La Mansión de Newbridge (II)
Theo Moss se apresuró a través de las jambas sin puerta que daban acceso a la habitación donde se encontraba la aberración tentacular. Tras descerrajar un par de tiros sin efecto aparente, gritó:
—¡No parece que le afecten mis balas, pero es muy lento! ¡Quizá podamos evitarlo, simplemente!
—No, Theo —contestó Derek, que mientras tanto estaba arrastrando a Sigrid hacia la puerta de entrada de la mansión—. ¡No sabemos si puede haber más, hay que acabar con él!
—¡Derribaré la estatua sobre él! —exclamó Tomaso, refiriéndose a la estatua de Amón-Ra, y, dejando a Yatsenko, corrió hacia ella.
—Si la derribas, seguramente Sigrid ya no la podrá utilizar —advirtió Derek.
—Pero es posible que la estatua le esté dando el poder necesario, ¡hay que intentarlo!
Aberración Tentacular |
Mientras Patrick rodeaba rápidamente a la monstruosidad, Moss siguió disparándole para atraer su atención y que Tomaso pudiera llevar a cabo su plan. Allí por donde el monstruo pasaba, un rastro de líquido baboso y ácido quedaba impregnando el suelo. Derek por fin llegó a la puerta de la calle y dejó a Sigrid delicadamente en un rincón mientras volvía a la acción y remataba al constructo caído que nunca había dejado de moverse espasmódicamente.
Tomaso, a la expectativa al lado de la estatua, vio por fin al horror reptante, y a punto estuvo de dejar caer su arma y salir corriendo, pero sacó fuerzas de su profunda fe y se sobrepuso al terror. Tragó saliva, estremecido por unos cuantos segundos.
En ese momento, Patrick y Moss vieron cómo unos orificios se abrían en la masa trémula de carne y unos chorros de ácido vomitivo salían despedidos hacia ellos. Afortunadamente, la criatura no era muy inteligente y pareció cortar los chorros antes de que impactaran en su objetivo.
Todos retrocedieron, asustados ante la capacidad de la criatura de atacarles a distancia. Patrick salió por la puerta sur y el resto se alejó un poco. Pero Yatsenko estaba tirado en el suelo a no mucha distancia, así que a Tomaso y a Moss no les quedó más remedio que acercarse a ayudarlo, mientras Derek se volvía hacia la derrumbada Sigrid. La criatura avanzó con su movimiento gelatinoso, y volvió a lanzar chorros de la asquerosa sustancia. Uno de ellos impactó de lleno en Derek, dejándole la pierna en carne viva, y otro en la espalda de Theo Moss. No obstante, se sobrepusieron al dolor, y mientras Patrick disparaba a la aberración, consiguieron poner a los caídos a salvo; Moss llevó a Yatsenko al interior de la mansión y Derek consiguió poner a salvo a Sigrid en el exterior.
Mientras el resto del grupo se alejaba del repugnante monstruo, Patrick decidió hacer uso de sus habilidades de alteración del continuo. Concentrándose como pudo, y alentado por la angustia que sentía en sus amigos a través de su enlace kármico, consiguió hacer que la estatua de Amón-Ra cayera encima de la masa informe.
El monstruo, dañado por la caída del coloso de piedra y viéndose atrapado por su peso, empezó a gritar de una manera horrible, con un sonido rechinante y agudo que hizo que tuvieran que taparse los oídos. Como pudieron, siguiendo disparando a la nube de polvo que se había levantado, y Derek salió al exterior con Sigrid.
Patrick decidió dejar la escena atrás y subió las escaleras que estaban a pocos metros de él hacia el primer piso, alejándose del ensordecedor sonido.
Tomaso, Derek y Moss dispararon y dispararon y dispararon de nuevo a la masa de tentáculos, pero las balas no parecían hacer mella en ella. Finalmente, al empezar a sentir un incómodo dolor de cabeza debido al chillido, Derek cerró la puerta de la mansión, quedándose en el exterior con Sigrid y escuchando todavía el sonido, pero más apagado. Tomaso y Moss se dirigieron al interior de la mansión. El primero subió por las escaleras buscando a Patric, mientras el Hijo de Mitra ponía definitivamente a salvo a Yatsenko.
