Asuntos en Tarkal. Hacia la Región del Pacto.
A través de Norafel, el arcángel mayor de Emmán, Galad podía sentir claramente el poder de su dios recorriendo su cuerpo. La presencia del ángel era arrolladora, casi consumiéndolo. Se giró hacia los presentes en la bóveda de Tarkal, anonadados por lo que estaban presenciando. Davinios cayó de rodillas, con las manos juntas a modo de oración. La mirada de ojos dorados del paladín recorrió a todos, y se detuvo sobre lady Ilaith y sobre uno de sus guardianes. Ambos se estremecieron a ojos vista.
«Quizá debería tomar cartas en el asunto ahora mismo, y erradicar algunos problemas de nuestro camino", pensó Galad, mirando fijamente a la canciller. «Si canalizara algo de poder hacia ellos podría...».
La mirada del paladín parecía atravesar a Ilaith hasta el alma. Symeon vio que la princesa comerciante se estremecía aunque hacía todo lo posible por mantener la compostura. Tras unos interminables segundos, Galad pareció reaccionar, y dejó a Eglaras en su cinto (tendrían que esperar la manufactura de una vaina digna). Su aura desapareció y volvió a ser el Galad que todos conocían y apreciaban.
Églaras, la Espada Alada |
El grupo se acercó a él y lo felicitó, congratulándose por lo que había sucedido.
—Espero que esto sea un punto de partida para lo que tiene que venir —dijo Symeon.
—Sin duda que lo es —añadió Yuria.
—Emmán está con nosotros hermanos míos, todo será diferente a partir de ahora —sentenció Galad. Ilaith lo miraba fijamente, en silencio. Preocupada.
Con la situación ya más calmada, Symeon decidió que era hora de expresar sus inquietudes:
—Creo sinceramente que deberíamos examinar el resto de objetos que rescatasteis de los Santuarios de Creä, lady Ilaith. Es posible que haya algo que nos pueda ayudar en la lucha, y sería una pena perder la oportunidad.
Ilaith miró a Symeon, apartando renuentemente la mirada de Galad.
—Por supuesto, claro, tenéis razón Symeon. Adelante —se adelantó un poco, señalando—, están todos en estos cofres.
Había allí un número considerable de objetos, pero lo que más les llamó la atención fue una caja muy alargada junto a la caja salpicada de kregora de Nirintalath. Symeon la abrió, y al instante notaron un poder arcano emanando de ella. Daradoth notó un escalofrío en la nuca.
—Cuidado, Symeon —advirtió—. Lo que sea que hay ahí emana Sombra de manera grotesca.
—Es un cayado —dijo el errante, sin girarse, abstraído—. Mirad, es bellísimo. Me recuerda algo...
Symeon rebuscó furiosamente en su mente, el adorno de la cabeza del callado representaba un estilizado murciélago, salpicado de rubíes. O algo que parecían rubíes.
—Por el Camino de Retorno... ¡es uno de los cayados de Uriön!
—Cierra la caja, Symeon —demandó Daradoth, que ya veía destellos rojizos—. ¡Ciérrala!
El errante se demoró unos segundos, anonadado, pero finalmente pareció reaccionar y cerró el recipiente.
—Esta caja debe permanecer cerrada, lady Ilaith —dijo—. Y no sería mala idea tachonarla también de kregora.
—De acuerdo, así lo haremos —dijo la canciller haciendo un gesto a uno de sus guardias, que salió inmediatamente para dar las órdenes pertinentes.
El resto de objetos eran artefactos más o menos poderosos, pero ninguno que llamara especialmente la atención del errante, así que los retornaron a sus respectivos lugares. Antes de marcharse, Ilaith recordó algo:
—¿Y tú, Symeon? ¿No vas a empuñar la espada verdemar como la vez anterior?
—Creo que no, mi señora. Aunque lo anhelo, también me aterra ese momento; es un ente en verdad peligroso, y no sé si estoy preparado. Ni si ella lo está.
Cuando ya salieron de la bóveda y se dirigieron a sus aposentos, Symeon se acercó a Galad.
