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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 18 de marzo de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 26

La Mansión de Newbridge

El grupo no tuvo más remedio que aplazar el dilema de Taipán una vez más, ante el callejón sin salida que se les planteaba. Aunque Tomaso se mostró insistente:

—Aunque evitemos a Taipán y no le granjeemos el acceso a la biblioteca de Jacobsen —dijo—, el hecho es que nos puede poner en los mismos problemas con una simple llamada; solo tiene que contarle a Emil o a Paula que os vendió el libro —miró a Patrick y a Sigrid— y tenemos ya montado el lío sin los beneficios que podemos obtener si le tendemos una trampa.

Después discutieron largo y tendido sobre la posible relación que existía entre Novikov y Crowley, y entre ellos y Taipán (debido a la presencia de la vietnamita en la foto del Orfeo de Viena), y Derek también sacó a colación su preocupación por la presencia del Conde Saint Germain en los momentos posteriores a la muerte de Crowley. Según Sigrid, el Conde parecía aturdido, o quizá despistado, y desde luego, sus ojos no transmitían lo que habían transmitido en la existencia anterior. ¿Era acaso una marioneta de Crowley o de Novikov? ¿Era una persona totalmente distinta? Cualquier opción parecía desastrosa.

La mañana siguiente, temprano, el grupo, Sally y los Vástagos de Mitra partían hacia Escocia. Paula y Anaya aparecieron en la puerta de la mansión.

—¿Os vais todos a Escocia? —preguntó la hermana de Emil, con gesto serio.

—Sí, Paula —respondió Sigrid—. Pero volveremos pronto.

—Eso espero, no está la situación como para permitirnos debilitar tanto nuestras filas. Emil teme que pronto suframos un ataque, y necesitaremos toda la ayuda posible.

—Intentad —añadió Anaya— que lo que sea que vais a hacer allí no os lleve más de un par de días, por favor.

Asegurándoles que un par de días deberían ser suficientes, el grupo se marchó en un furgón negro. Derek aprovechó el viaje para intentar contactar con su antiguo mentor, sir Ian Stokehall, confiando en que estuviera presente en algún lugar de Derbyshire, pero el teléfono al que llamó (cuyo número databa de hacía casi treinta años) no daba señal. También intentó contactar con Bertrand Leibner, por si acaso podía ponerle en contacto con Stokehall, pero a su llamada contestó una mujer que le aseguró no conocer al tal "señor Leibner". Derek resopló, ligeramente frustrado, aunque ya había temido que las cosas iban a salir más o menos así. "Parece que tendré que ir en persona a Derbyshire si quiero tener alguna oportunidad de encontrar a Stokehall", pensó.

Poco después de la hora de comer entraban en Escocia, y un rato después llegaban a Newbridge, donde Sigrid había tenido la visión de la mansión donde presuntamente se encontraba el Libro de Tapas Negras.

Al llegar, se dedicaron a recorrer todos los caminos que atravesaban las colinas, repletos de casas de campo. Y gracias a una fortuna inmensa, Sigrid llamó la atención de Patrick, que conducía el furgón, en apenas poco más de un par de horas:

—¡Para, Patrick, para! —exclamó, señalando por la ventanilla—. Es esta, ¡es esta mansión!

Efectivamente, a través de una verja que se abría en un muro de cinco metros de alto, se alzaba una mansión victoriana que la anticuaria reconoció nada más verla. Bajaron del coche y se acercaron. El césped al otro lado de la verja parecía descuidado, y todas las ventanas de la casa parecían cerradas, pero la propiedad distaba de parecer abandonada. Saltaba a ojos vista que no estaba habitada, pero se llevaba a cabo un mantenimiento de forma habitual. No parecía haber cámaras de vigilancia.

Patrick se concentró en la cerradura de la verja antes de que nadie comprobara si estaba abierta.

—Tomaso, ¿la verja está cerrada? —preguntó al cabo de unos segundos.

