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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

miércoles, 25 de junio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 9

La Historia de Fajjeem. Explorando el frente.

Fajjeem compartió varias conversaciones con Daradoth a bordo del Empíreo. El antepenúltimo día, presa del insomnio, el vestalense se acercó al elfo. 

—No es mi intención molestaros, Daradoth —dijo—, pero me cuesta dormir, como ya os habréis dado cuenta.

—No os preocupéis, Fajjeem, decidme.

—Yo... quería... no sé cómo deciros esto, pero querría saber si tenéis intención de viajar a Doranna en el futuro próximo. 

A Daradoth le sorprendió la pregunta, Fajjeem nunca se había mostrado inquisitivo.

—De momento no tengo planes para ello; sé que mis compañeros abogan por ello, pero creo que el momento todavía no ha llegado. 

—¿Acaso no pensáis ir a buscar el ritual que necesitáis para derrotar a esos Erakäunyr

Daradoth lo miró a los ojos, levantando la vista de su libro.

—¿A qué vienen estas preguntas, Fajjeem? 

—Yo... —titubeó—, por primera vez en décadas tengo la esperanza de poder volver a Doranna. A Tinthassir. Supongo que la excitación hace que no pueda dormir.

—¿Y cuál es el motivo de ese deseo? 

—Expuesto brevemente, es sencillo: mi hija está allí.

—¿Cómo?  —Daradoth no pudo evitar el gesto de sorpresa. Cerró el libro—. ¿Una humana en Doranna?

—En realidad, tiene sangre élfica, y gracias a eso, pudo pasar allí —Fajjeem, presa de los recuerdos, traslucía una pena infinita. Tras unos segundos de silencio, cuando Daradoth iba a instarlo a seguir, continuó—: Sabéis que en mi juventud viajé mucho, recorrí gran parte del continente, y mis estudios me llevaron a Galaria, en el este. Allí conocí a la que sería mi mujer, Ariyah, bellísima e inteligentísima. Más tarde me enteraría de que era, en realidad, una semielfa. No os voy a aburrir con los detalles de nuestros encuentros ni nuestro romance —una lágrima resbaló por su mejilla, que enjugó en el acto—, pero nos enamoramos y nos casamos por el rito galarita. Ella tenía la misma inquietud por el conocimiento que yo, y se convirtió en mi compañera de viaje, además de en mi esposa. Mi hija tendrá ahora mismo unos cincuenta años, y necesito volver a verla; no me queda mucho tiempo. Vosotros me habéis devuelto la esperanza.

—Ya veo. Pero, para que comprendáis bien la situación, el problema es que yo estoy desterrado de Doranna. Por eso soy tan reticente a volver. —Viendo que el erudito lo miraba fijamente, interesado, decidió contarle la verdad—. Fui desterrado por enamorarme de la persona equivocada...

—¿Ethëilë? 

—Así es, ella estaba prometida a un noble elfo. Pero para desterrarme sin hacer escarnio público de mi familia y de mi casa, lo que hicieron fue incorporarme al nuevo cuerpo de buscadores. Durante los últimos años, varias figuras relevantes han desaparecido en Doranna sin dejar rastro, entre ellas lady Kalia, la esposa de mi rey, Aldarien Eledríandor; por circunstancias que he vivido en este tiempo de viaje, creo que los propios kaloriones son los ejecutores de tales secuestros.

—Sorprendente. Pero, por lo que contáis, el hecho de tener esa información ya os legitimaría para volver, ¿no creéis?

—Es posible, pero no deseo arriesgarme. Creo que en Doranna no se están haciendo bien las cosas, y que los elfos deben salir de nuevo de su aislamiento para luchar contra la Sombra. —Daradoth se irguió y miró fijamente al vestalense—. Y creo que la persona adecuada para hacerlo soy yo. Con la adecuada preparación, y el poder y respaldo suficiente para hacerlo.

El vello de la nuca de Daradoth se erizó, y pudo sentir a su alrededor el ya familiar tirón que auguraba cosas poco probables.

—Bien. Tenéis todo mi apoyo, si sirve de algo.

—Gracias, sí que...

Una voz de mujer lo interrumpió.

—Ya le he insistido varias veces en que hay una fácil solución a eso —era Arëlieth. Daradoth y Fajjeem se giraron, sorprendidos.

—Mi señora —el vestalense inclinó la cabeza mientras ella entraba en el camarote.

—Como acabo de explicar a Fajjeem —continuó Daradoth—, no es suficiente con tener un apellido importante a mis espaldas, y...

—Te equivocas. No obstante, aparte del matrimonio, lo he estado meditando, y estoy dispuesta a realizar la ceremonia de la Comunión de Sangre.

Daradoth sintió un escalofrío. «¿Será capaz de hacerlo? Eso cambia las cosas, al menos en parte». La Comunión de Sangre era una ceremonia ritual, donde se canalizaba el poder de los avatares, y por la que la sangre de un elfo de abolengo más alto convertía la sangre del de abolengo más bajo. «Eso aumentaría mi abolengo y me calificaría para ser rey con todos los derechos; y el abolengo de Arëlieth debe de ser de los más altos que existen».

—Bien. Veo que te he dejado sin palabras —dijo la reina—. Eso es bueno. 

—Pero... —Daradoth dudaba por fin—, Ethëilë...

—Confío en tu palabra de que mi reino me sería restituido, y tras eso (y tras cumplir cualesquiera que sean tus objetivos en Doranna), podríamos llegar a un acuerdo para disolver nuestro matrimonio. Pero necesitaríamos testigos del rango adecuado, quizá el rey Aldarien accediera.

—Suponiendo que lo hiciéramos, tampoco quiero llevar la guerra a Doranna. No veo la forma de competir con Natarin, con sus siglos de experiencia. 

Arëlieth y Fajjeem se miraron.

—¿Te has visto a ti mismo? ¿A ti y a tus compañeros? ¿Habéis visto lo que sois capaces de hacer? No creo que haya rival para vosotros ahora mismo. Nadie.

El tirón metafísico hacía vibrar el fuero interno de Daradoth. 

Shae'Naradhras —murmuró Fajjeem.

—Exacto —la reina le dirigió una mirada apreciativa—, no recordaba cuál era la expresión; gracias, sapiente. Pero... ¿Shae? ¿Los cuatro?

—Así es. 

—Extraordinario —la reina parecía conmovida en lo más profundo—. Impresionante. ¿Qué me dices, Daradoth?

—Necesito hablarlo primero con Ethëilë —contestó el elfo, dubitativo.

—Al menos esta vez no es un "no" —la reina sonrió—. Perfecto, hazme saber cualquier novedad —acto seguido, se marchó.

Daradoth miró a la pared, pensativo. Fajjeem se aclaró la voz.

—Ya que habéis sido tan sincero conmigo, yo también deseo serlo con vos, si lo tenéis a bien. —El elfo asintió, un tanto ausente. 

—Cierta noche, Ariyah y yo nos encontrábamos acampando bajo las estrellas, y no recuerdo bien los detalles, pero vimos media docena de figuras inmóviles a lo lejos, a la luz de la luna. En ese momento yo no lo sasbía, pero Ariyah ya estaba embarazada. El caso es que nos acercamos a esas figuras, que vestían capas oscuras y capuchas. Estaban de pie, inmóviles, como en trance, y sus ropas no parecían mecerse con el viento. Si hubiera sabido que Ariyah estaba embarazada no me habría arriesgado; pero éramos ¡ay! tan curiosos. Nos acercamos a las figuras que, sin duda, eran elfos. Miramos debajo de sus capuchas, y sus ojos estaban cerrados, como meditando, pero de pie, hieráticos. De repente, uno de ellos se giró, y nos miró con un gesto durísimo, adusto. No hizo ningún otro gesto y, en ese momento, Ariyah se tambaleó; se sintió tan mal que tuve que llevármela de allí.