—Lo que hemos presenciado allá atrás ha sido impresionante, Galad —susurró—. Realmente me has recordado al Norafel que vi en el mundo onírico. Y aquel ángel parecía cargar con una carga muy pesada, igual que Eraitan con el suyo. ¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy perfectamente, y lleno de esperanza. El arcángel de Eraitan seguro que era muy diferente de Norafel. Ahora me siento... no sé, renovado. Con fuerzas para afrontar cualquier cosa.
—Ya veo. Estaba preocupado. —Symeon pareció pensar unos segundos, y añadió—: ¿Has encontrado por ventura el camino de vuelta? —La pregunta ritual de los errantes sonó extraña tras tanto tiempo sin formularla, pero Symeon sintió un calor reconfortante al formularla. «Sigo siendo un errante, después de todo».
—Me temo que no —contestó Galad—. Al menos, no hasta donde yo sé. Pero quizá hayamos dado el primer paso en ese camino.
Symeon afirmó con un gesto y siguió caminando, pensativo.
Yuria notó cómo Ilaith tocaba su antebrazo, instándola a alejarse del resto. Así lo hicieron, entrando en los aposentos de la canciller.
—Lo de Galad ha sido impresionante —empezó—. ¿Qué opinas sobre eso?
—Creo que todavía tiene que acostumbrarse a ese poder, y a la interacción con el arcángel.
—No te voy a engañar, voy a ser directa. Estoy sinceramente preocupada. Creo... no, estoy convencida, de que por un momento ese poder tan desmesurado le ha afectado. Vi algo en sus ojos, en su actitud... por un momento temí por mi vida. De verdad.
—Galad nunca...
—Sé que Galad no, pero ese no era Galad.
—Ese poder afecta al cualquiera, pero tiene que aprender a encauzarlo, no os preocupéis Ilaith, es normal que pueda verse sobrepasado al principio, pero confío plenamente en la fortaleza y la rectitud de Galad. Ha demostrado su valía repetidas veces.
—Y sin embargo, si pierde el control en el proceso, puede ser desastroso. Quería transmitirte mis inquietudes, sabes que eres una de las personas en que más confío. Una de las pocas que puede llamarme "Ilaith" y no "mi señora".
—Por supuesto, perded cuidado. Estaré atenta en todo momento, y, si algo raro sucede, tomaré cartas en el asunto. Pero confío plenamente en Galad.
—Gracias, Yuria. Muchas gracias.
Por su parte, Symeon mantuvo una breve conversación con su hermana, para poner en común sus objetivos. Hablaron del camino de vuelta, de poner a la propia Violetha a salvo y volver a formar parte de una caravana, pero ella se mostró totalmente comprensiva con la situación actual y a hacer lo que fuera necesario.
—Me gustaría que te quedaras con lady Ilaith y ofrecerle tus servicios. Y que contactaras con los errantes de la Federación y os organizaras de alguna forma, para poder activarlos rápidamente en caso de problemas. Además, por aquí debe de haber una errante llamada Serena, que conozco bien, ya te he contado su historia y la del circo de Meravor. Encuéntrala, porque es especial, y mantenla cerca. —A continuación, bajó la voz y cambió al idioma minorio—. Y permaneced cerca de Ilaith, quiero estar informado de cualquier cosa que salga de lo "normal".
—Está bien —respondió Violetha, también en minorio y en voz baja—, por supuesto que quiero colaborar en la lucha contra Sombra en la medida de mis posibilidades, y si esa es la mejor opción, por supuesto que lo haré. Supongo que ofrecerás tú mismo mis servicios a lady Ilaith, ¿no?
—Sí, por supuesto. Le hablaré de tus... habilidades —sonrió guiñando un ojo.
Ya reunidos en sus alojamientos, el grupo pudo debatir libremente sobre el próximo movimiento y lo que Ilaith esperaba de ellos. Yuria no cesaba de hacer cálculos sobre cuánto tiempo les llevaría traer a los paladines y tropas de la Región del Pacto hasta la Federación. Los dromones que habían transportado a los Alas Grises debían de seguir allí, así que eso no sería mayor problema dejando aparte la posibilidad de encontrarse con tropas enemigas, y los paladines e iniciados podrían viajar en los dirigibles. Los Hijos de Emmán podrían viajar también en los dromones, o quizá Phâlzigar pudiera proporcionarles un navío, como había hecho en el pasado. Tendrían que salir lo antes posible, por supuesto. Entonces recordó algo:
—Galad, si usamos el Surcador, podría llevarte a ver a Eudorya a Eskatha y volver en poco más de una jornada.
