Lucinda, madre de Lucio Mercio |
Tras dejar a las mujeres y a Cneo Servilio a salvo bajo un olivo entre la espesa lluvia, Lucio y Cornelio saltaron de nuevo el muro para entrar en el antiguo sótano. Tras esquivar a varios guardias, bajaron las escaleras y pudieron oir el escándalo que armaba la multitud que se agolpaba a la entrada de la cripta donde se encontraban Tiberio e Idara. Golpeaban la puerta salvajemente, con algún ariete improvisado, mientras alguien gritaba órdenes.
En la antesala se encontraban tres guardias que seguían con interés lo que sus compañeros llevaban a cabo en la capilla que daba acceso al subterráneo. Lucio se lanzó al ataque, cubriendo la puerta de la capilla donde tendría ventaja sobre sus atacantes, y Cornelio corrió también para enfrentarse a los guardias de la antesala. El combate fue largo y agotador, y logró distraer a la multitud que intentaba abrir el acceso al subterráneo. Lucio consiguió aguantar en la puerta sin retroceder, y Cornelio se encargó de los guardias, permitiendo la salida de Idara y de Tiberio de la cripta inferior. Transcurridos unos minutos, llegó a la escena uno de los guardias de élite que habían visto previamente vestido con la armadura lacada de azul que parecía amoldarse perfectamente a su cuerpo. Además, la lanza que llevaba despedía descargas de una extraña energía que quemaba a quien tocaba. No obstante, gracias a la enconada resistencia de los personajes y a sus habilidades, pudieron hacerlo retroceder y salir en busca de ayuda. Mientras tanto, Tiberio e Idara ya hacía rato que habían salido de la cripta inferior huyendo de las tenebrosas figuras sombrías que habían despertado, y se habían reunido con los compañeros. Una vez que el guardia de la armadura azul -un tartessio, según averiguaron basándose en los bajorrelieves y pinturas de la cripta subterránea- partió en busca de refuerzos, no esperaron ni un instante: amparándose en la cortina de lluvia que ya caía sobre el lugar, treparon el muro de los jardines y salieron como una exhalación.
Una vez se reunieron con las mujeres y Servilio, Lucio y su madre aprovecharon para abrazarse y saludarse emotivamente. A continuación departieron sobre cuál sería su próximo movimiento, pero no había demasiadas dudas: era urgente que Cornelio tomara el mando de la XXIIª legión. De momento, podría alegar que su viaje se había retrasado debido al clima o circunstancias imponderables, pero no podría excusarse si tardaba mucho más. A pesar de que la madre de Lucio no hacía más que insistirle a su hijo en que debía vengarla y darle un escarmiento a Quinto Antonino Celio, volvieron a Gades para embarcar y reemprender su viaje. La madre de Lucio y la otra mujer -en calidad de sirviente de Cornelio- los acompañarían. Lucio no se mostraba muy convencido, pues su ansia de venganza era mucha, pero decidió que acompañar a su amigo sería lo mejor.
Cuando la mujer compañera de celda de su madre se estabilizó mentalmente, Idara pudo hablar con ella. Se llamaba Alina, y les habló de cosas horribles; de la maldad y el ansia de sangre de Antonino Celio, que maltrataba a sus esclavos de forma enfermiza, y de sombras, sombras que danzaban en ocasiones alrededor de él, protegiéndolo o nutriéndose de su maldad. Cuando recordaba al padrastro de Cornelio, Alina caía siempre presa de un estado de nervios superior a sus fuerzas. Cneo Servilio también mencionó la posibilidad de visitar Toletum, donde se encontraba la biblioteca de los Albino; Tiberio decidió volver en un futuro próximo. Durante el viaje, Claudia Valeria insistió varias veces a Ezhabel sobre la necesidad de tomar un rol más activo en los acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor; como teúrgas de Minerva, era su deber investigar y deshacer los planes de aquellos que querían hacer caer en desgracia a los romanos y sus dioses.
Tras dos semanas de viaje marítimo y fluvial en barco y una semana de viaje por tierra, llegaron a Mogontiacum, donde los tribunos, con la eficiencia propia de romanos, habían formado un comité de bienvenida y habían hecho formar a las tropas. A pesar del impresionante recibimiento, donde se llevaron a cabo todas las formalidades necesarias, la acogida fue fría, y Cornelio notó algo de hostilidad por parte de la mayoría de los tribunos. Como más tarde se enteraría, todos esperaban que uno de ellos, el tribuno y patricio Cneo Sulpicio Germánico, ascendería al puesto de legado. Enterarse de que un recomendado de Roma llegaría para hacerse con el puesto había sentado como un jarro de agua fría a la mayoría. Poco después, Cayo Cornelio decidiría disgregar temporalmente a sus tribunos asignándolos a diferentes guarniciones, excepto al tribuno de caballería Tito Cornelio Escauro.
