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Publicaciones

La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 16 de diciembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 18

Revelaciones del Pasado

Tras un par de horas, el Empíreo volvió a la ladera donde Symeon había empuñado a Nirintalath. Daradoth pudo ver al errante apoyado en Yuria y en su cayado, con la Espada del Dolor en una vaina en su espalda, fuera de la caja. Los reos condenados a muerte parecían incólumes. «Menos mal, eso nos ahorrará problemas con los paladines», pensó. «Y Symeon parece encontrarse cansado pero a salvo, gracias a Nassaröth».

Faewald, Taheem y Daradoth descendieron del dirigible. Lo primero que llamó la atención del elfo fue el leve brillo verdemar en los ojos del errante, pero por lo demás parecía el mismo Symeon de siempre. Faewald corrió a su encuentro:

—¿Cómo estás, Symeon?  —preguntó, preocupado, y pasando el otro brazo del errante sobre sus hombros.

—Bien...bien —contestó Symeon, sonriendo levemente—. He de reponer un poco mis fuerzas, eso es todo. 

—¿Y tú, Yuria? —se volvió hacia ella, con aquella mirada anhelante que delataba sus sentimientos.

—Sí, yo estoy bien, gracias Faewald.

Mientas se dirigían hacia el Empíreo, el esthalio susurró:

—¿La tienes... controlada? 

—Sí, afortunadamente, podéis estar tranquilos —respondió Symeon, saludando también a Taheem y Daradoth.

Ya navegando hacia el norte en el dirigible, el grupo habló de sus planes para el futuro. 

—Ilaith ya debería ser capaz de pacificarlo todo por sí misma, y tenemos asuntos urgentes que nos reclaman —dijo Daradoth.

—Yo creo —intervino Faewald— que ahora, con la federación asegurada, Ilaith querrá intervenir en Esthalia. Lo creo y también lo espero, la verdad.

—No olvidemos que tenemos pendiente ir a Tinthassir recuperar a Ecthelienn.

—No olvidemos tampoco que la reina Armen debe de ser a estas alturas prisionera de la Sombra. 

—Todos tenéis razón —les cortó Yuria—. Para recuperar el alma de la redoma tenemos también la opción de acudir a Irza, como ya os dije, no solo a Doranna. —Pensó durante unos segundos—. Pero el caso es que me gustaría que nos permitiéramos unos días de pausa, para poder terminar de descifrar el libro del alquimista Avaimas que encontramos en Creä. Sabéis que contiene información relacionada con los subterráneos de Rheynald y Creä, y estoy a punto de descifrarlo completamente. Me parece de suma importancia adquirir los conocimientos que contenga, porque estoy convencida de que nos ayudará a enfrentarnos a esos elfos errantes, e incluso a ese volcán que amenaza toda la existencia en las islas Ganrith.

Daradoth mostró su resistencia a tal pausa, pero Yuria fue muy persuasiva y contó con el apoyo de Symeon, que valoraba cualquier fuente de conocimiento, más aún si se trataba de una tan antigua y tan difícil de desentrañar. «Sin duda, ahora mismo Yuria es la única persona en el mundo que podría haber descifrado el manuscrito; sus habilidades y sus conocimientos son en verdad excepcionales», pensó el errante, sentado en un pequeño tonel mientras recuperaba sus fuerzas. En ese momento, Symeon pareció darse cuenta de algo: Daradoth parecía más bajo que de costumbre. Pero no es que Daradoth hubiera empequeñecido, sino que más bien Yuria y él habían crecido bastante; Galad y Daradoth lo habían hecho también, pero en menor medida que ellos. Los cuatro se mostraron confundidos, pero lo achacaron a los efectos de la Vicisitud y no pudieron encontrar más causas.

Cuando ya a lo lejos Daradoth podía intuir los edificios de Safelehn, las montañas a estribor parecieron sacudirse, y con ellas toda la tierra allá abajo. 

—¡Hay un terremoto ahí abajo! —exclamó Daradoth, llamando la atención de los demas, que se asomaron por la borda al instante.

—¡Maldición! —gritó Yuria—. Es como aquella vez en Doedia... la tierra parece rebotar, como una goma elástica. Esto no es natural.

—¡Cuidado! ¡Mirad! —los increpó Faewald.

Una de las montañas de la cordillera que dejaban a estribor pareció hundirse; las sacudidas habían sido demasiado para la mole de rocas y nieve, y una de las laderas se vino abajo, levantando una nube colosal de polvo y una fuerte racha de viento. Afortunadamente, el Empíreo apenas lo notó, y la mano firme de Suras y el buen hacer de Egrenia los alejaron rápidamente de todo peligro.

Al cabo de pocos minutos el terremoto pasó por fin. No obstante, les dio tiempo a ver que, por el movimiento de las montañas, el temblor parecía propagarse de norte a sur. Ya más tranquilos, Yuria trianguló los datos en sus mapas, prolongando una línea a través del mar de Hadern, las islas Akestia, el Káikar y Essel. 

—¿Creéis que puede provenir de los santuarios donde estuvimos? —preguntó Symeon.

—Podría ser, aunque los veo demasiado lejos —contestó Yuria—. Creo que es más probable que vengan desde los túneles de los que nos habló el marqués de Strawen y aquel elfo oscuro, pero aunque estén más próximos, también están muy lejos. Todo podría ser.

—Sí, porque estos terremotos parecen cosa de la propia Vicisitud, así que cualquier cosa es posible.

Se dirigieron rápidamente hacia Safelehn. 

Afortunadamente, a pesar de varios incendios, bastantes edificios destruidos y parte del muro de la ciudadela caído, la ciudad parecía haber resistido sorprendentemente bien el seísmo. 

Galad permanecía callado. «Los terremotos, el volcán de las Ganrith, los engendros oníricos... empiezo a pensar que Emmán puede tener algo de razón en la opción de recrear la existencia». Aldur lo acompañaba en el silencio.

Ilaith y el consejo se encontraban bien, para alivio de Yuria. La canciller echó una mirada a la espada cruzada sobre la espalda de Symeon, y afirmó con la cabeza.

—¿Creéis que estaremos a salvo de ataques oníricos ahora? 

—No lo puedo asegurar tan tajantemente, pero por lo menos ahora tendremos una oportunidad.

—Eso deberá bastar por el momento;  ahora tenemos asuntos más urgentes que atender, como ya habréis comprobado.

—Por supuesto, mi señora —dijo Yuria—. Contad conmigo. Esto ha sido una catástrofe de dimensiones épicas, desde el Empíreo hemos visto que el terremoto ha sacudido prácticamente todo el principado, quizá mas.

—Sí, esto nos va a tener muy ocupados los próximos días —intervino Ernass Kyrbel. 

Pocas horas después, Ilaith convocó una reunión para tratar el problema de Esthalia. No pensaba en luchar por el país, sino al menos en liberar a lady Armen. 

—Nuestra causa estará perdida si la reina se pierde en calabozos desconocidos o es muerta. No creo que podamos permitírnoslo si queremos triunfar en esta guerra.

—¿Tenéis alguna noticia de dónde puede estar? —preguntó Symeon.

—Lo último que sabemos es que el conde de Arnualles la hizo prisionera.

—No deberíamos arriesgarnos a un conflicto sin estar seguros de dónde se encuentra para poder liberarla. 

—Contactaré con el archiduque Mastaros y os haré llamar en cuanto sepa algo. Pero no podemos esperar mucho.

Ya entrada la noche consiguieron dejar todo lo necesario organizado para auxiliar a la población, y se desplazaron con los dirigibles a Eskatha. Allí les recibió de nuevo, efusivamente, Meravor. Y también Violetha, la hermana de Symeon, que poco a poco seguía tejiendo su red de informantes y espías. «Eudorya debe de estar cerca de aquí», pensó Galad; «pero no me atrevo a ir a su encuentro después de lo que ha pasado».

En Eskatha por fin pudo encontrar Yuria la tranquilidad necesaria para concentrarse y acabar de descifrar el diario de Avaimas.

Tras complicadísimos cálculos, traducciones y descifrados, por fin, una semana después, Yuria pudo terminar de plasmar la crónica de Avaimas en un manuscrito legible, y corrió para compartir la información con sus amigos.

—Como ya os he comentado en alguna ocasión sobre mis descubrimientos tempranos en el libro, parece ser que hace milenios, los elfos alzaron unas enormes construcciones monumentales en forma de pirámide, llamadas Esthereläe, que fueron la causa de grandes milagros, pero también grandes desdichas. —Todos afirmaron con la cabeza, incluido Daradoth, que odiaba tener que reconocer que no sabía absolutamente nada de esas Esthereläe, ni siquiera una mínima mención—. Pues bien, he apuntado aquí algunos pasajes del libro para transmitiros una síntesis de los conocimientos que contiene. Prestad mucha atención, pues tengo razones para creer que vamos a ser las únicas personas en el mundo con conocimientos sobre esto, salvo quizá alguna excepción muy contada.

Y acto seguido, Yuria pasó a relatar una multitud de pasajes del diario y algunos extractos que había resumido ella misma. 

“…fueron los elfos quienes erigieron las grandes construcciones piramidales conocidas como Esthereläe, monumentos de proporciones desmesuradas. Su existencia estuvo ligada tanto a prodigios que muchos consideraron milagros, como a desdichas de enorme magnitud, de las que incluso los propios elfos fueron víctimas…”

“…la tradición constructiva de las pirámides no tuvo su origen entre los elfos, sino que les fue transmitida por los titanes. Aquél conocimiento ancestral estuvo a punto de provocar su extinción, pues derivó en una guerra civil entre los propios titanes, cuyas consecuencias marcaron para siempre su declive…”

“…los titanes denominaban ûrzaûmnos a sus pirámides. Desde los albores del tiempo, las razas más poderosas intentaron establecer un puente entre el mundo y las esferas superiores, y fue esa ambición la que dio origen a la construcción de enormes estructuras arcanas de forma piramidal, iniciada por los propios titanes en la región de Eryhienn, su hogar ancestral.” 

“…los elfos comenzaron la construcción de sus Esthereläe bajo la tutela directa de los titanes. Tras la guerra civil que asoló a estos últimos y la huida de los supervivientes a la isla de Targos, en el extremo sureste de Aredia, los elfos se consideraron ajenos a tales acontecimientos. Junto a centauros y enanos, prosiguieron las obras incluso cuando los titanes les rogaron que renunciaran a ellas. Las Esthereläe se alzaron así como maravillas arquitectónicas y, al mismo tiempo, como nodos de poder que alteraron el curso del mundo: estructuras más refinadas que las ûrzaûmnos, menores en tamaño, pero de diseño claramente emparentado…”

—Avaimas deja constancia de los lugares donde se alzaron Esthereläe hasta el momento de escribir estas notas: en Doranna, en las Islas Ganrith, en Targos, en Eryhienn, en Ertan Inarantúna y en Ertan Enoryal, además de otros enclaves menores cuya mención resulta fragmentaria o incompleta. 

