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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 19 de enero de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 22

Ataque brutal y Huida de Viena.

Decidieron no decirle nada a Paula de momento acerca del manuscrito de Crowley, en previsión de posibles filtraciones o de que a Emil se le antojara conseguirlo para él.

Antes de ir a dormir, intentaron averiguar algo más sobre aquel extraño "Mr Rowe", mencionado solo de pasada en toda la información sobre Crowley; pero nada, para frustración de todos, aparte de la información de dominio público en la que se hacía referencia a las personas que estuvieron alrededor del supuesto mago en el momento de su muerte no hubo manera de encontrar nada más sobre el individuo.

 —Ya sabéis que yo opto por que visitemos la tumba de Crowley en Escocia —dijo Tomaso, con los ojos rojos de mirar al monitor— y comprobemos de una vez por todas si está realmente enterrado allí; pero otra opción —añadió— es ir a Hastings, donde se supone que murió, encontrar el lugar exacto, y ver lo que podemos averiguar sobre el tal Rowe.

 —Podríamos consultar los registros de aquella época en los hospitales y las iglesias —afirmó Sigrid—, quizá averigüemos algo de interés —"y quizá necesitemos en ese caso la ayuda de Jesús, porque en lo que respecta a la bibliomancia, ya no tengo nada que decir", pensó.

Acordaron preocuparse de eso una vez que regresaran a Londres, y se retiraron a descansar lo mejor que pudieran. Pero a las dos y media de la mañana, Patrick y Sigrid fueron despertados por unos golpes en la puerta de su habitación.

 —¿Pero quién demonios llama a esta hora? —espetó el profesor.

 —Sullivan, Olafson, abran la puerta rápido, soy Travis —dijo al otro lado la voz de Pearson, el oniromante.

Cuando Sigrid abrió la puerta pasando el pestillo de seguridad, vio efectivamente a Pearson y a Didier Dufresne allí plantados, con pinta de urgencia.

 —Estamos en peligro. Recojan sus cosas como un rayo y vengan a la habitación de Paula, tienen diez minutos, ni uno más —se limitó a decir, iniciando su marcha antes de acabar la frase—. ¡Ah, y avisen a sus compañeros!

Pocos minutos después el grupo al completo llegaba al pasillo de la habitación de Paula, que justo en ese momento salía de la suite escoltada por unos cuantos miembros del grupo. Anaya les informó, mientras se ponían en movimiento:

 —Han llamado del anterior hotel. Al parecer, Marius —se refería a Marius Eichmann, uno de los alemanes del grupo— consiguió reclutar a un miembro del personal, que le ha llamado hace unos veinte minutos. Alguien ha ido allí a buscarnos, y no de buenas maneras precisamente.

 —¿Y dónde está el resto? —preguntó Derek, extrañado de no ver en el pasillo al grupo de Paula al completo.

 —Nos esperan abajo, ya deben de haber traído los coches. ¡Vamos!

Bajaron a toda prisa a un vestíbulo de recepción prácticamente vacío, dada la hora que era. Aparte de una pareja que parecía dormitar en un sofá, solo estaba Sally, apoyada en el mostrador de recepción: lo primero que había hecho Tomaso cuando le habían despertado había sido llamar a la periodista advirtiéndole de todo, así que ella había bajado a dejar el hotel. "Teníamos que haberla incluido en el grupo, joder", pensó el italiano, intercambiando una mirada con ella; "ahora, ¿qué vamos a hacer?".

No se detuvieron. Supusieron que alguien del grupo se había encargado ya de arreglar los papeles y la cuenta, y salieron al exterior por la puerta giratoria; allí les esperaban cuatro SUVs, tres de ellos con un conductor del grupo y con un par de miembros más esperando en la acera. Mientras la compañía metía el poco equipaje en los maleteros y se repartía en grupos, Patrick se apresuró a abordar el cuarto vehículo para ponerse al volante. Pero una sensación estremecedora lo detuvo: algo en su interior le gritó que no subiera a ese coche.

 —¡Quietos! —increpó a sus compañeros—. No subáis a este coche, no subáis... algo va a pasar.

Derek, Tomaso y Sigrid, conocedores de las especiales corazonadas de Patrick, se detuvieron en el acto. Los Hijos de Mitra ya se habían metido en otro vehículo y algunos de los que todavía estaban en la calle lo miraron extrañados.

