Esa noche, Symeon volvió a entrar al Mundo Onírico. Y la influencia de la Sombra era evidente.
Al principio se encogió, abrumado por la intensidad de los susurros que ya había percibido en el mundo de vigilia, pero de forma mucho más atenuada. Sombras inmóviles le miraban (o así lo creía, pues eran negras como la más oscura noche) y le susurraban palabras de locura, mientras desde los afilados árboles, ojos brillantes sin cuerpo que los acompañara se giraban hacia él.
Con un esfuerzo sobrehumano consiguió alterar su entorno para apagar parcialmente las malditas voces que le susurraban al oído y así no ceder a la locura que había empezado a dar los primeros latigazos en su mente. Recuperando el aliento e ignorando a las sombras inmóviles, intentó revelar la verdadera naturaleza de los inquietantes ojos que le observaban desde las ramas; no tuvo éxito en tal intento, pero entonces, algo cambió. Algo nimio; un punto de luz, una estrella, se había iluminado allá en lo alto, pequeña, humilde, pero firme y claramente visible. Symeon sintió que el pequeño lucero le llamaba, le quería salvar, sacarlo de aquella oscuridad pegajosa. Así que inconscientemente recurrió a sus habilidades oníricas, y Viajó. Viajó como nunca había Viajado antes, hacia arriba, muy arriba, cada vez más cerca de la luz, de la esperanza.
Ya veía la estrella con el tamaño de una manzana, cuando algo tiró de él hacia atrás. Algo oscuro, frío, pegajoso. No miró; todos sus esfuerzos se centraron en seguir su viaje, continuar hacia arriba y salvarse. Unos segundos de agonía transcurrieron mientras aquel tirón elástico lo hacía retroceder; frenéticamente aplicó todas sus capacidades de Alteración y Control para librarse de aquella presa, y finalmente algo se partió. El errante volvió a acercarse hacia la estrella, bañándose cada vez más en su fulgor. De repente, sintió un frenazo brusco que casi le hace vomitar, y una luz cegadora y omnipresente lo envolvió bañándolo en un calor reconfortante, pero provocándole una incómoda falta de visión. Pocos segundos más tarde, unas voces polifónicas hablaron a su alrededor:
—No estáis solos, maese buscador —dijo una de ellas.
Symeon parpadeó, confundido por el intenso resplandor y lo extraño de las voces, que parecían tener varios tonos, tanto de hombre como de mujer, en ellas.
—De vuestras gestas depende el futuro de la Luz —afirmó otra—. No habéis pasado desapercibidos, en absoluto.
—No desfallezcáis, por nada. Trataremos de ayudaros, buscador, pero nuestra fuerza es débil allí.
—Debéis buscarnos, elegidos, y encontrar el destino.
Algo tocó la frente de Symeon, posiblemente una mano, pero no pudo estar seguro. Su frente pareció arder y despertó en el acto, con la sensación de que tenía una especie de marca en su interior, una marca de Luz que todavía no sabía cómo emplear. A su alrededor, Galad y los demás soltaron un suspiro de alivio, pues no era habitual que no hubieran podido despertarlo de un sueño muy agitado. El errante explicó toda su vivencia y refirió las palabras que le habían confiado de la forma más textual que le fue posible. ¿Quiénes habrían sido los dueños de aquellas voces? ¿Arcángeles? ¿Avatares? El grupo se sintió reconfortado y preocupado a partes iguales.
Tras el habitual sueño intranquilo e intermitente, se pusieron de nuevo en marcha en la oscuridad. Con el rudimentario entablillado realizado por Yuria la noche anterior, el grupo consiguió poner a Daradoth en camino, aunque tendrían que ir con sumo cuidado para que la herida del elfo no empeorara durante el esfuerzo.
Al principio se encogió, abrumado por la intensidad de los susurros que ya había percibido en el mundo de vigilia, pero de forma mucho más atenuada. Sombras inmóviles le miraban (o así lo creía, pues eran negras como la más oscura noche) y le susurraban palabras de locura, mientras desde los afilados árboles, ojos brillantes sin cuerpo que los acompañara se giraban hacia él.
