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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 29 de agosto de 2014

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 1 - Capítulo 4

Resistiendo (II). La caída de Colina Roja.
Tras la inquietud provocada por las revelaciones que Symeon había descubierto en el antigo depósito de pergaminos, el grupo pasó a cosas más terrenales, preocupándose de nuevo por la defensa de Rheynald y la forma de alargarla hasta que llegaran los refuerzos necesarios. Volvió a salir a colación la sugerencia de Yuria sobre la acumulación de sal y azufre (fuera lo que fuera este último, pues era una sustancia desconocida para muchos de ellos). Según les informó la ercestre, el azufre era una sustancia que se conseguía en la boca de volcanes dormidos y no era nada fácil de conseguir, pero si Valeryan conseguía algunos kilos, no se arrepentiría. El joven noble sabía por sus viajes que la tecnología ercestre era la más avanzada de continente, y había oído habladurías de sus logros, así que decidió que lo mejor sería hacer caso a la mujer. La sal no debía ser un problema grave de conseguir, saldría cara pero nada más; para el azufre, Valeryan decidió enviar con una importante suma de dinero a un comerciante de confianza de la ciudad, Dowal Bruenn, al puerto más cercano de la Confederación de Príncipes Comerciantes para intentar conseguir el máximo número de kilos de azufre posibles.

A continuación, el grupo celebró una reunión, convocando a Symeon, que se encontraba en la biblioteca, al padre Ryckard y a los cuatro “grandes” de servicio en el castillo (Siegard, Hawald, Egwann y Elydann), encargados de cada una de las áreas militares y administrativas. Intrigados por los descubrimientos de Symeon, pidieron los planos del castillo y trataron de descubrir algún recoveco o estancia antiguos, cegados o no descubiertos, pero no tuvieron éxito. Daradoth también hizo pública la extraña sensación que le había invadido desde que había avistado Rheynald, y lo que le inquietaba que pudiera haber algo bajo la fortaleza que la provocara. Aldur también sentía a Emmán más cerca, según contó. Se hicieron muchas suposiciones y se habló de las pocas pistas que se tenían, pero no llegaron mucho más allá.

Tras la reunión, Aldur y Daradoth volvieron a mantener una conversación sobre asuntos religioso-metafísicos, donde el elfo reveló información al paladín que abrió un mundo de nuevas posibilidades para éste. Daradoth habló de Eudes, el avatar de la guerra, y Aldur se mostró horrorizado porque existiera una deidad consagrada a tal fin, pero el “joven” elfo le habló de la Sombra, y de que no todas las guerras tenían por qué ser injustas si se libraban contra el Mal mismo. Para su sorpresa, Daradoth comenzaba a sentirse a gusto en compañía del paladín, algo que nunca habría dicho de un humano, pero la franqueza y amplitud de miras del enorme joven le agradaban mucho.

Valeryan decidió por fin hablar francamente con el padre Ryckard acerca del nombre que su propio padre le había revelado en su lecho de muerte: el padre Ibrahim. Al mencionarlo, el anciano clérigo se puso nervioso a ojos vista, y poco menos que rompió a llorar. Pero no quiso revelar nada; antes quería que Valeryan permitiera que el hermano Aldur le tomara confesión. Valeryan accedió, pero puso una vigilancia permanente al cura, preocupado por si intentaba alguna tontería.

Symeon habló con Ravros, y le pidió que tuviera a su gente muy alerta por si veían algo raro en el interior de Rheynald; el líder de los errantes accedió, por supuesto, y observó con una sonrisa el encuentro “casual” que Symeon provocó con la joven errante Azalea cuando se alejaba hacia el castillo. La sonrisa de la muchacha parecía sincera, y sus ojos lo volvían loco. El olor a jazmín lo embriagaba, y tuvo que contenerse para no estrecharla entres sus brazos; en lugar de eso, quedaron para verse esa noche o la siguiente, si era posible. Symeon se alejó hacia la biblioteca con el corazón palpitándole fuertemente en el pecho.

Yuria, por su parte, se había ido a comprobar el muro en busca de debilidades y de recovecos desconocidos (teniendo en cuenta la información de la biblioteca), y lo que encontró fue algo muy diferente. En cierto punto, el muro se había agrietado extrañamente, y ciertos ruidos bajo el suelo delataron lo que sucedía: ¡el enemigo había llegado ya bajo el muro con sus minas, y ya estaba acumulando cerdos en el túnel para hacerlo explotar! Pero tal cosa parecía imposible: no podía hacer más de dos días desde que habían comenzado a excavar, ¿¿y habían recorrido más de cien metros?? Sin embargo, las señales eran claras, así que Yuria dio inmediatamente la voz de alarma, y al instante, Aldur y un grupo de hombres comenzaban a cavar a toda prisa para intentar abrir un hueco en la mina y evitar la explosión. Y así sucedió in extremis: un fogonazo impactó a los cavadores y uno de ellos sufrió una muerte horrible; afortunadamente para Aldur, el paladín sufrió una ligera quemadura que sanaría en pocos días. Acto seguido, se dieron órdenes para inyectar agua y rocas en el hueco y salvar así el muro; pero al instante una voz de alarma alertaba de elefantes acercándose, y taladros que intentarían derribar el muro. Al subir a las almenas pudieron ver que, efectivamente, una gran fuerza asaltante se aproximaba, con los enormes taladros diseñados para destrozar las junturas de la roca en ristre; por doquier empezaron a caer también las enormes bolas de barro cocido y brea incendiaria. No obstante, el evidente fracaso de los mineros hizo flaquear el ataque que evidentemente se había lanzado para aprovechar el boquete que la explosión dejaría en el muro, y a los pocos minutos, la fuerza enemiga se retiraba, consternada por la falta de un hueco que atacar en la enorme barrera.