Mientras tanto, Patrick había explorado una pequeña parte del primer piso intentando ganar tiempo (y quizá encontrar el Libro de Tapas Negras). Pero cuando escuchó que los disparos se detenían decidió volver a bajar y se reencontró con Tomaso. Juntos, volvieron a subir, pero después de maniobrar unos segundos en la penumbra y abrir un par de puertas, escucharon el "bamf" que indicaba la teleportación de alguno de los guardianes que ya se habían encontrado en el piso de abajo.
—Vámonos, Patrick, necesitamos a los demás —dijo Tomaso cerrando la puerta bruscamente; acto seguido bajaban de nuevo las escaleras.
No tardaron en encontrarse con Theo Moss, que había dejado a Yatsenko en la terraza trasera. Decidieron salir por esa misma terraza para rodear la mansión y encontrarse con Derek, que suponían que debía de estar en la parte anterior de la casa.
Entre tanto, con un titánico esfuerzo y aplicando toda su capacidad para hacerla reaccionar, Derek había conseguido que Sigrid saliera de su estado de estupor catatónico.
—¡Derek! —gritó la anticuaria, reconociendo a su amigo ante sus ojos, y abrazándolo entre lágrimas—. ¿Viste a la criatura? ¡Era horrible! No creía que cosas así pudieran existir...
—Tranquila, Sigrid, sigue viva, pero creo que no nos molestará más.
—¿Eso que se oye es ella? Joder, es horripilante... ¡Y tu pierna! ¿Eso te lo ha hecho la criatura?
Derek miró su pierna; el pantalón se había rasgado bajo los efectos del ácido y la carne del muslo no tenía buen aspecto.
—Pues... —empezó a decir.
—¡Eh! ¡Sigrid, Derek! —era la voz de Tomaso. Ambos se volvieron, y sonrieron cuando, bajo la lluvia, vieron aparecer al resto del grupo por la esquina de la mansión.
Tomaso y Moss llevaron a Yatsenko al coche con Sally, y mientras tanto, Patrick ayudaba a terminar de calmar a Sigrid. Con los dos primeros ya de vuelta, decidieron volver a entrar.
—Si nos vamos ahora —dijo Patrick—, no sé si alguna vez podremos volver.
Rodearon de nuevo la casa y volvieron a entrar por donde habían salido, ascendiendo rápidamente al primer piso. Exploraron primero la parte sureste, donde entraron en varias habitaciones vacías. Tomaso y Sigrid prepararon una fuga empalmando algunos cortinajes y descolgándolos por una ventana. Mientras tanto, el resto entraba a una nueva sala que tenía por todo mobiliario un piano muy antiguo y un taburete. Cuando más tarde Sigrid lo vio se quedó asombrada por su aspecto.
—Fascinante —murmuró.
En realidad no era un piano, sino un clavicordio. Era un instrumento realmente antiguo, y su valor debía de ser exorbitante. Pero ni rastro de nada más en la sala, que había sido vaciada como el resto de la mansión, lo que se hacía evidente por la silueta del mobiliario retirado sobre las paredes. Patrick golpeó con suavidad algunas teclas tras destapar el teclado (cosa que Sigrid miró escandalizada), y sonaron bastante bien.
Siguieron con el recorrido. Entraron en otra habitación vacía que daba acceso a una gran armariada que observaron pormenorizadamente. Pero tras veinte minutos de examen exhaustivo, nadie encontró ninguna pista del libro.
Una nueva sala reveló en su interior un escritorio antiguo, que Sigrid miró con admiración (y algo de codicia) cuando lo identificó como un escritorio Louis XVI original. Lo tocó con las yemas de los dedos, con reverencia.
