Monolitos y Demonios
Derek encabezó la marcha del grupo pasando la fuente y hasta el pie de las amplias escaleras que daban acceso al pórtico de columnas corintias donde se alzaba la estatua de Mercurio/Hermes. Una veintena de escalones se alzaban ante ellos.
Patrick se detuvo en seco. Además de sentir más intensamente la ya familiar comezón que le había invadido en Canadá y en el Orfeo de Nueva York y que, en su opinión, delataba la presencia de un monolito, se le erizó el vello, fue víctima de fuertes escalofríos e incluso sufrió leves calambres en las piernas que le hicieron tropezar y le forzaron a parar. El resto del grupo se detuvo con él.
—Hay algo muy inusual aquí, y peligroso —susurró el profesor—. Ahora mismo siento muchas cosas, y ninguna... ninguna buena —el profesor tartamudeaba—. Estoy asustado.
—Coincido contigo —dijo Tomaso—. Yo siento algo tremendamente impío en este lugar, pero —continuó, poniendo una mano en el hombro de Patrick— tenemos que sobreponernos y entrar si queremos salvar la existencia.
Las palabras de su amigo reconfortaron el corazón de Patrick y le hicieron sobreponerse a la oposición de su subconsciente a avanzar.
—¿Crees que puede haber un monolito dentro, Patrick? —preguntó Sigrid.
—Creo que sí... estoy convencido. La ventaja es que, si esto es como en Nueva York, mis habilidades estarán potenciadas.
Mientras conversaban, Derek se fijó en todos y cada uno de los detalles de la mansión. Y aunque esta se encontraba en un estado muy bueno, no pudo evitar fijarse en cuatro o cinco puntos donde el edificio había sufrido desperfectos. Provocados por alguna acción física... "¿quizá disparos, o una pelea?", pensó.
De repente, a todos les sorprendió empezar a oír un fuerte sonido, un sonido de aspas de helicóptero, que se acercaba por detrás. Se miraron, confundidos. Tomaso cogió a Sally de la mano y todos corrieron hacia un lateral del edificio para ocultarse.
Desde su parapeto, uno de los muchos entrantes y salientes de la construcción, Tomaso y Derek se asomaron para echar un vistazo. Sin embargo, a pesar de que el sonido era fuerte y claro y cada vez más alto, no se veía nada; solo la fuente varias docenas de metros más allá, y oscuridad. De repente, el presunto helicóptero pareció sufrir una malfunción, y se oyó lo que a Tomaso le pareció una explosión del motor, o quizá un impacto contra algún objeto. Unos zumbidos irregulares como si las hélices perdieran la estabilidad y a continuación varios impactos muy duros contra el suelo, muy cercanos, tanto que Derek y Tomaso se cubrieron con los brazos, temerosos de que algo les golpeara. Pero nada. Silencio.
—¿Pero qué coj...? —empezó Derek, susurrando—. ¿Qué ha sido eso?
—Eso era un helicóptero, seguro —contestó Tomaso—. Pero... ¿invisible? ¿En otra dimensión? No sé.
—Veamos... —Derek empezó a moverse, para asomarse a la parte frontal de las escaleras, seguido por Patrick.
Al asomarse, vieron como había aparecido una especie de agujero, de rastro en la nieve en el suelo, que podría haber sido provocado perfectamente por un accidente de helicóptero. Derek se giró hacia los demás, llamándolos. En cuestión de segundos llegaron a su altura, y miraron hacia donde el director de la CCSA señalaba.
—¿Qué quieres que veamos? —preguntó Sigrid, confundida.
—Pues... —Derek había vuelto a mirar hacia el punto donde había estado el agujero segundos antes. Ya no había nada.
—Yo sé que había un agujero, Derek —le confortó Patrick—, no te has vuelto loco. Ha desaparecido.
Sigrid, que se encontraba un poco apartada del resto, sacudió la cabeza, y no pudo evitar mirar hacia lo alto, hacia el pórtico. Desde allí, entre dos columnas, unos puntos rojos, como si fueran ojos, la miraban. La recorrió un escalofrío.
—Eh....¡eh! ¡Mirad ahí arriba! —increpó al resto.
Pero cuando Patrick miró hacia donde le decía, los ojos habían desaparecido.
—Había dos ojos rojos allí arriba, que nos miraban, estoy segura.
