Una visitante inesperada |
Después de que Ilaith y Estheoras trataran sus asuntos económicos, este se despidió, dejándolos para tratar sus asuntos. Decidieron que enviarían al Empíreo de vuelta a Tarkal con la misión de entregar el búho de ónice a Davinios; de esa forma podrían reclamarlos para una recogida de emergencia si era necesario. Faewald sacó a relucir un problema que le preocupaba: ¿cómo podían asegurarse de que lady Ilaith no fuera poseída por uno de los kaloriones? Ya lo habían visto suceder en el pasado, y no quería que la princesa ganara un poder excesivo si era vulnerable a la Sombra. Entonces Yuria sacó a relucir la pequeña esquirla de kregora que Ilaith lucía engarzada en su diadema, y pasaron a debatir si aquello sería suficiente para resistir una posible posesión. La gerente de Tarkal escuchó con atención todos los pormenores de la conversación, satisfecha de haber confiado sus asuntos y protección a aquel variopinto grupo. Entregó su diadema a Galad cuando este se la pidió para hacer la prueba de su potencia, y el paladín comenzó a marearse a los pocos segundos de sostener el objeto. Evidentemente, no era tan fuerte como el colgante de Yuria, que ya lo había dejado inconsciente de forma instantánea en el pasado, pero se aferraron a la esperanza de que un kalorion que intentara poseer a Ilaith se vería afectado y debería abandonarla; también era posible que le diera tiempo a desprenderse de la diadema y se materializara la posesión, así que pidieron a lady Ilaith que aumentara la cantidad de kregora de su joya; esta se comprometió a hacerlo. Quedaba pendiente la cuestión de si se trataba de una cuestión de cantidad o de calidad, pero de momento tendría que bastar. A sugerencia de Yuria, también acordaron una pregunta y respuesta secretas que sólo conocería Ilaith y (en teoría) no podría responder si era poseída. A continuación le informaron de la presencia de su prisionero, el comerciante Suarren de Mírfell, y debatieron qué hacer con él. Evidentemente, lo tendrían que llevar a Eskatha (cuidando de que nadie lo reconociera, pues formaba parte del consejo de su principado) y lograr una confesión que fuera creíble ante la Asamblea para hacer caer a Agiond en desgracia. Tanto Delsin Aphyria como Ernass Kyrbel se mostraron de acuerdo en que aquello sería suficiente para lograrlo, pero siempre que el testimonio fuera creíble. Verían cómo podrían conseguirlo a su debido tiempo, fuera con drogas o con otros métodos.
Cada una de las noches siguientes, Galad se reuniría durante varias horas con Suarren para intentar que se arrepintiera de sus pecados y viera la Luz de Emmán; quizá así se aviniera a colaborar con ellos durante la Asamblea.
El día siguiente la comitiva embarcó en dos dromones junto con la guardia de 300 soldados que acompañaba a Ilaith, y en poco más de un día, tras atravesar los controles pertinentes, llegaban a Eskatha. La ciudad hervía de actividad, como siempre; comerciantes participando en subastas, puestos callejeros de comida, visitantes de todos los rincones del continente, esclavos atareados de aquí para allá ataviados con sus túnicas negras y sus velos y un tráfico naval tan intenso que era casi imposible de organizar. Los empleados encargados de la organización de la Asamblea que les recibieron en el muelle les informaron de que ya se encontraban en Eskatha casi todas las delegaciones, excepto la de Undahl, que debía de estar a punto de llegar, y la de Bairien y Krül, que se retrasaría un poco más, pues el príncipe Ónethas había enviado un mensaje pidiendo excusas porque se retrasarían un par de jornadas; el cónclave se tendría que retrasar, por tanto, hasta que todas las delegaciones estuvieran presentes en la capital.
