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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 4 de febrero de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 23

Un Viaje Tenso. De Vuelta en Londres.

Con la intención de despistar a posibles perseguidores, decidieron viajar hacia el norte por carreteras secundarias hasta adentrarse un buen trecho en territorio de la República Checa antes de girar de nuevo hacia el oeste para dirigirse a París a través de Nüremberg y Metz. La nieve caía ligera pero sin cesar, y dificultaba los desplazamientos por carretera, sobre todo por las secundarias por las que el grupo se movió incialmente, así que el viaje se hizo largo y anodino. En una de las paradas para descansar y reponer fuerzas, Tomaso aprovechó para presentar a Sally, a quien Paula y Anaya ya habían mirado con sorpresa antes, pero habían ignorado el tema debido a lo atropellado de los acontecimientos.

Paula también aprovechó la parte inicial del viaje para llamar a su hermano e informarle de la verdadera naturaleza de Simonsson y su condición de espía de quienes quiera que fueran sus enemigos. Emil se mostró consternado con la revelación, Simonsson había sido un buen colaborador en el pasado, y temía que algún descuido le hubiera proporcionado información que sus enemigos pudieran usar en el futuro.  También dedicaron unas palabras a Sigrid, dándole las gracias por su colaboración y por los compañeros que había incorporado, y a Patrick, cuya participación sospechaban que había sido fundamental para desencadenar todo aquello.

—Si no le importa —dijo Jacobsen—, cuando vuelvan a Londres me gustaría mantener una larga y amistosa conversación con usted, señor Sullivan. 

Tras cambiar de vehículos, se alojaron en un hotel de la discreta población de Písek, antes de atravesar la frontera con Alemania. Se encontraban terriblemente agotados, pero antes de caer dormidos celebraron una reunión para decidir el itinerario de su viaje. Decidieron volver a las autovías principales cuando hubieran entrado en Alemania, considerando que serían seguras, pero pensaron muy bien cómo cruzar del continente a las islas británicas.

—Si nos quieren atrapar —dijo Derek—, y con los medios que parecen tener, es evidente que estarán controlando los aeropuertos, el Eurotúnel y las principales rutas de ferry, así que yo propongo que embarquemos aquí —señaló un punto en el mapa—, en Dieppe. No creo que puedan controlar todas las líneas, y esta parece lo suficientemente discreta.

Todo el mundo se mostró de acuerdo en que sería la ruta más segura, y acto seguido, prácticamente a las siete de la mañana, la mayoría cayeron dormidos casi en el acto. Sigrid aún aguantó un poco más para llamar a Esther e interesarse por la situación en Londres. Su hija le informó de que Emil había redoblado el pequeño ejército que tenía montando guardia, y que ella seguía estudiando y buscando los libros sobre los temas que le había pedido Sigrid.

A las cinco de la tarde, después de una buena comida, se pusieron en marcha de nuevo. Ya en territorio alemán dejaron atrás las nevadas y se incorporaron a la autovía principal, cosa que agradecieron mucho los conductores.

Pasado Nüremberg, Tomaso divisó la silueta de un helicóptero, aparentemente militar, en lo alto. Además, al remontar una elevación del terreno, vieron a lo lejos cómo los vehículos se detenían y se había formado una retención. 

 —¿Ves eso, Derek? —preguntó el italiano—. Joder, no serán ellos, ¿no? ¿O sí?

 —No lo sé —contestó Derek—, pero por si acaso, mira, hemos tenido suerte —indicó con la cabeza la siguiente salida de la autovía a trescientos metros entre ellos y el atasco—. Saldremos por aquí.

Nunca sabrían si el helicóptero los buscaba a ellos o el atasco había sido provocado por sus enemigos, porque afortunadamente nadie pareció seguirlos y tras unos ciento y pico kilómetros por la red secundria, volvieron a la autovía sin más complicaciones.

Sobre las cinco de la mañana del día siguiente se alojaban en un hotel en un pueblo cercano a la ciudad francesa de Metz. Desde allí, procedieron a la compra de billetes de avión a Londres con origen en Bruselas, para despistar a posibles perseguidores, y acto seguido volvieron a agradecer poder descansar. Mientras se inscribían en el hotel, Patrick aprovechó para mirar el aura de Anaya, todavía poco convencido de que no hubiera otro topo en el grupo. Lo que vio descartó tal posibilidad en la mujer: una lealtad inquebrantable, una susceptibilidad acerada, combinadas con una brutal sinceridad y un sincero enamoramiento por Paula, le dejaron tranquilo al respecto.

