Algunas columnas de humo que se levantaban a lo lejos mientras el Empíreo surcaba los cielos de Nímthos ya habían delatado el inicio de las hostilidades en la frontera con Trapan. Tal punto fue confirmado por Ilaith cuando se reunió con el grupo pocos minutos después de su arribada a Eskatha y su descenso del dirigible.
Los primeros informes de la invasión eran favorables, y la canciller se mostraba satisfecha de los planes trazados por Yuria y Loreas. Pero no se explayó mucho con las explicaciones y enseguida requirió los informes de la exploración de las islas de kregora. Las noticias no eran halagüeñas, y todos sintieron algo de alivio cuando Ilaith les informó de que la flota destinada a la agresión a las islas todavía no había partido de puerto. En el norte, en Korvan, se encontraba el almirante Theovan Devrid; allí tenía reunida a la flota en dos partes: treinta y cinco naves al norte de la barrera norte del Faistos y quince naves (entre ellas, seis excelentes navíos de guerra esthalios) ancladas al sur. Yuria acordó con la canciller que se desplazaría allí a bordo del Empíreo y hablaría personalmente con Devrid para trazar un curso de acción.
A continuación, Ilaith les informó de los acontecimientos de los últimos días. Al parecer, en Armir, el comerciante llamado Severan Boreas había iniciado una revolución para erigirse en príncipe y tomar el poder. Recordaban el nombre: Boreas era el primo bastardo de Knatos Tilad a quien la anciana Jasireth Derthad (en la actualidad desaparecida sin rastro alguno) quería poner al frente de Armir y para quien requirió el favor de Ilaith a cambio de conseguir el apoyo del príncipe en la votación por la Gerencia. Decidieron que darían permiso a los armirienses para volver a su tierra e intentar imponer la paz; les acompañarían varios espías que informarían puntualmente de la evolución; además, se asignaría a la pacificación una legión de Korvan, otra de Nímthos y otra de Adhëld que permitirían mantener el control del principado en caso de que hubiera un vuelco inesperado de lealtad.
Ilaith también reveló que había enviado mensajeros a Tarkal para que dos dirigibles más, el Surcador y el Nocturno, se trasladaran a Eskatha; su utilidad era manifiesta, y los desplazamientos con aquellos vehículos se realizaban con una celeridad del todo deseable. La conversación pronto derivó en la necesidad de contactar con los aliados; tras la exposición de varias alternativas, se decidió que, una vez hubieran llegado los dos nuevos dirigibles, la delegación de Tarkal partiría casi al completo con dos de ellos hacia Doedia, la ciudad capital de Sermia, para que Ilaith pudiera tener así una conversación en confianza con el rey Menarvil y su esposa la reina Irmorë. Podría así advertirles también de la amenaza en el sur. Una vez que los gobernantes de Sermia hubieran quedado informados del nuevo estatus de Ilaith y avisados sobre sus nuevos enemigos, la canciller y la mayoría de su séquito volverían a Eskatha, mientras que el grupo viajaría hacia el Pacto de los Seis para entregar la carta que llevaban procedente de la Región del Pacto y quizá conseguir más refuerzos para la unificación de la Federación. Karela Cysen, la princesa comerciante de Korvan, les acompañaría como representante política.
Aprovechando la espera previa a la llegada de los dirigibles, el día siguiente viajaron a Korvan para reunirse con el almirante Devrid. A bordo del Empíreo y gracias al clima sorprendentemente bueno, les llevó unas escasas dieciocho horas cubrir una ruta de varios días a caballo. No tardaron en encontrarse con el almirante, que lucía un luengo bigote y ropas oscuras al estilo kairk, adornadas con los correspondientes galones del nuevo cargo de Almirante Supremo. En la villa que este utilizaba como base pudieron reponer fuerzas y proceder sin dilación a exponer lo que sabían sobre la situación en las islas de la kregora. Devrid, marino sumamente experimentado, escuchó todo con gesto impasible, pero en un momento dado manifestó su opinión: si ya le había parecido una locura realizar aquella expedición con lo que sabían el día anterior, mucho más ahora que le habían hablado sobre cuervos gigantes y grandes navíos negros como la noche. Segun explicó Yuria haciendo gala de sus conocimientos de ingeniería, aquellas naves parecidas a galeones estaban especialmente adaptadas para la embestida y era evidente que ocultaban mecanismos de algún tipo para ayudar a tal función; por otra parte, no lucían un armamento particularmente interesante, pero nadie dudaba de su peligrosidad.
