nocturno. Poco después, este empezaba a descender a toda velocidad, entre los gritos de alarma de su tripulación y lenguas de fuego que intentaban hacerlo flotar desesperadamente. El jinete del corvax lanzó una bola de fuego sobre el Horizonte, que explotó y seguro causó destrucción a bordo, aunque desde el suelo era imposible apreciarlo.

En la muralla occidental, una sombra que descendía llamó la atención de Symeon. El Nocturno bajaba a una velocidad que a todas luces parecía excesiva hacia la parte interior de la muralla. El errante avisó a voz en grito a todos los que se encontraban alrededor, que corrieron para evitar ser aplastados por el ingenio volador. En lo alto del dirigible se veían lenguas de fuego salir despedidas sin cesar. Los enanos trataban de estabilizar el vuelo, y por suerte lo consiguieron en parte, aunque no pudieron evitar un fuerte impacto contra un edificio al aterrizar, que dejó a varios tripulantes aturdidos o incluso inconscientes. En la proa, Aznele Erevan, la capitana de los paladines de Osara, se hizo claramente visible, rugiendo órdenes hacia sus leales.

Daradoth vio desesperado cómo el dirigible más pequeño se estrellaba con gran estrépito contra el suelo, mientras que poco antes los elfos oscuros ya lo habían abandonado para dirigirse hacia la otra nave. En lo alto, los enanos disparaban lo más rápido posible sus ballestas pesadas contra el corvax, una y otra vez, hasta que finalmente se hicieron notar y el monstruoso pájaro se retiró, herido. Pocos segundos después, uno de los elfos oscuros parecía detenerse en el aire y caía desplomado al suelo, hacia una muerte segura. «Por fin los paladines los han visto», pensó Daradoth, con una sonrisa despiadada. El segundo elfo, al ver que su compañero caía, pareció pensárselo mejor y cambió su rumbo, dirigiéndose hacia la muralla oriental, prácticamente por encima de Daradoth y los ballesteros. Iba deprisa, pero aun así había que intentarlo, y el elfo dio la orden de disparar. Uno de los virotes lo alcanzó, pero solo con una herida superficial, así que escapó para unirse al grueso de sus tropas.

El Horizonte descendió hasta encontrarse a pocos metros de altura, y ya pudieron ver la figura de Davinios concentrada y brillando con una luz plateada en la proa. Algunos paladines ya habían quedado inconscientes por el esfuerzo de los enlaces, pero el amigo de Galad seguía estoicamente concentrado y ayudando a los soldados en combate. En la popa reconocieron a Khain Malavailos, uno de los maestros de la esgrima guardianes de lady Ilaith. Haciendo uso de escalas, Malavailos, dos de sus compañeros, y varios soldados y enanos descendieron a tierra, incorporándose al combate. Los enanos hicieron buen uso de sus ingenios lanzafuego, y los maestros de esgrima se lanzaron  a segar enemigos en su danza mortal.

Dos  horas más tarde, los cuernos enemigos sonaban, instando a la retirada, y los vítores se extendieron por doquier. Yuria se apresuró a dar las órdenes pertinentes para que los defensores no se relajaran y sellaran lo más rápido y efectivamente posible las brechas en la muralla. Cuando tuvo a todo el mundo trabajando en ello, entonces se permitió relajarse —«maldita sea, estoy agotada»— y acercarse al dirigible Horizonte, que había aterrizado hacía unos minutos. Una sonrisa acudió a su rostro cuando reconoció a lady Ilaith entre los maestros de la esgrima y sus propios amigos. Galad tenía el brazo estrechado con su amigo Davinios y, para su sorpresa, ¡el archiduque Galan Mastaros de Ercestria también se encontraba entre los presentes! Se detuvo ante la canciller de la federación en una respetuosa reverencia, pero ella se acercó para darle un abrazo, lo que cogió a Yuria por sorpresa.

Ilaith Meral, Canciller de la Federación de Principes Comerciantes

—Cómo me alegro de verte, Yuria —dijo sinceramente—. Cuando recibí vuestra carta, pensaba que todo estaba perdido y que llegaría muy tarde, por suerte no ha sido así.

Yuria le devolvió el abrazo. Aquella mujer se lo había dado todo en el momento en que no tenía nada. A ella y a sus compañeros, y al menos ella se lo iba a agradecer sin ambages.