—Pues creo que sí...¡ah, no! ¡Está abierta! Qué raro es est... —se interrumpió, y miró a Patrick:— bueno, igual no es tan raro, ¿eh?, jeje.

El grupo entró a la propiedad, dejando a Sally en el furgón por si tenían que salir corriendo. Una rotonda presidía el centro de la finca, alrededor de la cual crecía un descuidado (que no abandonado) jardín con multitud de árboles. En el barro del camino y de la rotonda (no dejaba de caer una fina y fría lluvia) se podían ver huellas de neumáticos, signo evidente de que aunque no parecía habitada, en la casa había movimiento habitualmente. 

La Mansión de Newbridge

Patrick volvió a hacer uso de sus especiales dones para alterar la realidad y al comprobar la puerta principal, la encontró abierta; sonrió para sus adentros, franqueando el acceso del grupo a una oscura sala. Alguien encendió la luz, que por suerte funcionaba sin problemas, y que reveló un enorme vestíbulo sin apenas piezas de mobiliario, prácticamente vacío y sin polvo que denotara dejadez.

Una cosa llamó la atención del grupo al instante: en el centro de uno de los muros se alzaba una enorme estatua de unos tres metros y medio de alto que representaba a un ídolo egipcio.

—Increíble —dijo Sigrid, que se había acercado rápidamente al coloso—. Increíble. Increíble.

—¿Increíble qué? —preguntó Patrick, impaciente. Sigrid levantó la vista, saliendo de su asombro.

—Esto es una estatua egipcia auténtica sin duda ninguna —contestó—. Representa al dios Amón-Ra, y seguramente fue expoliada de alguno de los templos egipcios más importantes... no quiero ni imaginar cuál debe de ser su valor.

Sigrid volvió a concentrarse en la estatua, sintiendo el poder dentro de ella, que era capaz de percibir gracias a su nueva capacidad, la antiquimancia.

—Curioso —añadió Tomaso—, y más si tenemos en cuenta el hecho de que a finales del siglo XIX (creo que fue más o menos en 1893) la Golden Dawn fundó en Edimburgo el que llamaban "Templo de Amón-Ra". Eso debió de ser antes de que Crowley formara parte de la secta, pero es mucha casualidad, ¿no creéis?

—Desde luego —contestó Derek—. Pero hablamos de cosas que ocurrieron hace mas de un siglo.

—Bueno —zanjó Patrick—, desde luego, no lo vamos a averiguar estando aquí parados, vamos a seguir.

El grupo se adentró en el vestíbulo, hacia lo que parecía un distribuidor. Sigrid se quedó un poco retrasada, intrigada todavía por el ídolo egipcio, mientras los demás atravesaban un arco que daba acceso a un largo y oscuro pasillo. Encendieron la correspondiente luz, que iluminó medio corredor, dejando el otro medio en una incómoda penumbra. Mientras tanto, la anticuaria hacía uso de su antiquimancia para realizar un hechizo de localización. Sonrió levemente cuando sintió que el Libro de Tapas Negras se encontraba sin lugar a dudas en algún lugar de la mansión.

A ambos lados del enorme y abovedado pasillo se veía una pequeña multitud de cuadros, todos ellos retratos de hombres. Avanzaron con cautela, y se detuvieron al cabo de una docena de metros cuando reconocieron a Aleister Crowley en uno de los retratos. Debajo de cada una de las pinturas debía de haber habido en el pasado una placa con el nombre del retratado, como lo denotaba el contorno de polvo que  habían dejado los años en la pared, pero en algún momento se habían retirado. De repente, un ruido que procedía del otro extremo del corredor llamó la atención de todos. Un ruido intenso, como un golpe. En el acto, todos empuñaron las armas, y procedieron a avanzar cautelosamente por el corredor.

A tomaso se le erizó el vello de la nuca cuando escuchó, procedente de la oscuridad, una especie de gruñido bajo, muy grave y distorsionado extrañamente, algo sobrenatural. Levantó el brazo y susurró a los demás que se detuvieran.

