Mientras los conducían ante el consejo,Valeryan, indignado, gritó que aquello era un ultraje, e intentó oponerse a aquella situación. Sin embargo, Aldur le susurró al oído que temía que Symeon se suicidara si no se sentía liberado de sus pecados por sus compatriotas, así que Valeryan decidió ver qué sucedía.
El juicio a Symeon se desarrolló de una manera bastante informal, en el espacio que rodeaban los carromatos semihundidos en la arena. Era evidente para todos que tal acontecimiento tenía lugar en muy raras ocasiones, con lo que nadie tenía muy claro lo que debía hacer, y se notaba que en ocasiones improvisaban. En primer lugar, Aravros expuso el caso por el que se encontraban allí reunidos en asamblea. Según dijo, el mayor castigo que podría sufrir Symeon era someterlo al “ostracismo”, grabándole la “marca del olvido” a fuego en la mejilla (bajó la mirada y rebulló al mencionar este castigo). Acto seguido, Symeon pasó a relatar la historia de cómo él y su esposa habían robado el fragmento del Libro de Aringill expuesto en los Santuarios de Creá, y cómo eso había devenido en la persecución y posterior masacre de la muchos Errantes que en ese momento se encontraban en Vestalia. Todos los presentes se miraron, incómodos.
El jurado estaba compuesto por el consejo de la caravana, compuesto por Lauvos, Daevros, Stalar, Mirabel, y Nínive. Excepto las dos mujeres (Mirabel y Nínive) los miembros del consejo eran demasiado jóvenes para pertenecer a él si las circunstancias hubieran sido normales; sobre todo Stalar, que fue el que más crítico y agresivo se mostró en todo momento respecto al castigo que merecía Symeon. Según reveló, su familia había muerto por la persecución de Buscadores que había desencadenado el robo de Symeon. Por supuesto, se mostró partidario de ostracizarlo. Todo el grupo intervino en defensa de Symeon en sucesivos turnos de palabra, y sus argumentos y la capacidad de liderazgo de Valeryan resultaron decisivos para convencer a los presentes.
Mientras el jurado se retiraba a deliberar, Fajjeem se acercó al grupo. Al oir la revelación de Symeon sobre el Libro de Aringill su curiosidad de erudito había despertado. Les preguntó si tenían alguna idea de dónde se podía encontrar el libro en aquellos momentos. Los ojos del vestalense brillaban de interés; y mientras le preguntaba a Symeon acerca del paradero del libro, Daradoth sintió una sensación extraña, como si se le erizara el vello de la nuca. Aquel hombre utilizaba algún tipo de poder que posiblemente ni él mismo comprendiera. Decidieron acabar la conversación rápidamente.
Por otro lado, Yuria se sobresaltó cuando sintió que alguien tiraba de una de sus pistolas. Al girarse, se encontró con el rostro asustado de un niño que salió corriendo y se refugió entre las faldas de su madre. Ésta se mostró consternada cuando Yuria le contó lo que había hecho su hijo y le pidió disculpas, que la ercestre aceptó. Al cabo de un rato, en agradecimiento por su amabilidad, la madre del niño le trajo a Yuria una deliciosa empanada, que devoró con la boca hecha agua por el suculento aroma. Pronto empezó a sentir los efectos de la comida, que sin duda albergaba ingredientes secretos: sus sentidos se hicieron mucho más agudos, y su mente empezó a hilar pensamientos frenéticamente. No pudo evitarlo y comenzó a diseñar de forma febril, dibujando sin ton ni son a la velocidad del rayo. Al cabo de un rato, cuando el cansancio hizo mella en ella y no le quedó más remedio que sentarse y dormitar, alguien le devolvió los papeles en los que había dibujado unas cosas extrañísimas [Nota: entre ellas, el diseño de un globo aerostático, que Yuria todavía no sabe muy bien qué es, por su tirada de “100”]. Tendría que pedirle a la madre del niño alguna empanada más...