»A los pocos días cayó gravemente enferma, y con los días se hizo evidente su embarazo. Recorrí toda Galaria, Umbriel y el Imperio Daarita intentando encontrar una cura, sin éxito. El bebé en su interior apenas daba señales de vida. Así que, desesperado, me dirigí al Paso de Khaûdroz, al oeste de Doranna. Después de insistir durante horas para que nos dejaran pasar, alguien debió de percibir la sangre élfica en Ariyah, o reconocerla, o qué se yo, pero finalmente nos granjearon el paso, indicándonos que nos dirigiéramos a Tinthassir para encontrar una solución. Allí estudié y estudié gracias a la gracia de los elfos que hicieron una excepción conmigo, pero finalmente Ariyah murió. Naleh, mi hija, ya había nacido para entonces, gracias a la asistencia de las matronas elfas, Vestán las tenga en su gloria. Pero la niña no era normal; propagaba una especie de vacío a su alrededor que la hacía muy peligrosa; nunca supieron explicármelo del todo bien. El caso es que los elfos no dejaron que me fuera con ella, la internaron en algo que llaman Elderann Selaith, el Refugio de las Estrellas Veladas, destinado a seres anómalos. Yo seguí estudiando e intentando verla todos los días, hasta que, cuando pasaron tres años, mi permiso para permanecer en Doranna acabó. La dejé con todo el dolor de mi corazón, pero sabiendo que sería lo mejor para ella y para todos. Y, ahora, mi corazón palpita con la esperanza de volver a verla, tras tanto tiempo. Y quizá algo más, con cuatro shae'naradhras juntos.

Daradoth guardó silencio unos instantes, conmovido por la historia y el sentimiento que Fajjeem había puesto en contarla.

—Una historia extraordinaria, en verdad, Fajjeem. Sobre esas figuras que encontrasteis... ¿todas ellas eran elfos?

—Sí, elfos y elfas, con ropajes extremadamente antiguos. Diría que sus bordados tenían al menos nueve milenios de antigüedad. Pero no estaban en absoluto deteriorados.

—Está bien, Fajjeem. No os puedo prometer nada, pero intentaré que volváis a ver a Naleh en un plazo no excesivo. 

—Muchísimas gracias, Daradoth —los ojos de Fajjeem brillaban de pura emoción—. Que Vestán os bendiga eternamente.

Poco después, Daradoth se encontraba con Ethëilë, y le explicó toda la situación, incluyendo algunos detalles de la historia de Fajjeem. Y por supuesto, la propuesta de Arëlieth sobre la Comunión de Sangre.

—No sé qué hacer —dijo—, porque ya sabes que  mi corazón está y estará contigo, pero quizá sea la oportunidad que estamos esperando. El matrimonio con ella no sería más que una formalidad. Mi ambición es alta, pero no quiero que nos afecte.

—¿Dejarías que nos afectara? 

—Por supuesto que no, pero supongo que mientras estuviera casado con ella, nosotros no podríamos estar juntos, o deberíamos llevarlo en secreto. 

—Sí, tienes razón, pero la recompensa creo que valdría la pena, amor mío. Estoy dispuesta a llevarlo en secreto mientras tú me jures que me serás fiel y no me decepcionarás.

—Por supuesto que lo juro, por mi esperanza de renacimiento.

—Entonces, tienes mi bendición. Pero cuidado, que la Comunión de Sangre a veces puede salir mal y tener efectos no deseados. Lo leí hace mucho tiempo. Es raro que pase, la verdad, y dada lo rara que es esa ceremonia, aún es doblemente improbable. Pero si crees que es la única solución, me parece bien; yo también quiero volver a Doranna, pues estoy preocupada por mi padre, por mis hermanos y por la situación del reino.

El último día de la travesía, Daradoth se reunió con el resto del grupo para plantearles la situación. Les contó sobre la Comunión de Sangre y sus dudas sobre lady Arëlieth, pues creía que luego intentaría utilizar la situación para vengarse de sus enemigos, y les pidió su opinión. Symeon sugirió que tendría que optar por la opción que menos daño hiciera para sus objetivos, y no veía con malos ojos que se sometiera a la ceremonia. Yuria, por el contrario, se mostró en contra de tomar aquel curso de acción. Galad estuvo contemporizador, y opinó que deberían esperar un poco más, todavía tenían que clarificar la situación en la Federación.

Esa noche, Symeon intentó encontrar el sueño de Arëlieth para intentar percibir algo que los ayudara en las futuras decisiones, pero no tuvo éxito. Todavía era demasiado novato en su acceso a la dimensión de los sueños. Aprovechó para visitar a Nirintalath en Tarkal como ya era habitual, y su corazón latió un poco más rápido cuando el espíritu de dolor en forma de muchacha alzó la vista para mirarlo. Aunque no dijo nada. 

Por fin, arribaron a Tarkal, con el sonido de los cuernos anunciando su llegada, como era habitual. Allí hicieron descender a los paladines y los pusieron bajo el mando de Davinios, que se saludó efusivamente con Orestios. ¡Y con Aldur! También acomodaron a los doce acólitos de Symeon y acto seguido se reunieron con Delsin Aphyria, que se encontraba al mando en Tarkal en ausencia de Ilaith, organizando los asuntos en el frente. Delsin les informó que Galan Mastaros ya había partido de vuelta a Ercestria, en barco desde Eskatha.

Mientras se producía el movimiento de gente y se organizaba todo, Daradoth aprovechó para mantener una de sus habituales conversaciones con Irainos a través del Ebyrïth. Esta vez le preguntó acerca de la Comunión de Sangre, de la que no pudo darle más información de la que ya sabía, y también acerca de las seis extrañas y sombrías figura de elfos que parecían dormir de pie. Irainos pareció preocuparse:

—¿Has visto a esas figuras, Daradoth? 

—Yo no, solo me han hablado de ellas. ¿Sabéis qué son?

—Puedo imaginarlo —respondió Irainos, dubitativo.

—¿Y bien? 

—No había oído mencionarlas desde hace mucho tiempo. Muchísimo. En el pasado, se hablaba de que en una de las grandes guerras de los albores... no estoy muy seguro... una familia, o un clan, o una casa, traicinó, o quizá fue traicionada... se volvieron locos y se condenaron a un peregrinaje extraño... seis figuras malditas por un juramento traicionado. No sabría qué más decirte. Quizá Eraitan sepa algo más, pero tendré que hablar con él.

—De  acuerdo, muchas gracias. 

 

En la Sala de Guerra, Aphyria organizó un consejo con los generales que quedaban en Tarkal, Yuria y Theodor Gerias, explicándoles lo mejor que supo la situación de las tropas. A esas alturas, lady Ilaith debía de estar en la frontera de Ladris amasando las tropas para la invasión terrestre de Undahl, junto a la flota, que había perdido los galeones esthalios porque se habían ido a luchar en su guerra civil. La flota constaba ahora solo de los dromones y los balandros de la Federación. Los paladines de Osara contaban ya solamente con una presencia testimonial en Tarkal, porque casi todos se habían trasladado ya al frente para luchar, junto con aproximadamente la mitad de los de Emmán. La guardia esotérica avanzaba con paso firme, con varios jóvenes prometedores aprendiendo a utilizar las reliquias. Y había rumores de algún ataque a Undahl que no había salido como habían esperado. Pero lo mejor sería que Ilaith les informara de todo de primera mano.

Así que el día siguiente, después de una reparadora noche de descanso, el grupo y los paladines embarcaron en los dos dirigibles y partieron hacia Eskatha, para hacer escala allí en el viaje a Ladris. Quedaron en Eskatha Ethëilë, Arëlieth e Ilwenn, agotadas después de tantas semanas seguidas en la aeronave. En el Empíreo, el general Gerias aprovechó para hablar con Yuria:

—¿Creéis que será posible volver a Ercestria cuando Ilaith tenga su Federación unificada, Yuria? 

—Veremos, lord Gerias, veremos —«con todo lo que tenemos pendiente, ahora mismo esa es mi última preocupación».