A la vista de los nuevos datos tuvo lugar un replanteamiento de los planes establecidos. Yuria asumió con renuencia su rol como vicaria de Ilaith que esta le había concedido tácitamente, y acordó la renuncia a la expedición a las distantes islas. Por el contrario, decidieron que se redirigirían todas las tropas y naves reunidas allí a la invasión inmediata de Mírfell. Así, la superioridad sería manifiesta. Con algo de suerte, el aumento de la presión sobre los enemigos aceleraría la caída de Trapan y en un plazo breve quizá podrían unificar su mando de cara a la invasión de Undahl. Así, las legiones de Tarkal y Mervan se unirían a las de Korvan y Bairien no ya para reforzar Ladris, sino para desembarcar directamente en Mírfell y provocar la caída de su parte de la barrera norte. Devrid ya había pensado largo y tendido en tal operación, y sugirió los nombres de dos calas (una al norte del estrecho y otra al sur) donde sus tropas podrían establecer una cabeza de puente; el único problema era conocer el estado de las defensas. Yuria y Galad sonrieron. "Eso no será un problema", aseguró la ercestre.
Un par de horas después, el Empíreo sobrevolaba la costa de Mírfell de norte a sur a una altura segura y Daradoth y Symeon oteaban la distancia en busca de enemigos. Ambas calas se hallaban libres de la presencia de tropas terrestres y la fotaleza del estrecho no se encontraba especialmente reforzada. Por otro lado, detectaron una escuadra al norte compuesta por media docena de barcos de guerra y dos barcos negros de la Sombra, y al sur una nutrida escuadra de doce navíos de línea. Aun así, su superioridad naval era evidente, con más de treinta barcos de guerra en el norte y quince en el sur incluyendo las seis excelentes fragatas esthalias. Así que el plan se reafirmó después de la exploración. El almirante Devrid quedó anonadado por la facilidad con la que habían podido explorar las filas enemigas y comentó a Yuria lo importante que iba a ser en la guerra a partir de entonces aquel maravilloso ingenio volador.
Con las tropas ya aprestadas y suministradas, llevó poco más de medio día trazar los planes y enviar las órdenes pertinentes para el inicio de la invasión. Al atardecer se despidieron del almirante dejándolo al mando de todas las operaciones y emprendieron el camino de regreso a Eskatha, donde compartieron con Ilaith el cambio de órdenes a la flota reunida en Korvan. Esta no pudo sino mostrarse complacida por la explicación de su mariscal y sus compañeros; los felicitó; aun así, no habría que posponer mucho la operación de castigo a las islas, pues no podían dejar que la Sombra dispusiera de un suministro indefinido de kregora; pero había sido una excelente decisión retrasarla, se congratuló la canciller. Además, les vendría también al pelo el incremento de tropas en Ladris, para asegurarse la lealtad del príncipe Deoran Ethnos.
Poco después llegaban a Eskatha el Nocturno y el Surcador. Este último y el Empíreo fueron los elegidos para trasladar hasta Doedia a Yuria, Galad, Symeon, Daradoth, Taheem, Faewald, los dos páctiros Dûnethar y Cirantor, la princesa Karela Cysen, Ilaith y sus guardaespaldas, las Leyendas Vivientes Aythera y Harethann y algunas otras personas de confianza.
Sobrevolaron Nímthos, Mervan y Tarkal y entraron en territorio sermio. Todos se conmovieron cuando al poco avistaron las majestuosas estatuas de la Casa de los Héroes en lo alto de los montes Darais. Y se sobrecogieron cuando un par de días más tarde avistaron en el horizonte las ciclópeas e inacabadas moles de las Torres Eternas, que se difuminaban entre las nubes. Un par de jornadas de mal tiempo les complicaron la última parte del viaje, pero finalmente llegaron a las inmediaciones de Doedia.