Pocos segundos después, Derek atisbaba por el rabillo del ojo un fogonazo procedente de algún punto alto y lejano, y escuchaba un sonido inconfundible.

 —¡Al suelo! ¡¡Todos al suelo!! —gritó, forzando a todos a su alrededor a zambullirse.

Tras un fuerte zumbido, el cuarto coche, el que Patrick les había prevenido de abordar, estalló con una fuerte explosión. "¿¿Un maldito misil??", pensó Derek, "¡¿en serio?!". Se giró a tiempo de ver cómo un helicóptero que había aparecido desde detrás de un edificio soltaba un segundo proyectil.

 —¡Cuidado! ¡¡Otro más!! —exclamó alguien.

Una segunda explosión reventó el tercer coche, donde ya se encontraban Elliot Saunders, Mara Kirstein y Tine Kunst. 

 —¡¡Arrancad, arrancad!! —rugió Derek mientras se ponía en pie. Los neumáticos de los dos vehículos restantes chirriaron cuando se pusieron en marcha—. ¡¡Los demás, vamos, al hotel!!

Los vidrios de las ventanas y la puerta giratoria del hotel habían reventado por la deflagración, y los que todavía no habían subido a los coches (Derek, Sigrid, Tomaso, Patrick, Paula, Anaya, Simonsson, Pearson, Jonathan y Didier Dufresne) se precipitaron al interior del edificio. Disparos de ametralladora de gran calibre resonaron en el exterior. Tomaso se acercó lo máximo posible a Sally, que había encontrado refugio en el mostrador de recepción, pero soltó una maldición cuando vio tres o cuatro tipos vestidos con uniforme paramilitar accediendo al hall desde la parte de detrás. Se refugió tras el mobiliario, igual que  hicieron Derek y los demás, y sacó su arma.

Un tipo ataviado con un elegante traje y con pinta peligrosa apareció detrás de los paramilitares, que comenzaron a disparar sus subfusiles. Derek, Tomaso, Jonathan y Didier se enzarzaron en el tiroteo, mientras el tipo trajeado de más allá sonreía satisfecho, y parecía hacer gestos.

Sigrid vio cómo Paula, detrás de un macizo de plantas, gesticulaba de forma extraña y parecía susurrar algo... y de repente, la hermana de Emil se llevó las manos a la cabeza y su rostro se transformó en un rictus de dolor. Igual que Anaya, Pearson y Simonsson, que la imitaron en el mismo instante. Patrick y Sigrid, por su parte, empezaron a sentir un fuerte dolor de cabeza, aunque no tan incapacitante como lo que estaban sufriendo los otros.

De repente, el tipo trajeado hizo unos aspavientos exagerados y, juntando sus manos, que comenzaron a brillar, las extendió hacia delante. "¿Pero qué demon...?", pensó Tomaso, "¿¿Una bola de fuego??". Efectivamente, una canónica bola de fuego tomó forma al instante ante las manos del desconocido y se precipitó hacia donde estaba el grupo. No obstante, el lanzamiento no fue preciso, porque en el último instante, el individuo se sorprendió por algún motivo y la bola fue a estrellarse a unos cuatro metros de altura en la pared de la fachada principal; el grupo fue afectado por algunas quemaduras, pero ninguna de gravedad. Casi en el mismo instante en que el tipo lanzaba la bola de fuego, supieron el motivo de su distracción: una figura atravesaba a una velocidad endiablada la puerta giratoria, destrozando una parte de la estructura y saltando de mesa en mesa. Jirones de sombras en movimiento envolvían al intruso, que gritaba con voz grave. "Está cambiado", pensó Patrick, "pero joder, es Adrian White". Efectivamente, el miembro del equipo de Paula que había desaparecido en el combate contra los colosos surgidos del suelo reaparecía, y aunque estaba evidentemente poseído y ahora demostraba su poder, había concedido un respiro al grupo, pues a medida que avanzaba por el vestíbulo, todas las luces se apagaban, incluidas las de emergencia. Jonathan aprovechó para disparar al gran acuario que presidía la parte interior del vestíbulo, destrozando uno de sus paneles y añadiendo más caos a la escena debido al agua que se derramó por doquier. En ese instante a la luz que proporcionaban los destellos de los disparos, vieron cómo White arrancaba prácticamente de un golpe la cabeza de uno de los paramilitares y cogía del cuello al tipo trajeado.