—Disculpad nuestra enorme demora, mi señora —dijo por fin Yuria cuando deshicieron el abrazo—, pero cuando os expliquemos los pormenores de nuestro viaje, comprenderéis que no hemos tenido más remedio.

—Por supuesto, por supuesto. Ya sabes que confío en ti más que en ninguna otra persona, Yuria —la ercestre sintió cómo su ego se henchía—, y estoy segura de que no habéis tenido más remedio que dar... un rodeo. —Volviéndose un poco para dirigirse al resto del grupo, añadió—: Son muchas las cosas que tenemos que poner en común, pero antes necesitáis un descanso. Estáis agotados.

Yuria se acercó al oído de lady Ilaith y susurró:

—Estoy exhausta, pero debo deciros sin demora solo dos cosas: el rey ha muerto,  y la reina está embarazada.

Ilaith intentó que en su expresión no se notara la tristeza y, al mismo tiempo, la alegría que sentía en esos momentos. Apretó los dientes, hizo un leve gesto de afirmación con la cabeza, y volvió a instarlos a retirarse para reposar. No pudieron estar más de acuerdo. Se dirigieron a sus aposentos para tratar sus heridas y descansar unas horas. Poco después se enterarían, con gran pesar, de que Wolann, el esthalio comandante de la legión sermia, había fallecido en combate. Uno de sus lugartenientes había tomado el mando: Svarakh, hermano gemelo de otro de los lugartenientes, Svalann.

Pasadas unas seis horas, con la noche ya caída y lo suficientemente refrescados, el senescal Stenar les informó de que su majestad y lady Ilaith los esperaban en la sala del trono. Se vistieron convenientemente y junto con Faewald se dirigieron hacia allá, dejando a Taheem descansar con el muñón de la muñeca ya limpio y vendado. En el camino, todos aquellos que se cruzaban con ellos, soldados, sirvientes o nobles, se detenían para hacerles una reverencia e incluso darles las gracias. Muchos soldados se cuadraban y hacían el saludo marcial.

—No puedo evitar sentirme incómodo con esto —murmuró Galad, devolviendo leves inclinaciones de cabeza.

—Yo también —susurró a su vez Symeon—, pero piensa que en realidad, está bien merecido.

—Por supuesto que está bien merecido —abundó Daradoth—. Sin nosotros, esta ciudad habría caído irremediablemente.

Daradoth había cambiado mucho en los últimos meses. Parecía despiadado e irrefrenable. Ahora mismo, era el único de ellos que llevaba su arma encima, cruzada en la espalda, y se movía como si fuera el amo del lugar.

—Pero, Daradoth... —empezó Symeon. Tuvo que callar, pues los senescales avisaban de su llegada a la sala del Trono del Lobo.

 En la cabecera de la mesa del consejo se sentaban la reina Irmorë, con los ojos enrojecidos, lady Ilaith, compungida, y la duquesa Sirelen. Más allá se encontraba el archiduque Galan Mastaros, el conde Hannar, un par de nobles mas, Anak Résmere, Aznele Erevan, Davinios, y el capitán de la guardia, sir Garlon. Este último se puso en pie en cuanto pisaron la sala. Al instante, le siguió la duquesa Sirelen y el resto de nobles. También Anak.

—¡Salve! ¡Salve a los héroes de Doedia! —gritó sir Garlon.

—¡¡Salve!! —gritaron los nobles, senescales y guardias, a pleno pulmón—. ¡¡Salve!!

Acto seguido, los guardias de la sala repiquetearon en el suelo del salón con sus alabardas, los senescales con sus bastones y los reunidos en la mesa, golpearon con sus manos. Yuria e Ilaith intercambiaron una mirada, la princesa sonrió. Galan se mesaba la perilla, al parecer algo sorprendido.

Cuando el bullicio cesó, Galad habló:

—Gracias por vuestra ovación, mis señores, pero no nos merecemos tanto.

—Allá donde estemos nosotros, la Sombra habrá de retroceder —terció Daradoth—. Es nuestro deber.