—Uffff —dijo Patrick—, te creo, te creo. Tendríamos que movernos.
—Rodeemos el edificio —dijo Tomaso.
Así lo hicieron. No consiguieron descubrir ninguna otra entrada secundaria, cosa extraña. Seguramente habrían cegado las puertas secundarias. En lo que sí se fijaron, para añadir más incomodidad, fue en que su rastro de huellas era inestable. En un momento dado desaparecían las huellas que iba dejando Patrick, mientras en otro lo hacían las de Derek o de Tomaso o de Sigrid o de Sally.
Llegaron de nuevo a las escaleras frontales. Justo en el momento en que se volvió a oír el sonido del helicóptero. Y ahora que Derek se había acostumbrado un poco más, lo reconoció como el sonido de un helicóptero de combate. Derek decidió subir las escaleras para refugiarse en el pórtico, mientras Sigrid acompañaba a Tomaso hacia un lateral y Patrick corría tras Derek. De repente, el director de la CCSA se detuvo en seco, al ver varias figuras de sombras que le rodeaban, con demoníacos ojos ígneos.
—¿Qué haces, Derek? —Patrick había llegado a su altura, e intentó empujarlo hacia delante, aunque sin éxito—. Vamos, vamos.
Derek vio con horror cómo una de las figuras lanzaba unos zarcillos de sombras hacia él y otra lo hacía hacia Patrick. Este no parecía ver nada de eso. El sonido del helicóptero volvió a derivar en los zumbidos irregulares y las explosiones, y en los impactos contra el suelo. De repente, a Derek y a Patrick los invadió una ola de calor intenso y sintieron cómo cientos de guijarros invisibles impactaban contra su carne. Salieron despedidos hacia delante presas de un dolor intenso y cayeron sobre la mitad de la escalera, inconscientes.
Tomaso, que había perdido de vista a sus amigos, salió de nuevo a la parte frontal, donde había aparecido de nuevo el boquete. Vieron a sus dos compañeros tendidos en los escalones.
—Vamos, rápido —urgió Sigrid a Tomaso y a Sally.
Corrieron hacia arriba. Pero al entrar en las escaleras, Sigrid se sintió morir. El corazón se le desbocó hasta casi reventar, sus huesos se rompieron y sus músculos se desgarraron. Se derrumbó como un títere sin hilos. Tomaso sufrió el mismo destino. Sally fue presa de las naúsesas y los mareos provocados por la hinchazón de sus venas, pero aguantó consciente con un esfuerzo supremo.
—¡Tomaso! ¡Tomaso, por favor! —imploraba la voz de Sally.
Tomaso abrió los ojos, con un dolor intensísimo de cabeza. Su primer intento de hablar casi lo deja inconsciente de nuevo. Con un gesto de sufrimiento, pudo articular:
—¿Qué...? ¿Cuánto... cuánto tiempo...? —intentó preguntar.
—Bastante tiempo —contestó Sally rápidamente, entendiendo la pregunta—. Los demás necesitan ayuda.
Cuando miró a su alrededor, Tomaso pudo ver que Sally los había sacado a todos fuera de las escaleras (lo que debía de haberle costado horrores, porque tenía una pinta de agotamiento horrible).
—Tuve que sacaros de ahí —explicó—, porque en este tiempo ha habido como veinte o treinta repeticiones del sonido del helicóptero estrellandose. No se ve nada, pero sea lo que sea afecta físicamente a lo que está en el frontal de las escaleras. Ahora, vamos a ver si podemos ayudar a los demás.
—Sí... claro... sí.
Contra todo pronóstico, el cuerpo de Tomaso respondió a su orden de levantarse, y se acercó a los demás. Derek no tardó en despertar; a Sigrid, y sobre todo a Patrick, les costó más volver a la consciencia. Temblaban; el frío estaba haciéndoles mella.
—¿P...por qué te detuviste en... en las escaleras, Derek? —preguntó temblando Patrick.
—¿Eh? Ah, sí... me rodearon varias figuras demoníacas con ojos rojos.
—Qué raro....yo... yo no vi nada...
—Tenemos que entrar ya —urgió Tomaso, justo en el momento en el que se volvió a escuchar el sonido del helicóptero. De nuevo la malfunción y de nuevo el choque contra el suelo.
—Otra vez —dijo Sally—; es insoportable...