—Qué pena —dijo, mientras lo acariciaba, con una expresión de tristeza—. Este escritorio tendría un valor incalculable, si no fuera por estas marcas —efectivamente, toda la superficie del escritorio estaba echada a perder, porque alguien había grabado con cuchilla un montón de dibujos extraños.
—Vaya
—dijo Tomaso, cuando se acercó al escritorio—, ¿no reconocéis esos símbolos? Son muy parecidos a los
dibujos del círculo que vimos en la biblioteca arrasada, son glifos de
la Orden de Hermes.
Tras unas cuantas habitaciones vacías más (siempre evitando la sala del centro de la planta donde Tomaso y Patrick habían oído el "bamf" la primera vez que habían subido), llegaron a una donde una treintena de grandes cajas de cartón se encontraban almacenadas. Un rápido examen reveló que todas las cajas estaban llenas de periódicos antiguos, bien doblados y conservados. Muchos eran de la década de 1900, pero durante cerca de media hora de examinarlos, tampoco consiguieron encontrar ninguna relación entre los periódicos ni entre los periódicos y el libro que buscaban. Hasta que Sigrid vio algo:
—Mira Derek, en este ejemplar viene la noticia de la muerte de Crowley. Según pone aquí, "Crowley utilizó el templo de Amón-Ra en Edimburgo para realizar sus depravados rituales demoníacos y sexuales".
Mientras Derek, Sigrid y Tomaso revisaban los periódicos, Patrick y Theo pasaban a la siguiente sala. En ella, por todo mobiliario había dos cómodas también de estilo Louis XVI valiosísimas; los cajones de ambas estaban repletos de fotos, muchas de ellas deterioradas. Así que Patrick, y más tarde Derek cuando este se hartó de revisar periódicos, se dedicaron a buscar en ellas.
—Joder, mira esto Patrick —dijo Derek en un momento dado—. ¿Este no es Saint Germain?
—Sí —respondió el profesor—, está algo cambiado, pero es él, sin duda. Y el otro es el tío de Crowley, el tal Tom Bond Bishop.
La foto mostraba a los dos hombres posando con uniforme de presos, o al menos de internos, en un entorno sombrío (o al menos eso se traslucía de los detalles que se podían observar a través del deterioro).
—Estas fotos nos las llevamos —anunció Derek.
Tras revisar las imágenes, el grupo al completo decidió acceder por fin a la gran sala central. Sincronizándose con los móviles, abrieron simuláneamente las tres puertas que daban acceso a ella. Alumbraron tenuemente con las linternas de sus teléfonos, y vieron que en el centro de la sala se encontraba una figura enorme, muy parecida al constructo que les había atacado en el vestíbulo de la planta baja. La figura comenzó a moverse.
Agónicamente, combinando las capacidades de alteración de la realidad de Patrick, las descargas antiquimánticas de Sigrid, las armas más mundanas de los demás, y finalmente un certerísimo disparo de Derek, el constructo cayó inerte.
Con las luces encendidas (alguien las había encendido ya al inicio del combate) y sin enemigos de los que preocuparse, se hizo evidente que la gran sala había sido en el pasado una biblioteca. Había estanterías por doquier.
—Ni un solo libro —dijo Sigrid, exasperada.
—Mirad esto —dijo Patrick, desde el centro de la sala, donde se había encontrado la estatua animada. Cuando el resto se acercó, vieron que el profesor se refería a un círculo dibujado en el suelo, repleto de símbolos muy parecidos a los que habían visto en la biblioteca arrasada en Viena—. Otra vez los signos de la Orden de Hermes.
—Parece ser que lo de la palabra "hermética" en el nombre "orden hermética de la Golden Dawn" no se añadió gratuitamente.
Pero de nuevo, al cabo de revisar la sala minuciosamente, no encontraron ni rastro del libro ni de ningún escondrijo secreto que lo albergara.
—Necesitamos que intentes volver a localizar el libro con tus poderes, Sigrid —dijo Patrick.