Con un esfuerzo sobrehumano consiguió alterar su entorno para apagar parcialmente las malditas voces que le susurraban al oído y así no ceder a la locura que había empezado a dar los primeros latigazos en su mente. Recuperando el aliento e ignorando a las sombras inmóviles, intentó revelar la verdadera naturaleza de los inquietantes ojos que le observaban desde las ramas; no tuvo éxito en tal intento, pero entonces, algo cambió. Algo nimio; un punto de luz, una estrella, se había iluminado allá en lo alto, pequeña, humilde, pero firme y claramente visible. Symeon sintió que el pequeño lucero le llamaba, le quería salvar, sacarlo de aquella oscuridad pegajosa. Así que inconscientemente recurrió a sus habilidades oníricas, y Viajó. Viajó como nunca había Viajado antes, hacia arriba, muy arriba, cada vez más cerca de la luz, de la esperanza.
Ya veía la estrella con el tamaño de una manzana, cuando algo tiró de él hacia atrás. Algo oscuro, frío, pegajoso. No miró; todos sus esfuerzos se centraron en seguir su viaje, continuar hacia arriba y salvarse. Unos segundos de agonía transcurrieron mientras aquel tirón elástico lo hacía retroceder; frenéticamente aplicó todas sus capacidades de Alteración y Control para librarse de aquella presa, y finalmente algo se partió. El errante volvió a acercarse hacia la estrella, bañándose cada vez más en su fulgor. De repente, sintió un frenazo brusco que casi le hace vomitar, y una luz cegadora y omnipresente lo envolvió bañándolo en un calor reconfortante, pero provocándole una incómoda falta de visión. Pocos segundos más tarde, unas voces polifónicas hablaron a su alrededor:
—No estáis solos, maese buscador —dijo una de ellas.
Symeon parpadeó, confundido por el intenso resplandor y lo extraño de las voces, que parecían tener varios tonos, tanto de hombre como de mujer, en ellas.
—De vuestras gestas depende el futuro de la Luz —afirmó otra—. No habéis pasado desapercibidos, en absoluto.
—No desfallezcáis, por nada. Trataremos de ayudaros, buscador, pero nuestra fuerza es débil allí.
—Debéis buscarnos, elegidos, y encontrar el destino.
Algo tocó la frente de Symeon, posiblemente una mano, pero no pudo estar seguro. Su frente pareció arder y despertó en el acto, con la sensación de que tenía una especie de marca en su interior, una marca de Luz que todavía no sabía cómo emplear. A su alrededor, Galad y los demás soltaron un suspiro de alivio, pues no era habitual que no hubieran podido despertarlo de un sueño muy agitado. El errante explicó toda su vivencia y refirió las palabras que le habían confiado de la forma más textual que le fue posible. ¿Quiénes habrían sido los dueños de aquellas voces? ¿Arcángeles? ¿Avatares? El grupo se sintió reconfortado y preocupado a partes iguales.
Los Santuarios de Essel en los tiempos antiguos |
Tras el habitual sueño intranquilo e intermitente, se pusieron de nuevo en marcha en la oscuridad. Con el rudimentario entablillado realizado por Yuria la noche anterior, el grupo consiguió poner a Daradoth en camino, aunque tendrían que ir con sumo cuidado para que la herida del elfo no empeorara durante el esfuerzo.
Antes de partir, sin embargo, Faewald los reunió en un breve aparte. El esthalio se mostraba claramente afectado por los susurros del entorno (incluso contó que le hablaban sobre Rheynald y Valeryan), e insistió en que tendrían que pensar más en las palabras que el arcángel Dirnadel había dirigido en el Mundo Onírico a Symeon. Durante unos minutos durante el desayuno, discutieron sobre la conveniencia de intentar convencer a Igrëithonn de liberar al arcángel y que este tomara el control. Finalmente, decidieron hacerlo y entablaron con el antiguo príncipe una conversación sobre el tema. Pero este se mostró muy preocupado por tal posibilidad, y aseguró que no podría garantizar la integridad física del grupo en tal caso. Así que decidieron continuar el viaje como hasta entonces.
Esa mañana, Arakariann parecía más ausente que de costumbre, y aunque intentaron hacerle reaccionar, lo consiguieron de forma limitada; los susurros habían conseguido llegar a lo más profundo de su ser, como habían hecho con Talítharonn y Taheem. Tendrían que mantenerlo vigilado, igual que al vestalense.
A medida que fue transcurriendo el día y se iban acercando a los Santuarios, los susurros se iban haciendo más claros, y un escalofrío recorría su espina dorsal cuando alguien les musitaba algo justo detrás, tan cerca que incluso alcanzaban a sentir su aliento en el vello de la nuca o de la oreja. Solo aquellos con los nervios más acerados eran capaces de contener ya el malestar.