Acto seguido, se sentaron a la mesa tras serles ofrecido el asiento por la reina, que les dirigió unas palabras:

—No tengo palabras para agradeceros lo que habéis hecho por esta ciudad. Sin vosotros, yo misma estaría muerta a estas alturas. Sabed que tenéis mi agradecimiento, de corazón. —Evitó mencionar el bebé de su interior por el momento—. Sabed también que la Luz tiene un bastión fiel en Sermia mientras yo viva, y espero que por siempre. Y es mi deseo concederos el título de Grandes del reino, que se os otorgará con la ceremonia adecuada en cuanto el asedio se haya levantado, cosa de la que no dudo ni un ápice, y el funeral de su majestad Menarvil haya sido debidamente celebrado.

—Muchísimas gracias, majestad, nos sentimos muy honrados —agradeció Yuria, sabiendo que la reina debía de estar sufriendo lo indecible por su difunto marido.

Ilaith tomó la palabra entonces:

—Bien, tras los agradecimientos, es hora de que nos pongamos al día y discutamos los asuntos más urgentes. Su majestad y los bardos ya me han hablado de vuestras conferencias, Daradoth —Ilaith dirigió una mirada apreciativa al elfo, como intentando reconocerlo; «realmente Daradoth ha cambiado mucho estos meses», pensó Yuria, «Ilaith debe de estar evaluándolo minuciosamente»—, algo extraordinario; y también de lo que narrasteis en ellas. Por su parte, su señoría el archiduque Mastaros también me explicó vuestras vivencias en el Pacto. Pero la versión ha sido, cómo no, muy resumida, así que me gustaría escuchar los detalles de primera mano, pues yo esperaba que estuvierais ausentes como mucho durante un mes.

El grupo le explicó prácticamente todo lo que había ocurrido desde que habían dejado a Ilaith en Doedia hacía poco más de... ¿seis meses? Más o menos. Como la canciller ya se encontraba en antecedentes, la sorpresa no fue tanta; sin embargo, el archiduque Mastaros se mesaba cada vez con más fuerza la perilla, intentando aparentar indiferencia, pero visiblemente impresionado por las partes que desconocía. Por supuesto, evitaron mencionar a los gemelos herederos del Imperio de los que les había hablado Anak, y tampoco mencionaron la verdadera identidad de Eraitan, pero el resto lo narraron todo: el Vigía, la rebelión de Ginathân, la situación con el Cónclave del Dragón y sus colonias en el sur, los vulfen, los insectos demoníacos, la ordalía de los Santuarios de Essel, el Orbe de Oltar (que pusieron sobre la mesa), Ecthërienn, la coronación de Ginathân, la pacificación del pacto, el viaje en busca del ritual hasta los hidkas, después hasta las islas Ganrith, el extraño volcán que había allí, sus guardianes, las extrañas explosiones, los invasores ilvos de allende el océano, y por último su llegada a Doedia y lo acontecido allí.

—Impresionante —acertó a decir Ilaith. El resto de presentes intercambiaron miradas, rebullendo en sus asientos.

—Comprenderéis ahora lo importante de nuestra búsqueda y los retrasos que indefectiblemente han venido derivados —dijo Daradoth—. La victoria de Luz sobre Sombra es lo primero en estos momentos.

—Al menos, evitar la derrota —terció Symeon, no tan optimista.

—Sí, por supuesto. Para eso estamos todos aquí —aseguró la canciller—. Realmente, hablo por todos cuando digo que estamos sin palabras y que me alegro de teneros a mi servicio.

Daradoth hizo amago de rebatir esa última afirmación, pero se contuvo por el momento. Ya había dejado claros en su momento los términos de su acuerdo con Ilaith; «si es necesario, se los volveré a recordar, pero no aquí».

Yuria, por su parte, afirmó con la cabeza. «Es la persona adecuada para llevar a la Luz a la victoria, sus miras son amplias y su resolución, inquebrantable».

—Lo que debe quedar clarísimo aquí —continuó Symeon— es que, si no se detiene a esos.. Erakäunyr... —esperó la confirmación de Daradoth—, y el norte cae, toda Aredia lo seguirá. 

A continuación, fue el turno de Ilaith de ponerles al corriente. El principado de Armir había sido pacificado en cuestión de pocos días, y después rechazaron la invasión al principado de Ladris, aplastando a Mírfell entre sus fuerzas. Pero el principado de Undahl, aliado con la Sombra y reforzado con una flota de barcos negros, había resistido y seguía en posesión de las islas de kregora. 

