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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Aredia Reloaded
[Campaña Rolemaster]
Temporada 1 - Capítulo 25

Creá, la Ciudad del Cielo (IX). Consecuencias.

Amparados por el caos que en la ciudad provocó el incendio en los Santuarios consiguieron llegar sin problemas a sus respectivos lugares de descanso: Galad a la mansión del shaikh, Daradoth al Palacio Vicarial y Yuria, Symeon, Taheem y Faewald a la posada. La gente, alarmada, se asomaba a las ventanas para observar el fulgor de la gran hoguera que iluminaba la parte alta de la ciudad.

Cuando Daradoth accedió al pasillo de sus aposentos, pudo ver cómo dos guardias acompañados de un sirviente se encontraban llamando a su puerta, requiriéndole salir. El sirviente lo vio enseguida, con lo que tuvo que disimular. Dijo venir de los jardines, ante las evidentes miradas de susceptibilidad de los guardias: el elfo no llevaba la ropa que en él era habitual (había tenido que usar una muda para poder utilizar los hechizos de ocultación) y además llevaba una espada en el cinto. Contra todo pronóstico, los guardias no insistieron más y Daradoth pudo entrar a sus habitaciones a descansar sin más problemas. Pero una vez dentro, oyó cómo fuera tomaban posiciones de vigilancia; al poco hacía acto de aparición el cardenal Ikhran. Este también parecía sospechar algo raro de Daradoth, pero sus explicaciones parecieron bastarle; sin embargo, “por su propia seguridad” procedieron a confinar al elfo en sus aposentos y apostaron media docena de guardias cuyo cometido no parecía tanto vigilar que nadie entrara como vigilar que nadie saliera.

Después de descansar, el resto del grupo pasó a afrontar el problema de ocultar los libros que habían salvado de la biblioteca. Intentaron hacerlos pasar a la mansión del gobernador, con la ayuda de su esposa, pero esta se negó alegando que era demasiado peligroso y que los contables de su esposo controlaban todo lo que entraba y salía de los almacenes. Así que no les quedó más remedio que guardarlos en sus habitaciones de la posada. Alguien tendría que quedarse de guardia con ellos en todo momento para evitar robos indeseados.

El día siguiente a mediodía, poco después de que el grupo despertara, se anunció un bando por toda la ciudad. Los pregoneros anunciaron que, debido al incendio acontecido en los Santuarios se sospechaba de elementos peligrosos en la ciudad, por lo que se establecía el toque de queda en toda la ciudad y se suspendía el derecho de reunión entre ciertas horas hasta la llegada del Ra’Akarah. Todos se miraron, preocupados. Además, el cuerpo completo de guardia se destinaría a labores de patrulla, con lo que a partir de entonces la ciudad se vio infestada de grupos de hombre con uniforme, prácticamente uno en cada esquina de las calles importantes y en muchas de las secundarias; la guardia de los Santuarios y la guardia del shaikh colaborarían en las labores de vigilancia. Los movimientos subrepticios por la ciudad serían mucho más difíciles.

Después de varios intentos fallidos por convencer a los guardias de dejarle salir de sus habitaciones, Daradoth recibió al atardecer la preocupante visita del Heraldo Mayor de Vestän, el lord Inquisidor Hadeen ra’Ilhalab. Iba acompañado del cardenal Ikhran y un par de clérigos menores; el elfo rebulló inquieto. El inquisidor le preguntó por su estancia en los jardines del Palacio Vicarial con una espada al cinto, dando vueltas y revueltas a las respuestas de Daradoth; también mostró sus sospechas por la casualidad que suponía el que precisamente se hubiera quemado la parte de la biblioteca que Daradoth visitaba a diario; pero finalmente, para alivio de este, sin pruebas que lo implicaran en los acontecimientos de la noche pasada, sus visitantes decidieron marcharse por el momento. Sin embargo, los guardias no se marcharon, y siguieron custodiando a Daradoth.

