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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 3 - Capítulo 31

El Cónclave de los Capitanes

—Con nuestro transporte volador, el Empíreo, podríamos traer aquí a los demás capitanes en un plazo breve —aseguró Symeon a la capitana Tirië, mirando a Yuria.

—Sí —confirmó la ercestre—, nosotros nos encargaremos de reunirlos, si os parece bien, mi señora.

—Por supuesto, por supuesto, encargaré los preparativos del cónclave, y yo misma os acompañaré para que no haya ningún problema.

Aunque Eraitan y Faewald expresaron sus reservas acerca de prolongar su estancia en las islas, el grupo permaneció firme en su decisión. En un breve intervalo de tiempo, el Empíreo remontaría el vuelo con la tripulación mínima, cinco marineros y Yuria, con Daradoth y con la capitana Tirië y sus dos oficiales. Darion, Garâkh y Avriênne, los voluntarios del Vigía que les acompañaban en el viaje, expresaron su insatisfacción ante las repetidas veces que el grupo los dejaba atrás, pero Galad no tardó en convencerlos de que era necesario y que, además, volverían a lo sumo en un par de días. Daradoth se despidió tiernamente de Ethëilë y abordó el Empíreo.

Durante la travesía, Daradoth preguntó a la capitana Tirië acerca de las anomalías en la Esencia que provocaban aquellas insólitas explosiones.

—Como supongo que habréis notado —le dijo—, el volcán es una especie de nodo donde la Esencia se arremolina y se potencia. No soy ninguna experta en historia antigua, pero hay muchas habladurías al respecto. Se dice que alguien manipuló ese nodo de Esencia de forma inconsciente y se escapó a su control; muchos estudiosos suponen que pudo ser obra de los elfos antiguos, o incluso de los kaloriones, o quizá de los titanes, que habitaron las islas en tiempos remotos.

—¿Y por qué el volcán es más virulento desde hace unos pocos siglos?

—Creo que nadie podrá responderos a esa pregunta. Supongo que habrá teorías, pero nadie nos ha dado ninguna certeza.

—¿Nadie se ha acercado a la boca del volcán para investigar más de cerca?

Tirië negó con la cabeza.

—Nadie que luego haya vuelto —dijo—. Aparte de lo extenso y escarpado que es, la Esencia provoca en sus alturas un maelstrom sobrenatural que hace imposible alcanzar la boca, ni siquiera las inmediaciones. Supongo que ya notaréis sus efectos...

Efectivamente, desde hacía unos minutos, el dirigible daba sacudidas y bandazos que forzaban a la tripulación a sujetarse de las jarcias; algunos de ellos se encontraban ya mareados. Daradoth miró a popa; el rostro de Yuria estaba tenso y perlado de gotas de sudor. "Parece que la travesía va a ser más complicada de lo previsto", pensó. Allá arriba, las nubes

Así fue, Yuria tuvo que mantener una ruta elíptica alrededor del volcán, evitando que las corrientes los llevaran hacia el interior, lo que la tuvo en tensión toda la travesía e hizo que sus músculos se quejaran de dolor.

—Lo sorprendente —continuó la conversación Daradoth— es esa presencia continua de sombra que detecto desde que llegué a la isla...

—En eso no puedo ayudaros, entre nosotros no hay nadie capaz de sentir la sombra de esa manera. Había oído hablar de gente con esa capacidad, pero nunca había conocido ninguno, es en verdad extraordinaria. ¿Puedo preguntaros qué sentís?

—Bueno... es como una comezón en la espalda, a veces en el cuello... no sabría definirlo muy bien, pero sé que está ahí.

Tirië se encogió de hombros, sin saber qué más decir.

En rápida sucesión visitaron las otras tres murallas de los airunndälyr. Las fortalezas se hallaban en un cuadrado perfecto alrededor del volcán, cada una en un punto cardinal opuesto. Los mensajes que había enviado Tirië con los pájaros apenas habían preparado al resto de guarniciones para la llegada del Empíreo.En cada fortaleza tuvieron que proceder a las mismas presentaciones y explicaciones, levantando las mismas expresiones de incredulidad al relatar su experiencia en los Santuarios de Essel.

Finalmente, completaron el circuito alrededor del volcán y volvieron con la capitana Angrëth y los capitanes Enfarionn e Ilderian. Este último presentaba un aspecto extremadamente curtido, con multitud de cicatrices, una de ellas cruzándole un ojo que había perdido hacía tiempo. Cada uno de los capitanes fue acompañado por sus dos Consejeros más importantes. Los Consejeros eran el cuerpo de estudiosos de los airunndälyr, los más cultos entre ellos. Confiaban en que alguno de ellos tuviera los conocimientos suficientes como para ayudarles a recuperar el Orbe de Curassil. Una cosa que les llamó la atención fue que los dos Consejeros de Enfarionn lucían sendas barbas en sus rostros. Por el momento, solamente habían conocido a un elfo con pelo en el rostro, el líder del Vigía, Irainos. "Algún día trataré de averiguar por qué algunos de los elfos desarrollan esa característica", pensó Yuria.

Precisamente fue uno de esos Consejeros barbados, el llamado Malior, quien aportó algo de esperanza al grupo cuando, ya reunidos todos con carácter de emergencia en la Sala Mayor de la Muralla de Tirië, y expuestas las razones de la presencia allí de los extranjeros llegados en el dirigible, anunció:

—Lo que voy a decir es una idea algo peregrina, entendedme bien; pero pienso que quizá podríamos hacer uso de nuestras habilidades para contener la Esencia de manera que podríamos enfocarla hacia el Orbe. Es posible que eso potenciara la fuerza vital de Athnariel y su Luz, y con eso pudiera expulsar la sombra que lo ha infestado. Creo que es una posibilidad.

—No suena mal —dijo Daradoth.

—Demasiados "quizá" y "es posible" para mi gusto —sentenció Symeon, una vez que Arakariann acabó de traducir las palabras del Malior—, pero no lo podemos descartar.

—La otra posibilidad que tenemos —continuó Daradoth—, y que nos propuso alguien que no viene al caso, es acudir a los hidkas. ¿Por ventura no sabréis de qué forma ellos podrían ayudarnos?

—Sinceramente, no —dijo uno de los Consejeros—. Los hidkas tienen una conexión con... con la realidad, supongo... que escapa a la comprensión del resto de razas.

—Siendo así, ¿tenéis idea de cuánto tiempo os podría llevar preparar la ceremonia?

—Pues.. habría que realizarla en uno de los nodos menores de la montaña, claro... y habría que decidir cuántos de nosotros tendrían que contener... y cuántos enfocar... y cómo tratar el Orbe para...

Dejando a los Consejeros para discutir los detalles y convocando otra reunión para la mañana siguiente, el grupo se retiró a descansar. Yuria, sobre todo, estaba destrozada por el esfuerzo que le había supuesto guiar el Empíreo durante la travesía.

Mientras Daradoth se encontraba compartiendo unos momentos de intimidad con Ethëilë, Arëlen, otra de las hermanas del llanto que les habían pedido viajar con ellos, se acercó e hizo un aparte con el elfo. Tras expresarle su profundo agradecimiento por haber accedido a sacarlas de allí, añadió:

—Disculpad mis palabras, mi señor Daradoth... sé que no es habitual la franqueza entre los Primeros Nacidos, pero... dado vuestra... historia, creo que seréis comprensivo. ¿Pensáis viajar a Doranna?

—Pues, no a corto plazo... ¿por qué lo preguntáis?

—No... es que... tenía la sensación de que pensabais volver en breve. Ethëilë me ha contado vuestra historia, y quiero que sepáis que contáis con todas mis simpatías.

—¿Sobre qué? ¿A qué os referíais?

—A vuestro amor y a vuestra desventurada historia, claro, ¿a qué, si no? —sonrió.

—Por supuesto —sonrió Daradoth a su vez, comprendiendo más o menos las intenciones de su contertulia.

—Tenéis que entender que, veros con lord Eraitan —"vaya, vaya, así que lo ha reconocido", pensó Daradoth—, pues... me haya sorprendido. Y me planteó ciertas... expectativas. Más cuando vos parecéis ser quien lo guía, y no él a vos. No me malinterpretéis, por favor.

—Eso es decir mucho, Eraitan nos acompaña en nuestro viaje, no es que le pueda...

—Eso mismo —lo interrumpió Arëlen—. Vos viajáis y él os acompaña. A eso me refiero. Y da esa sensación.

—No sé dónde queréis llegar a parar.

—Solo eso, en que tenéis todas mis simpatías... en todos los aspectos —lo miró de medio lado—. Y si necesitáis una reclamación, o quizá un título para... afianzar vuestra posición, o... bueno, ya me entendéis.

El corazón de Daradoth se aceleró. Pero tenía que tener cuidado; estaba seguro de que Ethëilë no le había contado nada sobre sus aspiraciones políticas, y Arëlen lo había tenido que deducir por sí misma. Extremadamente perspicaz.

—Tenéis mi agradecimiento —"Nassaroth bendito, espero que no se note demasiado mi anhelo"—. Si me ofrecéis eso, es porque debéis de tener buenas influencias... ¿quién sois? Contestad sin rodeos, pues.

Arëlen pensó mucho sus palabras. "¿Acaso se arrepiente?"

—Muy bien, creo que la recompensa compensa el riesgo con creces. Os voy a decir mi nombre, uno que no he pronunciado desde hace varios siglos. Mi nombre es Arëlieth. La reina Arëlieth.

¡La reina Arëlieth Saënathir, la esposa del rey Dagaeroth de Harithann! A Daradoth, dado lo pésimo estudiante de historia que había sido, le sorprendía recordar aquel dato.

—Veo por vuestra expresión que conocéis mi historia —dijo ella—. Sí, caí en desgracia a instancias de lady Angrid, acusada de envenenar a mi esposo, que Rokoras lo tenga en su gloria, y mi reino, Harithann, fue después dividido en dos: Rechelorn y Harganath. Maldita sea por toda la eternidad.

—Pensaba que habíais muerto poco después de vuestro marido, y por eso había estallado el problema sucesorio.

—Pues aquí me tenéis, y os aseguro que cualquier acusación fue falsa.

Daradoth comenzó a hacer una reverencia, reconociendo en su interlocutora a una reina.

—No hagáis eso, ni se os ocurra —le urgió ella—. Como os decía, básicamente fui víctima de una trampa. Mi familia, el Consejo, y aquel maldito Mediador me dieron a elegir entre la muerte o un exilio eterno de recogimiento. Todos creyeron que envenené al rey.

—Siento mucho vuestro destino.

—Quiero que sepáis que me ha costado mucho decidirme a revelaros esto. Estoy quebrantando el Juramento sagrado de Renacimiento diciéndoos esto, pero mi ansia de venganza es mucho mayor que cualquier temor que pueda sentir. Ni siquiera la muerte me detendrá.

Tras unos segundos de silencio, Daradoth continuó:

—Quiero agradeceros vuestra confianza, lady Arëlieth, y aseguraros que no será traicionada. Sin embargo, aunque coincido en vos con que Doranna necesita un cambio profundo y no está bien dirigida, Eraitan no tiene nada que ver con ninguna de mis... aspiraciones.

—Así que me confirmáis que las tenéis. —Daradoth afirmó con la cabeza—. Me alegra oír eso. Juntos podremos acabar, primero con esa serpiente de Angrid, y después quién sabe. Si necesitáis abolengo o una reclamación, estoy dispuesta a ofrecerme a vos en esponsales.

—Pero...

—No pretendo sustituir a Ethëilë, esto sería una mera alianza política hasta conseguir nuestras metas. Tenemos mucho que ganar.

—Dejadme pensar en ello. Ahora mismo el mundo entero depende de nosotros...

—He esperado ocho siglos. No me importa esperar unos cuantos meses, o años, más.

Daradoth se despidió de "Arëlen" sintiéndose embriagado. Parecía que el Universo conspiraba para facilitarle las cosas. Pero de momento, decidió aplazar tal asunto hasta que pudieran resolver el asunto de los insectos demoníacos. Pero no pudo ocultar el contenido de la conversación a su amada Ethëilë, que se mostró interesada por lo que habían hablado. Daradoth se lo contó, preocupado porque parecía que se había dado cuenta de lo que pretendía.

—Ten cuidado, Daradoth —le dijo su amada—. Ya sabes cómo son las intrigas de Doranna. Muy peligrosas.

—Lo tendré, pierde cuidado, amor —le contestó—. Lo que realmente me preocupa es que haya podido darse cuenta de mis anhelos más internos, por mucho que intento ocultarlos.

Ethëilë pensó durante unos instantes.

—Bueno, no te preocupes tanto. Yo diría que en eso, la hermana Ilwenn ha tenido algo que ver... sé que ve cosas cuando mira a la gente, que a veces puede llegar a interpretar. Es una especie de vidente. Seguramente ha sido ella la que le ha dado las pistas necesarias para llegar a esa conclusión.

—Vaya... una sorpresa tras otra.

—Sí. Ten cuidado, solo pido eso.

—Claro que sí —Daradoth no pudo evitar estrecharla entre sus brazos y besarla.

Al día siguiente se volvió a reunir el cónclave de capitanes para discutir sobre sus asuntos internos y de nuevo sobre el proceso que haría falta para recuperar a Athnariel. El grupo desconectó de las conversaciones extremadamente técnicas (o quizá sería mejor decir esotéricas) porque era imposible seguir las divagaciones de los Consejeros. De vez en cuando interrumpían las diatribas para preguntarles por ciertos detalles, como que el arcángel pudiera sentirse atacado o que el poder implicado pusiera en peligro a alguno de ellos. Lo que parecía claro es que necesitarían al menos 80 airunndälyr para realizar el proceso, y este debería ser llevado a cabo en un lugar con la suficiente concentración de Esencia. Alguien propuso algo llamado "la cumbre de Sikthar". Finalmente, Daradoth fue quien hizo la pregunta más definitoria:

—Si el proceso saliera mal, ¿qué podría pasar? ¿Se podría dañar el Orbe?

—No lo creo —respondió uno de los Consejeros.

—Pues yo creo que no es descartable —rebatió Malior.

Esto cambiaba las cosas. No podían arriesgarse a que el Orbe sufriera algún daño o incluso fuera destruido.

—Destruir el orbe —contestó otro consejero—, sería el equivalente a matar a Athnariel. Y nunca he oído que se pueda matar a un arcángel.

—¿Qué pensáis, Eraitan? —susurró Daradoth al príncipe.

—Normalmente no me arriesgaría a dejarlo en manos de esta gente, pero es cierto que parece imposible que un arcángel pueda morir por efectos terrenales, así que quizá valga la pena intentarlo.

Decidieron que llevarían a cabo la "ceremonia" para recuperar a Athnariel. Los airunndälyr estimaban que les llevaría aproximadamente cinco días la preparación, el traslado y la ejecución. Se pusieron manos a la obra.

Sin embargo, Galad prefirió asegurarse. Esa noche, pidió la inspiración de Emmán al respecto del proceso de "purificación" de los airunndälyr, sin mucha esperanza de que su dios contestara. Pero sí que lo hizo.

Volaba sobre un gran valle, que se encontraba en la vasta falda del volcán. Fumarolas de azufre expulsaban su vapor aquí y allá. Una loma dominaba la escena, en cuya ladera había esculpida una efigie, irreconocible por los siglos de desgaste y temblores. La cumbre de Sikthar. En la cima de la loma, docenas y docenas de figuras encapuchadas con túnicas blancas, brillando con una luz cegadora y formando filas concéntricas, orando en voz alta. En el centro de la multitud una figura humanoide enorme, encogida en cuclillas y con unas formidables alas replegadas alrededor de su cuerpo, parecía sufrir indeciblemente. Los sentidos de Galad vibraban debido al poder desatado a su alrededor, y su cuerpo ausente se quejaba del esfuerzo al que las brutales corrientes de aire, y quizá de algo más, lo estaban sometiendo. La multitud encapuchada extendió las palmas de sus manos hacia Athnariel ("pues, ¿quién más podría ser?") y Galad perdió la visión por un momento. Al instante, la tierra empezó a temblar, y los oficiantes comenzaron a perder pie. Grietas enormes se abrieron en la falda de la montaña, engullendo a varios de los encapuchados, que por doquier caían inconscientes. Una enorme explosión sacudió al arcángel, que en una cascada de energía salió despedido hacia arriba, hasta que se perdió en lo alto. La loma acabó de hundirse del todo en las profundidades de la tierra, mientras los encapuchados que quedaban conscientes gritaban aterrorizados.

Galad corrió a reunir a sus compañeros. Les contó con todo lujo de detalles el sueño inspirado por Emmán.

—No me parece buena idea seguir con esto —anunció.

—Pero —objetó Symeon— a mí  me parece un sueño muy simbólico, por lo que nos cuentas, Athnariel es liberado, aunque a un coste muy alto.

—Creo que no nos podemos permitir pagar ese coste —dijo Daradoth.

—Yo tampoco —coincidió Yuria—. Si esta gente es tan importante para mantener la Esencia controlada, podemos poner en peligro a toda Aredia si hacemos que salgan mal parados en el proceso.

—Por mi parte, confío plenamente en los sueños que me inspira mi señor Emmán, creo que ya nos ha ayudado en muchas ocasiones y nunca nos ha decepcionado —zanjó Galad.

No tardaron en transmitir sus temores a los capitanes, haciendo énfasis en la fiabilidad de la inspiración que Emmán ya había proporcionado a Galad en repetidas ocasiones. Así que estos se mostraron conformes cuando el grupo decidió no llevar a cabo la ceremonia y en su lugar recurrir a la opción de los hidkas.

Así que, tras despedirse de Tirië y el resto de los capitanes y agradecerles encarecidamente su ayuda (y dejando abierta la posibilidad de volver si los hidkas resultaban no ser la solución), procedieron a pertrechar el Empíreo y a preparar el viaje.

—Tras evaluar todas las opciones —anunció Yuria—, creo que lo mejor será sobrevolar el mar Mirgaer, entrar sobre los llanos de Arandel y llegar a Eryn'Mauthrän. Así evitaremos las zonas más pobladas.

—Sea, pues. Adelante.

Doranna


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