Tras dejar a Yurkov (el jefe de producción de Vitaria-Krakovia) en un paraje remoto sin zapatos para que tardara en llegar a cualquier punto desde el que pudiera establecer comunicación, salieron de Polonia en coche cruzando la frontera con Alemania.
Desde allí decidieron viajar a Tunguska para buscar directamente el origen del komerievo, y se pusieron a buscar vuelos con el destino más cercano posible. Tunguska parecía haber sido hasta hace poco un sitio turístico, incluso con un aeropuerto a pocos kilómetros de donde se había producido el evento; varias reseñas y blogs de viajeros así lo atestiguaban. Pero el aeropuerto debía de haber sido cerrado hacía poco, pues no encontraron un solo vuelo que los pudiera llevar allí. Lo más cercano que encontraron como destino de viajes aéreos en la actualidad era la ciudad de Krasnoyarsk. Desde allí, un tren los podría llevar hasta la más bien pequeña localidad de Vorogovo (a unos 300 kilómetros del sitio del evento), y allí alquilarían un 4x4 con el que esperaban poder llegar al sitio del evento y por ende, al lago donde se encontraba el komerievo.
Los contactos de Tomaso no tardaron más que unas pocas horas en tramitar sendos visados de acceso a Rusia para cada miembro del grupo, y en poco más de un día llegaban a Vorogovo, donde les recibió un frío intenso (ya casi era invierno). Allí alquilaron un par de vehículos todoterreno y se dirigieron hacia el norte. Pero no habían recorrido ni dos kilómetros cuando los detuvo un control que al principio les pareció policial pero que no tardaron en identificar como militar. Los militares les dieron el alto, muy amables, y uno de ellos en un perfecto inglés les explicó que la carretera estaba cerrada pues se había clausurado el acceso a Tunguska por motivos que no les podía explicar. El grupo dio la vuelta y volvió a Vorogovo.
Esa misma noche, mientras se encontraban discutiendo en su hotel qué debían hacer, un estruendo en el exterior llamó la atención de Sigrid. Llamó a todos los demás para que observaran por la ventana; tres enormes camiones de transporte ártico atravesaban el pueblo escoltados por dos vehículos blindados del ejército. Los camiones lucían la enseña de Vitaria, que ya habían podido ver en Krakovia. Salieron atropelladamente al exterior y montaron en los todoterrenos, tomando la dirección sur por la que habían salido los enormes camiones.
No sin problemas debido a la nieve acumulada y a la tormenta que dificultaba la conducción, siguieron a la comitiva hasta las inmediaciones de una base militar cercana a Krasnoyarsk. Se acercaron a pie para ver si podían identificar algo, hasta que al cabo de unos minutos, un avión Antonov del ejército ruso remontó el vuelo. Suponiendo que el cargamento debía de haber sido trasladado a la aeronave y ante la imposibilidad de entrar en la base, decidieron regresar a Vorogovo.
La siguiente noche, una noticia que se reprodujo en todos los medios llamó su atención. El embajador de Alemania en Estados Unidos, asistente a un acto en la sede de Naciones Unidas, había sido víctima de un atentado que había acabado con su vida. De momento nadie había reclamado el atentado, que había sucedido hacía escasas horas.
Después de comprar el equipo adecuado para sobrevivir unos cuantos días al raso en Siberia, salieron por la noche con los todoterrenos campo a través hasta donde pudieron llegar, que no fue demasiado lejos. Continuaron el viaje a pie con la intención de llegar a Tunguska a través de los bosques. Por suerte, los primeros días hizo buen tiempo, pero los inmensos bosques los despistaron y dieron algunas vueltas en círculo, lesionándose Robert un tobillo durante sus largas caminatas. El cuarto día comenzó a nevar copiosamente, pero ya consiguieron llegar al límite del área donde el meteorito había tenido su efecto. Dejaron atrás el bosque "normal" y comenzaron a caminar entre árboles inclinados y, finalmente, tumbados. Era increíble que durante más de cien años no hubieran crecido nuevos árboles en la zona y los que estaban tumbados todavía se conservaran, pero así era. Y aún más extraño era que conforme avanzaban, los árboles tumbados parecían encontrarse en un mejor estado de conservación.