—No te p...preocupes Sally, es solo un bucle temporal, o algo así —la tranquilizó Patrick—. Ahora, ¡vamos!
Tomaso cogió de la mano a Sally y siguió a Patrick, seguidos de Derek y Sigrid. La anticuaria, que iba la más rezagada, pronto adelantó al resto de sus compañeros.
—¿Pero qué demonios...? —se giró hacia ellos.
Todos estaban arrodillados, presa de vómitos y perdiendo extrañamente el equilibrio. De algún modo, habían creído que los escalones giraban a su alrededor y caían en una espiral descendente hacia el infinito. Sobre todo Derek y Sally parecían afectados por el vértigo. Patrick y Tomaso se recuperaron gracias a la ayuda de Sigrid. En ese momento, Tomaso vio cómo desde detrás de la estatua de Hermes, que ya se veía más o menos cercana, aparecían dos figuras sombrías que los señalaban y se reían. Se quedó congelado, señalando hacia allá.
Sigrid miró a su alrededor, viendo cómo estaba el grupo, y decidió que su única oportunidad era darles fuerza a través del vínculo kármico que los unía. Con un gran esfuerzo de voluntad, hizo reaccionar a Tomaso, a Derek y a Patrick, justo en el momento en que se empezaba a oír de nuevo el helicóptero.
—¡Vamos, corred! —gritó la anticuaria.
Tomaso cogió a Sally de la cintura, ya que el vínculo kármico no la englobaba a ella, y corrieron hacia el pórtico. Sin embargo, a medida que iban subiendo se iban sintiendo más mareados, y en concreto Patrick iba sintiendo una comezón en la nuca más acusada. "Nos estamos acercando al monolito", pensó; "esto va a ser muy difícil... ya solo subir estas escaleras nos está costando la vida". Mientras pensaba esto, se fijó en otro hecho inquietante: la estatua de Hermes estaba girando su cabeza, siguiéndolos con la mirada.
—¿Veis eso? —señaló la estatua.
—Sí, nos está observando —confirmó Tomaso—. Tened cuidado, siento que aquí hay algo extremadamente maligno, casi no puedo aguantarlo.
Llegaron al final de las escaleras y entraron en el pórtico. De la estatua de Hermes emanaba una sensación tenebrosa que les encogía el alma. Pararon a recuperar el aliento con el corazón desbocado, cosa que a Tomaso le costó bastante, debido a la sensación de malignidad del lugar.
—Mirad —Derek señaló el suelo.
Multitud de sombras parecían danzar en el suelo del pórtico sin figura física que las proyectara.
—¡¿Pero qué...?! —exclamó Tomaso, que había sentido cómo uno de sus pies se dormía y no podía despegarse del suelo.
—Mierda, ¡¿qué pasa aquí?! —exclamó Sigrid casi al mismo tiempo. Había sentido lo mismo.
Cuando miraron hacia sus pies, vieron cómo varias de las sombras del suelo estaban agarradas a los pies de Tomaso y Sigrid, impidiéndoles moverse, y entumeciéndoles la extremidad. Por más que pateaban, no podían librarse de ellas.
—¡Aaaah! —gritó Sally—. ¡No, no, no! —Varias de las sombras la habían agarrado hasta la cintura, tirando de ella hacia abajo.
Derek, pensando durante un par de segundos buscó la puerta de la mansión. Donde antes debía de haber habido un portón bastante grande, ahora solo había una gran boca de oscuridad. El americano apretó los dientes, con un gesto de frustración.
Tomaso, desesperado, tiró con todas sus fuerzas sin éxito, viendo cómo Sally se hundía poco a poco hasta la cintura en las sombras del suelo.
—¡No! ¡Nooooo! —rugió. Se estiró lo indecible hasta que pudo agarrar los brazos de la periodista, su amada.
Un resplandor plateado pareció envolver al italiano cuando tiró de ella con todas sus fuerzas, ayudado por Derek que había corrido también para intentar sacarla de allí. Ambos gritaron por el esfuerzo, y tras varios segundos de indecible agonía, las sombras cedieron; Sally fue liberada con un brusco tirón y Tomaso cayó hacia atrás, con su propio pie todavía inmovilizado.