Pero no hubo apenas tiempo de celebrar la victoria ni de hablar de lo extraño que era que los vestalenses hubieran cavado más de cien metros de túnel en apenas cuarenta y ocho horas, pues un mensajero llegaba sin aliento desde el bastión sur, informando de que estaban a punto de sucumbir ante el empuje enemigo. El muro exterior ya había caído, y la situación era desesperada. Valeryan y los demás se pusieron inmediatamente al frente de una compañía de la legión y partieron al instante. Elydann, el nuevo duque de Gweden, quiso unirse a la compañía, pero con su facilidad de palabra, Valeryan le convenció de quedarse y custodiar Rheynald en su ausencia (por supuesto, con la secreta supervisión de Siegard Brynn).

Una columna de humo se elevaba desde donde se encontaba el bastión. Cuando llegaron, efectivamente el muro había caído y el combate tenía lugar en el interior de la fortaleza. Afortunadamente, había ocurrido algo no previsto por los enemigos: una parte de la colina sobre cuya falda se asentaba el bastión se había desprendido y había obstaculizado el avance de sus fuerzas, lo que había permitido a Valeryan llegar a tiempo. Al punto, el joven noble rugió la orden de carga, y se lanzaron a la refriega como un torbellino de muerte que primero detuvo a los vestalenses y luego rompió sus líneas, acorralándolas contra el improvisado muro de piedra que había causado el derrumbe. La guarnición y la legión aclamaron por igual a Valeryan, y gritos de ardor Emmanita se alzaron por doquier. Por suerte, habían conseguido salvar el día. Pero se enfrentaban a algo muy peligroso, si los enemigos eran capaces de cavar tan rápido.

De vuelta a Rheynald, Symeon tuvo su encuentro con Azalea, un encuentro extremadamente agradable durante el que pasearon y rieron; el errante pensó en besar a la muchacha, pero decidió que era demasiado pronto, y esperó.

Aldur tomó en confesión al padre Ryckard, que le pidió el perdón por sus actos horribles de juventud y le contó lo que había pasado hacía aproximadamente cuarenta años. Aldur le concedió el perdón y no pudo evitar fijarse cuando el anciano se alejaba en que un cuchillo había aparecido en una de sus manos. Antes de que pudiera dar la voz de alarma, Valeryan apareció y saludó al clérigo, que rompiendo a llorar tiró el cuchillo, diciendo ser un cobarde. Al parecer, había pretendido suicidarse varias veces durante los últimos años, pero nunca había tenido el valor suficiente. A solas con Valeryan, le contó todo lo que habían urdido entre Arnualles, su abuelo, su padre y él mismo: le habló de la comitiva de clérigos herejes asesinados y de los niños que también fueron asesinados. El padre Ibrahim era un alto cargo de la iglesia en aquella época y cabecilla del complot, pero no tenía ni idea de dónde podía encontrarse ahora. Tranquilizando al padre, Valeryan se despidió de él y se aprestó para una nueva defensa del castillo.

La noche cayó, y con ella Symeon intentó entrar al Mundo Onírico, algo que no hacía desde hacía tiempo. Y lo consiguió, pero no fue una sensación agradable como otras veces -cosa que por otra parte ya se temía por los intentos que había hecho los últimos días-, sino una sucesión de caídas y golpes (no en el sentido físico, por supuesto) que lo aturdieron y casi acaba con él. Todo empezó con un fuerte mareo y una sensación de desplome a través de un manto blanco y gelatinoso, manto que dio lugar a un entorno de color verdemar y a un dolor indescriptible que casi acaba con el errante; recuperó la consciencia cuando una enorme mano le cogió el antebrazo, que al instante le empezó a arder y a ser aplastado; no podía ver nada en medio de una dolorosa ceguera blanca, pero el propietario de aquella enorme mano que agarraba todo su antebrazo debió comenzar a agitarlo como a un pelele, haciendo el dolor casi insoportable; afortunadamente, lo soltó y Symeon cayó al vacío, un vació insondable que no podía ver pero sí sentir, que turbó su mente y conmovió su alma casi hasta el punto de la muerte.