 —¡Vamos! —ordenó Derek, sacando a todos de su ensimismamiento—. ¡Aprovechemos ahora! ¡A los ascensores! ¡Ayudad a Paula y los demás!

Dicho y hecho, Tomaso se reunió con Sally mientras Jonathan, Patrick, Sigrid y el propio Derek ayudaban a los que habían sufrido lo que fuera que hubiera sido aquello. El dolor intenso había cesado y se sentían mejor, pero estaban al borde de la inconsciencia, así que prácticamente tuvieron que llevarlos en volandas hasta los ascensores alumbrándose como pudieron con los móviles. En el exterior se oyeron varios derrapes de vehículos. Derek, que había quedado rezagado, pudo ver al menos tres furgones de los que empezaban a bajar tipos armados y con chalecos de kevlar. 

 —¡Deprisa! ¡Vienen más! Por las escaleras, ¡vamos, vamos!

En breves segundos se encontraban en el parking, donde por fortuna todavía estaba el vehículo que Derek había alquilado. Tomaso se encargó de "tomar prestado" discretamente un segundo vehículo, y repartidos entre los dos coches, consiguieron salir rápidamente y esquivar al helicóptero que rondaba el hotel, pero que afortunadamente desaparecía detrás de una esquina cuando ellos salieron.

 —Dios mío Paula —dijo Anaya—, sea quien sea el que ha hecho esto, tiene muchísimo poder.

 —Hay que llamar a Emil inmediatamente, creo que esto nos supera —respondió Paula.

Tras hablar con Emil y comunicarse a través de móvil (sin dejar de conducir en ningún momento), finalmente decidieron salir del país por carretera, y se dirigieron al este, hacia Alemania. Afortunadamente, los dos SUVs que habían arrancado precipitadamente tras las explosiones se encontraban sanos y salvos, y pudieron reunirse todos en una estación de servicio a unos ciento cincuenta kilómetros de Viena. Los Hijos de Mitras saludaron al grupo con cara de alivio, y Eichmann y Gardet no pudieron disimular su pesar por los caídos. Tras compartir lo que había ocurrido en el hotel, continuaron camino, con los móviles abiertos.

 —Esto es un golpe muy duro —dijo Paula, descorazonada y agotada—. Elliot, Mara y Tine muertos en la explosión, y Adrian transformado en un demonio se ha ido por su cuenta. Y aún me parece que hemos tenido suerte, dadas las circunstancias.

 —Agradéceselo a las corazonadas de Patrick —contestó Sigrid—; si no nos llega a advertir de no subir al coche, ahora no estaríamos aquí.

 —Es cierto, Patrick, debemos agradecértelo todos. Estoy segura de que Emil...

No pudo acabar la frase; Patrick la interrumpió:

 —Joder, ¿no creéis que tiene que haber un topo? —el profesor estaba inmerso en uno de sus procesos introspectivos, y apenas había prestado atención a las palabras de sus compañeras.

 —¿Cómo? —preguntó Anaya, sorprendida.

 —Un topo, un topo, entre nosotros —contestó algo irritado Patrick.

 —Normalmente diría que no —continuó Paula—, pero visto lo visto ya no pondría la mano en el fuego.

 —Pararemos en un par de horas en una estación de servicio —dijo Derek, intercambiando una mirada con Patrick—, allí podremos comprobarlo.

Aproximadamente dos horas más tarde paraban en una estación de servicio, tal como había anunciado Derek. Allí, en un sitio discreto de la cafetería, fueron interrogando a los miembros del grupo uno a uno, con la atenta supervisión de Lucas y Anaya. Una vez que todos hubieron pasado por la criba, ninguno manifestó haber reconocido a un infiltrado. Pero Patrick y el resto del grupo recibían al cabo de un rato un mensaje de texto que rezaba:

El topo es Simonsson, no hay duda

Patrick sonrió; Anaya y Gardet habían fingido durante los interrogatorios no reconocer a ninguno como el traidor, pero habían esperado a acabar para no levantar sospechas. Se alojaron en un motel cercano, donde se asignó una habitación a Simonsson y a Dufresne, y organizaron una reunión en el plazo de una hora en la habitación de Paula, donde el resto de la compañía acudiría un poco antes para tender una trampa al traidor.

