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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

domingo, 31 de diciembre de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 11

El Fin de las Conferencias. Prosigue la Búsqueda.

Galad, Daradoth y Yuria se dirigieron unos minutos después al interior de la Biblioteca de nuevo, mientras Symeon dormía en su celda de la residencia de los Maestros del Saber. Los bibliotecarios no les pusieron pegas más allá que enarcar alguna que otra ceja al ver el creciente tráfico nocturno de las últimas noches.

Intentando averiguar cómo era posible que las gemas que portaban los fieles a Ashira funcionaran allí dentro, Galad intentó activar su anillo de luz. El poder pareció evaporarse al hacerlo.

—Estoy totalmente confundido con esto —dijo Daradoth.

—El caso es que no tenemos ningún objeto parecido a esos, que parecen estar siempre activos —sugirió Galad—. Es mejor no preocuparnos más por eso.

Aun así, Daradoth insistió en hacer alguna prueba más, utilizando algún hechizo en el exterior que permaneciera activo al entrar en el edificio. Efectivamente, el hechizo de invisibilidad que utilizó, se disipó en cuanto atravesó el umbral.

—Haríamos mejor preguntándonos qué es lo que está buscando Ashira con la ayuda de los sapientes —cortó Yuria—. Recuerdo que en tu sueño viste una especie de baúl con la superficie estrellada..

—Del que emanaba una sensación maléfica, sí —corroboró Galad.

—Quizá estén buscando una llave para ese "baúl", que ya sé que es algo simbólico —insinuó Daradoth—, pero también puede serlo la "llave". ¿Creéis que es un objeto?

—No lo sé —contestó Galad—, pero quizá no tiene que ser algo material, sino quizá una especie de... fisura en la Vicisitud. Algo así. Tendremos que hablar con Symeon de esto.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Vamos hacia dentro? —propuso Yuria.

—Creo que no serviría de nada, es casi imposible que vuelva a encontrar el sitio donde sentí el frío y la caída, y los sapientes estarán ya lejos.

—¿Crees que es posible que el interior de la biblioteca cambie? Físicamente, quiero decir. No sé si os habéis fijado, pero es evidente que el interior parece más grande aún que el exterior, que ya es enorme de por sí.

—No sabría responder con seguridad a eso. Pero es muy posible, sí.

—De ahí que hasta los propios bibliotecarios tengan dificultades para encontrar algo aquí dentro —añadió Daradoth.

Decidieron que lo mejor era retirarse a descansar para estar frescos el día siguiente, el día en que Daradoth cerraría su triunfal (y accidentado) ciclo de charlas. Por su parte, Symeon volvió a soñar, como siempre que dormía en la residencia de los sapientes. Soñó que era invierno, en una estancia en sombras y —una percepción nueva— atestada de libros; y notaba cómo la nieve caía sobre él a pesar de estar en un sitio cerrado. De repente, la nieve se abrió a sus pies, y empezó a caer... a caer sobre algo que luego no pudo recordar con claridad. Solo recordaba una clara sensación de amenaza, y que lo que fuera aquello, además de ser extremadamente peligroso, albergaba muchas respuestas. Así se lo refirió a sus compañeros cuando volvieron a reunirse por la mañana en la sala de estudio con Aythara y los demás.

Galad, Yuria y Daradoth también compartieron lo poco que habían averiguado la noche anterior, y el paladín compartió con los demás unas nuevas sospechas de que lo que realmente buscaban sus rivales era alguna especie de rasgadura en la realidad que les permitiría acceder a una parte oculta de la Biblioteca. No había ninguna solución inmediata, así que volvieron al análisis de los pergaminos. Antes de la hora de comer solamente pudieron descartar uno de ellos, extremadamente abstruso, y después se dirigieron hacia la escalinata para llevar a cabo la que tenía que ser, presuntamente, la última conferencia.

La colina estaba abarrotada. Había más gente que nunca, expectante, con los reyes en su estrado privilegiado. Anak Résmere se encargó de la introducción, como siempre, excelsa, y a continuación potenció la voz de Daradoth. La conferencia transcurrió plácida, con Yuria, Galad y Symeon tomando algo más de protagonismo que en las anteriores, y todos se encargaron de mantener el tirón metafísico en un nivel que no hiciera que la realidad se viera alterada en demasía, pues ya habían visto lo que sucedía en tal caso con los Mediadores. En varias ocasiones la multitud aplaudió y rugió ante la arenga de los héroes de la Luz. Y ya transcurridas varias horas, el rey pidió la palabra:

—Ha sido un gran placer escuchar a lord Daradoth y sus compañeros hablar en favor de la Luz, y, por supuesto, puedo aseguraros que Sermia siempre se opondrá a Sombra y sus engendros. —Hizo una pausa, con su voz potenciada puesta a prueba por los vítores de la audiencia—. Además, quiero anunciar que uno de los bardos reales, Anak Résmere, y la duquesa Serilen, acompañarán a lord Daradoth en labores diplomáticas para tratar de trazar planes conjuntos si así lo tiene a bien. ¡Es mi esperanza que pronto veamos en tierras Sermias un gran ejército de legendarios elfos que nos ayude a prevalecer! ¡Salve, lord Daradoth! ¡Salve, Doranna!

El estruendo fue ensordecedor.

"¡Sí!", aclamó la masa. "¡Por la Luz! ¡Por la Luz!", coreaban. "¡Salve, lord Daradoth!", empezaron a rugir los acólitos. Pronto, miles de gargantas bramaban al unísono: "¡Salve! ¡Salve! ¡Salve, Daradoth! ¡Gloria a la Luz!".

El tirón se hizo tan fuerte que el grupo incluso se mareó. Pero entre todos pudieron reconducir el entusiasmo y evitar que se desencadenara algún suceso extranatural.

El final transcurrió entre innumerables apretones de manos, felicitaciones, gritos de ánimo y palabras amables por parte de bibliotecarios, sapientes, nobles, oficiales e incluso gente del pueblo. Por supuesto, como ya había venido siendo la tónica habitual en los últimos días, los cronistas del Ciclo de las Eras se acercaron a todos los miembros del grupo para recordarles su obligación de prestar testimonio de todo aquello que les requirieran.

Ya liberados, con la noche ya caída desde hacía un buen rato, se dirigieron a la Biblioteca acompañados por Faewald.

—Esta noche vencía el plazo para que Ashira saliera de Doedia —dijo Galad—. ¿Creéis que todavía estará por aquí? Recordad que es protegida del duque Datarian, y que este es miembro del Pueblo del Rey de Reyes. —Sintió un escalofrío cuando hizo una más que preocupante asociación de ideas—: Quizá la haya refugiado también en el monasterio donde se encuentran mi padre y los demás.

—El duque Datarian tiene multitud de propiedades, Galad —lo tranquilizó Yuria—; no creo que el monasterio se le haya ni pasado por la cabeza.

—Es más probable que se encuentre en la biblioteca —manifestó Symeon.

—Veo difícil que le hayan permitido entrar...

Las palabras de Daradoth fueron interrumpidas por el errante:

—No es necesario que se lo permitan. Las habilidades de Ashira, como las mías, nos permitieron entrar en el pasado en multitud de sitios prohibidos. Y ahora, con los poderes que debe de tener, pues... Y por si eso fuera poco, le bastaría con que los Maestros del Saber le permitieran el acceso a la residencia. Además de la entrada principal, desde la residencia hay un acceso directo al complejo, menos vigilado; y creo que en las oficinas de los bibliotecarios hay otra, y quizá más, aunque casi siempre cerrada. Así que si me preguntáis, sí, es probable que se encuentre en la biblioteca.

—Aun así —dijo Daradoth—, contactaré con el Empíreo y les pediré que sobrevuelen el monasterio para que te quedes más tranquilo Galad. Si a Yuria le parece bien, claro.

—Sí, por supuesto.

Un rato después, el capitán Suras les informaría de que el monasterio se encontraba tranquilo y en perfecto estado, para alivio de todos.

En la biblioteca, procedieron a adentrarse hacia las profundidades con la guía de Symeon. Pronto, dejaron atrás los libros y los pergaminos, y avanzaban entre tablillas de arcilla. Y en un momento dado, en el silencio reinante, con el único sonido sordo de sus pasos, oyeron voces. Symeon fue el único que entendió las quedas palabras, pues quien fuera el que hablaba en susurros, lo hacía en idioma minorio.

—Creo que deberíamos avanzar por aquí —dijo la voz, masculina.

—No, es por este otro camino —lo cortó tajantemente una voz de mujer.

«Ashira», pensó Symeon, reconociendo la voz al instante.

—Ya os lo había dicho —susurró el errante a sus amigos—. Ashira está aquí.

Continuaron su camino extremando sus precauciones. Daradoth empuñó su espada, en previsión de algún encuentro indeseado. Todos notaban cómo el cosquilleo en su nuca había ido en aumento, esa sensación extraña que habían sentido desde que habían llegado al complejo. Empezaron a ver algunas zonas ya no construidas, sino excavadas en la roca. «¿Cómo puede ser tan grande este lugar? Llevamos andando horas, es imposible», pensó Yuria.

La guía firme de Symeon ya no lo parecía tanto, y ahora parecían retroceder hacia zonas menos antiguas de la construcción.

—Maldición —profirió en voz baja Symeon—, es como si algo nos impidiera avanzar. ¿Lo notáis?

—Yo sí —concordó Daradoth. El resto permaneció en silencio.

—Creo que tendremos que manipular los hilos de la Vicisitud si queremos encontrar algo.

—¿En un lugar tan inestable? —planteó Yuria—. Recordad lo que pasó la última vez...

—Ashira nos lleva ventaja. No veo otra solución para...

De repente, todo pareció dar vueltas a su alrededor. Daradoth calló de rodillas, presa de unas náuseas incontrolables, una sensación desconocida para él. El resto tuvo que apoyarse en paredes o estanterías para evitar caer. Por suerte, la sensación solo duró unos segundos. Pero justo a continuación, el suelo tembló levemente bajo sus pies. Levemente pero de forma clara y rotunda.

—¿Veis? —preguntó Symeon—. Está ocurriendo. Debemos alterar la Vicisitud.

—No —se opuso Galad—. Es demasiado arriesgado. Sigamos intentando avanzar.

Continuaron caminando a la luz de los faroles durante un rato, hasta que llegaron a una nueva bifurcación. Una bóveda a la izquierda, y un pasillo con estanterías a su derecha. De repente, un nuevo mareo se apoderó de ellos, y la bóveda pasó a estar a la derecha y el pasillo a la izquierda. Daradoth abrió mucho los ojos, puso una mano en su nuca y cayó de bruces, debido al subidón de Sombra que notó de repente. Todos se arremolinaron alrededor de él, preocupados, pero el trance duró solo unos instantes.

—He... he sentido la presencia de sombra como nunca antes —jadeó.

—Ashira está manipulando la Vicisitud, seguro —advirtió Symeon—. No digo que hagamos lo mismo, pero al menos intentemos concentrarnos para discernir... no sé, algo, algo que nos guíe si puede ser.

Daradoth apoyó esta vez la sugerencia del errante, y pronto convencieron a los demás de la urgencia de intentarlo, sin alterar nada de la realidad, sino solo intentando percibirla.

No tuvieron éxito. El agotamiento había hecho mella profunda en ellos. No tuvieron más remedio que sentarse a descansar.

Tras varias horas, reanudaron su camino, y esta vez consiguieron llegar a un nivel más profundo que cualquier otro donde hubieran estado antes. Las tablas de arcilla dieron paso a las de madera, la mayoría de ellas en pobre estado de conservación. Los pasillos y las grandes estancias parecían excavados, no construidos. Casi naturales. El peso de los siglos se notaba alrededor. Pero todo seguía siendo igual de laberíntico, y la comezón de sus espaldas había aumentado.

Llegaron a una estancia cortada por un derrumbe. Cuatro cadáveres se encontraban echados en el montón de roca y sus alrededores, algunos atrapados por los cascotes, otros no. El vello de sus cogotes se erizó cuando se acercaron. Los cuerpos parecían haber sido consumidos por las llamas. Y todos ellos lucían una balanza dorada soldada de alguna manera a los huesos de sus muñecas.

—Cuatro mediadores. Maldición —profirió Galad.

—Esto debe de ser lo que notamos hace unas horas —Daradoth apretaba el puño de su espada—. Claramente han sido víctimas de hechizos. Voy a probar si aquí tiene efecto nuestro poder.