El viaje les llevaría un par de jornadas. La noche de travesía, Symeon volvió a ver a Nirintalath en el mundo onírico. Igual que la noche anterior, le pareció que había algo extraño en el entorno, pero no pudo percibir nada.

En Eskatha, descendieron a la sede de Tarkal. A lo lejos en el puerto, una escuadra de balandros y carabelas de guerra se encontraba anclada. Allí les recibió Keriel Danten, junto a Meravor, al que saludaron calurosamente. Les informaron de que Ilaith ya se encontraba en Ladris, en los campamentos de Safelehn, junto al mariscal Loreas Rythen y al almirante Theovan Devrid, así que no se demoraron mucho; tras mantener una breve conversación informativa, continuaron viaje hacia el norte. 

Esa noche, Symeon volvió a visitar a Nirintalath, con su discurso habitual de ayuda mutua. Como ya era usual, una sensación de que había algo extraño lo invadió, pero cuando el espíritu lo miró directamente, tuvo que dedicar toda su atención a hablarle, y no pudo averiguar nada más.

Sobrevolaron las dos barreras del Golfo de Eskatha y el día siguiente llegaron a Safelehn, la capital de Ladris. 

Allí los recibió lady Ilaith, con todo el séquito de oficiales, Loreas, Theovan, Nezar,  y una sonrisa en la boca.

—No sabéis cómo me alegro de veros, amigos  —puso una mano en el hombro de Yuria, mientras miraba cómo la impresionante fuerza de paladines desembarcaba—. Necesitaríamos una forma de comunicación más eficiente.

Los condujo a su complejo de campaña, donde se reunieron con Deoran Ethnos, el príncipe comerciante de Ladris, Karela Cysen, Wontur Serthad, Diyan Kenkad, y varios de los generales.

—Los Alas Grises están de camino —dijo Yuria—, junto con un centenar de hijos de Emmán, a bordo de los dromones, supongo que tardarán unas tres semanas en llegar.

—Está bien,  supongo que tendremos que apañarnos sin ellos de momento —contestó el mariscal Rythen—. Y supongo que os estaréis preguntando por qué tenemos tantos efectivos en retaguardia todavía, retirados tan lejos del río.

—La verdad es que sí.

—La razón es que hemos encontrado más resistencia de la esperada. Se organizaron unos ataques de reconocimiento en fuerza que cruzaron el río por tres puntos (el vado del curso bajo y los dos del curso medio), y los informes son poco halagüeños, hablando de engendros de más de tres metros de alto y de una extraña compañía de elfos encabezados por un individuo con un artefacto de gran poder; una extraña Daga Negra. —Galad y los demás se miraron—. Veo que eso ha causado algo de impacto en vosotros, así que me alegro de haber decidido ser conservadores y esperar hasta recibir refuerzos, porque parece que Undahl cuenta con más aliados de los esperados, y muy peligrosos. Incluso pensamos que están preparándose no ya para defender, sino para pasar a la ofensiva.

—En el mar —intervino el almirante Devrid— creo que seguimos teniendo superioridad a pesar de la marcha de los galeones esthalios. Los galeones negros son mucho más poderosos que nuestros barcos uno a uno, pero los superamos por mucho en número.

—Por suerte ahora, con el Empíreo, el Horizonte y el Nocturno aquí, podemos organizar misiones de exploración —dijo Ilaith. 

—Y con los paladines y Galad, podremos oponernos a cualquier enemigo —anunció Daradoth.

—No lo dudamos, pero nos faltan conocimientos sobre cómo dirigirlos en combate, y también sobre esas criaturas de la Sombra.

—No os preocupéis, en eso Daradoth y yo podremos ilustraros —los tranquilizó Yuria.

Acto seguido, la ercestre pasó a compartir con el resto de la cúpula militar todo lo que sabía sobre las habilidades de los paladines, sus fortalezas y debilidades, y a referirles todo lo que creía que sería de utilidad para oponerse a los engendros de la Sombra, con la ayuda de Daradoth. Aun así, tendría que ser ella la que llevara la voz cantante en las decisiones estratégicas y tácticas.

Pasaron a evaluar todas las opciones, como utilizar los ocho dromones para organizar un desembarco en Úndehn, la capital de Undahl, o pasar tropas con los dirigibles, pero en todos los casos encontraron obstáculos muy peligrosos. Afortunadamente, parecía que los enemigos no disponían de criaturas voladoras, lo que les daba ventaja con los dirigibles. Por tanto, decidieron que el primer paso sería inspeccionar la ribera del río Davaur, que marcaba la frontera con Undahl, y los territorios adyacentes a bordo del Empíreo.

Para evitar la visión nocturna de los posibles enemigos, alzaron el vuelo con el sol todavía en lo alto, situándose a una altura de tres kilómetros, lo suficiente para que Daradoth pudiera otear el entorno con la lente ercestre sin arriesgarse a ser detectados. Desde las alturas pudieron ver que Rakos Ternal se había aplicado bien en defender su territorio. A lo largo del río se alzaban algunas fortalezas mixtas de piedra y madera que se habían construido a lo largo de varios años, y los vados eran una especie de ratonera con espacio para que los pudiera vadear un enemigo, pero con suficientes callejones sin salida y torres de defensa para que se convirtieran en una ratonera. En los tramos de río más anchos, a intervalos de más o menos tres kilómetros, se habían levantado torres de vigilancia de madera, menos recias que las anteriores. En los campamentos que había junto al vado del curso bajo del río, Daradoth pudo avistar las siluetas de humanoides enormes, seguramente ogros. También le pareció ver figuras moviéndose con la gracia de los elfos.

—Quizá podríamos utilizar los dirigibles para infiltrar tropas al otro lado, tomar algunas de esas torres más débiles y después vadear el río con botes evitando que den la alarma —sugirió Galad.

—Es arriesgado —dijo Yuria—, porque dependerá de la presencia y frecuencia de las patrullas; pero con lo que sabemos y hemos visto, parece la mejor opción. Lo mejor será compartirlo con Loreas y los demás, a ver qué opinan.

—A mí me parece buena idea —coincidió Theodor Gerias—, pero, en mi opinión, deberíamos llevarla al extremo: hacer lo mismo, pero en Úndehn, y tomar directamente la capital. Aunque tampoco sé si sería un golpe definitivo. Yo abogo por llevar los paladines a enfrentarse directamente con sus efectivos más poderosos, y con suerte, acabar con ellos rápidamente. De esa manera, no tardarán en colapsar.

—Podemos aplicar un enfoque mixto. Nos infiltramos para tomar las torres, y cuando traigan los refuerzos, les golpeamos duro. 

Siguieron evaluando planes mientras volvían a Safelehn, con la intención de exponerlos ante Ilaith y su consejo.

 

miércoles, 4 de junio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 8

El Brazo de Emmán

Cuando salieron de la presunta tumba del titán, Yaronn, Rodren y Wylledd se acercaron a Symeon y Faewald, con la intención de que les pusieran al día de todo lo que había pasado.

—En la anterior ocasión que pasasteis por aquí no tuvimos apenas tiempo para hablar —dijo Rodren—, pero nos alegramos de encontraros a todos sanos y salvos. —Hizo una pequeña pausa, meditando lo que iba a decir a continuación—. Symeon, te queríamos comentar que te vemos muy cambiado para los pocos meses que han pasado, y queríamos saber si estabas bien.

Symeon los miró con cariño. «Siguen siendo mis hermanos juramentados, no puedo olvidar lo mucho que pasamos junto con Valeryan en el Imperio Vestalense, pero aun así hay límites a lo que puedo contarles».

—Claro que sí, Rodren, os agradezco el interés. No ha pasado tanto tiempo, pero a nosotros nos han sucedido muchas cosas, tanto que me parece que haga una vida que no os veía. Venid, tomemos algo y os pondré al día.

Y así lo hizo, con buen cuidado de no contarles nada sobre la Vicisitud o su condición de Shae'Naradhras. Pero sí —con ayuda de Galad— les informó acerca del conflicto entre Luz y Sombra y la situación en el continente. Sus amigos se quejaron por la premura que Symeon y sus compañeros tenían por marcharse.

