El día siguiente Sigrid recibió un nuevo correo de Paul van Dorn, preguntando de nuevo si iban a encontrarse en breve. Tomaso intentó rastrear la ruta del mensaje, pero no tuvo éxito y acabó borrándolo.
También intentaron establecer comunicación telefónica con James Hawk, el otro hijo de Abornaz, pero cada vez que mencionaban algo en relación con su padre o con su infancia, el capataz reaccionaba agresivamente y colgaba el teléfono. Sopesaron la idea de desplazarse hasta el lugar donde se encontraba, pero finalmente decidieron no perder más el tiempo y salir hacia Cuba cuanto antes, donde esperaban poder encontrar un especialista que extirpara el parásito que habían detectado en la columna vertebral de Sigrid.
Ya en su hotel no les costó prácticamente nada conseguir una recomendación fiable: les hablaron del doctor Manríquez, un experto neurocirujano de un hospital al sur de la ciudad. Tras algunos problemas con la recepcionista, Sigrid consiguió que la recibieran a través de urgencias, donde uno de los encargados les recibió cuando mostraron su interés en “realizar una generosa donación para los fondos del hospital”. La suma acordada finalmente fue de trescientos mil dólares; el doctor Manríquez, después de ver las resonancias y hacer sus propias pruebas previó una operación difícil, larga y peligrosa. Y así fue. Poco más de cuarenta y ocho horas después, la anticuaria noruega entraba en el quirófano. Fueron necesarias dos intervenciones, porque en la primera el doctor tuvo que interrumpir al surgir algún tipo de complicación. La segunda intervención se prolongó durante interminables horas, pero finalmente el doctor se reunió con el resto del grupo y les informó de que todo había salido bien. Era posible que hubiera quedado alguna secuela en la mente de Sigrid o en sus funciones motoras, pero creía que si existían serían revertibles con el tiempo. El parásito fue confiado al doctor para su estudio, a condición de que transmitiera al grupo vía correo electrónico todos los datos que descubriera.
Finalmente, Sigrid sí tuvo algunas secuelas: su capacidad motora se vio mermada y no podría andar durante días, quizá semanas; y también sufrió secuelas psicológicas: no tardaron en apercibirse de que la anticuaria empezó a estar aquejada de una fuerte dislexia. Tras varios exámenes, los doctores determinaron que esta última necesitaría un plazo mucho más largo para sanar mediante tratamiento psicológico, y era posible que nunca llegara a desaparecer; pero aunque esta era una mala noticia, consideraron mucho más importante que aquel parásito ya no se encontrara en el interior de su amiga.
Permanecieron varios días más en Cuba mientras Sigrid se recuperaba de la operación; durante esas jornadas, Patrick intentó someter a su compañera de fatigas a tratamiento intensivo, pero no consiguió ninguna mejora apreciable. La dislexia era realmente acusada, y lo que más deseaban es que no afectara al bloqueo que el psicomago Rémy Lebescque había puesto en la mente de Sigrid.
Durante esos días, la anticuaria recibió un nuevo correo de Van Dorn, que también decidió ignorar por el momento.
Una vez Sigrid estuvo en las mínimas condiciones para viajar, partieron hacia México. Lo primero que hicieron fue visitar a Finley Hughes, el embajador de Estados Unidos. Ackerman había cumplido lo prometido y ya había contactado con él, avisándole de la visita de Derek y sus compañeros. El embajador se comprometió a contactar con el jefe de la policía de Tamaulipas, la región donde se encontraba la aldea de Lupita, y les dio una información que no conocían: American Initiatives For Children, a pesar de haberse retirado del terreno del noreste, conservaba una delegación en Monterrey. Al oír esto, el grupo tuvo claro cuál sería su próximo paso.
Alquilaron un coche tras el vuelo a Monterrey y se dirigieron a las oficinas de AIFC. La ONG poseía dos naves con edificios anexos en un polígono industrial a varios kilómetros de distancia. Una de las naves parecía abandonada, como la mayoría de las que había en el polígono, y uno de los edificios era claramente el que servía como oficina principal. Estableciendo turnos de vigilancia desde un edificio abandonado, pudieron contar una media docena de guardias de seguridad, y una cámara de circuito cerrado en la puerta. La primera noche de control pudieron observar cómo un camión llegaba, se abría la puerta de la nave (que parecía servir de aparcamiento de vehículos grandes), y entraba.
El día siguiente salieron dos camiones de la nave, uno de ellos el que había entrado la noche anterior. Además, entró una furgoneta. También pudieron observar el cambio de turno de los guardias, y contar una veintena de empleados que entraban y salían del edificio de oficinas.
La segunda noche pudieron ser testigos de movimientos más sospechosos. Al poco de pasar la medianoche, llegaba una furgona negra de gran tamaño. De ella bajó un individuo que habló con los guardias de seguridad. Éstos abandonaron el edificio; una vez que se marcharon, varios tipos armados en plan paramilitar salieron del vehículo, tomando posiciones alrededor. Poco después llegó un Hummer que entró directamente al aparcamiento. Al cabo de varias horas, salía el Hummer encabezando una comitiva de la que formaba parte junto con dos camiones que le siguieron hacia la salida del polígono.
Antes del amanecer los hombres armados se marcharon, retornaron los guardias de seguridad y todo pareció volver a la normalidad. Desde luego, un tráfico muy sospechoso para una ONG dedicada a ayudar a los niños necesitados...