El elfo intentó ejecutar un sortilegio simple. Pero al realizarlo, todo su poder pareció irse por un sumidero, escapando de su ser por la punta de sus dedos. Se derrumbó, con la consciencia abandonándole. Por suerte, Galad pudo recogerlo y dejarlo en el suelo con suavidad.

En ese momento, llegó el frío implacable, se vieron sepultados por una repentina avalancha de nieve, y el suelo se abrió bajo sus pies. Symeon notó cómo se le congelaban las manos y los pies mientras caían. Cayeron al vacío infinito y a la oscuridad más absoluta durante una eternidad. Allá abajo les esperaban todas las respuestas, pero también el final. Si es que había final. Fueron presa de la desesperación, aturdidos y en zozobra. Gritaron y lloraron. Maldijeron su mala suerte, bramando improperios, hasta que se resignaron y cayeron en absoluto silencio. Symeon notaba el final a su alcance, pero no podía evitar un pensamiento repetitivo: «Está cerca, pero no es el momento. No es el momento. No es el momento».

Despertaron a la luz de los faroles en el suelo de una sala con estanterías de pergaminos. Les dolía el cuerpo, debían de haber pasado horas tendidos en la dura piedra. Pasados unos minutos de dolorosos estiramientos, finalmente Symeon recordó sus últimos pensamientos en aquel... ¿sueño?

—Mientras caíamos, no podía evitar pensar una y otra vez que "no era el momento" —relató a sus amigos—. Espero que tampoco lo haya sido para Ashira.

—¿Qué crees que puede significar? —preguntó Yuria.

—Ni idea, pero creo que es importante. Muy importante.

Decidieron salir de allí. Les costó un largo tiempo, pero finalmente encontraron a un bibliotecario que los guió al exterior. Ofrecían una estampa lastimosa, pues el dolor y el agotamiento se reflejaban en sus rostros. Al salir de la biblioteca, el sol estaba bajo, y preguntaron a uno de los guardias qué día era. Extrañado, les respondió que la última conferencia de lord Daradoth había sido el día anterior. Habían pasado casi una jornada entera allí dentro. Se retiraron a descansar.

De vuelta a palacio, con los demás ya dormidos, Daradoth tomó una decisión. Se concentró profundamente, e intentó sentir los "hilos" de la Vicisitud, como ya habían hecho en alguna ocasión en el pasado.

Tuvo un éxito total.

Las fibras de la existencia vibraron claramente en los límites de su percepción. Innumerables, inabordables en su extensión. Las fibras formaban hilos; los hilos, nudos; y estos, tapices enteros en todas las dimensiones del espacio y del tiempo, y quizá alguna más. Daradoth frunció el ceño al concentrarse en cada una de las fibras fundamentales por separado, y comprender una verdad primordial. «Todas están compuestas enteramente por Luz o por Sombra», pensó. «Cada hilo se compone enteramente de fibras que individualmente son completamente luminosas o sombrías. Así que esto es la realidad, la lucha eterna». Percibió los millones y millones de fibras que se entrelazaban con su ser, y también las que lo componían en sí mismo. Vibraban de forma intensa, casi emitiendo un sonido, una música trascendental, y la melodía de Luz y la de Sombra se superponían, avanzaban y retrocedían. Se sintió tentado de cortar las fibras que componían la herida de su muslo, todas ellas compuestas por completo de Sombra. Pero no se atrevió; cortar fibras podría soltar también otras, y tener efectos profundos en su ser y en su entorno. Decidió dejar las cosas como estaban, apreciando íntimamente el conocimiento adquirido.

Entre tanto, Galad pidió la inspiración de Emmán para soñar con "lo que había al final de la caída". Y su señor, como casi siempre, respondió.

Galad se vio a sí mismo en un cementerio, con una sensación de pérdida infinita. Estaba ante cuatro tumbas, bajo un sol ceniciento y apagado, que apenas alcanzaba para iluminar el mundo. En las lápidas estaban grabados su nombre y los de Yuria, Symeon y Daradoth. Alrededor del cementerio, a lo lejos, se veían jirones de sombra por doquier. Un par de enormes engendros de Sombra como los que ya habían visto en los santuarios de Essel se encontraban entre los jirones, semiocultos por una bruma oscura que lo envolvía todo. Un mundo de sombra y oscuridad.

Despertaron antes del amanecer, presas de un apetito voraz tras la agotadora jornada pasada. Daradoth aprovechó el desayuno para contarles su descubrimiento sobre los hilos de Luz y Sombra, y Galad para relatarles su sueño.

—Tengo muchas dudas sobre el sueño, porque no sé si eso es lo que pasa si llegamos, o si no llegamos, o si pasa de todas formas —dijo Galad.

—Sí, es críptico —afirmó Daradoth.

—Mi pregunta fue qué había al final de la caída, no qué pasaría si llegábamos, por eso estoy tan confundido.

Compartieron ideas durante un rato, pero no encontraron ningún camino claro a seguir.

—Es posible que no tengamos que acceder nosotros, sino evitar que Ashira acceda, o que nadie acceda nunca —sugirió finalmente Galad.

—¿Y no es posible que nuestro señor Emmán esté errado?

—Hasta ahora creo que no ha habido error alguno en sus inspiraciones.

—¿No puede ser que Emmán tenga sus propios intereses en este tema? —dijo Daradoth.

—Es preferible no blasfemar —le advirtió Galad, airado.

—Desde luego, no queremos un mundo como el que ha descrito Galad —zanjó Symeon—. Creo que nos ayudaría que buscaras la inspiración de Emmán con algunas preguntas más.

—Claro, haré todo lo posible —contestó Galad—. Y, por otro lado, creo que tendríamos que denunciar la presencia de Ashira en la biblioteca a los reyes. Al fin y al cabo, está vulnerando el edicto de expulsión, y quizá puedan detener con esa excusa a los sapientes que la están ayudando.

—Sí, eso deberíamos hacerlo inmediatamente —coincidió Yuria, más animada al tratar sobre asuntos mundanos que sí podían controlar—. Y habría que dedicarle un poco más de atención al duque Datarian, que me parece que puede ser un peón muy importante en todo este juego, y no lo estamos teniendo en cuenta.

Galad y Yuria se dirigieron rápidamente a intentar ver a los monarcas mientras Symeon y Daradoth partían para proseguir su labor con los pergaminos. La reconstrucción del palacio después de la destrucción causada por el terremoto ya estaba bastante avanzada, y, como siempre que Yuria quería ver a los reyes, se le dio preferencia sobre todas las demás audiencias programadas; así que en cuestión de una hora escasa se encontraron con ellos.

Denunciaron la presencia de Ashira en una zona muy profunda de la biblioteca, y el rey Menarvil les aseguró que tomarían todas las medidas necesarias, incluyendo a los Maestros del Saber que la estaban ayudando, y cuyos nombres Galad y Yuria se encargaron de dar a uno de los escribanos. Después de eso, Galad sacó otro tema a colación:

—Por ventura, ¿habéis hablado recientemente con el duque Datarian? —preguntó, diplomático como siempre.

—No lo hemos visto desde que salió herido desde el accidente en la conferencia de lord Daradoth —informó la reina Irmorë.

—¿Y creéis que sería posible que lo visitáramos? ¿O quizá convocarlo a palacio?

—Según los reportes de sus servidores, está en buen estado, y sus heridas no revisten peligro. Ya estaba pensando en convocarlo, así que podemos hacerlo, sí.

—Os lo agradezco profundamente —Galad hizo una pequeña pero efectiva reverencia—, pues nos preocupa sobremanera que pueda haber sido manipulado de alguna forma por Ashira, sobrenaturalmente o no. Necesitamos saber lo que tiene que decir.

—Muy bien —intervino de nuevo el rey—, convocaremos al duque mañana mismo. E interrogaremos a esos sapientes que han ayudado a una fugitiva.

Durante toda la conversación habían estado presentes varios consejeros en materia legal del rey, que habían intervenido en varias ocasiones, y tras deliberar entre ellos ante algunas sugerencias que dieron Yuria y Galad, uno de ellos no tuvo más remedio que tomar la palabra:

—De momento es imposible arrestar a ninguno de los Maestros del Saber, mientras no se demuestre su traición. Y respecto a poner guardias en el acceso de su residencia a la biblioteca, tampoco nos parece una buena idea; evidentemente, sus majestades son los que tienen el poder absoluto sobre tales decisiones, pero los acuerdos con el personal de la biblioteca y los sapientes son complejos, y sería adecuado evitar de momento cualquier roce en ese sentido.

De todos modos, el paladín y la ercestre se dieron por (muy) satisfechos con la convocatoria del duque y la promesa de investigación del rey; así que con esto se dio por terminada la audiencia.

Reunido de nuevo el grupo al completo a la hora de comer, discutieron sobre cuál debería ser su curso de acción recordando el sombrío sueño inspirado por Emmán, las sensaciones que Symeon había tenido cuando se habían sentido caer al abismo infinito y la experiencia de Daradoth con los hilos de la Vicisitud. Y por supuesto, con los acontecimientos de la noche pasada y el descubrimiento de los cadáveres de los mediadores.

—No creo que el sueño de Emmán sea una verdad absoluta —afirmó Symeon—, sino una posibilidad que puede ocurrir dependiendo de nuestras acciones.

—No lo sé —contestó Galad—, mi pregunta fue muy concreta: "qué hay al final de la caída", no le pregunté qué podía ocurrir al llegar ni nada parecido. Fue muy concreta.

—De acuerdo. Pero, en cualquier caso, creo que lo que deberíamos hacer sin ningún género de dudas es detener a Ashira para que no sea ella la que desate lo que sea que hay en la biblioteca.

—El problema es que no somos rival para ella allí adentro —manifestó en tono sombrío Daradoth—. Ya visteis lo que pasó con ese puñado de mediadores.

Tras unos segundos de silencio, Galad continuó:

—Recordad que Ashira compartió nuestra visión cuando nos cruzamos en palacio, con los seres reptilianos y los mediadores. Creo que estamos de acuerdo en que ella también es un nudo de Vicisitud, igual que nosotros. Y también creo que ha estado jugando con ese poder mucho más que nosotros. No es descabellado pensar que fue ella quien acabó con los mediadores. Sus acompañantes seguro que son gente poderosa, pero creo que en las profundidades de la biblioteca son tan inofensivos como nosotros; ella es el verdadero peligro, pues temo que controla sus capacidades como nudo mucho más que nosotros. Si me preguntáis, no creo que estemos preparados para un enfrentamiento con ella.

—¿Entonces, qué sugieres?

—Dificultarle todo lo posible la búsqueda, como hemos hecho hoy denunciándola ante los reyes, mientras obtenemos algunas respuestas más o ganamos algo más de soltura con nuestras... habilidades. Con la gracia de Emmán.


—Pues yo creo que tendríamos que ser algo más agresivos —planteó Yuria—. Si no con Ashira, con sus sapientes, o con sus ayudantes.

—Y, como bien ha sugerido Galad, también necesitamos aprender a alterar la Vicisitud —dijo Daradoth—. Para tener las mismas armas que ella.

—Eso no sé si es una idea del todo inteligente. Ya hemos visto lo que pasa al manipular el tapiz, y no me gusta nada. Debería ser nuestro último recurso.

—Recordad lo que nos dijo la propia Ashira —añadió Symeon—. Cuenta con conocimientos antiguos proporcionados por la Sombra, incluso ha hablado con alguien sobre el origen de mi pueblo. Seguramente cuenta con el favor de algún kalorion. O de varios. Espero que esa sensación que tuve de que «no era el momento» sea válida también para ella; pero no podemos saber cuándo será el momento. Quizá ella ya lo sepa —terminó en voz más baja.

Aquella misma tarde, en la biblioteca, Symeon siguió con la labor de descarte de pergaminos. Yuria, exasperada por el tedio de la tarea, decidió que ya había aprendido lo suficiente como para tomar un rol más activo en el análisis, y así lo hizo. Esa jornada descartaron cuatro de los pergaminos estudiados. Uno de ellos resultó ser especialmente interesante; aunque no tenía nada que ver con el ritual que estaban buscando, lucía unas runas dibujadas con alguna sustancia extraña que albergaban poder. Symeon lo apartó, convenientemente, a la espera de poder estudiarlo con más detenimiento en el futuro.

