De vuelta a la Mansión Jacobsen. Visita a Hastings.
Rodeando Londres en el coche, Tomaso y Derek intercambiaron algunas ideas sobre cómo hacer que Patrick no tuviera que llegar a la mansión de Jacobsen. El profesor ya les había transmitido su temor de que, si llegaba allí, ya no pudiera salir libremente. No obstante, la conversación fue bastante infructuosa y finalmente, sin ver cómo podían distraer la atención de Paula y los demás (y juzgando que en ese momento la mansión de Jacobsen debía de ser el lugar más seguro de Inglaerra), la comitiva al completo atravesaba las verjas que les daban acceso a la glorieta de la mansión.
Saltaba a la vista que Emil había reforzado la seguridad; si en su primera estancia allí les había parecido que tenía un fuerte cuerpo de seguridad, ahora daba más la impresión de una pequeña compañía mercenaria.
La Mansión Jacobsen |
Apenas bajaron de los vehículos, Esther corrió al encuentro de su madre, con la que se fundió en un abrazo. El servicio corrió a interesarse por Paula y Anaya, así como Emil, a quien su hermana enumeró muy brevemente las bajas que habían tenido y lo difícil que había sido el viaje, recalcando lo que ya habían hablado por teléfono.
—Las pérdidas son desoladoras... pero —dijo el bibliomante, con una ligera sonrisa y dirigiéndose al grupo al completo— me alegro de teneros a todos aquí de nuevo. Mi más efusiva bienvenida a las nuevas incorporaciones —miró a Derek, Sally y los Hijos de Mitra—. No puedo sino agradeceros de corazón la ayuda prestada a Paula y espero ansioso el relato de lo ocurrido desde vuestros respectivos puntos de vista. Pero antes, por favor, tomaos un tiempo para descansar y recuperaros; Paula ya me ha ido contando lo agitadas que han sido estas últimas jornadas. Adelante, adelante, por favor.
El servicio condujo al grupo a sus respectivas habitaciones, donde pudieron tomar un relajante baño y disfrutar de una comida y bebida excelentes.
Antes de la reunión con Emil y toda la comitiva, Sigrid, Derek, Tomaso y Patrick se reunieron en privado para discutir sobre qué hacer a continuación y la problemática que se planteaba si Jacobsen quería contar con los servicios de Patrick. También hablaron sobre la palabra que Sigird había dado a Taipán, prometiéndole facilitarle el acceso a la biblioteca de Jacobsen, e intentaron dar con la mejor forma de concedérselo, pero no llegaron a ninguna conclusión. Al final de la conversación, Sigrid recibió una nueva llamada de Ramiro; su marido le dijo que ya habían conseguido la documentación falsa, y que esa misma noche embarcarían en un vuelo hacia Londres en el aeropuerto de Milán. Prometiendo que llamaría de nuevo una vez que estuvieran embarcados, finalizó la llamada.
Poco más tarde tuvo lugar la reunión del grupo al completo con Jacobsen y algunas incorporaciones nuevas (adeptos que Emil había mantenido a su lado, y entre los que identificaron al menos a un epideromante y a algún otro "mante").
—En primer lugar —empezó el bibliomante—, quiero recordar a aquellos que ya no están con nosotros y que mostraron tanta valentía, y volver a agradeceros la ayuda prestada. Espero que esto sea el principio de una sincera colaboración, porque como habéis podido sentir en vuestras propias carnes, nos enfrentamos a un enemigo común que supera todo lo visto hasta ahora. Bolas de fuego, constructos que surgen en pocos segundos de la tierra... yo no había oído nunca de nada parecido, al menos en tiempos recientes. Esas habilidades son más propias de las leyendas de la Edad Media.
—Tú lo has dicho, Emil —respondió Sigrid, con el rostro serio de solemnidad—. Quiero remarcar tus propias palabras: esto va a ser una "colaboración", no un contrato de servicio ni un servicio sin más.