—Verthyran Kenkad y Wontur Serthad no están muy contentos con la situación, pero por el momento, todo está estable. Deberíamos acabar con Undahl, pero informada de la situación exterior por el archiduque Mastaros, mi atención se ha desviado en los últimos tiempos hacia Esthalia. Creo que deberíamos intervenir en su conflicto, o, llamémoslo por su nombre, su guerra civil. Vosotros mismos sugeristeis hace unos meses la conveniencia de una alianza con la reina Armen, y allí envié a mi primo, cuya situación en estos momentos me es desconocida.

»Respecto a los dirigibles, ya he puesto a los tejedores a repararlos. Los dos ingenieros que han venido hasta Doedia, Gaidor y Aertenao, (que están deseando saludaros, Yuria) les han dado instrucciones para la reparación. El Empíreo no debería tardar más de dos o tres días en estar listo, y el Nocturno en no más de una semana. En Tarkal se está construyendo un quinto dirigible aún mayor y con armas de guerra, el Indómito, pero la tela especial se agotó. Creo que eso es todo respecto a la situación en la Federación.

—Ahora —intervino la reina— deberíamos hacer saber a todo el mundo que el rey fue asesinado por elfos oscuros fieles a Datarian. Eso debería hacer que muchas tropas desertaran o se rebelaran.

—Tendríamos que combinarlo con el ofrecimiento de perdón a los que cambien de bando —intervino Galad—. Y asumir el peligro de los traidores.

Se discutió a continuación de la posibilidad de organizar un grupo que se infiltrara en las filas enemigas (bajo el mando de Daradoth) y organizara una misión quirúrgica para apresar a Datarian, pero la presencia de los elfos oscuros convertía la misión en un suicidio, según palabras de Daradoth. De todos modos, el día siguiente, los cuarenta paladines de Emmán y los veinte de Ammarië estarían suficientemente recuperados para reanudar los combates.

—Hay más noticias —continuó Ilaith, tras unos segundos de conversación en voz baja con Irmorë—. Para los presentes que no lo sepáis aún, su majestad Irmorë lleva en su vientre al heredero de lord Menarvil, y eso nos da una nueva esperanza. 

—Y además, lo cambia todo —intervino Sirelen—, ya que, según la ley Sermia, ya no hay que buscar un heredero, sino que la reina pasa inmediatamente a ser la regente del reino hasta el nacimiento y la toma de posesión de su hijo. O hija.

—Corregidme si me equivoco —dijo el conde Hannar—, pero si el bebé resulta ser una mujer, tendremos un problema, ¿no es así?

—Nada que no se pueda remediar aprobando un par de leyes, por supuesto —contestó Sirelen con media sonrisa—. Tenemos nueve meses para prever tal situación.

—Bien. Tendremos que anunciar a todo el mundo la nueva situación.

—En otro orden de cosas —volvió a tomar la palabra Ilaith—, hemos acordado que Sermia y la Federación firmen un tratado de alianza total, con libre comercio, defensa, libre paso, y todo lo que sea necesario para derrotar a nuestros enemigos. Mañana mismo lo haremos oficial y se firmará. Al fin y al cabo, ya estamos aquí defendiendo Doedia.

«Otro peón más para contribuir a vuestra ascensión», pensó Daradoth. «Bien hecho». Ilaith continuó:

—Eso me lleva de nuevo a la situación en Esthalia, a la que creo que deberíamos prestar más atención, y tomar partido de forma más activa.

—Mi señora —la interrumpió Yuria—, no sé si habéis sido convenientemente informada, y si es así, disculpadme, pero la situación del Imperio Vestalense también es tal que podríamos aprovecharnos con poco esfuerzo de ella.

—Algo me ha detallado lady Sirelen, sí. Aun así, creo que contar con Esthalia entre nuestros aliados —«Queréis decir "subordinados", ¿verdad?», Daradoth seguía sonriendo muy levemente— nos favorecería enormemente. Esto nos permitiría a la vez llegar a Ercestria, que también está rodeada por multitud de enemigos.

