Secuestro. El contacto se estrecha.
Sin perder tiempo, el inspector jefe James Finnegan, hermano de Jack, los llevó en su coche hasta el piso de Thomas en la calle 67, frente a Central Park. Al incorporarse McNulty al grupo, Jack se lo presentó a su hermano, que lo miró suspicazmente.
No tardaron más de un cuarto de hora en llegar. Sólamente uno de los tres ascensores funcionaba [punto de Relato de Thomas] a duras penas. Los más fuertes físicamente empezaron a subir por las escaleras, mientras Thomas y John subían en el ascensor, que sufría unos preocupantes traqueteos. Tras lo que pareció una eternidad, estos últimos llegaron antes a la planta 15, donde se encontraba el piso. La puerta estaba cerrada y sin señales de haber sido forzada. Cuando llegaron los que subían por la escalera se encontraron con un Thomas presa de una pequeña crisis de ansiedad, mientras James pedía calma y pensaban en qué hacer. En un momento dado oyeron un fuerte ruido proveniente de las escaleras superiores, y McNulty y Gibbon se apresuraron a subir. Mientras, James, Jack y Thomas entraron en la casa de éste. Ni rastro de su mujer ni su hermana, y para colmo, el conserje estaba en el suelo del comedor, con un disparo en la sien y una pistola en la mano, en una postura de aparente suicidio.
Cuando McNulty y Gibbon se acercaban a la azotea del edificio, el ascensor se paró. Por suerte [Punto de Relato], Jonas encontró el modo de salir por la parte superior. Un fuerte ruido de aspas de helicóptero se hizo claro y evidente, así que corrieron por las pocas escaleras que conducían a la terraza, provista de piscina y unos cuantos arbolitos. A lo lejos divisaron un helicóptero, que se alejaba rápidamente; fuera lo que fuera lo que había pasado allí, habían llegado tarde.
La policía llegó al poco tiempo, varios efectivos de Manhattan -entre ellos el capitán Joel Gordon-, ya que Finnegan había pedido refuerzos antes de entrar al edificio. Durante los interrogatorios a cada uno de los personajes, que fueron largos y llenos de tensión, McNulty y Gibbon tuvieron un roce especialmente fuerte, que hizo que surgiera una animosidad peligrosa entre ellos. A partir de las declaraciones de Thomas, Jack se hizo un esbozo del organigrama de Campbell & Weber, y preguntó al ejecutivo si había conocido a Susan Ward hacía unos meses. En primera instancia, Thomas no recordó a la mujer, pero enseguida hizo memoria. Sí, era cierto que la señorita Ward había hablado con él haría unos tres meses, sobre unas posibles denuncia por estafa y malversación hacia su compañía. Al informarle Finnegan de que Susan había muerto más tarde ese mismo día, Thomas se mostró compungido y le dio su más sentido pésame.
En uno de los pequeños recesos en las conversaciones, O'Hara y Gibbon recibieron sendos mensajes de texto de un origen desconocido: "Sea discreto. Muy discreto", rezaban. Parecía que los estuvieran vigilando. Thomas lo tomó al pie de la letra y a partir de entonces intentó no dar más información, pero John Gibbon, indignado, enseñó lo que había recibido al capitán Gordon. No tardó en recibir un segundo mensaje que simplemente decía "Bang!". Este segundo mensaje fue definitivo y John empezó a considerar seriamente dejar de colaborar con la policía. Poco después recibía la llamada de James Molinaro, que le dijo que no se preocupara, que le pondrían toda la escolta y protección que hiciera falta; había hablado con el capitán Johansson de la policía de Staten Island y todo estaba acordado; debería acudir a la comisaría y hablar con él.
Mientras tanto, el móvil de Jonas había registrado más de veinte llamadas perdidas de Smith.
Pocas horas más tarde, John llegaba a la comisaría de Staten Island, donde le aseguraron que el capitán Johansson se encontraba indispuesto y había tenido que marcharse. En su lugar, le pasaron con el teniente Duval. El teniente tranquilizó a un John muy nervioso, que además insistió en la necesidad de investigar a un tal Jonas McNulty que le parecía muy sospechoso. Duval le aseguró que ya habían enviado escoltas a su casa para guardar a su familia, así que John se marchó a reunirse con su familia. Al salir de la comisaría, recibió una llamada, de nuevo de un número desconocido: "no escarmientas, eh?" —dijo una voz al otro lado del teléfono. A continuación, un grito de su hermana le heló la sangre en las venas. Llegó a casa con el rostro blanco, muy nervioso. La frialdad de su mujer no contribuyó a mejorar las cosas, así que optó por tomar tranquilizantes y dormir.
Por su parte, Thomas se trasladó junto a su hijo Bobby -que había llegado a media tarde a casa y había sido atendido por un psicólogo- a una suite del hotel Excelsior, donde estarían vigilados en todo momento por un agente en la puerta y en el interior.
Jack y Jonas se metieron en la cafetería junto al edificio de Thomas, donde mantuvieron una larga conversación sobre el asunto. Desde luego, algo olía a sumamente podrido allí. Tras alguna que otra cerveza, Jonas decidió sincerarse y confesó a Jack que había tenido "algún que otro tonteo" con el IRA hacía varios años, pero que era cierto que había sido policía en Dublín. A mitad de conversación, Jonas decidió coger por fin el teléfono a Smith en una de sus muchas llamadas: obviando el cabreo impresionante de su compañero, quedó con él de malas maneras en la pensión a medianoche.
Fue entonces cuando la pareja reparó en una camioneta que se había detenido al otro lado de la calle, y el ocupante miraba fijamente hacia el portal de Thomas. Su conductor, aparentemente un mendigo, no tardó en bajar y acercarse como si estuviera en trance sin apartar la vista del portal. Al echar un vistazo a la cabina de la camioneta, Jonas pudo ver que el asiento del conductor rebosaba de revistas de temática paranormal. A continuación se reunió con Jack, que se había acercado al mendigo. Éste se había internado por un callejón lateral del edificio, y miraba hacia arriba, comportándose como un lunático; no paraba de murmurar "han estado aquí, han estado aquí...". A McNulty le dio muy mala espina y se apartó. Cuando Jack intentó detenerlo, el mendigo, un hombre entrado en la madurez, de unos cuarentaytantos o cincuenta años, sólo acertó a gritar "¡nononononono! ¡muerte! ¡muerte! ¡helicópteros!", una letanía que no dejaba de repetir. Al final decidieron dejarlo marchar para no llamar demasiado la atención. Pero consiguieron algo: en uno de los bolsillos de su gabardina encontraron una tarjeta de visita muy deteriorada, donde sólo se alcanzaba a leer "Westchester Assoc".
Pasada la medianoche, Jonas se dirigió a la pensión, a donde entró con todo el sigilo del mundo. Llegó a su habitación sin ser visto. En la habitación de Smith, la contigua, se oía la televisión con un volumen altísimo. Al revisar la pistola de la cómoda, vio que le habían quitado el cargador. Por suerte [Punto de Relato] había pegado con cinta aislante unos cargadores y una pistola de repuesto tras la cisterna del water. Decidió saltar del balcón de una habitación al de la otra. Allí se encontró con Terence agarrado a una botella vacía de whisky, dormido babeando y con la tele a toda marcha. El cabrón estaba borracho como una cuba. No tuvo problemas para quitarle el arma, engatillarlo y atarlo con el cordel de la cortina. Comenzó a interrogarlo acerca de Sergei y sus contactos, pero Smith no le pudo dar ninguna información que McNulty no conociera ya, aparte de que Sergei había llamado y al mencionar el trabajo que Smith no conocía, éste se había cagado en todo. Alguien llamó a la puerta: una voz con acento del este de Europa preguntó si todo iba bien, que bajara la puta televisión. McNulty fingió y bajó la voz de la tele; eso apaciguó a los rusos mientras él seguía interrogando a Smith. Se oyó un móvil sonar, y al poco llamaban a la puerta de nuevo. Esta vez no pudo disimular y empezaron a patear tanto la puerta de esa habitación como la de la contigua. Tenía que salir de allí. Se oyeron los gritos de la casera quejándose, un "pew", y no más quejas. Por suerte, en la parte trasera había escaleras de incendio [Punto de Relato] y salió como alma que lleva el diablo, mientras un disparo acallaba los gritos de Smith y algunas balas pasaban silbando muy cerca.
¿A dónde podría dirigirse ahora? No le quedaba más remedio que acudir al único "amigo" que conocía. Jack lo recibió medio dormido, y al ver su aspecto lo dejó entrar rápidamente. Se sirvieron unas copas, y entonces el policía fue sacudido por lo que le dijo su nuevo amigo, que se sinceró contándole lo de Susan Ward y su implicación en el asunto. También lo del IRA. Jack reaccionó violentamente, pero McNulty consiguió apaciguarlo, haciéndole pensar en la situación. Bebieron juntos hasta el amanecer.
Por la mañana, John recibió la llamada del teniente Duval: el tal McNulty parecía limpio, aunque su hermano y su padre habían estado estrechamente vinculados al IRA y habían sido encarcelados en varias ocasiones. Sí era cierto que McNulty había pertenecido al cuerpo de policía de Dublín, pero hacía un par de años que lo había dejado. John colgó el teléfono, pensando que eso no coincidía con lo que McNulty había dicho: según él, el nombre de Jennifer O'Hara había aparecido en una investigación hacía pocas semanas, pero si hacía años que ya no era policía...
Escamado por todo lo que había sucedido el día anterior, John llamó a Jack Finnegan, que se encontraba vistiéndose, resacoso. Quedaron para más adelante ese mismo día, ante las dificultades que le había planteado acudir a la policía "convencional". A continuación Finnegan se trasladó hasta la comisaría 88th Precinct para la entrevista con la psicóloga que deseablemente le valdría el alta médica. La doctora Julia White, una mujer muy atractiva, juzgó adecuado que Jack volviera al servicio activo, así que Jack, entre murmullos de sus compañeros, se presentó ante su hermano. Éste le devolvió su arma y, en petit comité, le permitió seguir con el caso de Susan durante un par de semanas, pero le exigió la máxima discreción. Jack no tardó en concertar sendas citas con Dorothy St.James y Leopold Croix-Parker, de Campbell & Weber, y en obtener algo de información sobre Sergei Yurikov, de quien Jonas le había hablado la noche anterior. Al parecer, era ucraniano y era un pez gordo dentro del terrorismo internacional. Alguien con quien habría que tener mucho cuidado. También averiguó la dirección del dueño de la camioneta que conducía el mendigo loco con el que se habían encontrado la noche anterior.
De vuelta a casa de Jack, McNulty escupió el café del desayuno cuando, ojeando el periódico, dio con la noticia sobre un incendio la pasada noche en el edificio de la pensión donde se había encontrado alojado, y en una esquina de la foto que acompañaba el texto pudo ver la silueta del mismo mendigo de la noche anterior, observando fijamente la escena.
Thomas acudió a su oficina, aparentando normalidad. Allí, su secretaria Lisa le dio inmediatamente una memoria USB que un tal Joey de informática había dejado para él. Al poco de sentarse a examinarlo, Lisa le pasó la llamada de Joey. Esa misma mañana había recibido una carta de despido de Leopold. A Thomas se le ensombreció el ánimo, e inmediatamente llamó a su compañero inversor. Leopold le aseguró que el tal Joey había hackeado sus bases de datos y había filtrado información de sus clientes, aunque no conocía el destinatario. Thomas respiró aliviado. Convocó a Joey a su despacho, y sospechando que estaban siendo vigilados, le echó una buena bronca mientras ponía una nota en su mano. En ella le pasaba palabras tranquilizadoras y le aseguraba que seguiría trabajando para él. Acto seguido, se puso a investigar los balances contenidos en la memoria USB. Enseguida se hicieron evidente a sus ojos las irregularidades del cliente de Leopold Westchester Associates. Desvíos de fondos poco claros a Japón, Sudáfrica, Alemania, Ucrania, Canadá y algunos otros países, fondos ingentes que estaba claro que no podían pertenecer a un bufete por famoso que fuera. Westchester representaba a multitud de empresas, y seguro que los nombres de muchas de ellas no aparecían en aquellos balances y registros. Efectivamente, las fuentes de los fondos de inversión no constaban en ningún apartado, a excepción de unas cuantas que no podían proveer ni de lejos todo el capital que manejaba el bufete.
Tras guardar la memoria USB en la cámara acorazada de su banco, Thomas dedicó el resto de la mañana a poner en marcha el plan al que había estado dando vueltas últimamente: ultimó los detalles del alquiler del pequeño y discreto apartamento que había encontrado en Bronx con nombre falso, consiguió unos móviles nuevos para él y para Joey, y alquiló también un apartado de correos para la correspondencia secreta.