Pero llegó la hora de la "reunión", ya con todo el grupo reunido, y ni Simonsson ni Dufresne aparecieron. Tras esperar unos diez minutos, Derek, Tomaso, Marius y Anaya fueron a buscarlos a su habitación. Llamaron a la puerta y no obtuvieron contestación, así que la echaron abajo.

 —¡Mierda! —exclamó Derek. Dufresne se encontraba tendido en el suelo, con el rostro horriblemente hundido, irreconocible, en un charco de sangre. La ventana estaba abierta.

Tomaso corrió a asomarse. Fuera estaba oscuro, ya era de noche, y un tupido bosque se alzaba a pocos centenares de metros, cubierto por la nieve. Hacía mucho frío.

 —Imposible seguirlo por aquí —dijo Tomaso, sacudiendo la cabeza.

 —Registremos su equipaje —ordenó Derek, sin mucho entusiasmo. Efectivamente, su equipaje no contenía nada revelador.

Registraron también los coches donde, en uno de ellos, Tomaso encontró el móvil de Simonsson.

 —He recordado —dijo el italiano— que Simonsson se había hecho el remolón al bajar del coche, y mirad: seguro que había escondido el móvil en este recoveco para transmitir nuestra posición. 

 —A estas alturas, seguro que ya deben de estar viniendo hacia aquí —anunció Derek, que miró a Paula—: debemos marcharnos inmediatamente.

Tras dejar escondido el móvil en un matorral se pusieron de nuevo en marcha, agotadísimos; pero no tenían más remedio que continuar si no querían sufrir una nueva emboscada. Tomaron un desvío hacia el norte para evitar que los enemigos extrapolaran su posición.

 —Lo que no acabo de entender —dijo Paula cuando ya llevaban un rato de carretera; su voz sonaba hueca, exhausta—, es tal despliegue de medios simplemente para quitarnos de en medio a nosotros. Quien sea se ha arriesgado mucho. Por Dios, ¡han lanzado misiles en pleno casco urbano de Viena!

 —¿Y qué me dices del tipo del hotel? —continuó Anaya—. ¿Habías visto a alguien capaz de lanzar una maldita bola de fuego? ¡Una bola de fuego!

 —Quizás —Jesús Cerro, uno de los más descansados, dirigió una mirada de complicidad a sus compañeros de vehículo— haya entre nosotros alguien cuyas habilidades les interesen (o teman) especialmente.

 —Es posible —respondió Sigrid—, pero eso ya es mucho elucubrar...

 —En cualquier caso —interrumpió Paula, cambiando de tema... ¿o quizá no?—, quiero agradecerle su inestimable colaboración, señor Sullivan —Patrick rebulló en su asiento, incómodo—. Estoy segura de que en el futuro será un valioso colaborador para Emil.

 

miércoles, 6 de enero de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 21

Los Grupos se unen. Un Manuscrito deteriorado.

Derek llegó a la suite de Paula, donde intercambió una mirada con Tomaso, que se encontraba navegando con el portátil en un rincón algo alejado. Le hicieron pasar a la habitación, donde vio a Patrick inconsciente en una silla. Arqueó una ceja, y se sentó cuando se lo pidieron.

Mientras tanto, otros dos miembros del equipo habían salido a buscar a Sigrid. La encontraron en el pasillo, porque Tomaso había hecho uso del vínculo kármico para transmitirle una sensación de urgencia al ver a Derek aparecer custodiado en la habitación de Paula. La anticuaria les acompañó de buen grado.

A pesar de la tensión mental a la que Lucas Gardet sometió a Derek, este consiguió, con mucho esfuerzo, responder con evasivas y ocultar todo lo relativo a su origen y sus habilidades especiales. La cabeza le dolía como si le clavaran mil agujas. Soltó un suspiro de alivio cuando la llegada de Sigrid desvió la atención de su persona.

Al ver entrar a Sigrid pocos minutos después que Derek y de la misma guisa, Tomaso entró discretamente en el baño para avisar a Sally de que saliera del hotel inmediatamente, a ser posible con los Hijos de Mitra.

En la habitación, Paula y Anaya se habían sentado ante Sigrid, Derek y el inconsciente Patrick, junto a Lucas Gardet y Adrian White. Detrás de ellos pululaban Didier Dufresne, Marius Eichmann y Elliot Saunders. Mucha gente.

 —Bueno, Sigrid —espetó Paula—. Esperamos que tengas algo que decir sobre la presencia de tus... amigos en el hotel.