—Aun así —intervino Galad—, siento contrariaros, mi señora, pero es cierto lo que hace unos momentos ha dicho Symeon. Tenemos que detener a esos insectos demoníacos. Si no lo hacemos, no habrá futuro.

—Ya veo. —Ilaith meditó unos segundos—. Pero, ¿estáis seguros de que nadie más puede encargarse de eso? ¿Y de que no hay ninguna otra alternativa? Además, por lo que contáis no habéis visto a esos insectos en persona, es posible que haya algún detalle pasado por alto. Me gustaría teneros a mi lado, y entiendo que la búsqueda de ese... ritual, puede llevaros de nuevo varios meses.

—Así es, puede que nos lleve algo de tiempo —dijo Yuria—, pues implica viajar a regiones bastante remotas de Aredia. Respecto a lo que decís...

—Nadie puede hacer esto más que nosotros, canciller —la interrumpió Daradoth—. Y las alternativas —miró a Symeon— parecen muy peligrosas o inseguras.

Ilaith miró a Yuria.

—Daradoth está en lo cierto, mi señora —confirmó.

—Aun así, me gustaría conocer esas alternativas, si es que las hay.

Dudaron durante unos momentos, y finalmente, Symeon dijo:

—Me temo que las alternativas se encuentran todas en vuestra cámara acorazada, mi señora.

—¿Qué queréis decir?

—La única alternativa que se me ocurre pasa por utilizar la espada verdemar, Nirintalath, la Espada del Dolor. O quizá la otra espada, la espada alada, Églaras. Son objetos muy poderosos, pero a la vez muy peligrosos.

—Demasiado peligrosos —puntualizó Daradoth—. Nuestra mejor oportunidad, ya probada en el pasado, es usar el Orbe, y para eso necesitamos el ritual.

Ilaith volvió a dirigir su mirada Yuria, que esta vez afirmó en silencio.

—Aun así, no puedo creer que no haya más alternativas, Yuria, sobre todo para alguien con una mente científica como la vuestra. ¿Acaso el fuego no los quema? ¿El ácido no los corroe? Y Galad —se giró hacia el paladín—, ¿no decís que son demonios? Los paladines deberían poder expulsarlos con sus poderes, ¿no es así?

—Lady Ilaith, escuchadme —Daradoth empezaba a perder la paciencia—. Esos insectos son engendros de la Sombra, y se enfrentaron hace miles de años a seres mucho más poderosos que nosotros, que apenas pudieron rechazarlos, después de mucho esfuerzo y pérdidas. No creo que sea tan fácil enfrentarse a ellos como sugerís. 

—Hablamos de demonios, sí —intervino Galad—, pero demonios a los que a la propia Sombra le cuesta traerlos hasta esta realidad.

Ilaith también parecía cerca de perder la paciencia.

—Pero, ¿lo habéis intentado? ¿Acaso había enlace entre paladines en aquella época? ¿Tenían un contingente de decenas de paladines de Emmán?

Todos guardaron silencio, reconociendo tácitamente que quizá Ilaith no anduviera errada del todo.

—Son alternativas que pueden ponernos en peligro...

—Más peligroso es jugarlo todo a una carta, existiendo varias posibilidades. Pero, en fin, estamos todos agotados; así que supongo que tendremos que retomar esta conversación mañana.

 

Una vez acabada la reunión y que los presentes se habían retirado a descansar (pues era bien entrada la noche ya), Ilaith se reunió durante unos minutos a solas con el grupo, para felicitarlos y agradecerles personalmente que hubieran protegido a la reina y su bebé.

—Menarvil e Irmorë son.. era... como hermanos para mí, así que os lo agradezco fuera de toda medida.

—Perded cuidado, mi señora —dijo, devota, Yuria—, era nuestro deber.

Tras unos segundos de silencio, Symeon intervino:

—Lady Ilaith, quería preguntaros por la situación con la caja acorazada de Tarkal. Hace unas semanas detecté una perturbación onírica, y quería asegurarme de que todo estaba bien allí.

—Sí, que yo sepa, todo está bien, Symeon. Las espadas y los objetos de valor siguen estando allí. Nadie me ha informado de lo contrario. Como ya os dije, pasadas dos semanas de vuestra partida, pusimos un aro de kregora alrededor de la empuñadura de la espada, y no ha habido ningún problema.