Pero algo había cambiado en el interior de Galad.
—No te preocupes, Yuria —respondió—. Hay cosas más importantes de las que ocuparse. Creo que mis sentimientos deberán diluirse. —«En realidad, ya parecen haberse diluido», pensó; «tendrás que casarte con el príncipe Nercier, Eudorya, no hay lugar para nosotros».
Yuria lo miró extrañada. Symeon y ella intercambiaron una mirada silenciosa.
—Un cambio de parecer realmente rápido —notó ella.
—Supongo que me he dado cuenta de la futilidad de todo si no derrotamos a la Sombra y cumplimos con la voluntad de Emmán —se santiguó, con los ojos cerrados.
«Esto no es normal, desde luego», pensó la ercestre. «Ayer estaba perdidamente enamorado, ¿y hoy la deja atrás con un simple gesto? Maldita sea, voy a tener que vigilarte estrechamente, Galad». Sin embargo, debería posponer la vigilancia por unas horas, pues se separó de sus compañeros para hablar con sus compañeros ingenieros y ver cómo iban los progresos con las nuevas armas.
Por la noche, Symeon anunció su intención de entrar al mundo onírico para visitar a Nirintalath. Galad tomó las precauciones habituales, y el errante cayó dormido con su habitual facilidad. No detectó nada extraño en los alrededores aparte de las representaciones de sus compañeros, así que se dirigió rápidamente hacia la cámara acorazada. La cámara estaba representada en la realidad onírica como una especie de barrera (con elementos extraños que debían de ser las incrustaciones de kregora) que no le costó atravesar.
En una silla, allí estaba. Nirintalath. Con aspecto de anciana cansada, mirando al suelo en un mohín de resignación.
—Siento mucho no haber venido en tanto tiempo —dijo el errante—. Y te pido perdón. Pero mi intención, como ya te dije hace mucho, es ayudarte. Pero para ello, necesito que lleguemos a un acuerdo. Un acuerdo de ayuda mutua.
El espíritu de dolor permaneció impasible. Symeon se acercó un poco más. Entonces, empezó a notar unos pequeños pinchazos, como pequeños alfileres clavándose en su carne. Se detuvo.
Pero en un instante lo pensó mejor. «Tengo que demostrarle que confió en ella». Siguió avanzando. Para su gran alivio, los pinchazos no fueron a más. No demasiado.
—Necesito que confíes en mí, igual que yo confío en ti. Pero necesito que me des tu palabra. Sé que el odio te recorre, pero ese odio va más allá del dolor, y sabemos por quién lo sientes. Y por ti misma sabes que no lo vas a conseguir. Nos necesitamos.
Silencio.
—Está bien —continuó Symeon, paciente—. Volveré pronto. Solo quería que supieras que no me he olvidado de ti y que quiero ayudarte. Por desgracia, los acontecimientos me han hecho tardar en volver a verte. No volverá a pasar.
La mañana siguiente, Ilaith no tardó en convocarlos. Con ella se encontraban la mayoría de sus consejeros, con Keriel Danten a la cabeza. Como ya habían decidido tácitamente, el grupo viajaría con el Horizonte y el Empíreo a la Región del Pacto para traer rápidamente a los paladines que, en teoría, seguirían a Galad al verlo con Églaras. Darían también las órdenes para que los Alas Grises navegaran con los dromones de vuelta.
Enseguida fueron despachados oficiales para preparar los dirigibles para la partida del grupo, con palomas mensajeras para poder comunicarse. Ilaith partiría hacia Eskatha esa misma tarde con el Surcador.