Symeon despertó, sudado y gritando. Ciego durante unos instante, recuperó la visión a los pocos minutos, pero las sensaciones que había experimentado lo dejaron temblando y perturbado varias horas. El grupo se reunió de madrugada, convocados por Symeon, que con dificultades, les contó la horrible experiencia y les reveló su capacidad de viajar en sueños; también les contó lo que había descubierto acerca de unas ruinas que ya existían en el enclave original donde se levantó Rheynald. Yuria y Aldur se mostraron más escépticos, y Valeryan un poco molesto por no haberse sincerado Symeon antes con él, pero la vehemencia de Daradoth cuando oyó hablar del Mundo Onírico, y lo extraño de todo lo que había pasado recientemente acabaron por convencerles de la veracidad de las palabras del errante. Decidieron organizar tres o cuatro grupos de guardias para explorar cada recoveco del castillo y del muro e intentar encontrar algo fuera de lugar que les diera alguna clave de lo que sucedía en Rheynald. Symeon también sugirió que quizá las minas habían llegado bajo el muro de Rheynald tan rápido porque los túneles ya existían y pertenecían a las ruinas bajo la colina.

Tras dos días más o menos tranquilos, unos cuernos anunciaron la llegada de la fuerza de lord Elydann. La legión de Ústurna llegaba para ponerse bajo el mando del nuevo duque de Gweden. Acto seguido, lord Elydann se reunía con Valeryan para conversar sobre la guerra y sobre el hecho de que el duque esperaba de Valeryan un apoyo incondicional y la obediencia debida. Por supuesto, el joven marqués de Rheynald tranquilizó al duque en ese aspecto y le ofreció todo su apoyo. Lord Elydann estaba preocupado por si Arnualles o algún otro intentaba maniobrar políticamente contra él, y así se lo hizo notar a Valeryan, que volvió a ofrecerle su apoyo y a tranquilizarle. A continuación, se reunió el alto mando al completo, incluyendo a Yuria y a Aldur. Lord Elydann se mostraba partidario, ahora que contaban con dos legiones, de atacar rodeando los bastiones norte y sur, pero Yuria se mostró contraria, pues no creía que fuera buena idea abandonar la protección de los muros; mientras los vestalenses no pidieran refuerzos, con dos legiones sumadas a la guarnición de Rheynald podrían resistir todo el tiempo que hiciera falta, y esperaban más refuerzos de Arnualles y los demás. Gracias a las habilidades sociales de Valeryan y a los evidentes conocimientos de Yuria (a la que el duque miró valorativamente al acabar al reunión) en el arte de la guerra, lord Elydann aceptó esperar. Se decidió destinar una parte de la guarnición bajo la supervisión de Yuria a mantener bajo vigilancia constante el muro en prevención de posibles nuevas minas.

Otro problema al que se enfrentaban era el número de guardias que se encontraban muertos en cada amanecer. Cinco guardias habían sido encontrados muertos sin signos de violencia la primera noche, y seis la siguiente. No tenían más remedio que pensar en los Susurros de Creá.

Esa tarde, llegaba un mensajero, agotado, lleno de polvo y con los ojos desorbitados; su conversación no era coherente, y lo único que hacía era repetir una y otra vez que Colina Roja había caído, atacada por "cuervos gigantes", que lord Thewenn había muerto y que lord Aryenn había huido hacia Rheynald. Algo le había pasado a ese hombre, que lo había trastornado de un modo tremendo. Lo pusieron bajo los cuidados de las Hermanas del Salvador, en el hospital de la ciudad, y enviaron un grupo de jinetes para contrastar la información; lo de los "cuervos gigantes" era algo ciertamente preocupante...

jueves, 14 de agosto de 2014

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 1 - Capítulo 3

Resistiendo. La Biblioteca.
En la mesa de guerra presidida por el marqués de Arnualles, se hicieron los preparativos y los planes necesarios para resistir un asedio prolongado. Se enviaron mensajeros al resto de fortalezas fronterizas para dar y obtener información de su estado lo antes posible. La inmensa mayoría de los nobles partiría inmediatamente a sus tierras, y Robeld de Baun prometió a Valeryan enviar una parte importante de sus tropas lo antes posible. Algunos de los caballeros y nobles menores reunidos en Rheynald decidieron quedarse a luchar, reclamando tropas propias mediante mensajeros. Lord Elidann, el hijo de la duquesa de Gweden, decidió quedarse también, aprendiendo el arte de la guerra y reclamando tropas a su vez.