—Muy bien, os lo agradezco.

Galad tomó su turno:

—¿Y la princesa Eudorya, mi señora? ¿Se encuentra bien?

Ilaith miró a Galad fijamente a los ojos durante unos segundos.

—Sí, hermano Galad. Eudorya ha resultado ser una princesa fuerte y leal, confío mucho en ella, y ha sabido sobrellevar la situación excelentemente. Por cierto —Ilaith puso más énfasis en sus palabras—, se prometió hace poco con el príncipe Nercier Rantor de Mervan, no le quedó más remedio debido a la presión. —Tras una breve pausa, añadió—: Os aconsejo que regreséis a la Federación cuanto antes, Galad, si no queréis que suceda algo que os haga infeliz.

Galad se estremeció, y afirmó con la cabeza:

—Gracias, haré todo lo posible por que así sea.


martes, 20 de agosto de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 23

Una Estrella fugaz

La duquesa Sirelen salió también de las estancias situadas tras el trono, así como un par de las damas de compañía de la reina, y se precipitaron a consolarla por la pérdida de su esposo. Poco después irrumpían en la sala los dos bardos reales que se encontraban fuera, Anak y Stedenn, este último con la manga de su jubón manchada de sangre.

Entre tanto, en el exterior, Daradoth se había retirado del muro para contener la hemorragia de su pierna, con bolas de fuego estallando cada cierto tiempo en las almenas a sus espaldas. Yuria seguía rugiendo órdenes para dirigir los carros incendiados hacia los enormes animales que habían quebrado la muralla, mientras ella misma se aproximaba al combate e intentaba que la gente no huyera despavorida ante la visión de las monstruosas criaturas y las explosiones ígneas.

Daradoth apretó los dientes al ver la desbandada de soldados y guardias que huía de las murallas presa del pánico. Los primeros soldados enemigos empezaban a irrumpir en la ciudadela a través de las brechas abiertas. Quiso ayudar, pero de repente, se sintió desfallecer. Había perdido mucha sangre. «Tengo que encontrar a Galad». Preguntó a su alrededor, y alguien le indicó que Galad había corrido hacia palacio. Corrió hacia allá, tambaleante. Un guardia le informó de la incursión y la muerte del rey, así que intentó acelerar el paso.

Las andanadas de los cuerpos de ballesteros que resistían en las murallas seguían siendo inefectivas, y las campanas de la parte occidental de la ciudad comenzaron a tañer frenéticamente. «Maldición», pensó Yuria, «¿qué pasará ahora? No creo que toquen las campanas así por un mero ataque del ejército». Apenas había conseguido que un puñado de personas detuvieran su huida cuando otro estruendo sacudió la zona. Cascotes y mampostería salieron despedidos del muro sureste. El tercer mastodonte había abierto brecha por fin, destrozando los edificios que reforzaban la muralla. 

Por suerte, los primeros carromatos con el heno, leña verde y brea encendidos llegaban al frente, despidiendo abundante humo. Los soldados los empujaron con fuerza sobre las aberturas, asustando a los animales, que retrocedieron, y dificultando la visión y la respiración de los atacantes. Poco después, la batalla estallaba entre los dos ejércitos.

En palacio, a Daradoth se le cayó el alma a los pies cuando vio al rey inerte, a la reina llorando desconsolada, y a Taheem sin la mano izquierda. Puntos de luz aparecieron en su visión, y todo se tornó borroso; a punto estuvo de caer al suelo. Pronto, Galad inponía sus manos y rezaba una oración a Emmán, haciendo que el elfo se sintiera mucho mejor.

—Gracias, hermano, como siempre —tocó con su mano el hombro de su amigo, ya casi hermano, como había dicho, y a continuación se giró—: Lamento mucho vuestra pérdida, mi reina, pero la situación en el exterior es extremadamente comprometida. Debemos salir a ayudar a Yuria y los demás.

—Por supuesto —contestó la reina—. Y gracias. 

En el camino al exterior, Daradoth puso en antecedentes de lo que ocurría en las murallas a Anak Résmere, que se les había unido, a Galad y a Symeon. El errante manifestó sus temores:

—Todo parece perdido aquí. Si Emmán o la bendita Ninaith no intervienen en nuestro favor, debemos ir pensando en la forma de escapar con vida.Y llevarnos a la reina.