Por la tarde (siempre según sus soposiciones y el tiempo de viaje) vieron los primeros edificios que anunciaban la presencia de la ciudad alrededor de los Santuarios. Todos ellos en ruinas, por supuesto, algunos apenas reconocibles. Rodeando un edificio accedieron a una especie de antigua plaza, apenas invadida por la vegetación. Daradoth dio la orden de detenerse al grupo. Su habilidad de ver en la oscuridad le había permitido visualizar al otro lado de la explanada una figura inmóvil, que miraba hacia ellos.
—Debió de ser un elfo hace tiempo —dijo el elfo—, pero ya no lo es. Es enjuto y lívido, y sus ojos son totalmente blancos y hundidos. Apenas hay carne en su cuerpo, y el hedor de la muerte lo rodea. Creo que es un retornado (así llamaban los elfos a los no-muertos).
Daradoth comenzó a caminar hacia atrás, presa del temor. Y ese momento de descanso fue terrible para casi todos los demás, pues los susurros fueron más presentes que nunca, y su claridad ahora hacía muy difícil ignorarlos. Galad cayó al suelo, sollozando y gritando que no era digno de su dios. Faewald salió corriendo, aterrado, pero Symeon, menos afectado, consiguió retenerlo lanzándose a sus pies y agarrándolo con fuerza. Taheem se arrodilló, desolado, y sacó su daga dispuesto a cortar los vasos sanguíneos de sus muñecas. Mientras Ginnerionn aguantaba estoicamente, Arakariann salió corriendo hacia una de las casas, apenas sugerida por la fuente de luz de Galad. Yuria comenzó a temblar cuando los susurros le hablaron de su tía y le sugirieron que sabían donde se encontraba su padre, pero consiguió resistir las ganas de correr hacia la oscuridad.
En ese instante, el elfo lívido comenzó a caminar hacia ellos, con un gesto entre cruel y enajenado en su rostro; sus ojos blancos parecían ir a salirse de las órbitas mientras se acercaba. Daradoth gritó con voz rota mientras corría (con peligro para su pierna) a refugiarse entre las enormes raíces del árbol a su espalda. Igrëithonn ignoró las órdenes de Dirnadel y sacó su segunda espada, evitando así enfrentarse al arcángel. Justo en el momento en que el retornado aparecía al alcance de la luz de la joya de su frente; una oleada de frío le precedía, y este mordió como un vampiro en las almas de todos los presentes. Yuria disparó una de sus armas y le impactó en el centro del pecho, pero para consternación de la ercestre la bala no pareció causar ningún efecto. Con un grito, Igrëithonn se enzarzó en combate con el engendro, que con un gesto impasible detuvo su golpe.
Mientras tanto, unos grandes golpes se habían oído acercándose desde detrás de la casa a su derecha. Los reflejos de combate de Yuria apenas bastaron para esquivar un enorme martillo que apareció desde la nada y que si la hubiera alcanzado la habría convertido en fosfatina. La oscuridad era casi absoluta, con Galad caído e Igrëithonn en combate, así que solo podía confiar en sus otros sentidos. Esquivó de nuevo otro impacto, y alcanzó a vislumbrar una figura enorme, vestida con una armadura de metal. "¿Hay alguien ahí dentro? Si lo hay, debe de ser uno de esos trolls", pensó. Afortunadamente, el gigantesco ser se movía lo suficientemente lento como para poder esquivarlo con solvencia, pero un paso en falso sería fatal.
Esa mañana, Arakariann parecía más ausente que de costumbre, y aunque intentaron hacerle reaccionar, lo consiguieron de forma limitada; los susurros habían conseguido llegar a lo más profundo de su ser, como habían hecho con Talítharonn y Taheem. Tendrían que mantenerlo vigilado, igual que al vestalense.
A medida que fue transcurriendo el día y se iban acercando a los Santuarios, los susurros se iban haciendo más claros, y un escalofrío recorría su espina dorsal cuando alguien les musitaba algo justo detrás, tan cerca que incluso alcanzaban a sentir su aliento en el vello de la nuca o de la oreja. Solo aquellos con los nervios más acerados eran capaces de contener ya el malestar.
Por la tarde (siempre según sus soposiciones y el tiempo de viaje) vieron los primeros edificios que anunciaban la presencia de la ciudad alrededor de los Santuarios. Todos ellos en ruinas, por supuesto, algunos apenas reconocibles. Rodeando un edificio accedieron a una especie de antigua plaza, apenas invadida por la vegetación. Daradoth dio la orden de detenerse al grupo. Su habilidad de ver en la oscuridad le había permitido visualizar al otro lado de la explanada una figura inmóvil, que miraba hacia ellos.