En la calma del mediodía, Valeryan se reunió con Yuria, con la intención de conocer un poco más a la mujer. Estaba claro por lo que había demostrado que sus conocimientos de logística y estrategia eran amplios y por tanto ratificaba el cargo de oficial que sus ropas sugerían. Pero no podía dejar el mando de su ejército en manos de una desconocida, así que intentó informarse más sobre ella; sin embargo, Yuria se mostró bastante opaca en cuanto a revelar alguna información. Así que Valeryan decidió confiar la misión de descubrir más cosas sobre el pasado de la ercestre a Hawald, su capitán de la guardia, que ya había hecho buenas migas con la extranjera. Hawald pasó largo tiempo con ella en las horas que siguieron, mientras Yuria aplicaba sus conocimientos de ingeniería a la reparación de las puertas de caballería, y su misión fue un éxito: la ercestre le reveló bastantes datos sobre su pasado y el porqué de su presencia en Rheynald. Valeryan se enteraría más tarde por boca del capitán que Yuria había sido más o menos “desterrada” de Ercestria por desavenencias con altos cargos militares; la mujer demostraba tener un dominio enorme de la táctica en batalla, además de logística, estrategia e ingeniería, y de alguna manera había llegado al convencimiento de que debía renovar el sistema de combate de su país natal; eso la había enfrentado a ciertos elementos influyentes y había acabado por tener que abandonar el país. Hawald también transmitió a su señor que, en su opinión, podían fiarse de la mujer, pues le parecía que se mostraba obsesionada por demostrar su valía y eso podía revertir en mucho bien para la casa de Rheynald.

Symeon pasó largas horas en la biblioteca, intentando recabar información sobre el Ra’Akarah vestalense. Mientras tanto, Aldur se reunió con los Errantes para asegurarse de que estaban bien y eran respetados. Los dos se encontraron cuando Symeon se dirigía hacia la biblioteca, y éste pidió al paladín que transmitiera a Valeryan lo que había descubierto sobre el Mesías vestalense. Aldur no lo pensó un instante, inquieto por la revelación, y se dirigió a toda prisa a hablar con el marqués. La mesa de guerra ya se estaba disgregando, y Valeryan se encontraba manteniendo una conversación con el hijo de la duquesa de Gwedenn, de la que se mantuvo prudentemente apartado. Elidann se mostró indignado por la facilidad que la que todos los nobles habían olvidado la desaparición de su madre, y reclamó la ayuda de Valeryan para encontrarla. Había oído rumores muy extraños sobre lo que había pasado por la noche en los aposentos de su madre y quería confirmación. Valeryan no se atrevió a mentir, y confirmó los rumores, asegurándole que no se había olvidado en absoluto de la duquesa, pero que tenían preocupaciones más acuciantes de las que ocuparse. Lord Elidann se calmó con las explicaciones de Valeryan; quería saber más sobre lo que había pasado, pero Valeryan no pudo darle más información que la que tenía, así que el duque en funciones se retiró. Una vez acabada la conversación, Aldur transmitió a Valeryan la información que le había confiado Symeon. El señor de Rheynald abrió mucho los ojos, y se mostró algo incrédulo, pero unas cuantas preguntas entre los refugiados huidos de Vestalia confirmaron la historia: el Ra’Akarah se había hecho carne y según los vestalenses, los llevaría a la victoria. El ánimo de Valeryan se ensombreció; rechinó los dientes y miró al cielo. Aldur desenvainó su espada y la clavó en el suelo, poniendo una mano sobre la cruz del pomo e invitando a Valeryan a hacer lo mismo; el marqués puso su mano enguantada sobre la del paladín, y así sellaron silenciosamente un pacto de amistad y lucha contra los enemigos de Emmán.

Mientras tanto, Daradoth había seguido pululando por la fortaleza, intentando encontrar el origen de aquella extraña sensación que le había invadido desde que había avistado la ciudadela. En algún momento le había parecido estar a punto de encontrar alguna clave que le condujera al origen de todo aquello, pero fueron falsas alarmas. En un momento dado, cuando salía a toda prisa de uno de los sótanos de Rheynald, alguien lo increpó, saludándolo. Se trataba de lord Elidann, el hijo de la duquesa de Gwedenn, a la que el extraño elfo (para Daradoth a todas luces el kalorion llamado Trelteran) se había llevado la noche anterior. El duque quería recuperar a su madre a toda costa, con lo que quería toda la información que el elfo pudiera darle. Había acudido a él ya que los rumores decían que el que se había llevado a su madre parecía un extraño elfo. Daradoth no quitó del todo las esperanzas a Elidann, pero sí le dijo que su madre podía encontrarse muy lejos ya a aquellas alturas, y que lo mejor sería preocuparse por sobrevivir a la guerra que tenían encima, pues el joven lord tenía ante sí ahora una gran responsabilidad; ante la insistencia del duque, también dio información sobre la Sombra, sus comandantes (llamados kaloriones), y sobre la leyenda de Trelteran, el más poderoso de ellos. Por supuesto, Elidann se mostró escéptico al principio, pero lo cierto es que Daradoth estuvo muy convincente, y finalmente el humano le creyó; aquello parecía increíble, ¿la Sombra? ¿Kaloriones? Pero lo cierto es que la información salía directamente de la boca de un elfo, el pueblo largo tiempo desaparecido, con lo que Elidann acabó afirmando y retirándose tras una extremadamente cortés despedida. Mientras se marchaba, Daradoth insistió de nuevo en la gran responsabilidad que tenía ahora como duque de Gwedenn, con la guerra a sus puertas.