 —Y por favor, no nos mientas esta vez —añadió Anaya.

Derek pudo ver entre los destellos de luz causados por su dolor de cabeza cómo Sigrid esbozaba una ligera sonrisa, tan irritante como en ella era habitual cuando se sentía con el peso de la razón. "Sigrid, mejor sería que mostraras un poco de humildad", pensó, "pero pido un imposible, ¿verdad?".

 —Puedes estar tranquila, Anaya —contestó la anticuaria—, no mentiré porque no es en absoluto necesario. Y lo ha demostrado la escena en la que hemos sido atacados. —Su sonrisa de presunta superioridad intelectual se ensanchó aún más—. Desde el principio urdí el plan de que un segundo grupo nos siguiera los pasos sin que nadie lo supiera, ni siquiera vosotros, por si en algún momento éramos atacados o traicionados... —el semblante de Sigrid se tornó serio de repente.

"¿Se están riendo de mí? ¿Se están riendo de mí?", pensó la anticuaria. "No puede ser, si estoy diciendo la verdad". Sigrid se echó atrás en la silla, encogida y con los ojos húmedos, como una niña pequeña. Algo iba mal, ¿aquella gente estaba riéndose de su plan? ¿Acaso lo habían sabido desde el principio? Se llevó las manos al rostro, avergonzada, y sintió cómo la invadía el pánico.

Derek, algo recuperado, vio que algo iba rematadamente mal. Quizá alguno de los presentes estaba utilizando alguno de sus trucos para amedrentar a Sigrid. Miró a Lucas Gardet, pero el francés no parecía concentrado o transmitía ningún esfuerzo... decidió intervenir, para intentar poner fin al tormento de su amiga.

 —No tenéis por qué hacerle esto a Sigrid, Paula —intervino—. Os está diciendo la verdad. Os hemos estado siguiendo desde... —Derek siguió hablando durante varios minutos, y puso toda su habilidad para la oratoria, que era mucha, en marcha. Paula, Anaya y los demás le escucharon con suma atención, y para cuando acabó, parecieron convencidos de la honestidad y las buenas intenciones de Sigrid y sus compañeros.

 —Siendo así —empezó Anaya—, supongo que os debemos una disculpa...

 —Y nosotros la aceptamos —contestó rápidamente Derek, sin dejar que reaccionaran mucho—. Por supuesto, estaremos encantados de incorporarnos al grupo y ayudar en todo lo posible.

 —Bueno —contestó Paula, todavía pensativa—, eso habría que discutirlo...

 —No creo que sea necesario, ¿no? —intervino de nuevo, tajante, Derek—, esta tarde se ha hecho evidente que necesitáis toda la ayuda posible, y os aseguro que la nuestra es de calidad.

 —Yo creo que es buena idea —dijo Saunders.

 —Que el diablo me lleve, pero tiene razón, Paula —sentenció Anaya—. Os salvaron la vida ahí fuera.

Paula, que se encontraba al teléfono intentando contactar con su hermano, hizo un gesto de asentimiento y colgó.

 —Está bien. Traed a vuestros compañeros ausentes y nos reuniremos para discutir nuestros próximos pasos.

En el exterior, Tomaso había intentado acceder a la habitación, pero los miembros del equipo que se encontraban allí se lo habían impedido a punta de pistola; Tomaso había llegado con Sigrid y, como el resto de sus compañeros, estaba bajo sospecha. Pero la situación de tensión no duró mucho, porque tras la perorata de Derek y la aceptación de Anaya sobre la oferta de formar parte del equipo, Dufresne salió e informó al resto para calmar los ánimos.

Durante la reunión, con Patrick ya despierto y los Hijos de Mitra presentes (a Sally no se la mencionó), se acordó la integración de los dos grupos  y su colaboración en busca de los intereses comunes: a todo el mundo le vendría bien saber quién había perpetrado aquellos ataques y por qué, y sobre todo, encontrar a Ramiro y al resto de desaparecidos. Lo primero que acordaron fue trasladarse de hotel, para evitar ojos u oídos indiscretos. Patrick también dio los detalles sobre el extraño grupo que Derek y él habían visto llegar a la mansión, y de la invocación de las enormes figuras que habían surgido de la tierra. Los demás escucharon con los ojos muy abiertos, y tras discutir durante algún tiempo cuál podía ser la naturaleza de aquellos cinco entes, se decidió no perder más tiempo y partir de inmediato.