Más o menos cuando llevaban recorridos unos veinte kilómetros adentrándose en el extraño paisaje, notaron un cambio en el entorno; no se veía, ni se oía, simplemente lo sintieron. Algunos notaron ganas de vomitar, y otros unos escalofríos intensos. Pero no se arredraron, y continuaron caminando. Adentrados ya unos cuarenta kilómetros en aquella desolación, notaron un efecto ya realmente intenso. Sigrid vio algo a su alrededor que le hizo gritar de pánico, y se desmayó; más tarde no se acordaría en absoluto de lo que había visto y que le había causado el desvanecimiento. El resto del grupo consiguió aguantar la extraña sensación física, pero transcurridos unos minutos, comenzaron a tener visiones espantosas; Patrick vio varios seres mecánicos que los acechaban, pensando (¡pensando!) cómo atacarles, mientras que Tomaso se vio a sí mismo a varios metros de distancia, siendo maltratado por su padre, hasta que él mismo disparó a la cabeza a aquel bastardo que lo había maltratado durante tantos años. Toda la escena era presenciada por unas figuras enormes y translúcidas, algunas de ellas encapuchadas, como la que alzaba su mano hacia Patrick en un gesto mudo instándole a detenerse. Más tarde supondrían que lo que habían visto había sido una rasgadura en la realidad que les había permitido ver a algunos miembros del Clero Invisible de la Estadosfera. El profesor de filosía increpó a la figura que lo conminaba a detenerse, y entonces la figura le respondió; pero no era una voz lo que oyó, sino una oleada de puro dolor, que le hizo taparse los oídos, y caer al suelo de rodillas con lágrimas en los ojos, igual que Jonathan y Robert. De repente, el entorno se volvió calmado y silencioso, casi se podría decir que vacío, y lo único que destacaba en él era un brillante meteorito dirigiéndose hacia donde estaban; las figuras del Clero Invisible se reunieron en un círculo, contemplando la caída del cuerpo celeste en un silencio sepulcral; Tomaso se arrodilló a rezar, y Patrick se levantó e intentó acercarse más al punto donde suponía que el meteorito impactaría. Y este cayó finalmente, en silencio, un silencio sobrenatural; no obstante, el grupo sintió todo el dolor y la destrucción en sus propias carnes y mentes, y Patrick, Tomaso y Jonathan cayeron inconscientes. Robert salió corriendo de la zona como alma que llevaba el diablo.
Entre Robert y un recuperado Jonathan, consiguieron sacar al resto de allí y alejarlos del epicentro de la zona del bólido. La salud mental de Patrick y Tomaso se había quebrado, y costó muchas horas que pudieran reaccionar. No obstante, finalmente lo hicieron y aunque no podrían actuar al cien por cien debido a sus traumas adquiridos, pudieron continuar su camino.
Rodearon penosamente la zona desolada durante los siguientes dos días mientras la nieve caía sin cesar, inmisericorde. Por suerte, los teléfonos vía satélite que les había proporcionado el congresista Ackerman funcionaban perfectamente y podían ir informando a Sally, Esther y Francis (que se habían quedado en Vorogovo) de su situación, a la vez que encontrar consuelo en sus palabras. Finalmente, remontaron una loma y pudieron ver el primer signo de civilización en varios días: un complejo de construcción reciente (de hecho, todavía en obras) se alzaba a la orilla de un pequeño lago. El complejo mostraba signos de actividad y signos de presencia militar. A las pocas horas, ya habían podido calcular que el recinto albergaba unas sesenta personas, entre ellas una veintena de militares.
En los intervalos que les permitía la nieve, con ayuda de los binoculares pudieron ver que un par de botes repetían periódicamente una travesía desde uno de los edificios del complejo (donde supusieron que se encontrarían los despachos de los científicos y el laboratorio principal) hasta un punto del lago donde un par de buzos se sumergían durante una hora aproximadamente. Durante ese período cargaban unas cuantas rocas pequeñas en el bote, y volvían a la base. De allí debían de extraer el komerievo.
Lo que hizo que Robert no pudiera reprimir una mueca de asombro fue ver a Georg, su supuesto amigo, quien le proveía de komerievo desde hacía tanto tiempo y desaparecido hacía unos meses, impartiendo órdenes a los científicos y los pilotos de los botes. Ninguna coacción, Georg se movía libremente y la gente parecía obedecer sus órdenes. ¿Le habrían ofrecido dinero? ¿Le habrían amenazado? En cualquier caso, eso ahora no importaba, lo único que importaba era conseguir el polvo rojizo.