—El dirigible no está listo para salir, no veo cómo podremos hacerlo —contestó Galad.

Cuando salieron al patio exterior pudieron escuchar el toque de campanas de la parte occidental de la ciudad, y al obtener visión directa, pudieron ver cómo ya había soldados luchando en lo alto. Desde el muro sur, les llegó el estruendo cuando el gigantesco rinoceronte abrió brecha. Vieron el humo de los carros llameantes sobre los edificios. Daradoth salió como un rayo hacia allí, acompañado de Symeon y Galad, que elevó sus plegarias para inspirar coraje en todos los que le rodeaban. Detuvo así gran parte de la desbandada de soldados y guardias que habían huido de las murallas, dirigiéndolos hacia la brecha sur, por donde ya entraban soldados enemigos. Daradoth se lanzó hacia allí para intentar acabar con el jinete del rinoceronte.

Yuria sintió algo de alivio al ver aparecer a sus amigos otra vez, aunque el corazón se le congeló unos segundos cuando le informaron de que el rey había muerto. No obstante, tuvo que sobreponerse rápidamente y se alegró de que Galad hubiera acudido con aproximadamente un centenar de soldados para reforzar los muros. Se aprestaron para el combate de nuevo, mientras el elfo oscuro que comandaba al rinoceronte lanzaba un par de bolas de fuego a su alrededor, con poca efectividad gracias a la cantidad de humo y polvo que dificultaba la visión, y Daradoth saltaba por las ruinas de las caballerizas blandiendo a Sannarialáth, centelleante. 

Galad se dirigió a Anak:

—Intentemos encargarnos del otro jinete, ¿puedes afectarlo con una de tus canciones?

—Si nos acercamos los suciente, sí, podría intentarlo —contestó el bardo, dubitativo.

—Es suficiente para mí —Galad sonrió, pero su sonrisa no se transmitió a su mirada—. ¡Vosotros, conmigo! —exclamó, dirigiéndose a un grupo de soldados, que inmediatamente obedeció—. ¡Vamos a encargarnos de aquel! ¡No desfallezcáis, Emmán está con nosotros! ¡Proteged al bardo real! —En voz más baja, añadió—: Anak, no te separes de mí ni de Symeon.

Dejaron a los esthalios y la legión de Wolann enfrentándose a los invasores del sur, y se dirigieron hacia la primera brecha.

En la muralla sur, cuando Daradoth avistó al jinete, no pudo evitar que su visión se tornara roja de nuevo. Masculló algo, y saltó con un hechizo, acelerando de paso su metabolismo. Aterrizó sobre el lomo del animal, y agarrándose a una de las columnas de la casamata alzó a Sannarialáth, rechazando la naginata del elfo oscuro, que había buscado su abdomen. La resplandeciente espada élfica describió un arco que la vista no pudo seguir, y el pecho del elfo oscuro estalló en una explosión de luz plateada. Al caer muerto el jinete, el animal se agitó de repente, estrellándose contra el muro y retirándose. Daradoth se vio rodeado de repente del ejército enemigo; muchos de los soldados reccionaron dirigiendo sus arcos hacia el elfo, que por suerte consiguió reprimir su visión roja en un esfuerzo de voluntad titánico, y huir hacia el interior de la ciudadela.

En ese momento, Yuria, algo más alejada e impartiendo órdenes, vio una sombra por el rabillo del ojo que le llamo la atención. Miró hacia arriba. «Maldita sea, ¿aún hay más?». Un enorme cuervo negro, un corvax con los que ya se habían encontrado durante su periplo por el imperio vestalense, se precipitó sobre el patio de armas, remontando el vuelo mientras su jinete lanzaba un hechizo que hacía explosión donde debía de encontrarse el Empíreo. Dio la voz de alarma:

—¡Cuervos! ¡Cuervos gigantes arriba! ¡Proteged el Empíreo!