“…las pirámides sirven para amplificar, canalizar y almacenar esencia. Sus aplicaciones abarcan desde la sanación y la adivinación hasta el estudio profundo de la magia, e incluso la modificación de la propia realidad, siempre que se respeten las proporciones y alineaciones adecuadas…”

“…sospecho que aquello que los elfos consideran una conexión con la esfera celestial es, en realidad, una apertura directa a la Vicisitud, y que por ese canal los Primigenios pueden acceder al mundo. El contacto de las pirámides con dicha fuerza genera consecuencias impredecibles: inestabilidad emocional, mutaciones del espíritu, alteraciones del espacio-tiempo y una corrupción de naturaleza metafísica. Esta exposición no concede iluminación ni sabiduría, sino un desequilibrio radical: Luz impone un idealismo absoluto y una percepción desbordada de pureza y superioridad; Sombra engendra ambición, desesperanza, rencor o delirio de dominación. Ambos polos quebrantan el libre albedrío, fomentan el fanatismo y corrompen la voluntad…” 

“…observo a los canalizadores y reconozco el momento exacto en que algo se quiebra en ellos. Al entrar en resonancia con fuerzas tan puras como inestables, sus mentes comienzan a deformarse a un nivel profundo, estructural. Algunos dejan de distinguir entre sus propios pensamientos y las emanaciones de la Luz o la Sombra; hablan, pero ya no sé si es su voz o la de aquello que los atraviesa. Otros afirman recibir visiones que llaman divinas, y en ellas encuentran justificación para someter el mundo a su supuesto designio. He visto la degradación avanzar lentamente, casi con delicadeza, y otras veces irrumpir de forma abrupta y violenta, pero en todos los casos el desenlace es el mismo: una pérdida inevitable de la voluntad, un deslizamiento sin retorno…”

“…detallo el proceso de construcción y la disposición de los símbolos necesarios. Cada marca, cada trazo, no es meramente ornamental: durante los grandes rituales se asocian a hebras concretas de la Vicisitud, estableciendo correspondencias precisas que deben mantenerse con absoluta fidelidad. Los símbolos de Ertan Inarantúna [¿Rheynald?] resultan especialmente eficaces en este cometido, pues anclan la estructura a dichas hebras y permiten que la esencia fluya conforme al diseño previsto. Un error en su ejecución no provoca un simple fallo del ritual, sino una desviación peligrosa del vínculo establecido…” 

—A continuación, Avaimas dedica cientos de páginas a los rituales y geometrías que hacen falta para la construcción de las pirámides; creo que, con el suficiente poder y mano de obra podríamos incluso construirlas. De momento no quiero ni pensar en eso, solo os lo comento.

“…constato que las pirámides afectan de forma especialmente severa a los caminantes oníricos, los llamados oniromantes. Su mera proximidad enturbia la percepción del sueño, ciega sus sentidos y rompe la continuidad de sus visiones, como si la estructura rechazara cualquier intento de observación desde el mundo onírico…” 

“…que el clan Alastarinar, poseedor del abolengo más alto que existe, deriva hacia un idealismo absoluto y una percepción de superioridad desbordada. Su contacto prolongado con las pirámides parece reforzar en ellos la convicción de encarnar un modelo de pureza incuestionable, ajeno a toda duda o límite…”

“…los hidkas desempeñan un papel fundamental en todo este proceso. Desde los primeros indicios de manipulación de la Esencia a través de las pirámides, llevan advirtiendo del peligro de abrir canales tan potentes hacia lo desconocido; su entendimiento innato de la Vicisitud no tiene parangón entre las razas inmortales. Intentan alertar, de forma discreta, a sabios y arquitectos sobre los riesgos que se avecinan, pero su mensaje es desoído, bien por arrogancia, bien por una profunda incomprensión…”

“…llega un punto en el que ya no basta con advertir. Algunos de nosotros —entre los grandes alquimistas y arquitectos— asumimos que ha llegado la hora de destruir aquello que hemos ayudado a erigir. Participo en la primera Anulación con la convicción de estar haciendo lo correcto, pero pronto comprendo el alcance de nuestro error. El ritual logra cerrar el canal de la Esthereläe, alcanza la Vicisitud y corta sus enlaces, sí… pero el mundo no acepta la herida sin protestar. Allí donde la pirámide cae, surgen zonas de oscuridad persistente, regiones donde la Esencia se anula por completo, remolinos que desgarran la realidad o extensiones de calor insoportable que hacen hervir la piedra. En Eranyn, en las Islas Ganrith, la Anulación transforma la pirámide en algo aún peor: un volcán extraño, vivo, como si la tierra expulsara aquello que ya no puede contener. Comprendemos entonces que no basta con destruir; hay que contener. De esa necesidad nace la hermandad de los Airunndälyr, creada para vigilar y amortiguar el flujo de poder que liberamos sin saber si algún día podremos controlarlo del todo…” 

“…lo inevitable termina por suceder. Hay quienes se oponen a la destrucción de las pirámides; los Conservadores, entre ellos el clan Alastarinar, se alzan contra nosotros, y nos llaman Destructores. La fractura no tarda en propagarse y arrastra consigo a elfos, enanos, centauros e incluso a los propios titanes, repitiendo un error que ya debería habernos servido de advertencia. La Guerra de Fractura no es una contienda de ejércitos, sino una sucesión de muertes entre hermanos, de alianzas rotas y juramentos traicionados. Presencio la caída de la Estherel de Ithraelun y, con ella, el derrumbe del poder de los Alastarinar. De sus filas sobreviven apenas media docena, transformados de manera irreversible por aquello que defendieron; pasan a llamarse Neldorith y eligen el exilio voluntario, incapaces de soportar el peso de la culpa que los acompaña. No hay victoria en esta guerra, sólo cicatrices que el tiempo no parece dispuesto a cerrar…” 

—De todo lo que dice Avaimas —insertó Yuria— deduzco que estos Neldorith fueron afectados profundamente por Luz y acabaron odiándola de manera irreversible, y también que al haber estado a la sombra de las Esthereläe debieron de obtener unos poderes tremendos. Y no os daré ahora los detalles, pero creo que tengo las claves para poder redimirlos. 

“…cuando la devastación ya es inevitable, los hidkas abandonaron por fin su neutralidad ancestral. Han tomado partido por los Destructores en los instantes más críticos, sellando nudos de Esencia, ayudando a cerrar canales abiertos y evitando que algunas estructuras alcancen el umbral de la Ruptura. Sin su intervención, la guerra se habría prolongado o habría derivado en una catástrofe sin retorno. Anoto esto como un tenet inquebrantable: ninguna Esthereläe puede ser cerrada con garantías sin la presencia de al menos tres hidkas en la ceremonia; sin ellos, el canal no se pliega, la Vicisitud no cede y toda Anulación está condenada al fracaso…” 

“…somos conscientes de que lo ocurrido durante la Guerra de Fractura, y el propio conocimiento de las pirámides, se convertirán en una herida abierta durante siglos. Hemos llegado a un acuerdo con los hidkas: si el mundo no puede soportar esta verdad, deberá olvidarla. En la última de las pirámides prepararemos un ritual sin precedentes, una liberación de poder a gran escala destinada a borrar la memoria de elfos, centauros y enanos, no sólo de la guerra, sino de todo saber relacionado con las Esthereläe. En la ceremonia serán necesarios numerosos hidkas y centauros, nosotros mismos y objetos de poder forjados por los enanos para contener lo incontenible. No lo llamamos salvación, sino necesidad; y aun así, al dejar constancia de ello, no puedo evitar preguntarme qué precio exacto estamos a punto de pagar…” 

“…el ritual culminó y, contra todo pronóstico, tuvo éxito. No lo supe por júbilo alguno, sino por el silencio que dejó tras de sí. A mi alrededor, elfos, centauros y enanos continuaron con sus vidas sin recuerdo de la guerra ni de las pirámides, como si jamás hubieran existido. Sólo los oficiantes de más alto rango conservamos fragmentos de memoria, y aun esos recuerdos nos llegaron rotos, incompletos, cargados de un peso casi insoportable. El precio fue terrible: un agotamiento absoluto, la sensación de haber sido atravesado por la Vicisitud hasta lo más hondo, y una certeza persistente de pérdida. El mundo quedó a salvo del recuerdo, pero nosotros no; lo que permaneció en mi mente no fue conocimiento, sino una cicatriz que sigue ardiendo…” 

—Y el diario termina así:

“Dejo constancia de que este volumen no es el diario original, sino una copia cifrada. Decidí proteger este conocimiento sin destruirlo por completo, ocultándolo tras una clave que considero, en la práctica, irrompible. No fue una decisión tomada a la ligera, sino la única que me permitió seguir adelante. Cuando estas líneas son escritas, ya sé que mi nombre está a punto de desaparecer de la historia; así debe ser. El saber permanecerá, dormido y a salvo, mientras yo me desvanezco con él.” 

Aún había otra pieza de información, importantísima, pero que Yuria guardó para sí de momento, insegura de qué efecto tendría en Symeon si la revelaba:

“…la Guerra de Fractura no sólo se llevó vidas y certezas, sino territorios enteros. Eryhienn quedó perdida, devorada por tormentas devastadoras de Esencia y efectos sobrenaturales que arrasaron ciudades y extinguieron sociedades completas. De aquellas tierras huyeron los volodhri, abandonándolo todo para sobrevivir. Fue tras esta guerra cuando los Buscadores decidieron iniciar su ordalía, impulsados por una necesidad que entonces no comprendí del todo: intentar recordar aquello que les había sido arrebatado por el olvido.” 

Avaimas, alquimista y constructor ancestral
 

lunes, 1 de diciembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 17

Batallas en Undahl (IV). Nirintalath.

La persecución de las tropas del norte fue implacable; con Yuria al frente, las dos legiones perseguidoras acabaron con las fuerzas equivalentes a una legión enemiga antes de refrenarse y volver hacia el sur. 

Varias horas transcurrieron mientras organizaban el acomodo y vigilancia de prisioneros —la mayoría de ellos humanos de Krismerian y Undahl, junto a unos pocos elfos oscuros y ogros— y reagrupaban a las tropas. Cayó la noche. «Demos gracias por nuestra condición de Shae'Naradhras», pensó Yuria cuando por fin pudo relajarse un momento; «sin estas habilidades habría sido imposible derrotar a nuestros enemigos».

Mientras tanto, Galad utilizó el poder de Emmán para intentar detectar al príncipe Deoran Ethnos, prisionero de los enemigos. Y allí estaba, como una pequeña baliza a lo lejos.

—El príncipe Deoran todavía se encuentra en el campamento de los enemigos, o quizá en sus barcos —informó Galad poco después, con el grupo ya reunido con Ilaith.

—Sería importante poder recuperarlo —dijo Ilaith—; ya sabéis que la familia Ethnos es casi omnipresente en Ladris, y su ausencia puede provocar inestabilidad. Pero no vamos a poner en juego nuestro ejército, ni la Federación, ni el futuro de la guerra contra Sombra solo por una persona, eso lo tengo claro —miró a Yuria—. Lo que también tengo muy claro es que sin los dirigibles, esta campaña seguramente se habría perdido, así que a partir de ahora creo que una de nuestras prioridades debe ser conseguir los materiales necesarios para empezar a producir muchos más. Y si puede ser con capacidades ofensivas, mejor.

—Estoy de acuerdo —coincidió Yuria—. Habrá que organizar una expedición a la Región Varlagh tan pronto como podamos. Pero antes tenemos que completar el trabajo que hemos empezado, y pacificar Undahl.

Esa noche pudieron dar por fin un adecuado descanso a las tropas y a ellos mismos.

Symeon aprovechó para entrar al mundo onírico para ver si detectaba algo extraño. Como siempre, vio las representaciones oníricas de sus amigos, y también a Norafel, encogido en pose de meditación, como siempre que Églaras se encontraba en su vaina. Pero no le prestó demasiada atención, pues algo le soprendió: a una distancia determinada, más o menos lejos, en el norte, una columna de algo que solo pudo calificar como éter con volutas centelleantes ascendía hacia el cielo hasta perderse de vista. «Y parece que esté palpitando». pensó.

Viajó hacia allá sin tardanza. Tras un par de saltos, el entorno cambió a un campo abierto y, un poco más allá, un abismo oscuro que identificó sin problemas: el océano. El océano en el mundo onírico era como una barrera nocturna, ominosa, algo en lo que ni los oniromantes más avezados entrarían si no fuera absolutamente necesario. Y más allá del abismo, la columna de éter palpitante. «¿Será a bordo de los barcos enemigos?». Decidió volver, pues no podía ir más allá, y el significado de aquel surgimiento le era inaprehensible. Aprovechó para conversar de nuevo con Nirintalath, que de nuevo lo urgió a "liberarla".