El día siguiente, mientras Yuria se encontraba totalmente absorbida por su labor en el arreglo de las puertas con los herreros y masones procedentes de la ciudad, Valeryan reunía al resto del grupo. En el exterior, las rocas volvían a amartillar los muros de Rheynald. El joven noble pidió la firme ayuda de los presentes en los trances que se avecinaban, y la necesidad de defender los ideales de Emmán frente al nuevo mesías que los vestalenses afirmaban tener. Daradoth aprovechó para iniciar una conversación sobre metafísica y religión, en la que hizo revelaciones que no gustaron a todos los presentes, particularmente a Valeryan; su afirmación de que Emmán no era el único dios verdadero no fue bienvenida, por lo que optó por dejar la conversación para algún momento posterior. El elfo también habló sobre lo ocurrido en los aposentos de lady Rhyanys hacía dos noches; les habló de la Sombra, de las antiguas Guerras de la Hechicería, de los comandantes de los ejércitos oscuros y de Trelteran. También expuso sus sospechas acerca de que el Ra’Akarah pudiera ser uno de esos “kaloriones”, como él los llamaba. Con la conversación derivando a derroteros de sorpresa e incredulidad a partes iguales, un sirviente apareció gritando y reclamando a lord Valeryan en el muro, pues una comitiva vestalense se acercaba a Rheynald enarbolando bandera blanca.

El grupo al completo subió al Muro, junto con Yuria, Sir Hawald y lord Elidann. Unos treinta jinetes a caballo se detuvieron a unas decenas de metros del muro principal. Valeryan demostró hablar un fluido vestalense en las breves frases que intercambió con la comitiva, y no pudo evitar la sensación de que el cabecilla le recordaba a alguien. El joven marqués no alargó mucho la conversación: los vestalenses le instaron a rendir el castillo para mayor gloria de su Ra’Akarah, y tras un breve intercambio de agrias respuestas, Valeryan dio la orden de disparar a los ballesteros; algunos de ellos se miraron dubitativos, y Aldur, Daradoth y Symeon abrieron mucho los ojos; pero Valeryan no vaciló: con su estentórea voz rugió de nuevo la orden de disparar, y varias docenas de venablos volaron hacia la comitiva, causando la muerte de varios de ellos y la huida de otros tantos. ¿Quiénes se creían que eran aquellos malnacidos para exigirle rendir el castillo? ¿Acaso no temían la justicia de Emmán? Él se encargaría de mostrársela. Ante las miradas reprobatorias de todos los de su alrededor sintió un escalofrío de arrepentimiento, pero aun así sostuvo sus miradas, desafiante. Daradoth, Aldur y Symeon se marcharon sin decir una palabra, dejando claro su descontento con la actitud de Valeryan. Yuria quedó mirando la escena, pensativa.

Ante lo que había sucedido, Symeon fue a conversar con Ravros y los Errantes, para sugerirles marcharse de allí lo antes posible. La acción de Valeryan podía desencadenar una cruel matanza, y se sentiría mejor si sus compatriotas se marchaban hacia el norte, lejos de aquella guerra; además aprovechó para sincerarse con el anciano y contarle parte de su historia pasada, interesándose por si habían visto a alguno de sus parientes, a lo que Ravros respondió negativamente. Mientras intentaba convencer al líder Errante, una muchacha llamó su atención, una joven Buscadora bellísima que le sonreía y que se acercó a él cuando acabó de departir con Ravros. La muchacha decía llamarse Azalea, y siempre con una bellísima sonrisa y un olor a jazmín que casi vuelve loco de deseo a Symeon, se interesó en su historia. Symeon prefirió ser cortés y despedirse lo más rápidamente posible de ella, pero su sonrisa y los bucles de su pelo negro azabache quedaron grabados a fuego en su mente. Al regresar al castillo, Symeon se encontró de nuevo con Valeryan, con el que pensaba mantener una conversación sobre lo ocurrido, pero no fue necesario: el noble, reunido también con Hawald, reconoció que se sentía incómodo con lo ocurrido, y que había sido fruto de un arrebato; también se mostró preocupado por si había heredado el carácter de su padre.

Aldur y Daradoth mantuvieron una breve conversación después del desgraciado incidente en el muro. Aquello no había gustado a ninguno de los dos, e intercambiaron sus impresiones. El elfo sugirió que quizá sería buena idea que Aldur mantuviera unas charlas sobre sus creencias con Valeryan. Daradoth también habló al paladín de la extraña sensación, aquella comezón, que le había invadido en cuanto había avistado Rheynald. Hasta entonces Aldur no se había dado cuenta, pero era cierto que quizá en Rheynald notaba la Luz de Emmán más cercana. Sí que era extraño.