Jacobsen miró a la anticuaria unos instantes, serio, pero finalmente esbozó una ligera sonrisa.
—No tengo ninguna objeción al respecto, Sigrid. Si así os sentís más cómodos y podemos disfrutar de una colaboración sincera y plena, mucho mejor; mi bolsillo lo agradecerá.
"Vaya, al final caeremos en lo mismo pero educadamente hemos rechazado cualquier pago", pensó Tomaso. "No es muy buen negocio, no".
—Tu bolsillo lo agradecerá —repitió Sigrid, afirmando con la cabeza—, pero el prescindir de una transacción monetaria nos pone en condiciones de igualdad, a tu grupo y el mío, como "colaboradores", insisto.
—Sí, muy bien, me parece estupendo mientras ofrezcamos un frente unido y fuerte contra lo que sea que estamos enfrentando.
—Al respecto de eso... —empezó Tomaso—, creo que tengo información que encontrará de utilidad, señor Jacobsen.
Tomaso decidió revelar todo lo que había descubierto sobre la Orden de Hermes Trimegisto y de Aleister Crowley. Todo excepto la existencia del pergamino. Pero contó cómo había llegado "por diversas fuentes" a averiguar que Crowley había conseguido perfeccionar los rituales herméticos y que sus compañeros y él sospechaban que el "Mago Negro", como habían llamado a Crowley en otra época, seguía vivo aunque posiblemente con una apariencia diferente de la original.
Emil escuchó atentamente la diatriba de Tomaso, y por primera vez Sigrid detectó cierto asombro en el poderoso bibliomante.
—No puedo evitar sentirme algo confuso, Tomaso —dijo Emil—. Según la historia oficial, Crowley murió hace unos cien años. Esto que nos estás explicando queda más allá de las capacidades de cualquiera que yo conozca, pero si es verdad que nos estamos enfrentando al propio Crowley y que de algún modo ha alcanzado la forma de esquivar a la muerte, la amenaza es tan peligrosa como me imaginaba.
—Además —añadió Paula—, si tienen unas influencias tales que les permiten movilizar al ejército y lanzar un ataque incluso en plena ciudad...
—Sí —atajó Emil—; a colación de eso, quería revelaros algunos datos que hemos descubierto recientemente gracias a un par de contactos.
El bibliomante giró su silla e hizo uso de un mando a distancia para encender un proyector de diapositivas. En la pantalla que había en un extremo de la sala, apareció una foto.
—Un par de buenos amigos periodistas me hicieron llegar hace algunos días estas fotos, mirad. Están tomadas en la salida del hotel Orfeo de Viena, donde tenemos las últimas noticias del grupo de Ramiro...que supongo que ya estará viniendo para acá —Sigrid hizo un gesto afirmativo, pero apenas consciente de las palabras de Jacobsen. Se había sorprendido al ver aquella primera instantánea. La fotografía mostraba a Dulce da Silva, a quien habían conocido tan bien antes de la recreación de la realidad, y a varias personas más.
—Las fotos son de hace aproximadamente un mes, poco antes de los ataques a las bibliotecas —continuó Emil—. Esta mujer —dijo señalando a la figura central— es Dulce da Silva, secretaria general del Departamento de Defensa de la Unión Europea. El hombre que está un poco más atrás es Hugo Lechner, un magnate alemán de quien muy poca gente sabe que dirige gran parte del tráfico ilegal internacional de armas —Tomaso asintió; él sí que lo sabía—.
Emil pasó a la siguiente diapositiva.
—Aproximadamente cuarenta y cinco minutos más tarde, salió también del Orfeo este hombre. Intenta ocultar su rostro con las solapas del abrigo y el sombrero —pasó unas cuantas diapositivas más—, pero aquí —se detuvo en una de ellas— se puede ver el rostro: es Matteo Krüger, ni más ni menos que un general de cuatro estrellas del ejército austríaco, y miembro de su Estado Mayor.
—Eso explica la colaboración del ejército —dijo Anaya, en voz baja.
