Ayreon y su grupo continuarion viajando por el gran camino abandonado hacia el suroeste, con un clima cada vez más suave. Demetrius seguía sintiéndose a morir, mientras que el Primarca se recuperaba a ojos vista, al igual que su madre.
Ezhabel decidió por fin tomarse un respiro y descendió de las montañas de vuelta hasta el barco. Por las noches seguía sufriendo un dolor intenso y soñando con la espada. Varias de esas noches notó algo en su sueño, algo parecido a un "grito de dolor" que se alejaba de su sueño, algo muy extraño.
Una desafortunada noche, Ayreon despertó en el Mundo Onírico. Se vio rodeado por una bandada de cuervos que le atacó sin piedad, picoteándole con ahínco y que en un momento determinado se fundieron en una masa informe que formaba la silueta de Phôedus. No sabía si se trataba del Dios Oscuro de verdad, pero lo cierto es que le hizo sufrir un buen rato. Poco más tarde se le mostró a Ezhabel al frente de un ejército de elfos oscuros, lo que le causó una gran desazón. Cuando quedó en soledad, ya exhausto, el paladín intentó buscar el sueño de Ezhabel, y contra todo pronóstico consiguió encontrarlo accediendo de forma intuitiva a la Dimensión Onírica. Cada sueño de todo ser sentiente aparecía como una esfera de diferentes colores, a la que parecía que uno no podía acercarse nunca del todo. Ante el sueño de Ezhabel, que se encontraba rodeado por una especie de membrana verdeazulada encontró a otra presencia. Para su enorme sorpresa, se trataba de un elfo primigenio -que parecía consternado-, con el que pudo entablar una extraña conversación. Por pura casualidad Ayreon hizo mención a la Espada del Dolor y su relación con la semielfa. Sus palabras -o pensamientos- parecieron ser una revelación para el extraño elfo, que desapareció al punto. Posteriores intentos de Ayreon de comunicar con el elfo fracasarían siempre.
Durante todas aquellas ensoñaciones, Ayreon pudo percibir que en el Mundo Onírico siempre le rodeaban seis presencias, pertenecientes a aquellos extraños seres que Trelteran parecía comadar, los Guardianes.
Mientras tanto, Demetrius comenzó a adiestrar a la madre del Primarca con la intención de que aprendiera a canalizar su poder y no lo lanzara en fuertes oleadas y explosiones como había sucedido ya en alguna ocasión.
El viejo camino parecía interminable. Pudieron aprovechar, no obstante, varios de los tocones que abrían portales. Pero el esfuerzo dejaba agotado a Ayreon.
El viejo camino parecía interminable. Pudieron aprovechar, no obstante, varios de los tocones que abrían portales. Pero el esfuerzo dejaba agotado a Ayreon.
Otra noche, Ayreon recibió una nueva visita de la manifestación de Phôedus. Tras discutir largo rato, el dios oscuro perdió la paciencia e intentó convencer al paladín de que abrazara su fe haciendo sufrir a Kadrajan, al que introdujo en el mundo de los sueños y, literalmente, partió por la mitad Cuando Phôedus se marchó, apareció un ángel de fuego que se convirtió en Norafel, quien absolutamente frenético gritó: "QUÉ LE HAS HECHO A MI FIEL???". Justo cuando parecía que iba a asestar el golpe de gracia a Ayreon, fue atacado por los seis guardianes. Al parecer estaban allí para proteger al paladín. Una explosión lo acabó todo. Sin embargo, Kadrajan no despertó.
Otra de las noches hubo problemas con Trelteran, que detectó a Ayreon e intentó acabar con él, pero la intervención de dos guardianes del mundo de los sueños lo salvó del kalorion.
La siguiente madrugada estalló una tormenta como el mundo no había visto. Rayos y rayos cayeron alrededor del grupo, por doquier, incontables. Con mucha suerte consiguieron evitar que varios de ellos les impactaran. Tras una eternidad, Kadrajan despertó con un aullido y un gran martillo de guerra en la mano, que estrelló contra el suelo provocando una tremenda explosión. Todo quedó oscuro.
Al despertar, la gruta donde se habían estado refugiando se había derrumbado. Para pesar de Ayreon y Demetrius, reconocieron rápidamente el martillo que esgrimía Kadrajan. No era otro que Ugrôth, el Martillo de Korvegâr. Parecía llamar especialmente a Ayreon, y en menor medida a los demás. Pero todos consiguieron resisitir su poder corruptor. No obstante, parecía haber alguna diferencia en el martillo desde la anterior ocasión en que los personajes lo habían tenido en su poder.
Recordando los acontecimientos del sueño, Kadrajan sólo consiguió hacer venir a su mente visiones de Norafel torturándole con un látigo de nueve colas -que había dejado cicatrices sumamente dolorosas y que nunca sanarían-. Después, más que recordar sentía cómo Eudes había acudido al frente de sus ejércitos celestiales y se enfrentó a Norafel. Impactos y más impactos, escenas metafísicamente brutales, ejércitos oscuros que acudían a la batalla -que, aunque Kadrajan no lo supiera, se había desplazado a otro plano de existencia-, y la inconsciencia. Más tarde Kadrajan recordaría que el martillo le fue encomendado por un arcángel de Eudes.
Otra de las noches hubo problemas con Trelteran, que detectó a Ayreon e intentó acabar con él, pero la intervención de dos guardianes del mundo de los sueños lo salvó del kalorion.
La siguiente madrugada estalló una tormenta como el mundo no había visto. Rayos y rayos cayeron alrededor del grupo, por doquier, incontables. Con mucha suerte consiguieron evitar que varios de ellos les impactaran. Tras una eternidad, Kadrajan despertó con un aullido y un gran martillo de guerra en la mano, que estrelló contra el suelo provocando una tremenda explosión. Todo quedó oscuro.
Al despertar, la gruta donde se habían estado refugiando se había derrumbado. Para pesar de Ayreon y Demetrius, reconocieron rápidamente el martillo que esgrimía Kadrajan. No era otro que Ugrôth, el Martillo de Korvegâr. Parecía llamar especialmente a Ayreon, y en menor medida a los demás. Pero todos consiguieron resisitir su poder corruptor. No obstante, parecía haber alguna diferencia en el martillo desde la anterior ocasión en que los personajes lo habían tenido en su poder.
Recordando los acontecimientos del sueño, Kadrajan sólo consiguió hacer venir a su mente visiones de Norafel torturándole con un látigo de nueve colas -que había dejado cicatrices sumamente dolorosas y que nunca sanarían-. Después, más que recordar sentía cómo Eudes había acudido al frente de sus ejércitos celestiales y se enfrentó a Norafel. Impactos y más impactos, escenas metafísicamente brutales, ejércitos oscuros que acudían a la batalla -que, aunque Kadrajan no lo supiera, se había desplazado a otro plano de existencia-, y la inconsciencia. Más tarde Kadrajan recordaría que el martillo le fue encomendado por un arcángel de Eudes.
Ezhabel, con los restos de su compañía ya descansados, organizó una nueva expedición a otra estribación de la cordillera. Siguió también con sus sueños. Uno de los atardeceres de ascensión pudieron avistar una estrella que resultó no ser tal, sino un dragón plateado que se encontraba lejísimos.
Tras varios días de viaje más, Ayreon y los demás remontaron un promontorio y desde allí pudieron avistar la Gran Muralla Oriental, un enorme muro que delimitaba el Gran Imperio de Oriente, al este de la Primacia Ilva. Ya se habían imaginado que se encontraban por aquellas latitudes, por lo que no se sorprendieron demasiado. Lord Ergialaranindal propuso viajar hacia el sur, para encontrar algún barco que pudiera transportarlos evitando las ciudades orientales. Ir a pie supondría al menos un año de camino, y era poco menos que un suicidio. El Primarca, por su parte, les informó de que todas las noches tenía un sueño recurrente en el que aparecía un ángel de fuego. Quizá era Norafel tentándole.
Tras varios días de búsqueda, Ezhabel encontró por fin el antídoto que estaba buscando. Sin embargo, no compartió el dato con ninguno de sus acompañantes, ante el temor de que alguno fuera un kalorion camuflado.
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