Siguieron avanzando muy poco a poco, y se volvieron a detener cuando vieron cómo dos pares de puntos rojos se encendían en la penumbra del fondo. Con un brusco gesto, todos apuntaron los cañones de sus pistolas hacia allí, mientras el gruñido que apenas se escuchaba hace unos segundos, se convertía en rugidos amenazadores y espeluznantes.

—¡¿Pero qué hacéis?! —susurró lo más fuerte que pudo Patrick—. Dejad de avanzar, ¡venid hacia aquí!

Pero no hubo tiempo de recular. En ese momento, dos enormes sabuesos demoníacos que parecían estar envueltos en sombras se lanzaron a través del pasillo en busca de los cuellos de Derek y Tomaso. Sus ojos, rojos como la sangre, dejaban una estela del mismo color que se desvanecía casi al instante.

Los dos compañeros dispararon. Pero las balas no parecieron hacer ninguna mella en las monstruosas criaturas. Moss y Yatsenko dispararon a continuación, y sus disparos sí que afectaron a los sabuesos, pero no lo suficiente para detenerlos. Por suerte, Derek y Tomaso resultaron solo con heridas leves y pudieron retroceder, dejando a los Hijos de Mitra en primera línea. Entre estos últimos y la habilidad de descarga de antiquimancia de Sigrid, pudieron hacer que las bestias se desvanecieran, esperaban que definitivamente. 

Así, con Derek un poco renqueante pero sin ningún daño de importancia, pudieron llegar a la sala del fondo y encender las luces. La sala resultó ser bastante grande, y al igual que el vestíbulo principal, casi totalmente desprovista de mobiliario a excepción de lo que parecía una mesa de reuniones con pocas sillas para su tamaño. En la pared norte colgaba un gran sol hecho de bronce partido por la mitad (le faltaba la mitad inferior, como si fuera un sol al amanecer), y ante él, se podían apreciar los restos de un pequeño estrado, o quizá de un altar. Aparte de eso, la sala solo contenía dos espejos del tamaño de una persona en la pared sur. Tomaso rompió los dos espejos, sospechando que podían tener algo que ver con la aparición de las criaturas que les habían atacado.

El grupo volvió sobre sus pasos, explorando otra parte de la mansión donde encontraron varios distribuidores, cocinas, almacenes y estancias prácticamente vacías. Llegaron a una sala más grande, también sin mobiliario, donde lo único presente eran cinco espejos equiespaciados. Patrick sintió un escalofrío cuando en el único de ellos que veía en un ángulo más abierto pudo percibir una figura que se acercaba rápidamente, como si viniera desde el otro lado. Tomaso increpó al grupo:

—¡Vamos, de prisa! ¡Disparad a los espejos!

Sin embargo, solo tuvieron tiempo de romper dos de ellos antes de que desde los tres restantes, tres sabuesos de sombras se materializaran, saliendo de su propio reflejo. Se apresuraron a salir de la sala y cerraron la puerta.

—No creo que esto los contenga mucho tiempo —dijo Patrick, mientras al otro lado de la puerta se hacía el silencio—. ¿Qué hacemos?

—De momento, vamos a alejarnos un poco de la puerta —contestó Derek.

Algo indecisos, se situaron a unos cuantos metros de la puerta, decidiendo su próxima acción, hasta que al cabo de un par de minutos, Yatsenko avisó:

—¡Mirhad eso! ¡Cuidado!

La cabeza de un enorme sabueso de sombras había aparecido a través de la puerta, y el monstruo, aunque parecía costarle un poco atravesarla, lo estaba consiguiendo. Una segunda cabeza apareció a los pocos segundos.

—¡Corramos al vestíbulo —gritó Sigrid, saliendo a la carrera—, allí puedo utilizar el ídolo para alimentar mi poder!

Derek y  Patrick corrieron tras Sigrid, mientras Yatsenko cubría la retaguardia, apuntaba su arma a los sabuesos y disparaba, con Tomaso apoyándole. Mos permaneció entre los dos grupos.