La legio XXII Primigenia Pia Fidelis era la encargada de guardar la frontera y mantener el orden en la provincia de Germania Superior. Mogontiacum se había desarrollado como una importante ciudad, y un gran puente de piedra cruzaba el río que marcaba la frontera del imperio.
Durante los primeros días, Lucio e Idara se dedicaron a trabar contacto con los legionarios, mientras Tiberio se dedicaba a ofrecer sus servicios en la enfermería. Pronto, la habilidad y buen oficio de Tiberio se propagaron por el campamento. Lucio Mercio conoció en un tabernaculum cercano a un tal Tito Norbano, que reconoció como un hermano de Mitra. Según se enteraron, en los últimos dos meses habían desaparecido tres legionarios y algunos de los habitantes de Mogontiacum, entre ellos varios niños. La gente hablaba de extrañas bestias que atacaban por la noche. Les contaron también que hacía pocas semanas, una noche la luna se había teñido de sangre y muchos niños habían muerto debido a las fiebres. Los legionarios hablaban también de extrañas ceremonias nocturnas realizadas por los druidas germanos, cuyos ecos llegaban al campamento en las noches de viento, procedentes de lo más profundo de la espesura.
Idara y Lucio partieron con un pequeño grupo para investigar el asunto de los legionarios desaparecidos, recorriendo las tres localizaciones donde se les había dejado de ver o habían encontrado sus restos. Mientras se dirigían a la segunda localización, un ruido llamó la atención del grupo. No sin dificultades pudieron atrapar a un hombre, al parecer un esclavo maltratado huido. Estaba aterrado. Decía llamarse Lucares y era un gladiador, para más señas. Lo apresaron y ataron, para llevarlo al campamento. Sin embargo, Idara, empatizando con la situación del muchacho, lo liberó subrepticiamente. El gladiador la miró con agradecimiento, y partió rápidamente.
En la tercera localización, varios centenares de metros dentro de la selva, detectaron sin dificultad marcas de lo que parecían grandes garras alrededor de la escena donde habían aparecido restos del legionario desmembrados. Era evidente para ojos expertos que en el suelo había huellas de lobos enormes, pero lobos que se movían apoyando sólo dos patas en el suelo. Lo que quiera que fuera aquello, nadie había visto nunca nada igual. También había huellas de humanos, bastante recientes. Un ligerísimo ruido llamó la atención de Idara. Cuando miró a su alrededor, vio varias figuras camufladas de forma sorprendentemente efectiva moviéndose lentamente a su alrededor. Habían sido rodeados por enemigos que se movían como sombras en el bosque.
Mientras tanto, en el campamento, Tiberio recibió una carta, que le entregó uno de los auxiliares. Procedía ni más ni menos que de la hermana del emperador Cómodo, Cornificia. En ella le recriminaba el hecho de que al volver de Pannonia no había encontrado en Roma a su médico personal y aquello no le placía en absoluto. Un rictus de preocupación surcó el rostro de Tiberio, que redactó una contestación sin tardanza: en la misiva (tirada de 34) Tiberio hablaba de unos rumores que le habían llegado sobre unos elixires que perservaban la juventud en germania, y había acudido para poder proporcionárselos a su señora. No obstante, si ella lo necesitaba, estaba dispuesto a volver a Roma al punto. Confiaba que la mención de los elixires de juventud aplacaran el descontento de Cornificia.
Tras una resistencia inicial en la que murieron dos legionarios bajo las flechas y dardos germanos, Lucio optó por rendir el grupo. Idara trató de escapar, pero la mala suerte se cebó con ella (pifia) y chocó contra un tronco que la dejó sin conocimiento. Tras esto, vendaron los ojos de todos ellos y después de varias horas caminando, llegaron al campamento de Gameburg; todos excepto Idara, que cuando recuperó la consciencia se escabulló gracias a sus grandes dotes para el sigilo. Las conversaciones y actitudes mantenidas durante el camino hizo sospechar a los germanos que Tiberio era un teúrgo, así que, mientras a los demás los encerraban en jaulas, a él lo encadenaron a un poste y lo drogaron.