El hemiciclo de la Asamblea coronaba la colina de la ribera occidental del río Malvor, y anexas a él se encontraban las sedes que cada uno de los príncipes utilizaba en sus visitas a la ciudad. Las sedes mostraban más o menos lujos según la riqueza relativa de cada principado, y destacaban por tanto la de Nimthos y la de Bairien; Ilaith miró valorativamente la sede de Tarkal, con mirada anhelante. Su pose era regia, y la multitud se giraba al paso de la primitiva, claramente impresionados por la princesa y su comitiva, que incluía ¡un elfo, un enano y dos paladines! Los rumores de que Ilaith contaba con el favor de elfos, enanos y paladines pronto se propagarían por la ciudad, como ella misma y sus consejeros deseaban. Prefirió hacer que los bardos Sermios permanecieran en un segundo plano anónimo, de momento. A Suarren lo llevaron camuflado entre los guardias. Más o menos a mitad de ascensión hacia la sede, la delegación de Korvan salió a su encuentro, para saludarles y presentarles sus respetos; según les contó Ilaith, la costumbre dictaba que tendrían que tener un encuentro previo con cada delegación para tratar asuntos comerciales y de variada índole. Karela Cysen era la aliada más firme de Ilaith, y ambas delegaciones se saludaron cordialmente. La princesa iba acompañada de su marido, el kairk Theovan Devrid, vestido con traje oscuro de cuello alto, al más puro estilo del Káikar. Los korvanos se interesaron especialmente por Daradoth, como no podía ser de otra manera, y lo bombardearon a preguntas, siempre de forma educada; el elfo respondió con evasivas a la mayoría de ellas.
Ya cerca de la sede de Tarkal otra delegación salió a su encuentro, con la bandera de Mírfell ondeando sobre ella. Trasladaron a Suarren hacia las filas de atrás, temerosos de que Verthyran Kenkad, príncipe mercader de Mírfell, reconociera al miembro ausente de su consejo. En la comitiva de Kenkad llamaba la atención un enorme y simpático yrkanio de estentórea voz vestido con las telas arrolladas típicas de su tierra que se presentó como Rowen had'Helwar. Tras presentarse los respetos correspondientes de forma educada y recordar por parte de Kenkad su trato con Ilaith para concederle los principados controlados por sus primos, la comitiva siguió su camino hacia su sede, en la que se aposentaron al atardecer. Esa misma noche, Galad se encontró por tercera vez consecutiva con Suarren para hacerle ver lo equivocado de sus actos, y su elocuencia tuvo por fin efecto: el comerciante se quebró y rompió a llorar, arrepintiéndose de aquello en lo que se había convertido y recordando los tiempos de su inocencia moral; comenzó a rezar fervorosamente con Galad, viendo la Luz de Emmán como su tabla de salvación, las lágrimas aflorando sin cesar a sus mejillas. Tras varias horas de oración, Galad le prestó el pequeño libro de plegarias que llevaba encima desde su última estancia en Emmolnir y lo dejó con palabras de consuelo. El paladín estaba preocupado por si el comerciante intentaba suicidarse, aunque le había insistido en que el suicidio no era del agrado de Emmán, así que dejó unos guardias a su cuidado; afortunadamente, pues efectivamente desbarataron el único intento de suicidio que Suarren llevó a cabo. No obstante, por la mañana el comerciante se mostraba ya más tranquilo y con la esperanza de la fe en Emmán en sus ojos. Por supuesto, haría todo lo posible para desbaratar el complejo de Asyra Sottran y a sus dueños, y aceptó de buen grado declarar en el hemiciclo durante la asamblea. Todos se alegraron de no tener que recurrir a métodos más drásticos. Mientras tanto, Symeon, que cada noche entraba al mundo onírico para acercarse y contactar con Nirintalath, lo hizo también esa jornada para investigar un poco su entorno. La realidad onírica de Eskatha era, como en el mundo de vigilia, un hervidero de actividad, con gente apareciendo y desapareciendo por doquier. Afortunadamente, nada extraño llamó la atención del errante.