Poco después, uno de los dos grupos de exploradores que previamente habían enviado a investigar al ejército asediante volvían a Rheynald. Informaron de que el ejército vestalense se componía aproximadamente de cinco mil efectivos al mando del shaikh de Issakän,  Hafeereth ra'Issakh, con Ibraham ra'Koreen, el antiguo señor de Shia'Ohmagar como general. Claro, de aquello le sonaba el cabecilla de la comitiva a Valeryan; sin duda debía de tratarse de Muraham, el hijo de Ibraham, cuya fortaleza los Rheynald habían arrasado hacía unos quince años, en la primera expedición en la que participó Valeryan. También llegó un mensajero del bastión norte informando de la precariedad de su situación, ante lo que Yuria se trasladó allí para encargarse de las defensas; tras sopesar los pros y los contras de la defensa del bastión norte, aconsejó destinar allí a 200 hombres de la legión, cosa que se hizo sin tardanza; Yuria también recomendó acumular una gran cantidad de sal y azufre en ambos bastiones, y aunque Valeryan no entendió para qué, decidió colaborar con la mujer, enviando sirvientes en busca de todo lo que pudieran acumular.

Entre tanto, Symeon pasó la mayor parte de los días en la biblioteca de la iglesia, intentando recopilar información sobre el Mesías vestalense, y por pura casualidad, mientras movía unos libros de sitio, una estantería se vino abajo, revelando un agujero en la pared. Al parecer había habido un derrumbe muchos años atrás que nadie se había preocupado en despejar, sino que se había construido una pared delante. Los ladrillos cedieron fácilmente, dejando un hueco por el que cabía un brazo. Excitado, Symeon tocó papel al otro lado: rollos de pergamino, sin duda. Al otro lado del edificio, Aldur y Valeryan habían coincidido en la iglesia para rezar ante el altar de Emmán. En una breve conversación, el segundo se mostró preocupado por lo que había pasado en el muro, pues no quería caer en los mismos pecados que su padre. En ese momento, un movimiento borroso entre los bancos de la iglesia llamó su atención, y se giraron cuando oyeron la voz de Symeon gritar desde la biblioteca. Otro destello reveló una figura borrosa cerca de ellos: no podía tratarse sino de Susurros de Creá, la hermandad de asesinos vestalense; Valeryan llamó a los guardias a voz en grito, que en breves momentos hicieron acto de aparición, mientras Aldur y él corrían para ayudar a Symeon. El Errante había sido apuñalado por sorpresa en un costado, afortunadamente sin gravedad. Era extraño que los famosos asesinos de Creá fallaran en su propósito, pero gracias a Emmán que habían podido salir de aquello sin mayores consecuencias. Los Susurros suponían un reto para la defensa de la fortaleza, deberían extremar las precauciones. De hecho, como más tarde les informarían, diez guardias perdieron la vida durante la noche a manos de atacantes desconocidos; debían idear algo para protegerse de los Susurros o poco a poco irían diezmándolos. Era extraño que la hermandad atacara tan organizadamente en una operación militar, pero si el Ra’Akarah había aparecido, podría haberlos convencido de que colaboraran con el ejército.

Cuando se hizo la calma, Symeon les habló de su descubrimiento. Un brillo acudió a los ojos de Aldur, también ávido de conocimiento, pero el Errante se aseguró de leer primero todos los manuscritos. Descubrió un rollo de pergaminos que hablaba de la creación de la ciudadela de Rheynald; en el manuscrito se hacía un informe detallado de la multitud de extraños arrebatos de locura e improbables accidentes en su construcción. Otro de los manuscritos, en un estado penoso, relataba las extrañas leyendas sobre la región que databan de los tiempos de los minorios, los hombres ancestrales: en él se hablaba de seres enormes que rozaban las nubes y que eran capaces de destruir las montañas con su ira. También de extrañas construcciones que parecían flotar en el aire y que más parecían producto de los delirios de un loco que de algo real. Todo tipo de historias extrañas que no parecían tener ninguna conexión con la realidad, pero que hacían pensar a Symeon que Rheynald no se encontraba en un lugar cualquiera...

miércoles, 6 de agosto de 2014

La Verdad os hará Libres
[Campaña Substrata]
Temporada 1 - Capítulo 28

Un cambio

Antes de partir hacia Edimburgo, McNulty llamó a la casa donde sus contactos mantenían a su familia a salvo. Para su sorpresa (y preocupación), la voz que sonó al otro lado le era demasiado conocida: no era otro que su hermano Liam. Después de saber que su mujer había tenido un lío con él no le hacía ninguna gracia que estuviera en la casa. Según le dijo Liam, había limado asperezas con la organización en los últimos años, y había vuelto al redil. McNulty no le creyó del todo, pero no tuvo más remedio que disimular; a continuación, fue su mujer la que se puso al teléfono, con un deje nervioso en la voz. Jonas intentó sonsacarle con preguntas disimuladas si pasaba algo raro, pero lo único que sacó en claro fue que su hermano llevaba allí sólo unos pocos días. También intentó que su mujer comprendiera que acudiría pronto en su rescate, y que intentara estar en el piso de arriba el mayor tiempo posible (pensando en el rescate en helicóptero).