—Debemos establecer un plan para el ataque, Yuria, así que antes de partir me gustaría discutirlo para que luego el general Soras, aquí presente —señaló a uno de los miembros del consejo— lo pueda compartir con el mariscal Rythen. No sabemos con exactitud las fuerzas con las que cuenta Undahl, así que será difícil y puede llevarnos varias horas, ¿estás de acuerdo?
—Por supuesto, Il... mi señora.
—Muy bien, pues está todo acordado, gracias por vuestra atención, dejemos a los militares discutir los detalles.
La mayoría del consejo se dispersó, incluyendo al grupo y lady Ilaith, que los hizo acompañarla hasta sus aposentos.
—Os he hecho venir hasta aquí porque necesito vuestra ayuda. Sobre todo la tuya, Symeon , y la tuya, Galad. Como habéis visto, hay muchas reliquias arcanas en la cámara acorazada, y es verdad que es una pena que se encuentren ahí, sin utilizar. Por eso, quiero que seáis los primeros con quienes comparto esto. He decidido establecer un nuevo cuerpo de gente capaz que llamaré "guardia arcana". Y quiero que esa guardia esté equipada con las reliquias que guardo en la bóveda y con cuantas pueda conseguir en el futuro. Creo que serán muy útiles en nuestra lucha, pero, por supuesto, necesitaré la ayuda de avezados eruditos como vosotros para su adiestramiento. ¿Qué opináis?
—Sin duda es muy buena idea, mi señora —respondió Symeon—. Y, por mi parte, no hay problema en poner mis conocimientos a vuestra disposición.
—Por mi parte tampoco —añadió Galad—, siempre que nuestros más urgentes asuntos lo permitan.
—Muy bien, os lo agradezco. ¿Creéis que podríamos realizar una primera criba eligiendo a candidatos con capacidades intrínsecas para acelerar el proceso?
—Podríais usar las piedras de kregora —intervino Daradoth, de repente—. Entregadlas a los fieles, y los que caigan inconscientes serán más receptivos al poder de los objetos.
—Sí, esa podría ser una primera criba —coincidió Symeon—; no es una condición excluyente, pero esa gente tendrá mayores posibilidades. A la vuelta de nuestro viaje, podremos inspeccionar personalmente a los que hayan superado (o, más bien, fallado) la prueba.
—Ahora, si nos disculpáis, lady Ilaith —dijo Galad—. Tenemos que reunir a los paladines para resolver esa disputa sin sentido que tienen.
—Por supuesto.
Una vez el resto de sus compañeros se hubieron retirado, Symeon hizo un aparte con Ilaith.
—Mi señora, querría que me concedierais el favor de tomar a vuestro servicio a mi hermana Violetha. Creedme cuando os digo que es una superdotada en las artes de la información y el subterfugio diplomático. Tiene la facultad de caer bien a la gente.
—Por supuesto, vuestra palabra es una de aquellas en las que más confío. Acepto a vuestra hermana a mi servicio sin duda ninguna.
—No os arrepentiréis, permitidle extender sus influencias y tendréis una red muy valiosa.
Entre tanto, Galad y Daradoth se habían dirigido a la mansión de los paladines de Osara. Allí no tardaron en encontrarse con Aznele Ereben, que los recibió de buen grado, consciente de los rumores que hablaban de Galad como el elegido por Norafel. Daradoth expuso sin rodeos lo que querían: acabar con las rencillas entre los paladines de Osara y Emmán. Acordaron que lo mejor sería organizar una asamblea con todos los paladines esa misma tarde. Además, aprovecharon también para revelar a Aznele la condición de Galad como nuevo Brazo de Emmán y portador de Églaras y Norafel. El paladín empuñó durante un momento la espada, con el consiguiente cambio físico y sobrenatural, sorprendiendo a la fiel de Osara. Galad envainó de nuevo, conteniendo la arrolladora presencia de Norafel.
—No era mi intención en absoluto alardear o intimidaros, hermana Aznele —la tranquilizó Galad—. Simplemente demostrar que nuestras afirmaciones eran ciertas. Ojalá encontremos pronto al Brazo de Osara, lo deseo de corazón.
En un par de horas, la práctica totalidad de los paladines se encontraba reunida en la fortaleza interior.