Cuando Sigrid y los demás llegaron al vestíbulo de recepción, se detuvieron al oir un extraño sonido procedente del otro lado de la doble puerta situada en la pared oeste.

—¿Habéis oído eso? —dijo Sigrid.

—Sí —respondió Derek—. Ha sido como un "bamf", como si algo se materializara, ¿no?

—Joder, sí. Vamos, vamos —continuó Sigrid, mientras al otro lado de la puerta sur resonaban los disparos de Yatsenko.

Pero cuando la anticuaria estaba a punto de poder tocar la estatua y utilizar su poder, la doble puerta que estaba a su lado reventó con un potentísimo golpe que provocó un fuerte sobresalto en todos ellos. Una de las hojas que salió despedida golpeó a Sigrid, a Moss y a Patrick, pero por suerte no causó ninguna herida grave. Lo peor fue que tras el golpe, por el umbral sin puertas apareció una enorme figura, una especie de estatua de color blanco de unos dos metros y medio de alto que parecía hecha de mármol. Sigrid se refugió en el otro lado del ídolo, y el constructo recién aparecido avanzó hacia Patrick.

En el distribuidor de la parte sur, los lobos estaban poniendo en apuros a los Hijos de Mitra. Viendo el panorama, Tomaso decidió correr por el corredor que habían tomado nada más entrar a la mansión y dar un rodeo para llegar a la estancia donde habían aparecido los lobos para romper los espejos que servían de portal.

De vuelta en el vestíbulo, Patrick y Derek sintieron algo de alivio cuando vieron que el constructo blanco se movía lentamente. Mientras el director de la CCSA disparaba y el filósofo utilizaba sus habilidades para ralentizar al monstruo, los lobos abatían a Yatsenko, que caía malherido.

—¡Artem! —gritó Moss, mientras disparaba al sabueso que su amigo tenía encima—. ¡Artem ha caído! ¡Que alguien nos ayude!

Con el poder que le daba la estatua, Sigrid lanzó por fin su descarga hacia el constructo, mientras Patrick lo hacía caer y Derek le disparaba sin cesar. La estatua animada sufrió daño y cayó, pero se levantó para proseguir su ataque. Sigrid retrocedió hacia la puerta que había reventado el monstruo, y en ese momento oyó otro sonido parecido a una explosión sorda (como el que habían oído antes de la aparición del constructo) procedente de la oscuridad del otro lado de la sala.

Mientras tanto, Tomaso llegaba por fin a la sala de los espejos-portal y empezaba a romperlos, provocando la desaparición de los sabuesos, uno de los cuales había conseguido herir levemente al rocoso Theo Moss.

Sigrid decidió pasar a la sala oscura y encender la luz, mientras una puerta al otro lado era abierta bruscamente. La anticuaria se giró, y abrió mucho los ojos cuando vio aparecer una aberración terrorífica, una masa abotargada informe y tentacular, con ojos llorosos e inyectados en sangre distribuidos por toda su superficie, y supurando algo parecido a ácido por varios orificios de su repugnante cuerpo. Su mente no pudo soportarlo; algo se rompió dentro de ella, y se tiró al suelo, intentando protegerse haciéndose un ovillo.

Patrick corrió hacia ella, preocupado por su amiga, pero se detuvo un momento cuando vio a la nauseabunda aberración. Sin embargo, reaccionó mejor que la anticuaria y se sobrepuso al terror para llegar hasta ella. Mientras tanto, Derek dejaba al constructo casi incapacitado, Tomaso destruía el resto de espejos y Moss arrastraba a Artem hasta el vestíbulo principal.