Más tarde, al despertar, compartió sus visiones con sus amigos, y sus sospechas de algo que pudiera estar ocurriendo en los navíos negros.

—Ademas —añadió—, tarde o temprano tendré que plantearme sacar la Espada del Dolor de su confinamiento. El espíritu, su yo onírico, está extremadamente insistente.

 

Nirintalath, el Espíritu de Dolor

 

—Si la sacas de la caja, tendrá que ser lejos del ejército —dijo Yuria.

—Por supuesto.

—A mí me preocupa que si sale de su caja se convierta en un faro para Trelteran o el resto de kaloriones. 

—No creo que suceda mientras pueda controlarla.

—¿Y crees que podrás? 

—Creo que sí —los ojos de Symeon centellearon—. Y sinceramente, creo que la necesitamos a nuestro lado para defendernos de los ataques que puedan llegar desde el mundo onírico. Los enemigos parecen moverse cada vez más fácilmente en él, y no tengo la capacidad suficiente de defendernos a todos de ellos. Nirintalath sería un recurso muy valioso, me atrevería a decir que imprescindible, si queremos tener alguna oportunidad. Además, me preocupa que Ashira y Uriön consigan hacerse con ella.

Todos callaron, reconociendo la verdad que contenían las palabras del errante. 

—Está bien —sentenció Yuria—. Cuando decidas hacerlo, podemos llevarte a algún paraje tranquilo en el Empíreo

 

Despertaron poco antes del amanecer, dispuestos a poner al ejército en marcha para dar el golpe de gracia a los enemigos. Galad volvió a pedir el favor de Emmán para detectar a príncipe Deoran, pero esta vez, aunque sintió el poder de su dios claro y potente, no obtuvo ninguna orientación; el príncipe había salido de su alcance. Y así lo informó a sus compañeros. 

—El príncipe de Ladris ha desaparecido de mi alcance, ya no lo detecto.

—Podemos acercarnos con el Empíreo hacia el norte —sugirió Symeon.

Así lo hicieron. Pero al aproximarse a la costa, pudieron ver que los barcos enemigos ya no estaban allí, y las tropas habían desaparecido.

—Siguen fuera de mi alcance —anunció Galad, tras elevar unos breves rezos a Emmán. 

Se internaron durante un par de horas en el mar, pero siguieron sin ver ni detectar nada, así que finalmente decidieron volver con el ejército.

—No podemos detenernos ahora —dijo Yuria—. Pondremos en movimiento las legiones de retaguardia y dejaremos guarniciones de defensa en toda la Federación, pero tenemos que seguir presionándolos. Y la flota —susurró, pensando en voz alta—; no nos olvidemos de la flota. Gracias al cielo que tenemos los dirigibles.

De vuelta en el cuartel general de Safelehn, los nobles de Ladris se encontraban  llegando para reunirse con Ilaith. La mayoría de ellos eran de la familia Ethnos, y llegaban para interesarse por el estado del príncipe y de los acuerdos con Tarkal. El grupo participó en la reunión, y finalmente los comerciantes fueron convencidos y apaciguados por la propia Ilaith, Galad y Daradoth.

 

Tres semanas más tarde,  tras una campaña relámpago y una sucesión de decisiones extremadamente acertadas por parte de Yuria, El general al mando de Undehn, Nestar Taggad, rendía la ciudad tras un breve asedio de poco más de veinticuatro horas. El príncipe Rakos Ternal había desaparecido y el general Taggad no parecía estar muy de acuerdo con los últimos acontecimientos, así que abrió las puertas de Undehn a cambio de una amnistía. Tampoco encontraron rastro del Brazo o de la elfa oscura con la Daga Negra; seguramente habrían dado Undahl por amortizado y se habrían refugiado en un lugar más seguro.

Los siguientes días se emplearon en ocupar el principado en su totalidad, nombrar nuevos cargos civiles y militares, e instaurar a Delsin Aphyria como nueva princesa comerciante de Undahl. Ilaith, aprovechando la velocidad de los dirigibles, recorrió las principales ciudades del principado con una nutrida escolta, tranquilizando a la población y prometiéndoles paz y prosperidad. No obstante, también aprovechó para comentar el verdadero conflicto que hervía en Aredia, y que implicaba enfrentarse a las fuerzas de la Sombra, "como muchos de ellos ya habían hecho al oponerse al tirano Rakos Ternal". 

Se puso fin también a las depravaciones realizadas en la isla de Asyr Ethos "el centro de placer de Undahl", que escandalizaron a aquellos que pudieron ver sus restos; ante la visión de miembros y vísceras de niños peqeueños, Ilaith ordenó quemar los complejos de la isla hasta los cimientos, y tras un juicio breve pero justo, condenó a muerte a los encargados, que fueron ajusticiados esa misma jornada. Además, Ilaith puso en marcha una investigación para "descubrir hasta el último responsable".

 

Aprovechando la relativa tranquilidad de los días de pacificación, Symeon planteó ya seriamente la posibilidad de sintonizar con Nirintalath. Para ello, durante las últimas semanas de campaña entró casi a diario en el mundo onírico y preparar así el momento. En los últimos tiempos, había estado percibiendo una sensación extraña en el mundo onírico, y en los días más calmados por fin pudo encontrarle una explicación, que compartió con sus amigos:

—Algo ha pasado; no sé por qué, puede haber sido por la Vicisitud, por esas criaturas monstruosas o por algo más, pero el velo con el mundo onírico parece haberse debilitado. Es más accesible ahora, y aunque eso puede beneficiarnos, también hace más fácil que nuestros enemigos nos ataquen.

—Eso suena extremadamente preocupante —dijo Yuria.

—Por eso creo —continuó Symeon— que ha llegado el momento de intentar conectar con Nirintalath, el espíritu de la Espada del Dolor, e intentar que colabore en nuestra protección en el mundo onírico. Con Ashira y Uriön cerca, no podemos permitirnos dejar ese flanco expuesto. Es posible que incluso puedan intentar el viaje físico ahora.

Todos acordaron, sin dudar un ápice de Symeon, que efectivamente si sus sospechas eran ciertas era el momento de tomar decisiones drásticas. Así que, tras hablarlo con Ilaith, el día siguiente embarcarían la caja de Nirintalath en el Empíreo y se dirigirían a las montañas, para desenfundar la espada lejos de cualquier núcleo de población.

Symeon entró al mundo onírico la noche antes del viaje, para poner sobre aviso a Nirintalath de lo que iba a ocurrir, y que permaneciera tranquila. El errante vio al espíritu sonreír levemente por primera vez, y sintió un escalofrío cuando, de pronto, sus ojos mutaron en dos manchas verde oscuro y sus dientes se convirtieron en puntas afiladas. «Quizá sería buena idea darle un cebo sobre el que pudiera descargar su rabia», pensó ya fuera del mundo onírico, y así lo compartió con sus amigos.

—Lo único que se me ocurre es llevar con nosotros a algunos condenados a muerte. Eso servirá como su sentencia —sugirió Yuria.

—No me siento bien aceptando esto, pero no veo otra salida —contestó Symeon.

Poco después de mediodía, Symeon, Yuria y los condenados desembarcaron en un prado de montaña aislado. El resto del grupo, Faewald, Taheem, Fajjeem y compañía, se alejaron a varios kilómetros de distancia, perdiéndose entre las nubes con el Empíreo, para evitar cualquier problema que pudiera surgir.

Yuria apretó con el puño su talismán, sin quitar los ojos de Symeon e ignorando los lamentos de los tres condenados que se encontraban de rodillas a varios metros de ellos. Durante unos segundos, Symeon palpó, ausente, el tatuaje del laberinto que tenía en su brazo, mientras musitaba palabras ininteligibles. Acto seguido, el errante inspiró, miró al cielo, miró a Yuria y afirmó con un gesto. Se agachó y abrió la caja con incrustaciones de kregora, revelando la magnífica espada de vidrio verdemar.

Symeon, un hombre que otrora se sintió un cobarde por huir de la masacre de su pueblo, encontró en ese momento una oportunidad, quizá no de enmienda, pero sí de resolución y de enderezar las cosas en Aredia mediante la erradicación de las amenazas más terribles. «Y, por qué no, quizá Nirintalath me lleve a encontrar el Camino de Retorno y acabe con nuestra interminable búsqueda. Ojalá así lo quiera el Creador».

Hincó una rodilla en tierra, y alargó la mano hacia la espada. Dudó unos segundos cuando sintió la familiar sensación de miles de alfileres presionando sobre la palma de su mano. No obstante, se sobrepuso, agarró el puño del arma, y la alzó. Un latigazo recorrió todo su brazo hasta el corazón; rechinó los dientes, conteniendo la respiración; y entonces, la sintió. El Espíritu, Nirintalath, con su arrolladora presencia, y el dolor. El inmenso dolor pesado, viscoso, verde, que la acompañaba, y que casi lo envía al dulce olvido de la inconsciencia, acompañado de un pulso de Sombra pura, que lo hizo temblar y darse cuenta en ese preciso instante de que había desatado algo imposible de controlar; la confirmación de una fuerza primigenia que podía poner en peligro la propia realidad, pero que a su vez podía ser la única posibilidad de salvación y la única llave que abriera el Camino de Retorno.

Encontrando reservas donde no sabía que tenía, Symeon hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, y tensando hasta el último músculo de su cuerpo, apretando los dientes y respirando de nuevo, enfocó su mente, aplicando todo lo que había aprendido a lo largo de su vida para controlar ese momento. Ese preciso instante que notaba definiendo el futuro de Aredia.

Sin saber cómo, la mente de Symeon se fundió con el Espíritu de Dolor. Vio un océano insondable de sufrimiento viscoso y verdemar; sintió el desgarro cuando fue arrancado de su hogar por un maldito elfo con nariz aguileña, que lo confinó en un hogar de vidrio con forma de arma; notó el dulce sufrimiento de cientos, de miles, en la multitud de batallas donde intervino; y luego, la caída a la oscuridad y el olvido. «Libre al fin, ¡libre al fin!», gritaba algo en su mente.

Yuria miraba preocupada a su amigo con la rodilla en tierra, cuyos músculos estaban crispados, los ojos cerrados, y las venas de su cuello a punto de explotar. Avanzó un paso sujetando su talismán, dudando sobre qué hacer. El rostro de Symeon estaba rojo como el rubí, la espada brillaba, verde, en su mano; los condenados no parecían notar nada, pero Symeon sufría, y de qué manera. De hecho, empezó a emitir un leve quejido que subió de intensidad, cada vez más, hasta devenir en un grito de agonía. Yuria avanzó otro paso, y extendió su mano hacia la espada.

Entonces, el grito cesó. Symeon tomó aire a bocanadas, y cayó sobre su otra rodilla, clavando la espada en tierra. Respiraba fuerte, intentando llenar sus pulmones todo lo que podía; el sudor perlaba su rostro. La espada fulguraba suavemente. La mirada del errante se encontró con la de Yuria durante un segundo, y esta sintió un escalofrío; su amigo debía de haber sufrido un infierno. Pero vio cómo se ponía en pie, cogía la vaina de la espada y la enfundaba, para acto seguido colgarla a su espalda.

—¿Estás bien, Symeon? ¿Cómo te encuentras? —Yuria todavía no las tenía todas consigo, y tiraba del talismán, dispuesta a arrancarlo y aplicarlo sobre Symeon ante cualquier signo extraño.

—Estoy bien, Yuria. Ha sido muy... difícil, pero ya estoy bien. Un poco dolorido, eso sí —Symeon parecía tambalearse, así que Yuria lo ayudó, pasando su brazo por sus hombros—. Ahora, solo necesito descansar —sonrió.

