La Mansión de Newbridge
El grupo no tuvo más remedio que aplazar el dilema de Taipán una vez más, ante el callejón sin salida que se les planteaba. Aunque Tomaso se mostró insistente:
—Aunque evitemos a Taipán y no le granjeemos el acceso a la biblioteca de Jacobsen —dijo—, el hecho es que nos puede poner en los mismos problemas con una simple llamada; solo tiene que contarle a Emil o a Paula que os vendió el libro —miró a Patrick y a Sigrid— y tenemos ya montado el lío sin los beneficios que podemos obtener si le tendemos una trampa.
Después discutieron largo y tendido sobre la posible relación que existía entre Novikov y Crowley, y entre ellos y Taipán (debido a la presencia de la vietnamita en la foto del Orfeo de Viena), y Derek también sacó a colación su preocupación por la presencia del Conde Saint Germain en los momentos posteriores a la muerte de Crowley. Según Sigrid, el Conde parecía aturdido, o quizá despistado, y desde luego, sus ojos no transmitían lo que habían transmitido en la existencia anterior. ¿Era acaso una marioneta de Crowley o de Novikov? ¿Era una persona totalmente distinta? Cualquier opción parecía desastrosa.
La mañana siguiente, temprano, el grupo, Sally y los Vástagos de Mitra partían hacia Escocia. Paula y Anaya aparecieron en la puerta de la mansión.
—¿Os vais todos a Escocia? —preguntó la hermana de Emil, con gesto serio.
—Sí, Paula —respondió Sigrid—. Pero volveremos pronto.
—Eso espero, no está la situación como para permitirnos debilitar tanto nuestras filas. Emil teme que pronto suframos un ataque, y necesitaremos toda la ayuda posible.
—Intentad —añadió Anaya— que lo que sea que vais a hacer allí no os lleve más de un par de días, por favor.
Asegurándoles que un par de días deberían ser suficientes, el grupo se marchó en un furgón negro. Derek aprovechó el viaje para intentar contactar con su antiguo mentor, sir Ian Stokehall, confiando en que estuviera presente en algún lugar de Derbyshire, pero el teléfono al que llamó (cuyo número databa de hacía casi treinta años) no daba señal. También intentó contactar con Bertrand Leibner, por si acaso podía ponerle en contacto con Stokehall, pero a su llamada contestó una mujer que le aseguró no conocer al tal "señor Leibner". Derek resopló, ligeramente frustrado, aunque ya había temido que las cosas iban a salir más o menos así. "Parece que tendré que ir en persona a Derbyshire si quiero tener alguna oportunidad de encontrar a Stokehall", pensó.
Poco después de la hora de comer entraban en Escocia, y un rato después llegaban a Newbridge, donde Sigrid había tenido la visión de la mansión donde presuntamente se encontraba el Libro de Tapas Negras.
Al llegar, se dedicaron a recorrer todos los caminos que atravesaban las colinas, repletos de casas de campo. Y gracias a una fortuna inmensa, Sigrid llamó la atención de Patrick, que conducía el furgón, en apenas poco más de un par de horas:
—¡Para, Patrick, para! —exclamó, señalando por la ventanilla—. Es esta, ¡es esta mansión!
Efectivamente, a través de una verja que se abría en un muro de cinco metros de alto, se alzaba una mansión victoriana que la anticuaria reconoció nada más verla. Bajaron del coche y se acercaron. El césped al otro lado de la verja parecía descuidado, y todas las ventanas de la casa parecían cerradas, pero la propiedad distaba de parecer abandonada. Saltaba a ojos vista que no estaba habitada, pero se llevaba a cabo un mantenimiento de forma habitual. No parecía haber cámaras de vigilancia.
Patrick se concentró en la cerradura de la verja antes de que nadie comprobara si estaba abierta.
—Tomaso, ¿la verja está cerrada? —preguntó al cabo de unos segundos.
—Pues creo que sí...¡ah, no! ¡Está abierta! Qué raro es est... —se interrumpió, y miró a Patrick:— bueno, igual no es tan raro, ¿eh?, jeje.