La última noche de viaje Symeon se atrevió a acceder de nuevo al Mundo Onírico, tras una temporada en la que lo había evitado por el temor a darse de bruces con algún kalorion o criatura de la Sombra. Ignorando el foco de luz plateada que era la Gran Biblioteca alzándose sobre una colina de penumbra gris, viajó a Tarkal para volver a encontrarse con el espíritu de dolor Nirintalath. No tardó en sentir los millares de pequeños alfileres clavándose en su carne cuando se acercó a ella. Dentro de la cámara de la fortaleza de Tarkal se encontraba Nirintalath con su aspecto de mujer joven. Su control en el Mundo Onírico era sorprendentemente bueno, aunque al parecer intuitivo, y de alguna manera, el que su forma física se encontrara encerrada en una cámara protegida le impedía también el movimiento en aquella dimensión. Cuando reconoció a Symeon, la sensación de dolor se hizo más fuerte y casi acaba con él; pero pudo sobreponerse y entablar unos segundos de conversación con el espíritu. Niritalath se encontraba a todas luces enojada, harta ya de encontrarse constreñida por su forma física.
—Sácame de aquí o le llamaré. Te aseguro que le llamaré y me encontrará —amenazó al errante. Symeon supuso que hablaba del kalorion llamado Trelteran, y tragó saliva solo de pensar en encontrárselo allí. El dolor aumentó aún más y, antes de desmayarse, pudo oir cómo Nirintalath añadía con un tono algo burlón—: Te esperaré aquí de nuevo mañana, débil mortal.
Aprovechando la niebla matutina descendieron de los dirigibles en un discreto paisaje de granjas, vacas y cebada. En un pueblo cercano consiguieron un carromato que hizo posible que Symeon pudiera recuperarse parcialmente de su experiencia nocturna (a lo que contribuyeron las especiales habilidades de Galad) y que les permitió desplazarse con un mínimo de dignidad hasta la capital. Allí, las Leyendas Vivientes e Ilaith no tardaron en hacerse respetar, y una escolta de guardias los acompañó hasta el palacio real, donde su majestad Menarvil I y la reina Irmorë les esperaban; la reina recibió a Ilaith muy amablemente, descendiendo incluso los pocos escalones de su trono y besándola levemente a la manera sermia; el rey mantuvo algo más la compostura, pero aun así se puso en pie ante el Trono de Marfil, saltándose ligeramente el protocolo.
La urgencia planteada por Ilaith hizo que las presentaciones fueran rápidas y que enseguida se reunieran en el Salón de Guerra. Allí acudieron los dos generales de Sermia presentes en Doedia y los nobles de más importancia. Por supuesto, la presencia de Daradoth causó el revuelo previsto e hizo que el grupo ganara inmediatamente el respeto de todos los presentes; los elfos, como el resto de las razas míticas, eran mayoritariamente reverenciados en Sermia, reino añorante de la era de la Gran Alianza.
Sin demora, informaron de la nueva amenaza que se había erigido en el sur y de los combates que ya habían librado contra los ejércitos de la Sombra. También de la nueva situación política de la Federación de Principados Comerciantes, y de su nueva canciller. Los reyes sermios felicitaron diplomáticamente a la dirigente de la Federación, y los generales acordaron desviar siete legiones hacia la frontera sur. Desgraciadamente, los vestalenses parecían estar activándose de nuevo en la frontera oriental y ya habían tenido lugar algunas escaramuzas, así que tenían que ser muy cautos en lo que respectaba a la retirada de tropas del frente de levante. También se mostraron de acuerdo en la conveniencia de pacificar la Federación cuanto antes, así que anunciaron el envío de tres de sus legiones a Tarkal por un plazo de un año; las tropas partirían hacia allí en un plazo no superior a una semana. Ilaith les agradeció de corazón la ayuda que le proporcionaban, y les prometió que en cuanto la situación en la Federación se estabilizara, las tropas sermias volverían y ella les proporcionaría la ayuda que necesitaran. Aprovechó, con la ayuda de los bardos y de Daradoth, para introducir la cuestión del conflicto entre Luz y Sombra y explicar que aquello tenía un alcance mucho mayor que unas escaramuzas fronterizas o un enfrentamiento entre reinos. Cuando el grupo explicó con la elocuencia de Galad y Meravor lo que había sucedido con el Ra'Akarah, su convencimiento acerca de su verdadera naturaleza y su estrecha implicación en los acontecimientos, todos los sermios guardaron silencio durante unos segundos y se lanzaron miradas de preocupación; el grupo lo interpretó como una buena señal de concienciación por parte de sus interlocutores.