En pocos segundos, Derek llegaba a la altura de Sigrid y la levantaba para sacarla de allí mientras Patrick buscaba algún espejo en la sala que pudiera romper, pero no encontró ninguno. Afortunadamente, el monstruo informe se movía muy lentamente. Patrick aprovechó para abrir las ventanas del lado norte, pero la escasa luz que entraba (fuera estaba el cielo cubierto) no pareció afectar en absoluto a la criatura. Todos se miraron, y Moss dejó en un sitio seguro a Yatsenko, disponiéndose a enfrentarse a la aberración.


jueves, 4 de marzo de 2021

El Día del Juicio
[Campaña Unknown Armies/FATE]
Temporada 3 - Capítulo 25

Rebecca en Viena. La Muerte de Crowley.

El atardecer se les echaba encima, así que decidieron volver al furgón y buscar un sitio donde pasar la noche. Mientras Patrick conducía, Tomaso aprovechó para conectarse con el portátil y tratar de buscar algo más de información sobre la antigua casa de huéspedes. Pero una notificación no tardó en llamar su atención: una noticia urgente de Euronews. Abrió el enlace, y a los pocos segundos, tuvo que llamar a los demás:

—¡Venid, rápido, mirad esto! —Patrick detuvo rápidamente el furgón y se unió a los demás.

El titular al pie del vídeo decía: "Caos en el centro de Viena". Las imágenes, tomadas desde un helicóptero, mostraban a cuatro peatones caminando en contra de la dirección del tráfico en una avenida del centro de Viena. El desastre a su alrededor era mayúsculo, porque habían provocado varias colisiones múltiples. Pero eso no era todo: a medida que las cuatro figuras avanzaban, al parecer gritando algo, parecían repeler a los vehículos y personas que se les acercaban. Un reportero informaba: "las cuatro figuras no dejan de avanzar, y la policía no parece poder llegar a ellas". Las cámaras del helicóptero no tardaron en mostrar una imagen más cercana, y todos sintieron un escalofrío.

—Joder... —murmuró Derek—, Rebecca Clarkson... no, ¡cuatro Rebeccas Clarkson!

—Igual que en Times Square —añadió Sigrid, generando miradas de incomprensión en los hijos de Mitra, Jonathan y Sally, que no recordaban la escena a la que se refería—. Pero alteran su entorno mucho más brutalmente.

El reportero siguió con la narración: 

—Creo que ya podemos oír lo que gritan las mujeres, Karen —dijo, refiriéndose a su compañera en el estudio—, escuchad.

—¡Patrick! —gritó una de las Rebeccas.

—¡Patrick, ¿dónde estás?! —gritó otra unos segundos después.

—Parece que todas buscan a un tal Patrick, Karen, esto es algo extrañísimo.

Sigrid se dio cuenta de algo.

—¿Habéis visto hacia dónde se dirigen? —preguntó.

—Sí... —dijo Patrick, en voz baja—; aquello del fondo... es el Orfeo de Viena.

 

El Orfeo de Viena

 

—¿Pero de qué conocéis a esas mujeres? —intervino Jesus Cerro, confundido—. ¿Son cuatrillizas o qué?

Cuando Sigrid se disponía a contestarle, las cuatro Rebeccas se giraron de improviso y simultáneamente, mirando fijamente a la cámara que las enfocaba.

—¡¡¡PATRICK!!!! ¡¡¡¿¿DÓNDE ESTÁS??!!! —gritaron.

Era imposible que ese sonido lo emitieran los altavoces del ordenador. Todos esbozaron un rictus de dolor y se tuvieron que tapar los oídos ante la explosión de sonido que hizo retumbar el vehículo entero, y acto seguido el ordenador murió. Cuando Tomaso pudo reaccionar, intentó encenderlo de nuevo, pero se había estropeado definitivamente. La rabia lo invadió, e hizo amago de tirarlo por la ventanilla.

—¿Qué le ha pasado a tu portátil, Tomaso? ¿Por qué vas a tirarlo? —preguntó Sally, como si no hubiera pasado nada. Tomaso la miró, confundido por unos segundos, pero a los pocos momentos comprendió.

—Nada, parece que es la batería. Creo que se han fundido los circuitos.