 


lunes, 17 de noviembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 16

Batallas en Undahl (III)

—Otro problema —dijo Ilaith en la reunión de urgencia que siguió— es que entre los prisioneros que han tomado se encuentra el príncipe Deoran Ethnos y algunos miembros de su corte. Si no queremos provocar un levantamiento en Ladris, deberíamos hacer todo lo posible por rescatarlos.

—Perdonadme, mi señora —la atajó Yuria—, pero esa cuestión la veo fuera de toda consideración por el momento. Si llega el momento en que tenemos que amainar las corrientes políticas en Ladris nos encargaremos, pero el problema militar es lo que en estos momentos debe requerir toda nuestra atención.

Ilaith permaneció pensativa durante unos momentos. «¿Habrá llegado Yuria al límite de su paciencia al fin?», pensó Symeon.

—Sí, tenéis razón, Yuria —reconoció Ilaith, afirmando con la cabeza—. Como siempre. 

«Nunca dejará de sorprenderme esto».

Se entabló a continuación una conversación acerca del curso a seguir, donde varios se preguntaron las razones de que las tropas se hubieran retirado a la costa en lugar de tomar la capital. Yuria dio varias posibles causas: fallos en la coordinación, retrasos de la flota, o quizá, tras el fracaso en capturar o asesinar a Ilaith, intentar asestar un golpe estratégico en Eskatha u otra capital.

—En cualquier caso, no podemos arriesgarnos a que embarquen y nos ataquen en otro punto. Dad orden a las tropas de ponerse en marcha inmediatamente —ordenó Yuria—. Los enfrentaremos en el valle.

—Sí, tenemos que aprovechar que los elfos peregrinos han tomado su propio camino y se han separado de ellos —coincidió Galad.

Tras un descanso de cinco horas para evitar entablar combate por la noche, las tropas se pusieron en marcha, coordinando el paso para llegar a la boca del valle con la luz del amanecer.

A la luz de las antorchas, las legiones avanzaron por ambas orillas del río a través de un terreno benigno y abierto que no les ocasionó mayores problemas en su rápida marcha. Los dirigibles fueron desplegados varios kilómetros en retaguardia, alerta ante posibles incursiones enemigas que hicieran uso de portales. Ilaith cabalgaba enfundada en una trabajada armadura lacada de negro al lado de Yuria y el resto.

La placidez de la marcha se vio interrumpida poco antes del amanecer. Después de haber pasado de largo varias aldeas y puertos de pescadores, por fin el terreno empezó a abrirse hacia el mar. Pero la visibilidad no mejoró. Lejos de eso, empeoró. El sol se intuía levantándose sobre el horizonte oriental, pero todo se veía empañado por una niebla de color oscuro.

Y la niebla se hacía cada vez más densa. El vello de la nuca de Daradoth se erizaba, y en su espalda notaba los escalofríos familiares por la presencia de Sombra.

—Esto da al traste con nuestros planes  —se lamentó Yuria.

—Malditos sean esos engendros —maldijo Daradoth.

Detuvieron el avance para reevaluar la situación. 

—Ahora somos vulnerables a cualquier ataque. Rythen, Gerias, dad órdenes para formar en posición de defensa heptante, como os enseñé hace unos días.

«¿Qué demonios será la "defensa heptante"?», pensó Galad. «Realmente Yuria ha ganado ascendiente más allá de toda oposición. El mariscal y el general acatan sus órdenes sin rechistar. Increíble».

Symeon planteó la posibilidad de que él mismo y Daradoth se infiltraran para encargarse de quien quiera que estuviera extendiendo aquella bruma sobrenatural, pero la idea era demasiado arriesgada.

—Deberíamos retroceder —sugirió Daradoth.

—¿No creéis que lo han hecho para retrasarnos y marcharse en los barcos? —preguntó Symeon.

—Es posible, pero no deberíamos arriesgarnos —contestó Galad—. Nos han estado observando con esos malditos cuervos, y creo que saben exactamente dónde estamos y cuántos somos.

—Además, si pudierais atacar al enemigo sin que os vieran, ¿no lo haríais? —inquirió Yuria, haciendo el silencio. 

—Tal como lo veo —continuó Galad al cabo de unos momentos—, si no queremos retirarnos, nuestra única posibilidad es desplegar a los paladines en vanguardia y pedir ayuda a Emmán para que nos permita detectar a los engendros; ya sabéis que es uno de los dones de los que disponemos. Y, una vez que los detectemos —bajó la voz instintivamente—, podemos usar nuestras habilidades como Shae'Naradhras para deshacer esta maldita niebla.

—Me parece muy buena idea —dijo Yuria—. Es evidente que ellos esperarán que nos demos la vuelta y nos retiremos, y apostaría a que ya se están moviendo para atacarnos desde el norte, lo que sería nuestra retaguardia. Si hacemos lo que sugiere Galad, tendremos el factor sorpresa de nuestro lado. Siempre que podamos deshacer la bruma, por supuesto. 

Todos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo el plan. Se aprestaron los paladines a varios cientos de metros en el frente, y el grupo se preparó en un pequeño promontorio del terreno, listos para concentrarse e intuir las hebras de la realidad. 

Más o menos a las nueve de la mañana, un grupo de paladines dio la voz de alarma. Los enemigos venían desde el norte, como había supuesto Yuria. Las tropas se aprestaron para el combate, prevenidos sus comandantes de los planes de contraataque.

El grupo se concentró en lo alto de la elevación, protegidos por Taheem, Faewald y la guardia de élite de Ilaith.  Y esta vez fue Yuria la que expandió su consciencia lo suficiente.

—¿Lo notáis? —dijo—. Miles... millones... no sé, más, hilos de Sombra invadiéndolo todo. 

—Yo los siento —dijo Daradoth—, pero no consigo  alcanzarlos para cortarlos. ¿Tú sí?

—Sí... creo que sí. Voy a cortarlos.

—Adelante. Es nuestra única posibilidad.

Yuria manipuló las hebras y alteró las innumerables vibraciones que las rodeaba, cortando una cantidad enorme de hilos y provocando lo que percibió como una reacción en cadena.

La niebla desapareció, y el sol brilló por fin, apenas se veían nubes en el cielo. El contingente de ogros y elfos oscuros se detuvo a varios centenares de metros de distancia, confundido. Miles de engendros de la Sombra era más de lo que podía manejar la voluntad de Daradoth, cuya visión se tornó roja casi al instante de verlos; empuñó a Sannarialáth, que brilló como plata líquida, y se lanzó al combate.

—¡Ahora! ¡Al ataque! —bramaron los generales, que habían estado esperando ese momento.

Galad corrió a ponerse al frente de los paladines, seguido por Symeon, y con una silenciosa plegaria empuñó a Églaras, mientras sus hermanos se enlazaban. Al punto sintió la presencia divina de Norafel, pero esta vez el arcángel no lo avasalló ni pareció regir sus actos. Galad, en cambio, notó como si alguien lo agarrara abrazándolo del pecho y lo llevara, a la velocidad del pensamiento, hacia arriba.

La calma era total, y la quietud blanquecina inducía al autoconocimiento absoluto. A su lado, una presencia imponente, celestial, primigenia, que emanaba un aura gloriosa de virtud que lo llenó de bienestar y calor reconfortante.

Emmán.

No pudo ver su rostro. Una luz divina y cegadora emanaba de los pliegues de la capucha de su túnica etérea. A su lado, otras dos figuras ataviadas de forma parecida, con los rostros también invisibles por luz de distintos tonos. Tras estas tres, otros tres seres célicos de mayor tamaño, con alas de luz pura y presencia avasalladora. Arcángeles.

Galad se encontraba sobrepasado por la situación, pero muy feliz. No podía apartar la vista del rostro de su Dios, incluso cuando le quemaba y le cegaba. Para su regocijo, Él le habló, con una voz polifónica,  atronadora pero tranquila, severa pero amable:

—Debes comprender, hijo mío, que solo hay una opción. No hay ninguna otra solución. Sé que tu mente mortal no es capaz de abarcar eones de tiempo insondable y universos de espacio inabarcable, pero ten por seguro que es lo único que podemos hacer. Quiero que veas la necesidad, y quiero que llegado el momento lo hagas sin dudar. Pues yo soy la virtud y la gloria, y hablo con verdad. Y de otra manera, todo se destruirá y no habrá posibilidad de sanarlo. Ahora ve y haz lo que tengas que hacer.

Algo tiró de Galad hacia abajo esta vez. Al volver en sí, solo había pasado un instante, un segundo. Los paladines cantaban cánticos en honor de Emmán, y ya lanzaban su poder hacia los enemigos. La fuerza de Norafel se unía a él y lo henchía de poder. Se lanzó al combate.

Yuria, saliendo del estupor que le había provocado cortar los hilos de Sombra, se encontró  con la batalla dispuesta. Su ojo experto evaluó la situación a su alrededor, y sonrió. «Tal como había previsto».

Una Kothmor, una de las dagas negras de los kaloriones, pasó a escasos centímetros de Daradoth, que reaccionó apartándose por pura mezcla de instinto y suerte. Al menos, ver la muerte tan cerca le permitió recuperar el autocontrol. A lo lejos, Symeon pudo ver cómo la daga que casi impacta a su amigo volvía a la mano de una elfa oscura que comandaba una de las legiones del flanco derecho. Daradoth, se lanzó al frente de las tropas intentando alcanzar a su atacante. Galad, alertado por Symeon, dio órdenes a un círculo de paladines para actuar contra la comandante, y el errante activó los poderes de su diadema, aturdiendo y derribando a los enemigos a su alrededor.

La elfa oscura, viendo a Daradoth acercarse a ella, sonrió y extendió su mano hacia el elfo, mientras gritaba algo y parecía envolverse en sombra. Daradoth comprendió enseguida lo que sucedía, e interpuso a Sannarialáth, haciendo un uso intuitivo de su aura de Luz. Con un leve escalofrío notó que algo chocaba contra ella y se disipaba. La elfa cambió el gesto por uno de estupefacción; esta vez fue Daradoth quien sonrió. Lanzó la espada, que se convirtió en un relámpago plateado extremadamente veloz e hirió a la elfa en un hombro. Cruzaron la mirada, y cuando ella estaba a punto de actuar, un rayo de luz pura procedente del círculo de paladines le impactó, causando una explosión de esquirlas luminosas. La elfa rugió con un grito de dolor, y fue despedida hacia atrás, perdiéndose entre las filas de sus tropas.

Desde su posición, Yuria podía ver en el centro del despliegue enemigo un área de penumbra que delataba la presencia del Brazo desconocido, pero de momento resultaba imposible llegar hasta él.  Comenzó a dar órdenes para que las tropas a la izquierda maniobraran y apoyaran al centro.

La batalla estalló en toda su crudeza, con los enemigos fuera de posición debido al ataque inesperado de las fuerzas de la luz y el sol brillando en lo alto. El flanco izquierdo de la sombra no pudo resistir la potencia del flanco derecho de las tropas de Ilaith, con el grueso de las legiones, los paladines, Daradoth, Galad y Symeon luchando en ese lado y la elfa oscura fuera de combate; la resistencia no llegó ni a las dos horas completas.

Poco después, con el centro de los enemigos acosado por la superioridad de tropas aliadas, la elfa oscura armada con la kothmor y rodeada de sombra reapareció con una guardia de elfos oscuros vestidos de forma extravagante. Y por fin pudieron avistar a lo lejos una figura alta y robusta envuelta en un aura de penumbra y armada con una gran lanza que parecía causar estragos entre sus soldados.