Poco más de una hora después, Sigrid se despertaba debido al sonido de su móvil. Un número largo, desconocido, brillaba en la pantalla. Decidió descolgar.

—¿Sigrid? Sigrid, ¿eres tú? —el corazón de la anticuaria dio un vuelco al reconocer la voz de Ramiro, su marido. Tuvo que respirar hondo para calmarse.

—¿¿Ramiro?? ¿Eres tú de verdad? —Sigrid zarandeó a Patrick, con quien compartía habitación, pero a este le costó despertar, agotado.

—Sí, claro que soy yo, Gridi. Dios, qué alegría oírte. —Los ojos de Sigrid se humedecieron cuando Ramiro utilizó el nombre cariñoso con el que solo la llamaba en privado—. ¿Dónde estás?

—Estoy de viaje —Sigrid estaba emocionada, pero los últimos acontecimientos habían disparado en ella la cautela, así que dio esa vaga respuesta antes de asegurarse de que aquel era Ramiro de verdad—. Pero, ¿dónde estás tú, cariño? ¡Llevas semanas desparecido!

Patrick por fin despertó, y abrió mucho los ojos al comprender con quién hablaba su amiga.

—¿Cómo, semanas? ¿Hablas en serio? —al otro lado del teléfono, Ramiro pareció sinceramente confundido—. Hmmmm... no lo sé, Sigrid, no lo sé. Recuerdo que hablamos por teléfono cuando yo estaba en aquel hotel... el Orfeo... y luego salimos, hacia la biblioteca, y... y... y ya está, he despertado aquí, en este hotel, en... deja que mire por la ventana...Budapest, sí. Y con Sarah Pearson en la otra cama; ahora está en el baño.

Sigrid miró a Patrick, que se encogió de hombros, sin saber qué decir. Pidiendo un momento a Ramiro, susurró a su amigo que su marido se encontraba en Budapest, acompañado de la hermana de Travis Pearson, su compañero. 

—Qué casualidad —susurró Patrick— que aparezcan ahora dos de los desaparecidos, y los únicos con familiares en nuestro grupo... —Sigrid asintió, de acuerdo con él.

—Ramiro, escúchame bien —continuó Sigrid al teléfono—. Quiero que Sarah y tú os mováis y salgáis de ahí. Id a Madrid, pero no en avión. Daos prisa, ¿tienes dinero?

—Sí, sí, aquí está mi cartera, con las tarjetas y todo —contestó Ramiro, aturullado.

—Pues lo dicho, largaos ya a Madrid. Yo voy a hablar con Travis, el hermano de Sarah, que está aquí conmigo, hablamos más tarde, y llámame enseguida si pasa algo.

—Vale, vamos para allá.

Sigrid y Patrick se dirigieron a la habitación de Travis, que como era habitual en un oniromante, se encontraba despierto. Cuando la anticuaria le contó lo que había sucedido, el británico se desesperó, pidiéndole más detalles sobre el paradero de su hermana y proponiendo ir hacia Budapest inmediatamente. No obstante, Sigrid lo tranquilizó, diciéndole que Ramiro ya estaría con ella camino de Madrid. Para asegurarse y tranquilizar a su compañero, Sigrid volvió a llamar a Ramiro mientras conversaban, y este le confirmó que ya se encontraban en la estación de tren, con destino a Milán, donde tendrían que cambiar de tren para dirigirse hacia España. Sigrid le pidió que pusiera en el manos libres a Sarah, y así lo hizo.

—¿Sarah? ¿Sarah? —preguntó Travis, con voz temblorosa—. ¿Eres tú? ¿Te encuentras bien, pequeña?

—Sí, estoy bien —respondió una voz de mujer joven—, pero...¿quién lo pregunta? ¿quién eres?

Sarah no reconocía a su hermano. Ni siquiera recordaba a su familia, lo que hizo que Travis desesperara. "Lo que sea que haya afectado a la memoria de Ramiro", pensó Sigrid, "ha sido mucho más grave en el caso de la hermana de Travis... pobrecillo". Travis se había derrumbado en la cama, sentado con la cabeza entre las manos. Patrick lo tranquilizó con su proverbial facilidad de palabra.