De madrugada el grupo ya pudo dormir en su nuevo hotel, y después de comer salieron hacia la mansión de Liszt. Se trasladaron tomando todas las precauciones posibles para prevenir otro ataque como el que habían sufrido el día anterior. Afortunadamente, llegaron a la mansión sin mayores problemas. Pero todos intercambiaron miradas de estupefacción cuando al girar la esquina del derrumbe, vieron que no había ni rastro de los restos de la biblioteca. El terreno estaba completamente limpio, ni rastro de escombros ni restos de estanterías, ni siquiera de las baldosas del suelo que quedaban el día anterior. Los tipos que habían visto Derek y Patrick tenían que haber sido los causantes de aquello.

"Mmmmh...", pensó Derek, "¿qué es esto?". Las excelentes habilidades de observación y de perspicacia del director de la CCSA le hicieron reparar en una roca en el suelo. "Es... extraño". Efectivamente, la disposición de la roca y su forma no era normal.

 —¡Aquí! —exclamó—. ¡Venid a ver esto!

Derek llamó la atención sobre una pequeña roca en el suelo donde había estado la biblioteca. Era extraña. Cuando señaló tres o cuatro detalles, entonces todos los demás empezaron a asentir, viendo también que la roca parecía haberse fusionado con el suelo, como si se hubiera hundido en líquido y luego este se hubiera solidificado. Derek no tardó en encontrar tres o cuatro rocas más que presentaban los mismos rastros de haber sido "fundidas" en el lecho de roca.

 —¿Alguien ha oído hablar de algún adepto que pueda hacer algo así? —preguntó Paula. Todos negaron con la cabeza.

 —Sea quien sea, no creo que se trate de un adepto —puntualizó Adrian White—. Esto no pega mucho con ninguna mancia estándar.

Mientras tanto, Sigrid, Tomaso y un par de compañeros más daban una vuelta por el interior de la mansión, donde tampoco vieron nada extraño. De vuelta al exterior, pudieron ver cómo Patrick se concentraba en sus habilidades de alteración de la realidad para intentar extraer del suelo la roca que había señalado Derek.

"Esto no va a ser problema", pensó el profesor, sintiendo la roca gracias a su habilidad. En ese momento, le llamó la atención un pequeño temblor, un temblor que no tenía nada que ver ni con la roca ni con él.

 —¿Qué ha sido eso? —preguntó.

No obstante, antes de que nadie pudiera responderle, la tierra estalló a escasos metros de distancia, dejando paso a una horripilante figura humanoide hecha de roca que crujía horriblemente. Varios miembros del equipo echaron a correr, mientras que otros quedaban paralizados por la impresión. Estos últimos tuvieron que ser ayudados a reaccionar por aquellos que resistieron bien la impresión de ver aquella amenazadora mole, que ya corría hacia Patrick. Para empeorar las cosas, se produjo una segunda explosión de roca y tierra unos metros más hacia la verja exterior, y un segundo engendro apareció para bloquear el paso a los rezagados. Prácticamente todos pudieron esquivarlos, con excepción de Adrian White, a quien el segundo elemental de roca pilló de improviso y alcanzó con un fuerte golpe que lo lanzó hacia atrás un buen trecho.

 —¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Anaya—. ¡No podemos hacer nada por él! ¡Mirad! —añadió, señalando a un punto. Una tercera explosión dejó paso a otra de las gigantescas estatuas, y una cuarta comenzó su particular deflagración. No tuvieron más remedio que correr y dejar atrás a Adrian.

Entraron a los vehículos precipitadamente, y a través de los walkies oyeron la voz de Jonathan —él, Dufresne y alguno más se habían quedado de guardia en el exterior del recinto—:

 —¡Cuidado! —urgió el agente—, ¡se acerca un helicóptero! Repito, ¡se acerca un helicóptero, un helicóptero militar! ¡Salid de ahí!

Arrancaron los coches chirriando ruedas y se alejaron rápidamente.

 —De alguna manera han sentido lo que estábamos haciendo —dijo Patrick, intentando disimular todo lo posible que se refería a sus habilidades de alteración de la realidad.

 —Sí —contestó Tomaso, tocándose una pierna que se había lastimado en la huida—. Esto tiene que tener algo que ver con la Orden de Hermes, estoy seguro de que he leído en algún sitio que eran capaces de invocar, o crear, elementales de tierra, fuego y aire.