Después, fueron los monarcas sermios los que pasaron a informar a Ilaith de algunas novedades. Según contaron, hacía aproximadamente una semana habían llegado mensajes desde Esthalia, informando de que el rey Randor había revocado todos los títulos de Grandes del Reino a aquellos nobles que los poseían, retirando también de paso todos los privilegios asociados. El título de Grande era el que más orgulloso había exhibido el duque Estigian; si le había sido retirado, los acuerdos a los que habían llegado con él se encontrarían ahora en un limbo poco claro. Aquello eran sin duda muy malas noticias. Pero la cosa no acababa ahí: el rey Menarvil también les reveló que hacía apenas unas horas, la noche anterior, habían comenzado a llegar rumores de una posible guerra civil en Esthalia. Cuando el grupo reveló el problema de lealtad del marqués de Anualles que habían descubierto hacía algunas semanas, el rostro del rey mostró algunas arrugas más en su frente. Lo último que necesitaba Sermia en ese momento era una Esthalia dividida y débil. Con un clima general de preocupación se dio por terminada la reunión.
Esa noche, Symeon volvió a visitar a Nirintalath en el Mundo Onírico; Galad canalizó la gracia de Emmán en el mundo de vigilia para intentar ayudarle en la dimensión paralela; lo consiguió de forma limitada: gracias a él, el errante pudo resistir los millones de astillas que Nirintalath provocaba a su alrededor y entablar unos segundos de conversación. El acuerdo con el espíritu fue directo y simple: dio un plazo de una luna a Symeon para sacarla de allí, o si no "le llamaría".
Después de que Galad reanimara a un más que magullado Symeon, este compartió la información con los demás. La revelación dio lugar a una nueva conversación sobre cuál debía ser su próximo movimiento. Yuria y Daradoth se mostraban partidarios de seguir con el plan original y viajar al Pacto de los Seis; Symeon abogaba por visitar la Gran Biblioteca de nuevo para averiguar más sobre la Espada del Dolor y la forma de controlarla; Galad se mostró algo indeciso; Ilaith, por su parte, propuso que deberían hacer uso de la kregora que fuera necesaria y aplicarla sobre la espada para inactivarla...
(Con)Federación de los Príncipes Comerciantes |
Los primeros informes de la invasión eran favorables, y la canciller se mostraba satisfecha de los planes trazados por Yuria y Loreas. Pero no se explayó mucho con las explicaciones y enseguida requirió los informes de la exploración de las islas de kregora. Las noticias no eran halagüeñas, y todos sintieron algo de alivio cuando Ilaith les informó de que la flota destinada a la agresión a las islas todavía no había partido de puerto. En el norte, en Korvan, se encontraba el almirante Theovan Devrid; allí tenía reunida a la flota en dos partes: treinta y cinco naves al norte de la barrera norte del Faistos y quince naves (entre ellas, seis excelentes navíos de guerra esthalios) ancladas al sur. Yuria acordó con la canciller que se desplazaría allí a bordo del Empíreo y hablaría personalmente con Devrid para trazar un curso de acción.