En el campamento llegó la noche, e Idara y Lucio no habían vuelto. Contra las advertencias de sus oficiales y tribunos, Cornelio decidió organizar una batida para buscarlos. Esto le ganó recriminaciones y amenazas de que "en Roma se enterarían de esto" por parte de los tribunos Marco Licinio Draco -acompañado siempre por el enorme galo Marco Bolgio- y Septimo Epidio y miradas de sorpresa del oficial Tito Norbano, entre otros. Les parecía una locura que todo un legado de una legión tan importante como aquella se pusiera en peligro de forma tan estúpida, pero no pudieron hacerle cambiar de opinión. Tras muchos esfuerzos pidiendo voluntarios (nadie quería internarse en aquel espeso bosque por la noche), consiguió reunir a una docena escasa de hombres (casi todos legionarios) y partieron hacia la espesura.
Bestia de los bosques germanos |
Idara vagaba desorientada por el bosque cuando detectó una presencia cercana. Un resuello retumbante y un rugido profundo le erizó el vello. Se ocultó y arrastró por estrechos recovecos y finalmente algo la agarró. Se revolvió, preparada para lo peor, pero no era sino el gladiador al que había ayudado a escapar, que también se ocultaba. Tras unos momentos de angustia, finalmente pudieron despistar a las presencias monstruosas que les rodeaban. Consiguieron descansar entre las grandes raíces de un árbol. Hasta que Cornelio, al frente de un grupo que había perdido varios integrantes en la profunda oscuridad de la noche, hizo acto de presencia [punto de destino]. La sorpresa ante el encuentro fue pronto mitigada por el terror cuando dos figuras aterradoras aparecieron desde la espesura. Eran unos enormes lobos que caminaban a dos patas y lucían unas garras como dagas. Los legionarios se enfrentaron valientemente a ellos, cubriendo la retirada del grupo, hasta que finalmente Cornelio, Idara, el gladiador y el centurión consiguieron despistarlos y volver al campamento bien entrado el mediodía del día siguiente. Cuando aparecieron en el castrum los tribunos que quedaban aprovecharon para expresar su más profunda desaprobación con Cornelio al haber perdido más de diez valiosos hombres para la legión. Cornelio hizo oídos sordos, y procedió a organizar tres cohortes para peinar el bosque en busca de sus amigos.
En Gameburg, una pequeña multitud se había reunido alrededor de Tiberio, entre ellos dos shamanes, el líder del pueblo Ulric, Maaldric -que chapurreaba latín-, y Eldric, que era prácticamente el único germano con soltura en latín. Le preguntaron a Tiberio si era uno de los llamados teúrgos, uno de los sacerdotes con poder de los dioses. Tiberio contestó que no, e insistió en ello. Así que Ulric dio la orden de que lo mataran, ante los gritos de Lucio y los demás, que también se encontraban en la plazoleta donde tenía lugar la escena. Tiberio liberó la Sombra de su talismán, que le llenó de un frío helado. Tras la muerte de varios germanos, uno de ellos puso una hoja en la garganta del médico y algunos amenazaron a Lucio y los demás con arcos, así que a Tiberio no le quedó más remedio que volver a encerrar la sombra en la figurilla. Los germanos dialogaron entre sí, y después de que Eldric mencionara la palabra "brujo", volvieron a dejar inconsciente a Tiberio. Lucio, por su parte, convenció a los germanos para hablar con Ulric, el jefe del campamento; no parecía militar, pero aun así el resto parecía respetarlo como líder. El legionario consiguió convencer al consejo de que Tiberio no era ningún brujo, y que quería que les devolvieran a Claudia Valeria, que había desaparecido desde que habían llegado al poblado. Le contestaron que La mujer había sido ganada por Maalric, y que si quería recuperarla debería derrotarlo en combate. Lucio aceptó, y se hicieron los preparativos. Aunque Maalric tenía un físico poderoso, no era rival para los años de adiestramiento de Lucio Mercio, que ganó el combate malhiriendo a su oponente. Así que le fue devuelta Claudia Valeria. Tiberio se ofreció para curar al germano, y consiguió estabilizarlo, ganándose algo de respeto entre los demás. Acto seguido llegaron unos exploradores informando de que una legión se había internado en el bosque. Los germanos comenzaron a preparar un enfrentamiento, y a enviar mensajeros. Lucio, sin embargo, convenció a Ulric para organizar un encuentro con el legado Cayo Cornelio Cato. Enviado junto con un grupo de germanos, Lucio lo arregló todo: tendría lugar un encuentro entre germanos y romanos en el puente que cruzaba el río a las afueras de Mogontiacum. Mientras tanto, Tiberio y los demás permanecerían en Gameburg -o donde fuera- como rehenes.
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