No obstante, sin su flanco izquierdo los enemigos no pudieron aguantar mucho tiempo y al cabo de un par de horas más no tuvieron más remedio que tocar a retirada. Yuria dio orden a parte de sus tropas de perseguirlos y acabar con tantos de ellos como se pudiera antes de que llegaran al mar.

Poco antes había llegado la noticia de que un contingente de tropas enemigas se acercaba desde el sur, unas dos legiones en total, pero su avance se había ralentizado al disiparse la niebla. Cuatro legiones y media se dirigieron a su encuentro al mando de Loreas Rythen, con los paladines y el grupo, mientras Yuria encabezaba a las tropas que perseguían a los enemigos hacia el norte. 

Las tropas del sur no pudieron ofrecer mucha resistencia, pues no había muchos ogros ni elfos oscuros en sus filas. Se hicieron multitud de prisioneros, y por fin las tropas de la luz pudieron celebrar una gran victoria en el campo de batalla. «Ahora es momento de ir tras ese brazo y la elfa oscura, y aplastarlos totalmente», pensó Galad.


lunes, 3 de noviembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 15

Batallas en Undahl (II)

Con ayuda del catalejo pudieron ver claramente cómo los enemigos habían destacado un contingente al otro lado del vado, donde se encontraban fortificando mediante zanjas y estacas la orilla del río. Estaba claro que no iban a poder cruzar por allí. 

Convocaron urgentemente a Gerias y al resto de generales de las legiones para transmitir el próximo plan de acción. Yuria lo expuso todo sucintamente:

—Con la situación actual, cruzar el vado no es una opción, y las legiones enemigas tienen el paso expedito prácticamente hasta Safelehn. Debemos avisar a Ilaith y reorganizar nuestras tropas. Por suerte, tenemos los dirigibles.

—Enviemos rápidamente al Empíreo para que movilice la legión intermedia y nos sirva de refresco; y que cruce el río —sugirió Galad.

—Sí, buena idea, lo haremos. —Mientras los edecanes desplegaban un mapa, pensó unos instantes y a continuación se dirigió a Orestios y a Aznele, que parecían totalmente agotados—: Embarcad inmediatamente a todos los paladines en el Horizonte, que descansen lo que puedan mientras nos movemos.

En poco más de una hora las tropas estaban preparadas, y los dirigibles descendieron lo más lejos posible del cruce del río. Mientras los paladines embarcaban en el Horizonte y varios mensajeros hacían lo propio en el Empíreo, Yuria dio instrucciones muy concretas al capitán Suras.

—Una vez que hayáis dejado a los mensajeros en el punto acordado para que reúnan a todos los destacamentos de la legión, dirigíos rápidamente a Safelehn. Faewald os acompañará para informar a Ilaith de que salga de allí rápidamente con el Nocturno. Y después regresad, tan rápido como podáis. Muchas cosas dependen de vos, Suras, no me falléis.

—Perded cuidado, mi señora —dijo el capitán, irguiéndose orgulloso—, en pocas horas regresaré a vos.

Poco después, sin apenas descanso, Yuria puso a Gerias al frente de las tropas en marcha hacia el norte. Mientras tanto, ella misma, Galad, Symeon y Daradoth recorrerían la ribera oriental del río a bordo del Horizonte, para intentar observar desde una altura prudencial a los enemigos.

No pasó mucho tiempo antes de que sucediera algo. Un leve resplandor a lo lejos llamó la atención de Daradoth, que se apresuró a observar con la lente ercestre. El resplandor parecía proceder de una gran roca, o quizá del espacio entre dos grandes rocas. Un grupo de jinetes enemigos se encaminó hacia él, desapareciendo cuando llegó a su altura. 

—Maldición —compartió con los demás—. Creo que son capaces de transportar a sus tropas mediante portales —observó más allá, para ver si detectaba la salida, pero no pudo ver nada.

—Eso son muy malas nuevas —dijo Symeon—. Confiemos en que su alcance sea limitado, si no, Suras no será capaz de llegar a tiempo a Ilaith.

El errante entró al mundo onírico, para asegurarse de que los enemigos no estaban utilizando portales a través de él. Y así fue, el porta debía de ser puramente mágico, no había rastro en el mundo onírico. Aprovechó para conversar brevemente con Nirintalath, anunciando que el momento estaba a punto de llegar. Norafel aparecía también a bordo de la manifestación del dirigible, encogido y ausente.

De nuevo en la cubierta del Horizonte, Galad sugirió al resto:

—Visto que avanzan rápidamente gracias a esos portales y están dejando el campo libre, quizá podríamos aprovechar para reunir y reorganizar la legión que se comportó tan heroicamente. Seguramente sus soldados estarán disgregados por las colinas de allá abajo.

—Sí, muy buena idea —coincidió Symeon.

Y así lo hicieron. Emplearon el resto de la noche en encontrar supervivientes de las legiones que se habían enfrentado al otro lado del vado con las fuerzas de la Sombra, y que habían tenido un comportamiento tan bravo. Pronto vieron los primeros puntos de luz correspondientes a fogatas de pequeños grupos, y para el amanecer ya habían conseguido reunir un contingente de cuatrocientos soldados junto al cauce del río, incluyendo entre ellos al general de la "legión de los héroes",  Worhen Surasen, herido en varias partes del cuerpo, que fueron tratadas inmediatamente por las habilidades divinas de Galad. El general se sintió algo avergonzado, pero también orgulloso, ante tamañas atenciones, y ante las sinceras felicitaciones que el grupo le dio por su comportamiento. Incluso algunos oficiales no pudieron contener las lágrimas al recordar la dureza de la batalla, donde habían sido superados en número por mucho.

—Me aseguraré personalmente de que todos vosotros tengáis la condecoración que os merecéis de las propias manos de lady Ilaith —les dijo Yuria, enardeciéndolos—. Pero ahora no hay tiempo que perder. En cuanto hayáis descansado, debéis partir hacia el norte y esperar en la fortaleza del segundo puente. Allí esperaréis tropas e instrucciones.

—Por descontado, nos pondremos en marcha lo antes posible. 

Plenamente satisfechos, el grupo puso rumbo al oeste para unirse a las tres legiones que viajaban hacia el norte a lo largo del otro lado el río. En la intimidad de su camarote, Daradoth pudo por fin acabar de asimilar los conocimientos presentes en el libro llamado "De las Vías de la Luz", que habían encontrado hacía ya muchos meses en Essel. Se concentró, y vio con una sonrisa cómo sobre la palma de su mano aparecía una pequeña esfera que iluminó su entorno. Ufano, apoyó la cabeza en la pared y aprovechó para dormir.

El día siguiente se unieron a las tropas en la fortaleza occidental del antiguo puente sobre el río, ahora destruido. Por la noche, una enorme bandada de cuervos los sobrevoló durante demasiado tiempo.  

—Sin duda nos están vigilando —dijo Symeon—. Y lo peor es que es posible que ya hayan visto el Horizonte

—Pero —objetó Daradoth— no sabemos si nos vigilan directamente a través de los ojos de los pájaros, o son estos los que después les informan. No perdamos la esperanza, y asumamos esto último; quizá el dirigible quede fuera de su entendimiento.

—Espero que sea así.

La mañana siguiente, los ingenieros enanos, ayudados por cuantos soldados fueron necesarios, se pusieron a construir un puente de pontones que  facilitaría el paso de tropas entre las fortalezas, sirviendo como sustituto del antiguo puente de piedra. Mientras tanto, el Horizonte serviría como puente volante y transportaría tantas tropas como pudiera a lo largo de todo el día, acortando el tiempo de cruce. Cada hora era vital. Más o menos a mediodía, la "legión de los héroes" llegaba a la fortaleza del otro lado, reuniéndose con las tropas que ya habían cruzado. A lo largo de todo el día, varias bandadas de cuervos sobrevolarían sus campamentos, no tan numerosas como la primera que habían visto.

Por la tarde, con el sol todavía alto, los vigías informaron de dos dirigibles que se aproximaban desde el noreste. El Empíreo y el Surcador. Yuria sonrió. «Como esperaba, Ilaith no ha huido, sino que ha venido donde se siente más segura: con nosotros».

Saludaron efusivamente a la canciller, vestida adecuadamente con ropa de campaña. Iba acompañada de su guardia personal de maestros de esgrima y de la pareja de paladines de Osara que siempre la protegía.

—Siguiendo vuestras instrucciones —miró a Yuria— di orden de que se disgregara el campamento de Safelehn, reestructurándolo en el punto que me indicasteis en vuestro mensaje. —Yuria había tenido buen cuidado de no compartir aquel punto con nadie, para evitar filtraciones.

Acto seguido pusieron al día a lady Ilaith de sus planes y las capacidades de los enemigos, y le dieron todos los detalles de la situación. 

La mañana del día 1 de agosto, las legiones completaron su paso sobre el río. Al otro lado, se incorporó al contingente con todos los honores a la legión del general Surasen. El general y sus soldados fueron oficialmente saludados y honrados por Ilaith y Yuria en un breve e informal acto donde se les prometieron las más altas condecoraciones una vez se consiguiera la paz. Poco después, las tropas reanudaban la marcha hacia el norte y el día siguiente se encontraron por fin dos legiones encabezadas por Loreas Rythen, a las que habían mandado marchar hacia el sur. 

Después de incorporarlas al orden de batalla y poner a Rythen al corriente de la situación y de todo lo que había sucedido, Yuria dirigió una mirada valorativa a su ejército. «Seis legiones y media», pensó; «en otras circunstancias la habría juzgado una fuerza impresionante, pero en esta ocasión no sé si bastarán. Y debemos redoblar la marcha». 

Tras dar las órdenes pertinentes, el grupo se volvió a embarcar en el Empíreo, acercándose rápidamente hacia Safelehn. Cuando se acercaban a las montañas, vieron grandes columnas de humo alzándose hacia el noreste.

—Eso debe de ser Safelehn —estimó Daradoth.

Ganaron altura para evitar la vista de los elfos oscuros, y se acercaron hacia la ciudad. Llegaron al anochecer. Daradoth alzó la lente ercestre y observó. La mayoría de la ciudad parecía haber caído y las llamas se alzaban por doquier.

—Parece que la ciudadela resiste todavía —informó el elfo—. Pero no parece que pueda hacerlo por mucho tiempo, dos de las torres ya han sido destruidas, y la muralla parece maltrecha. Y allá... —Daradoth calló por unos instantes, los demás vieron cómo apretaba los dientes—. Por Nassaröth bendito...  un reptil volador acaba de alzarse sobre la torre principal, ¡y ha exhalado una bocanada de fuego!

—¡¿Un dragón?! —exclamó Symeon, que intuía a duras penas la lengua de fuego sobre la ciudadela—. Si es así...

—No, no creo que sea un dragón. No parece tan grande. Y ahí veo otro. 

—Wivernas entonces.

—Creo que así las llamaban en la antigüedad, sí.

—Extraordinario —susurró Fajjeem, que se afanaba en tomar notas. 

Daradoth bajó el catalejo, y todos se miraron con preocupación. 

—Ahora sí que dependen de nosotros —dijo firmemente Faewald, mirando la espada alada en la espalda de Galad y la caja con incrustaciones de kregora que custodiaba Symeon.

—Sin duda —corroboró Yuria. 

—Pero no sé de qué manera podemos ayudarles —Galad parecía atormentado.

—No podemos, Galad. Tranquilo —lo consoló Daradoth—.  Debemos volver lo antes posible y traer a los paladines y las legiones. —Apretó los labios y añadió en voz baja—: Hay que acabar con ellos de una vez por todas. —«Hasta el último de esos malnacidos», pensó. 

De mala gana y compungidos,  pusieron rumbo hacia el suroeste.