El día siguiente, los diplomáticos de Ilaith concertaron encuentros de cortesía con las delegaciones de Nimthos y de Ëvenlud. Como era costumbre, el principado considerado económicamente inferior (de forma tácita o no) se desplazaba a la sede del principado más poderoso. Así que Tarkal se desplazó hasta la sede de Nimthos, donde se encontraron con Gisaus Athalen y su séquito, en el que se encontraba su hija Eudorya acompañada en todo momento de la guardia de eunucos esclavos. Al verla, el corazón de Galad se aceleró, al igual que el de ella al reconocerlo de su estancia en Creä. Varias horas transcurrieron durante el encuentro, en el que Ilaith y Gisaus discutieron largo y tendido sobre temas antiguos y nuevos. Por su discurso, enseguida se hizo evidente para todos la buena relación que unía a Gisaus con Agiond Ónethas; aquel sería un hueso muy duro de roer. Dos miembros de la delegación de Nimthos llamaban especialmente la atención: Dûnethar y Cirantor, ambos ástaros procedentes del distrito de Galmia, del Pacto de los Seis; ninguno reveló demasiada información sobre su relación con Gisaus o su presencia allí. Por fin, Galad y Eudorya tuvieron un momento a solas. Ella se sorprendió al reconocerlo como paladín de Emmán y al oír su verdadero nombre, pues había utilizado otra identidad en el Imperio Vestalense, pero la pasión seguía siendo intensa entre los dos. Se sintieron el uno al otro y se besaron levemente, pero no podían arriesgarse a más allí; quedaron en encontrarse por la noche en una de las dársenas del puerto este para poder hablar con algo más de libertad (toda la libertad que le permitiera su guardia de eunucos, claro). Hablaron someramente sobre las dudas que Eudorya decía que albergaba su padre acerca de lady Ilaith y su peligrosidad; Galad intentó disipar la reticencia de Eudorya hacia Ilaith, y consideró que lo consiguió al menos de forma parcial.
Por la tarde, recibieron la visita de la delegación de Ëvenlud. La encabezaba Diyan Kenkad, una mujer madura, alta y extremadamente delgada. Era prima lejana de Verthyran Kenkad, el príncipe de Mírfell, con quien ya se habían encontrado de camino a su sede, y la acompañaban entre otros su hermana Melara, y un tal Seraethus Ternal, que por el apellido debía de ser familiar del príncipe de Undahl; este parentesco sería confirmado durante la conversación por el propio Seraethus, que no puso muy buena cara cuando le mencionaron al príncipe Rakos. La conclusión que sacaron después del encuentro fue que Deryan se mostraba contraria a alterar cualquier ápice del statu quo existente, pero que quizá con un soborno lo suficientemente jugoso pudieran hacer que cambiara de opinión al respecto.
Por la noche, Suarren ya se mostraba más tranquilo y considerando a Galad su consejero espiritual. El paladín le preguntó acerca de otros posibles implicados de alto rango en las perversiones de Asyra Sottran, y el comerciante respondió que solo conocía a dos o tres comerciantes que podrían encontrarse en aquel momento en Eskatha, aunque no de alto rango; pero podría contactar con ellos e intentar sonsacarles algo de información. Dio los nombres a Galad, y acordaron que tratarían de buscarlos para intentar averiguar algo más.
Siempre que tenía un rato libre Symeon salía a explorar la ciudad junto con Taheem, y en una de esas batidas, al anochecer, un enorme revuelo en el puerto oeste les llamó la atención. Acudieron rápidamente, abriéndose paso a codazos entre la multitud. La expectación era causada por la delegación de Undahl, que por fin había llegado a Eskatha. El vestalense y el errante abrieron mucho los ojos y sintieron un vuelco en el corazón cuando vieron por fin a la comitiva ante sus ojos. La delegación de Undahl era encabezada por el príncipe Rakos Ternal, fornido, apuesto, de pelo moreno y barba aceitada, con una presencia que rivalizaba con la de Ilaith. Pero no era el príncipe el que levantaba tanto revuelo, sino sus acompañantes; detrás de él, con movimientos felinos y elegantes, caminaba ¡una elfa oscura! Su pelo rubio platino, sus ojos violetas y su tez olivácea no dejaban lugar a dudas. Lucía unos ropajes de cuero extremadamente ajustados (a juicio de Symeon aquellas hebillas debían de causarle un dolor considerable), un daga larga a un costado, y una especie de artilugio cilíndrico que despedía un brillo fosforescente al otro costado. Y por detrás de la elfa oscura, con el resto de la delegación, una figura enorme, de unos dos metros y medio de alto, llamaba aún más poderosamente la atención. Un humanoide enorme con cabeza de toro y una cornamenta amenazadora, rebufando mientras caminaba: un minotauro. Al parecer, Rakos había decidido revelar sin tapujos su alianza con el Cónclave del Dragón y, por ende, con la Sombra. Aquello anunciaba problemas, vaya si los anunciaba. Cuando, de vuelta en la sede, compartieron el episodio con el resto del grupo, todos se miraron cariacontecidos, pues aquello seguramente complicaría aún más las cosas...
