Por la mañana comprobaron la reacción de la daga en Leyon. El heredero del Trono se vio abrumado por la poesía, abriendo mucho los ojos y alargando su mano hacia el objeto. Ezhabel no dejó que la cogiera, reconociendo los signos que ya había visto antes en Ayreon. Al quitarla de su vista, Leyon pareció despertar de un trance. Lo dejarían para más adelante.
Dándose cuenta de que estaban descuidando la situación en Haster, se desplazaron allí a través del portal abierto permanentemente entre Emmolnir y la futura capital del imperio. Como ya habían comprobado en alguna visita anterior, Robeld de Baun se había instalado en un sitial ante el Trono, tomando un férreo control de la ciudad. El antiguo marqués de Arnualles y actual Brazo de Eudes les informó de que había enviado a lord Agiran junto al ejército de lady Dalryn -fiel a Leyon a cambio de promesas de nobleza- a inspeccionar la situación en los poblados de nueva creación de las praderas del sureste. Era evidente que se lo había sacado de encima. Leyon y Demetrius expresaron su deseo de que Agiran volviera cuanto antes a la ciudad, a lo que lord Robeld asintió levemente.
En la rápida reunión que organizaron con Dorlen, Ylma, Maraith, Ar'Thuran, Rughar, Robeld y Beltan entre otros, lord Dorlen expresó su profundo malestar por el perdón de Leyon a los Susurros de Creá, que habían cometido tantos crímenes de sangre y habían causado tantos problemas. Su amigo Galan había sido asesinado por ellos, y no comprendía cómo habían obtenido tan fácilmente un indulto. Para él, era inadmisible. Su relación con Galan había sido muy estrecha, y su vehemencia hizo plantearse a los personajes cuán estrecha había sido para que expresara tal convencimiento. Ylma se unió a sus quejas, y los demás expresaron su aprobación con gestos de afirmación. Leyon explicó el indulto lo mejor que pudo, alegando que eran una herramienta muy valiosa para la Luz y el padre Ayreon en persona había comprobado su arrepentimiento y su filiación a la Luz. Les habían guiado motivos equivocados, pero su lealtad a la Luz y su odio a la Sombra quedaban fuera de toda duda. No obstante, acordaron la celebración de un juicio en cuanto fuera posible, preferiblemente auspiciado por un Mediador -cuando estos fueran sanados de su locura-; pero se celebraría más adelante. Los hidkas y los elfos reportaron lo de siempre, tensiones en la ciudad, incluso entre sus propios aliados, que amenazaban con romper el frágil equilibrio que se había establecido. Era urgente desenquistar el conflicto y resolver el problema de los Mediadores.
Tras la reunión, Ezhabel se reunió a solas con Rughar para recabar su opinión personal. El capitán elfo afirmó que los humanos, como siempre en el pasado, los envidiaban y estaban provocando muchos conflictos. Concretamente, los Iluminados estaban causando un gran número de altercados, y cuestionaba su lealtad a la Luz.
Leyon se reunió por su parte con lady Ylma para hablar de los Iluminados, que estaban causando tantos problemas. Ylma respondió que no creía que estuvieran causando más problemas que cualquier otro, pero que intentaría ponerlos en su sitio. El problema es que la inactividad los estaba desesperando. Tras ello, Leyon convocó a Dorlen. Éste se mostraba inflexible en que había que castigar a los Susurros. ¡Habían asesinado incluso a una monarca, la Magna Clérigo del Imperio Daarita Lerna Yuxtures!
Según les informó Robeld, lord Turkon, el hermano de la Emperatriz del Kaikar y usurpador del Trono de Haster seguía en la torre de los calabozos. Se asombraron de que así fuera, y hacia allí se dirigieron. Seguía en la misma celda infecta, húmeda y oscura donde lo habían arrojado tras su intento de hacerse con el mando de la ciudad. Turkon daba pena. Estaba delgadísimo, lívido y en posición fetal. Según el carcelero que los acompañó, lord Robeld había dado orden de que lo castigaran regularmente cada día. Horrorizados, ordenaron que lo sacaran de allí y le dieran un alojamiento digno. Leyon y Ezhabel se reprocharon no haber pensado antes en él. Los guardias los obedecieron, dubitativos ante la persepectiva de desobedecer las órdenes de lord Robeld; pero el tono de Leyon no les dejó lugar para contrariarle, y sacaron a lord Turkon de allí, a una habitación de la parte superior de la torre. Leyon se dirigió rápidamente a ver a Robeld y le reprochó su falta de escrúpulos y su crueldad. Tras unos instantes de tensión, Robeld de Baun pareció recapitular y aceptó la orden de Leyon a regañadientes.
Ezhabel intentó a hablar con Banallêth, pero la hermana de Ayreon parecía estar muy solicitada a juzgar por la multitud que se congregaba en la parte de los jardines donde recibía a sus contactos. Cuando se reunió con ella, la Jefa de Espías le recomendó que la próxima vez sería mejor que hablara primero con Sirtan, uno de sus hombres, sirviente en palacio. Banallêth transmitía una sensación de responsabilidad excesiva, como si llevara un gran peso sobre ella. Quizá se había implicado demasiado en su papel y había urdido una telaraña excesivamente tupida y extensa. Su rostro y sus palabras demostraban su fatiga. La semielfa le preguntó por los Iluminados, y Banallêth le expresó sus dudas respecto a ellos, diciendo que algunos no eran de fiar, según sus informaciones. En algún punto de la conversación, la jefa de espías mencionó el movimiento de los barcos ilvos que habían estado anclados en puerto y sus dudas respecto a dirigirlos a Ovam. ¿Cómo sabía Banallêth el destino de la flota ilva? Su red de contactos debía de ser realmente extensa.