El grupo entró a la propiedad, dejando a Sally en el furgón por si tenían que salir corriendo. Una rotonda presidía el centro de la finca, alrededor de la cual crecía un descuidado (que no abandonado) jardín con multitud de árboles. En el barro del camino y de la rotonda (no dejaba de caer una fina y fría lluvia) se podían ver huellas de neumáticos, signo evidente de que aunque no parecía habitada, en la casa había movimiento habitualmente.
La Mansión de Newbridge |
Patrick volvió a hacer uso de sus especiales dones para alterar la realidad y al comprobar la puerta principal, la encontró abierta; sonrió para sus adentros, franqueando el acceso del grupo a una oscura sala. Alguien encendió la luz, que por suerte funcionaba sin problemas, y que reveló un enorme vestíbulo sin apenas piezas de mobiliario, prácticamente vacío y sin polvo que denotara dejadez.
Una cosa llamó la atención del grupo al instante: en el centro de uno de los muros se alzaba una enorme estatua de unos tres metros y medio de alto que representaba a un ídolo egipcio.
—Increíble —dijo Sigrid, que se había acercado rápidamente al coloso—. Increíble. Increíble.
—¿Increíble qué? —preguntó Patrick, impaciente. Sigrid levantó la vista, saliendo de su asombro.
—Esto es una estatua egipcia auténtica sin duda ninguna —contestó—. Representa al dios Amón-Ra, y seguramente fue expoliada de alguno de los templos egipcios más importantes... no quiero ni imaginar cuál debe de ser su valor.
Sigrid volvió a concentrarse en la estatua, sintiendo el poder dentro de ella, que era capaz de percibir gracias a su nueva capacidad, la antiquimancia.
—Curioso —añadió Tomaso—, y más si tenemos en cuenta el hecho de que a finales del siglo XIX (creo que fue más o menos en 1893) la Golden Dawn fundó en Edimburgo el que llamaban "Templo de Amón-Ra". Eso debió de ser antes de que Crowley formara parte de la secta, pero es mucha casualidad, ¿no creéis?
—Desde luego —contestó Derek—. Pero hablamos de cosas que ocurrieron hace mas de un siglo.
—Bueno —zanjó Patrick—, desde luego, no lo vamos a averiguar estando aquí parados, vamos a seguir.
El grupo se adentró en el vestíbulo, hacia lo que parecía un distribuidor. Sigrid se quedó un poco retrasada, intrigada todavía por el ídolo egipcio, mientras los demás atravesaban un arco que daba acceso a un largo y oscuro pasillo. Encendieron la correspondiente luz, que iluminó medio corredor, dejando el otro medio en una incómoda penumbra. Mientras tanto, la anticuaria hacía uso de su antiquimancia para realizar un hechizo de localización. Sonrió levemente cuando sintió que el Libro de Tapas Negras se encontraba sin lugar a dudas en algún lugar de la mansión.
A ambos lados del enorme y abovedado pasillo se veía una pequeña multitud de cuadros, todos ellos retratos de hombres. Avanzaron con cautela, y se detuvieron al cabo de una docena de metros cuando reconocieron a Aleister Crowley en uno de los retratos. Debajo de cada una de las pinturas debía de haber habido en el pasado una placa con el nombre del retratado, como lo denotaba el contorno de polvo que habían dejado los años en la pared, pero en algún momento se habían retirado. De repente, un ruido que procedía del otro extremo del corredor llamó la atención de todos. Un ruido intenso, como un golpe. En el acto, todos empuñaron las armas, y procedieron a avanzar cautelosamente por el corredor.
A tomaso se le erizó el vello de la nuca cuando escuchó, procedente de la oscuridad, una especie de gruñido bajo, muy grave y distorsionado extrañamente, algo sobrenatural. Levantó el brazo y susurró a los demás que se detuvieran.