Mientras así lo hacían, Daradoth recibió un mensaje a través del Ebyrith, que se había llevado Arakariann a bordo del Surcador, y que se encontraba más al sur. Al parecer, el extraño grupo de seis elfos se encontraba aproximadamente a una jornada de viaje al sur de Safelehn, dirigiéndose hacia el oeste. «Entonces, ¿no son capaces de detectar a Ilaith?».

—Alejaos de ellos, Arakariann, son muy peligrosos —advirtió Daradoth, que luego se giró hacía sus compañeros—. Arakariann está viendo al grupo de seis elfos, al suroeste de aquí, ya le he advertido que se aleje. No sé si podríamos intentar algo.

—Voy a intentar detectarlos —anunció Symeon, que a continuación cerró los ojos y se concentró.

No tardó en sentir las incontables hebras vibrando a su  alrededor, y la pequeña perturbación que provocaban los peregrinos elfos pronto tuvo ecos en ellos. La siguió, casi imperceptible, hasta que sentir la inmensa maraña de hilos y nudos que componían a los extraños seres.

—Los estoy sintiendo —informó—. Y creo que puedo alterarlos para que dejen de ser un problema.

—Mucho cuidado Symeon —advirtió Yuria—. Ya sabéis lo que pasó cuando encontramos a Valerian. 

Symeon empezó a manipular y cortar filamentos. Pronto sintió cómo una extraña fuerza se oponía a lo que estaba haciendo, y una sensación extraña que solo supo calificar como una especie de latigazo de frío. Aun a pesar de la oposición, siguió intentando cortar y anular, pero la tensión fue demasiada, y finalmente optó por dejar aquello, pues no estaba seguro de que, debido a la presión ejercida para vencer aquella resistencia no perdiera el control en algunos cortes y derivara en un desastre. Tampoco podía olvidar la presencia de los titanes oníricos que parecían acudir ante la presencia de cualquier alteración de la vicisitud.

—No me atrevo a seguir. Me costaba mucho mantener el control de lo que hacía. Esa resistencia que he sentido... era muy extraña. Fría. Temo pensar que fuera Sombra.

—Seguro que lo era —terció Galad—. Sombra está imbricada en todo. Aunque no sean seres de Sombra, es posible que ella los proteja. Mi duda es si pueden ser redimidos.

—Yo pienso que sí lo pueden ser —la imagen de Ashira vino por un segundo a la mente de Symeon—. Por eso no traté de borrar su existencia, solo borrar de alguna manera sus recuerdos y ver si así podía borrar también su odio a la Luz. No sé cuáles habrán sido los efectos reales.

—Hiciste bien. Ahora debemos continuar. Y estar más alerta.

Decidieron continuar junto a las tropas y, cuando llegaron dos jornadas más tarde a Safelehn, la ciudad ya había caído. Sorprendentemente, los enemigos no habían dejado ninguna guarnición ni oposición. Se habían llevado bastantes prisioneros y habían saqueado el tesoro y los víveres, pero no habían tomado posiciones. Los supervivientes informaron al grupo de que las tropas de la Sombra, una vez acabada la batalla, habían partido hacia el norte.

—¿Hacia el norte? ¿Por qué viajarían hacia el norte? —se preguntó Galad en voz alta.

Yuria abrió los ojos cuando pareció darse cuenta de algo.

—Barcos. Maldición, van hacia la bahía. Allí se puede atracar. ¡Vamos, debemos ponernos en marcha! 

Tras descansar  brevemente, las tropas se pusieron en marcha a primera hora.

—¿Enviamos a los dirigibles en avanzada?  —sugirió Ilaith, que ya se había reunido con ellos.

—A estas alturas ya no podemos estar seguros de que los desconozcan —contestó Yuria, pensando en las numerosas bandadas de cuervos que habían avistado en los últimos días—. Es mejor ser cautos. Enviaremos solo al Surcador, con Daradoth.

A Daradoth no le hizo falta una travesía de muchos kilómetros para, con ayuda del catalejo, ver  que el amplio valle se abría aún más hasta el mar, y allí en la costa ver atracados más de media docena de enormes galeones negros. Y más cerca, el contingente de la Sombra, que parecía haber sido reforzado con más tropas. Parecía que una de las legiones estaba embarcando, o quizá desembarcando. Volvió al punto para informar a sus amigos.

—Si los han reforzado con más tropas —dijo Yuria— no hay razón para creer que se van a retirar. Pero debemos decidir si los enfrentamos a marchas forzadas intentando cogerlos por sorpresa o nos acercamos con más calma y preparación. Todo depende de cuáles sean sus intenciones.

 

jueves, 16 de octubre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 14

Batallas en Undahl

La tormenta se extendió hasta bien entrada la noche, durante un par de horas más. De vez en cuando, la deflagración de una enorme explosión provocada por los sobrenaturales relámpagos sacudía el campamento. Yuria y los demás trataron de tranquilizar a las tropas de la mejor forma que pudieron. Y, aunque la tormenta, los relámpagos y los truenos finalmente pasaron, las colosales nubes nunca desaparecieron. «Tendremos que evitar esa zona a partir de ahora», pensó Symeon.

El día siguiente pusieron al contingente en marcha hacia el sur de nuevo, evitando la zona de las nubes con un rodeo por caminos alejados del río, accidentados por su transcurrir entre las colinas de las primeras estribaciones del macizo central. Su movimiento era protegido por el Empíreo, que viajaba por delante de ellos atento a cualquier problema.

Al cabo de tres jornadas, tras atravesar varias aldeas pequeñas en las que apenas repararon, llegaron a un pueblo más o menos grande, que parecía haber sido desalojado prácticamente en su totalidad. Sin embargo, en él quedaban algunos habitantes que los recibieron con cierta alegría. Según les contaron, Undahl se estaba convirtiendo en un lugar que no les gustaba nada, donde la población autóctona estaba siendo esclavizada por las élites. Tras descansar aquella noche con un poco más de comodidad, continuaron la marcha hacia la fortaleza permanente que había custodiado el puente del curso intermedio, ahora destruido, y el día siguiente llegaron a sus inmediaciones, aprestándose para el asedio y posiblemente, el asalto. En la fortaleza se había reunido una parte de las tropas supervivientes de la batalla donde Galad había perdido el control de Églaras, y mientras se encontraban organizando la construcción de empalizadas y construcción de máquinas de guerra, Daradoth pudo ver a través de la lente ercestre algunos elfos oscuros entre las almenas. Estaban muy lejos, pero sintió cómo el vello de su nuca se erizaba y su corazón se aceleraba, como siempre ocurría en presencia de criaturas de Sombra.

—Tenemos que instarles a rendirse —dijo Yuria con las tropas ya distribuidas según su criterio—. No podemos permitirnos perder días o semanas en un asedio. Un asalto podría ser una opción con los dirigibles y los paladines, pero en algún momento eso nos provocará demasiadas pérdidas.

—Sí, buena idea —coincidió Galad.

Y así lo hicieron. Enviaron varios mensajeros que convocaron a los enemigos en la explanada suroeste para parlamentar. Al atardecer, Yuria y los demás, junto con el general Gerias y algunos oficiales, se reunían a salvo de posibles asesinos o alcance de arcos con la delegación enemiga. Esta estaba encabezada por el capitán de la fortaleza, un undahlita llamado Asevras. Las presentaciones fueron breves; la conversación, en demhano, que a varios de los miembros de la delegación les costaba entender.

—¿Acaso la buena gente de Undahl sirve ahora a la Sombra? —Galad quiso sondear la lealtad de Asevras y los demás, después de haber visto que muchos en el principado no estaban de acuerdo con sus líderes ni con que engendros malcarados se pasearan libremente por allí.

—Yo soy un soldado, y sirvo a mis superiores, que saben lo que hacen mucho mejor que yo —contestó el capitán, tajante—. Y, por lo que he oído, vosotros no sois mucho mejores que la sombra —se estremeció a ojos vista; debía de haber escuchado muchos testimonios de los huidos desde el norte. 

Galad amagó con contestar, pero Yuria lo interrumpió, sin andarse con rodeos: 

—Esta es nuestra oferta, capitán: rendid la fortaleza, y podréis marchar hacia el sur.

—¿Con todas mis tropas? ¿Incluyendo las del campamento exterior?

—Así es —intervino Galad—. Pero sin armas. Deberéis dejarlas en la fortaleza y vuestra impedimenta registrada.

Por su reacción, no habían esperado una oferta tan generosa. 

—Necesitamos tiempo para pensarlo —dijo Asevras—. Debemos evaluar las consecuencias.

—Está bien, tenéis tiempo. Hasta el amanecer.

Poco antes del amanecer, un mensajero llegaba con una bandera blanca. Los enemigos aceptaban la oferta, y saldrían de la fortaleza a mediodía, siempre que el contingente de Ilaith les habilitara un pasaje seguro al sur. Yuria dio inmediatamente las órdenes pertinentes, y a mediodía, con el sol oculto por un penacho de las negras nubes que se extendían al norte, las tropas enemigas iniciaron su periplo. Un centenar de carromatos y vagones los acompañaba, además de población civil, sirvientes y personal de apoyo. Los enanos del general Zarakh se encargaron de registrar lo mejor que pudieron la carga de los enemigos para evitar que llevaran armas. Posiblemente consiguieran deslizar algunas, pero la mayoría fue interceptada. El capitán Asevras, en un gesto simbólico, dio las llaves de la ciudadela a Yuria, que al punto impartió órdenes para ocupar la plaza. Pronto ondearon sobre las torres los nuevos estandartes que Ilaith había mandado confeccionar, representando el emblema de la Federación: partido por faja; en jefe, de azur, un navío antiguo de oro, aparejado y con velas desplegadas de plata; en punta, de sinople, un buey pasante de oro, linguado y uñado de gules, el todo rodeado por un círculo de trece estrellas de plata, representando los trece principados.

Estandarte con el escudo de la Federación de Príncipes Comerciantes

La mañana siguiente, poco después de que desde el otro lado del río hubieran visto los estandartes ondear sobre las torres, un bote atravesó el río procedente de la orilla de Ladris. Traían noticias preocupantes y urgentes. Al sur, en el curso alto del río, los enemigos habían aprovechado la concentración de legiones de Ilaith en el norte para atravesar el primer vado por la noche, y prácticamente arrasar la fortaleza y el campamento que custodiaban la ribera oriental. Había sucedido tres noches atrás, y un gran contingente de engendros de la Sombra marchaba con las legiones de Undahl. Además, también los acompañaba un extraño grupo de seis elfos de enorme poder, y un hechicero con aspecto celestial armado con una gran lanza oscura, extrañamente sobrenatural. Las tropas de Ladris apenas habían podido oponer resistencia.

Galad y los demás se miraron, preocupados. Yuria saltó de su asiento, apenas había podido descansar.

—Gracias por la celeridad de vuestro mensaje, amigos. Volved al otro lado del río y transmitid  claramente mis órdenes: las dos legiones que debían atravesar hoy el cauce para ocupar esta fortaleza y acompañarnos en la campaña, deben permanecer en aquella ribera. Y deben avanzar en paralelo a nosotros por allí. Partiremos hacia el sur en pocas horas, deben seguirnos lo mas emparejadamente posible. Intentaremos alcanzar el vado intermedio antes que ellos, pero si no es así, deberán retrasarlos hasta que lleguemos. Enviad también un mensaje a lady Ilaith para informarla de todo.

—Por supuesto, mi señora, así lo haremos.

Pocas horas después las legiones se pusieron en marcha hacia el sur, intentando alcanzar el segundo vado del río Davaur rápidamente. Pero el vado se encontraría defendido por un gran campamento de tropas, sin duda reforzado por todas las que habían huido desde el norte. Yuria rugió órdenes, acelerando la marcha.