Por la tarde, en Emmolnir, volvieron a reunir a los líderes para decidir definitivamente que en pocos días lanzarían un duro ataque sobre Ovam y su puerto. Calculaban que los barcos ilvos llegarían en otros cinco días a la vista de la ciudad; sería entonces cuando ellos aparecerían, haciendo uso de los portales abiertos por Demetrius con Mandalazâr. También hicieron un recuento completo de sus tropas, la situación en los frentes ercestres y lo que podían desviar a Ovam. Atacarían con los 20.000 ilvos presentes, 10.000 elfos y el ejército de Rûmtor y los hidkas de Ar'Kathir. No deberían tener problema en vencer la poca resistencia que presentaran.
Informado de los acuerdos sobre el juicio a los Susurros, Ayreon decidió informar a Ordreith del asunto. Éste mostró una gran decepción en su rostro, y reprochó al Gran Maestre Paladín su incapacidad para oponerse a unos nobles de baja cuna y de defenderles a ellos, que habían demostrado de sobra su lealtad y su valía para la Luz. Ayreon transmitió su consternación, pero era justo. Hizo todo lo posible para convencer al vestalense de que el juicio sería justo, y él personalmente intercedería por ellos. Ordreith se marchó, negando con la cabeza.
Con las capacidades de Eltahim se trasladaron a las afueras de Ovam, para investigar la situación. En el frío verano ártico pudieron ver poco más de cuarenta barcos anclados en puerto y tráfico de barcos de transporte en los alrededores. Las defensas de la ciudad no parecían especialmente prevenidas ni nutridas para defender un ataque. No los esperaban. Mientras observaban, se levantó una pequeña ventisca y por pura casualidad, Ezhabel se fijó en que un par de cuervos los sobrevolaban. Y no les afectaba el viento. Se marcharon de allí rápidamente.
La Torre de Marentel |
De vuelta a Emmolnir, Eltahim mencionó que igual sería bueno conseguir el apoyo de sus compatriotas targios. Sus capacidades serían de una gran ayuda para defender los territorios que pudieran conquistar. Les pareció muy buena idea, y Heratassë los teleportó casi de inmediato a Dakata, la capital de las ciudades-estado de Targos, donde Demetirus y Eltahim ya habían estado hacía algunos meses. La torre de Marentel se alzaba en lo alto de la Colina de Vargan. Se acercaron hacia la puerta, donde los recibieron unos guardianes constructos. Eltahim dijo las palabras rituales en un perfecto targio, y la puerta pasó de ser metálica a presentar una superficie líquida y brillante. Pasaron, sintiendo el frío que la extraña sustancia provocaba. Todos menos Leyon y Demetrius. Los constructos les instaron a dejar a Ecthelainn y Mandalazâr fuera, custodiadas por sendas estatuas que surgieron de la pared. Eran armas muy poderosas, y como tales no podían acceder a la Torre. Las dejaron, y franquearon la puerta. Los constructos los llevaron a una sala de espera, donde unos aprendices les trajeron un refrigerio. En los pasillos y estancia de la torre pudieron ver a multitud de civiles y gente vestida con pobres ropajes: refugiados. Finalmente fueron recibidos por Carios, el Gran Maestro de Marentel, que en cuanto se enteró de que Eltahim había vuelto los recibió inmediatamente. Reunión en la sala también a Eratrad, el Gran Taumaturgo, que se encontraba de visita en la torre, y a Vurtalad, el maestro elementalista. Todos ellos lucían el largo pelo anudado en lo alto de la cabeza, al estilo de los Grandes Maestros del Poder targios.
Mientras varios constructos les traían agua y hielo, informaron a Carios sobre la desaparición de los dos taumaturgos que les había proporcionado, y la desgracia que había sido. La Sombra era fuerte, más fuerte que nunca, e intentaron convencer al Gran Maestro de que necesitaban su ayuda si querían vencer. Caros les respondió que por desgracia, ellos tenían sus propios problemas. Recalcó el hecho de que otra ciudad-estado, Tedeas, se había aliado definitivamente con la Sombra atacando a todas las ciudades de su alrededor. Tedeas había conseguido la alizanza con muchas otras ciudades, Ektelan y Dretai entre ellas, lo que complicaba más la situación. Cada día llegaban más refugiados a la torre producto de los desmanes de los tedeasanos y sus aliados, y tenían un problema importante con la comida y el agua. Ayreon sonrió. Heratassë los transportó fuera de allí y en un abrir y cerrar de ojos habían vuelto con Rímen, el paladín capaz de replicar el grano y el agua. Carios y los demás quedaron asombrados ante su capacidad, y aunque no llegaron a sonreir, sí expresaron su satisfacción al ver resueltos sus problemas más acuciantes. También se quedaron sorprendidos por la facilidad con que Heratassë había parecido teleportarse, y preguntaron acerca de él, a lo que los personajes respondieron con evasivas, postergando la explicación.
Además, los personajes les hablaron de poderosos aliados que podrían ayudarles en su guerra si ellos podían contar con la ayuda de los taumaturgos de Dakata en la suya. Esto acabó de convencer a Carios y los demás, que tras deliberar un rato, acordaron colaborar con el grupo. Cuatro taumaturgos, encabezados por Vurtalad, y cinco iniciados los acompañarían en su guerra e informarían puntualmente por si necesitaban refuerzos. Todo ello a cambio de un trato de asistencia si Dakata era atacada. Tras dejar que Eltahim departiera un rato en privado con Carios, volvieron a Emmolnir con la nueva compañía.
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