La mañana del segundo día después del incendio el grupo de la posada bajó a desayunar, como era normal. Symeon enseguida se dio cuenta de que algo no estaba bien en aquella comida, reconoció en ella un potente barbitúrico e instó a sus compañeros a que dejaran de comer; el aviso llegó a tiempo para Faewald y Sharëd, no así para Yuria y Taheem, que en el acto comenzaron a encontrarse mareados. Los clientes de su alrededor se alejaron de ellos, mientras Symeon pudo ver cómo la posadera los señalaba, hablando con un hombre que enseguida empuñó un garrote; varios de los aparentes clientes se abalanzaron sobre ellos, mientras Yuria perdía el conocimiento y Taheem se tambaleaba. Desarmados, Sharëd, Symeon y Faewald se apresuraron para alcanzar las escaleras de subida al primer piso; el primero fue placado por uno de los guardias de incógnito; Faewald fue más rápido y llegó rápidamente a la habitación. Empuñó su espada y salió al encuentro de los guardias, permitiendo a Symeon saltar por una ventana del primer piso y escapar hacia los callejones de los bajos fondos. El propio Faewald resultó malherido en el combate, y Sharëd reducido a la inconsciencia.

Por suerte para el grupo, los guardias que los habían arrestado pertenecían a la guardia de la ciudad, y no a la de los Santuarios, pues de haber sido así, seguramente habrían sido conducidos al Palacio Vicarial y ejecutados al punto. Pero en cambio fueron conducidos a la Mansión del Gobernador, donde este pudo verlos por casualidad y pudo ejercer influencia sobre los acontecimientos. El shaikh instó a los guardias a mantener en privado el arresto de aquellos individuos y los libros que habían encontrado en sus habitaciones, para que no trascendiera su culpabilidad. Los arrestados fueron conducidos a los calabozos sin tardanza.

Symeon, esquivando a los guardias, pudo reunirse con Galad, que como guardia del gobernador había presenciado todo el trance por el que habían pasado sus compañeros a la llegada a la mansión. Decidieron probar a contactar con Daradoth aquella noche, pero el elfo no hizo acto de aparición, optando por la prudencia en vista de lo estrechamente vigilado que lo tenían.

Tras la incomparecencia de Daradoth, a Symeon le pareció que su única opción era conseguir la ayuda de nuevos aliados y acudir al circo para hablar con maese Meravor. Era un riesgo, pero si conseguía poner en su favor al jefe de la troupe, los poderes de este probarían ser de una utilidad extrema. Despidiéndose de Galad, partió hacia el recinto formado por los pintorescos carromatos. Serena lo condujo al punto a presencia de lord Meravor, a través de un campamento sin apenas movimiento, temerosos los artistas del toque de queda impuesto en la ciudad. Meravor reconoció enseguida a Symeon de su anterior encuentro, pero contra lo esperado por el Errante, se mostró amable, y su mujer le ofreció asiento y té con pastas. Pero Meravor pronto trocó su gesto amable por uno de preocupación al detectar algo extraño en el Errante que, según sus propias palabras, ni él mismo alcanzaba a comprender. Symeon le explicó su experiencia en el Mundo Onírico, la figura sombría que lo había atrapado y el ritual al que parecían haberlo sometido, interrumpido bruscamente por su viejo conocido. Algo oscuro había anidado en su ser, pero no tenían tiempo de preocuparse por ello en ese momento; Symeon procedió a explicarle las razones de la presencia de su grupo allí, y los acontecimientos que se habían desarrollado desde que habían llegado a Creá; fue totalmente sincero con Meravor, lo que pareció tranquilizar a este, y le decidió a su vez a ser sincero con el Errante: Meravor había acudido a Creá por una pulsión que ni siquiera él mismo alcanzaba a comprender; algo lo arrastraba indefectiblemente hasta allí, aunque aquello ponía en peligro a muchos miembros de su compañía, pero fuera lo que fuera aquello, le había sido imposible resistirse. Aquello, a los ojos de Symeon, explicaba las críticas que los enanos o Serena habían vertido sobre Meravor al ponerlos en peligro; si es que el hombre no estaba mintiendo, claro; pero Symeon no veía mentira en sus ojos. Una vez establecida la confianza necesaria, Meravor pidió permiso a Symeon para realizar una “exploración más a fondo”, siempre que el Errante le diera su permiso y abriera su mente para que él pudiera “ver”. Los dos hombres se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos, tras los cuales Meravor se mostró a la vez aliviado y preocupado: le dijo a Symeon que había visto en él una buena persona, pero que también había visto una sombra, una imagen oscura de él mismo, agazapada y a la espera de salir. La revelación preocupó a Symeon, pero había asuntos más acuciantes de los que preocuparse de momento: no tardó en pedir a Meravor su ayuda para rescatar a sus amigos y colaborar en su misión; sus habilidades no tendrían precio en lo que estaba por venir. Meravor lo pensó largo y tendido, bebiendo lentamente sorbos de té, en unos minutos que parecieron interminables; finalmente, con unas crípticas palabras, dijo que sentía que algo malo pasaría si no ayudaba a Symeon y sus compañeros en aquel trance, lo que le decidió a aceptar implicarse.