La mañana del segundo día de su vigilancia llegaron al complejo los tres camiones que habían seguido hasta la base militar de Krasnoyarsk, y un helicóptero. De este se apeó un oficial del ejército que se marchó transcurridas un par de horas. No los descubrieron por un pelo.
La noche del segundo día el clima empeoró realmente. Aún aguantaron un día más, pero al atardecer del día siguiente decidieron pasar a la acción; amparados por la ventisca, se acercaron al complejo y no les costó demasiado atravesar la maltratada valla. Patrick no pudo reprimir acercarse al bar de la instalación (en la planta baja de la residencia, donde los habitantes del lugar dormían) para hacerse con una botella de whisky. A continuación se dirigieron al laboratorio en unas condiciones de visibilidad penosas, que en realidad les beneficiaban; no se veían militares en el exterior.
Con varias patadas de Jonathan y Tomaso consiguieron reventar una de las puertas del edificio junto al muelle donde se encontraban amarrados los botes; el italiano y el agente se quedaron apostados en la entrada, vigilando para que no les cogieran por sorpresa, mientras Sigrid, Patrick y Robert recorrían el edificio. Se desorientaron durante unos minutos buscando el laboratorio, pero finalmente pudieron encontrarlo, justo cuando fuera se oyeron un par de disparos. Oyeron a Tomaso gritando que se dieran prisa, y así lo hicieron. Robert entró al laboratorio y, experto químico, enseguida identificó un vial donde goteaba un líquido; lo vació rápidamente en una redoma que encontró cerca y les explicó que, una vez evaporado el líquido, quedaría una pequeña cantidad de komerievo que con suerte le permitiría sintetizar varias decenas de dosis de Polvo de Dios. Corrieron hacia la salida, donde Jonathan y Tomaso habían sido heridos pero habían conseguido contener a los atacantes; sin embargo, ya se oía cómo arrancaban uno de los vehículos blindados, así que decidieron adentrarse rápidamente en la ventisca mientras la oscuridad de la noche lo tragaba todo...
Más o menos cuando llevaban recorridos unos veinte kilómetros adentrándose en el extraño paisaje, notaron un cambio en el entorno; no se veía, ni se oía, simplemente lo sintieron. Algunos notaron ganas de vomitar, y otros unos escalofríos intensos. Pero no se arredraron, y continuaron caminando. Adentrados ya unos cuarenta kilómetros en aquella desolación, notaron un efecto ya realmente intenso. Sigrid vio algo a su alrededor que le hizo gritar de pánico, y se desmayó; más tarde no se acordaría en absoluto de lo que había visto y que le había causado el desvanecimiento. El resto del grupo consiguió aguantar la extraña sensación física, pero transcurridos unos minutos, comenzaron a tener visiones espantosas; Patrick vio varios seres mecánicos que los acechaban, pensando (¡pensando!) cómo atacarles, mientras que Tomaso se vio a sí mismo a varios metros de distancia, siendo maltratado por su padre, hasta que él mismo disparó a la cabeza a aquel bastardo que lo había maltratado durante tantos años. Toda la escena era presenciada por unas figuras enormes y translúcidas, algunas de ellas encapuchadas, como la que alzaba su mano hacia Patrick en un gesto mudo instándole a detenerse. Más tarde supondrían que lo que habían visto había sido una rasgadura en la realidad que les había permitido ver a algunos miembros del Clero Invisible de la Estadosfera. El profesor de filosía increpó a la figura que lo conminaba a detenerse, y entonces la figura le respondió; pero no era una voz lo que oyó, sino una oleada de puro dolor, que le hizo taparse los oídos, y caer al suelo de rodillas con lágrimas en los ojos, igual que Jonathan y Robert. De repente, el entorno se volvió calmado y silencioso, casi se podría decir que vacío, y lo único que destacaba en él era un brillante meteorito dirigiéndose hacia donde estaban; las figuras del Clero Invisible se reunieron en un círculo, contemplando la caída del cuerpo celeste en un silencio sepulcral; Tomaso se arrodilló a rezar, y Patrick se levantó e intentó acercarse más al punto donde suponía que el meteorito impactaría. Y este cayó finalmente, en silencio, un silencio sobrenatural; no obstante, el grupo sintió todo el dolor y la destrucción en sus propias carnes y mentes, y Patrick, Tomaso y Jonathan cayeron inconscientes. Robert salió corriendo de la zona como alma que llevaba el diablo.