—¿No crees que la situación en Esthalia requiere de toda vuestra atención, Symeon? —inquirió Wylledd—. Rheynald está en una situación precaria, y nos sentimos abandonados. 

—Los rumores que llegan del norte de Esthalia también son bastante preocupantes —añadió Rodren—. Parece que Robeld de Baun está ganando la guerra, y es cuestión de tiempo que dirija su atención a nosotros. Y los paladines de Emmán... el Primado Irwald los ha declarado apóstatas y la Iglesia ha arrestado a varios de ellos, además de declarar la independencia del reino y declarar los Estados Pontificios independientes. 

Galad no pudo disimular una expresión de sorpresa al escuchar las palabras de Rodren.

—Un tipo peligroso, ese Primado, si me permitís opinar —añadió, como siempre socarrón, Yaronn. 

—Ya veo. Sí que es preocupante. Pero creedme, hay cosas más urgentes que esto, si habéis estado atentos a lo que os he contado. Nuestro deber es marcharnos lo antes posible y asegurarnos de que la Sombra no sigue arañando terreno en Aredia. Vosotros deberéis aseguraros de que Rheynald resiste ante cualquier imprevisto y que Valeryan está a salvo, eso sí os lo ruego, por la Luz y por Valeryan.

Yaronn, Rodren de Seggal y Wylledd

Algo cambió en los rostros de sus tres hermanos. 

—Por supuesto. Puedes contar con nosotros sin dudarlo —dijeron los tres a la vez; se miraron sorprendidos, pues habían usado exactamente las mismas palabras en el mismo momento. Symeon esbozó una sonrisa.

—No esperaba menos —les felicitó el errante, sorprendiéndose todavía de los efectos que eran capaces de provocar en los demás. 

Con esta información, Symeon, Galad y Aldur se dirigieron a la pequeña iglesia de la fortaleza, y  mantuvieron una breve conversación con el padre Ryckar acerca de la declaración de los Estados Pontificios y la apostasía de los paladines. El cura, que se inclinó ante Galad y Aldur, no pudo decirles nada nuevo sobre lo que ya les habían dicho.

—Rheynald está realmente aislada en una tierra en guerra, y poco más puedo deciros, solamente que rezo a Emmán día y noche para que nos ayude en este trance y guíe al Primado por el camino recto. No puedo negarlo, estoy muy preocupado y muy dolido. Nuestro reino está a punto de hundirse.

Se despidieron del clérigo dándose mutuas bendiciones y a continuación Symeon se dirigió a la parte donde estaban refugiados los campamentos errantes.

No tardó en avistar a Azalea, que removió su corazón, como siempre hacía. «Es la única que podría hacerme olvidar a Ashira, sin duda». La muchacha corrió a su encuentro y lo abrazó y lo besó.

—¡Estás muy cambiado, Symeon! —dijo, mirando su rostro, sus ropas, su diadema, y el impresionante bastón. 

Symeon la miró fijamente, con los ojos húmedos y una sonrisa. La agarró con fuerza. Ella lo acompañó a ver a Ravros, el líder errante, que también lo abrazó. Azalea puso su cabeza en el hombro de Symeon. Este les informó de que, como era habitual, estaría poco tiempo en Rheynald, pues lo reclamaban asuntos urgentes. Se ocupó de presentar a Ravros a los errantes recién llegados, Mirabel, Nínive, Aravros y los demás. Ravros les dió la bienvenida y tranquilizó a Symeon, diciéndole que cuidarían de ellos, y además, añadió:

—La verdad es que la situación en Esthalia es muy complicada, y estuvimos pensando en marcharnos —Symeon, con un vuelco en el corazón, miró a Azalea—. Pero realmente no creemos que ninguna ruta sea segura. y por el momento Rheynald nos parece la mejor opción. Aredia es un lugar peligroso para vivir hoy en día. 

—En caso de que haya problemas, Ravros —dijo Symeon—, acudid a Tarkal o a Doedia, diciendo que os envío yo. Allí os darán cobijo. Pero el viaje... eso ya es más peligroso.

—De acuerdo, así lo haremos en caso de que no tengamos más remedio, gracias. 

Symeon compartió con Azalea sus últimas vivencias; no quería alejarse de ella. Pero de repente, un mensajero los interrumpió, anunciando que lady Edyth lo reclamaba a su presencia. Se despidió de Azalea con un sentido beso.

Mientras tanto, Daradoth compartió un té con Fajjeem, y le preguntó acerca de los titanes. El vestalense le contó lo que sabía, que fueron una de las primeras razas, que construyeron unas estructuras enormes con forma de pirámide, y que tuvieron una guerra civil en la que participaron elfos, enanos y centauros, que al parecer acabó con ellos. 

Poco más tarde, el grupo al completo estaba en el salón principal, ante lady Edyth, Egwann de Vauwas y los demás. 

—Os he convocado, primero, para agradeceros haber traído a Valeryan con nosotros de nuevo, muchas gracias —dijo la señora del castillo—. Por otro lado, quería plantearos la necesidas que tenemos de vosotros ahora mismo. Porque, en esta guerra civil, no sabemos qué va a pasar. Adalkhôr y el duque Elidann han tenido que partir con la legión de refuerzo para ayudar al rey, y solo queda media legión para proteger la fortaleza, los dos bastiones y el muro. Quizá no tengamos un peligro inmediato de un ataque vestalense, pero nos preocupa que Robeld de Baun tome represalias. ¿Estaréis mucho tiempo fuera? ¿Podemos contactar con vosotros? Con Valeryan así, y todo este asunto de los inmaculados y los errantes, realmente creo que necesitamos ayuda.

—¿Qué sabéis de la legión? —preguntó Galad.

—Sabemos que partieron hacia Jorwen para remontar el río Rowen y participar en la defensa de Usturna, pero tras llegar a Jorwen les perdimos la pista.

—Nosotros tenemos que partir mañana mismo para tratar con asuntos urgentísimos, pero volveremos pronto, o enviaremos aliados. Hasta entonces, tendréis que aguantar lo mejor que podáis. Entrenad a los campesinos y trabajadores para poder formarlos en leva. Nosotros nos llevaremos unos cuantos halcones para entrenarlos y poder intercambiar mensajes. ¿Disponéis de ellos?

—Sí, por supuesto, maese Elwydd se encarga de criarlos y adiestrarlos, os proporcionaremos varios. Una última cosa, ¿alguna novedad sobre el paradero de la duquesa Rhyanys?

—No , todavía no —contestó Daradoth—. La deben de tener a buen recaudo.

Con los errantes y los vestalenses ya desembarcados e integrados, se despidieron y el Empíreo volvió a remontar el vuelo ya bien entrada la noche.

Galad pidió la inspiración de Emmán en su sueño. «Ayúdame a conocer cómo construyeron esa tumba, mi señor». 

Todo estaba oscuro. No se veían más que sombras. La tristeza era inmensa, inconmensurable, y Galad incluso pensó en acabar de una vez con su vida. Lloraba. No lo veía, pero notaba cómo las lágrimas recorrían su rostro, saladas y cálidas. El mundo a su alrededor se hundía. No pudo soportarlo más.

Eso fue todo lo que recordó al despertar, y lo que contó luego a sus amigos. 

 

Tras un par de jornadas de viaje, llegaron a la vista de las montañas Amaryn, la segunda cordillera más alta de Aredia, solo por detrás de la Cordillera Matram. Como Yuria sabía por los mapas, era imposible sobrevolarla, así que dirigieron el Empíreo rumbo al sureste, para rodearlas. El cuarto día sobrevolaron la ciudad de Mrísta, el lugar de nacimiento de Emmán. Galad y Aldur se santiguaron, y aunque todo su ser clamaba por descender y visitar el lugar santo, se limitaron a rezar y celebrar la gloria de su dios.

