En cuestión de pocos momentos, Joey conseguía acceder a la frecuencia de la policía de Philadelphia y así se enteraron de que alguna unidad estaba retransmitiendo su posición y su rumbo, seguramente un helicóptero que los mantenía bajo contacto visual. Así que decidieron aumentar la confusión: Joey hackeó la frecuencia para poder emitir también, y McNulty se encargó de confundir a sus perseguidores dando información engañosa. Los policías pasaron a una segunda frecuencia protegida que el grueso hacker no tardó en piratear también, y así siguieron las cosas un rato, hasta que Joey decidió emitir un pitido de alta frecuencia para hacer imposible la transmisión de información.
En el ínterin, se detuvieron en un barrio residencial donde despistaron al helicóptero y en un centro comercial robaron un monovolumen. A sugerencia de John, se dirigieron rápidamente a una granja propiedad de unos tíos suyos que se encontraba cerca de allí y llevaba varios años abandonada [5 puntos de relato]. Al llegar se encontraron con que la granja parecía haber sido registrada y posiblemente saqueada, aunque el viejo refugio antinuclear seguía intacto. Además, la camioneta de su tío Marvin seguía en el garaje y funcionando perfectamente, de esa forma pudieron cambiar nuevamente de vehículo. Mientras se encontraban allí, Jonas recibió la llamada de Ryleadh O'Connor, un antiguo miembro de la organización al que apenas conocía, pero que se presentó diciendo que O'Sullivan le había ordenado ver si McNulty necesitaba algo, lo que fuera. Se despidieron amigablemente.
Desde la granja se dirigieron en la camioneta hacia el aeródromo donde debían embarcar en el jet privado de Louis Lindon. El jet debía llegar en unas tres o cuatro horas. No obstante, al llegar al aeródromo todos sus rostros reflejaron preocupación: el complejo estaba custodiado por una unidad de militares, entre ellos un carro de combate cerca de la puerta principal de acceso. Parecía imposible burlar la vigilancia de tantos soldados sin ayuda, así que, desesperado, McNulty contactó de nuevo con O'Connor; éste le dijo que hablaría con los "chicos de Yurikov" y vería si podían ayudarles.
No les quedaba más remedio que esperar a una distancia prudencial y pasar el tiempo. Hans Haller fue un incordio durante todo el tiempo, aterrado por la situación en la que le habían metido y rogándoles que le dejaran marchar hasta que Finnegan le hizo callar. Transcurridas unas cuatro horas, al caer la noche, el jet llegó y seguía sin suceder nada. Unas horas más y de repente, el padre Estephaneos exclamó un quedo "¡Dios mío!". Se encontraba leyendo la revista "Nuevo Amanecer", el número 13 concretamente, que Jack había conseguido tras mucho esfuerzo de un viejo kioskero, y su rostro se había vuelto ceniciento. Según les explicó cuando pudieron hacerle recuperar el habla, algunas de las fotocopias de mala calidad que se reproducían en la revista describían en arameo unos horribles rituales que tenían como finalidad "el nacimiento de la Bestia". Parecían ser parte de un todo mucho mayor que no se había incluido en la revista. Quizá sería buena idea hablar con quien hubiera conseguido todo aquello.
Cuando se disponían ha coser al sacerdote a preguntas, Sally les hizo callar. Un camión militar con las luces apagadas se acercaba a la puerta principal del aeródromo. Se quedaron helados. El camión se detuvo a unos doscientos metros del complejo. A los pocos instantes, un destello, algo que salía despedido y una explosión que hizo saltar por los aires la puerta principal. Una segunda trayectoria luminosa hizo saltar por los aires el tanque antes de que nadie pudiera reaccionar: ¡lanzamisiles! Debían ser los chicos de Yurikov. Tras un breve tiroteo, el camión desaparecía tan rápidamente como había llegado.
El grupo aprovechó la confusión para colarse en el aeródromo a través de otro lugar, haciendo un agujero en la alambrada. Tras algún que otro problema con los vigilantes, llegaban a bordo del avión, donde les recibieron Eric Lorry, hombre de confianza de Lindon, y el capitán Travis Manor. Cuando el capitán pidió el permiso para despegar con la excusa de poner a sus pasajeros a salvo, los militares procedieron al registro del aeroplano y del pasaje. Los corazones latían aceleradamente y los alientos se contuvieron cuando los soldados procedieron a la inspección, pero los falsos pasaportes que Eric Lorry había repartido al grupo resultaron ser efectivos, y finalmente el avión despegó rumbo a África, mientras se miraban unos a otros con rostros de preocupación pero también de alivio.
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