Entre tanto, Galad y Daradoth aprovecharon para hacer una visita al monasterio. El paladín estaba preocupado por el bienestar de su padre tras sacarlo de Ercestria, y sentía que debía tratar de verlo más a menudo. Cabalgaban al trote junto a Faewald y un puñado de guardias reales por el camino del noroeste cuando un grupo de jinetes se aproximó en dirección contraria, viajando hacia Doedia. No era extraordinario cruzarse con viajeros en aquel camino, que se ramificaba en gran número de sendas, y de hecho ya se habían cruzado con varios grupos en el poco rato que llevaban montando a caballo. Pero algo en este grupo les llamó la atención. Se componía de ocho jinetes, casi todos con la capucha de viaje echada para protegerse de la fina lluvia, excepto dos. El que iba en cabeza, que no llamaba especialmente la atención excepto por un profuso bigote, y otro de ellos. Este último, cuya capucha parecía haberse caído por el movimiento, lucía un rostro enjuto y muy pálido, con unos ojos fijos en el camino que transmitían una especie de crueldad que Galad no habría sabido muy bien explicar. En un costado del cuello lucía un tatuaje extraño, lo que se podía ver parecían varias puntas de una estrella acabadas en una especie de flecha.

—¿Os habéis fijado? —dijo el paladín—. Son muy parecidos a los que acompañaban al Ra'Akarah en...

Galad interrumpió su frase, viendo que Daradoth se había quedado rígido sobre el caballo, girándose para mirar a los jinetes, y si no hubiera sido por la intervención de Faewald, que sujetó las riendas, habría caído de su corcel. Se detuvieron más adelante, ya con el grupo de jinetes fuera de la vista entre la lluvia.

—Ese... ese hombre —dijo Daradoth, sintiendo todavía algo de náuseas—, el del bigote, el que iba en cabeza, era pura Sombra. Prácticamente todo él. Más aún que Ashira.

—¿Creéis que se dirigen a Doedia? —inquirió Faewald.

—Apostaría a que van a reunirse con Ashira —dijo Daradoth, ya recuperado de la impresión—, no sé si en Doedia, pero seguro que cerca. —Sacudió la cabeza—. En fin, los problemas de uno en uno, asegurémonos de que no han hecho escala en el monasterio.

Continuaron su cabalgada por el terreno ondulado, que pronto dio paso a un entorno más escarpado, lleno de cerros y colinas. Tomaron los dos desvíos de siempre y salieron al último camino, un sendero que daba acceso al edificio monacal. Allí todo estaba bien. Galad mantuvo en el claustro una larga conversación con su padre, algo desesperado por la inactividad, pero bien cuidado. El grupo de jinetes no había aparecido por allí, por suerte. Daradoth hizo lo propio con su amada Ethëilë y luego se unió a Galad para reunirse con Arëlen e Ilwenn,

—Perdonad la indiscreción, Ilwenn —empezó Daradoth—, pero... ¿ha cambiado de alguna forma lo que veis sobre nosotros? Si es que seguís viendo algo, claro.

La elfa lo miró fijamente, con aire ofendido.

—Ya sabéis que no me gusta hablar de lo que veo, Daradoth. Da lugar a acontecimientos... indeseados.

—Lo sé, pero estamos en un punto en el que es absolutamente necesaria vuestra ayuda. Hay alguien en la Gran Biblioteca, una enemiga, casi toda ella Sombra, que puede hacer que todo acabe. Y no me refiero solo a nuestras vidas, sino a todo. —Abrió los brazos—. Todo.

Ilwenn meditó durante unos instantes. Finalmente, habló.

—Sobre vos veo más o menos lo mismo, Daradoth: la espada y la corona ensangrentada. Sobre el hermano Galad, hasta ahora solo veía una grandiosa cruz y un cálido sol. Pero esa visión ha cambiado. Ahora veo sobre él unas alas de hiriente luz rojiza y una espada enorme, resplandeciente y magnífica, clavada sobre la tierra. —La voz le falló durante un instante—. Y la tierra sangra y se estremece.

jueves, 14 de diciembre de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 10

Buscando el Ritual. Y quizá Algo más.

Symeon se dirigió a hablar con Nerémaras, para pedirle ayuda. Le preguntó si conocía a algún erudito de confianza que fuera experto en idiomas e historia élfica, y el bibliotecario lo condujo sin dilación a las estancias de estudio y de investigación. Allí, tras recorrer algunas salas y hablar con algunas personas en demhano, llegaron por fin a un pequeño estudio donde había algunos jóvenes estudiantes y un sapiente, que lucía orgulloso su broche en forma de pergamino. Symeon lo reconoció como uno de los pocos Maestros del Saber que estuvieron presentes en su aceptación, Bradan. Al hablar, tenía un ligero acento que era irreconocible para el errante, pero debía de proceder del norte del continente. Y, para mayor sorpresa de Symeon, en el reducido grupo de estudiantes también se encontraba Aythara, una de los cuatro jóvenes que habían seguido a Daradoth desde el principio. «Prefiero no pensar en ellos como "acólitos"», pensó.

Nerémaras, Maestro Bibliotecario

El entusiasmo de la joven fue evidente. Bradan fue más comedido, pero también estuvo de acuerdo en ofrecer su ayuda, al igual que la mayoría del grupo de estudiantes.

—Eso sí, os agradecería que fuerais discretos con lo que tratemos en esta sala —dijo solemne Symeon.

—Por supuesto, sí, no os preocupéis, maese —aseguró Bradan. Symeon miró a los demás.

—Claro, perded todo cuidado, sapiencia; es el máximo honor ser de ayuda a vuestro grupo —contestó Aythara en representación de los muchachos.

Symeon trasladó su cofre de pergaminos hasta una sala adecuada con ayuda de los jóvenes, y se aprestaron a traducir e investigar. Poco después se sumaba a ellos el resto, Daradoth, Galad y Yuria. La ayuda de los eruditos aceleró en gran medida el proceso de estudio, pero aun así, este era farragoso en grado sumo, dada la naturaleza y forma de los escritos.

Galad, viendo que allí no iba a ser de mucha ayuda, aprovechó para visitar al resto de su comitiva en la posada El Arpa de Plata. Su padre, la dama Etheilë, Arëlen y los demás, le transmitieron su desesperación por estar metidos allí dentro llevando una vida casi de reclusión. Faewald y Galad se miraron, con un gesto de iluminación:

—No os preocupéis —dijo el paladín—, creo que puedo tener la solución.

En las horas siguientes, Galad tomó las medidas necesarias para trasladar a toda la comitiva hasta el monasterio de la orden de Sairethas, donde se había encontrado con el padre Ibrahim. Anak Résmere le facilitó todo el proceso, con ayuda de Stedenn Dastar, otro de los tres bardos reales. "Un hombre de total confianza en todo aquel asunto".

—Por cierto —aprovechó Galad para preguntar a los bardos—, he estado pensando en nuestra conversación de ayer, y estoy intrigado por saber con qué apoyos contáis para el... asunto del que tratamos.

—Es difícil para mí contestar a esa pregunta —dijo Anak—. Hay otras personas que os podrían dar más información, pero os puedo citar a varios nobles de Sermia, varios de Esthalia, y una multitud que evalúo en decenas de miles de personas. El respaldo en Sermia es considerable, pero mucho más potente será en Esthalia y en Ercestria. E incluso puede que en el Káikar.

—¿Y tenéis contacto con alguno de los nobles? ¿Sobre todo recientemente?

—Sí, con algunos. El más importante, el duque Datarian, el hermano de la reina.

Galad se quedó impactado por un momento.

—Pues espero que no le haya revelado nada de esto a Ashira —susurró—. Cuando acabe el plazo del edicto de expulsión decretado por el rey y ella se haya marchado, tendremos que contactar con el duque.

—Sí, ya vimos en la última charla de Daradoth lo peligrosa que es esa mujer.


Pocas horas más tarde, los miembros de la comitiva alojados en la posada fueron trasladados lo más discretamente posible al monasterio de Sairethas, a donde llegaron ya caída la noche. Allí, Galad dejó a Taheem para protegerlos, y volvió a palacio con Faewald.


Symeon durmió por segunda noche consecutiva en la residencia de los sapientes, anexa a la biblioteca. Y aunque la noche anterior no le había dado importancia, en esta ocasión se repitió el sueño que ya había tenido.

Notaba un frío intenso, era invierno. Nevaba, y le costaba avanzar debido a la capa de nieve que le llegaba hasta media pantorrilla. De repente, el blanco manto invernal se abrió a sus pies, y empezó a caer. Caía hacia un espacio que no sabría definir, un poco oscuro donde no veía nada. Pero cayó durante horas, durante semanas, durante siglos. ¿Milenios, acaso? De repente, notó como algo se acercaba rápidamente; o, más bien, cómo él se acercaba a lo que quiera que fuera, rápidamente. La mitad de su ser se rebeló contra ello, alertado por el peligro, pero la otra mitad anhelaba que llegara el contacto.

Despertó, aturdido por la sensación de caída eterna. «Segunda vez seguida que sueño lo mismo. Y esta vez la sensación ha sido mucho más intensa. Tendré que compartirlo con los demás». No tardó en hacerlo, cuando el resto llegó a la biblioteca a primera hora de la mañana.


Pero antes de llegar, el grupo, en su camino desde palacio, se detuvo cuando vieron relativamente cerca una gran columna de humo y bastante revuelo en todas partes. Al acercarse, un escalofrío recorrió la espina dorsal de Daradoth. La posada donde sus compañeros y seres queridos habían permanecido alojados hasta el día anterior había ardido prácticamente hasta los cimientos.

—Ha sido ella —dijo el elfo, apretando los dientes. ¿Había sido su imaginación, o por una fracción de segundo su visión se había tornado roja? Movió la cabeza, descartando el pensamiento—. Seguro que ha sido ella.

—Estoy de acuerdo —dijo Yuria.

Investigaron un poco por los alrededores. El barrio era rico, así que había pocas casas (prácticamente mansiones) alrededor. Nadie parecía haber visto el origen del fuego, ni nada extraño. Solo un anciano creía haber oído una explosión, pero no estaba muy seguro de ello.

—La posada era de piedra —afirmó Yuria—. Es imposible que se haya consumido tan completamente por causas naturales. ¡Si no queda un sillar en pie!

Además, nadie que en esos momentos se encontrara dentro de la posada había sobrevivido. Ni una sola persona. O al menos, no había aparecido si había huido del incendio.

—Parece que ha pasado a la ofensiva —dijo Daradoth—, tendremos que tener mucho cuidado a partir de ahora.

Ya en la biblioteca, Galad sugirió a Symeon que a partir de entonces durmiera en palacio, y el errante se mostró de acuerdo con la sugerencia. El día transcurrió, agotador, entre inusualmente crípticos pergaminos, llenos de símbolos y de frases extrañas mezcladas con varios idiomas o quizá algún tipo de lenguaje arcano.

Galad se dirigió con Faewald al interior de la Biblioteca para vigilar y ver si reconocían a alguno de los adeptos de Ashira buscando información, o quizá algo más.

A media tarde, más adelante en un pasillo, reconoció a uno de los Maestros del Saber fieles a la errante. Se dirigía muy seguro hacia zonas profundas del complejo. Galad avisó a Faewald y lo siguieron a distancia. Al cabo de unos minutos, en un cruce entre enormes estanterías se encontró con otro de sus compañeros. Intercambiaron unas palabras en un idioma desconocido. Uno de ellos señaló en una dirección y luego en otra, y volvieron a separarse. Siguieron al primero, a duras penas pues aquello era laberíntico. El entorno cambió, pasando de estanterías de madera a nichos excavados en roca, algo que Galad ya había visto cuando Symeon había encontrado los pergaminos. Se dirigían a zonas más antiguas.

En un momento dado, pudieron ver cómo el sapiente alzaba ligeramente su mano y la abría para mirar algo en ella. Ese "algo", desprendía un leve destello rojizo. «¿Lleva alguna especie de brújula mágica? Interesante». Debían tener mucho cuidado; sin darse cuenta, los pasadizos se habían hecho más estrechos y cortos, excavados en la roca, y cualquier desliz haría que el sapiente descubriera que lo estaban siguiendo. Además, su marcha se había hecho mucho más lenta y se detenía en bastantes ocasiones, mirando a su alrededor.