 —¡El helicóptero se acerca! —gritó alguien. Efectivamente, se trataba de un vehículo militar, y se veía claramente que ya estaba maniobrando para poner la ametralladora en posición de disparo.

En ese momento, en el tercer automóvil, Sigrid vio cómo Judith Stevens se asomaba a la ventanilla trasera y ponía un gesto de esfuerzo en su rostro. A los pocos segundos, el helicóptero, que ya estaba a punto de soltarles la primera ráfaga, se alzó un poco en el aire, frenando, y luego pareció perder toda su potencia, precipitándose al suelo y estallando detrás de una loma cubierta de árboles. "Vaya, vaya", pensó la anticuaria, "y yo que la tenía por una simple drogadicta... sin duda esas drogas deben de servirle para algo más que para colocarse". Dirigió una mirada de reconocimiento a Judith, dando las gracias con un gesto afirmativo.

 —¡Excelente, Judith! —la felicitó Elliot Saunders, levantando un pulgar con gesto de aprobación.

En el segundo coche, Paula le susurraba a Anaya:

 —Tengo que llamar a Emil, Anaya. Esto nos viene grande. En cuanto llegue al hotel.

El grupo se reunió de forma privada, y Sigrid aprovechó para comentarles lo de la Antiquimancia y lo que había hecho cuando aquellos paramilitares les habían atacado. Tras la sorpresa inicial, todos la felicitaron y le dieron las gracias.

Más tarde, Paula reunió a todo el equipo, y puso a Emil en el manos libres de su teléfono, para que todos lo oyeran.

 —Estoy hablando con Emil —anunció ella—, y está de acuerdo conmigo. Sea lo que sea lo que está pasando, es demasiado poderoso como para tratar con ello directamente.

 —Efectivamente —corroboró la voz de Jacobsen al teléfono—. Y creo que si pretendéis volver a la mansión, lo mejor será que esperéis más o menos una semana.

 —Lo mejor será que volvamos a Londres, nos repongamos y volvamos cuando todo esté un poco más calmado —dijo Paula, y todo el mundo se mostró de acuerdo.

Aleister Crowley, el Mago Negro

A continuación, esa noche Tomaso aprovechó para intentar averiguar todo lo posible sobre  los símbolos del círculo que había recreado Patrick en la biblioteca de Liszt, y tras mucho esfuerzo obtuvo por fin su recompensa. En una oscura web encontró un escaneo de un manuscrito de Alleister Crowley, el más grande esoterista de la modernidad. En el manuscrito se mencionaba a la Orden de Hermes, y cómo Crowley había mejorado sus símbolos arcanos para obtener unos efectos mucho mayores. En una nota al pie de una de las páginas se podía leer:

"Según Novikov esto no tiene sentido, pero creo que el pobre ha estado demasiado tiempo en letargo"

La mandíbula de Tomaso casi golpea en la mesa al leer esto. "Así que conoció a Novikov", pensó, "interesante". 

El manuscrito describía algunos rituales, pero el estado era bastante penoso, con bastantes páginas quemadas en gran parte, así que de eso Tomaso no pudo sacar nada en claro. Pero al final del libro, le llamó la atención otra anotación:

"Creo que he descubierto el secreto!!! El elegido será el señor Rowe"

Intrigado por la mención al tal "señor Rowe", a Tomaso no le hicieron falta más que unos minutos para averiguar algo sobre él. Según las habladurías (pues solo se mencionaban rumores), el señor Rowe era la única persona que había estado presente en la habitación de Crowley cuando este expiró su último aliento. No había ninguna otra mención a él, era un perfecto desconocido en cualquier otro aspecto.

Tomaso no tardó en reunir al resto del grupo para compartir toda esta información con ellos.

 —¿Os acordáis del retrato aquel que vimos del tal Sulkowsky, el oficial de Napoleón? —preguntó—. ¿Recordáis lo parecido que era a Novikov? Pues aquí tenemos la confirmación —señaló la nota donde Crowley se había referido al letargo del ruso—. Y esta mención a Rowe... este "he descubierto el secreto"... creo que sería buena idea que nos trasladáramos al cementerio de Escocia donde presuntamente está enterrado Crowley, para ver si sus restos fueron realmente sepultados —anunció el italiano—. ¿Qué pensáis? ¿Deberíamos compartir esto con Paula?