Symeon planteó la idea que había ido madurando durante las últimas horas: con la connivencia de la esposa del gobernador, Galad y algún contacto más, organizarían una fiesta en la mansión del gobernador en la que Meravor sería la estrella invitada; con sus habilidades, debería hacer olvidar la implicación de sus amigos en el incendio y los libros robados, y quizá convencer al gobernador de liberarlos.

Mientras tanto, en la mansión, después de que Galad hubiera tratado a Faewald -por suerte para este- con sus poderes curativos, el shaikh visitaba a los prisioneros (Yuria, Taheem, Sharëd y Faewald), dirigiéndoles fuertes palabras acerca de su ineptitud y su inconsciencia. Se suponía que tenían que pasar desapercibidos hasta la llegada del Ra’Akarah y lo que habían hecho no les ayudaba precisamente en lo más mínimo. Parecían un estorbo más que una solución a sus problemas, pero intentaría ayudarlos por última vez.

Poco más tarde, recibían la visita de lady Ilaith, interesada por el estado de Yuria. Tras comprobar que la ercestre se encontraba bien, le aseguró que haría lo que pudiera por sacarla de allí. Yuria supuso que tal ayuda no sería concedida sin retribución, pero lo que contaba en ese momento era salir de los calabozos cuanto antes.

Reunidos de nuevo, Symeon le contó a Galad el éxito de su conversación con Meravor, y los planes para la fiesta; Galad los transmitiría más tarde a la esposa del gobernador, que se mostraría encantada de colaborar. El problema sería conseguir de nuevo los libros, pues el gobernador los había guardado a buen recaudo en la mansión. Y silenciar a los guardias que habían visto los libros en posesión del grupo. Pero mejor sería tratar los problemas uno a uno.


***


Dos días después tenía lugar la fiesta, pues lady Yuridh había puesto todo su empeño en ella. Multitud de invitados acudieron al evento, y los guardias que habían participado en el arresto del grupo también se encontraban presentes, asignados a la seguridad. Meravor fue anunciado por Yuridh como un hombre de habilidades extraordinarias y dueño del circo, y pronto comenzó su actuación, sorprendiendo a todos como era lo acostumbrado. Durante el espectáculo aprovechó para utilizar sus extraordinarias habilidades, cambiando los recuerdos de los guardias y convenciendo a todos de la inocencia del grupo. Solucionado aquel asunto, al shaikh no le quedó más que llevar a cabo la pantomima de visitar a los prisioneros un par de veces con un interrogador para después declarar su inocencia y dejarlos en libertad, no sin antes jurar que no les ayudaría más. También mandó arrestar a la posadera, que era quien los había denunciado a la guardia, acusándola de falso testimonio, y se quedó con los libros que el grupo había sacado de la biblioteca.

Pasados varios días, la vigilancia sobre Daradoth se relajó y este ya pudo utilizar de nuevo sus artes para salir del complejo sin ser advertido. Se dirigió a la posada, preocupado por sus compañeros, pero no pudo encontrarlos. Decidió dejar el aviso acordado para reunirse con Galad lo antes posible.


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