Por otro lado, la sensación de comezón en la nuca que todo el grupo había sentido desde el principio en el complejo de la Gran Biblioteca, se había acentuado y ya era bastante evidente. Era mejor no arriesgarse.


—Es mejor que retrocedamos —susurró Galad a Faewald, y se dirigieron a la salida.

Pero el camino no era fácil, y se desorientaron. Así que pasaron varias horas entre pasillos, estanterías y cruces sin sentido, sin cruzarse con nadie, pues ya debía de haber anochecido.


Mientras tanto, Daradoth había entrado también a la Biblioteca, buscando precisamente algún lugar donde se acentuara el extraño cosquilleo. Tardó un buen rato, pero finalmente se dio cuenta de que la comezón iba en aumento conforme se adentraba en pasillos más antiguos del complejo.


Symeon y Yuria, agotados, se retiraron a palacio a dormir siguiendo los consejos de Galad. Estaban algo preocupados por la ausencia de sus amigos, pero ya los habían puesto sobre aviso previamente, así que decidieron esperar.

Daradoth por un lado, y Galad y Faewald por otro, vagaban extraviados por los laberínticos pasillos, ignorantes los unos de los otros.

—No te preocupes, Faewald —dijo el paladín—. Es de noche y no hay casi gente, pero en el peor de los casos, por la mañana...

De repente, se vio pisando una capa de nieve, y el frío del más crudo invierno se apoderó de él. El suelo se abrió a sus pies. Galad gritó desesperado, pero ningún sonido salía de su boca. Cayó, presa de una angustia desmesurada, hacia la oscuridad.


—¡Galad! ¡Galad, por el amor de Emmán! ¡Galad!

El paladín abrió los ojos, para ver ante sí a un Faewald sumamente preocupado.

—Menos mal —dijo su amigo—. Pensaba que te había perdido, no sé cuántos pasillos te he arrastrado para librarte de lo que fuera que te pasaba. Pesas una tonelada.

Galad miró a su alrededor, recuperando la compostura.

—No te preocupes, supongo que uno de esos eventos extraños que son tan habituales últimamente en nosotros. Gracias por tu ayuda, amigo —tendió su mano y Faewald le ayudó a incorporarse.


A continuación, se concentró, pidiendo poder a Emmán para utilizar uno de sus pequeños milagros, la detección de enemigos. Su dios le contestó, pero cuando procedio a materializar su poder en el efecto deseado, este pareció disolverse, como si se escurriera entre sus dedos. «El edificio está protegido, como me temía», pensó.

—Intentemos volver al punto donde me he desvanecido Faewald, necesito saber si allí hay algo extraño.

—Claro, aunque no estoy muy seguro, sígueme.

No obstante, no fueron capaz de encontrar el mismo lugar de nuevo, así que se tendieron a descansar. Tras dormitar durante un tiempo, ambos se despertaron al oír unos pasos acercarse. Se acercaron a ellos, deseando encontrar a alguien que les sacara de allí. Giraron un pasillo y lo encontraron, cargando un farolillo parecido al que llevaban ellos. Era uno de los sapientes fieles a Ashira.

El hombre se quedó congelado durante un instante, pero al segundo se giró y echó a correr en dirección opuesta. Salieron en pos de él.

Faewald quedó pronto rezagado, y la multitud de cajas y de obstáculos que el sapiente iba derribando hicieron que la persecución durase más de lo que Galad había previsto. Pero, finalmente, el sapiente se tropezó y Galad se abalanzó sobre él, jadeante. Lo inmovilizó sin problemas. El Maestro del Saber fingió que no podía entenderse con él al no hablar el mismo idioma, pero el paladín lo intimidó, atenazándole y haciéndole creer que utilizaría la violencia si era necesario para entenderse.

—No, por favor —imploró finalmente el sapiente en idioma vestalense—, no me hagáis daño.


Dardoth escuchó ruidos, como de cajas cayendo, o incluso estanterías, y luego un grito ahogado. Se dirigió rápidamente hacia allí, a tiempo de ver a su amigo interrogar al sapiente. Se saludaron brevemente. El hombre dijo llamarse Sahëdh.


—¿Por qué habéis huido? —preguntó ásperamente Galad.

—P... porque vais armado, nadie... nadie va armado en la biblioteca. Y a la luz de un farol, pues no erais una visión agradable.

—¿Y qué andabais buscando a estas horas, Sahëdh?

—Conocimiento, mi señor.

Galad lo condujo ante él.

—Ahora nos ayudaréis a salir de aquí —ordenó. Mientras lo encaminaba, Galad se fijó que en su mano sostenía algo que emitía un leve fulgor rojizo—. ¿Qué es eso?

—Ah, nada —contestó el sapiente. Para Galad era evidente que disimulaba—. Una joya, un talismán que me trae suerte.


Ni Galad ni Daradoth insistieron sobre el objeto, agotados como estaban y deseando salir de allí. Poco después se encontraban con Faewald. El elfo también intentó lanzar algún hechizo de orientación, pero al igual que le había pasado a Galad, el poder se desvanecía sin llegar a concretar ningún efecto.

Finalmente, cuando ya amanecía, consiguieron salir de la biblioteca. Ya había movimiento de gente en el entorno. En el exterior, se dirigieron a un sitio discreto; los hechizos ya funcionaban, y Galad no detectó al sapiente como enemigo, lo que no supo decidir si era tranquilizador o inquietante. Daradoth arqueó una ceja cuando descubrió que el objeto poseía propiedades de los tres reinos de poder.

—No creo que eso sea un simple talismán —dijo el elfo a Galad.

—¿Cuál es el propósito de esa joya, Sahëdh? Sed sincero —le instó el paladín.

—Por favor, ya os he sacado de la biblioteca, dejadme ir.

—¿De dónde lo ha sacado? —intervino Daradoth.

Sahëdh se giró hacia los bibliotecarios que controlaban los accesos a la biblioteca:

—¡Por favor! ¡Por favor! ¡Estas personas me están molestando! —habló en Sermio, con lo que Galad y Daradoth solo pudieron suponer lo que decía—. No les consiento que sigan molestándome, soy un sapiente.

Se giró y se marchó. Daradoth lo cogió por el brazo, y le forzó a soltar la joya. Se acercó un guardia.

—¡Me roban! ¡Me roban!

—Mi señor —intervino el guardia—. Deberíais dejarlo marcharse.

—No le dejaré —dijo Daradoth con voz implacable. Por un momento la ira inundó cada resquicio de su ser, y su visión se tornó roja al mirar al sapiente—. Esa joya sirve a los designios de Ashira, y debemos arrebatársela.




Symeon, que había dormido en palacio, no había tenido esa noche el inquietante sueño. Supuso entonces que se lo provocaba alguna influencia en la Biblioteca, en la residencia o de alguien cercano. Salió con Yuria hacia la biblioteca, preocupados cuando los sirvientes les informaron de que sus amigos no habían vuelto a palacio en toda la noche. No obstante, la rutina y la preocupación se esfumaron de pronto cuando, llegando al complejo, divisaron a lo lejos el altercado entre Daradoth, Sahëdh y el guardia real. Se aprestaron a unirse a sus amigos.

—¡No tenéis ningún derecho a robarme! —exclamó el sapiente. Algunos curiosos se habían acercado ya, extrañados.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —inquirió Symeon, con las maneras más solemnes de que fue capaz, empuñando su bastón de madera viviente de forma ostensible.

—Vuestro amigo me quiere robar —Sahëdh mudó el rostro en una expresión más contenida, contemplando el cayado.

—Deja el objeto en el suelo y podrás irte libremente —escupió Daradoth—. Luego lo podréis recuperar, si queréis.

—Ya he soportado demasiadas humillaciones por esta noche a vuestras manos.

—Reconoced que estabais siguiendo las órdenes de Ashira en la biblioteca, buscando conocimiento prohibido con ayuda de esa... de ese artefacto.

—No seguía órdenes de nadie.

—Mejor no lanzar acusaciones que no vienen a cuento —intervino un exhausto Galad—. Quizá no seguíais órdenes de la bruja de Sombra, pero sí que seguíais sus indicaciones para encontrar algo en la biblioteca. Negadlo si queréis, es la verdad. Haríais bien en no ayudarla a buscar lo que quiere, porque es muy peligroso.

—¿Y lo que buscáis vos no? —preguntó Sahëdh secamente.

—Nosotros buscamos algo que nos permita salvar Aredia. Ella quiere hundirla en la oscuridad de la Sombra.

En ese momento salieron de la biblioteca los otros dos Maestros del Saber que habían visto esa noche. Una pequeña multitud se había congregado ya en los alrededores.

—Sería mejor que cada uno siguiera su camino —contemporizó Symeon.

—Digamos que esto ha sido un malentendido, provocado por vuestra repentina huida sin mediar ninguna amenaza —dijo Galad—. Os pido disculpas y os agradezco que nos hayáis conducido al exterior.

—Habéis ultrajado a un Maestro del Saber, y esto no va a quedar así —la multitud había dado seguridad a Sahëdh, que se giró y se marchó con toda la dignidad de la que pudo hacer acopio.

Daradoth se tuvo que contener mucho para no intervenir violentamente durante la conversación. Cuando el sapiente se marchaba, entornó los ojos y apretó los dientes, presa de una rabia atroz. En ese momento, sin duda, su visión cambió y todos los colores se tornaron en diferentes tonos de rojo. Se vio a sí mismo desenvainando la espada y cortando de un limpio tajo la cabeza del sapiente esbirro de la Sombra. Su mano se crispó en el puño de la espada, tensó las piernas. Entonces sintió una mano en su hombro.

—Vamos, Daradoth —le instó Yuria.

Su visión volvió a la normalidad, y su mano se relajó. «Luz bendita. ¿Qué está pasando? ¿Acaso no van a acabar nunca los problemas?».

Mientras se alejaban, hablaron en voz baja.

—¿Qué demonios ha pasado esta noche? —preguntó Yuria.

Le contaron toda la aventura, muy brevemente, y Galad añadió:

—En un momento dado, tuve una sensación como la que nos contaste de tu sueño.

—Que, por cierto, no tuve pernoctando en palacio —interrumpió brevemente Symeon.

—Bien. El caso es que sentí frío, como si fuera invierno, nieve, y el suelo se abrió bajo mis pies para caer a un abismo —hizo una breve pausa, recapitulando sus sensaciones— no solo de espacio, diría que también de tiempo, no sé explicarlo mejor.

—Sí, exacto, yo tampoco sabía explicarlo, pero lo has expresado bien.

—¿Creéis que esa visión es lo que puede estar buscando Ashira? —inquirió Yuria.


—Ni idea, pero sospecho que esa joya que llevaba en la mano les guía de alguna manera para encontrarlo. El caso es que no conseguimos volver al lugar, Faewald me arrastró lejos, desesperado por mi situación. Recuerdo algunas tablas de arcilla (tan antiguo era) y una especie de jarrones, pero no conseguimos encontrarlo de nuevo.

—Ya veo. La verdad es que tenéis un aspecto horrible. Lo mejor es que vayáis a descansar mientras nosotros seguimos con el estudio. Además, Daradoth, creo que hoy retomas las conferencias, ¿no?

Daradoth salió de su ensimismamiento. No podía dejar de pensar en lo que le había ocurrido. No quería preocupar a sus compañeros con algo que podía ser un efecto del lugar, pasajero. Necesitaba algo de descanso.


—Es cierto, así es. Debemos reposar un poco.

Ya en la biblioteca, Symeon hizo un aparte con Aythara.

—Aythara, sé que eres leal a Daradoth y la causa de la Luz más allá de toda duda. Así que querría confiarte algo.

—Por supuesto, sapiencia —respondió la muchacha, ilusionada.

—Necesito que alguien siga los movimientos de tres Maestros del Saber, tres que, al parecer, han sido convencidos por Ashira para oponerse a Luz. —Symeon escribió los nombres en un papel y se lo pasó a Aythara—. Pero sin poneros nunca en peligro.


—Por supuesto, sapiencia, los acólitos nos encargaremos, perded cuidado.


—Ahora, continuemos. La labor que nos ocupa sí que puede ser histórica.

La mañana no fue productiva en lo que a la información de los pergaminos se refería. Horas después, Daradoth y Galad volvían al complejo para afrontar una nueva jornada de dirigirse a la multitud por la causa de la Luz. En el camino, se les unió Yuria, preocupada.


