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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 15

La Batalla por la Ciudadela

Daradoth, poseído por la rabia que teñía de rojo todo lo que veía, ignoró los efectos perniciosos del aura del demonio y se dispuso a danzar a su alrededor. Los tres guardias y los dos sanadores que había en la sala se apretujaron contra la puerta, aterrados por la escena.

El demonio extendió sus brazos hacia el elfo, invocando el poder de su esfera oscura. Daradoth reaccionó a tiempo e interpuso a Sannarialáth, deteniendo la oleada de poder como si fuera una simple brizna de hierba. Sonrió. Lanzó a la espada de Luz contra el engendro con todas sus fuerzas. Sannarialáth parecía un relámpago cegador, cayendo sobre la criatura, que aullaba confundida, una y otra vez. La velocidad sobrenatural de Daradoth en combinación con el poder de su espada fue demasiado para que el demonio pudiera resistir. Rugió cuando uno de sus brazos fue destrozado, y gimió cuando Sannarialáth trazó a continuación un arco descendente y cercenó una de sus piernas. Antes de que cayera al suelo, el engendro ya había revertido a su forma humana, sin vida.

Daradoth se giró. Tres soldados y dos sanadores suplicaron por su vida.


La visión de Yuria estaba plagada de puntos brillantes debido al dolor de su rodilla, que llegaba a su cerebro como si fuera una daga envenenada. Buscó inconscientemente su pistola, pero había salido despedida en la caída. En la bruma del dolor, le pareció que alguien gritaba: «¡Yuria! ¡Yuria! ¡Es lady Yuria!», y otra voz: «¡Rápido, ayudadla!». ¿Era su imaginación, o las personas que había en el patio de armas se estaban congregando para evitar que el acólito de Ashira llegara hasta ella? Varios niños acudieron también. «No... no... cuidado...», pero su mente estaba a punto de apagarse, todo en ella era dolor. El acólito de Ashira blandió su espada y mató a un par de hombres sin pensarlo demasiado. «Maldición... tengo que...». Cerró los ojos.

Entonces, una música llegó de alguna parte. Una música celestial, liviana y etérea. «¿Un arpa? ¿Es esto lo que se siente al morir?», pensó Yuria. Pero el enemigo se detuvo, confundido y mirando alrededor. Alguien apareció en la escena. Anak Résmere, el bardo real, estaba usando sus poderes para retener al encapuchado. Y, como una centella, detrás de este apareció Taheem. Yuria fue capaz de esbozar un amago de sonrisa, y renovada, trató de levantarse, sin éxito. Taheem, como maestro de la esgrima, era extremadamente mortal; sus movimientos fueron como un baile, rapidísimo y letal. El enemigo cayó muerto sin que el vestalense aparentemente hiciera ningún esfuerzo. A continuación, se dirigió hacia Yuria, a la que levantó con ayuda de Anak.


En los pasillos de palacio, Symeon y Galad seguían aturdidos debido a las palabras de Norren.

—Te pido que pares lo que estás haciendo, Norren —dijo Symeon.

—No puedo, no quiero que sufráis ningún daño, amigo mío.

—Cesa en tus intenciones, yo no voy a parar, y si quieres matarme hazlo, por lo menos moriré con dignidad.

—¿Cómo voy a matarte, Symeon? —Norren parecía genuinamente sorprendido—. ¿Qué estás diciendo?

Symeon percibía el enlace invisible que lo conectaba con Norren. No sabía explicar qué era aquello, pero a Norren parecía afectarle profundamente.

—Estoy seguro de que no quieres esto, Norren —dijo el errante—. Estás a tiempo de volver conmigo; siempre lo has estado, siempre lo estarás.

—Te has convertido en un hombre extraordinario, Symeon, en una compañía sumamente extraordinaria —miró a Galad—; aunque quizá equivocada.

Norren hizo un leve gesto. Galad abrió mucho los ojos; Emmán había desaparecido de su percepción. «Bendito salvador, ¿cómo puede ostentar tal poder? ¿Qué será capaz entonces de hacer un kalorion?».

Symeon pudo percibir algún tipo de cambio en la Vicisitud, pero nada concreto. No obstante, por el gesto de Galad, que miraba hacia arriba deseperado, supuso lo que Norren había hecho.

—Ya veo que tú también eres capaz de alterar la realidad —afirmó—. Y supongo que lo puedes hacer desde hace mucho, pero eso no será óbice para que nos opongamos a todo lo que representáis. Y mi oferta sigue en pie: vuelve conmigo, a la paz que un día vivimos en la caravana.

—No sabes cuánto lo hecho de menos, pero me está prohibida tal cosa. —Pensó durante un instante—. Quizá... quizá tú puedas venir conmigo... déjame ayudarte.

Symeon comenzó a sentir cómo el tapiz de la realidad se retorcía a su alrededor. Contuvo el pánico, y siguió hablando.

—No juegues al juego de Ashira, Norren. ¡No lo hagas! 

El hombre de poblado bigote pareció distraerse, el tapiz volvió a restablecerse.

—No sabéis de lo que es capaz, Symeon —dijo—. Cuenta con el favor de Uriön, y ya es más poderosa que yo.

—Lo sé, lo noto... pero eso no me detendrá en...

Un sonido repentino y sordo interrumpió las palabras del errante. Norren y los hijos del abismo habían desaparecido. 

En pocos segundos, Galad, Symeon y los demás se recuperaron. El paladín volvía a percibir a Emmán, con gran alivio. Usó sus poderes para recuperar la salud de Faewald, e infundieron ánimos a los esthalios. En pocos momentos, continuaron su camino hacia los aposentos reales.

—No sé lo que ha ocurrido —dijo Symeon mientras atravesaban los pasillos—, pero diría que Norren nos ha perdonado la vida.

—De alguna forma cortó mi conexión con Emmán, no sabía que nuestros enemigos podían hacer tal cosa —dijo Galad, estremeciéndose.

—Tendremos que hablar de eso, pero ahora mismo Daradoth nos necesita.

—Sí, vamos, rápido —urgió Faewald.

En el camino al corazón del ala regia, el grupo se enzarzó en varios combates, pues los guardias reales llevaban las de perder ante los soldados de Datarian. Pero estos no eran enemigos para Galad, Symeon y compañía, que los hacían huir en pocos segundos. Pronto, una comitiva de varias decenas de guardias reales los acompañaba en el camino hacia los aposentos de los reyes y ponía en fuga a cualquier enemigo que les salía al paso.


Allí, Daradoth se acercaba lentamente al grupo de soldados y sanadores, con una media sonrisa en la boca. Se detuvo ante ellos, mientras lanzaban sus armas al suelo y le pedían clemencia. Los veía teñidos de rojo, como si una pátina de sangre nublara sus ojos.

Un gesto suave, un destello de plata, y la cabeza de uno de los soldados cayó al suelo, seguida por su cuerpo.

—¡No! —gritó el resto—. ¡Por piedad, lord Daradoth! ¡Clemencia!

Las súplicas desesperadas parecieron hacer mella en el elfo. El tinte rubí abandonó su visión, y vio el cadáver del soldado en el suelo. Apretó los dientes. El resto se encontraba de rodillas en sus súplicas, o intentando salir al exterior.

—Estaos quietos y no os pasará nada —dijo Daradoth; su voz calmada pareció surtir mayor efecto que si hubiera gritado. El grupo retrocedió hasta una esquina.

En el exterior se escuchaba mucho ruido. Pero decidió ignorarlo por el momento para volverse a los reyes. Interrogó a los sanadores, pero no parecían saber nada de la enfermedad de los monarcas.

En ese momento, la puerta de los aposentos salió despedida con una explosión. Una figura entró. Uno de los acólitos de Ashira, el que había hecho amago de lanzar un hechizo durante las conferencias en la Biblioteca. Llevaba un bastón que refulgía con un azul eléctrico en una mano, y una espada en la otra. Al otro lado de la puerta, multitud de cuerpos de guardias y soldados regaban el suelo. Solo cuatro soldados y una figura encapuchada quedaban en pie. A Daradoth le dio tiempo de ver por el rabillo del ojo cómo desde el fondo del pasillo aparecían Galad y Symeon seguidos de una pequeña multitud. Pero fue menos de un segundo, pues se lanzó sin pausa sobre el acólito de Ashira.

A pesar de que el bastón de brillo azulado defendió con fuertes descargas eléctricas a su portador, finalmente Daradoth lo derrotó con Sannarialáth y su danza de esgrima. En el exterior, el acólito de Ashira puso en serias dificultades a Galad y Symeon, pues en todos los dedos de una de sus manos portaba anillos de un gran poder. No obstante, finalmente pudieron imponerse a él, ayudados por su superioridad numérica.


En el exterior, Anak y Taheem llevaron a Yuria hasta los establos. Alguien más trajo a Darion, cuyo cuerpo ya estaba sin vida. Una lágrima se derramó por la mejilla de Yuria. El bardo se quedó para cuidarlos, mientras Taheem volvía al combate.

 

Con los enemigos ya abatidos y los guardias reales controlando la situación y llevándose a los prisioneros, Symeon, Galad y Daradoth se acercaron a los cuerpos durmientes de los reyes. Procedieron a buscar en sus cabellos algún cuerpo extraño como ya habían hecho hacía meses con el príncipe Nercier en la confederación. Efectivamente, Daradoth no tardó en encontrar una esquirla de plata adherida al cabello del rey; la retiró, y el monarca se relajó a ojos vista, respirando de forma más estable y relajando los músculos. La reina planteaba un reto más difícil debido a su larga melena, pero finalmente Galad encontró la esquirla. Al retirarla, la reina también se relajó. 

—Supongo que tardarán unas horas en despertar, o quizá días —dijo Symeon.

—Esperaremos entonces —contestó Galad—, debemos protegerlos y asegurarnos de que nadie más los amenaza.

De repente, una voz dijo a sus espaldas:

—Me temo que la próxima vez que nos veamos, las cosas serán diferentes.

Se giraron, en guardia. Era Norren. Estaba solo, y su rostro tenía expresión de sufrimiento.

—Siempre tendrás mi brazo tendido, Norren, esto no tiene por qué ser así.

—Es una pena despedirnos así, Symeon. Os deseo lo mejor.

Desapareció.

 —Un tipo extraño, ese Norren —dijo Faewald.

—Sí —se limitó a contestar Symeon.

 

El errante y Faewald se quedaron protegiendo a los reyes, mientras Galad, Daradoth y los esthalios salían rápidamente en busca del duque Datarian. Pero no encontraron ni rastro de él.


Más tarde, con la ciudadela bajo control gracias a la labor de Taheem, el grupo del Empíreo y los guardias reales al mando de sir Garlon, se reunieron con Yuria. Galad invocó el poder de Emmán para restaurar la rodilla de la ercestre, que sintió un gran alivio al sentir desaparecer el intenso dolor. Sin embargo, un pinchazo de tristeza les invadió al despedirse de Darion, ante las lágrimas desconsoladas de Avriênne y la profunda tristeza de Garâkh.

Poco después se reunían con la duquesa Serilen, los bardos y el capitán Garlon.

—Debemos preparar la defensa de la ciudadela —dijo la duquesa—. Datarian y los suyos...

Galad, Symeon, Yuria y Daradoth notaron  un fuerte escalofrío que a punto estuvo de dejarlos inconscientes. La duquesa no pudo acabar la frase, pues de repente la tierra empezó a temblar.


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