Dos días más tarde atravesaban la Quebrada de Irpah, que separaba el Imperio Vestalense y la Región del Pacto, y que les trajo recuerdos sumamente desagradables de su época más difícil. Pero esta vez no tuvieron los mismo problemas. Sobrevolaron Sar'Sajari y Torre del Sol, y pronto llegaron a la vista del Valle de Irpah, en cuyas laderas se alzaban las fortalezas gemelas, Jenmarik y Svelên. El valle, aún enfangado pero con el agua ya baja, estaba tranquilo. Aparte de las guarniciones de las fortalezas fronterizas no había ni rastro de tropas vestalenses. La guerra civil también había tenido sus efectos allí.

Al acercarse, pudieron ver cómo en la cima de las torres principales habían aparecido unas construcciones de metal y madera, esféricas. Las ballistas que había diseñado Yuria para enfrentarse a los corvax por fin estaban terminadas. Además, sobre el torreón de entrada se alzaba un nuevo estandarte que no estaba cuando habían dejado la región: en fondo de azur, un águila sobre una montaña.

—El escudo de la Corona del Erentárna  —dijo Daradoth—. Parece que Rûmtor sí que envió ayuda, menos mal.

—Al menos nuestro viaje allí sirvió de algo —se congratuló Galad.

Decidieron descender lejos de Svelên para no asustar a los defensores, y acercarse a pie hasta la fortaleza. A primera hora de la tarde, en el interior de Svelên, los recibía el capitán Phâlzigar, el castellano Zibar, Orestios, Rolvar, el líder de los paladines, y Theodor Gerias, con cara de pocos amigos. Rolvar abrazó a Galad, tras echarle una mirada sorprendida por su aspecto y su espada, y Orestios hizo lo mismo, feliz de ver a su amigo sano y salvo. Phâlzigar se adelantó:

—¡Amigos míos! —saludó el capitán—. ¡Qué alegría veros! Pero... ¿habéis venido a pie?  ¿Solos? ¿No? Bueno, ya me contaréis. Pasad, pasad, como veis, la Corona del Erentárna nos envió una compañía de ástaros que terminó de desmoralizar a nuestros enemigos. Estaréis hambrientos, vayamos al comedor.

Una vez reunidos alrededor de la mesa, Phâlzigar continuó:

—Quiero agradeceros desde mi corazón la ayuda prestada. Sin los paladines habríamos sucumbido, y sin la ayuda erenia seguramente los enemigos no habrían acabado de retirarse. En esta fortaleza tenéis amigos agradecidos para toda la vida.

—Muchas gracias, capitán, solo hicimos lo que era correcto —dijo Galad. El capitán asintió, complacido.

—Y ahora  los vestalenses están sumidos en su propia guerra civil, que no sabemos cuánto durará, pero que nos ha venido que ni pintada. Todo estará tranquilo por un tiempo, espero.

—¿Los corvax también se han retirado? —preguntó Galad.

—Sí, pero los vemos habitualmente. El último lo vimos hace un par de días, muy a lo lejos. Parece que siguen reconociendo el terreno. 

—¿Y no hay refugiados? 

—Los que consiguen escapar sin ser detenidos, muy pocos. 

—Muy bien —continuó Galad, que miró al general Gerias. Se notaba que el general ercestre estaba ansioso por salir de allí—. Capitán, la situación en Aredia es muy complicada. La Sombra avanza por todas partes, en Esthalia hay una guerra civil, Ercestria está rodeada de enemigos, Sermia acaba de repeler una invasión y la Federación de Príncipes Comerciantes se encuentra en guerra son sus propios traidores leales a la Sombra. Nuestros servicios son ahora requeridos por lady Ilaith, la canciller, y es urgente que la ayudemos. Vamos a necesitar el apoyo de los paladines y de cuantos efectivos puedan para derrotar al enemigo.

—Ya veo. Había oído rumores sobre esa canciller y parece ser una mujer muy decidida.

—Así es. Y firme defensora de la Luz y las doctrinas que seguimos —evitó mentir, pues había estado a punto de decir "doctrinas emmanitas". Se dirigió a Rolvar—: Querría reunir a los paladines para informarles de nuestros próximos movimientos.

Rolvar rebulló en su asiento, inseguro. Galad había cambiado, ya no era ese muchacho que había conocido en Emmolnir, y a su lado estaba Aldur, humilde pero imponente.

—Antes querría informar a la Torre. 

—Perderíamos mucho tiempo, y en otro momento estaría completamente de acuerdo, pero este asunto es de extrema urgencia.

—Lo tendremos que hablar en privado. 

—Por nuestra parte no hay problema —intervino Phâlzigar—. Ya han servido más allá de lo esperado, y con las ballistas diseñadas por Yuria, que hemos compartido con Jenmarik, podremos encargarnos de esos engendros. Os agradezco el servicio más allá de lo que puedo expresar.

Después de acabar la comida, Galad y Aldur salieron con Orestios y Rolvar.

—Impresionante espada —dijo Orestios.

—Así es —contestó Galad—. Como habréis podido notar por su vibración y el poder que desprende, esta espada es excepcional. Esta espada —hizo una pausa, pensando bien las palabras— se llama Églaras, y es la manifestación del arcángel Norafel en nuestro mundo. Tiene un poder inmenso, y os puedo asegurar que es él.

Orestios y Rolvar abrieron los ojos, un poco incrédulos. 

—¿Norafel? ¿El que según las escrituras es el primer arcángel de Emmán?

—Así es —intervino Aldur, mirando fijamente a sus interlocutores, que se estremecieron—. No dudéis ni por un momento de las palabras de Galad. Esa espada es nuestro señor Norafel.

—Por la gracia de Emmán —continuó Galad rápidamente, relajando la situación—, Norafel me permite acceder a su poder y utilizar el poder de Emmán a través de él. Soy lo que los elfos llamaban un Brazo de nuestro señor.

—¿Sois entonces el Brazo de Emmán? ¿Elegido por él?

—Así es.

—¿Ha elegido a un paladín de la tercera orden?  —el tono de Rolvar ya no era del agrado de Galad, ni de Aldur.

—Un paladín de Emmán. Emmán nunca habló de órdenes ni de jerarquías. Y su arcángel me habla directamente cuando desenfundo esta hoja. Mis palabras son absolutamente ciertas, podéis sentirlo.

Galad ya podía sentir el tirón metafísico que ya era un poco familiar. Aldur lo miraba con devoción.

—Lo que siento es indiscutible, desde luego —reconoció Rolvar—. ¿Cuál es vuestra intención? 

—Reunir a los paladines ahora mismo, para relatarles esto mismo y llevarlos a luchar contra la Sombra.

Rolvar accedió. Pidió a Orestios reunir a los paladines en una hora, y el paladín más joven se marchó. A continuación, se giró hacia Galad:

—Mi opinión es que deberíamos informar antes a la Torre, quizá incluso viajar allí.

Galad notaba la tirantez de Rolvar. Al fin y al cabo, él era su superior y podía ordenarle, pero hasta ahora lo había evitado.

Una hora después, todos los paladines e iniciados se encontraban reunidos en el patio de armas. Allí estaban también Torgen y Gedastos, que saludaron efusivamente a Galad y le dirigieron palabras de admiración.

Galad relató a sus hermanos su viaje, la aventura en Essel, la obtención del Orbe, y el descubrimiento y naturaleza de Églaras. Y finalmente dijo:

—Por la gracia de Emmán, y porque Norafel  así lo ha querido, ahora se revela ante vosotros el Brazo de Emmán, que cumplirá su voluntad en esta vida y en las sucesivas.

Y desenfundó a Églaras. Los paladines se sobrecogieron cuando la espada cantó en sus oídos con coros celestiales, y cuando Galad pareció convertirse en un ser superior, con las alas de luz, el resplandor dorado en sus ojos y el aura de poder rodeándolo. Todo vibraba a su alrededor, y el mundo pareció inclinarse ante él.