Como ya había pasado con la anterior aparición de las Rebeccas en Times Square, todos los presentes excepto Tomaso, Derek, Sigrid y Patrick habían olvidado la escena que habían visto en el portátil. Así que los cuatro que sí la recordaban volvieron a narrarles lo que habían visto hacía pocos minutos. Nada más finalizar la explicación, Tomaso preguntó:

—¿Recordáis lo que os estoy diciendo?

—¿El qué? ¿A qué te refieres? —contestó Sally. Tomaso miró a sus tres amigos, con un gesto de impotencia. Era evidente que ellos cuatro eran los únicos que podían recordar aquellas extrañas apariciones de las Rebeccas.

Al cabo de un par de horas, ya más tranquilos y alojados en un hotel, se sorprendieron no tanto por la ausencia de noticias que refirieran la escena con las Rebeccas en Viena sino porque todos los medios se hacían eco del "tremendo terremoto" que había afectado a la capital austríaca. Un hecho "sin precedentes en la historia". Había sido un desastre humano y material del que Viena tardaría en recuperarse. 

—Bufff —resopló Sigrid—... algún día tendremos que intentar acercarnos a esas apariciones de las Clarkson.

Esa noche, Derek y Patrick se dirigieron a una taberna local con el fin de averiguar algo más sobre el edificio de apartamentos o de los últimos días de Crowley, pero no sacaron demasiado en claro.

Ya con Patrick y Derek de vuelta, más o menos a medianoche, Sally llamó a la puerta de la habitación de Sigrid, y le informó de que Omega Prime no había visto ni rastro de Ramiro en las cámaras de seguridad del aeropuerto de Milán; al parecer, no había llegado allí. Sigrid le agradeció la información, y se quedó compungida y triste por la noticia.


Por la mañana, se desplazaron hasta el edificio de apartamentos. Llamaron a los timbres, numerados del 1 al 8, fingiendo ser doctorandos que estaban realizando su trabajo sobre la vida y la muerte de Aleyster Crowley. Mencionando que estaban siguiendo la pista de "alguien famoso", consiguieron que una vecina les abriera la puerta. Una vez dentro, la vecina perdió todo su interés en los visitantes cuando le explicaron que el famoso era Aleyster Crowley, y les dio con la puerta en las narices. Pero ya estaban dentro, era lo que contaba. Un rápido vistazo reveló que las puertas de los extremos eran la 1 y la 8. A la 1 ya habían llamado previamente desde la calle y había contestado un anciano antipático, así que decidieron dirigirse a la 8. Llamaron, y nadie respondió.

—O no nos quieren abrir, o no hay nadie —afirmó Patrick.

—Confiemos en que sea lo segundo —añadió Derek.

Patrick miró fijamente la puerta y se concentró. "Si se la hubieran dejado abierta al salir, sería una suerte...", sus ojos se nublaron durante una décima de segundo, y sonrió.

—Abre Derek, creo que la puerta está abierta —dijo.

—Ah, pues sí, ¡muy bien! —contestó Derek, al principio ignorante de lo que había pasado en realidad, pero que pronto cayó en la cuenta, y devolvió la sonrisa a su amigo capaz de alterar la realidad.

Efectivamente, y por fortuna, en el apartamento solo estaba presente un gato. Los habitantes debían de haberse ido a trabajar. Se dirigieron rápidamente a la habitación de la esquina de la planta, donde Sigrid esgrimió el ankh egipcio que le había prestado Jacobsen, y utilizó el poder contenido en él. "Deseo ver los momentos alrededor de la muerte de Aleyster Crowley", murmuró en voz baja.