Y así, tras un par de jornadas de marchas forzadas, las tropas de Yuria llegaron a la vista del vado, donde los enemigos ya se aprestaban para la batalla. La ercestre formó a los paladines en el flanco izquierdo, a los enanos en el centro, y al grueso de sus tropas junto a ellos, para oponerse a las fuerzas de la sombra, que se situaron en esa parte del campo de batalla. Esta vez, Galad tuvo buen cuidado de permanecer apartado de Églaras, y ayudó en todo lo posible al mando de Yuria.

Las fuerzas de la Federación superaban en número a las de Undahl, pero la presencia de los ogros y los elfos oscuros compensaba con su ferocidad la inferioridad numérica. Los dos contingentes chocaron en el amplio valle, a la vista del vado y de la orilla oriental. Al otro lado, las dos legiones de Ladris se desplegaban, expectantes. El ojo experto de Yuria vio que formaban en bloques compactos, señal de que esperaban entrar en combate. «Yo no les he ordenado cruzar», pensó. «Eso es que los enemigos deben de encontrarse cerca; razón de más para poner toda la carne en el asador». Se giró hacia las tropas y las arengó sin cesar, con Gerias y Galad recorriendo las líneas y secundándola.

Las primeras horas del combate fueron bastante igualadas, pero, contra todo pronóstico, el flanco derecho y los paladines fueron puestos en desbandada pasado el mediodía.

Afortunadamente, los enanos dieron un rendimiento superior al esperado y, aprovechando el desgaste al que los paladines habían sometido al flanco izquierdo del enemigo, empujaron al resto del contingente y lo hicieron ceder. 

Sin embargo, cuando transcurría la sexta hora de la batalla, al otro lado del río hizo su aparición la fuerza undahlita que había atravesado el río por el sur. Cuatro legiones, con un gran número de tropas de Sombra. «Maldición», pensó Yuria. «Aguantad, por la Luz, dadnos tiempo». Los generales de las dos legiones leales debían de ser extremadamente respetados, o tener unas habilidades fuera de lo común, pues sus tropas aguantaron estoicamente, sin ceder ni un ápice. Trataron de no ser rodeados, pero pronto una de las legiones enemigas superaron su flanco izquierdo.

En la octava hora, Yuria veía con desesperación cómo la mitad de tropas al otro lado del río había caído o se batía en retirada. A este lado del río, los enanos seguían matando arrullados por sus grandiosos cantos de batalla y el sonar de los cuernos. Las legiones aliadas, inspiradas por tan gloriosa visión, seguían con denuedo en el combate.

Dos horas después, Yuria volvía de nuevo su atención observando con la lente al otro lado del río. Suspiró aliviada. Allí, contra todo pronóstico, la legión que había empezado la batalla más alejada del río, todavía resistía a los invasores, que los superaban al menos en una proporción de cuatro a uno.  La atormentaba no poder ayudar a aquellos valientes, pero debía volver su atención a su propio combate.

Finalmente, a la hora décima, las filas enemigas  se quebraron. Gritos de victoria se levantaron por todo el campo de batalla, aunque la mayoría de los soldados estaban agotados. En la otra orilla, la legión todavía resistía. 

«Sois unos héroes», pensó la ercestre, pasando el catalejo a Gerias. 

—Me encargaré personalmente de que, vivos o muertos, se ensalce a esa legión y sus oficiales con los más altos honores. Lo juro. Sin duda nos han salvado.

A continuación, Yuria intentó organizar un contingente para cruzar el vado y ayudar a sus aliados en apuros. Pero la tarea se mostró imposible: una de las legiones enemigas había tomado posiciones defensivas y cruzar el río sin duda se convertiría en un suicidio. Apretó los dientes, frustrada.

Poco después, con la noche ya caída, aquellos héroes no pudieron aguantar más. Con la ayuda de la lente, Yuria pudo ver cómo una parte de ellos conseguía escapar hacia el norte, comandados expertamente por un oficial, quizá su general, aunque no podía estar segura. Aprestó una parte de las tropas a defender el vado, y rápidamente se organizó un campamento para pasar la noche.

Poco antes del amanecer, la brusca voz de uno de los vigías enanos gritaba en un demhano acusadamente rótico:

—¡Atención! ¡Están marchando! ¡Los enemigos se mueven hacia el norte! 

 


viernes, 26 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 13

Avance hacia el Sur. Un Poder inesperado.

Yuria tomó todas las medidas necesarias para proteger la fortaleza recién conquistada contra un avance enemigo por el norte, y ordenó a las tropas un breve descanso para avanzar en cuanto pudieran hacia el sur. Aprovecharían así para esperar el cruce del vado del resto de legiones comandadas por lord Theodor Gerias. Estas tres legiones deberían seguir la marcha de las suyas, que irían en vanguardia.

Galad, por su parte, interrogó a los prisioneros, para intentar averiguar el número de tropas que podrían encontrarse en la siguiente fortaleza hacia el sur. Haciendo uso de los poderes concedidos por Emmán, consiguió estimar las fuerzas en dos legiones de undahlos y una tercera de la Sombra. Uno de los interrogados, presa de los hechizos de Galad, incluso le confesó que no todos los soldados humanos iban a luchar convencidos por la causa de lord Rakos, pues su alianza con la Sombra y la represión impuesta habían levantado muchas animosidades, como bien sabía ya el grupo por el gran número de refugiados que cruzaban el río a diario.

A mitad de tarde pusieron a las tropas en marcha, hasta entrada la noche, recorriendo casi la mitad del camino que los separaba de la siguiente fortaleza situada hacia el sur. Gerias saldría al frente de sus tropas y la logística la mañana siguiente, en pos de las legiones en vanguardia.

Durante el descanso nocturno Symeon entró como era habitual en el mundo onírico. A pocos metros pudo ver la figura acurrucada en un resplandor dorado que identificó como Norafel, el arcángel personificado en la espada de Galad, Églaras. Aparte de eso, respiró aliviado al no identificar ningún ser ni hecho extraño en muchos kilómetros a la redonda.

Reanudaron la marcha poco antes del amanecer, y antes del mediodía, ya en terreno despejado y levemente accidentado, las legiones de Yuria se encontraron frente a frente con los defensores de la fortaleza. 

Las tropas de criaturas de la Sombra formaban en el flanco derecho de las tropas enemigas, así que Yuria y Galad dieron las órdenes necesarias para reforzar al máximo su flanco izquierdo, dirigiendo hacia allí a los enanos y los paladines. El centro y el flanco derecho realizarían maniobras conservadoras mientras el grueso de sus tropas se lanzaría con todo su poder para romper a los elfos oscuros y a los ogros, una parte de los cuales se encontraba a lomos de unas extrañas criaturas acorazadas. Los paladines formaron en grupos que no tardaron en enlazarse para maximizar sus poderes; Galad se unió a ellos y Yuria y su estado mayor tomaron posiciones en una elevación a la izquierda. Dieron la orden de lanzarse al ataque antes de que sus contrincantes pudieran mejorar su situación. Las legiones humanas, inquietas y amedrentadas por la visión de los ogros jinetes, no habrían avanzado si no hubiera sido por los paladines de Emmán y Osara que los arengaban y exaltaban, y por la gloriosa visión de Galad empuñando a Églaras, que salió de su vaina como un rayo purificador, envolviéndolo en la sobrecogedora aura dorada y las divinas alas de luz.

—¡Por Emmán! —rugió el paladín—. ¡Acabemos con esas aberraciones!

Fanfarrias celestiales envolvieron a los paladines de una y otro dios. Mientras los jinetes ogros se lanzaban al ataque y los hechiceros elfos oscuros conjuraban sus poderes, relámpagos divinos comenzaron a caer sobre sus filas. Algunos ogros cayeron víctimas del poder crudo de Emmán canalizado por sus acólitos. 

La voluntad de Galad se vio sacudida por la de Norafel, cuyos pensamientos entraron como un alud en su mente.

"Todo esto está mal. Está mal. Tenemos que acabar con ellos. ¡Tenemos que acabar con todo!".

El paladín sintió cómo un torrente de poder surgió de la espada, convertida ahora en un vínculo directo con la Esfera Celestial. El fulgor lo consumía y lo purificaba al mismo tiempo, abrasando su carne mientras elevaba su espíritu. De sus ojos emanaba un resplandor cegador; destellos de Luz, como volutas de humo sagrado, se alzaban desde las comisuras, desbordándose hacia el mundo. Lanzó ese poder hacia delante, intentando afectar solo a los enemigos, apretando los dientes contra el deseo de acabar con todo y con todos. Una onda de pura fuerza surgió en forma de arco, y se extendió hacia delante.

Symeon, cerca de Galad y Yuria y atento a su entorno, pudo ver el conflicto interno que aquejó al paladín en el momento en que sacó la espada. Pocos segundos después, una especie de onda de fuerza translúcida que deformaba todo lo que se encontraba a su paso surgió de Galad y se extendió desde la loma donde se encontraban hacia el campo de batalla. «Algo no va bien», pensó el errante, teniendo en cuenta todas las visiones y profecías que habían recibido al respecto de Galad y Églaras. 

—¡Yuria! ¡Cuidado! —interpeló a su amiga, haciendo gestos hacia el paladín.

La ercestre rugió órdenes para que sus tropas se echaran cuerpo a tierra en el momento en que vio la extraña onda deformadora. Algunos no tuvieron tiempo de reaccionar, y parecieron comenzar a asfixiarse. 

A la velocidad del pensamiento, la onda llegó hasta las filas enemigas. Los primeros, los ogros jinetes, se deshicieron violentamente en volutas de humo negro que se disipó al instante. El resto de ogros y los elfos oscuros no tardaron en sufrir el mismo destino, mientras la vegetación a su alrededor se marchitaba y desaparecía, y el suelo más allá se sacudía con el impacto, estremeciéndose y provocando un terremoto y un estallido que aturdió y dejó a todos sin visión por unos segundos en el campo de batalla.

«Por Nassaroth, ¿qué ha pasado?», pensó Daradoth, mientras luchaba por recuperar la visión entre destellos cegadores.

El cataclismo duró unos momentos, hasta que un chorro de lava surgió con fuerza en el campo donde se habían encontrado los enemigos, y poco después pareció revertir su dirección para introducirse de nuevo en la tierra. El flanco derecho y el centro del contingente enemigo estallaron en una huida sin control, aterrados por lo que estaba sucediendo.

De repente, allí donde había habido lava, el suelo pareció hundirse, llevándose todo consigo y convirtiéndose en un gran vació oscuro. Symeon habría jurado que podía ver estrellas en la negrura. El vacío comenzó a ejercer una gran fuerza de atracción, y pronto engulló a varios soldados, tanto enemigos como de sus propias filas. Daradoth notó cómo el aire escapaba de sus pulmones, y cayó de rodillas, aferrándose como pudo a las rocas, pero perdiendo el conocimiento poco a poco.

—¡Galad! ¡Tienes que parar esto! —gritó Symeon mientras hacía que su bastón hundiera raíces en tierra y se agarraba fuerte para evitar la atracción. Varios árboles fueron arrancados y engullidos por el vacío allá abajo—. ¡Por favor!

Yuria arrancó su talisman del cuello y lo empuñó, pero comenzó a resbalar por la pendiente terrosa, atraída hacia aquel extraño vacío. «Maldición», pensó con lágrimas de rabia asomando a sus ojos, «nos habían advertido, y ahora no voy a poder hacer nada». Uniéndose a Symeon, increpó a Galad:

—¡Galad! ¡Estás matando a todos! ¡Detén esto, maldita sea! ¡¡Detenlo!!

Galad oía en la lejanía los gritos de sus amigos. «Pero tengo que acabar de una vez con esto. Emmán así lo desea». Con el poder celestial ardiendo en su interior, se giró para crear una nueva onda aún más poderosa. Entonces vio a Yuria, resbalando hacia abajo, a Daradoth allá a lo lejos a punto de ceder a la fuerza del vacío, y a Symeon, cerca de él, gritándole mientras se aferraba desesperadamente al bastón. «Mi señor, por favor, esto no puede ser».