El jurado hizo acto de presencia de nuevo, y tras tomar asiento y acabar de reunir a la asamblea, Aravros se puso en pie e hizo saber a los presentes su veredicto. No encontraban a Symeon merecedor del castigo de ostracismo, pero sí consideraban que el robo había desencadenado la muerte de muchos errantes y lo declaraban culpable. su castigo sería hacer todo lo posible para devolver el libro cuanto antes a sus legítimos propietarios, los clérigos de Creá. Mientras no completara tal tarea, no podría unirse a ninguna caravana de Buscadores, ni adoptar ni ser adoptado por ninguno de ellos, ni contraer matrimonio, ni participar en ninguno de sus ritos ni festividades. En breve se tomarían las medidas necesarias para propagar la sentencia a otras caravanas. Aunque tal veredicto era bastante duro para un Errante, Symeon suspiró aliviado por haber compartido su carga con sus congéneres. Pero en el tiempo futuro la sentencia probaría ser una dura prueba para Symeon.
Por la noche, la caravana celebró un baile para celebrar la llegada de los invitados. Aunque no fue una Ceremonia de Búsqueda en toda regla, tuvo el habitual efecto embriagador que los bailes de los Errantes provocaban en todos los extranjeros a su cultura. Symeon, obedeciendo el castigo que le habían impuesto, se mantuvo apartado, aunque encontró el modo de bailar a su vez: accediendo al Mundo Onírico, bailó con los breves destellos de realidad que identificaban a sus congéneres, con lágrimas en los ojos. Las mujeres errantes hacían honor a su fama, y pronto Aldur se retiró, preocupado por la lujuria que sentía crecer en su interior. El resto se dejó llevar por la vorágine de la fiesta, y pronto intentaron algo más que bailar con las muchachas, que sin embargo tenían prohibido cualquier tipo de contacto carnal esa noche. Pronto empezaron a circular más empanadas como la que antes había comido Yuria, y eso los hizo disfrutar aún más de la fiesta. Los hombres Errantes no estaban sometidos a las mismas restricciones que las muchachas, así que Yuria se dejó llevar a una noche de sudor y lujuria en la que yació con hasta tres errantes (que pudiera recordar).
Tras pasar una de las mejores noches de sus vidas, el día siguiente vino acompañado de una sensación de pérdida infinita (además de una fuerte resaca), como siempre les pasaba a los extraños que participaban en los bailes de los Buscadores. Tras reponerse un poco, acudieron a hablar con Fajjeem, para preguntarle por el colgante que llevaba (pues Symeon tenía en su poder uno igual) que lo identificaba como miembro de la Liga del Saber, por las extrañas tormentas y algunos asuntos más de los que debía de poder informarles como erudito que era. En un momento dado de la conversación, mientras hablaban de las “Tormentas Negras” -así las llamaba Fajjeem-, el anciano se quedó mirando durante unos momentos a Yuria, anonadado. Cuando Symeon preguntó a Fajjeem acerca de cómo entrar a formar parte de la Liga, éste le preguntó si se consideraba preparado, y le hizo varias preguntas aparentemente sin importancia; pero entonces la conversación derivó en un diálogo entre Symeon y Fajjeem sobre asuntos trascendentales de filosofía y metafísica. Sin darse cuenta, diez horas transcurrieron entre argumentos y réplicas. Al acabar, Symeon se encontraba mentalmente exhausto. Fajjeem lo miró valorativamente y, afirmando, le dijo que se dirigiera a la Gran Biblioteca de Doedia, donde debería encontrarse con el Gran Bibliotecario Svadar y decirle las palabras “el pergamino es dorado y plateado para mí”. No sabía si quedaban todavía muchos Sapientes, pero el bibliotecario le pondría en contacto con ellos, si podía. Por su parte, Yuria consiguió deducir el significado de los bocetos que alguien había metido en sus bolsillos después de dibujarlos: un globo que volaba; pero todavía no supo cómo podría llevarlo a cabo, debería estudiar el diseño más a fondo.
Tras mucho discutir sobre cómo ayudar a la caravana, decidieron que lo más seguro era que siguieran permaneciendo allí, ocultos de ojos indiscretos, y les dejaron una docena de monedas de oro con las que podrían sobrevivir un par de meses si los vestalenses podían seguir trayéndoles provisiones discretamente. Tras una emotiva despedida continuaron viaje, acompañados de Taheem y Sharëd.
Al cabo de unos días, tras algún que otro avistamiento de los enormes pájaros sin consecuencias, llegaron a la vista del enorme río Ladtarim, y de la ciudad de Jeaväh, que se extendía en la orilla opuesta. En la orilla más cercana se había levantado un suburbio alrededor del amarradero del transbordador que facilitaba el cruce del río.