Entre Robert y un recuperado Jonathan, consiguieron sacar al resto de allí y alejarlos del epicentro de la zona del bólido. La salud mental de Patrick y Tomaso se había quebrado, y costó muchas horas que pudieran reaccionar. No obstante, finalmente lo hicieron y aunque no podrían actuar al cien por cien debido a sus traumas adquiridos, pudieron continuar su camino.
Rodearon penosamente la zona desolada durante los siguientes dos días mientras la nieve caía sin cesar, inmisericorde. Por suerte, los teléfonos vía satélite que les había proporcionado el congresista Ackerman funcionaban perfectamente y podían ir informando a Sally, Esther y Francis (que se habían quedado en Vorogovo) de su situación, a la vez que encontrar consuelo en sus palabras. Finalmente, remontaron una loma y pudieron ver el primer signo de civilización en varios días: un complejo de construcción reciente (de hecho, todavía en obras) se alzaba a la orilla de un pequeño lago. El complejo mostraba signos de actividad y signos de presencia militar. A las pocas horas, ya habían podido calcular que el recinto albergaba unas sesenta personas, entre ellas una veintena de militares.
La base de Tunguska |
En los intervalos que les permitía la nieve, con ayuda de los binoculares pudieron ver que un par de botes repetían periódicamente una travesía desde uno de los edificios del complejo (donde supusieron que se encontrarían los despachos de los científicos y el laboratorio principal) hasta un punto del lago donde un par de buzos se sumergían durante una hora aproximadamente. Durante ese período cargaban unas cuantas rocas pequeñas en el bote, y volvían a la base. De allí debían de extraer el komerievo.
Lo que hizo que Robert no pudiera reprimir una mueca de asombro fue ver a Georg, su supuesto amigo, quien le proveía de komerievo desde hacía tanto tiempo y desaparecido hacía unos meses, impartiendo órdenes a los científicos y los pilotos de los botes. Ninguna coacción, Georg se movía libremente y la gente parecía obedecer sus órdenes. ¿Le habrían ofrecido dinero? ¿Le habrían amenazado? En cualquier caso, eso ahora no importaba, lo único que importaba era conseguir el polvo rojizo.
La mañana del segundo día de su vigilancia llegaron al complejo los tres camiones que habían seguido hasta la base militar de Krasnoyarsk, y un helicóptero. De este se apeó un oficial del ejército que se marchó transcurridas un par de horas. No los descubrieron por un pelo.
La noche del segundo día el clima empeoró realmente. Aún aguantaron un día más, pero al atardecer del día siguiente decidieron pasar a la acción; amparados por la ventisca, se acercaron al complejo y no les costó demasiado atravesar la maltratada valla. Patrick no pudo reprimir acercarse al bar de la instalación (en la planta baja de la residencia, donde los habitantes del lugar dormían) para hacerse con una botella de whisky. A continuación se dirigieron al laboratorio en unas condiciones de visibilidad penosas, que en realidad les beneficiaban; no se veían militares en el exterior.
Con varias patadas de Jonathan y Tomaso consiguieron reventar una de las puertas del edificio junto al muelle donde se encontraban amarrados los botes; el italiano y el agente se quedaron apostados en la entrada, vigilando para que no les cogieran por sorpresa, mientras Sigrid, Patrick y Robert recorrían el edificio. Se desorientaron durante unos minutos buscando el laboratorio, pero finalmente pudieron encontrarlo, justo cuando fuera se oyeron un par de disparos. Oyeron a Tomaso gritando que se dieran prisa, y así lo hicieron. Robert entró al laboratorio y, experto químico, enseguida identificó un vial donde goteaba un líquido; lo vació rápidamente en una redoma que encontró cerca y les explicó que, una vez evaporado el líquido, quedaría una pequeña cantidad de komerievo que con suerte le permitiría sintetizar varias decenas de dosis de Polvo de Dios. Corrieron hacia la salida, donde Jonathan y Tomaso habían sido heridos pero habían conseguido contener a los atacantes; sin embargo, ya se oía cómo arrancaban uno de los vehículos blindados, así que decidieron adentrarse rápidamente en la ventisca mientras la oscuridad de la noche lo tragaba todo...
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