«EMMÁN LO QUIERE ASÍ», los pensamientos de Norafel eran absolutos... titánicos. «HAY QUE REHACER. HAY QUE RECREAR. ¡AHORA!». 

Galad notó cómo alguien ponía la mano en su hombro. Abrió mucho los ojos, sorprendido. Era Aldur.

—Emmán lo quiere así, Galad —dijo el enorme paladín en voz baja—. Debemos hacer su voluntad. Recrear lo corrompido. 

—¡NOOOOOO! —la voluntad de Galad resurgió con una fuerza inesperada—. ¡Quizá sea así, pero no asesinaré a mis amigos y a tantos inocentes! ¡Este no es el camino! ¡NO!. 

Con un esfuerzo supremo, Galad consiguió reformar ese inmenso poder, mientras Norafel abrasaba su mente, iracundo y sorprendido. Era uno con la Vicisitud. Las hebras vibraban a su alrededor, incontables, infinitas, muchísimas rotas, otras retorcidas. Una nueva onda volvió a surgir de él.

Symeon gritó, Yuria gritó, todos a su alrededor gritaron, Daradoth cayó inconsciente y se soltó, saliendo despedido hacia el vacío. Aquello era el fin.  

Pero la segunda ondulación, aunque idéntica en aspecto a la primera, tuvo realmente el efecto contrario. El campo que había desaparecido se restauró, sustituyendo al vacío y trayendo la tranquilidad a su alrededor. Se cubrió de nuevo de hierba, pero los árboles y plantas que habían desaparecido, lo habían hecho definitivamente; también los muertos, tanto amigos como enemigos. 

Apoyándose en la última brizna de su fuerza, Galad giró la espada y la envainó, en un movimiento desesperantemente lento, mientras apretaba los dientes y cerraba los ojos con fuerza. Entonces, cayó de rodillas, totalmente agotado. Llorando y negando con la cabeza. Aldur también lloraba y se arrodilló con él. Todos corrieron hacia él.

Daradoth se puso de rodillas, todavía aterrorizado por la agonía que había padecido. Varios cuerpos de soldados muertos se extendían a su alrededor. Los enemigos habían desaparecido y el propio campo de batalla había cambiado. Miró hacia arriba, y vio cómo Yuria y Symeon corrían hacia Galad. Se levantó pesadamente y arrastró los pies hacia allí. 

Yuria a un lado y Aldur a otro levantaron a Galad y lo condujeron hacia el rudimentario campamento que la intendencia había levantado en retaguardia. Todo el mundo parecía aterrado, y los comandantes intentaban propagar palabras tranquilizadoras. Mientras caminaban hacia la tienda principal, Aldur susurró:

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué te has detenido?

—Estaban muriendo inocentes —murmuró Galad, sollozando—. Y no los pude traer de vuelta.

—Pero te has opuesto a la voluntad de nuestro señor...

—Tiene que haber otra forma. No puedo soportar hacer daño a inocentes. Ya lo hice en tiempos más oscuros, y no lo volveré a hacer.

Aldur se mantuvo unos segundos pensativo, ante la atención de Yuria, que había escuchado toda la conversación. Al cabo de unos instantes, Galad notó cómo su descomunal amigo apretaba su hombro en señal de reconocimiento. Yuria pudo ver cómo, con lágrimas resbalando por sus mejillas y los ojos cerrados, afirmaba con la cabeza. 

—Esperemos que no nos abandone  —dijo, con apenas un hilo de voz.

Sentaron a Galad en un banco y se reunieron todos en la tienda. En ese momento, el paladín recordó a Eudorya, la mujer que una vez había amado, y la tristeza lo arrastró. Los sentimientos por ella habían vuelto ahora con fuerza, y sintió un dolor desgarrador al pensar que, a esas alturas, quizá se habría casado ya. Lanzó a Églaras sobre el jergón, ante las miradas preocupadas de sus amigos.

Symeon recogió la espada para mantenerla alejada de su compañero y, aterrado no solo por lo que había pasado, sino por lo que estaba seguro que iba a pasar a continuación, no pudo esperar:

—Debemos mover el campamento. Ahora. Esos engendros del mundo onírico seguramente ya estarán desplazándose hacía aquí. Muchos morirán si no lo hacemos. 

—Es cierto —coincidió Yuria, que, sin tardanza, salió a dar las órdenes necesarias para poner a las tropas en marcha hacia el norte. 

—Tendremos que dar una explicación a las tropas —dijo Daradoth.

—Sin duda, pero la supervivencia es primero. Galad, debes levantarte, aprender de lo ocurrido y seguir adelante. Te necesitamos.

Daradoth miraba a Galad fijamente.

—No es culpa de Galad lo que ha pasado —las palabras de Aldur quebraron de repente el silencio. 

—¿A qué te refieres? —espetó Daradoth.

—Nuestro señor... nuestro señor Emmán... Él quiere... no sé cómo decirlo. O, más bien, me da miedo decirlo. No quiero caer de la gracia.

—¿Estás insinuando que todo esto es culpa de vuestro señor? ¿Y tienes miedo de decírnoslo? —la voz de Daradoth se elevó peligrosamente.

—Tranquilo, Daradoth —intervino Symeon. 

La discusión fue en aumento, con palabras cada vez más tensas, hasta que Galad los instó a dejarlo solo. Decidieron que lo mejor sería hacerlo, y salieron de la tienda. Yuria aprovechó para transmitir una explicación a los generales de las legiones, que de ese modo tranquilizarían, al menos en parte, a las tropas, que habían sufrido unas ciento cincuenta bajas.

Mientras tanto, Daradoth insistió a Aldur para que les contara lo que sabía. No podían permanecer ignorantes a algo tan importante.

—Todo se remonta al tiempo en que viajábamos por el Imperio Vestalense —dijo el enorme paladín—. Recuerdas que desaparecí durante una de aquellas tormentas oscuras, ¿verdad? —Daradoth hizo un gesto de asentimiento—. Pues no solo desaparecí; realmente morí. Mi cuerpo fue destrozado por la fuerza del demonio Khamorbôlg. Morí, y fui enviado de vuelta, por la gracia de Emmán.

—Extraordinario. 

—Y no puedo deciros nada más, lo siento. Pero quiero que sepáis que lo que acaba de hacer Galad —pensó por unos instantes, intentando encontrar las palabras adecuadas—, se sale de toda escala de heoricidad. Sus actos han sido más propios de un semidiós que de un mortal.

—¿A qué te refieres exactamente? Porque han muerto cientos de aliados y miles de enemigos...

—Me refiero a haber tenido la voluntad de no acabar con todo. Y cuando digo todo es... todo. No sé qué mas deciros.

—Églaras es peligrosísima, por tanto. El problema es que la necesitamos. 

Poco tiempo más tarde, con los caídos ya enterrados y honrados, iniciaron la marcha hacia el norte, esperando evitar la influencia de los horrorosos entes oníricos que ya habían sufrido al reencontrase con Sharëd, Fajjeem y los demás. Un par de horas más tarde se encontraban con el contingente de Theodor Gerias, avanzando rápidamente para unirse a ellos. Tras explicarle lo que había sucedido, reanudaron la marcha hacia el norte todos juntos. Yuria aprovechó para dirigirse formalmente a las tropas sobre el extraño episodio que habían vivido durante la batalla. Explicó que contaban con un arma de gran poder, que había salido de su control; afortunadamente, Galad había podido controlarlo, no sin poder evitar algunos efectos colaterales. Aseguró también que aquello no volvería a ocurrir y que, al fin y al cabo, la batalla había concluido con muchas menos bajas de las que habrían tenido de transcurrir por los cauces normales.

A unos veinte kilómetros al norte del campo de batalla, con el día ya acabando, acamparon. 

Galad, ya más calmado, pidió disculpas al resto por lo que había sucedido, y se mostró maltrecho mentalmente por el trance ocasionado. Todos lo consolaron lo mejor que pudieron, conscientes de que habían intervenido fuerzas superiores y el paladín había hecho un esfuerzo sobrehumano por combatirlas. 

—¿Puede pasar esto otra vez? —preguntó Daradoth.

—Me temo que sí. Debo encontrar alguna explicación; aunque sentía la voluntad de Emmán, estoy seguro de que él no querría eso.

—Sí lo quería —intervino Aldur. Todos se giraron hacia él.

—¿Por qué querría algo así? —inquirió Galad—. ¿Sacrificar inocentes? Seguro que hay otro camino para acabar con la Sombra.

Aldur, visiblemente atormentado, pensó durante unos instantes.

—Él... me hizo volver, para ayudarte.

—¿Ayudarle a qué? —espetó Daradoth.

Aldur pareció armarse de valor.

—A acabar con todo.

—¿Con todo? 

—Recuerdo pocas cosas de mi tránsito —Aldur luchaba contra sí mismo para revelar lo que sabía—, pero sí recuerdo un concepto claramente: RECREAR. Deshacer para volver a hacer.

El enorme paladín calló, temeroso, mirando inconscientemente hacia arriba. Al cabo de unos instantes, respiró aliviado. «Teme perder el favor de su dios», pensó Symeon. «Pobre Aldur, debe de estar pasando por un infierno para revelarnos todo esto».

—Recordad también la visión de Ilwenn —por primera vez Faewald intervino—. La espada clavada, y la tierra sangrando.

—Así es —coincidió Yuria—. Esa espada es peligrosa.

—Lo que no comprendo —añadió Symeon— es, si has actuado en contra de la voluntad de Emmán, por qué cuentas todavía con su gracia.

—Tengo mi propia teoría al respecto —dijo Aldur, para sorpresa de todos—. Vuestra... capacidad de alterar la realidad, el hecho de que seáis esos... nudos de la Vicisitud. Quizá esas habilidades de Galad son las que necesita nuestro señor, y nadie más tenga las posibilidades que tiene él.

—Sí, la verdad es que tiene lógica —dijo Yuria.

Aldur, viendo la situación, decidió no guardar ya nada en secreto, y añadió:

—La sensación que se me transmitió en mi tránsito, y que aún persiste, es que la realidad está mal. Y la única solución es intentar rehacerla.

—Pero destruirlo todo no es una opcion —añadió Galad—. Al menos, no para mí. 

—Pues yo pienso —dijo Symeon— que Emmán no os ha retirado su gracia porque piensa que al final os daréis cuenta de algo y os plegaréis a su voluntad.

—También es posible. A mí lo que más me preocupaba era el cambio de actitud de Galad.

—Sí, creo que era la influencia de Norafel —dijo Galad—. O quizá de Emmán, no lo sé, acceder a un estado de consciencia superior. Pero ahora me doy cuenta. Y tendría que haber buscado a Eudorya en su momento. 

—Estoy totalmente de acuerdo con la visión de Galad —anunció Aldur—. No obstante, también deberíamos plantearnos la posibilidad de que cualquier otro camino sea una opción peor. Y que el mundo acabe peor que si fuera recreado. Los seres divinos deben de percibir cosas más allá de nuestro alcance.

—El problema es que si pensamos...

Las palabras de Symeon fueron interrumpidas por una enorme explosión. Salieron rápidamente de la tienda, donde varios soldados se encontraban mirando hacia el sur. A lo lejos, a unos veinte kilómetros, podían ver una colosal acumulación de nubes negras como la noche y miles de relámpagos que caían sin cesar sobre el suelo. De repente, un rayo mayor surgió de los cúmulos, y poco después un estruendo parecido al anterior y una onda de choque les alcanzó.

—Ahí están —dijo Symeon—. Menos mal que nos hemos apresurado a marcharnos.