—Creo que debemos concretar qué pretendemos con estas conferencias, Daradoth, e intentar darles carpetazo ya. Nos están reteniendo demasiado tiempo aquí. ¿Qué pretendemos conseguir?


«Tan pragmática como siempre», pensó el elfo.

—Bueno, la verdad es que ahora que lo dices, no estoy seguro. En principio, mi intención era alinear a esta gente con nuestra causa.

—Bien, eso está hecho. Ashira ha sido desacreditada, la causa de la Luz reforzada, y además hemos ganado aún más si cabe el favor de los reyes, que ya teníamos por su relación con Ilaith.

—Sí, sin duda.

—Entonces, no hace falta nada más al respecto.

—Tendré que encontrar una forma de terminar, pero si los cronistas siguen requiriendo nuestra presencia, no podremos negarnos.

—Efectivamente. Pero como decía mi tía, los problemas de uno en uno —zanjó Yuria—. Alargarlo más solo servirá para dar más oportunidades de intervenir a Ashira. Ya habéis visto lo que ha pasado en la posada.

El recuerdo provocó en Daradoth una rabia desmedida. Un tinte rojizo cubrió durante un suspiro su visión.

—Sí, tienes razón.

—Como siempre —soltó Yuria con media sonrisa. «A veces eres odiosa», pensó Daradoth con un cariño que le sorprendió—. Y tenemos que ver qué sucede con el duque Datarian, y si Ashira sigue con él.

—Yo creo que no se arriesgará a permanecer en la mansión de Doedia, pero el duque tendrá un sinnúmero de propiedades donde guarecerla.

—Unido al hecho de que el duque está metido en la trama de los gemelos del imperio —reveló Galad—. Es miembro del Pueblo del Rey de Reyes. Había olvidado mencionároslo, me lo dijo ayer Anak.

Todos lo miraron fijamente.


—Maldición —dijo Galad—. Esperemos que no le dé la importancia suficiente como para mencionarlo a Ashira.


—Bueno, de momento eso escapa a nuestro control —dijo Yuria—. Volviendo al asunto original, y si te sirve de algo mi experiencia en arengas castrenses, creo que deberías encauzar el fin de las conferencias diciendo que la Luz confía en ellos, y que seguramente, ojalá no, el día de mañana serán requeridos para el conflicto que engullirá Aredia. Y deben elegir el bando correcto; es decir, el tuyo —«Aunque las palabras de Ashira fueron extremadamente persuasivas, y no faltas de razón». Yuria desechó sus dudas.


—Sí, así lo haré.

—Y, si es posible, intenta controlar el tirón para que no sea demasiado fuerte. Que no aparezcan más mediadores.

—Sí —respondió Daradoth escuetamente. Aunque le tenía cariño, empezaba a estar harto ya de la conversación y de las sugerencias.


Poco después, Svadar y Nerémaras presentaban una nueva disertación. Había tanta gente como el último día, la voz había corrido y habitantes de muchos pueblos de alrededor habían acudido. Los reyes también hicieron acto de presencia, y los acólitos, como siempre, estaban en primera fila. Anak Résmere potenció la voz de Daradoth Al poco de empezar, el grupo sintió de nuevo el tirón sobrenatural. Pero Daradoth tuvo éxito controlando la exaltación, y la charla discurrió mucho más plácidamente, casi de forma placentera. La audiencia estaba encantada, interiorizando ya su alineamiento con la Luz.

—Es posible —dijo ya casi al final de la tarde— que en un futuro no muy lejano, los elfos vengamos a reclamar vuestra ayuda, y entonces vosotros tendréis que responder. —Hizo una pausa dramática—. Tendréis que responder con fuego. Responder con voluntad. ¡Responder con fuerza! ¡Con honor! ¡Responder con sangre y con esperanza! ¡¡Para la gloria de la Luz!!

Los acólitos, que con cada frase habían ido irguiéndose más y más en sus asientos, prorrumpieron en vítores, y la multitud pronto les siguió. Daradoth miró a su alrededor, satisfecho. Cuando la situación se calmó (no del todo), continuó:

—Sois la viva encarnación de los valores que defendemos. Sois la esperanza de este continente. Vuestro ardor es incomparable, y por eso creo que ya estamos listos. La Luz me reclama, no puedo postergar más las labores que me ha encomendado. Por eso, os anuncio que la de mañana debe ser la última conferencia aquí. ¡Pero estad preparados! ¡Pronto seréis reclamados a la gloria! ¡¡Muy pronto!!

Los rugidos y los aplausos fueron ensordecedores. Daradoth y los demás se retiraron rápidamente en esta ocasión, aprovechando el fervor de la multitud.


Esa noche, Symeon volvió a dormir en su celda, y el sueño volvió. Pero no conseguía recordar lo que ocurría cuando, supuestamente, llegaba al fondo del abismo.


La mañana siguiente continuaron con los pergaminos, descartando unos cuantos más. Aquello iba a llevar su tiempo. Más o menos a mediodía, Aythara reclamó la atención de Symeon:

—La noche pasada, los tres sapientes cuyos nombres me disteis entraron en la biblioteca, sapiencia. Y hemos averiguado que, además de ellos, dos más de los leales a Ashira. Cinco en total.


—Muchas gracias, Aythara. Buen trabajo.

Aquella tarde, Daradoth celebró su última conferencia, con un gran éxito de asistencia y de ejecución. La multitud acabó coreando su nombre, elevando alabanzas a Luz y a los grandes héroes del presente: el elfo y sus compañeros.

Pero dos de los cronistas del Ciclo de las Eras salieron a su encuentro cuando ya se retiraba.

—Confiamos en que las siguientes tardes podáis estar disponibles para atender nuestras consultas, mi señor —dijo uno de ellos en un perfecto cántico.

—Por supuesto —Daradoth se forzó a sonreír. Ya se había imaginado aquello, y después del episodio con Sahëdh, prefería no contrariar más al personal bibliotecario.


Cuando el grupo se reunió de nuevo, Symeon compartió la información que le había dado Aythara.

—Parece que entran por la noche, y yo me encuentro muy cansado después de estar todo el día con la investigación. Podríais descansar durante el día y organizar a los acólitos si fuera necesario.


Rápidamente decidieron un plan de acción. Daradoth usaría sus poderes para convencer a alguno de los sapientes en el camino a la biblioteca, haciéndole creer que eran buenos amigos. Se apostaron en el exterior, alejados lo suficiente de la biblioteca para evitar las salvaguardas contra hechizos.

Poco después, llegaba un grupo de tres sapientes leales a Ashira, entre los que estaba Sahëdh. Los dejaron pasar, en espera de que apareciera alguno solo. Y pocos minutos después, sus deseos se hicieron realidad. Uno de los Maestros del Saber de la errante apareció solo, supusieron que para disimular algo la llegada.

—Hay que hacerlo rápido, sorprendiéndolo, porque nos conocen —advirtió Galad.

Y así lo hizo Daradoth. Salió al encuentro del sapiente y, antes de que pudiera reaccionar, lanzó su hechizo. Tras unos segundos de confusión, el hombre dijo:

—Ah, Daradoth, qué bien encontrarte. ¿Qué haces por aquí?

—Pues la verdad es que ha sido por casualidad, ¿y tú?

—Oh, ya sabes, lo de siempre, en busca de conocimientos nuevos —sonrió.

—Quizá te pueda ayudar, tengo acceso libre a la biblioteca.

—Hombre, considerando que estoy ayudando a Ashira y la relación que tenéis... creo que tendré que decirte que no. Será mejor para todos.

—Y supongo que será demasiado pedir preguntarte por lo que buscas, ¿verdad? Ya sabes, curiosidad...

—Sí. No puedo traicionar a Ashira. Compréndelo.

Daradoth intentó por todos los medios mantener la calma y no revelar su frustración. Contuvo su ira, temiendo el tinte rojo del día anterior. Lanzó su último cartucho:


—¿Y ese objeto? Es bonito.

—Ah, ¿esto? —abrió la mano, y reveló una pequeña especie de gema con un fulgor azulado—. Es como una lente, la verdad es que no la he usado mucho. Se supone que si miro así —la cogió entre el índice y el pulgar y se la puso delante de un ojo, guiñando el otro— puedo ver... no sé, "anomalías". Es interesante.

El sapiente incluso prestó la gema a Daradoth. Este miró a través de ella, y aparte del filtro azul, no notó nada extraño.

—Sí, interesante —dijo; devolvió la gema al Maestro del Saber y, sonriendo, añadió—: Bueno, espero que no tengas mucho éxito en tu búsqueda, ya sabes a qué me refiero.

—Desde luego, desde luego, ya nos veremos.

Galad y Yuria salieron de su escondite y se unieron a Daradoth, observando cómo el sapiente se dirigía hacia la biblioteca.

martes, 31 de octubre de 2023

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 9

Debate con Ashira. Unos gemelos supervivientes.

«Maldición, maldición, ¿qué ha hecho?», fue todo lo que acertó a pensar Daradoth, sorprendido por la intervención de la errante. Pudo sentir la confusión de los "cuatro acólitos", situados muy cerca de él; parecían incluso mareados.

Ashira se levantó, pareciendo mucho más alta de lo que era.

—¡¿Acaso no veis que esto es una especie de brujería?! —tronó sobrenaturalmente—. ¡Están jugando con nuestras voluntades!

«Tengo que hacer algo, rápido», la mente de Daradoth iba a toda máquina, observando que su audiencia estaba extrañada. Comprobó que su voz seguía amplificada por los poderes de Résmere, y lo mejor que acertó a decir fue:

—No hace falta que nos lancemos gritos ni improperios, Ashira. Podemos discutir esto... —pero no pudo evitar que algunos en la audiencia empezaran a murmurar.

—¡Por supuesto que saldré al estrado! —lo interrumpió Ashira. 

Daradoth optó por mantener una pose estoica, aparentando tenerlo todo bajo control, como medio para combatir su agresividad. «Espero no equivocarme», cogitó.

Ashira bajó las escaleras acompañada de un sapiente y dos miembros de su séquito, con actitud regia. «Cómo ha cambiado», pensó Symeon, mientras Galad elevaba una silenciosa plegaria a Emmán para que infundiera coraje al grupo. La errante iba apoyada en uno de sus acompañantes, pues sus ojos seguían blancos e inútiles, aunque en realidad no parecían afectar mucho a su movilidad.

Cuando llegó al escenario, Daradoth trató de recuperar la iniciativa:

—Creo que la audiencia merece que os presentéis.

—Por supuesto —contestó muy seria.

Acto seguido se presentó como Ashira, miembro de la nobleza del Principado de Undahl, en la Confederación de Príncipes Comerciantes, que en la actualidad se encontraba luchando contra una "arribista" que quería hacerse con el control total. Yuria arqueó una ceja, pero prefirió reservarse y no estropear la táctica de Daradoth.

—Lo que está sucendiendo aquí —continuó al fin con su alegato— no es natural. Lo tenéis que haber notado. Este elfo nos está sometiendo a algún tipo de hechizo junto a sus compañeros...

—Siento interrumpirte, Ashira, pero...

Pero Ashira no se detuvo.

—...y quiere que pongáis los recursos de la Biblioteca a su disposición. No podemos permitirlo.  Os ha dado una explicación parcial, pues Luz y Sombra no son sinónimos de bien ni mal. Es cierto que hay extranjeros desembarcando en el norte, pero no han venido sino a arreglar la situación.

—¿¿Arreglar la situación?? —intervino Galad—. No puedo creer lo que oigo. ¿Arreglar qué?

Ashira lo miró fijamente, haciendo una pequeña pausa.

—Sí, hermano Galad, sí. Arreglar la situación de permanente genocidio en la que vivimos en este continente. El primero el de mi pueblo, el pueblo errante, exterminado en el imperio vestalense, y os podría mencionar muchos más, ¿verdad, paladín de Emmán? ¡¿Verdad, exterminador de cyalenses?!

El recuerdo de la matanza de los "herejes" cyalenses acudió a la mente de Galad. Ashira continuó:

—Vuestro silencio os delata al fin. Sí, amigos míos —se giró a la multitud—, los buenos paladines de Emmán masacraron a pueblos enteros por pensar distinto a ellos. ¡Y los cyalenses no fueron lo únicos!

Los murmullos entre la multitud se hicieron claramente audibles.

—Eso no es... —Galad vaciló. La errante no estaba del todo equivocada, y sus propias dudas y honor de paladín le impidieron continuar la frase.