Daradoth, alertado por la explosión en el interior, alcanzó a ver al corvax remontando el vuelo. Sintió un latigazo de furia al verlo, y algo llamó su atención más allá. Dos manchas negras se aproximaban a lo lejos. Otros dos cuervos. «Dos brechas en en sur y el este, la muralla oeste a punto de verse superada, los malditos engendros lanzando bolas de fuego y los cuervos desde arriba». Apretando los dientes, descartó el pensamiento derrotista que le venía a la mente y se dirigió hacia el muro oeste para intentar acabar con el único jinete que quedaba a lomos de los rinocerontes. Más allá, por delante de él, el contingente de Galad y Symeon, al que se había unido Yuria, se encontraba en un enconado combate con las tropas enemigas tratando de ponerse a distancia de ataque de Anak Résmere, que prácticamente era arrastrado hacia allí en el seno del grupo mientras preparaba su canción de terror. 

En el límite de su visión, pudieron ver cómo el jinete de un corvax lanzó una lluvia de fuego sobre los soldados que trataban de llegar a defender el Empíreo.

Daradoth pasó como una exhalación sobre sus compañeros y saltó sobre el mastodonte al que intentaban acercarse, dispuesto a acabar con el elfo oscuro que lo comandaba. Pero esta vez no tuvo la misma suerte que en las anteriores. El elfo detuvo su ataque con su hoja, y el contraataque de la hoja impía se clavó en sus costillas, abriendo una fea herida y rechazándolo. Daradoth cayó inconsciente por el costado del animal.

Por suerte, y con ayuda de la distracción de Daradoth, Galad y los demás consiguieron empujar lo suficiente para que Anak se encontrara por fin a distancia de ataque. Bordeando el límite entre el canto y el grito, el bardo lanzó su melodía hechizada en forma de canción de guerra. El elfo oscuro, que se disponía a asestar el golpe de gracia a Daradoth, se detuvo al escuchar la voz. Un estallido de pánico sacudió su mente y, girándose bruscamente, hizo virar al enorme animal que comandaba, empujando y aplastando a sus propios soldados.

«Bien, esta brecha está controlada», pensó Yuria, mientras los guardias reales ganaban terreno hasta el muro. Se giró hacia el oeste, viendo los incendios  y los cuervos que ejecutaban mortales pasadas. En el sur, los Esthalios perdían terreno poco a poco. Daradoth había caído inconsciente sobre una pila de cuerpos, y Galad y Symeon parecían agotados, aunque el paladín y acorría hacia donde se encontraba el elfo para ayudarlo. Y en el exterior ya se escuchaba a las legiones de Datarian preparando el asalto a los muros con escalas. Ella misma se sentía desfallecer. «Esto es más de lo que podemos manejar». Aun así, volvió a rugir órdenes distribuyendo a las tropas hacia los puntos más débiles.

Symeon, apoyado en su bastón recuperando el aliento mientras Galad (obteniendo poder del bastón del errante) evitaba la muerte por desangramiento de Daradoth, también observaba a su alrededor. Susurró al paladín:

—Deberíamos ir pensando en un plan de escape, Galad. La cosa pinta mal, y no debemos dejar que apresen a la reina. Menos ahora que lleva al heredero de Menarvil en su vientre.

Se agachó cuando uno de los cuervos pasó peligrosamente cerca de ellos, y su jinete lanzó un hechizo sobre las tropas, que debido a ello cedieron algo de terreno en la brecha. Podía escuchar los gritos desesperados de Wolann y del capitán Garlon, rugiendo órdenes para mantener las líneas. Pero la muralla occidental cedía. Cuernos sonaban en señal desesperada de petición de refuerzos. Con Daradoth suficientemente recuperado y habiendo descansado unos minutos, corrieron hacia allá. 

Poco después de superar la plaza central de la ciudadela, una sombra se abatió sobre ellos; uno de los corvax se dirigía directamente a atacarlos, con los brazos de su jinete envueltos en un extraño fulgor mientras hacía gestos arcanos.

—¡Maldita sea! —gritó Symeon, alzando su bastón en un gesto de resistencia desesperado.

—¡Poneos tras de mí! —bramó Yuria. Pero no iban a poder hacerlo a tiempo.

—¿Escucháis eso? Como si...

Galad no pudo acabar la frase. Una estrella fugaz cayó del cielo con silbido sobrecogedor y un centelleo plateado. Estalló con gran estruendo sobre el negro cuervo y su jinete, prácticamente desintegrándolos.

Corvax impactado por una estrella