Después de dejar que el resto de la comitiva durmiera un poco más, celebrarían una reunión; pero antes se reunieron en privado Sigrid, Patrick, Tomaso y Derek, con Jonathan y Sally. Derek y Patrick no dudaron en exponer sus reservas ante la providencial llamada de Ramiro. Era mucha casualidad que justo ahora que los estaban buscando, aparecieran los dos familiares desaparecidos del grupo.

—Sí que es casualidad —dijo Sigrid—, pero ¿y si ellos también son víctimas? ¿Si son los verdaderos Ramiro y Sarah, pero con los recuerdos borrados? Aunque los estén usando como cebo, no los voy a abandonar a su suerte.

—Bueno, de momento has hecho bien en enviarlos a Madrid, nos ocuparemos de ellos en su momento —dijo Derek.

—Pues yo no opino lo mismo —añadió Tomaso—. Creo que deberían ir a Londres, y afrontar lo que sea que nos tienen preparado protegidos con los recursos de Jacobsen.

—Uf, sea lo que sea mejor discutirlo cuando hayamos dormido algo —sentenció Patrick.

Y así lo hicieron; unas horas después se reunía la compañía al completo, y se planteaba la situación. Paula y los demás se mostraron sorprendidos por la revelación, como no podía ser de otra forma. De todas formas, Sigrid dijo que iban camino de Londres y allí podrían manejar la situación. Patrick, Derek y Tomaso miraron a la anticuaria; al parecer le había parecido bien el consejo de Tomaso de que viajaran hacia Londres. Efectivamente, con la reunión ya terminada, Sigrid volvió a llamar a Ramiro:

—Hay cambio de planes, Ramiro —espetó—. Cuando lleguéis a Milán, coged el primer vuelo que haya a Londres; nos veremos allí.

—¿Pero te parece que eso es seguro? Seguramente así nos detectarán y puede que nos esperen en el destino.

—No os preocupéis —intervino Tomaso, con una media sonrisa—. Yo me encargo de eso.

El italiano llamó a sus contactos en Milán, y en poco más de veinte minutos consiguió que uno de ellos accediera a falsificar unos pasaportes para Ramiro y Sarah. Envió las fotos que requirieron, y al día siguiente Ramiro recogería los pasaportes (por un módico precio de 500 euros) en un sitio acordado.

Arreglado el asunto de Ramiro, continuaron su viaje sin incidencias. Llegaron  a Dieppe y embarcaron en el ferry. Patrick aprovechó la tranquilidad para mantener una charla con Anaya donde se sinceraron acerca de sus habilidades y crearon algunos lazos.

Un par de horas más tarde desembarcaban en Newhaven. Soltaron un suspiro de alivio cuando nadie les interceptó, y se incorporaron a la autovía hacia el norte. Se plantearon por un momento pasar por Hastings, el lugar donde murió Crowley, pero decidieron no hacerlo y ponerse a salvo lo antes posible.

No habían llegado a mitad de camino, cuando Derek notó algo raro. Una sensación parecida a aquellos zarcillos imaginarios que intentaban tocarlo cuando los demonios intentaban detectarlos, pero a la vez muy diferente. Algo o alguien intentaba dar con ellos, así que expandió su "burbuja atlante" (no se le ocurría un nombre mejor) y dejó que aquella presencia resbalara sobre ella sin tocarlos.

Un par de kilómetros más adelante pudieron ver tres vehículos militares detenidos en un ensanchamiento de la carretera. "Vaya", pensó Derek.

Como respondiendo a sus pensamientos, a los pocos segundos de que su comitiva de tres vehículos pasara como un rayo al lado de los militares, estos se pusieron en marcha.

—Vaya, pues sí que parecen amigos nuestros —anunció Derek, mirando por el retrovisor. 

Tomaso, a su lado, llamó rápidamente al resto de coches:

—Hay que acelerar e intentar dejarlos atrás —dijo—. Son vehículos militares, deberíamos ir más rápido que ellos.

Así lo hicieron, pero en una autovía llena de automóviles y camiones, la labor se demostró mucho más ardua de lo que en principio habían pensado. Varias veces alguno de los vehículos llegó a su altura y hubo intercambio de disparos.

Afortunadamente no sufrieron ningún accidente, y con muchas dificultades, disgregándose durante la persecución, consiguieron despistar a sus enemigos. Poco después conseguían volver a reunirse y continuaron por caminos secundarios hasta llegar a la vista de la capital. "Buf", pensó Patrick, "ahora a ver cómo puedo evitar ir a la mansión de Jacobsen".


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