A continuación, Ilaith les informó de los acontecimientos de los últimos días. Al parecer, en Armir, el comerciante llamado Severan Boreas había iniciado una revolución para erigirse en príncipe y tomar el poder. Recordaban el nombre: Boreas era el primo bastardo de Knatos Tilad a quien la anciana Jasireth Derthad (en la actualidad desaparecida sin rastro alguno) quería poner al frente de Armir y para quien requirió el favor de Ilaith a cambio de conseguir el apoyo del príncipe en la votación por la Gerencia. Decidieron que darían permiso a los armirienses para volver a su tierra e intentar imponer la paz; les acompañarían varios espías que informarían puntualmente de la evolución; además, se asignaría a la pacificación una legión de Korvan, otra de Nímthos y otra de Adhëld que permitirían mantener el control del principado en caso de que hubiera un vuelco inesperado de lealtad.
Ilaith también reveló que había enviado mensajeros a Tarkal para que dos dirigibles más, el Surcador y el Nocturno, se trasladaran a Eskatha; su utilidad era manifiesta, y los desplazamientos con aquellos vehículos se realizaban con una celeridad del todo deseable. La conversación pronto derivó en la necesidad de contactar con los aliados; tras la exposición de varias alternativas, se decidió que, una vez hubieran llegado los dos nuevos dirigibles, la delegación de Tarkal partiría casi al completo con dos de ellos hacia Doedia, la ciudad capital de Sermia, para que Ilaith pudiera tener así una conversación en confianza con el rey Menarvil y su esposa la reina Irmorë. Podría así advertirles también de la amenaza en el sur. Una vez que los gobernantes de Sermia hubieran quedado informados del nuevo estatus de Ilaith y avisados sobre sus nuevos enemigos, la canciller y la mayoría de su séquito volverían a Eskatha, mientras que el grupo viajaría hacia el Pacto de los Seis para entregar la carta que llevaban procedente de la Región del Pacto y quizá conseguir más refuerzos para la unificación de la Federación. Karela Cysen, la princesa comerciante de Korvan, les acompañaría como representante política.
Theovan Devrid, Almirante Supremo |
A la vista de los nuevos datos tuvo lugar un replanteamiento de los planes establecidos. Yuria asumió con renuencia su rol como vicaria de Ilaith que esta le había concedido tácitamente, y acordó la renuncia a la expedición a las distantes islas. Por el contrario, decidieron que se redirigirían todas las tropas y naves reunidas allí a la invasión inmediata de Mírfell. Así, la superioridad sería manifiesta. Con algo de suerte, el aumento de la presión sobre los enemigos aceleraría la caída de Trapan y en un plazo breve quizá podrían unificar su mando de cara a la invasión de Undahl. Así, las legiones de Tarkal y Mervan se unirían a las de Korvan y Bairien no ya para reforzar Ladris, sino para desembarcar directamente en Mírfell y provocar la caída de su parte de la barrera norte. Devrid ya había pensado largo y tendido en tal operación, y sugirió los nombres de dos calas (una al norte del estrecho y otra al sur) donde sus tropas podrían establecer una cabeza de puente; el único problema era conocer el estado de las defensas. Yuria y Galad sonrieron. "Eso no será un problema", aseguró la ercestre.
Un par de horas después, el Empíreo sobrevolaba la costa de Mírfell de norte a sur a una altura segura y Daradoth y Symeon oteaban la distancia en busca de enemigos. Ambas calas se hallaban libres de la presencia de tropas terrestres y la fotaleza del estrecho no se encontraba especialmente reforzada. Por otro lado, detectaron una escuadra al norte compuesta por media docena de barcos de guerra y dos barcos negros de la Sombra, y al sur una nutrida escuadra de doce navíos de línea. Aun así, su superioridad naval era evidente, con más de treinta barcos de guerra en el norte y quince en el sur incluyendo las seis excelentes fragatas esthalias. Así que el plan se reafirmó después de la exploración. El almirante Devrid quedó anonadado por la facilidad con la que habían podido explorar las filas enemigas y comentó a Yuria lo importante que iba a ser en la guerra a partir de entonces aquel maravilloso ingenio volador.