Orestes, Torgen y Gedastos clavaron sus rodillas en tierra, cruzando sus dedos en actitud de oración. Varios más los imitaron.

—¡Salve, salve al Brazo de Emmán! ¡Salve, Galad! —bramó Aldur, también de rodillas—. ¡Gloria a Emmán! ¡Gloria a su Brazo!

El aire vibraba, la luz era más intensa. La música celestial ya era audible para todos, no solo para los paladines. Uno tras otro, estos fueron hincando la rodilla en tierra, y muchos empezaron a corear el grito de Aldur.

Rolvar no se arrodilló. Un puñado de ellos tampoco.

Galad continuó:

—Se nos requiere en las tierras del suroeste, pues los enemigos de Emmán son fuertes allí. ¡No podemos demorarnos! ¡Debemos partir inmediatamente si  no queremos que Aredia sucumba!

Aún se arrodillaron algunos más. Ya solo quedaban en pie un par de ellos y Rolvar. Gritó para hacerse oír sobre las estentóreas alabanzas de sus hermanos.

—¡Yo digo que tenemos que volver a la torre! ¡Tened en cuenta la jerarquía! ¡La Torre! 

—¡Os estoy pidiendo que  vengáis, no ordenando! —contestó Galad.

—¿Cómo sabemos que sois lo que...? 

—¡SILENCIO! —rugió Aldur—. ¡Se acabó la jerarquía y corrupción de la Torre! ¡Galad ha sido elegido por el propio Emmán, y eso rompe cualquier jerarquía! ¡Además, la cúpula ya no es digna! ¡Arrestad a ese hombre!

—¡No os acerquéis a mí! —amenazó Rolvar, que abrazó el poder de Emmán, activando un aura de protección junto con los dos o tres paladines que aún no se habían plegado a Galad. 

Orestios y muchos más esgrimieron el poder a su vez. También Aldur. Galad miró a unos y otros, desesperado. «¿Se van a matar entre ellos? Oh, Emmán, no». 

—¡Alto! —increpó—. ¡Somos emmanitas, no vamos a enfrentarnos entre nosotros! ¡Quien quiera volver a la Torre, puede volver a la Torre! Pero quien quiera hacer la voluntad de Emmán y derrotar al enemigo supremo, ¡QUE ME SIGA!

Un instante de silencio. Los paladines dejaron de canalizar. 

 —¡Por Emmán!¡Por Emmán! —volvió a rugir Aldur—. ¡Gloria a Galad! ¡Salve, Brazo de Emmán!

—¡GLORIA A GALAD! ¡SALVE, BRAZO DE EMMÁN! —gritaron todos los paladines al unísono. Rolvar miró a su alrededor, confundido, algo aturdido. Galad, Symeon, Daradoth y Yuria notaban algo pesado en el ambiente, algo curvándose. Rolvar cerró los ojos, y se arrodilló.

Cuando por fin se calmaron los ánimos,  Galad añadió:

—¡Hermanos paladines, hermanos iniciados, preparad inmediatamente la marcha, nos iremos al amanecer! ¡Hijos de Emmán, os uniréis a los Alas Grises lo antes posible y embarcaréis en los dromones de la Confederación, con rumbo a Eskatha! Hermano Orestios, dad las órdenes pertinentes y mantenedme informado.

Mientras caminaba para salir del patio, los paladines, los iniciados y los hijos de Emmán gritaban aquí y allá:

—¡Padre Galad! ¡Dadnos vuestra bendición!

—¡Bendición, padre Galad!

—¡Gloria al padre Galad!

—¡Gloria al Brazo de Emmán! ¡Bendecidnos, padre!

Estos gritos incomodaban un poco a Galad, pero se retiró persignando a diestro y siniestro, con una sonrisa algo forzada.

Ya fuera del patio, Rolvar se encontró con él.

—Si no os importa, me gustaría ser uno de los mensajeros que parta a informar a la Torre.

—Por supuesto —contestó Galad, magnánimo. 

—Partiré lo antes posible con un par de hijos de Emmán, si os parece bien.

—Desde luego. Tened buen viaje.

—Gracias, padre —Rolvar pareció sorprenderse por estas palabras.

Esa noche, tras dar las órdenes pertinentes al capitán de los Alas Grises para su inmediata partida, Yuria y Theodor Gerias se reunieron para compartir una botella de vino (de muy baja calidad para sus estándares) y hablar de Ercestria, de la situación en Aredia y de los próximos pasos junto a lady Ilaith. Juntos discutieron planes para asegurar su victoria contra el principado de Undahl, e incluso rieron con algunas anécdotas. La ercestre también le habló al general de lo que había pasado en Tarkal, de cómo su secuestro había provocado la liberación de su hijo Alexandras.

—Nos encargaremos de él a su debido tiempo —dijo Gerias, viendo que Faewald y Symeon se unían a ellos—. Disfrutemos esta noche al menos. 

La mañana siguiente, tras las expresiones de sorpresa de propios y extraños, los paladines y los iniciados abordaron el Horizonte y los dirigibles partieron hacia Tarkal directamente. El viaje duraría ocho jornadas. Symeon siguió visitando a Nirintalath cada noche, y la última de ellas, la extraña muchacha levantó por fin la mirada.

Durante el viaje, Galad no pudo evitar un pensamiento que no sabía si calificar de esperanzador o perturbador. «Estos cincuenta paladines más los cerca de sesenta que hay entre Tarkal y Doedia son prácticamente la mitad del total de paladines. Quizá en algún momento podamos volver a la Torre y ponerla en orden. Davinios estaría encantado».


domingo, 18 de mayo de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 7

Huida y Viaje a Rheynald

Faewald y Yuria llevaron a Galad a recuperarse. Symeon tranquilizó al resto de integrantes de la caravana, que se habían reunido para ver la escena, asustados. Pidió que comprobaran si todos estaban bien. Aldur le apoyó en su discurso:

—No temáis, pues todo esto ha sido provocado por la mano de Emmán y nadie ha corrido peligro, os lo garantizo —aseguró el enorme paladín.

Al cabo de unos minutos, Mirabel volvió.

—Parece que, como decíais, están todos bien. Pero este bosque ya no nos sirve como cobertura, después de haber perdido tal cantidad de árboles. Tendríamos que marcharnos rápido.

—Sí, tenéis razón —dijo Symeon, mirando a Yuria. 

—Es cierto —continuó esta—. Será mejor partir lo antes posible; empacad todo, no esperéis al amanecer, pues nos iremos en cuanto despunte el alba. Pero necesitamos dormir un poco antes.

Mientras el campamento bullía con la recogida y la preparación para partir, Symeon aprovechó para reunir a los doce muchachos que ahora se hacían llamar "la guardia errante", para conocerlos y darles grandes rasgos de lo que sucedería cuando se marcharan de allí. Cuando los despidió para que pudieran recoger sus pertenencias, Nínive, la más anciana del consejo, se acercó.

—Symeon, me gustaría tener unas palabras —parecía preocupada.

—Por supuesto Nínive. Decidme.

—Creo que no deberíamos dormir esta noche aquí. Supongo que no lo sabéis, pero a veces tengo... premoniciones. No sé explicarlo. Aravros no suele creerme, pero siempre he acertado. En mi carromato, un par de veces he intentado conciliar el sueño para descansar un poco antes de marcharnos, y en ambas ocasiones he tenido la misma sensación: una angustia insoportable y una sensación de urgencia que ya conozco de otras veces. Nadie debería dormir aquí esta noche.

—Perded cuidado. Pondremos a la gente en marcha.

—Muchas gracias.

Symeon se dirigió a hablar con Yuria, y esta, aunque se mostró reticente en principio, cambió su opinión ante la vehemencia de su amigo errante.

—Está bien, despertad a todos y nos pondremos en movimiento.

En ese  momento, Symeon y Yuria sintieron un escalofrío intenso, y se oyeron gritos:

—¡Hija mía! ¡¡Hija mía, ¿qué te pasa?!! ¡Despierta!