—Debió de ser un elfo hace tiempo —dijo el elfo—, pero ya no lo es. Es enjuto y lívido, y sus ojos son totalmente blancos y hundidos. Apenas hay carne en su cuerpo, y el hedor de la muerte lo rodea. Creo que es un retornado (así llamaban los elfos a los no-muertos).
Daradoth comenzó a caminar hacia atrás, presa del temor. Y ese momento de descanso fue terrible para casi todos los demás, pues los susurros fueron más presentes que nunca, y su claridad ahora hacía muy difícil ignorarlos. Galad cayó al suelo, sollozando y gritando que no era digno de su dios. Faewald salió corriendo, aterrado, pero Symeon, menos afectado, consiguió retenerlo lanzándose a sus pies y agarrándolo con fuerza. Taheem se arrodilló, desolado, y sacó su daga dispuesto a cortar los vasos sanguíneos de sus muñecas. Mientras Ginnerionn aguantaba estoicamente, Arakariann salió corriendo hacia una de las casas, apenas sugerida por la fuente de luz de Galad. Yuria comenzó a temblar cuando los susurros le hablaron de su tía y le sugirieron que sabían donde se encontraba su padre, pero consiguió resistir las ganas de correr hacia la oscuridad.
En ese instante, el elfo lívido comenzó a caminar hacia ellos, con un gesto entre cruel y enajenado en su rostro; sus ojos blancos parecían ir a salirse de las órbitas mientras se acercaba. Daradoth gritó con voz rota mientras corría (con peligro para su pierna) a refugiarse entre las enormes raíces del árbol a su espalda. Igrëithonn ignoró las órdenes de Dirnadel y sacó su segunda espada, evitando así enfrentarse al arcángel. Justo en el momento en que el retornado aparecía al alcance de la luz de la joya de su frente; una oleada de frío le precedía, y este mordió como un vampiro en las almas de todos los presentes. Yuria disparó una de sus armas y le impactó en el centro del pecho, pero para consternación de la ercestre la bala no pareció causar ningún efecto. Con un grito, Igrëithonn se enzarzó en combate con el engendro, que con un gesto impasible detuvo su golpe.
Mientras tanto, unos grandes golpes se habían oído acercándose desde detrás de la casa a su derecha. Los reflejos de combate de Yuria apenas bastaron para esquivar un enorme martillo que apareció desde la nada y que si la hubiera alcanzado la habría convertido en fosfatina. La oscuridad era casi absoluta, con Galad caído e Igrëithonn en combate, así que solo podía confiar en sus otros sentidos. Esquivó de nuevo otro impacto, y alcanzó a vislumbrar una figura enorme, vestida con una armadura de metal. "¿Hay alguien ahí dentro? Si lo hay, debe de ser uno de esos trolls", pensó. Afortunadamente, el gigantesco ser se movía lo suficientemente lento como para poder esquivarlo con solvencia, pero un paso en falso sería fatal.
Symeon respiró aliviado cuando Faewald dejó de patalear y forcejear y comenzó a sollozar hecho un ovillo. Estaba agotado por el esfuerzo, pero lo poco que podía ver con las variables luces de Galad e Igrëithonn era desolador. No obstante, aquella marca que alguien había implantado en él en el Mundo Onírico empezó a titilar. Y enseguida supo qué hacer. La dirigió hacia Galad y la lanzó sobre él, no supo cómo, pero lo cierto es que el paladín pareció reaccionar. Un aura apareció a su alrededor, un aura que a pesar de no iluminar alrededor le daba un aspecto impresionante; con un rostro sorprendentemente calmado y sobreponiéndose al halo de frío que emanaba del no muerto que tenía contra las cuerdas a Igrëithonn, Galad alzó el crucifijo que llevaba siempre encima desde su visita a Emmolnir. El objeto brilló con una luz plateada, y algo cambió en el engendro; el frío que despedía se apagó, se detuvo de repente, y chillando de una forma horrible dio la vuelta y se perdió en la oscuridad.
