Continuaron avanzando a través del accidentado terreno, evitando en la medida de lo posible el camino. Atravesaron barrancos, bosquecillos y promontorios, hasta que establecieron el campamento al anochecer. No tardaron en avistar un grupo de luces, antorchas sin duda, no muy lejos de donde se encontraban, pero por suerte el tiempo les benefició y la ligera lluvia que había caído durante casi todo el día se convirtió en una poderosa tormenta. Eso borró cualquier posibilidad de que los encontraran, con lo que, aunque la noche fue húmeda y fría, también fue tranquila y pudieron descansar en una pequeña cueva.
Paladín de Vestän |
El día siguiente no pudieron seguir moviéndose. La lluvia no perdió un ápice de intensidad e impidió cualquier tipo de movimiento por parte del grupo; la noche no fue mejor, y la mañana siguiente tampoco; pero a mediodía comenzaron a abrirse los primeros claros. Sin embargo, decidieron permanecer donde estaban un día más, pues el terreno estaba tan embarrado que el viaje se habría hecho durísimo.
Fue la siguiente jornada cuando definitivamente decidieron levantar el campamento y ponerse en marcha a través de las colinas que se erguían hacia el norte. El camino transcurrió sin sobresaltos, excepto por un par de malas caídas, en una de las cuales Yuria se torció una muñeca que le hizo llevar el brazo en cabestrillo durante un tiempo.
La siguiente mañana, Daradoth avistó una nube de polvo a lo lejos; haciendo uso de sus sentidos agudizados, pudo comprobar que pertenecían a un grupo bastante numeroso de caballos a buen paso, sin duda viajando por la calzada principal. Tras remontar varios cerros, llegaron de nuevo a la vista del camino, que había caracoleado hasta cruzarse de nuevo en su ruta. No tardaron en reconocer el rastro del nutrido grupo de jinetes que habían pasado hacía pocas horas por allí, de camino hacia el sur. Mientras el resto del grupo acampaba, Daradoth avanzó algunos kilómetros hacia el sur, para tratar de averiguar algo. Fue cuando volvía a reunirse con sus compañeros cuando se encontró de frente con un grupo de jinetes acompañados de infantes y perros procedente del norte; por suerte pudo evitarlos mientras pasaban por el camino hacia el sur.
Dado el volumen de buscadores que se habían movilizado para encontrarlos, decidieron volver a viajar de noche durante un tiempo. A las pocas horas pudieron avistar un campamento a la vera del camino, instalado en una granja y con varias hogueras que iluminaban los alrededores. Lucían estandartes con el emblema de Torre del Sol; no les quedó más remedio que volver atrás, viajar de día y volver a atravesar las colinas, campo a través. Durante tres jornadas caminaron así, librando arroyos, barrancos y accidentes varios. El tercer día, parte del grupo no pudo evitar despeñarse; Yuria volvió a hacerse daño en la mano lesionada, y Torgen y Gedastos tuvieron heridas más graves, con conmociones en la cabeza que les impidieron avanzar durante horas.
Más adelante, en una aldea que atravesaba el camino, pudieron ver un campamento de tamaño considerable que se alzaba controlando a los viajeros. Por la disposición y las idas y venidas de los soldados, se trataba sin duda de un campamento base que servía como centro a las patrullas de búsqueda que peinaban los alrededores en busca del grupo. Ante la imposibilidad de seguir campo a través, decidieron hacer uso de maquillaje y picaresca para superar el control. Maquillándose para que no los reconocieran y robando varios carros de comerciantes y campesinos consiguieron superar con mayor o menor facilidad el control de los soldados. Pero la mala suerte quiso que en el último carromato cargado con balas de heno en el que viajaban Yuria y Taheem viajara en realidad un polizón totalmente ajeno al grupo; cuando los guardias pincharon con sus lanzas a través de la paja y alguien se quejó con un agudo grito, la pareja se miró, decidiendo en una fracción de segundo lo que tenían que hacer: la ercestre y el vestalense saltaron del pescante y corrieron como alma que lleva el diablo; los guardias no acertaron a reaccionar con la suficiente rapidez y quedaron atrás.