McNulty decidió no esperar más. Nada más colgar el teléfono, se pertrecharon y subieron al avión de von Klausen. Durante el viaje de Berlín a Edimburgo, un par de noticias llamaron su atención en internet y la TV. Una hacía referencia a la opacidad por parte del gobierno egipcio sobre un accidente que había sucedido hacía un par de días en una “obra de rehabilitación” de las pirámides de Gizeh. Al parecer, el gobierno se negaba a dar detalles sobre tal obra, que se había iniciado de repente, y se había levantado una gran barrera que impedía la visión de la misma. Además, el ejército había establecido una zona de exclusión aérea alrededor de los monumentos, cosa que al grupo le olió claramente a UNSUP. La segunda noticia no era menos preocupante: en varios países africanos se había desatado una violencia extrema, que había provocado decenas de miles de muertos en pocos días; los europeos residentes estaban aterrados y las salidas masivas del continente habían colapsado las comunicaciones. La crisis del Uranio ya era generalizada y las bolsas habían comenzado a desplomarse, con la quiebra de varias compañías y el comienzo del recorte energético en ciertos puntos de occidente. La cosa pintaba muy mal.

En un aeródromo militar de Edinburgo, se encontraron con los militares escoceses que les esperaban con dos helicópteros Black Hawk preparados. Dos pilotos y dos artilleros era lo que Novikov había podido conseguir. Debería bastar para sacar a Rachel y Patrick McNulty del país. Tras una breve presentación, los helicópteros alzaban el vuelo, cruzando el mar hasta la casa de campo cerca de Belfast donde se encontraba la familia de McNulty alojada.

Desde lejos, la casa parecía tranquila, con un vigilante ataviado con gafas de sol sentado en el porche. A McNulty y a Finnegan no les hizo falta acercarse mucho más para darse cuenta de que el tipo del porche no estaba vigilando, sino que estaba muerto; varios detalles de su posición así lo señalaban. No iba a ser una extracción limpia; empuñaron las armas y situaron los helicópteros sobre la casa, bajando con los arneses.

Dentro de la casa, los recibió la oscuridad y el silencio. Tres tíos del Sinn Feynn que McNulty reconoció estaban muertos; encontraron a otro agonizante en el baño, que entre estertores y esputos sanguinolentos acertó a darles ciertas pistas de lo que había ocurrido. Entendieron ago así como “eran demonios…”, “Liam no era humano…”, “África, iban a África…”. Acto seguido expiró. McNulty rechinó los dientes de rabia.

Alzaron el vuelo con los helicópteros y contactaron con Novikov. El ruso les proporcionó en tiempo récord un listado de todos los vuelos con destino a África (ahora muy pocos debido a los disturbios) desde aeropuertos cercanos a Belfast. Y tras investigar un poco más, descubrieron que uno de ellos estaba a nombre de una empresa perteneciente al holding de Westchester Associates. Y salía desde el aeropuerto de Derry, al noroeste, así que pusieron rumbo hacia allí. Sin embargo, por la hora que era no iba a ser posible que llegaran a tiempo, así que McNulty decidió llamar a sus contactos para que intentaran retrasarlo. Así lo hicieron: un aviso de alijo de droga había retenido al aeroplano de UNSUP cuando el grupo llegó al aeropuerto.

Dejaron todas las armas que no fueran las “pistolas invisibles” de Novikov y pudieron pasar por los controles. Una vez dentro, McNulty y Jessica tuvieron que emplearse a fondo para engañar a los policías que custodiaban el acceso a la pista y convencerles de que venían de Scotland Yard a inspeccionar el avión. Pero por fin consiguieron acceder a la pista y al aparato. Cuando llegaron a él, algunos policías ya habían accedido al avión y otros se encontraban en el exterior, vigilantes. Fueron estos los que detuvieron al grupo, pidiéndoles identificaciones y explicaciones; pero justo en ese momento, el avión encendió los motores, y estalló el caos. Algunos de los policías sacaron sus armas y se giraron asustados, y Jonas, Jessica y Jack no se lo pensaron. El irlandés saltó por la escalerilla e irrumpió pesadamente en el interior del avión, seguido de cerca por Jack y por Jessica, que tuvieron dificultades para franquear la entrada. En el interior del avión les recibieron varios miembros de UNSUP, entre ellos un enorme subsahariano de la sección S y el hermano de Jonas, cuyos ojos lucían un color negro como el ébano y su boca una expresión de rabia que erizó el pelo de McNulty. Y para poner la guinda al pastel también se encontraba en el avión Jennifer O’Hara, la hermana de Thomas, con la misma expresión aterradora de Liam McNulty. A duras penas, McNulty esquivó los golpes del negro, mientras Jennifer extendía una mano hacia Jessica y recitaba una especie de ensalmo en una lengua desconocida: una expresión de pánico acudió al rostro de la agente cuando su corazón y su respiración parecieron detenerse por unos instantes. Afortunadamente, Jessica pudo resistir lo que fuera que hubiera sido aquello, entre Finnegan y McNulty pudieron echar al negro del avión, y Jennifer no había perdido del todo su humanidad, lo que la hizo dudar al atacar al grupo. El cuarto sicario en el avión amenazó en cierto momento con matar a la mujer y el hijo de Jonas (que también se encontraban a bordo), pero un certero disparo lo abatió, mientras otro tiro dejaba inconsciente a Jennifer. El enorme negro pudo escapar al caer del avión.