Mientras tanto, Galad había acudido a su encuentro con Eudorya lejos de allí, en el puerto oriental. El paladín le narró toda la odisea desde que habían salido de Creä hasta su encuentro en Eskatha, que la muchacha escuchó con extrema atención, viviendo cada momento. Galad aprovechó para hablarle del conflicto ancestral de Luz y Sombra y de que estaban a punto de verse en medio de algo muy grande, algo que los superaba a todos, y le habló también de la importancia de Ilaith en dicha refriega. Las palabras de Galad calaron hondo en la mente de Eudorya, que incluso no pudo evitar temblar de temor ante lo que le decía; se abrazaron y se besaron, reconfortándose mutuamente, aunque los eunucos se apresuraron a separarlos. Eudorya confirmó por otra parte la excelente relación de Agiond con su padre, y le habló de las frecuentes visitas que Gisaus realizaba a los dominios del príncipe de Bairien, quizás excesivamente frecuentes... esta era una información que Galad juzgó importante compartir con el resto, y así lo hizo.
Ya reunidos todos, pasaron a discutir la conveniencia de reunirse con la delegación de Undahl, reunión a la que Daradoth se opuso radicalmente. Finalmente, decidieron no convocar ningún encuentro con ellos, y ya decidirían qué hacer en caso de recibir una invitación de su parte. Symeon volvió a acceder al Mundo Onírico para ver si algo había cambiado con la llegada de la Sombra a Eskatha, pero para su alivio no detectó nada fuera de lo normal.
La mañana siguiente se dirigieron a la sede de Mervan para reunirse con Nercier Rantor y su séquito. Mervan y Tarkal eran principados considerados muy parejos, pero Ilaith decidió tener la deferencia de acudir a su sede; Mervan, como ya sabían, era la espina clavada en su plan y así lo volvió a manifestar, sin ocultar el malestar que le provocaban sus intenciones. Según sus palabras, Nercier era un buen hombre y no le gustaba tener que utilizarlo como una marioneta; pero la lucha contra la Sombra exigiría muchos sacrificios, y el del príncipe de Mervan no sería el último.
Fueron recibidos correctamente por Nercier y sus acompañantes. El príncipe tenía lazos estrechos con Esthalia, pues sus ascendientes eran oriundos de aquel reino, y de hecho en su séquito abundaban los esthalios. Pero lo que más llamó la atención del grupo es que en la delegación mervanita también había ¡un errante! Symeon lo saludó con su fórmula ritual, contento y extrañado a la vez. El errante, que se hacía llamar Noelan de los ruevos ("ruevos" era el nombre de una caravana errante), le explicó que Mervan había acogido en sus tierras a un gran número de sus congéneres expulsados del Imperio Vestalense y rechazados por los barones de Élorend de Sermia. El acontecimiento había sido tan importante, que el príncipe había decidido incluir a uno de ellos en su séquito para exponer sus problemas en la Asamblea.
Nercier Rantor era un hombre sabio y cultivado, y su motivación era vivir una vida tranquila; no quería problemas con nadie. Desde que había subido al poder en Mervan el principado había experimentado una mengua de su poder, y aunque sus comerciantes no estaban del todo contentos, su pueblo vivía feliz. Yuria mantuvo una conversación larga e interesante con Velonya Wodrenn, una de las esthalias en la delegación, y tras ella sacó en claro que a esta no le gustaba nada lady Ilaith; no tenía claros los motivos, pero así era.
Pocas horas más tarde, un mensajero llegaba a la sede para informar de que había llegado a puerto una delegación del reino de Esthalia, compuesta por el duque Woderyan Estigian, su hijo Woddar, Alexann Stadyr (el hijo del marqués Alexadar, conocido del grupo), el cardenal Wadryck Pryenn y sir Garenn de Bayr, caballero de la orden Argion... ¿cuáles serían los motivos por los que habían acudido a Eskatha en plena Asamblea de los Príncipes?