Mientras sus compañeros montaban guardia, los ojos de Sigrid fueron testigos de un cambio en el entorno. Como si las paredes y el mobiliario fueran líquidos, alteraron su forma hasta adoptar lo que debía ser la típica habitación de huéspedes de principios del siglo XX, oscura y algo maloliente. En la vetusta cama que ahora presidía la habitación, un agonizante Crowley respiraba con dificultad. Una enfermera entró y salió de la habitación. En la silla de madera que había al lado de la cama, un hombre de barba cerrada, rostro duro y ojos hundidos esperaba pacientemente, hablando con el moribundo. Pero Sigrid solamente veía, el hechizo no le permitía escuchar. Siguió mirando, como un fantasma, sin ser vista. Al cabo de un par de minutos, Crowley cogió un manuscrito de la mesilla de noche (posiblemente el mismo manuscrito del que Tomaso había conseguido los escaneos) y comenzó a leer en voz alta (sin sonido para Sigrid). Enseguida, el hombre de la silla, que sin duda debía de ser el tal señor Rowe, tras impedir que alguien entrara en la habitación con gestos secos, se trasladó al borde de la cama; Crowley y él se dieron la mano, en el típico gesto de agarrar el uno la muñeca del otro. Pocos instantes después, el mago expiraba, y el presunto señor Rowe sufría aparentemente un fuerte mareo; soltó la mano inane de Crowley y apoyó su cabeza en las manos durante unos segundos, ostensiblemente confundido. Después, se miró a sí mismo, las piernas, los brazos, el cuerpo, y se levantó para mirarse en el espejo, con gesto de triunfo. Transcurridos unos instantes, pareció reaccionar: se dirigió rápidamente a la cama, cogió el manuscrito que el difunto había dejado caer y salió al exterior.

—Vaya —dijo Sigrid, saliendo de su pequeño trance y dirigiéndose a sus amigos:— parece que, efectivamente, Crowley pasó al cuerpo del señor Rowe justo antes de morir. Salgamos de aquí, quiero ver lo que pasó en la habitación contigua después de morir Crowley.

En la habitación contigua, Sigrid volvió a esgrimir el ankh y se concentró en ver los instantes posteriores a la muerte de Crowley. Vio cómo la enfermera intentaba entrar en la habitación pero Rowe se lo impedía, y cómo pocos minutos después, Rowe aparecía con el manuscrito bajo el brazo. Allí le recibieron un hombre que por la información de la hemeroteca sabrían que era el dueño de la casa de huéspedes, la enfermera y un tercer hombre, más anciano. Como más tarde averiguarían en la hemeroteca, este no era otro que Tom Bond Bishop, tío de Aleyster Crowley con el que en teoría se había llevado a matar. Mientras Rowe daba explicaciones a los presentes, Bishop salió de la habitación, hacia el exterior. Aprovechando su ausencia, Rowe se largó, disculpándose según supuso Sigrid. Un par de minutos después, mientras la enfermera entraba a atender el cadáver y el propietario esperaba algo, aparecía de nuevo Bishop acompañado de otro hombre. Sigrid dio un respingo, al reconocer al recién llegado, de sus recuerdos de la anterior existencia. "¡El conde Saint-Germain!", pensó, con un escalofrío. Sin embargo, a pesar de que se trataba de él indudablemente, Sigrid se quedó fría al detectar en él un aire confundido, como si no supiera qué hacía allí. La visión se difuminó, dando paso a la habitación del moderno apartamento, y salieron sin más tardanza.

En el camino hacia la mansión de Jacobsen, una abrumada Sigrid contó todos los detalles de la escena a sus amigos, que decidieron detenerse para contratar a un dibujante que hiciera un retrato robot del presunto señor Rowe. En poco más de un par de horas ya tenían el dibujo en sus manos.

—No sé si nos servirá de algo —dijo Patrick—, porque si a estas alturas Crowley sigue vivo, debe de haber cambiado una o dos veces más de cuerpo, pero es mejor que nada.


De vuelta en la mansión Jacobsen, explicaron a Emil más o menos todo lo que habían averiguado, y la confirmación de sus sospechas de que Crowley seguía vivo en el cuerpo de alguna otra persona. Sigrid sacó el valiosísimo ankh, dispuesta a devolvérselo a su propietario, pero cuando Tomaso expresó su deseo de desplazarse a Escocia a inspeccionar los restos de Crowley en el cementerio donde presuntamente habia sido enterrado, Emil se lo devolvió.