Con las tropas ya aprestadas y suministradas, llevó poco más de medio día trazar los planes y enviar las órdenes pertinentes para el inicio de la invasión. Al atardecer se despidieron del almirante dejándolo al mando de todas las operaciones y emprendieron el camino de regreso a Eskatha, donde compartieron con Ilaith el cambio de órdenes a la flota reunida en Korvan. Esta no pudo sino mostrarse complacida por la explicación de su mariscal y sus compañeros; los felicitó; aun así, no habría que posponer mucho la operación de castigo a las islas, pues no podían dejar que la Sombra dispusiera de un suministro indefinido de kregora; pero había sido una excelente decisión retrasarla, se congratuló la canciller. Además, les vendría también al pelo el incremento de tropas en Ladris, para asegurarse la lealtad del príncipe Deoran Ethnos.
Poco después llegaban a Eskatha el Nocturno y el Surcador. Este último y el Empíreo fueron los elegidos para trasladar hasta Doedia a Yuria, Galad, Symeon, Daradoth, Taheem, Faewald, los dos páctiros Dûnethar y Cirantor, la princesa Karela Cysen, Ilaith y sus guardaespaldas, las Leyendas Vivientes Aythera y Harethann y algunas otras personas de confianza.
Sobrevolaron Nímthos, Mervan y Tarkal y entraron en territorio sermio. Todos se conmovieron cuando al poco avistaron las majestuosas estatuas de la Casa de los Héroes en lo alto de los montes Darais. Y se sobrecogieron cuando un par de días más tarde avistaron en el horizonte las ciclópeas e inacabadas moles de las Torres Eternas, que se difuminaban entre las nubes. Un par de jornadas de mal tiempo les complicaron la última parte del viaje, pero finalmente llegaron a las inmediaciones de Doedia.
La última noche de viaje Symeon se atrevió a acceder de nuevo al Mundo Onírico, tras una temporada en la que lo había evitado por el temor a darse de bruces con algún kalorion o criatura de la Sombra. Ignorando el foco de luz plateada que era la Gran Biblioteca alzándose sobre una colina de penumbra gris, viajó a Tarkal para volver a encontrarse con el espíritu de dolor Nirintalath. No tardó en sentir los millares de pequeños alfileres clavándose en su carne cuando se acercó a ella. Dentro de la cámara de la fortaleza de Tarkal se encontraba Nirintalath con su aspecto de mujer joven. Su control en el Mundo Onírico era sorprendentemente bueno, aunque al parecer intuitivo, y de alguna manera, el que su forma física se encontrara encerrada en una cámara protegida le impedía también el movimiento en aquella dimensión. Cuando reconoció a Symeon, la sensación de dolor se hizo más fuerte y casi acaba con él; pero pudo sobreponerse y entablar unos segundos de conversación con el espíritu. Niritalath se encontraba a todas luces enojada, harta ya de encontrarse constreñida por su forma física.
—Sácame de aquí o le llamaré. Te aseguro que le llamaré y me encontrará —amenazó al errante. Symeon supuso que hablaba del kalorion llamado Trelteran, y tragó saliva solo de pensar en encontrárselo allí. El dolor aumentó aún más y, antes de desmayarse, pudo oir cómo Nirintalath añadía con un tono algo burlón—: Te esperaré aquí de nuevo mañana, débil mortal.
Aprovechando la niebla matutina descendieron de los dirigibles en un discreto paisaje de granjas, vacas y cebada. En un pueblo cercano consiguieron un carromato que hizo posible que Symeon pudiera recuperarse parcialmente de su experiencia nocturna (a lo que contribuyeron las especiales habilidades de Galad) y que les permitió desplazarse con un mínimo de dignidad hasta la capital. Allí, las Leyendas Vivientes e Ilaith no tardaron en hacerse respetar, y una escolta de guardias los acompañó hasta el palacio real, donde su majestad Menarvil I y la reina Irmorë les esperaban; la reina recibió a Ilaith muy amablemente, descendiendo incluso los pocos escalones de su trono y besándola levemente a la manera sermia; el rey mantuvo algo más la compostura, pero aun así se puso en pie ante el Trono de Marfil, saltándose ligeramente el protocolo.
La urgencia planteada por Ilaith hizo que las presentaciones fueran rápidas y que enseguida se reunieran en el Salón de Guerra. Allí acudieron los dos generales de Sermia presentes en Doedia y los nobles de más importancia. Por supuesto, la presencia de Daradoth causó el revuelo previsto e hizo que el grupo ganara inmediatamente el respeto de todos los presentes; los elfos, como el resto de las razas míticas, eran mayoritariamente reverenciados en Sermia, reino añorante de la era de la Gran Alianza.