—Seguramente —sentenció Emil—. El hecho es que estas tres personas se reunieron, o al menos se encontraban al mismo tiempo, en el hotel Orfeo Viena unos pocos días antes de los ataques y de que Ramiro y los demás se alojaran en él... es una casualidad que no podemos obviar.
—Ni mucho menos —respondió Paula.
Sigrid no escuchaba. En la foto que mostraba a Krüger, algo le había llamado la atención. Un grupo de tres personas más al fondo, en las que apenas nadie había reparado. Se levantó para observar la imagen más de cerca, haciendo que el resto de los reunidos la observara.
—Esta de aquí... —dijo señalando a una mujer en el borde mismo de la imagen, cuyo rostro aparecía cortado y lo hacía difícil de reconocer—... ¿no es....?
—Taipán —dijo Patrick—. Sí, es ella, ahora que la señalas la reconozco.
—¿Cómo? —se sorprendió Jacobsen, que se acercó a Sigrid y observó fijamente a donde señalaba—. Creo que no la conozco lo suficiente para reconocerla en esa foto, pero... sí, tenéis razón.
—O sea —dijo Paula, con un deje de rabia en la voz—, podemos suponer que se reunió con toda esa gente una semana antes de ofrecernos el libro que Sigrid desechó por "no tener interés".
Las últimas palabras de Paula dejaban entrever una acusación, pero Sigrid la esquivó hábilmente, describiendo el libro de tal modo que convenció a todos de que no debía de tener un valor suficiente para la categoría de la colección Jacobsen.
—Dejando aparte el posible valor del libro que nos ofreció —continuó Emil—, lo cierto es que todo es demasiada casualidad, y no puedo sino asumir que ese libro salió de alguna de las bibliotecas que fueron atacadas. Maldita sea.
Sigrid vio la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. "Quizá pueda ayudar a Emil y librarme de la promesa que le hice a Taipán a la vez", pensó.
—Taipán me parece más accesible que todos los demás —dijo—. Quizá podamos tenderle una trampa, Emil. ¿Cuál es su modus operandi? ¿Podemos contactar con ella?
—Pues Taipán siempre es la que contacta con nosotros —dijo Paula—. Es escurridiza, y difícil de localizar. Y no compra libros, solo los vende. Sobre cómo consigue los que vende, hemos preferido no saberlo.
—Quizá —intervino Tomaso— yo conozca a alguien que conoce a alguien que pueda ponernos en contacto con Taipán. —El italiano disimulaba, plenamente consciente de que Sigrid sí tenía los medios para ponerse en contacto con ella—. Si es así, deberíamos pensar en la manera de tenderle una trampa.
—Desde luego, tu grupo es sorprendente, Sigrid —susurró Anaya—. Ya me contarás de dónde los has sacado.
—Eso sería de agradecer, Tomaso —dijo Jacobsen—. Si consigues poder contactar con ella, concretaremos los detalles. Mientras tanto, Paula, Anaya, vamos a intentar concertar una reunión con Dulce da Silva para intentar sacarle información, o lo que sea. Usaremos todos los medios a nuestra disposición: personamancia, oniromancia, dipsomancia, lo que sea. Pero tenemos que llegar a ella.
Jacobsen dio por finalizada la reunión con esas dos vías de acción establecidas, pero antes de abandonar la sala, Sigrid llamó la atención de los reunidos. Desveló que ya no era capaz de utilizar las habilidades de bibliomante, porque su obsesión había cambiado y ahora había descubierto la manera de utilizar el poder escondido en las antigüedades, cosa que había bautizado como antiquimancia, ante la ausencia de cualquier otro referente.
Los reunidos se miraron, incrédulos. Jamás habían oído hablar de nadie que hubiera podido cambiar su obsesión, su área de poder. El manejo de cualquier "-mancia" requería un nivel de obsesión tal, que para todos era imposible su mutación. Paula insistió en lo extraordinario del hecho, y confirmó las sospechas de Sigrid: ninguno de los presentes tenía noticia de nadie que pudiera hacer algo así, con lo que la anticuaria era pionera en aquella escuela de magia. Extraordinario.
Jacobsen también aprovechó para mencionar lo útiles que habían sido las habilidades de Patrick, y aunque no pidió más detalles, dejó caer que su colaboración sería sin duda de gran valor en el futuro.
Tras disgregarse los reunidos, Sigrid se quedó a solas con Esther, y le pidió a Patrick que se uniera a ellas. Quería contarle a su hija todos los detalles de lo que les había pasado en las últimas semanas, y no quería que lo de su hermano la afectara. Así que Patrick la ayudó a asumirlo de la mejor forma posible, aunque no pudo evitar que Esther llorara desconsoladamente largo rato al saber los detalles de lo que le había ocurrido a Daniel.
Hacia la medianoche, un grupo se trasladó al aeropuerto para recibir a Ramiro y a Sarah, cuyo vuelo tenía previsto aterrizar a la una de la madrugada. Aproximadamente a la una y media, Paula recibía la llamada de los trasladados allí, y la compartía con Sigrid: el vuelo había llegado, pero ni Ramiro ni Sarah habían hecho acto de presencia con el resto del pasaje. El corazón de Sigrid se encogió.
Tomaso llamó a su contacto en Milán, y este le confirmó que había dado los pasaportes a un hombre y una mujer que coincidían plenamente con la descripción de Ramiro y la hermana de Travis. Solo les quedaba recurrir a Omega Prime, y así lo hicieron. Sally les pidió que revisaran las grabaciones de las cámaras de seguridad, lo que les llevaría varias horas.
Por la mañana, Derek contactó de nuevo con sir John Atkinson, el antiguo embajador en EEUU e Hijo de Mitra. Un par de horas más tarde se trasladó junto con Patrick, Artem y Theo a su mansión. Derek explicó a Atkinson todo lo que había pasado en Viena y en el viaje a Londres, y parte de lo que habían averiguado sobre Crowley. El antiguo embajador, como no podía ser de otra manera, se mostró sumamente preocupado por la irrupción de esos nuevos jugadores sumamente poderosos en el tablero ocultista.
—Lo que quería preguntarle, sir John, es si hay Hijos de Mitra en el ejército británico. Que nos atacaran en Austria o en Alemania ya es gravísimo, pero si ni siquiera estamos a salvo en las islas...
—Sí, claro, ya veo —respondió Atkinson—. Sí, por supuesto que hay Vástagos de Mitra en el ejército de su majestad. Y seguramente los vea pasado mañana. Intentaré averiguar todo lo que pueda sobre quién fue el responsable de asignar los controles en las carreteras de los que me ha hablado.
—Muchas gracias, señor —agradeció Derek, ofreciendo su mano al ex-embajador para marcharse.
—Oh, es un placer, señor Hansen —respondió el embajador, apretando su mano—. Y, una última cosa... ya tendrá claros los detalles acerca de nuestra Hermandad. Si le interesara pasar a formar parte de ella, el padrinazgo de dos soldados de Mitra —miró a Yatsenko y a Moss— sería más que suficiente para aceptar su participación en el rito de iniciación. Además, tener en nuestras filas al director de una agencia gubernamental estadounidense sería bienvenido. Piénselo, no hay prisa. En caso afirmativo, le podría poner en contacto con un persa en Estados Unidos que lo podría iniciar.
—Muy bien, muchas gracias, señor. Es un honor. Le prometo que lo pensaré.
Ya de vuelta en la mansión de Jacobsen, el grupo decidió que realizarían una breve visita a la ciudad de Hastings, donde intentarían que Sigrid, con sus nuevos poderes de antiquimancia, tuviera una visión del momento de la muerte de Crowley. Pero para ello deberían encontrar el lugar exacto donde murió. Lo intentarían al menos.
Sin embargo, para que Sigrid utilizara sus habilidades, lo primero era hacerse con una antigüedad que le permitirera obtener el poder suficiente. Desde el incidente con los furgones en Viena, la pulsera minoica se había quedado agotada, así que decidió pedirle ayuda a Emil. Y, sorprendentemente, este aceptó proporcionarle lo que necesitaba sin problemas.
—Si vuestro viaje a Hastings y prestarte una reliquia hace que averigüéis más cosas sobre nuestros enemigos, son recursos perfectamente empleados.
"Está realmente atemorizado por estos nuevos jugadores", pensó Sigrid. "El Emil de hace seis meses no me habría prestado nada tan fácilmente".
—Te lo agradezco, Emil. De todas formas es posible que el viaje a Hastings sea en vano, porque aunque sospechamos que Crowley se transfirió al cuerpo del tal señor Rowe, según nuestros cálculos debería haber cambiado de cuerpo al menos una vez más para poder estar vivo hoy en día.
—Bueno, eso es posible, pero ahora mismo necesitamos saber todo lo que podamos, Sigrid, sin escatimar recursos.
"Está realmente preocupado, no me lo esperaba", pensó la anticuaria.
Jacobsen la guió hasta su biblioteca personal, donde entre la ingente cantidad de libros, se alzaba una vitrina con varias antigüedades. La abrió y tendió uno de los objetos a Sigrid.
—Esta es mi reliquia más valiosa. Un ankh de los tiempos del faraón Amenofis I. La conseguí en Moscú en un negocio con un marchante de dudosa reputación. ¿Será suficiente?
Sigrid vaciló. Era una reliquia realmente valiosa, y llevársela implicaba una responsabilidad grande. Estaba en un estado casi perfecto. Increíble.
—Será más que suficiente, Emil. Muchas gracias, te prometo que te la devolveré sana y salva.
—Está bien. Pero lo que cuenta es que averiguëis todo lo que podáis y que volváis lo antes posible. Necesitamos todos los efectivos disponibles. Cuidaré de Esther hasta entonces.
"El Emil de siempre", pensó, "no podía dejar pasar la oportunidad de volver a amenazarme con mi hija de rehén. Pero es una costumbre asimilada; ahora está asustado de verdad". Sigrid asintió con la cabeza, y volvió junto a sus amigos.
Sigrid, Patrick, Tomaso y Derek, junto con Jesús Cerro y los Hijos de Mitra como apoyo, se trasladaron a Hastings, con un plano antiguo de la ciudad. Encontrar el edificio que había albergado la casa de huéspedes donde presuntamente había muerto Crowley fue una tarea harto difícil. Haciendo uso de todas sus capacidades deductivas y con ayuda de los mapas antiguos, Derek dirigió al grupo y permitió que finalmente Tomaso quien diera con la localización definitiva. La antigua casa de huéspedes era un edificio de apartamentos ahora; afortunadamente se había respetado la construcción en gran medida, incluidas las dos alturas del edificio. Ahora, faltaba saber el lugar exacto donde debería situarse Sigrid para intentar visualizar la escena.
Para ello, se trasladaron a la hemeroteca. Allí, Jesús Cerro hizo uso de sus cargas bibliománticas y en pocos minutos tenía en su cabeza la noticia más descriptiva sobre la muerte de Crowley. Esta había tenido lugar en una "lúgubre habitación de una lúgubre casa de huéspedes", y la noticia iba acompañada de un tosco dibujo que denotaba que la habitación estaba en una esquina del edificio, con una ventana abierta en cada pared.
—Muy bien —dijo Sigrid—. Contando entonces con que las habitaciones de huéspedes estaban en la mitad posterior del edificio según los planos antiguos, ya hemos reducido las opciones a solamente dos: las dos habitaciones que se encontraban en los extremos de la segunda planta.
—Ahora solo tenemos que pensar cómo acceder al edificio y que nos dejen hacer lo que sea necesario —terció Derek—.
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