—¡Lareos! ¡Lareos no despierta! ¡Oh, santo Camino, creo que no respira!

 Yuria cruzó su mirada con Symeon, que frunció los labios y apretó los dientes.

—El ente del mundo onírico —susurró el errante.

—¡Vamos! —rugió la ercestre, con grandes aspavientos—. ¡Tenemos que marcharnos ya! ¡Ahora!

—¡Seguidnos! —gritó Daradoth, que llegó a la carrera—. ¡Salgamos de aquí! ¿Sentís eso? —preguntó a sus amigos, que negaron con la cabeza—. Hay una gran perturbación de la realidad a nuestro alrededor, tenemos que movernos. ¡Ya!

—Sin duda es el ser onírico —le informó Symeon—. Debemos salir de su rango de acción; al menos dos personas ya parecen haber caído.

Aldur canalizó algo de poder a Galad, para que pudiera despertar aunque se sintiera agotado, y, en cuestión de minutos, el grupo encabezaba la marcha hacia el norte. Daradoth comunicó a través del Ebyrith para dar instrucciones a los dirigibles de que también se movieran. 

El cielo se había encapotado, y una ligera lluvia comenzó a caer mientras atravesaban los primeros árboles. En ese momento, Symeon, Galad y Daradoth notaron un latigazo de dolor, que los hizo encorvarse. Pero Daradoth se sobrepuso rápidamente, e instó a sus compañeros a continuar. Se dirigió, regio y grandioso, al resto de la caravana.

—¡Vamos! ¡No dejéis de moveros! ¡La vida nos va en ello! ¡¡Seguidme!!

Se encendieron varias antorchas, Symeon alumbró a todos con su diadema, y Aldur proyectó luz con el poder de Emmán, lo que permitió que los errantes y vestalenses pudieran mantener su paso. Symeon y Yuria observaron con preocupación cómo, a intervalos aleatorios, aquí y allá un árbol se secaba y marchitaba en segundos. El corazón parecía querer salirse de sus pechos.

Finalmente, tras una marcha forzada agotadora, llegaron a la parte baja del valle, junto al arroyo. Daradoth susurró a los demás:

—Mi sensación aquí ya no es de muerte inminente, podemos detenernos. ¡Alto! —exclamó.

Después de un breve recuento, alguien informó de que habían perdido cinco personas, cuatro errantes y un vestalense.  Aprovecharon el descanso para contar a Galad lo que había ocurrido cuando había intentado curar a Valeryan, y el paladín se mostró confundido.

—En ese momento estaba seguro de que lo conseguiría; de hecho, estaba a punto de conseguir sacar la Sombra totalmente de sus hebras. Y no noté nada raro.

—Pero el hecho es que sucedieron muchas cosas alrededor que no presagiaban nada bueno —rebatió Daradoth.

—Otra vez tenemos que pedirte que tengas mucho cuidado con Norafel, Galad —dijo Yuria.

—Así lo hago, lo tengo siempre, pero es lo que os digo, no noté nada raro ni peligroso. Más bien al contrario. Prevalecía fácilmente sobre los hilos de Sombra.

—Recuerda la visión de Ilwenn, con la tierra estremeciéndose bajo Églaras —zanjó Daradoth—. Tenemos que ser cautos. 

—Personalmente —añadió Symeon—, sospecho que ese ente onírico ha llegado aquí por lo que hayas hecho con la Vicisitud, Galad. Razón de más para...

Tuvo que interrumpirse. Los cuatro tuvieron la sensación de ser recorridos por una onda de choque en su interior que les hizo torcer el gesto y soltar un gruñido contenido. Una sensación extraña que, estaban seguros, venía de donde se habían encontrado acampados. Como si alguien hubiera llegado alterando la realidad.

—¿Habéis notado...? —empezó Galad, pero de nuevo tuvo que interrumpirse.

Un grito polifónico de agonía insoportable resonó en sus tímpanos, haciendo que cayeran de rodillas y se llevaran las manos a la cabeza. Nadie más en la compañía pareció escucharlo; Faewald, Taheem, Sharëd y Arakariann acudieron en su ayuda, sorprendidos. Quizá más correcto sería decir entonces que el grito había resonado directamente en sus mentes.

Tras salir de su aturdimiento, aunque todavía doloridos, intercambiaron impresiones.

—¿Creéis que era humano? —preguntó Daradoth.

—No sabría decirlo —contestó Galad—. Pero supongo que notasteis la llegada de... algo... unos segundos antes, ¿verdad?

—Sí. Sin duda ha tenido que ver algo con la realidad —manifestó Symeon.

—¿Mediadores? 

—Muy posiblemente. Yo pondría la mano en el fuego.

 —Debemos continuar, hay que alejarse más. ¡Vamos! ¡Todo el mundo a moverse!

Pusieron de nuevo en marcha la caravana, hasta que llegaron a un lugar rodeado de rocas, varios kilómetros más al norte, donde los bosques ya se habían convertido en una sabana mucho menos tupida. Allí, al filo del amanecer, los recogieron el Empíreo y el Horizonte, donde por fin pudieron descansar.

Así comenzó una nueva travesía que, tres jornadas más tarde, tras sobrevolar parte de los desiertos que componían el Espejo del Mesías, les llevaría por fin Rheynald, donde habían decidido refugiar a la caravana; de este modo, si lo deseaban, podrían unirse al resto de errantes. Y los vestalenses podrían colaborar en la defensa de la fortaleza si así lo tenían a bien; Egwann de Vauwas, el castellano, se encargaría.

Fajjeem ra'Haleer, Maestro del Saber vestalense

Durante el viaje, Daradoth entabló conversación con Fajjeem, el sapiente vestalense. Como era habitual, este se encontraba abstraído, con aire melancólico y triste, introspectivo. Parecía cansado de la vida.

—Quería, si fuera posible, consultaros una cosa.

—Por supuesto, mi señor Daradoth, mi humilde conocimiento está a vuestra disposición. Es lo menos que puedo hacer por haber salvado nuestras vidas.

—No os preocupéis por eso, lo hicimos con gusto. No sé si sabéis algo de historia antigua, pero en la época de las Guerras Taumatúrgicas vivió Ecthërienn, uno de los llamados Brazos de los Avatares. Concretamente el Brazo de Curassil, u Oltar, como también se le conoce. Para salvar Aredia de una infestación de insectos demoníacos, utilizó un poderoso artefacto, el Orbe de Curassil, que emitía Luz pura y puso fin a esos engendros. —Fajjeem afirmó con la cabeza. «Sabe de lo que hablo», pensó Daradoth. «Realmente es un hombre sabio»—. El caso es —continuó Daradoth— que esos engendros de Sombra han vuelto a aparecer. Y, aunque no es la única opción, sí es la más factible: utilizar de nuevo el Orbe. Pero para ello necesitamos al Brazo de Oltar, y el problema es que el alma de Ecthërienn sigue viva en una pequeña redoma. Creemos que no habrá un nuevo Brazo si su alma no muere; no obstante, tenemos una pequeña esperanza: es posible que exista un ritual que pueda restaurar su espíritu en un nuevo cuerpo. ¿Conocéis por ventura algo parecido?

 Fajjeem permaneció pensativo, ausente, unos segundos. Miraba a Daradoth, pero parecía fijar su vista en algo mucho más lejano.

—Sí... creo que leí algo sobre ello en Tinthassir —el sapiente pareció darse cuenta de lo que había dicho con un gesto de sorpresa, y algo parecido al terror asomó a sus ojos por un instante. Había dicho que había leído sobre ello en la capital de Doranna. ¿Cómo podía ser posible?—. No... no quería decir eso... Vestán bendito, perdóname —susurró, haciendo el gesto sagrado vestalense.

—No os preocupéis, Fajjeem.

—Juré por mi alma eterna que no revelaría mi estancia allí, lord Daradoth. Por mi esperanza de renacimiento; acabo de condenarme al olvido. No sé qué ha pasado.