Afortunadamente, Daradoth intervino, dando la impresión involuntaria de que interrumpía a su amigo:

—¡No os dejéis engañar por la lengua de seda de esta agente de Sombra! —increpó—. Sus secuaces no vienen a arreglar nada, sino a servir a sus propios intereses. No hay nada bueno en Sombra, ¡nada! Si da esa impresión es porque obedece a unos planes ocultos que de seguro no son altruistas. ¡En las costas del norte están masacrando a una cultura entera! ¡Y les acompañan demonios! ¡¡Demonios a los que nos enfrentamos en Essel!!

Una vibración en el fondo de su mente. El tirón reaparecía, tímido.

Pero Ashira no se dejó intimidar.

—Demostráis poco conocimiento de la historia. Los "demonios" que mencionáis con tanta rimbombancia, no son más que herramientas para conseguir un fin, exactamente igual que las águilas del Erentárna o los grifos del Vigía. Son entes naturales. Y eso solo demuestra vuestra ignorancia del resto de las crónicas.

»Preguntaos, por ejemplo, ¿qué hicieron los lândalos  con los minorios, los habitantes primigenios, cuando llegaron al oeste de Aredia? ¿Qué hicieron? Ah, ya veo... ¿Qué hacen en su propia sociedad elitista? Se rumorea que hay una rebelión, por fin. Pero claro, vos estaréis de acuerdo con sus creencias, pues ya sabemos lo superiores que se consideran los elfos al resto de razas. No hay nadie más racista que vosotros. ¿Y os creéis mejores que Sombra por apoyar a Luz? Y hay muchos más ejemplos, los umbrios y los galarios, los dalaneses y los irzos...

Para desesperación de Daradoth el tirón volvió a desaparecer. Habló esperando que no se notara su desesperación:

—¿Y cuál es el punto al que queréis llegar? ¿Ha habido masacres en el pasado? Y las habrá en el futuro. Pero no tiene nada que ver con Luz y Sombra. De lo que estoy seguro es de que si Sombra prevalece, todo aquel que disienta, morirá. Y eso no ocurre con Luz.

—No estoy de acuerdo. Todos somos una mezcla de Luz y Sombra, y puedo aceptar que haya, como vos, fanáticos de Luz. Pero sí sé una cosa, y es que Luz es capaz de las peores cosas que he visto, mucho peores que cualquier acto de Sombra.

Murmullos y más murmullos. La gente estaba confusa. El tirón ahora iba y venía de Ashira a Daradoth. Symeon se fijó en que algunas personas entre la audiencia se desvanecían en sus asientos. Llamó la atención de Galad sobre el hecho, e intentó tomar la palabra. Pidió a Résmere que le amplificara la voz, e intervino:

—Os interrumpo, porque esto no es un debate a dos. Hay más opiniones. Me hace gracia que vos, Ashira, habléis de fanatismo cuando vos sois la primera fanática. Y el genocidio de vuestro pueblo con el que tanto se os llena la boca, tuvo una razón. Os reto a que la reveléis. Si no lo hacéis vos... —el hechizo de amplificación de su voz pareció extinguirse. Symeon miró hacia Résmere, que se encogió de hombros, sorprendido, así que decidió continuar, a voz en grito—: Vuestras argucias no van a impedir que diga lo que tenga que decir.

—No me importa reconocerlo —bramó Ashira—. ¿Creéis que el robo de una reliquia, por muy sagrada que sea, (y aquella solo era una copia), justifica un genocidio? ¿Lo creéis de verdad, Symeon?

—En un momento dado, si por ejemplo intentaran robar los libros de esta biblioteca...

—¡Lo estáis justificando! ¡Vaya! —se volvió hacia la multitud—. ¡Esto es lo que podéis esperar sin el cambio necesario! ¡Fanatismo y genocidios!

La gente se notaba confundida. Los acólitos habían caído de rodillas hacía ya rato.

—Además —prosiguió Ashira—, fijaos, este hombre, con su fanatismo, ¡me dejó ciega! ¡Mirad mis ojos si no me creéis! ¡Eso, eso es Luz! Y he sido víctima de una conspiración para impedirme el acceso a la Biblioteca, para no dejarme acceder al conocimiento, ¡porque quieren usarla solo para su propio beneficio!

A Daradoth le hervía la sangre. Pocas veces había sentido algo así, dada su naturaleza de elfo, conocidos por la contención de sus emociones. Miró a su alrededor, apretando los dientes, y se obligó a calmarse. «Todo pende de un hilo», pensó, «debo acabar con esto». Rugió palabras con todo su corazón:

—Entonces, sugerís que cuando Sombra conquiste toda Aredia conviviremos en paz con demonios y otros engendros peores que vimos en su momento en Essel procedentes del mismísimo Erebo.

La mención de la dimensión oscura acalló los murmullos por fin. Tenía toda la atención de la audiencia. Notó el tirón, titilando en el límite de su percepción. Ashira intentó interrumpirlo, pero él no la dejó, utilizando toda la potencia vocal que pudo reunir:

—¡Así es! ¡Engendros materializados directamente desde el Erebo! ¿Y pensáis que convivirán en paz con nosotros? ¡Eso sin mencionar los insectos demoníacos que habéis vuelto a conjurar en el norte, los malditos Erakäunyr, cuya única finalidad es destruir toda manifestación de Luz! —Por fin, Ashira pareció perder un poco la compostura; «quizá no sabía lo de los Erakäunyr», pensó Daradoth—. ¡Y esta herida! —volvió a enseñar los extraños zarcillos negros que cubrían parte de su muslo—. ¿Qué clase de arma maldita deja una herida incurable? ¡No he visto tales cosas en las filas de Luz! —la audiencia parecía en trance; y el tirón volvía a estar ahí, en toda su magnitud; «gracias, Nassaröth, bendita sea Luz».

»Lo único que buscáis —continuó sin vacilar— es exterminar toda manifestación de Luz, solo buscáis esclavos en nosotros, algo que jamás toleraremos. Y respecto a la información de la Biblioteca, la necesitamos para expulsar a Sombra de donde nunca debió salir, y estamos pidiendo ayuda a los bibliotecarios, no la queremos para nosotros, y por supuesto ni se nos ocurriría llevarnos los libros como ya habéis hecho vos.

El tirón metafísico vibraba, fuerte otra vez. Los cuatro acólitos, ya recuperados de su extraño vahído, se alzaron y bramaron, con sus manos en alto, en un saludo imperial:

—¡Salve, lord Daradoth! ¡Salve, lord Daradoth! ¡¡No queremos a la Sombra aquí!! —se giraron hacia la multitud—: ¡¡No  queremos a Sombra aquí!! ¡¡No queremos a Sombra aquí!!

Daradoth, Yuria, Symeon y Galad sintieron sus corazones acelerarse cuando gran parte de la multitud estalló en vítores y siguió los cánticos de Aythara y los muchachos.

—¡Esto es un ultraje! —Ashira intentó reconducir la situación—. Tenéis que...

Una piedra pasó cerca de ella. Y luego otra.

—¡Dejad hablar a Daradoth! ¡Marchaos de aquí!

Yuria miró hacia arriba. Los monarcas, que habían pasado por todas las fases de confusión de la audiencia, ahora observaban todo preocupados, se notaba que dudaban sobre si hacer intervenir a la guardia real para atajar la situación.

Daradoth notó un escalofrío en la nuca. Un aumento repentino de Sombra en el entorno hizo que apoyara una rodilla en tierra y sufriera arcadas por la impresión.

—¡La Sombra! —quiso advertir a sus compañeros, con un  hilo de voz—. ¡La Sombra está...!

Entonces Ashira se desmayó. Symeon intentó ayudarla, pero uno de sus acompañantes se interpuso, sus manos envueltas en un brillo extraño. Otro de ellos evitó que cayera al suelo, y la ayudó a reincorporarse. Ashira protestó e intentó recuperar la atención, pero sus compañeros la sacaron de allí, reuniéndose con el resto de su séquito.

—¡Dadnos la orden, Daradoth! ¡Dadnos la orden! —gritaban los acólitos, seguramente refiriéndose a una orden para atacar; el elfo los aplacó con un gesto tranquilizador.

—¡No! —gritaba Ashira, mientras la escoltaban fuera de allí—. ¡Hacedme caso! ¡Tendréis maldad! ¡Tendréis genocidios! ¡Estás apoyando al mal encarnado!

Lágrimas de rabia resbalaron por sus mejillas, y su voz, sincera, les provocó escalofríos, así como a una parte de los presentes. Symeon no pudo evitar dejar escapar una lágrima también, conmovido. Pero la inmensa mayoría de la multitud ya no la escuchaba.

Galad, que lo había observado todo con atención, había estado a punto de correr hacia sus compañeros cuando Ashira había perdido el conocimiento por un instante. Uno de los acompañantes de la errante había estado a punto de ejecutar algún hechizo maligno sobre la audiencia, pero afortunadamente uno de sus compañeros lo había hecho desistir.

El duque Datarian y su séquito, que habían acudido junto con el grupo de Ashira a la escena, prefirieron mantenerse en sus puestos en la grada, evitando cualquier desplante a su hermana y su cuñado, los reyes. Pero miraban enojados a la multitud enardecida mientras el grupo de Ashira desaparecía de la vista.

Unos instantes después, la tierra empezó a temblar. Y la luz del Sol se apagó.

La multitud empezó a gritar, esta vez sorprendidos por el horror. Las gradas se tambalearon, y se desprendieron cascotes de los edificios. Afortunadamente, el temblor solo duró unos segundos, y enseguida volvió la luz del día. Los acólitos (que ya no eran solo cuatro, pues sus filas habían crecido en varias decenas) gritaron que "era cosa de la bruja" o "de Sombra". A pesar de la confusión, Daradoth notaba el tirón metafísico todavía firme sobre la audiencia, así que les dirigió unas palabras para calmarlos. Más o menos lo había conseguido, cuando  una voz atronadora resonó más arriba en la gran escalinata:

—¿Qué está sucediendo aquí?

Se giraron. En lo alto, seis figuras encapuchadas habían hecho acto de presencia. Todas con la balanza dorada colgando de sus muñecas. «Maldición, ¿acaso esto no va a acabar nunca?», pensó Yuria. No pudieron evitar fijarse en que uno de los seis lucía insignias de rango en sus ropajes diferentes a todas las que habían visto hasta ahora. Symeon susurró a sus amigos:

—Ninaith nos proteja, es un miembro del Alto Tribunal. Este supera a todos.

 El mediador en cuestión, vestido con capa y capucha blancas, se distinguía del resto porque un aura dorada era visible a su alrededor.

—Detened esto, ¡¡AHORA!! —exigió en cántico.

—No sé cómo hacerlo —contestó Daradoth, suponiendo que se refería al tirón metafísico.

—Estáis poniendo en peligro la existencia, y si no sabéis cómo hacerlo —los seis hicieron un gesto, y en sus manos aparecieron sendas espadas—, lo tendremos que hacer nosotros. Flexionaron sus piernas, prestos a saltar.

La mente de Daradoth funcionaba frenética. Susurró a los demás:

—Debemos alterar la Vicisitud para confundirlos, es nuestra única posibilidad.

Se miraron brevemente, sabiendo que era lo único que podían hacer. 

—Ya lo hice antes en el templo de Sirkhas. Buscad en vuestra consciencia, son como hilos en el límite del entendimiento... —se interrumpió, pues los mediadores saltaron hacia ellos, imponentes.

Galad fue el primero en detectar lo que había descrito Symeon. Durante un breve instante, su mente se sintió abrumada al percibir miles de millones de... ¿hebras de realidad? No sabía describirlo mejor. Tiró de algunas, y entrelazó otras, como loco. No se atrevió a cortar ninguna. 

Los mediadores se fueron al suelo con un impacto que sintieron en los huesos, combando el suelo en el punto de impacto. Varios árboles aparecieron donde antes no había nada, y una parte de la colina parecía cambiada. Pero habían evitado la muerte por unos segundos. La audiencia asistía a la escena extasiada, y los mediadores, tratando de recuperarse, volvieron los inefables iris de sus ojos hacia el grupo. Se envolvieron en un aura de luz plateada.

—¡Vamos! —instó Galad a sus amigos—. ¡Os necesito a todos! ¡Intentadlo!

Apretaron los dientes y tensaron los músculos y las venas por el esfuerzo. Yuria se había olvidado de respirar por unos segundos, pero consiguió reponerse. Y, finalmente, allí estaban: los filamentos de la creación. Los empezaron a tocar y a alterar como locos.

—¡No cortéis ninguno! —dijo Symeon—. Algo me dice que no sería buena idea.

Un extraño viento que arrastraba voces se levantó a su alrededor, y un remolino de nubes se apelotonó en el cielo; los mediadores cayeron sobre sus rodillas, perdiendo sus auras y apoyándose sobre sus espadas. Sus rostros transmitían emociones irreconocibles.

—¡Acabad con ellos! —ordenó el miembro del Alto Tribunal, esforzándose por ponerse en pie, pero algunos de ellos incluso tuvieron que poner alguna mano en tierra.

Siguieron tocando hilos frenéticamente. El mediodía se tornó en atardecer instantáneamente. Algunos miembros de la multitud empezaron a correr sin control. Uno de los graderíos de la plebe se tambaleó peligrosamente, y empezaron a desalojarlo. Pero la mayoría contemplaba la escena, como mesmerizados. Árboles aparecían y desaparecían aquí y allá.

Los mediadores gritaron, como aquejados por un gran dolor. Se envolvieron en una luz blanca que hizo a todos apartar la vista, y desaparecieron con una explosión. Uno de los edificios que formaba parte del complejo exterior de la biblioteca crujió y se vino abajo. La multitud gritaba, unos por el miedo, otros por el asombro. Una lluvia de escombros afectó a parte de los presentes, y el suelo tembló de nuevo por unos segundos.

Entre el caos, Daradoth, respirando profundo, se giró de nuevo a la audiencia. Los acólitos, en un número considerable, todos ellos jóvenes, lo miraban febriles, anhelantes.

—Gracias a todos por apoyarnos. Sentimos mucho lo que ha pasado, pero ya habéis visto que Luz y Sombra han luchado con saña sobre este escenario, y los acontecimientos han ido acorde. Debemos ayudar a los afectados, es importante atenderlos, y está a punto de anochecer, así que interrumpiremos la charla por hoy y continuaremos en cuanto sea posible. ¡Bendita sea la Luz!

El tirón, que no había desaparecido, volvió a manifestarse en toda su potencia. La multitud prorrumpió en vítores y aclamaciones.

—¡Bendita sea la Luz! ¡Bendita sea la Luz!

Cuando por fin se calmaron los ánimos, Nerémaras tomó la palabra:

—¡Muy bien! Como bien ha dicho lord Daradoth, debemos recuperarnos de esta experiencia tan... intensa. Si les parece bien a sus majestades, mañana lo tomaremos como día de descanso, y os emplazamos a todos pasado mañana —el rey asintió—. Partid en paz, pues.

—¡Salve lord Daradoth! —exclamó Aythara.

—¡Salve! ¡Salve! —la secundaron los acólitos y parte de la audiencia.

 A continuación, Svadar se dirigó al grupo:

—Si sois tan amables, me gustaría hablar con vosotros en la biblioteca.

—Por supuesto —contestó Symeon.

Se acercaron para despedirse de los reyes y de Anak Résmere con toda la pompa pertinente, y Yuria pareció darse cuenta de algo:

—¿Dónde se encuentra el duque, si me permitís la pregunta?

—Parece que su sector de la grada se vio bastante afectado —contestó la reina Irmorë—, tuvo una caída bastante fea y tuvo que partir a ser atendido. Parecía algo serio, pero no demasiado grave. Por cierto, me ha parecido oír que Nerémaras os ha convocado a la Biblioteca.

—Sí, así es, querrá decirnos algo importante.

—Os acompañaremos entonces, queremos estar enterados de primera mano de qué es eso tan importante.

—Como os plazca, majestad —Yuria se inclinó con deferencia.

Mientras caminaban hacia la biblioteca con todo el séquito real a la zaga, notaron de nuevo un seísmo, aunque esta vez fue muy leve, sin consecuencias. Los acólitos intentaron seguirlos, pero Daradoth les ordenó que ayudaran en lo que pudieran a reconstruir, limpiar y atender. Entraron en el edificio de oficinas donde ya habían hablado con Nerémaras al llegar, y les ofrecieron comida y bebida.

—Antes de nada —Symeon se levantó para dirigirse a Nerémaras, Svadar, algunos de los bibliotecarios y cronistas, los reyes y los bardos reales—, queremos pedir disculpas por lo que ha ocurrido y las pérdidas que haya podido ocasionar, aunque realmente no hemos tenido ningún control sobre ello.

—Muy bien —contestó Nerémaras—. Como supondréis, precisamente os he hecho venir para que podamos entender qué es lo que ha ocurrido. No podemos permanecer en la ignorancia más tiempo. Y no es nada habitual la aparición de media docena de mediadores con un miembro del Alto Tribunal en la Biblioteca.

—Y por mi parte —cuando la reina habló, Nerémaras le cedió la palabra inmediatamente—, estoy muy preocupada por Ashira. Ha llegado a ser muy cercana a mi  hermano, como sabéis el comandante de los ejércitos, y lo que he visto esta tarde (si es que ha habido tarde, pues hace nada era mediodía) no me deja precisamente tranquila.

—Claro —continuó Nerémaras, girándose hacia Daradoth—, comprended nuestra sorpresa ante el derribo de un templo, el brote espontáneo de árboles gigantes, la pérdida de varias horas de tiempo... es inquietante. Necesitamos algún tipo de explicación.

—Y si lo juzgáis conveniente —añadió el rey—, quizá deberíamos expulsar a Ashira aunque eso conlleve problemas con los sapientes o con Datarian. La cuestión es que no vuelva a suceder nada de esto.

El grupo intentó explicar lo mejor posible lo que había sucedido en las escalinatas. Hablaron del conflicto entre Luz y Sombra, personalizado en Daradoth y Ashira, y cómo de alguna manera eso había alterado la realidad subyacente. 

—Por algún motivo —dijo Symeon—, parece que los mediadores detectan estas... acciones... que afectan a la realidad, o al equilibrio de la creación, y son convocados al lugar. Todo esto escapa a nuestro conocimiento, y la verdad es que no podemos explicarlo mejor.

—De alguna forma —intentó clarificar Galad—, el conflicto que mantuvimos con Ashira iba más allá de lo aparente, de lo que todos podíamos ver, y afectaba al... cómo llamarlo... tejido de la realidad, la parte invisible de la existencia, y eso fue lo que quizá hizo que acudieran los mediadores. Como bien ha dicho Symeon, escapa a nuestro entendimiento, y solo Emmán sabrá la verdad.

—Queréis decir —intervino Nerémaras—, por expresarlo de la mejor forma que sé, que se produjo un conflicto metafísico que trastocó los cimientos de la realidad.

—A falta de una explicación mejor, sí —coincidió Symeon.

—He leído mucho sobre otras esferas de existencia —dijo Svadar, asombrado—, pero nunca había oído una cosa así.

—¿Entonces juzgáis que esa tal Ashira es peligrosa? —inquirió la reina.

—Por desgracia, sí —contestó Symeon.

—Sí —afirmó Galad sin duda alguna.

—¿Qué nos recomendáis entonces?

—Es un ser muy poderoso, hay que tener mucho cuidado con ella —advirtió Daradoth—. Podría hacer mucho daño si lo usara de manera más... agresiva.

—Después de hoy, si no lo ha hecho ya, no creo que lo haga —contemporizó Symeon.

—Mi opinión —añadió Galad— es que habría que expulsarla. Pero eso traerá consecuencias.

—Lo que está claro —dijo Daradoth—, es que quiere acceder al conocimiento de la Biblioteca por algún motivo muy profundo, y peligroso, a juzgar por el sueño que Emmán inspiró en Galad la pasada noche.

—Al parecer, intenta liberar un poder ancestral peligroso para la existencia, es todo lo que pude interpretar —dijo Galad, que les narró el sueño del baúl estrellado—. Y Ashira nos ha amenazado con que, si ella no puede acceder a ese conocimiento, nadie lo hará.

—¿Creéis que puede intentar destruir la Biblioteca? —preguntó preocupado Nerémaras.

Algunos contestaron que sí, otros que no. En cualquier caso, intentaría algo. Daradoth afirmó:

—Yo creo que con lo que ha pasado esta tarde, sus planes se han frustrado. No la conozco y no sé muy bien cómo puede reaccionar, pero esperaría lo peor.

—Yo sugiero que alejéis al duque de la influencia de Ashira —dijo Symeon—, no sé cómo, pero sería lo deseable.

—Muy bien —decidió el rey—. En cuanto volvamos a palacio decretaremos su expulsión de Sermia.

—Hacedlo con medidas extraordinarias de seguridad —añadió Galad—, pues al poder de la propia Ashira hay que sumar el de su séquito. Hay varios hechiceros acompañándola.

La reina Irmorë intervino, hablando directamente a Yuria:

—Por curiosidad, ¿sabe Ilaith algo de esto?

—No, no lo sabe, es algo que nos ha sobrevenido en nuestra visita.

—Ya veo.

Ante el silencio que se hizo, Symeon vio la oportunidad de cambiar de tema:

—Ya que estamos aquí reunidos, Svadar, Nerémaras, necesitaremos sin más dilación acceso a la Biblioteca. Es importante lo que hemos venido a buscar. Siento si soy brusco con este tema. Sé que yo no necesito permiso, pero mis compañeros lo necesitarán.

—Es algo irregular —empezó Nerémaras, mirando a Svadar.

—Tenéis mi permiso personal —zanjó el rey, mirando a los bibliotecarios, que no pusieron ninguna objeción, aunque se les notaba incómodos ante la injerencia real.

—No obstante —continuó Symeon—, necesitaremos la ayuda tanto de bibliotecarios como de sapientes, y confiaba en tenerla, dada la situación.

—Por supuesto que la tendréis, claro que sí —contestó Svadar tras unos segundos de duda—. A partir de este mismo momento. Pero tenemos que considerar también el cisma en los sapientes, van a estar totalmente enfrentados entre sí con el asunto de Ashira. 

—¿Y no teméis que Ashira intente entrar a la fuerza en la Biblioteca? —añadió Nerémaras—. Creo que habría que valorar seriamente esa posibilidad.

—Sí, tenéis razón.

—Destinaré entonces otro destacamento de la guardia real para proteger la Biblioteca —anunció el rey. 

—Gracias, majestad —dijo Svadar.

—Sería interesante saber qué es lo que buscaba —sugirió Daradoth. Ante los gestos de impotencia de los bibliotecarios, se giró hacia la reina—: Quizá vuestro hermano pueda saberlo.

—No me parece probable, no es el tipo de información que pueda interesar a Valemar, pero no debemos descartarlo, claro.

Después de algunos planes más, dieron por finalizada la reunión. Con los recursos de los bibliotecarios a su disposición, se aprestaron para ir directamente a la Biblioteca. Pero antes de que abandonaran el edificio, Anak Résmere tocó el brazo de Galad, pidiéndole hablar un momento con él. El paladín, muy intrigado, aceptó:

—Por supuesto, decidme.

—Solo quería pediros un pequeño favor —empezó el bardo—. Tengo buen amigo que, tras asistir a las charlas de vuestro grupo, quiere entrevistarse con vos. Si mañana tenéis un momento, os rogaría que os reunierais con él. Es un antiguo monje emmanita que por circunstancias de la vida se encuentra en uno de nuestros monasterios.

—Muy bien, claro, será un placer.

—Simplemente acudid mañana a mis aposentos y os conduciré a él.

Galad se reunió con el resto en el camino a la biblioteca. Allí les dejaron pasar sin ningún problema, acompañados como iban por Svadar y Nerémaras, y con el salvoconducto del rey. Al entrar, tuvieron la sensación que algunos de ellos ya habían tenido en su anterior visita y que aquejaba a aquellos que no estaban acostumbrados a entrar en el lugar, un leve aturdimiento al sentirse descolocados, pues el interior de la biblioteca no parecía corresponder con el exterior. El edificio parecía mucho más grande por dentro que por fuera, y no solo eso, aunque no sabrían explicar qué más estaba fuera de lugar. Y todo ello unido a la ya habitual sensación de comezón en la espalda que les había afectado desde que habían acudido a Doedia por segunda vez. Yuria también lo sentía a pesar del talismán de su cuello, así que debía trascender cualquier tipo de poder mágico.