Siguieron avanzando muy poco a poco, y se volvieron a detener cuando vieron cómo dos pares de puntos rojos se encendían en la penumbra del fondo. Con un brusco gesto, todos apuntaron los cañones de sus pistolas hacia allí, mientras el gruñido que apenas se escuchaba hace unos segundos, se convertía en rugidos amenazadores y espeluznantes.
—¡¿Pero qué hacéis?! —susurró lo más fuerte que pudo Patrick—. Dejad de avanzar, ¡venid hacia aquí!
Pero no hubo tiempo de recular. En ese momento, dos enormes sabuesos demoníacos que parecían estar envueltos en sombras se lanzaron a través del pasillo en busca de los cuellos de Derek y Tomaso. Sus ojos, rojos como la sangre, dejaban una estela del mismo color que se desvanecía casi al instante.
Los dos compañeros dispararon. Pero las balas no parecieron hacer ninguna mella en las monstruosas criaturas. Moss y Yatsenko dispararon a continuación, y sus disparos sí que afectaron a los sabuesos, pero no lo suficiente para detenerlos. Por suerte, Derek y Tomaso resultaron solo con heridas leves y pudieron retroceder, dejando a los Hijos de Mitra en primera línea. Entre estos últimos y la habilidad de descarga de antiquimancia de Sigrid, pudieron hacer que las bestias se desvanecieran, esperaban que definitivamente.
Así, con Derek un poco renqueante pero sin ningún daño de importancia, pudieron llegar a la sala del fondo y encender las luces. La sala resultó ser bastante grande, y al igual que el vestíbulo principal, casi totalmente desprovista de mobiliario a excepción de lo que parecía una mesa de reuniones con pocas sillas para su tamaño. En la pared norte colgaba un gran sol hecho de bronce partido por la mitad (le faltaba la mitad inferior, como si fuera un sol al amanecer), y ante él, se podían apreciar los restos de un pequeño estrado, o quizá de un altar. Aparte de eso, la sala solo contenía dos espejos del tamaño de una persona en la pared sur. Tomaso rompió los dos espejos, sospechando que podían tener algo que ver con la aparición de las criaturas que les habían atacado.
El grupo volvió sobre sus pasos, explorando otra parte de la mansión donde encontraron varios distribuidores, cocinas, almacenes y estancias prácticamente vacías. Llegaron a una sala más grande, también sin mobiliario, donde lo único presente eran cinco espejos equiespaciados. Patrick sintió un escalofrío cuando en el único de ellos que veía en un ángulo más abierto pudo percibir una figura que se acercaba rápidamente, como si viniera desde el otro lado. Tomaso increpó al grupo:
—¡Vamos, de prisa! ¡Disparad a los espejos!
Sin embargo, solo tuvieron tiempo de romper dos de ellos antes de que desde los tres restantes, tres sabuesos de sombras se materializaran, saliendo de su propio reflejo. Se apresuraron a salir de la sala y cerraron la puerta.
—No creo que esto los contenga mucho tiempo —dijo Patrick, mientras al otro lado de la puerta se hacía el silencio—. ¿Qué hacemos?
—De momento, vamos a alejarnos un poco de la puerta —contestó Derek.
Algo indecisos, se situaron a unos cuantos metros de la puerta, decidiendo su próxima acción, hasta que al cabo de un par de minutos, Yatsenko avisó:
—¡Mirhad eso! ¡Cuidado!
La cabeza de un enorme sabueso de sombras había aparecido a través de la puerta, y el monstruo, aunque parecía costarle un poco atravesarla, lo estaba consiguiendo. Una segunda cabeza apareció a los pocos segundos.
—¡Corramos al vestíbulo —gritó Sigrid, saliendo a la carrera—, allí puedo utilizar el ídolo para alimentar mi poder!
Derek y Patrick corrieron tras Sigrid, mientras Yatsenko cubría la retaguardia, apuntaba su arma a los sabuesos y disparaba, con Tomaso apoyándole. Mos permaneció entre los dos grupos.
Cuando Sigrid y los demás llegaron al vestíbulo de recepción, se detuvieron al oir un extraño sonido procedente del otro lado de la doble puerta situada en la pared oeste.