Patrick, viendo angustiado todo esto, decidió acabar con lo que creía que provocaba todo aquello. Recurrió a su habilidad de alterar la realidad, y, muy fácilmente (lo que para él confirmaba la presencia de un monolito) consiguió destruir el pedestal donde se alzaba la estatua de Hermes, que cayó a plomo y se rompió en varios pedazos. En ese momento, todas las sombras presentes en el pórtico liberaron sus presas y empezaron a correr hacia Patrick.
El profesor no tardó en darse cuenta del peligro que corría, pero sintió algo de alivio al ver a sus compañeros liberados. Les hizo un gesto para que corrieran hacia el interior de la mansión, y él mismo volvió a alterar la realidad para realizar un salto sobrenaturalmente horizontal y cruzar de una sola vez la veintena de metros que le separaban de la boca de oscuridad. Lo consiguió, atrayendo a todas las sombras consigo. Cuando cruzó el umbral, pareció chocar contra un aire mucho más denso, y algo frío lo envolvió y lo aplastó contra el suelo, provocando un doloroso impacto.
El resto aprovechó para correr hacia el acceso al interior de la mansión, pero ahora las sombras estaban agolpadas en la "puerta". Afortunadamente para Patrick, parecía que no podían entrar, pero suponían un obstáculo para el resto del grupo. Aun así, saltando y dando volteretas consiguieron todos atravesar el umbral sin que las sombras los atraparan.
Sobreponiéndose a lo que parecía una mayor densidad del aire, Tomaso se alzó en la penumbra, sosteniendo a Sally y con Sigrid al lado.
—Joder —alcanzó a decir el italiano. En la penumbra pudo ver dos figuras compuestas de sombras parecidas a jirones de humo y con los ojos como tizones. Ambas parecían ser capaces de proyectar su propia esencia en zarcillos, y de hecho lo estaban haciendo ahora mismo, aplastando contra el suelo a Patrick y a Derek.
Los dos engendros miraron a los recién llegados y lanzaron más zarcillos de sombras contra ellos. Afortunadamente no los alcanzaron en primera instancia.
—¡Ayúdalos Tomaso, por favor! —Gritó Sigrid—. ¡Debes poder hacer algo!
Tomaso se armó de valor, y echó mano de su más profunda fe. Aquello era sin duda la quintaesencia del mal, lo que él más odiaba, y lo iba a erradicar. Empezó a rezar en voz alta, cada vez más alto, hasta que rugió las palabras.
Cuando Derek y Patrick, asfixiados, creían que no iban a poder aguantar más e iban a perder la consciencia, de repente la presión cesó y pudieron recuperar el aliento y ponerse en pie. Las sombras se habían retirado y solo veían a Tomaso envuelto en un aura argéntea mostrando en su mano el crucifijo de su pecho y declamando potentemente palabras en latín.
Mientras tanto, Sigrid se había fijado en su entorno. El vestíbulo de entrada parecía iluminado por pequeñas hogueras invisibles que hacían que danzaran sombras por doquier a su alrededor. Al fondo, donde debería haber habido una puerta, un gran hueco en la pared que parecía haber sido abierto a toda prisa, daba acceso a una gran sala al fondo de la cual la oscuridad se hacía más acusada. Fijándose un poco más, pudo ver que esa oscuridad correspondía a un enorme monolito cúbico de unos dos metros y medio de lado. "Qué raro...", pensó, "es como si hubieran quitado la puerta de entrada y también la puerta de esa sala para dejar pasar el monolito... las medidas coinciden... ¿lo trajeron hasta aquí? ¿Cómo demonios lo hicieron?".
Mirándose unos a otros, un simple gesto bastó para que todos iniciaran la marcha reverentemente hacia el monolito, protegidos de las sombras por la voluntad de Tomaso. A una distancia prudencial, ya en el interior de la sala posterior (una enorme sala que coincidía con la descripción que les había dado Klaus Jürgen), Sigrid se detuvo:
—No es necesario que nos acerquemos más. Desde aquí puedo intentar ya ver la escena —todos se detuvieron al punto, excepto Patrick que, como en trance y con la vista fija en el monolito, avanzó un poco más.
Sigrid se concentró y concretó sus pensamientos: "Muéstrame lo que sucedió durante el ritual orgiástico en el que estuvo presente Klaus Jürgen". En los siguientes minutos, Sigrid describió en voz alta a sus compañeros lo que pudo ver.