—Mientras sea más útil en vuestras manos que en las mías, deberíais seguir usándolo —anunció, con una amabilidad desconocida para Sigrid en el pasado. "¿Estás fingiendo, Emil? ¿O estás realmente cuidándonos porque tal es tu necesidad de aliados? Mmmh...".

Ya a solas, Sally hizo llegar el retrato robot de Rowe a Omega Prime a requerimiento de Patrick. Los hackers tendrían que encargarse de realizar un cotejamiento con todas las fotos antiguas de Reino Unido desde mediados del siglo XIX, para intentar identificar el rastro del "señor Rowe". No era una tarea fácil, llevaría su tiempo, pero era una opción que no podían dejar de intentar.

Tomaso, por su parte, llamó a sus contactos en Milán. El primero fue el que había proporcionado los pasaportes a Ramiro y a Sara, para informarse de qué nombres falsos habían utilizado. Al segundo contacto le encargó la búsqueda de los desaparecidos con los nombres falsos.

Derek recibió una llamada de sir John Atkinson, el persa.

—Buenas tardes, señor Hansen —saludó el aristócrata—. Anoche departí con los contactos de los que le hablé en nuestro encuentro, y tengo información que le interesará: al parecer, los controles en las autovías del sur de Londres fueron establecidos siguiendo las órdenes del general Michael Reid.

—¿Conoce usted a ese Reid, señor? —preguntó Derek.

—Sí, por supuesto, es uno de los generales más influyentes del ejército británico, y alto mando del MI5, señor Hansen. Si se cuenta en las filas de sus enemigos, deben tener ustedes mucho cuidado. —"Vaya novedad", pensó Derek, "otro enemigo peligrosísimo".

—Lo tendremos, sir John, no se preocupe; y le prometo que pensaré en su oferta. Permaneceré en contacto.


Poco después, Jacobsen los convocaba a una reunión en su despacho.

—¿Habéis contactado ya con Taipán? —preguntó.

—La verdad es que aún no —contestó Tomaso—. Con el asunto de Crowley, no he tenido tiempo ni de pensar en ello. Lo intentaré mañana, Emil.

—De acuerdo —contestó el librero—, pero no lo dejéis pasar, Tomaso, es importante que le saquemos toda la información posible. Por nuestra parte, Paula y yo estamos intentando concertar una entrevista en Bruselas con Dulce da Silva, os avisaré si lo conseguimos.

—Por cierto, también queríamos informaros de que han atacado al menos dos bibliotecas más en Alemania. Crowley, o quien sea, no se han detenido.

—Pues tenemos más malas noticias —anunció Derek—. Según parece, el general Michael Reid fue quien dio las órdenes para establecer los controles militares al sur de Londres; uno de ellos fue el que trató de interceptarnos. ¿Os suena el nombre?

—Por supuesto —respondió Anaya—; un pez gordo del MI5, pero que yo sepa —miró a Paula y a Emil— nunca ha estado metido en el submundo ocultista.

—Bueno, eso no quiere decir nada —sentenció Sigrid—; a estas alturas, Crowley tendrá recursos de sobra para convencer, o intimidar, o chantajear a cualquiera, o casi.

—Por eso —zanjó Emil—, os pido que si viajáis a Escocia, lo hagáis rápido y no estéis fuera más de un par de días; necesitamos que el grupo esté unido en caso de sufrir algún ataque.

"No es que fuera a servir de nada si el ejército decide enviar un misil a la mansion, o un grupo de asalto...", pensó Derek, "pero hace bien, toda precaución es poca".


Ya reunidos a solas, discutieron sobre cómo afrontar el asunto Taipán. El problema era que la ladrona podría delatarlos y revelar que Sigrid sí que había adquirido en realidad el libro. En ese caso, no sabían cómo podrían reaccionar Emil y Paula...