Rebecca en Viena. La Muerte de Crowley.
El atardecer se les echaba encima, así que decidieron volver al furgón y buscar un sitio donde pasar la noche. Mientras Patrick conducía, Tomaso aprovechó para conectarse con el portátil y tratar de buscar algo más de información sobre la antigua casa de huéspedes. Pero una notificación no tardó en llamar su atención: una noticia urgente de Euronews. Abrió el enlace, y a los pocos segundos, tuvo que llamar a los demás:
—¡Venid, rápido, mirad esto! —Patrick detuvo rápidamente el furgón y se unió a los demás.
El titular al pie del vídeo decía: "Caos en el centro de Viena". Las imágenes, tomadas desde un helicóptero, mostraban a cuatro peatones caminando en contra de la dirección del tráfico en una avenida del centro de Viena. El desastre a su alrededor era mayúsculo, porque habían provocado varias colisiones múltiples. Pero eso no era todo: a medida que las cuatro figuras avanzaban, al parecer gritando algo, parecían repeler a los vehículos y personas que se les acercaban. Un reportero informaba: "las cuatro figuras no dejan de avanzar, y la policía no parece poder llegar a ellas". Las cámaras del helicóptero no tardaron en mostrar una imagen más cercana, y todos sintieron un escalofrío.
—Joder... —murmuró Derek—, Rebecca Clarkson... no, ¡cuatro Rebeccas Clarkson!
—Igual que en Times Square —añadió Sigrid, generando miradas de incomprensión en los hijos de Mitra, Jonathan y Sally, que no recordaban la escena a la que se refería—. Pero alteran su entorno mucho más brutalmente.
El reportero siguió con la narración:
—Creo que ya podemos oír lo que gritan las mujeres, Karen —dijo, refiriéndose a su compañera en el estudio—, escuchad.
—¡Patrick! —gritó una de las Rebeccas.
—¡Patrick, ¿dónde estás?! —gritó otra unos segundos después.
—Parece que todas buscan a un tal Patrick, Karen, esto es algo extrañísimo.
Sigrid se dio cuenta de algo.
—¿Habéis visto hacia dónde se dirigen? —preguntó.
—Sí... —dijo Patrick, en voz baja—; aquello del fondo... es el Orfeo de Viena.
El Orfeo de Viena |
—¿Pero de qué conocéis a esas mujeres? —intervino Jesus Cerro, confundido—. ¿Son cuatrillizas o qué?
Cuando Sigrid se disponía a contestarle, las cuatro Rebeccas se giraron de improviso y simultáneamente, mirando fijamente a la cámara que las enfocaba.
—¡¡¡PATRICK!!!! ¡¡¡¿¿DÓNDE ESTÁS??!!! —gritaron.
Era imposible que ese sonido lo emitieran los altavoces del ordenador. Todos esbozaron un rictus de dolor y se tuvieron que tapar los oídos ante la explosión de sonido que hizo retumbar el vehículo entero, y acto seguido el ordenador murió. Cuando Tomaso pudo reaccionar, intentó encenderlo de nuevo, pero se había estropeado definitivamente. La rabia lo invadió, e hizo amago de tirarlo por la ventanilla.
—¿Qué le ha pasado a tu portátil, Tomaso? ¿Por qué vas a tirarlo? —preguntó Sally, como si no hubiera pasado nada. Tomaso la miró, confundido por unos segundos, pero a los pocos momentos comprendió.
—Nada, parece que es la batería. Creo que se han fundido los circuitos.
Como ya había pasado con la anterior aparición de las Rebeccas en Times Square, todos los presentes excepto Tomaso, Derek, Sigrid y Patrick habían olvidado la escena que habían visto en el portátil. Así que los cuatro que sí la recordaban volvieron a narrarles lo que habían visto hacía pocos minutos. Nada más finalizar la explicación, Tomaso preguntó:
—¿Recordáis lo que os estoy diciendo?
—¿El qué? ¿A qué te refieres? —contestó Sally. Tomaso miró a sus tres amigos, con un gesto de impotencia. Era evidente que ellos cuatro eran los únicos que podían recordar aquellas extrañas apariciones de las Rebeccas.
Al cabo de un par de horas, ya más tranquilos y alojados en un hotel, se sorprendieron no tanto por la ausencia de noticias que refirieran la escena con las Rebeccas en Viena sino porque todos los medios se hacían eco del "tremendo terremoto" que había afectado a la capital austríaca. Un hecho "sin precedentes en la historia". Había sido un desastre humano y material del que Viena tardaría en recuperarse.
—Bufff —resopló Sigrid—... algún día tendremos que intentar acercarnos a esas apariciones de las Clarkson.
Esa noche, Derek y Patrick se dirigieron a una taberna local con el fin de averiguar algo más sobre el edificio de apartamentos o de los últimos días de Crowley, pero no sacaron demasiado en claro.
Ya con Patrick y Derek de vuelta, más o menos a medianoche, Sally llamó a la puerta de la habitación de Sigrid, y le informó de que Omega Prime no había visto ni rastro de Ramiro en las cámaras de seguridad del aeropuerto de Milán; al parecer, no había llegado allí. Sigrid le agradeció la información, y se quedó compungida y triste por la noticia.
Por la mañana, se desplazaron hasta el edificio de apartamentos. Llamaron a los timbres, numerados del 1 al 8, fingiendo ser doctorandos que estaban realizando su trabajo sobre la vida y la muerte de Aleyster Crowley. Mencionando que estaban siguiendo la pista de "alguien famoso", consiguieron que una vecina les abriera la puerta. Una vez dentro, la vecina perdió todo su interés en los visitantes cuando le explicaron que el famoso era Aleyster Crowley, y les dio con la puerta en las narices. Pero ya estaban dentro, era lo que contaba. Un rápido vistazo reveló que las puertas de los extremos eran la 1 y la 8. A la 1 ya habían llamado previamente desde la calle y había contestado un anciano antipático, así que decidieron dirigirse a la 8. Llamaron, y nadie respondió.
—O no nos quieren abrir, o no hay nadie —afirmó Patrick.
—Confiemos en que sea lo segundo —añadió Derek.
Patrick miró fijamente la puerta y se concentró. "Si se la hubieran dejado abierta al salir, sería una suerte...", sus ojos se nublaron durante una décima de segundo, y sonrió.
—Abre Derek, creo que la puerta está abierta —dijo.
—Ah, pues sí, ¡muy bien! —contestó Derek, al principio ignorante de lo que había pasado en realidad, pero que pronto cayó en la cuenta, y devolvió la sonrisa a su amigo capaz de alterar la realidad.
Efectivamente, y por fortuna, en el apartamento solo estaba presente un gato. Los habitantes debían de haberse ido a trabajar. Se dirigieron rápidamente a la habitación de la esquina de la planta, donde Sigrid esgrimió el ankh egipcio que le había prestado Jacobsen, y utilizó el poder contenido en él. "Deseo ver los momentos alrededor de la muerte de Aleyster Crowley", murmuró en voz baja.
Mientras sus compañeros montaban guardia, los ojos de Sigrid fueron testigos de un cambio en el entorno. Como si las paredes y el mobiliario fueran líquidos, alteraron su forma hasta adoptar lo que debía ser la típica habitación de huéspedes de principios del siglo XX, oscura y algo maloliente. En la vetusta cama que ahora presidía la habitación, un agonizante Crowley respiraba con dificultad. Una enfermera entró y salió de la habitación. En la silla de madera que había al lado de la cama, un hombre de barba cerrada, rostro duro y ojos hundidos esperaba pacientemente, hablando con el moribundo. Pero Sigrid solamente veía, el hechizo no le permitía escuchar. Siguió mirando, como un fantasma, sin ser vista. Al cabo de un par de minutos, Crowley cogió un manuscrito de la mesilla de noche (posiblemente el mismo manuscrito del que Tomaso había conseguido los escaneos) y comenzó a leer en voz alta (sin sonido para Sigrid). Enseguida, el hombre de la silla, que sin duda debía de ser el tal señor Rowe, tras impedir que alguien entrara en la habitación con gestos secos, se trasladó al borde de la cama; Crowley y él se dieron la mano, en el típico gesto de agarrar el uno la muñeca del otro. Pocos instantes después, el mago expiraba, y el presunto señor Rowe sufría aparentemente un fuerte mareo; soltó la mano inane de Crowley y apoyó su cabeza en las manos durante unos segundos, ostensiblemente confundido. Después, se miró a sí mismo, las piernas, los brazos, el cuerpo, y se levantó para mirarse en el espejo, con gesto de triunfo. Transcurridos unos instantes, pareció reaccionar: se dirigió rápidamente a la cama, cogió el manuscrito que el difunto había dejado caer y salió al exterior.
—Vaya —dijo Sigrid, saliendo de su pequeño trance y dirigiéndose a sus amigos:— parece que, efectivamente, Crowley pasó al cuerpo del señor Rowe justo antes de morir. Salgamos de aquí, quiero ver lo que pasó en la habitación contigua después de morir Crowley.
En la habitación contigua, Sigrid volvió a esgrimir el ankh y se concentró en ver los instantes posteriores a la muerte de Crowley. Vio cómo la enfermera intentaba entrar en la habitación pero Rowe se lo impedía, y cómo pocos minutos después, Rowe aparecía con el manuscrito bajo el brazo. Allí le recibieron un hombre que por la información de la hemeroteca sabrían que era el dueño de la casa de huéspedes, la enfermera y un tercer hombre, más anciano. Como más tarde averiguarían en la hemeroteca, este no era otro que Tom Bond Bishop, tío de Aleyster Crowley con el que en teoría se había llevado a matar. Mientras Rowe daba explicaciones a los presentes, Bishop salió de la habitación, hacia el exterior. Aprovechando su ausencia, Rowe se largó, disculpándose según supuso Sigrid. Un par de minutos después, mientras la enfermera entraba a atender el cadáver y el propietario esperaba algo, aparecía de nuevo Bishop acompañado de otro hombre. Sigrid dio un respingo, al reconocer al recién llegado, de sus recuerdos de la anterior existencia. "¡El conde Saint-Germain!", pensó, con un escalofrío. Sin embargo, a pesar de que se trataba de él indudablemente, Sigrid se quedó fría al detectar en él un aire confundido, como si no supiera qué hacía allí. La visión se difuminó, dando paso a la habitación del moderno apartamento, y salieron sin más tardanza.
En el camino hacia la mansión de Jacobsen, una abrumada Sigrid contó todos los detalles de la escena a sus amigos, que decidieron detenerse para contratar a un dibujante que hiciera un retrato robot del presunto señor Rowe. En poco más de un par de horas ya tenían el dibujo en sus manos.
—No sé si nos servirá de algo —dijo Patrick—, porque si a estas alturas Crowley sigue vivo, debe de haber cambiado una o dos veces más de cuerpo, pero es mejor que nada.
De vuelta en la mansión Jacobsen, explicaron a Emil más o menos todo lo que habían averiguado, y la confirmación de sus sospechas de que Crowley seguía vivo en el cuerpo de alguna otra persona. Sigrid sacó el valiosísimo ankh, dispuesta a devolvérselo a su propietario, pero cuando Tomaso expresó su deseo de desplazarse a Escocia a inspeccionar los restos de Crowley en el cementerio donde presuntamente habia sido enterrado, Emil se lo devolvió.
—Mientras sea más útil en vuestras manos que en las mías, deberíais seguir usándolo —anunció, con una amabilidad desconocida para Sigrid en el pasado. "¿Estás fingiendo, Emil? ¿O estás realmente cuidándonos porque tal es tu necesidad de aliados? Mmmh...".
Ya a solas, Sally hizo llegar el retrato robot de Rowe a Omega Prime a requerimiento de Patrick. Los hackers tendrían que encargarse de realizar un cotejamiento con todas las fotos antiguas de Reino Unido desde mediados del siglo XIX, para intentar identificar el rastro del "señor Rowe". No era una tarea fácil, llevaría su tiempo, pero era una opción que no podían dejar de intentar.
Tomaso, por su parte, llamó a sus contactos en Milán. El primero fue el que había proporcionado los pasaportes a Ramiro y a Sara, para informarse de qué nombres falsos habían utilizado. Al segundo contacto le encargó la búsqueda de los desaparecidos con los nombres falsos.
Derek recibió una llamada de sir John Atkinson, el persa.
—Buenas tardes, señor Hansen —saludó el aristócrata—. Anoche departí con los contactos de los que le hablé en nuestro encuentro, y tengo información que le interesará: al parecer, los controles en las autovías del sur de Londres fueron establecidos siguiendo las órdenes del general Michael Reid.
—¿Conoce usted a ese Reid, señor? —preguntó Derek.
—Sí, por supuesto, es uno de los generales más influyentes del ejército británico, y alto mando del MI5, señor Hansen. Si se cuenta en las filas de sus enemigos, deben tener ustedes mucho cuidado. —"Vaya novedad", pensó Derek, "otro enemigo peligrosísimo".
—Lo tendremos, sir John, no se preocupe; y le prometo que pensaré en su oferta. Permaneceré en contacto.
Poco después, Jacobsen los convocaba a una reunión en su despacho.
—¿Habéis contactado ya con Taipán? —preguntó.
—La verdad es que aún no —contestó Tomaso—. Con el asunto de Crowley, no he tenido tiempo ni de pensar en ello. Lo intentaré mañana, Emil.
—De acuerdo —contestó el librero—, pero no lo dejéis pasar, Tomaso, es importante que le saquemos toda la información posible. Por nuestra parte, Paula y yo estamos intentando concertar una entrevista en Bruselas con Dulce da Silva, os avisaré si lo conseguimos.
—Por cierto, también queríamos informaros de que han atacado al menos dos bibliotecas más en Alemania. Crowley, o quien sea, no se han detenido.
—Pues tenemos más malas noticias —anunció Derek—. Según parece, el general Michael Reid fue quien dio las órdenes para establecer los controles militares al sur de Londres; uno de ellos fue el que trató de interceptarnos. ¿Os suena el nombre?
—Por supuesto —respondió Anaya—; un pez gordo del MI5, pero que yo sepa —miró a Paula y a Emil— nunca ha estado metido en el submundo ocultista.
—Bueno, eso no quiere decir nada —sentenció Sigrid—; a estas alturas, Crowley tendrá recursos de sobra para convencer, o intimidar, o chantajear a cualquiera, o casi.
—Por eso —zanjó Emil—, os pido que si viajáis a Escocia, lo hagáis rápido y no estéis fuera más de un par de días; necesitamos que el grupo esté unido en caso de sufrir algún ataque.
"No es que fuera a servir de nada si el ejército decide enviar un misil a la mansion, o un grupo de asalto...", pensó Derek, "pero hace bien, toda precaución es poca".
Ya reunidos a solas, discutieron sobre cómo afrontar el asunto Taipán. El problema era que la ladrona podría delatarlos y revelar que Sigrid sí que había adquirido en realidad el libro. En ese caso, no sabían cómo podrían reaccionar Emil y Paula...
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