Durante cierto tiempo, la sala fue recibiendo gente. Gente de dinero y poderosa, y en su mayoría ya entrada en años. Pero todos ellos acompañados por un séquito de hombres y mujeres jóvenes (y no tan jóvenes, entre ellos Klaus)
Todos ellos, auspiciados por aproximadamente una docena de personas vestidas con túnicas ceremoniales y encapuchadas, se fueron desnudando poco a poco, entre cánticos (que Sigrid no podía oír) y gestos rituales. Varias mujeres y hombres desnudos, todos sumamente atractivos, iban de un sitio a otro con jarras de una bebida extraña de la que llenaban sus copas todos los presentes, muchos de los cuales ya caían presa de la embriaguez. Progresivamente, el ambiente fue subiendo de temperatura, y la ceremonia derivó en una intensa orgía. La orgía duró horas y horas, y durante ella se llevaron a cabo varios rituales, casi todos ellos relacionados con la recogida del semen y una consagración extraña del mismo.
En un momento dado, entre mucha ceremonia y boato, hizo acto de presencia el que parecía el líder de toda aquella locura, con una túnica escarlata y negra, y con capucha echada sobre su cabeza. Se situó en el altar que habían habilitado donde en la actualidad estaba el monolito negro, y en ese momento Sigrid pudo ver su rostro: el rostro de un hombre de unos cuarenta años con perilla canosa y ojos profundamente azules. "Así que ese es el aspecto que tenías hace seis años", pensó la anticuaria, "y supongo que seguirás más o menos igual".
El vello de Sigrid se erizó cuando vio que poco después, en la mesa que tenía ante sí el presunto Aleister Crowley, sus secuaces depositaban tres bebés que dormían plácidamente. Apenas pudo ver lo que siguió, pero haciendo de tripas corazón, con lágrimas en los ojos y fuertes náuseas, vio cómo con una sangre fría extrema, arrancaban los corazones de los pobres niños, para acto seguido, Crowley comerse uno y dos de sus secuaces el resto. Corazones de bebé crudos. "Bastardos", pensó con rabia Sigrid, "malditos bastardos".
Tomaso sintió una repulsión extrema cuando su amiga fue relatando la escena. Apretó fuerte los puños y juró en silencio que mataría a aquel hombre con sus propias manos. "Lentamente, poco a poco, apretaré su cuello y..." Al darse cuenta del hilo de sus pensamientos, rezó en silencio, desesperadamente.
La gente aplaudió a rabiar el infame acto de Crowley y sus seguidores, Sigrid esperaba que debido al efecto de las drogas. La sangre de los recién nacidos se puso en unos cuencos que fueron pasando por toda la sala. Poco después, algunos de los presentes empezaron a vomitar. Y no solo a vomitar el contenido de sus estómagos, sino que, junto con las sustancias, empezaron a expulsar sombras. Pocas al principio, pero al cabo de unos minutos una pequeña multitud de gente expulsaba enormes jirones de oscuridad por sus bocas, con un gesto de indescriptible sufrimiento en sus rostros. Algunos empezaron a expulsar sangre, y no tardaron en empezar a morir los primeros ancianos.
Las sombras expulsadas no tardaron en expandirse hasta cubrir prácticamente la totalidad de la escena. La visión de Sigrid se dificultó, pero alcanzó a ver cómo algunos jirones de sombras tomaban forma de seres demoníacos que ya habían encontrado hacía un rato. Esos "jirones vivientes" reventaban el cuerpo de la persona que los expulsaba cuando salían de ella, con lo que la sala también tardó poco en ser un pequeño lago de sangre y vísceras. La gente que no estaba lo suficientemente drogada gritó de terror, pero la mayoría era víctima de los efectos de los alucinógenos y no alcanzó a reaccionar.
La gente que iba vestida con túnica fue azuzada por su líder y finalmente parecieron reaccionar. Movieron sus manos y recitaron letanías, creando y lanzando luz, relámpagos y fuego. Estalló una batalla campal, y varias de las sombras consiguieron apresar al líder, el presunto Crowley. No obstante, la oscuridad se hizo ya tan densa que Sigrid no pudo ver nada más.
Sigrid cayó de rodillas, agotada y profundamente asqueada por todo lo que había visto.
—Madre mía... —rebufó Patrick.
—¿Has... has acabado, Sigrid? —preguntó Tomaso, rechinando los dientes. En todo ese tiempo no había dejado de concentrarse para canalizar la energía divina y proteger a sus compañeros de la oscuridad—. No puedo aguantar mucho más...
—Si, démonos prisa —acordó Derek, ayudando a levantarse a Sigrid—. Sigrid, ¿crees que podrías ver cómo apareció el monolito aquí?
—No lo sé, lo puedo intentar.
—Haz todo lo que puedas —intervino Patrick—, es importante.
Sigrid volvió a concentrarse.
Alrededor de Sigrid apareció una penumbra que no llegaba a ser ni de lejos una oscuridad cerrada. Aun así, por todas partes se habían encendido luces para combatirla (eléctricas, de combustión y de todo tipo), cosa que no se había conseguido totalmente. La puerta principal de la mansión había desaparecido y en su lugar había un hueco abierto manualmente; la puerta que daba acceso a la sala principal había sufrido el mismo proceso. Varias figuras vestidas sobriamente entraron por el hueco principal, con los brazos extendidos y un gesto de concentración en sus caras. Tras ellos, aún más personas, también usando sus poderes (¡entre ellos Svanur Simonsson, el que los había traicionado en Viena!), y un contenedor industrial que parecía haber sufrido varios desperfectos. El contenedor levitó lenta, agónicamente, hasta la parte posterior de la sala, donde en la escena anterior se había situado el altar. Allí lo dejaron caer y otras personas procedieron a retirar las planchas de metal, dejando a la vista el monolito que había en la actualidad.
Entre las figuras presentes se encontraba el líder de la ceremonia orgiástica y autor del asesinato de los bebés, el presunto nuevo huésped de Aleister Crowley. Lucía varias cicatrices en la cara, que no había tenido en el momento del ritual. Y la imagen se esfumó.
—Vaya —dijo Patrick—, o sea, que el monolito entró aquí después de la ceremonia...
—¿No arrasaron hace poco el Orfeo de Milan? ¿No es posible que sea el monolito que hubiera allí? —hizo notar Tomaso, con el rostro perlado de sudor por el esfuerzo que ya le suponía canalizar su poder—. Sea lo que sea, larguémonos de aquí —cada vez más sombras se agolpaban en el límite de la luz del italiano—.
Patrick utilizó su poder para reventar un hueco en la pared posterior de la mansión. Poco después empezó a reconstruirse por sí misma. El profesor decidió entonces, en un arrebato, correr hacia el monolito y tocarlo. Tras un segundo, una multitud de miles de una especie de pequeñas arañas hechas de sombras empezó a trepar por su piel. No pudo reaccionar; en cuestión de un parpadeo, todo su brazo estuvo envuelto en sombras, y a continuación toda su persona. A ojos de Tomaso, que se alejaba de espaldas hacia la puerta protegiendo a todos los demás, fue como si el monolito se tragara a su amigo tras envolverlo en aquellas sombras vivientes.
En aquel instante, todos ellos a través de su vínculo kármico sintieron una oleada de terror y de angustia extremadamente brutal. Tomaso estuvo a punto de perder pie e incluso el conocimiento cuando sintió el salvaje sufrimiento de su amigo, igual que Sigrid y Derek, a cuyos ojos acudieron lágrimas de tristeza. Pero este último consiguió rehacer a los otros dos y sacarlos a rastras de allí, ya casi sin fuerzas para moverse. En el pórtico volvía a erguirse la estatua de Hermes como si no hubiera sucedido nada. Los últimos coletazos del poder de Tomaso los protegieron de las sombras hasta que llegaron al pie de las escaleras.
—Han... han arrastrado a Patrick... lo han arrastrado al Averno... —gimió Tomaso, todavía presa del shock, cayendo de rodillas al suelo con Derek. La cordura de los dos había cedido por fin.
Entre Sigrid y Sally consiguieron arrastrar a sus dos compañeros hacia donde se encontraban los demás, hacia el coche. Sally no podía evitar llorar, desesperada. Afortunadamente, cuando se alejaron lo suficiente de la mansión, el resto comenzó a moverse de nuevo.
—¿Qué, qué ha pasado? —preguntó Theo Moss, sorprendido por los cambios a su alrededor.
Sigrid se unió a Sally en su llanto desconsolado.
FIN DE LA TERCERA TEMPORADA