—¿Habéis oído eso? —dijo Sigrid.
—Sí —respondió Derek—. Ha sido como un "bamf", como si algo se materializara, ¿no?
—Joder, sí. Vamos, vamos —continuó Sigrid, mientras al otro lado de la puerta sur resonaban los disparos de Yatsenko.
Pero cuando la anticuaria estaba a punto de poder tocar la estatua y utilizar su poder, la doble puerta que estaba a su lado reventó con un potentísimo golpe que provocó un fuerte sobresalto en todos ellos. Una de las hojas que salió despedida golpeó a Sigrid, a Moss y a Patrick, pero por suerte no causó ninguna herida grave. Lo peor fue que tras el golpe, por el umbral sin puertas apareció una enorme figura, una especie de estatua de color blanco de unos dos metros y medio de alto que parecía hecha de mármol. Sigrid se refugió en el otro lado del ídolo, y el constructo recién aparecido avanzó hacia Patrick.
En el distribuidor de la parte sur, los lobos estaban poniendo en apuros a los Hijos de Mitra. Viendo el panorama, Tomaso decidió correr por el corredor que habían tomado nada más entrar a la mansión y dar un rodeo para llegar a la estancia donde habían aparecido los lobos para romper los espejos que servían de portal.
De vuelta en el vestíbulo, Patrick y Derek sintieron algo de alivio cuando vieron que el constructo blanco se movía lentamente. Mientras el director de la CCSA disparaba y el filósofo utilizaba sus habilidades para ralentizar al monstruo, los lobos abatían a Yatsenko, que caía malherido.
—¡Artem! —gritó Moss, mientras disparaba al sabueso que su amigo tenía encima—. ¡Artem ha caído! ¡Que alguien nos ayude!
Con el poder que le daba la estatua, Sigrid lanzó por fin su descarga hacia el constructo, mientras Patrick lo hacía caer y Derek le disparaba sin cesar. La estatua animada sufrió daño y cayó, pero se levantó para proseguir su ataque. Sigrid retrocedió hacia la puerta que había reventado el monstruo, y en ese momento oyó otro sonido parecido a una explosión sorda (como el que habían oído antes de la aparición del constructo) procedente de la oscuridad del otro lado de la sala.
Mientras tanto, Tomaso llegaba por fin a la sala de los espejos-portal y empezaba a romperlos, provocando la desaparición de los sabuesos, uno de los cuales había conseguido herir levemente al rocoso Theo Moss.
Sigrid decidió pasar a la sala oscura y encender la luz, mientras una puerta al otro lado era abierta bruscamente. La anticuaria se giró, y abrió mucho los ojos cuando vio aparecer una aberración terrorífica, una masa abotargada informe y tentacular, con ojos llorosos e inyectados en sangre distribuidos por toda su superficie, y supurando algo parecido a ácido por varios orificios de su repugnante cuerpo. Su mente no pudo soportarlo; algo se rompió dentro de ella, y se tiró al suelo, intentando protegerse haciéndose un ovillo.
Patrick corrió hacia ella, preocupado por su amiga, pero se detuvo un momento cuando vio a la nauseabunda aberración. Sin embargo, reaccionó mejor que la anticuaria y se sobrepuso al terror para llegar hasta ella. Mientras tanto, Derek dejaba al constructo casi incapacitado, Tomaso destruía el resto de espejos y Moss arrastraba a Artem hasta el vestíbulo principal.
En pocos segundos, Derek llegaba a la altura de Sigrid y la levantaba para sacarla de allí mientras Patrick buscaba algún espejo en la sala que pudiera romper, pero no encontró ninguno. Afortunadamente, el monstruo informe se movía muy lentamente. Patrick aprovechó para abrir las ventanas del lado norte, pero la escasa luz que entraba (fuera estaba el cielo cubierto) no pareció afectar en absoluto a la criatura. Todos se miraron, y Moss dejó en un sitio seguro a Yatsenko, disponiéndose a enfrentarse a la aberración.
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