Nerémaras sugirió ignorar los libros y pasar directamente a los rollos de pergamino. Y así lo hicieron. Buscaron durante horas y horas, enterrados en miles y miles de escritos y, en un momento dado, Symeon tuvo un momento de inspiración; sin saber muy bien por qué, algo lo llevó a centrarse en una estancia concreta que daba acceso a un par de pasillos. Empezó a ver en los huecos pergaminos escritos en cántico, el idioma de los elfos. 

Amanecía. Habían pasado ya más de ocho horas desde que habían llegado a la biblioteca, y sus compañeros estaban derrotados, pero Symeon hizo oídos sordos a sus sugerencias de retirarse. Sabía que no podía perder aquel momento de inspiración, que sabía que sería harto difícil que se repitiera. El errante llegó finalmente a una pared con multitud de nichos donde los pergaminos parecían versar sobre antiguos rituales y el mundo espiritual. Todos ellos en cántico y quizá ancestral. Con la ayuda de los bibliotecarios, recogieron todos, al menos una cincuentena, y los metieron en un baúl para llevarlos a un lugar más accesible.

—Tendréis que ayudarme a descifrarlos —dijo Symeon a Yuria y Daradoth, mientras guardaban los rollos—. Pero si en estos pergaminos no encontramos lo que hemos venido a buscar, es que no está aquí.

Se llevaron los pergaminos a la celda que Symeon tenía en la residencia de los Maestros del Saber, intentando ser lo más discretos posibles, ya en pleno día. Y se retiraron a descansar, pues se encontraban agotados. Symeon se quedó en su celda, y el resto volvieron a palacio.

A mediodía, ya algo descansados, Daradoth y Yuria anunciaron su intención de acudir a la biblioteca a ayudar a Symeon con la traducción de los pergaminos. Galad aprovechó para recordarles lo que le había pedido Anak el día anterior, así que partió con Faewald, otro devoto emmanita, al encuentro de ese clérigo del que les había hablado el bardo. Se encontraron con él en sus aposentos, como les había dicho. Poco después salían al patio, donde les esperaban media docena de guardias reales (Anak era, al fin y al cabo, el primer bardo real) y caballos para todos. Partieron hacia el monasterio de la orden de Sairethas, donde Résmere había dicho que se encontraba el monje, muy cerca de allí.

—¿Y de qué conocéis a ese monje? —inquirió Galad mientras cabalgaban.

—Era un viejo conocido de mi padre, el famoso Gerak Résmere, ¿os suena?

—Siento decir que no.

—Oh, bueno, es cierto que a veces los sermios sobrevaloramos la fama de nuestros bardos fuera de nuestras fronteras, no os preocupéis. Sobre este cura al que vamos a ver, su nombre es Ibrahim. Ibrahim Pursal. En cierto punto de su vida, según sus propias palabras, se arrepintió de enormes pecados y se exilió de Esthalia voluntariamente para retirarse del mundo. Y como los hermanos de la orden de Sairethas son un poco peculiares y cumplen voto de silencio (pues el propio Sairethas estaba incapacitado para el habla), decidió quedarse con ellos.

—Y, ¿qué opináis de los sucesos de ayer?

—Pues... sinceramente, he visto muchas cosas en el curso de mis viajes. pero como  lo de ayer, nada parecido. Fue extraordinario.

En un par de horas llegaron al monasterio. Allí fueron recibidos por el prior y dirigidos en silencio hacia el claustro, a una zona concreta donde había un banco. En él se encontraba sentado un monje algo entrado en años, con la tonsura emmanita. Al verlos, sus ojos se iluminaron; se levantó y se dirigió rápidamente hacia Galad, cogiéndole una mano y arrodillándose con esfuerzo.

El monje Ibrahim Pursal

—Por favor, no es necesario que os arrodilléis —le pidió Galad.

—Sí, sí es necesario —contestó el monje en estigio, con un tono de profunda pesadumbre—. Por favor, os lo ruego, necesito que me toméis en confesión. Sé que vos contáis con el favor de Emmán, hacía mucho tiempo que no veía a nadie tan iluminado por su luz, y necesito expiación, estando mi hora tan cercana ya.

—Por supuesto, por supuesto, no padezcáis más.

Se dirigieron a una pequeña capilla donde se encontrarían en un ambiente más recogido. 

—Hermano —empezó el monje—, me presento a vos para que me toméis en confesión, mi nombre es Ibrahim Pursal.

—Muy bien, hermano, confesaos, aligerar vuestro corazón y, si está en mi mano, seréis perdonado.

—Llevo atormentado toda mi vida por mis pecados de madurez, hermano. Perdonadme, porque soy el peor de los pecadores. He matado niños, hermano.

—¿Por qué motivo?

Ibrahim empezó a sollozar, desconsolado, le costó volver a hablar:

—Han sido muchos años de silencio... mis pecados se han podrido dentro de mí.

Anak Résmere puso una mano sobre su hombro, y hablando en un perfecto estigio, dijo:

—Ibrahim, por favor, contádselo desde el principio, no quiero que se entere por mí y perdáis vuestra oportunidad de liberar vuestros pecados.

El monje inentó calmarse, asintiendo en silencio a las palabras del bardo.

—Hace... hace unos veinte años. Yo era un miembro destacado de la iglesia esthalia, no sé si os sonará mi nombre... ya veo que no; era uno de los hombres de confianza de Su Santidad Aetius, el Primado ya fallecido. Por aquella época llegó a oídos de Aetius información sobre la existencia de una amenaza real para la Iglesia e incluso para la existencia del reino de Esthalia. ¿Habéis oído hablar del Imperio Trivadálma? —inquirió.

—Sí, por supuesto.

—¿Y del Pueblo del Rey de Reyes?

—Creo que sí, es una especie de... no sé cómo decirlo... de hermandad, o algo así, que espera el advenimiento del descendiente legítimo de los emperadores Trivadálma. Pero es solo un cuento, ¿no es así?

—No, claro que no, es algo muy real, y se compone de más gente de la que os imagináis, no es una hermandad en realidad, es más... una tradición, una creencia que se podría casi equiparar a una religión.

—Ya veo.

—Pues Aetius, no sé a través de qué medios, se enteró de que en una región remota de Gweden, en el sur del reino, habían aparecido unos niños. Niños que, al parecer, eran los descendientes directos de la tercera dinastía de emperadores, la última en reinar.  Y supongo que también conoceréis la historia del padre Gerwald de Hywedd; la revolución de los herejes que acabó con su vida y lo convirtió en mártir, ¿verdad?

—Sí, la conozco.

—Bien, pues San Gerwald  no es el mártir que la Iglesia nos ha hecho creer. Al menos no las circunstancias que lo martirizaron. En la época de la que os hablo, Gerwald no estaba muy de acuerdo con la política de la Iglesia, política que ha seguido hasta nuestros días y que ha corrompido a muchos de sus miembros bajo el liderazgo del Primado Irinwor. Él vio en los niños una oportunidad de un retorno a un emmanismo más puro, más original. Si conseguía convertirlos en buenos emmanitas y... la conspiración constaba de planes bastante complejos, imposibles de expresar en unas pocas frases, pero se resumía en lo siguiente: Gerwald tenía la esperanza de restaurar el Imperio Trivadálma con la religión emmanita, en su vertiente más pura y fiel a Emmán, como religión oficial. Sería así un triunfo emmanita sobre toda Aredia.

»Y mi gran pecado... mi gran pecado... —se le hizo un nudo en la garganta, y continuó con un hilillo de voz—: mi gran pecado fue que yo mismo orquesté el plan para quitar a esos niños de en medio. Para asesinarlos. Y Gerwald murió defendiéndolos, junto con muchos otros clérigos. No puedo vivir más con ese peso... no puedo... necesito escuchar algunas palabras, si no de perdón, de confort.

Ibrahim rompió a llorar.

»Necesito sentir a Emmán de nuevo, y vos sois el único que puede concederme eso. Haré cualquier cosa que me pidáis.

Galad sintió verdadera pena por Ibrahim. El monje estaba claramente arrepentido.

—Recemos juntos —dijo Galad, y por supuesto Ibrahim así lo hizo, fervorosamente—.  Emmán está en todos, y también con vos, Ibrahim. Vuestra contrición es sincera, y por ello yo os absuelvo.

Galad canalizó una brizna de poder hacia Ibrahim, que lo aceptó en su ser sin dudarlo. El paladín sintió que Emmán le volvía a dar su beneplácito. El monje se encogió y lloró.

—Gracias, gracias, gracias —repitió en voz baja, una y otra vez.

Anak intervino de nuevo:

—No sé si lo habréis supuesto ya Galad, pero ese no es el fin de la historia. Confío en vos, pues habéis demostrado vuestro honor y virtud, así que os revelaré una información realmente sensible para recabar vuestra ayuda. Mi padre era mucho más inteligente de lo que la mayoría suponía. Los niños que murieron no eran los verdaderos herederos del Imperio. Los verdaderos herederos ahora tienen poco más de veinte años, y se encuentran a salvo en un lugar no lejano. Son gemelos, un niño y una niña.

—Sí —dijo Ibrahim, repentinamente brioso—, así es. Y yo quiero honrar la memoria de san Gerwald. Quiero ver a los niños, o a uno de ellos, convertido en emperador emmanita de toda Aredia.

—Entiendo que es mucho para asimilar —continuó Anak—; pero, como fiel del Pueblo del Rey de Reyes que soy, como también lo fue mi padre, creo que nos beneficiaría a todos un Imperio fuerte y en las filas de la Luz.

»Por cierto, los reyes no saben nada de esto, y espero vuestra discreción. Los niños son fervientes emmanitas, pues el padre Ibrahim, entre otros, se ha encargado de su educación, honrando la memoria de Gerwald, y ese primer ladrillo ya está puesto. No obstante, desde el primer momento he tenido la sensación de que no podremos construir ese edificio sin la ayuda de vos y vuestros amigos. Como se demostró ayer, los sucesos extraordinarios parecen ser vuestro pan de cada día.

Por la mente de Galad pasaron mil  cosas: Ilaith, los lândalos, Daradoth... muchos contendientes para los jóvenes descendientes.

—Bien —dijo al fin—. Por ahora creo conveniente que sigamos manteniendo el más absoluto secreto, pues muchos peligros acechan a esos jóvenes. Pero os prometo que volveré pronto para encargarnos del asunto. Os doy mi palabra.

—Para nosotros es más que suficiente —dijo Ibrahim, que parecía haberse quitado varios años de encima—. Muchas gracias, hermano. Os esperaremos con ansiedad.

Galad volvió a Doedia y se despidió de Anak para volver a la Biblioteca con sus compañeros, sumergidos en la montaña de pergaminos. Estos, desgastados y con escritura apretada, eran difíciles de leer, y llegó la noche sin que encontraran nada útil.

Durante la cena, Galad aprovechó para contarles todo lo que había sucedido en el monasterio.

—No he querido acudir a verlos por no ponerlos en peligro.

—La verdad es que es algo muy importante, y no podemos dejarlo pasar —dijo Symeon—. Y debemos mantenerlo en secreto, desde luego.

—Valeryan seguro que querría la restauración del imperio, si eso llevara a la supremacía del emmanismo —añadió Faewald—. Pero habría que hacerlo con mucha calma, con pies de plomo.

Symeon miraba a Yuria. «Esto claramente es una amenaza para lady Ilaith; veremos cómo podemos lidiar con ello». Taheem, a su vez, pensaba lo mismo de Daradoth, pues ya había percibido los nuevos anhelos del joven elfo.

Como respondiendo a los pensamientos del errante, Yuria dijo:

—Quizá podríamos ponerlos bajo la protección y tutela de lady Ilaith.

Estas palabras encendieron una discusión en el grupo, en la que largo y tendido se habló de la conveniencia o no de revelar la existencia de los herederos a la canciller de la Confederación. Se habló también de qué apoyos podían tener los jóvenes, de lo que no tenían ni remota idea, y de cómo de poderoso podía ser el Pueblo del Rey de Reyes. Y también si habían establecido algún plan para la Restauración. Eran asuntos que tendrían que plantearle a Anak Résmere cuanto antes.

—Y, de momento, no podemos revelar su existencia —zanjó Galad, mirando a Yuria.

—De acuerdo, por el momento lo mantendremos en secreto —lo tranquilizó la ercestre—. Pero recordad que es gracias a Ilaith por quien estamos donde estamos.