A continuación, Galad, Igrëithonn y Yuria trataron de hacer frente al enorme enemigo de la armadura, pero sus ataques no parecían hacer mella, así que reunieron al resto del grupo y huyeron; no les costó mucho dejarlo atrás y refugiarse en un edificio en ruinas. Cayeron extenuados y trataron de recobrar el aliento. El resto del día avanzarían más lentamente, haciendo uso de la capacidad de detectar enemigos de Galad y la visión en la oscuridad de Daradoth. Finalmente, tras dar un par de rodeos para evitar encuentros indeseados, acamparon en el sótano de un antiguo almacén. Tras la cena, Yuria consiguió arreglar el entablillado de Daradoth y hacerlo mucho más recio, de manera que el elfo podría someter su pierna a esfuerzos algo más intensos sin peligro.
Como siempre, maldurmieron con los susurros siempre presentes. Por su parte, Symeon decidió salir del Mundo Onírico tan pronto como entró, tal era el nivel de actividad que detectó.
El día siguiente siguieron en el mismo orden de marcha, avanzando de forma exasperantemente lenta, con Galad detectando y Daradoth oteando. Hasta que en un momento dado, Galad no tuvo más remedio que dejar de canalizar el poder de Emmán, pues apenas lo percibía. Allí la Sombra era fuerte, y su dios no parecía poder prestarle más que unas escasas gotas de su poder. Afortunadamente habían avanzado bastante y en una rápida caminata consiguieron llegar a la vista de uno de los bastiones —en ruinas— que daba acceso a las colinas donde se levantaban los Santuarios. Sorprendentemente, en el interior del recinto, los edificios parecían encontrarse en mucho mejor estado, según les informó Daradoth. Pero había un problema: en medio del camino se alzaba un coloso como el que se había enfrentado a ellos la jornada anterior y que casi aplasta a Yuria. Evitando el uso de iluminación y dada la oscuridad existente, era imposible rodearlo. Para colmo, unos minutos después, Daradoth comenzó a ver una especie de fulgor que iluminaba con un resplandor rojizo el contorno de algunos edificios. Y se movía hacia el coloso. Poco después aquello que despedía el brillo rojizo llegaba a la altura del enorme guardián inmóvil. Daradoth abrió los ojos y el corazón casi le estalla en el pecho cuando vio aparecer la brutal estampa de un demonio. Un demonio que le recordaba a Khamorbôlg, el kalorion que habían podido ver levemente en las tormentas del desierto vestalense. A duras penas pudo reaccionar a la impresión que le causó ver a aquel ser de pesadilla y describirlo a sus compañeros. Ahora sí que era imposible que rodearan el lugar sanos y salvos.
Los minutos de descanso, silencio y relativa calma fueron fatales de nuevo para la resistencia del grupo a los susurros. Esta vez ninguno fue capaz de resistir ya a la presión. Yuria, Daradoth, Galad, Symeon, Taheem, Faewald, Arakariann y Ginnerionn; todos ellos notaron cómo las voces vencían su resistencia y quebraban su cordura en mil pedazos. Los pensamientos se arremolinaron en un torbellino negro de depresión y autodestrucción.
De pronto, luz. Todos reaccionaron sorprendidos, olvidadas ya las ansias suicidas y homicidas cuando vieron a Igrëithonn frente a ellos, con Purificadora desenvainada y en alto, iluminando la escena con luz mortecina. El rostro del elfo daba cuenta de su lucha interna con el ser divino imbuido en el arma.
—Sois la última esperanza —dijo, luchando denodadamente por que cada palabra saliera de sus labios. Dejó su Joya de Luz a Daradoth y asintió con un gesto que el grupo al completo devolvió. Acto seguido, su rostro se relajó y sus ojos adquirieron un fulgor dorado. Con un estruendoso grito, se abalanzó sobre el coloso y el demonio, perdiéndose los tres en la oscuridad tras los edificios en el fragor del combate.
Tras encender de nuevo las dos fuentes de luz, se precipitaron hacia el bastión de acceso a los Santuarios y lo cruzaron. Mientras avanzaban colina arriba, Daradoth pudo ver aparecer abajo una pequeña multitud de figuras que se dirigían hacia donde Igrëithonn y los enemigos combatían, y de los que solo alcanzaba a ver el resplandor que los envolvía.
A continuación, Galad, Igrëithonn y Yuria trataron de hacer frente al enorme enemigo de la armadura, pero sus ataques no parecían hacer mella, así que reunieron al resto del grupo y huyeron; no les costó mucho dejarlo atrás y refugiarse en un edificio en ruinas. Cayeron extenuados y trataron de recobrar el aliento. El resto del día avanzarían más lentamente, haciendo uso de la capacidad de detectar enemigos de Galad y la visión en la oscuridad de Daradoth. Finalmente, tras dar un par de rodeos para evitar encuentros indeseados, acamparon en el sótano de un antiguo almacén. Tras la cena, Yuria consiguió arreglar el entablillado de Daradoth y hacerlo mucho más recio, de manera que el elfo podría someter su pierna a esfuerzos algo más intensos sin peligro.