Sin demora, informaron de la nueva amenaza que se había erigido en el sur y de los combates que ya habían librado contra los ejércitos de la Sombra. También de la nueva situación política de la Federación de Principados Comerciantes, y de su nueva canciller. Los reyes sermios felicitaron diplomáticamente a la dirigente de la Federación, y los generales acordaron desviar siete legiones hacia la frontera sur. Desgraciadamente, los vestalenses parecían estar activándose de nuevo en la frontera oriental y ya habían tenido lugar algunas escaramuzas, así que tenían que ser muy cautos en lo que respectaba a la retirada de tropas del frente de levante. También se mostraron de acuerdo en la conveniencia de pacificar la Federación cuanto antes, así que anunciaron el envío de tres de sus legiones a Tarkal por un plazo de un año; las tropas partirían hacia allí en un plazo no superior a una semana. Ilaith les agradeció de corazón la ayuda que le proporcionaban, y les prometió que en cuanto la situación en la Federación se estabilizara, las tropas sermias volverían y ella les proporcionaría la ayuda que necesitaran. Aprovechó, con la ayuda de los bardos y de Daradoth, para introducir la cuestión del conflicto entre Luz y Sombra y explicar que aquello tenía un alcance mucho mayor que unas escaramuzas fronterizas o un enfrentamiento entre reinos. Cuando el grupo explicó con la elocuencia de Galad y Meravor lo que había sucedido con el Ra'Akarah, su convencimiento acerca de su verdadera naturaleza y su estrecha implicación en los acontecimientos, todos los sermios guardaron silencio durante unos segundos y se lanzaron miradas de preocupación; el grupo lo interpretó como una buena señal de concienciación por parte de sus interlocutores.
Después, fueron los monarcas sermios los que pasaron a informar a Ilaith de algunas novedades. Según contaron, hacía aproximadamente una semana habían llegado mensajes desde Esthalia, informando de que el rey Randor había revocado todos los títulos de Grandes del Reino a aquellos nobles que los poseían, retirando también de paso todos los privilegios asociados. El título de Grande era el que más orgulloso había exhibido el duque Estigian; si le había sido retirado, los acuerdos a los que habían llegado con él se encontrarían ahora en un limbo poco claro. Aquello eran sin duda muy malas noticias. Pero la cosa no acababa ahí: el rey Menarvil también les reveló que hacía apenas unas horas, la noche anterior, habían comenzado a llegar rumores de una posible guerra civil en Esthalia. Cuando el grupo reveló el problema de lealtad del marqués de Anualles que habían descubierto hacía algunas semanas, el rostro del rey mostró algunas arrugas más en su frente. Lo último que necesitaba Sermia en ese momento era una Esthalia dividida y débil. Con un clima general de preocupación se dio por terminada la reunión.
Esa noche, Symeon volvió a visitar a Nirintalath en el Mundo Onírico; Galad canalizó la gracia de Emmán en el mundo de vigilia para intentar ayudarle en la dimensión paralela; lo consiguió de forma limitada: gracias a él, el errante pudo resistir los millones de astillas que Nirintalath provocaba a su alrededor y entablar unos segundos de conversación. El acuerdo con el espíritu fue directo y simple: dio un plazo de una luna a Symeon para sacarla de allí, o si no "le llamaría".
Después de que Galad reanimara a un más que magullado Symeon, este compartió la información con los demás. La revelación dio lugar a una nueva conversación sobre cuál debía ser su próximo movimiento. Yuria y Daradoth se mostraban partidarios de seguir con el plan original y viajar al Pacto de los Seis; Symeon abogaba por visitar la Gran Biblioteca de nuevo para averiguar más sobre la Espada del Dolor y la forma de controlarla; Galad se mostró algo indeciso; Ilaith, por su parte, propuso que deberían hacer uso de la kregora que fuera necesaria y aplicarla sobre la espada para inactivarla...