Varios cientos de metros más adelante se reunieron con el resto del grupo, que se unió a ellos en su huida. Siguieron por el camino, pero si querían evitar ser capturados debían salir de él lo antes posible. Symeon encontró una senda difícil de percibir por la que salieron precipitadamente de la calzada. El sendero los llevaba a un pequeño valle por el que discurría un riachuelo; los primeros ladridos de perros se podían escuchar a lo lejos, aunque seguramente los despistarían unas horas todavía. Llegaba un momento en el que el riachuelo desaparecía en un macizo de zarzas, y no continuaba fluyendo más adelante: se introducía bajo tierra, bajo la colina que se alzaba ante ellos. Tras meditarlo unos minutos, decidieron intentar seguir el curso de agua subterránea, para tratar de despistar definitivamente a sus perseguidores. Con muchas dificultades provocadas por las zarzas, la oscuridad y el salto de agua que se transformaba en unos pequeños rápidos subterráneos, utilizaron las cuerdas para asegurar la zambullida. Una exploración previa de Yuria había revelado una gruta más allá de los rápidos, que se adentraba en las profundidades de la colina.
Haciendo uso del artefacto que los enanos habían fabricado para Yuria no tuvieron dicultades en secarse y preparar antorchas. Caminaron durante varias horas a través de diversas estancias, pasillos, recovecos y desniveles. Y resultó que tuvieron suerte, pues la ruta los conducía directamente hacia el norte, acercándolos de nuevo al camino; salieron al exterior por la falda de una colina que permitía ver la calzada y una aldea junto a ella. Dieron un rodeo evitando la aldea y se incorporaron de nuevo al camino principal.
Tras descansar y caminar unas cuantas horas más, por fin avistaron a lo lejos los destellos que revelaban la presencia de Torre del Sol. Contra todo pronóstico, el grupo no tuvo demasiados problemas para pasar desapercibido entre tierras de cultivo, granjas y aldeas, y adentrarse en el valle al que daba paso la enorme ciudadela.
Symeon decidió separarse temporalmente del grupo e infiltrarse en la ciudadela para intentar averiguar información de interés; en la posada donde estuvo bebiendo y contemporizando con los parroquianos, se quedó de piedra cuando entró a la estancia un vestalense ataviado con peto plateado y un gran alfanje, que despedía un aura de poder tangible: no tardó en averiguar, no sin inquietud, que se trataba de un paladín de Vestán. La gente no tardó en acercarse al guerrero sagrado, pidiendo sus bendiciones, besándole las manos y alabando la grandeza de Vestán. Symeon decidió no permanecer mucho más en la posada, incómodo ante la presencia de alguien así; tras averiguar también que el Badir se encontraba alojado en la fortaleza con sus prisioneros, partió en busca del resto del grupo.
Una vez reunidos, atravesaron el valle hasta el otro extremo, donde unas colinas suaves daban paso a la última etapa de su viaje dentro del Imperio: las Praderas de Emhebb, una enorme llanura que se extendía cientos de kilómetros en todas direcciones. Y así, comenzaron la que sería la etapa más tranquila de todo su viaje hacia el norte. Atravesando infinidad de granjas (pues las praderas eran un territorio óptimo de labranza) transcurrieron varios días. Las únicas incidencias reseñables durante esta etapa fueron dos: el segundo día, un grupo de jinetes acompañados de un clérigo al galope hacia el norte, y la noche del tercer día, al intentar Symeon encontrar rastros de los centauros en el Mundo Onírico se topó en cambio con uno de los Sabuesos Oscuros, al que por suerte pudo despistar a tiempo.
Al cabo de una semana de viaje llegaron a la vista de la Quebrada de Irpah. El terreno se iba haciendo más abrupto hasta llegar a las primeras estribaciones de la cordillera que rodeaba la Quebrada. Ésta se encontraba guardada, como ya sabían, por la fortaleza de Sar’Sajari y el muro que protegía el acceso desde el norte, que los vestalenses llamaban Evra’in’Doharr. Al grupo no le quedó más remedio que acampar a cubierto mientras ideaban algún plan para burlar la vigilancia de los vestalenses y adentrarse en la Quebrada; por suerte, los esfuerzos de la guarnición se dirigían hacia el norte y no hacia el sur, donde ellos se encontraban, con lo que no tuvieron grandes problemas para pasar desapercibidos. La tercera noche hizo acto de aparición un grupo bastante grande de jinetes, alumbrado con antorchas pero a todas luces cabalgando más velozmente de lo que les habría permitido normalmente la tenue iluminación. Los jinetes iban encabezados por uno de los extraños clérigos pálidos, un extranjero, y por uno de los engendros del Mausoleo de Ra’Khameer que el Ra’Akarah había resucitado. Frente a este, corrían dos sabuesos de tamaño extraordinario, tan grandes como ponis.
La fortaleza, el gran muro más allá y la torre más pequeña en el otro extremo de la quebrada suponían un obstáculo impresionante para el grupo, y desde luego no iba a ser fácil averiguar cómo superarlo...
FIN DE LA PRIMERA TEMPORADA
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