Como siempre, maldurmieron con los susurros siempre presentes. Por su parte, Symeon decidió salir del Mundo Onírico tan pronto como entró, tal era el nivel de actividad que detectó.
El día siguiente siguieron en el mismo orden de marcha, avanzando de forma exasperantemente lenta, con Galad detectando y Daradoth oteando. Hasta que en un momento dado, Galad no tuvo más remedio que dejar de canalizar el poder de Emmán, pues apenas lo percibía. Allí la Sombra era fuerte, y su dios no parecía poder prestarle más que unas escasas gotas de su poder. Afortunadamente habían avanzado bastante y en una rápida caminata consiguieron llegar a la vista de uno de los bastiones —en ruinas— que daba acceso a las colinas donde se levantaban los Santuarios. Sorprendentemente, en el interior del recinto, los edificios parecían encontrarse en mucho mejor estado, según les informó Daradoth. Pero había un problema: en medio del camino se alzaba un coloso como el que se había enfrentado a ellos la jornada anterior y que casi aplasta a Yuria. Evitando el uso de iluminación y dada la oscuridad existente, era imposible rodearlo. Para colmo, unos minutos después, Daradoth comenzó a ver una especie de fulgor que iluminaba con un resplandor rojizo el contorno de algunos edificios. Y se movía hacia el coloso. Poco después aquello que despedía el brillo rojizo llegaba a la altura del enorme guardián inmóvil. Daradoth abrió los ojos y el corazón casi le estalla en el pecho cuando vio aparecer la brutal estampa de un demonio. Un demonio que le recordaba a Khamorbôlg, el kalorion que habían podido ver levemente en las tormentas del desierto vestalense. A duras penas pudo reaccionar a la impresión que le causó ver a aquel ser de pesadilla y describirlo a sus compañeros. Ahora sí que era imposible que rodearan el lugar sanos y salvos.
Los minutos de descanso, silencio y relativa calma fueron fatales de nuevo para la resistencia del grupo a los susurros. Esta vez ninguno fue capaz de resistir ya a la presión. Yuria, Daradoth, Galad, Symeon, Taheem, Faewald, Arakariann y Ginnerionn; todos ellos notaron cómo las voces vencían su resistencia y quebraban su cordura en mil pedazos. Los pensamientos se arremolinaron en un torbellino negro de depresión y autodestrucción.
De pronto, luz. Todos reaccionaron sorprendidos, olvidadas ya las ansias suicidas y homicidas cuando vieron a Igrëithonn frente a ellos, con Purificadora desenvainada y en alto, iluminando la escena con luz mortecina. El rostro del elfo daba cuenta de su lucha interna con el ser divino imbuido en el arma.
—Sois la última esperanza —dijo, luchando denodadamente por que cada palabra saliera de sus labios. Dejó su Joya de Luz a Daradoth y asintió con un gesto que el grupo al completo devolvió. Acto seguido, su rostro se relajó y sus ojos adquirieron un fulgor dorado. Con un estruendoso grito, se abalanzó sobre el coloso y el demonio, perdiéndose los tres en la oscuridad tras los edificios en el fragor del combate.
Tras encender de nuevo las dos fuentes de luz, se precipitaron hacia el bastión de acceso a los Santuarios y lo cruzaron. Mientras avanzaban colina arriba, Daradoth pudo ver aparecer abajo una pequeña multitud de figuras que se dirigían hacia donde Igrëithonn y los enemigos combatían, y de los que solo alcanzaba a ver el resplandor que los envolvía.
Una vez en la cima de la colina, llegaron al pie de la fortaleza que guardaba los Santuarios, integrada en dos masivos árboles monumentales que formaban parte del complejo. Según les había contado Igrëithonn, los Santuarios habían devenido con el paso de los siglos en mucho más que un lugar de peregrinación y oración, se habían convertido en el verdadero centro neurálgico de la lucha contra la Sombra en la Era Legendaria, y por tanto además de haber dado lugar a varias poblaciones a su alrededor, se habían defendido con fortalezas, muros y bastiones. Y ahora se alzaba ante ellos uno de aquellos alcázares, sorprendentemente bien conservado. Cruzaron sin aliento la puerta destrozada y se sentaron a descansar, con la respiración entrecortada.