Al salir del aeroplano, magullados y heridos, recibieron la ayuda de los policías del exterior, justo para descubrir que a lo lejos se acercaban los verdaderos agentes de Scotland Yard; sin saber ni cómo, consiguieron evadir la vigilancia de los agentes y montando en uno de los camiones de transporte, llegar al avión de Novikov, que despegó inmediatamente. Por fin McNulty se reunía con su mujer e hijo, con los que se fundió en un fuerte abrazo.

Los pilotos de la aeronave consiguieron llevarlos sin más sobresaltos hasta Azerbayán, a la base de Novikov. Allí se asearon y descansaron, agotados. Al recuperarse, Kostas Estepháneos les confirmó lo que ya sospechaban: Jennifer servía como huésped de una o varios demonios; sin duda había sometido al ritual o lo que fuera que hacía UNSUP con sus acólitos. Por su parte, Novikov les transmitió su inmensa preocupación por la situación en Europa y África, y transmitió a Thomas la conveniencia de adelantar la reunión de San Petersburgo. Aprovechando la conversación el grupo le enseñó la copia que habían hecho del texto del diario de Napoleón de von Klausen. Novikov se quedó en shock durante unos instantes; recordaba haber estado allí, pero no recordaba qué buscaba el emperador, era todo una bruma nublada por siglos de distancia. Novikov también les informó de la conveniencia de evitar Egipto, Arabia Saudí y la India en sus viajes, pues eran países donde UNSUP ejercía un control absoluto.

Tras hacer unas cuantas llamadas, Thomas consiguió adelantar la reunión en San Petersburgo y convocar allí a sus clientes en tan sólo tres días. Además, O’Hara aprovechó la llamada a Kupchenko para pedirle ayuda con el príncipe Mohab: le pidió que intentara convencerle de acudir a la reunión; Dimitri, con su voz estentórea y campechana de siempre, preguntó a Thomas si era realmente importante que el príncipe acudiera a la reunión; cuando O’Hara le respondió que era cuestión de vida o muerte, un profundo cambio en la voz de Kupchenko le puso el pelo de punta; con una voz pausada y grave, el lituano le aseguró que “pondría todo de su parte”.

La Mansión-Fortaleza de Timofei Novikov
 
Al cabo de tres días, por la mañana comenzaron a llegar los convocados a la reunión en la Mansión/Fortaleza de Novikov en San Petersburgo: Berenice Girard ya se encontraba allí, así como Jürgen von Klausen. A lo largo de la mañana fueron llegando más invitados ilustres: Nicola Ferretti, Louis Lindon, Meredith Gender (la jefa de operaciones de la CIA en África), Andrei Popov (político ruso), Sergei Salenko y Yuri Raskolnikov (destacados miembros de la mafia rusa), Vladimir Vodrov (ex-alto cargo de la KGB), Nursultán Nazarbáyev (el mismísimo presidente de Kazajistán) y varios otros políticos y hombre de negocios menores procedentes de distintos países de Europa Oriental, conocidos de Novikov.

El último en llegar, ya cerca del mediodía, fue Kupchenko. Para regocijo de Thomas y los demás, venía riendo y con una mano dando palmaditas en el hombro del príncipe Mohab ben Azir. Como con el resto de los invitados, O’Hara, Novikov y los demás salieron a su encuentro, presentándose con un apretón de manos.

Y en ese momento, sucedió algo.

Algo que no supieron explicar, pero de pronto les asaltó la convicción de que todo había cambiado. El cielo de verano sin apenas nubes, se oscureció, de repente, como si hubiera habido un eclipse no previsto; estalló una gran tormenta eléctrica y la temperatura descendió en picado, helándolos hasta el tuétano; el estómago de todos pareció volverse del revés, y una horrible voz, la voz deformada de Jennifer entretejida con otras cuatro o cinco, rugió claramente desde el interior de la mansión:


—¡¡¡YA HA LLEGADO!!! ¡¡¡LA NOCHE HA LLEGADO!!!