—Ya lo he intentado hace un rato, Patrick, y lo único que sé es que está en la mansión. Pero sí, podemos repetirlo... aunque no me quedan cargas; tendría que intentar usar las que tenga el clavicordio que hemos visto antes. Vamos para allá.
Tocando el clavicordio, Sigrid ejecutó la fórmula de antiquimancia que le permitía detectar la reliquia. A pesar de que estaba segura de que el hechizo no se ejecutó del todo bien, sintió que el libro estaba extremadamente cerca de donde ella se encontraba. Sintió un escalofrío. "Estamos muy cerca", pensó. Así llamó al resto del grupo, que todavía estaba rebuscando en la biblioteca, para que registraran la sala donde se encontraba. Pero nada.
—Está muy cerca, lo he sentido, os lo juro... extremadamente cerca —aseguró la anticuaria.
—¿No podrías hacer lo mismo que en Hastings, Sigrid? —preguntó Tomaso—. ¿Visualizar el momento en que...?
—Sí, precisamente quería comentaros eso —lo interrumpió Sigrid.
—Pues sería cuestión... —empezó Derek, pero se interrumpió cuando el móvil de Tomaso empezó a vibrar y este anunció que era Sally.
—¿Sí, Sally? —unos segundos de silencio, y Tomaso colgó—. Debemos irnos, y ya. Sally dice que un par de todoterrenos han aparcado en la puerta y unos tipos están entrando.
Patrick se asomó a la balconada a la que se accedía desde la biblioteca, y efectivamente, al menos ocho personas estaban entrando por la verja del muro principal. Todas sus auras revelaban poder de algún tipo. Uno de ellos en concreto, mostraba un aura de poder muy parecida a la que tenía Sigrid antes de su descubrimiento de la antiquimancia.
Sigrid aprovechó para realizar el hechizo de visión del pasado precipitadamente. "Muéstrame el momento en el que escondieron el libro", pensó, y tocando el clavicordio con suavidad, extrajo las cargas necesarias. Pero el hechizo no le mostró nada. Falló.
—Mierda. No he podido ver nada.
—Pues tenemos que irnos —urgió Derek—. Tendremos que volver en otro momento si queremos repetirlo.
Se descolgaron rápidamente por las telas que Tomaso y Sigrid habían dejado preparadas, y rodearon la mansión. Aprovechando la cobertura de los setos y los árboles llegaron renqueantes a la parte delantera (Derek cojeaba con su pierna afectada por el ácido, y Tomaso con un tobillo torcido), desde donde vieron que la comitiva de recién llegados estaba accediendo ya a la entrada principal de la casa. Entre ellos, Sigrid reconoció a uno.
—¿Veis a aquel hombre rubio? —susurró—. Es Thomas McKeefe, un coleccionista de libros con el que he tratado varias veces.
—Pues no es solo un coleccionista, Sigrid —apostilló Patrick—, sé positivamente que es un bibliomante.
Se deslizaron hasta el camino de entrada, dejando definitivamente atrás los gritos de la horrible criatura tentacular, que ya sonaban más intermitentemente, y subieron rápidamente al furgón, que Sally arrancó y alejó de allí.
—Maldita sea —dijo Patrick—. Ahora seguro que se llevan el libro y no podremos encontrarlo nunca...
—No estoy de acuerdo —lo interrumpió Derek, vehemente—. Yo estoy convencido de que esa gente no sabe que el libro está en la mansión. ¿Qué sentido tiene todo lo que hemos visto si no? Una mansión vacía, casi abandonada... los guardianes deben de ser los que tuviera la Golden Dawn en su momento, pero pondría la mano en el fuego a que no saben que el libro está ahí, o al menos... —hizo un gesto de dolor—; joder, ¡cómo me arde la pierna!
—Creo que tienes razón, Derek —dijo Tomaso tras unos segundos pensativo—. Tenemos que recuperarnos y volver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario