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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 28 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 27

Levantando el Asedio

Por la noche, el grupo se encargó de establecer una nutrida y poderosa guardia dentro y fuera de los aposentos de la reina, evitando así posibles intentos de magnicidio por parte de los elfos oscuros. Realmente, las precauciones que tomaron fueron extremas para tal contingencia, y dieron su fruto: no hubo problemas en el mundo de vigilia ni las guardas de Symeon se dispararon en el mundo onírico.

Por la mañana, Galad escuchó a lo lejos una nueva discusión entre varias de las paladinas de Osara y los paladines de Emmán. «En algún momento tendré que intervenir para detener eso», pensó. Pero ese no era el momento, con la comprometida situación en la que se encontraban.

Decidieron realizar una nueva salida con el Empíreo para intentar contactar con el soldado que ya les había enviado señales luminosas el día anterior. Con el Ebyrith, podrían transmitirle un mensaje para intentar encontrarse con él y quizá también con Tybasten, igual que habían hecho con Agoran Berien. Desafortunadamente, el día continuó con la tónica de la jornada anterior y amaneció nublado y con niebla, lo que dificultaría mucho más el contacto mediante señales.

Antes de la salida, un senescal vino a convocarlos para que acudieran a la sala del consejo con urgencia, enviado por su majestad la reina. Se dirigió específicamente a Yuria, pero como siempre, asumía que el resto del grupo también sería destinatario del mensaje.

Cuando llegaron a la sala, Ilaith les habló inmediatamente:

—Me alegro de que os hayamos encontrado antes de que os marcharais. Hay noticias nuevas e importantes.

Ilaith hizo una pausa y miró a la reina, cediéndole la palabra. «¿Ahora no queréis extralimitaros ante los súbditos de la reina, mi señora?», pensó Daradoth; «¿qué es lo que ha cambiado? ¿O es una estrategia? No parecía importarle mucho hasta ahora».

—Sí —continuó Irmorë, que con un gesto hizo salir a los guardias, sirvientes y nobles de baja estofa—. Parece ser que, por pura casualidad, esta mañana unos guardias han encontrado una flecha clavada en los establos con una nota enrollada. Aquí está.

Anak Résmere desenrolló la nota, escrita en sermio, y la leyó en voz alta:

Un amigo entre enemigos desea hablar.

Si buscáis una oportunidad que os favorezca, acudid a la fuente de
las garzas con el sol en su cénit. No habléis de esto a
nadie, pues los rumores traen la desgracia.

Por el bien de lo que está por venir, confiad en el mensaje.

—T.

—¿"T" de Tybasten? —aventuró Galad.

—Todo apunta a que sí —respondió Ilaith.

—Pero, evidentemente, y casi me da vergüenza recalcar esto, porque supongo que todo el mundo lo habrá pensado ya, podría ser una trampa —advirtió Yuria.

—Tendremos que estar preparados y tomar las precauciones pertinentes —dijo Daradoth—, pero sabiendo lo que sabemos, deberíamos aprovechar la oportunidad.

—Desde luego, que nos convoquen a mediodía es una buena señal —indicó Galad—. Los elfos oscuros estarán menos activos. Aun así, por supuesto, habrá que ser precavidos.

El grupo decidió entonces cambiar sus planes, e hicieron desembarcar del Empíreo a todos los paladines que ya estaban a bordo. Descansaron algo más, y a media mañana, Daradoth y Symeon salieron por una pequeña puerta de la muralla para inspeccionar el entorno de la fuente de las garzas, donde les habían emplazado a mediodía. La neblina y la ligera llovizna les cubriría, y sus habilidades naturales y sobrenaturales les harían casi imposibles de detectar.

Mientras tanto, Galad se reunió con Davinios, pues las discusiones entre los dos grupos de paladines alcanzaban ya un nivel preocupante. 

Davinios, líder de los paladines Fieles

 —La verdad —afirmó Davinios— es que creo que a los paladines de Osara (pues ya hay bastantes hombres entre sus filas) se les está subiendo un poco a la cabeza el poder que tienen, creo que empiezan a sentirse mejores que cualquier otro. Ya sabes que nuestro señor Emmán, loado sea su nombre, por su propia definición, no nos permitiría pensar de esa forma, pero Osara... no sé, creo que no puedo explicarlo mejor. Y eso sumado a la corrupción de la cúpula de la Torre Emmónir... algún día deberíamos volver a poner orden.

—Pero nuestro grupo de paladines no representa la corrupción de Emmolnir. Estamos donde estamos precisamente por eso.

—Por supuesto, claro que sí. Pero ya te digo, los de Osara se han... no me gusta usar esta palabra... endiosado. No encuentro ninguna palabra más adecuada. El orgullo no es un defecto que vaya en contra de los valores de su señora, supongo. 

—Pero no ha habido ningún altercado, ¿verdad?

—No, evidentemente, hasta ahora no, pero no podemos descartarlo en el futuro.

—Ya veo. —Galad hizo una pausa, pensativo. Nunca dejarían de surgir problemas, ¿verdad?—. Bien, esperemos que la situación de la ciudad se resuelva pronto y lo afrontaremos. Gracias, Davinios, encárgate por favor de controlarlo.

En el ínterin hasta mediodía también hablaron con Galan Mastaros, y el archiduque les insistió sobre la situación en Esthalia, la necesidad de una intervención inmediata y los planes que tenía para formar una triple entente entre Ercestria, Esthalia y Sermia. Ahora los planes estaban cambiando para que la triple entente fuera en realidad cuádruple, incluyendo a la Federación de Príncipes Comerciantes, con Ilaith a la cabeza.

—Son miras muy altas, lo reconozco —dijo el archiduque—. Pero si queremos prevalecer, la única vía válida que veo es una alianza firme y completa de las cuatro naciones. Si no, entre el Káikar, el Imperio Daarita y la amenaza del sur, nos llevarán a la perdición.

«Pero todos sabemos quién querrá tener el control de esa "cuádruple entente", por supuesto», pensó Galad, algo muy parecido a lo que a todos se les pasó por la cabeza.

—Pero los problemas debemos tratarlos de uno en uno, mi señor archiduque —dijo protocolariamente Yuria—. Primero Sermia. Luego la situación en la Federación, no olvidemos que hay enemigos muy poderosos aún en su seno. Y después, tendremos que encargarnos de Esthalia, por supuesto, aunque como sabéis, tenemos asuntos entre manos que consideramos aún más importantes.

En el exterior, Daradoth y Symeon llevaron a cabo la inspección del entorno de la fuente de las garzas. Sus habilidades les permitieron acercarse sin ser vistos, a la vez que vieron, aparte de los soldados de patrulla habituales, un grupo de tres figuras humanas embozadas, armados con arcos de mano y hojas largas. Por el aspecto y su forma de comportarse, Symeon los reconoció: alguien le había hablado en el pasado de unos extraordinarios montaraces nómadas sureños que tenían unos sentidos más agudos de lo normal. Eran rastreadores y cazadores, y ahora se encontraban aquí. Tendrían que tener sumo cuidado.

No obstante, la zona parecía lo suficientemente segura y laberíntica como para que no tuvieran problemas para llegar a la reunión con el resto del grupo, y así lo transmitieron al volver a la ciudadela.

Por fin, a mediodía, el grupo salió de la ciudadela, acompañados por Taheem, Faewald el bardo real Stedenn Dastar (necesitaban alguien que pudiera hablar por la reina) y los caballeros argion esthalios, Candann, Faewann y Waldick. Siguiendo las instrucciones de Symeon llegaron a la placeta donde se encontraba la fuente sin ningún problema. Decidieron esperar en un lugar apartado oculto por unas arcadas y un pórtico, desde donde un par de ellos podían observar la pequeña explanada.

Pocos minutos después, cuatro figuras con capa y capucha, vestidas discretamente, accedían con precaución a la plaza. Symeon se dejó ver, indicando a los recién llegados que se acercaran. Mientras, los esthalios, Faewald y Taheem se ponían en posición. Los encapuchados llegaron al pórtico. Uno de ellos habló en estigio, para facilitar la comunicación. Tenía un fuerte acento sermio:

—Disculpad mis modales si no me quito la capucha, pero prefiero no hacerlo. —Su voz era conocida para algunos. Tybasten. Exhalaron un suspiro de alivio—. Sois exactamente aquellos que esperaba ver —añadió desde las sombras de su capucha—. No tenemos mucho tiempo antes de que vengan las patrullas nuevas. Uno de mis hombres os hizo señales hace un par de días.

 —Así es, lo vimos y le contestamos.

—Y he aquí que nos encontramos en esta plaza. Seré rápido, pues ya os he dicho que no tenemos mucho tiempo. Ya supondréis por qué estoy aquí. No puedo seguir por el camino que hemos tomado. Nuestro líder ha perdido el rumbo, y está poniendo en peligro a Sermia y la grandeza que podría llegar a tener. No puedo tolerarlo, y debemos encontrar un nuevo rey que no ponga el país en manos de extranjeros, mucho menos de esos malditos elfos oscuros —escupió las palabras con desdén.

—Nos alegra escucharos decir eso, mi general —dijo Daradoth—. Y sobre la búsqueda de un nuevo rey, ya no tenéis que preocuparos más, pues la reina está encinta y lleva en su vientre al heredero legítimo del rey Menarvil. 

—¿Es eso cierto? —espetó Tybasten, visiblemente sorprendido.

—Por supuesto —corroboró Galad.

—Ayer fue anunciado durante el sepelio de su majestad, y tenemos intención de que los bardos hagan pública la noticia. Además, tenemos que informaros de algo más: un ejército de poco menos de diez mil efectivos, entre ellos cuatro mil jinetes de Semthâl, ha traspasado la frontera sur y se dirige hacia el norte, presumiblemente hacia aquí. Encabezado por elfos oscuros y hombres de Sombra.

Tybasten meditó durante unos segundos.

—Pero... un ejército de esas características, arrasará todo a su paso. ¿Los pueblos de la seda...?

—Los esquilmarán, y quizá algo peor —confirmó Yuria.

—Intolerable. ¡Intolerable! No podemos permitir eso.

—Es por ello que debemos darnos prisa. Ya hemos contactado con otras legiones, y pronto tomaremos la iniciativa. Deberéis estar preparados desde ahora mismo, pues en cualquier momento atacaremos. Os lo haremos saber.

—Muy bien, así lo haré. Intentad hablar con la legión de Svadren, creo que nos apoyará también. Y supongo que tendremos el perdón de la reina.

—Por supuesto.

Se despidieron sin apenas ceremonia, y el grupo se apresuró a recorrer el camino de vuelta. Se encontraban a punto de acceder a las escalinatas de las murallas tras hacer señas a los vigías, cuando el mundo se estremeció.

El suelo tembló violentamente, como nunca lo había hecho, y de repente, tanto Galad, como Symeon, Daradoth y Stedenn tuvieron una sensación que ya conocían, como si les derramaran una tonelada de agua hirviendo encima, todos los poros de su piel les abrasaban. Igual que había sucedido con el volcán de las Islas Ganrith, aunque un poco menos intensamente. Sus sentidos se agudizaron hasta el punto de aturdirlos, mientras caían al suelo por las sacudidas y la amenaza de la inconsciencia. La luz de Emmán era solo un punto tremulante en el límite de la percepción de Galad.

Daradoth estaba en un trono, con la reina Arëlieth como consorte. Al mismo tiempo, era un mendigo lisiado, tullido de una pierna y tuerto, en algún tugurio de mala muerte. Un cazador lleno de vida persiguiendo un enorme ciervo en un éxtasis de pura exaltación. Un soldado repartiendo mandobles a diestro y...

Galad estaba a los pies de su señor Emmán, como heraldo de su voluntad. Era un mendigo lisiado, tullido y manco, con la gracia perdida. Un monje en un monasterio con voto de silencio, pasando las horas haciendo penitencia por sus pecados, llorando. Un líder de la iglesia, rico y corrupto, que no recordaba más que levemente una gracia que había tenido...

Symeon era el señor de un orgullos pueblo, en una colina que dominaba una ciudad imperial, con grandes estatuas a ambos lados de un impresionante paseo; una multitud le aclamaba. Era un mendigo alcohólico y tullido que vivía en las cloacas de una ciudad inmunda. Era feliz, con dos docenas de hijos y tres esposas, entre ellas Ashira. Volaba, vibrante de vida a lomos de un águila gigante, remontando la línea de nubes. Caía a un volcán de lava infernal que...

Yuria luchaba por no golpearse contra el suelo o un objeto, mientras sus amigos gritaban, mirando algo que ella no podía ver, sacudidos una y otra vez, intentando respirar.

El suelo dejó de temblar. La capa de nubes había desaparecido, y la sensación de calor ahora era agobiante. Un gran estruendo llamó la atención de Yuria en lo alto. Una de las torres de la muralla no pudo resistir los embates del nuevo terremoto, y comenzó a derrumbarse sobre ellos.

A duras penas se alejaron de las murallas. La mayoría con magulladuras, excepto el bardo Serenn, a quien le cayó una gran roca que le rompió varias costillas y un brazo. Afortunadamente, contaba con la ayuda de Galad. Agotados, se refugiaron bajo los primeros edificios. 

Poco a poco los temblores cesaron, los sentidos se relajaron y sus mentes volvieron a un estado de calma. La luz de Emmán se hizo más potente en la aprehensión de Galad, lo que le permitió ayudar en cierta medida al bardo.

En unos minutos, superado el aturdimiento por los recuerdos de las diversas vidas que habían experimentado, aunque ciertamente impresionados, pudieron reaccionar. Yuria les interrogó acerca de lo que había ocurrido, y se lo explicaron como pudieron. 

Un rato después volvían a la ciudadela. Afortunadamente, no tuvieron que lamentar ninguna pérdida importante. Se aseguraron de que la reina, Ilaith y los demás estaban bien, informándoles de la reunión sucintamente. Pero los muros y las murallas habían sufrido mucho. De vuelta en el exterior, Yuria lo observó todo con detenimiento, preguntándose si aquellas murallas podrían contener otro asalto. Y entonces, tomó una decisión.

—Tenemos que aprovechar esto —dijo en voz queda para que la oyeran sus amigos, y entonces, gritó—: ¡Tenemos que aprovechar esto! ¡Vamos! —se volvió hacia las tropas, con la espada desenvainada y su capa ercestre ondeando, una verdadera generala de los tiempos de leyenda—. ¡Dejad de quejaros como niñas y en marcha! ¡Daradoth, Galad, tenemos que activarnos! ¡Ahora o nunca! ¡Esas murallas no resistirán que nos atrincheremos como cobardes! ¡A por ellos! ¡¡¡En marcha!!! ¡Galior, movilizad a los guardias! ¡Galad, los paladines! ¡Daradoth, traed aquí a todo el que pueda ayudar! ¡¡¡Al ataque!!!

Galad rugió. Galior rugió. Daradoth bramó. Symeon transmitió la situación al consejo. Todo se iba a decidir allí mismo, ese mismo día.

Abrieron las puertas. La legión de Svarakh, la guardia real y los paladines se derramaron al exterior, siguiendo las órdenes de Yuria y los comandantes, que seguían sus instrucciones eficazmente. Los paladines hacían vibrar los corazones de los soldados, que empezaron a cantar y a aullar. 

Symeon, marchando codo con codo con Daradoth y los bardos, avistó la Biblioteca por el rabillo del ojo. Se encontraba de nuevo sumida en una densa bruma que impedía su visión. Algo había pasado allí, como ya había sospechado.

—¿Ves eso, Daradoth? —señaló.

—Maldición, sea lo que sea lo que pasa ahí, no ha acabado. Pero ahora debemos aniquilar engendros de Sombra. ¡Vamos!

Mientras se dirigían hacia el noreste para atacar fulminantemente el campamento de los elfos oscuros, Daradoth envió el Ebyrith a Tybasten y a Agoran, informándoles de que estaban lanzando el ataque. Unos seiscientos soldados, unos doscientos guardias reales, los paladines y los maestros de esgrima eran las fuerzas a su disposición.

No obstante, los enemigos habían sido también afectados profundamente por el estallido de esencia y el terremoto, y no parecían contar con generales de la talla de Yuria y Galad. Las fuerzas de la Luz fueron como un cuchillo que cortaba la mantequilla a través de las pocas fuerzas humanas que se les opusieron, y pronto llegaron al conflicto con los elfos oscuros, cuyos cuernos sonaban con un sonido espeluznante, pero que no pudieron hacer nada ante las fuerzas combinadas de Sermia y los paladines. Los engendros tuvieron que retroceder, ante la furia de los soldados y de Daradoth, que, con la visión roja, tenía sangre de elfo oscuro chorreando por su brazo derecho en gran cantidad. Los elfos oscuros recurrieron como última esperanza a los tres enormes rinocerontes monstruosos que habían empleado contra las murallas. No tenían jinetes, pero el suelo temblaba ante ellos, y los edificios no podían resistir a su paso.

La desazón cundió entre las filas de los sermios que, por un momento, estuvieron a punto de huir, pero los paladines consiguieron que aguantaran en su posición, dando órdenes de que se apartaran como pudieran. 

Daradoth saltó para interponerse en el camino de las bestias, mientras entre los soldados se alzaban voces de terror ante lo que parecía la muerte del lord elfo. Una de sus habilidades sobrenaturales, que en su momento había despreciado displicentemente, iba a salvar ahora centenares de vidas. Alzó sus brazos en una pose épica y gritó:

—¡¡¡Deteneos!!! ¡¡¡Atrás!!!

La pequeña figura del elfo, interpuesta ante las titánicas bestias, consiguió que estas se encabritaran y se detuvieran. Con aspavientos y gritos en cántico, forzó a los animales a volver por donde habían venido, arrasando así los campamentos de las legiones alrededor.

La hueste de la Luz gritó a pleno pulmón:

—¡¡Daradoth!! ¡¡Daradoth!! ¡¡Daradoth!!¡¡¡Por la Luz y lord Daradoth!!!

Y se lanzaron al ataque, cantando, rugiendo y matando, potenciados por los bardos reales. Una media hora después, el flanco izquierdo se unía a la vanguardia de las fuerzas de Tybasten, y el flanco derecho a las de Svadren y Agoran, rompiendo a las fuerzas fieles a Datarian y haciendo centenares de prisioneros, que se rendían ante el arrojo y la potencia de la hueste.

Por desgracia, Datarian parecía haber tenido tiempo para huir y había desaparecido. Una vez tomado su campamento, las tropas aclamaron a sus líderes, en un éxtasis de victoria irrefrenable.

Ya con la noche bien entrada y con los rumores sobre Daradoth el encantador de monstruos plenamente activos, los generales dieron por definitiva su victoria sobre los atacantes y el asedio de Doedia fue levantado, o mejor dicho, aplastado. Se tomó juramento a las tropas que se habían rendido y Yuria calculó que en ese momento podrían contar con un contingente de cinco legiones completas más la guardia real. Esbozó una media sonrisa, agotada pero extremadamente satisfecha. Sus soldados la aclamaban, y con ella a sus compañeros.


jueves, 17 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 26

Contactando con los Fieles

Tras el intercambio de señales, el grupo ordenó que el Horizonte siguiera sobrevolando Doedia, lo más discretamente posible y describiendo un amplio círculo, con la intención de detectar otras posibles comunicaciones subrepticias.

—Mirad allí —advirtió Yuria mientras sobrevolaban la parte sur de la ciudad.

Un nutrido grupo de soldados, unos cincuenta o sesenta, quizá con algunos oficiales entre ellos, se encontraban reunidos en una pequeña plaza elevada. Miraban hacia la ciudadela con una mano en el corazón y con aire marcial. Las campanas del palacio y las murallas tañían al unísono en memoria del rey Menarvil, cuya capilla ardiente se celebraba en esos momentos.

—Parecen estar presentando sus respetos al rey —dijo Symeon—. ¿Deberíamos contactar con ellos?

—Yo creo que sí —opinó Galad, secundado por los demás.

Así que descendieron desde la altura segura hasta una distancia que permitió a los reunidos apercibirse de su presencia. El grupo de soldados iba aumentando de tamaño, pues había un goteo incesante de soldados desde los callejones anexos a la placita sobre la que se encontraban.

Symeon lanzó unas señales resplandecientes con su diadema, y varios de los soldados hicieron un gesto de reconocimiento, pero acto seguido miraron a su alrededor. No querían que los vieran contactando con el enemigo. Efectivamente, en el grupo había varios oficiales, y uno de ellos lucía las insignias de ayuda de campo (en Esthalia lo llamarían lugarteniente) de su general. Memorizaron su rostro para intentar contactar con él más adelante.

—Bien, ya se han dado cuenta —dijo Yuria, y ordenó—: ¡Más altura! ¡Volvemos al patio de la ciudadela!

Mientras descendían para anclar el dirigible, Daradoth pudo ver a lo lejos algo que le llamó la atención:

—Han organizado dos partidas de jinetes, que han partido a toda prisa alejándose de la ciudad —informó.

—Quizá estén cazando desertores.

—Ojalá hayan llegado a ese punto.

Al anclar el Horizonte, los paladines de a bordo se relajaron por fin, dejándose de oír esas campanillas celestiales que les habían acompañado en todo momento. Yuria se había acostumbrado tanto a ellas, que ahora su ausencia destacaba como un trueno. «Hace unas tres jornadas que no vemos ningún corvax en el cielo, buena señal», pensó, «a no ser que haya partido en busca de refuerzos». Su ánimo sombrío se disipó cuando vio el Empíreo ya completamente reparado y anclado en un lugar más alejado del patio de armas. Los tejedores y artesanos ya trabajaban en la reparación del Nocturno.

De vuelta en el consejo, expusieron todo lo que habían visto y deducido, y pasaron a discutir cuál sería la mejor forma de contactar con los presuntos disidentes. Se evaluaron varias posibilidades, entre ellas la de enviar el Ebyrith de Daradoth para contactar con ellos. Decidieron que empezarían por contactar con el oficial del sur, cuyo rango le permitiría mayor libertad de maniobra que al soldado del campamento del oeste.

El día siguiente, tras un par de semanas de sol, amaneció con nubes y llovizna. Eso les dificultaría la exploración del entorno, pero les vendría perfecto para realizar salidas discretas en los dirigibles. Se reunieron para desayunar rápidamente antes de ponerse en marcha, abrazando a Taheem que, con el muñón bien vendado, se unió de nuevo a ellos. Yuria se encontraba pensativa, y finalmente dijo:

—Han pasado ya tres días desde el asalto, y no lo han vuelto a intentar.

—Eso está bien, en lo que a mí respecta —sonrió Galad.

—Es bueno, pero extraño. Solo se me ocurren dos posibilidades: o bien los hemos dejado muy maltrechos, o es que tienen problemas internos. No los dejamos tan maltrechos como para no aprovechar las brechas en el muro, así que me inclino por la segunda.

—Tratemos de aprovecharlo —sentenció Daradoth.

 

Salieron de la ciudadela esta vez a bordo de Empíreo. Descendieron a una distancia segura (facilitada por las nubes y la lluvia), y Daradoth y Symeon desembarcaron. El errante iba con la ropa justa, pues iba a ser el objetivo de las habilidades sobrenaturales del elfo para ocultarse a la vista. Tardó unos minutos en acostumbrarse a no verse a sí mismo al moverse, pero en un breve intervalo se despedía de Daradoth y se dirigió caminando hacia el campamento del sur. «Esto me recuerda los viejos tiempos», pensó con una mezcla de excitación y tristeza; «si hubiera contado con estos medios, nada habría sido imposible». Symeon había sido la elección evidente para esta misión, dadas sus ingentes habilidades para la incursión subrepticia y silenciosa.

Pronto atravesó el acceso al campamento sin ningún problema. Por lo poco —o mucho— que había aprendido de Yuria respecto a los temas militares, le pareció que el cuerpo de guardia era bastante escaso. Se dirigió hacia el centro del complejo y en poco menos de veinte minutos reconoció al edecán que había presentado sus respetos al rey. La tienda de donde había salido debía de ser la suya, así que ya tenía la información que necesitaba. El oficial se dirigía con un par de oficiales hacia algún lugar. El errante los siguió para escucharlos, pero hablaban en Sermio y no entendió nada. Eso sí, parecía que estaban discutiendo, al igual que mucha gente alrededor; los ánimos parecían crispados.

Antes de retirarse, aprovechó para investigar un poco más. Le llamaron la atención tres tiendas enormes plantadas un poco más lejos del centro con un blasón diferente. El blasón de Datarian. Esperó unos momentos más, y pudo ver que las tres tiendas estaban habitadas por unos sesenta hombres del duque; además, en una de ellas, sentados en austeras sillas, un par de elfos oscuros dormitaban.

Symeon volvió al Empíreo de nuevo sin problemas, transcurridas unas tres horas desde su partida. Informó a sus compañeros de todo lo que había visto.

—Si envías el búho de noche —dijo a Daradoth— habrá que tener cuidado con los elfos oscuros.

—Lo haremos de día.

No esperaron demasiado. Prácticamente en cuanto acabaron de hablar y Symeon hubo descrito con todo lujo de detalles la tienda del oficial, Daradoth sacó el artefacto en forma de búho. Cuando iba a darle instrucciones, Taheem intervino:

—¿No creéis que sería buena idea que Symeon se volviera a infiltrar y fuera testigo de lo que diga el búho y a quién lo diga?

—Sí, tienes razón —Daradoth agradeció la aportación del vestalense.

Y así lo hicieron. Repitieron el proceso de la mañana, y en aproximadamente una hora y media para dar tiempo a Symeon de colocarse en posición (como efectivamente lo hizo, aunque con alguna dificultad más de la que había tenido por la mañana), dio instrucciones al Ebyrith en voz queda:

—Ve al campamento más cercano a nosotros, a la tienda de color gris con ribetes verdes, y da este mensaje en un correcto Sermio: "Reunión en tres horas, una legua al sur. Salve Menarvil —la referencia al difunto rey había sido idea de Taheem—, que viva por siempre". No esperes confirmación.

El artefacto salió flotando de su mano a una velocidad sorprendente.

En la tienda del edecán, Symeon se sorprendió en el rincón donde se encontraba al ver aparecer un borrón oscuro atravesando la puerta. Con un golpe seco, el búho de Daradoth se posó sobre la mesa que dominaba el centro, donde el oficial se encontraba hablando con tres de sus oficiales. Todos echaron un par de pasos atrás, alguno echando mano de su espada, sorprendido y asustado.

En un visto y no visto, el Ebyrith reprodujo las palabras que Daradoth le había confiado, y volvió a alzar el vuelo raudo a través de la solapa de la tienda. Symeon pudo ver cómo el trío de oficiales reunido se miraba asombrado, y acto seguido pasaban a conversar acaloradamente en su idioma. Finalmente, el edecán dio algunas órdenes y los otros dos oficiales salieron rápidamente de la tienda, mientras él quedó pensativo, mesándose la barba.

«Bueno, pues ahora a esperar que haya suerte», pensó Symeon mientras salía de la tienda. Alguien gritaba a lo lejos. En general, había bastante ruido en el campamento, y las discusiones se podían notar en el ambiente. Salió del campamento sin ningún problema; la presencia de guardias aún era más escasa que hacía horas.

Cuando llegó Symeon, dirigieron el Empíreo hacia el punto de encuentro, protegido por la llovizna. El errante y Daradoth descendieron y tomaron posiciones en escondites lo suficientemente separados del camino.

Al cabo de bastante más de tres horas, ya a media tarde, pudieron oír cascos de caballos. Symeon se giró al notar algo por el rabilo del ojo. Llamó la atención de Daradoth, señalando hacia allá. Un forrajeador exploraba la zona, sin verlos.  Unos momentos después avistaban al grupo de jinetes que venía por el camino. Una docena más o menos, completamente pertrechados con armadura. Daradoth suspiró aliviado; «por suerte no hay elfos oscuros». Salió de su escondite y llegó rápidamente al camino.

Al verlo, los jinetes refrenaron a sus monturas. Era evidente que lo reconocían. Quizá algunos de ellos incluso lo hubieran visto anteriormente en persona. Se detuvieron a escasos metros, cuando Daradoth ya se encontraba preparado para saltar lejos de su alcance.

—Salve, lord Daradoth —dijo el Edecán, mientras desmontaba.

—Salve, oficial.

—Mi nombre es Agoran Berien, mi señor —dijo mientras se inclinaba en una ceremoniosa reverencia; el resto de sus hombres calcaron su gesto. 

—Os agradezco que hayáis acudido tan rápidamente a mi llamado, Agoran. —Alguno de los hombres silbó, y una veintena de exploradores armados con arcos y espadas cortas salió de los bosques. Symeon lo observaba todo desde su escondite—. Y como supongo que no tendréis mucho tiempo antes de tener que volver al campamento, iré al grano. Vimos que ayer presentabais vuestros respetos al rey Menarvil, y quiero aseguraros en persona y de primera mano que el rey fue asesinado por un grupo de incursores elfos oscuros, maldita sea su existencia, aliados con vuestro señor el duque Datarian. —Agoran miró instintivamente a su alrededor, aunque era imposible que alguien los estuviera espiando—. No es admisible que un duque de Sermia se haya aliado de esa manera con la Sombra y haya traicionado a la Corona hasta tal punto. Queremos que los fieles a Sermia renieguen de Datarian y sus pérfidos aliados, y sean derrotados sin paliativos.

—Entiendo lo que decís, y me atrevo a decir que lo comparto, como todos los aquí presentes, mi señor —dijo Berien, girándose hacia sus hombres—. Pero me temo que no es tan fácil. Pocos creen que la reina sea una opción válida para ocupar el trono, y sin algo que los una, no va a ser nada sencillo.

En ese momento, Symeon decidió salir de su escondite. Provocó algunas reacciones de asombro, y algunos arcos tensados, pero pronto lo reconocieron también y permitieron que se situara junto a Daradoth.

—No conocemos a fondo las leyes sucesorias de Sermia —continuó el elfo—, pero la alianza con los enemigos de...

—No hay nada de lo que preocuparse entonces —intervino Symeon, interrumpiéndolo. «Perdona amigo mío», pensó, «pero ya sabía que ibas a dar más rodeos de los necesarios»—. Hace tan solo un par de días, la reina reveló un hecho providencial. ¡Está encinta! En su vientre lleva el fruto de su amor por el rey, el legítimo heredero del reino de Sermia, y eso la convierte en la regente por derecho.

—¿Es eso cierto? —sorprendido, Berien pidió la confirmación de Daradoth.

—Sí, así es —respondió el elfo de mala gana, nada convencido de que hubiera sido buena idea desvelar el estado de la reina tan pronto.

—Entonces, eso lo cambia todo.

Se giró hacia sus hombres, traduciendo al sermio todo lo que habían hablado, y la revelación de la reina. Un rumor ininteligible se extendió por sus filas. Berien se giró de nuevo hacia Daradoth y Symeon.

—Como ya habréis supuesto por el simple hecho de que estamos aquí, no compartimos en absoluto los métodos y las alianzas del duque. Mi deseo, como el que más, es que Sermia recupere su esplendor imperial y aplastemos a nuestros enemigos. Pero no con este coste. No estamos dispuestos a seguir pagándolo.

—¿Y quién más piensa como vos?

—En la legión, la mayoría.

—¿Y en el resto? ¿Algún general tomaría la iniciativa?

—Ciertamente no lo sé.

—Y dejando aparte la vigilancia de los elfos oscuros, si os... declararais no conforme con el mando, ¿cuántos hombres os seguirían?

—Yo creo que casi toda la legión, pero habría que hacerles saber que su majestad Irmorë, que en gloria viva, está embarazada.

—Si los bardos lo anunciasen, ¿la gente lo creería? —inquirió Daradoth.

—Sí, creo que sí.

—Pero de momento, habrá que ser cautelosos con esta información. No queremos que los elfos oscuros intenten asesinar a la reina como lo hicieron con el rey.

—Aunque tarde o temprano lo intentarán —intervino Symeon.

—Si os parece bien, nos despediremos ahora, no quiero que noten vuestra ausencia en demasía. Volveremos a ponernos en contacto con vosotros, seguramente con el mismo método; que por cierto, os agradecería que me dijerais cuál es el mejor momento para hacer uso de él. Nosotros hablaremos con la reina para decidir los siguientes pasos, y contactaremos con otros generales.

Symeon volvió a intervenir:

—Solo una cosa más, ¿tiene Datarian planeado lanzar algún ataque en breve? 

—Lo está intentando, pero parece haber disensión entre los generales.

—Interesante, ¿alguno en concreto?

—Los generales Tybasten Seriann y Svadren Eniarac son los que parecen estar planteando más problemas. Tybasten es el más ferviente perseguidor de la Sermia imperial, pero tiene sus dudas. Svadren es el general de la cuarta legión, al este, la que está más cerca del contingente de elfos oscuros.

—Ya veo. —Mientras los soldados volvían a subir a sus caballos, Symeon continuó—: ¿Tenéis noticia de los enemigos que vienen desde el sur? Un contingente ha atravesado la frontera sin oposición, al menos seis mil efectivos, con cuatro mil jinetes de Semathâl al mando de generales de la Sombra. Están llegando a los Pueblos de la Seda.

—No, no sabía nada —el rostro de Berien se ensombreció mientras traducía las palabras a sus hombres y estos hablaban entre ellos, al parecer indignados—. Pésimas noticias, en verdad.

—Y que al parecer os han ocultado. Intentad propagar el rumor, que los soldados lo sepan y que llegue a oídos de sus generales. Los fieles a Sermia no pueden tolerar tal cosa. 

—Por supuesto. Y esperaremos noticias vuestras, preferiblemente por la mañana a primera hora para evitar testigos indeseados. Espero que no se demoren mucho.


De vuelta a Doedia, se reunieron en privado con Ilaith y la reina, para evitar posibles espías. Les narraron todo el episodio con el capitán Berien y su éxito en el contacto. Les hablaron de la disensión entre los generales y de la conveniencia de contactar lo antes posible con Tybasten y Svadren, y de lo más importante:

—Debemos hacer saber a todo el mundo que estáis embarazada, majestad. Necesitan saber que hay un heredero legítimo para que den el paso adelante. Y la mejor forma de hacerlo es recurriendo a los bardos. 

—Los rumores ya están en marcha —dijo Symeon—, pero será necesaria una confirmación oficial.

—No sé si es una buena idea —dijo la reina palpando su vientre—. Esos elfos oscuros son peligrosos.

—Os protegeremos, mi señora, perded cuidado —aseguró Daradoth.

—¿Qué opinas sobre esto, Yuria? —preguntó Ilaith.

—Que es necesario si queréis levantar este asedio antes de que lleguen los invasores desde el sur.

Ilaith asintió, y ella e Irmorë intercambiaron miradas durante unos segundos.

—Sea, pues —dijo por fin la reina—. Adelante; ya habéis mostrado vuestra valía en varias ocasiones, y de hecho deseo nombraros Grandes del Reino, así que confío en vosotros plenamente, igual que Ilaith. Quiera la Luz protegernos.

Se despidieron, prestos a asearse y a vestirse con sus mejores galas para asistir al funeral del rey.

Funeral del rey Menarvil I

 

La ceremonia fue especialmente emotiva, con los bardos cantando canciones de duelo que hicieron acudir lágrimas a los ojos de casi todos los presentes. Yuria, Galad, Symeon y Daradoth se miraron, más convencidos que nunca de su importancia en la partida de ajedrez que se estaba jugando en Aredia. Parecían elevarse sobre la escena; cuatro héroes de la antigüedad, cuatro adalides de la Luz dispuestos a sacudir el mundo hasta los cimientos si era necesario para acabar con la influencia de Sombra. Los ojos verdes de Yuria, los azules de Daradoth, los grises de Galad y los pardos de Symeon rebosaban de convicción y poder. Casi podían ver cómo Luz provocaba pequeñas chispas en sus iris, cómo todo se torcía a su alrededor por la  pura fuerza de su voluntad...

La voz de la reina los sacó de su ensoñación. Por un momento, habían olvidado dónde se encontraban.

—...pero no todo son malas noticias. La Luz, en su infinita gracia, permitió que la semilla de Menarvil arraigara en mi vientre, y llevo en él el fruto de nuestro amor. ¡Sermia tiene un heredero legítimo!

La multitud congregada guardó silencio unos segundos, hasta que la duquesa Sirelen exclamó:

—¡Salve, Irmorë, reina regente! ¡Salve, Sermia! ¡A la victoria!

La audiencia estalló en rugidos y vítores, exultante por la noticia. Ilaith sonrió a Irmorë, pero esta no le devolvió el gesto, majestuosa y solemne ante sus súbditos.


miércoles, 2 de octubre de 2024

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 25

Calma tensa

Durante la noche, Daradoth estableció contacto con el Vigía a través del Ebiryth. Aunque le costaba reconocerlo, las palabras de Ilaith sobre la búsqueda de alternativas para solucionar el problema de los Erakäunyr habían hecho mella en él y habían sembrado la duda sobre la utilidad de la búsqueda de un ritual que podrían perfectamente no encontrar nunca.

Al cabo de pocos minutos, entablaba conversación con Irainos:

—Mi señor, quería preguntaros acerca de las guerras de la Era Legendaria, sobre el enfrentamiento con los Erakäunyr en las Guerras Taumatúrgicas.

—Por supuesto, os contestaré en la medida de mis posibilidades —acordó el anciano.

—Como sabéis, estamos inmersos en plena búsqueda del ritual para restaurar el alma de Ecthërienn, pero hasta el momento no hemos tenido éxito, y empezamos a dudar de si alguna vez lo tendremos. Además, hay muchas situaciones urgentes y, por ese motivo, estamos evaluando otras... alternativas.

—Ya veo. Adelante.

—Quería saber si en la Era Legendaria existían los paladines tal y como existen hoy. Paladines de Emmán y paladines de Ammarië, al menos.

Irainos guardó silencio durante unos segundos.

—No sé si podré responder a eso con todo el rigor necesario. Yo nací al final de la Era Legendaria y no participé directamente en las Guerras Taumatúrgicas. Lo que sí sé es que los humanos aparecieron cuando ya habían transcurrido dos siglos de la Segunda Guerra, y sus llamados paladines parecen distintos de nuestros clérigos elfos. No creo que existieran como tal en aquella época, pero no puedo asegurarlo.

—Muy bien, gracias por vuestra ayuda. Solo una cosa más. ¿Podríais preguntar a Eraitan con ayuda del Ebiryth esto mismo? Él estuvo en las Guerras Taumatúrgicas, y por lo que dijo, también presente cuando los Erakäunyr aparecieron, quizá pueda aportar algo más.

—Por supuesto, contactaré con vos en cuanto sepa algo.

Terminada la conversación, Symeon aprovechó para visitar el mundo onírico por primera vez en varias jornadas. Todo parecía normal, y no detectó ninguna presencia extraña, así que volvió a la vigilia, agotado, y todos descansaron después de una agotadora jornada.

El día siguiente fue agitado para Yuria, reparando y organizando las defensas de la ciudadela. Afortunadamente, los enemigos debían de estar lamiendo sus heridas y todo estaba más o menos tranquilo excepto por alguna escaramuza. Pronto por la mañana se reunió de nuevo el consejo, con todos los presentes del día anterior y alguno más. Una delegación de guardias informó sobre la situación del enemigo: al parecer, se encontraban construyendo empalizadas rodeando el perímetro de la ciudad para impedir la entrada y salida de personas o suministros.

—Todavía no tenemos noticias de disensiones entre los enemigos, pero estoy seguro de que ha de haberlas.

Todos estuvieron de acuerdo en que había que explotar la disensión provocada por la muerte del rey, como ya habían discutido el día anterior. Unos y otros evaluaron cuál sería la mejor manera de hacerlo.

Finalmente, Galad propuso algo:

—Tenemos más de un centenar de prisioneros. Con el pretexto de que no tenemos alimento para ellos, liberemos a algunos mostrándoles previamente el cadáver del rey, de los corvax y de los elfos oscuros. Así podrán esparcir la noticia y madurar la situación.

Todo el mundo se mostró de acuerdo, y Yuria añadió:

—Esperaremos dos jornadas tras la liberación, y después intentaremos mover a algunos a que recuperen su lealtad.

Y así lo hicieron. El propio Galad y Anak Résmere acompañaron una ochentena de prisioneros en su revelación acerca de la muerte del rey y de los engendros parecidos a cuervos. Acto seguido, tras un furioso discurso del paladín en el que les acusaba de haber servido a la Sombra, fueron liberados.

Más tarde, el sustituto de Wolann al frente de la legión que se había unido a ellos, Svarakh, fue convocado al consejo para evaluar sus intenciones y renovar sus votos de lealtad. A pesar de su aspecto de vikingo y su rostro lleno de cicatrices, pronto quedó clara su nacionalidad cuando habló estigio con un perfecto acento. No pareció estar especialmente incómodo ni albergar segundas intenciones, de hecho manifestó su desconfianza por los nuevos aliados de Datarian, así que se sintieron satisfechos cuando juró su lealtad a la reina Irmorë.

Unas horas más tarde, aprovechando la luz del sol poco después del mediodía, el grupo se embarcó en  el Horizonte, que se encontraba anclado al patio de armas, con los paladines vigilando desde la altura. Su intención era sobrevolar los campamentos enemigos para localizar las agrupaciones de comandantes; de esa manera, podrían enviar mensajeros directamente cuando los rumores sobre la muerte del rey se hubieran extendido lo suficiente. El ojo experto de Yuria, con ayuda de su lente ercestre, le permitió identificar rápidamente los centros de mando de los campamentos desde una altura segura.

—Veo algo —advirtió—. Una especie de comitiva se está moviendo. —Se quedó en silencio durante unos momentos, ante el nerviosismo de los demás—. Yo diría que los comandantes de las distintas legiones se están reuniendo en el campamento de Datarian. 

Se plantearon algún tipo de acción contra el cónclave de generales, pero realmente era imposible hacer nada sin riesgo de perder el Horizonte y quizá sus vidas.

—Además —añadió Galad—, tampoco estamos seguros de que estén reunidos para organizar un ataque o porque hay disensión en sus filas. No podemos arriesgarnos a perder a aquellos que duden y que se unan ante un ataque repentino.

Así que volvieron a anclarse sobre la ciudadela y descendieron de nuevo para reunirse con el consejo e informarles de lo que habían visto. Se volvió a evaluar la posibilidad de formar un grupo de incursión al mando de Daradoth para acabar con los generales, pero se volvió a desechar la idea.

El día siguiente decidieron intentar contactar con las dos legiones fieles que se aproximaban hacia la ciudad.  Para ello, embarcaron en el Horizonte una veintena de paladines (con el permiso de Davinios), un grupo de ballesteros y cuatro mensajeros. Estos viajarían en parejas hacia el sur y hacia el noroeste para intentar encontrarse con las legiones.

No obstante, a última hora, Galad, Symeon y Daradoth decidieron embarcarse y acompañar a la tripulación para asegurarse de que todo salía bien.

Transcurridas unas decenas de kilómetros volando a una altura segura, Daradoth avistó algo.

—Mirad allí —anunció al resto, señalando—. ¿Veis aquello?

—Sí —conestó Symeon—. Son media docena de pesonas, con librea de Sermia... ¿están agitando los brazos para llamar nuestra atención?

—Pues sí, eso parece.

 Descendieron hacia el grupo de soldados, que viajaban a caballo, aunque en esos momentos todos estaban con el pie en tierra. Uno de los caballos parecía muerto, seguramente de agotamiento, dada la espuma que emanaban sus ollares.

El rostro de los soldados traslució una gran sorpresa cuando reconocieron a Symeon, Galad y el ínclito lord Daradoth. Los seis se inclinaron, hincando una rodilla en tierra. Estaban visiblemente exhaustos.

—Mis señores, vuestras hazañas han llegado hasta nuestros oídos, y debo decir que es un honor estar en vuestra gloriosa presencia.

Daradoth miró a sus compañeros. «En verdad hemos cambiado en este último año. Galad está magnífico con su túnica y ese poderoso cuerpo, y Symeon parece haber vivido dos vidas, majestuoso con la diadema y el bastón. Espero que yo me vea al menos tan imponente como ellos».

—Levantaos, por favor —dijo Galad tras unos segundos de sorpresa—. Por lo que veo, viajabais con una premura fuera de lo normal; ¿acaso tenéis nuevas urgentes que transmitir?

—Mi nombre es Erilim, señor, oficial del condado de Eraben, cuyas fuerzas que guardan la frontera sur. Y me temo que traemos trágicas noticias. La frontera ha caído. Un poderoso contingente se acerca desde el sur, y tememos que se dirigen a saquear y arrasar los Poblados de la Seda.

—Maldita sea —espetó Daradoth—, solo nos faltaba esto. ¿Quién compone el contingente?

—Al menos cuatro mil jinetes de esos bárbaros de Semathâl, acompañados de ástaros y de gentes extrañas del sur. Además, se nos informó que alguien vio criaturas parecidas a elfos, pero con la tez oscura, entre ellos.

—¿Cuántos diríais que son en total?

—Estimamos su hueste entre seis mil y nueve mil efectivos.

Todos rebulleron inquietos.

—Está bien, acompañadnos —zanjó Daradoth—. Embarcad en el Horizonte, creo que los cinco corceles también cabrán en la bodega.

Una vez acomodados todos el el dirigible, informaron a los recién llegados de la situación en Doedia, y se alejaron un poco más para dejar a los mensajeros. Las órdenes eran que las legiones se reunieran en un punto determinado al suroeste de la capital. 

—Si por algún motivo —les advirtió Symeon— no conseguís dar con los contingentes aliados, dirigíos hacia Tarkal y dad aviso. Esperad allí nuestro retorno.

Un par de horas después se reunían de nuevo con el consejo en el palacio de Doedia, provocando desesperación en algunos cuando refirieron las noticias del ejército invasor procedente del sur. 

—Según mis cálculos —dijo Yuria—, con ese tamaño de ejército, tardarán en llegar a Doedia al menos un mes. Mínimo cuatro semanas. pero en el camino seguramente saquearán y arrasarán, cosa que tampoco queremos. Y seguramente, una vez nos sobrepasen, seguirán hacia el Imperio Vestalense.

—Efectivamente —coincidió la reina.

—El aspecto positivo es que podemos aprovechar esta información para instar a los dubitativos a que abandonen a Datarian —abundó Symeon—. No padezcáis, no permitiremos que Sermia sucumba a la Sombra.

—No estaría mal averiguar cómo retiene Datarian a los generales. Doscientos elfos oscuros no parecen suficientes para intimidar a seis legiones...

—Lo que es urgente de verdad es convocar un parlamento —Galad, pragmático como siempre, interrumpió la divagación de Yuria—. O. más bien, provocarlo.

—Pero no veo la forma de hacerlo —objetó Daradoth.

Discutieron largo y tendido sobre cómo acercarse a alguno de los campamentos más alejados de Datarian para intentar hablar con los generales.

Finalmente, Ilaith tomó la palabra.

—En mi opinión, los generales todavía no han traicionado al duque debido a que los elfos oscuros los deben de amedrentar de alguna forma. Quizá podríamos concentrar un ataque contra ellos.

—Entonces, nos convertiríamos en la parte agresora —objetó Yuria.

—Aun así, creo que ganaríamos más de lo que perderíamos.

—Pero el acercamiento sería demasiado peligroso. No lo descarto, pero no veo el modo aunque carguemos el Horizonte de paladines —dijo Galad—. Yo creo que durante el día de hoy deberíamos dedicarnos a vigilar bien sus movimientos para averiguar cuáles de ellos son más receptivos.

—Y quizá aprovechar el funeral de su majestad para confirmar los rumores y aumentar la disensión —sugirió Symeon.

Así lo decidieron. El día siguiente, durante el sepelio del rey Menarvil, el Horizonte sobrevolaría Doedia para intentar detectar algún movimiento delator en los generales enemigos. Antes de eso, esa misma tarde, el cuerpo del rey sería mostrado en los jardines de palacio para que "quien así lo quisiera" (como bien gritaron los bardos a los cuatro vientos) pudiera presentar sus respetos. Las campanas tañeron incesantemente hasta el atardecer, mientras el Horizonte, con el grupo embarcado, sobrevolaba la ciudad para detectar movimientos entre los contrincantes.

—Mirad esto —espetó Yuria en un momento determinado, y tendió la lente ercestre a los demás.

 Allá abajo, desde el campamento del oeste, un soldado hacía señales luminosas con un cristal o algo parecido, intentando llamar la atención de la tripulación.

—Seguro que quieren reunirse con nosotros —dijo Symeon, convencido.

El errante le devolvió las señales con su diadema, para que supiera que estaban enterados.