«Y quizá sería mejor que no lo supiera», pensó Daradoth, que intentó tranquilizarlo.

—Tened en cuenta que soy un elfo de Doranna. No creo que vuestro juramento haya sido quebrantado por decirme eso. En cualquier caso, vuestro secreto está a salvo conmigo.

—Permanecí en Tinthassir un par de años leyendo todo lo que pude por motivos que no vienen al caso —Fajjeem parecía sorprenderse cada vez más a medida que las palabras brotaban de sus labios—. Algo leí sobre el tema de la restauración de los espíritus a un nuevo cuerpo. Pero no tendría mucha esperanza, pues recuerdo que era un proceso costoso y que implicaba sacrificios importantes.

—¿Recordáis el nombre del ejemplar?

—Era un manuscrito. No recuerdo el autor. Su título... creo que era algo así como "De los secretos de la vida eterna", o... "De los secretos de las almas eternas". Algo así. Pero no os recomendaría ese camino; todo lo que recuerdo es que me pareció horrible el precio a pagar.

—Está bien, os agradezco vuestra sinceridad. El otro camino que podríamos tomar es acabar con el alma de Ecthërienn y aguardar a que Oltar eligiera a otro ser digno.

—Sería una salida mucho más fácil, pero moralmente horrorosa. 

—De ahí nuestro dilema. 

—Para ser sincero, yo no destruiría un alma a no ser que quedara más remedio; solo cuando se hubiera extinguido la más mínima esperanza —su gesto parecía transmitir una insondable tristeza; ¿era eso una lágrima?.

—Os comprendo. Pero no sabemos cuánto tiempo llevaría que Oltar eligiera a otro campeón. Así que quizá tengamos que hacerlo de todas formas.

Viendo que Fajjeem no se había quedado tranquilo al revelar su secreto, Daradoth decidió agradecer su ayuda siendo sincero.

—Respecto a la revelación de vuestro secreto, Fajjeem, no padezcáis más, pues creo que eso ha escapado a vuestra voluntad. Mis compañeros y yo somos... no sé cómo explicarlo, pero tenemos un... don... que hace que pasen cosas extraordinarias a nuestro alrededor.

Fajjeem permaneció pensativo unos instantes, taladrando con la mirada a Daradoth.

—¿Queréis decir que sois... lo que los antiguos sabios llamaban Nadharas

«¿También conoce ese concepto? Extraordinario».

—Así nos llamaron los hidkas, sí. Bueno, no exactamente, ellos usaron la palabra Shae'Nadharas.

Fajjeem volvió a abrir mucho los ojos por la sorpresa.

—Pero, ¿los cuatro? ¿Yuria, Symeon, Galad y vos? —Daradoth asintió con un gesto, solemne—. Pero... pero... pero eso es extraordinario. Prácticamente imposible. Leí acerca de media docena de Nadharas a lo largo de la historia, pero cuatro Shae'Nadharas a la vez...

—Hemos pasado por mucho. La propia Luz nos colmó cuando estuvimos a punto de sucumbir en la sombra de los santuarios de Essel.

El sapiente  volvió a abrir los ojos, parecía incluso aturdido.

—¿Los santuarios esselios? ¿Luz? Esto... esto es mucho que procesar para alguien como yo...

—Lo comprendo, por eso quería agradeceros vuestra ayuda, y ser sincero con vos. Confío en vuestra discreción.

—Por supuesto —a pesar de su azoramiento, Fajjeem parecía más tranquilo al respecto. Incluso... ¿emocionado?

Un par de horas después, Fajjeem se acercó a Symeon, preguntando por el tema. Y el errante no tuvo más remedio que confirmarlo. El sapiente vestalense lo miró fijamente; casi con reverencia. La diadema élfica, el bastón de Aglannävyr, el aplomo que desprendía, la mirada indómita, el gesto adusto. Finalmente, dijo:

—Por favor, permitidme acompañaros. —Fajjeem parecía mucho más joven. Hacía un par de horas, la última vez que Symeon lo había visto, no era más que un anciano débil, ajado y sin brillo en los ojos. Ahora, estos transmitían fervor, brillaban de anhelo. Se había erguido, y la sonrisa en sus labios iluminaba su rostro—. Deseo ser vuestro cronista. Transmitiré vuestras ordalías a las generaciones venideras con la justicia que merecen. Os lo ruego.

—No os prometo nada, pero lo comentaré con el resto. No obstante, tened en cuenta que nuestro viaje es una lucha contra el destino, cada día. 

—Gracias, Symeon. No me preocupa eso, no tenía esperanzas de superar este año. Ahora, debo empezar a escribir. Gracias.

«Al menos hemos dado un motivo de vivir a Fajjeem», pensó Symeon. «Algo bueno sale de todo esto, por fin». 

Poco después, tras someterlo al escrutinio del resto del grupo. Fajjeem quedó aceptado en la comitiva. La erudicion del vestalense, que incluía el dominio de dieciséis idiomas y un conocimiento profundo del continente (y de muchísimo más, como ya había comprobado Daradoth), podrían ser muy útiles en el futuro. Por supuesto, hicieron jurar a Fajjeem guardar el secreto de su condición de Shae'Nadharas.


Durante el viaje, Aldur y Galad departieron varias veces sobre el episodio acontecido al intentar curar a Valeryan. Discutieron acerca de la facilidad de Galad para separar los hilos de Sombra, y si lo que había pasado era en realidad malo o bueno. Aldur confiaba ciegamente en Emmán y afirmó con vehemencia que su dios no permitiría que pasara nada malo.

—No es que lo permita o no —dijo Galad—. Es que el poder es masivo, y embriagador. Hace que te dejes llevar, y no sé si dejarse llevar es bueno o puede llevarnos al desastre. Es inabarcable.

—Aun así, no creo que llegara a desbordarte, Emmán no lo permitiría.

—Ojalá tengas razón.

—¿Dudas de nuestro señor, Galad? 

—En absoluto.

 

Por fin, llegaron a Rheynald. La situación no parecía haber cambiado mucho en la fortaleza fronteriza. Todo parecía en relativa tranquilidad. Desde el aire pudieron ver que las tierras de cultivo se habían ampliado dramáticamente. La escasez de comercio y la afluencia de gente los debía de haber forzado a tomar aquella decisión. Mientras no llegara ningún ejército enemigo, Rheynald no sufriría escasez. Afortunadamente, pues traían con ellos un centenar de personas más.

Fueron recibidos con gran alegría por Egwann de Vauwas, el castellano, Siegard Brinn, el maestro de armas, el senescal Elydann, y lady Edyth, la madre de Valeryan, que se deshizo en llanto y agradecimientos cuando vio el cuerpo de su hijo volver a casa. En coma, pero vivo; eso dejaba lugar a la esperanza. Lady Edyth dio las órdenes necesarias para instalarlo en sus antiguas habitaciones. Symeon y Faewald saludaron con efusividad a sus hermanos juramentados Yaronn, Wylledd y Roddren el juglar. Aldur presentó a Galad al mozo de cuadras Aldric, al que también llamaban "podrido" por sus feos dientes, y el paladín enseguida pudo ver el potencial del muchacho; tras una breve conversación, Aldric accedió a acompañarlos y servir como novicio en sus filas. 

Tras saludar a todo el mundo y hacerse eco de la situación en Esthalia, se aseguraron de que tanto errantes como vestalenses eran bienvenidos, e iniciaron el traslado desde los dirigibles a la parte del complejo que ya se había habilitado para los errantes anteriores y los inmaculados. Aravros, flanqueado por Mirabel y Nínive, volvió a agradecerles profundamente la ayuda que les habían prestado.

—Espero que la próxima vez que nos veamos —deseó Symeon—, hayáis encontrado el Camino de Vuelta.

—Creo que tú eres el más adecuado para encontrarlo, Symeon —contestó Nínive, abrazándolo—. Sin duda lo eres. Cuídate, y espero que te unas a nosotros pronto.

—Ojalá vuestras palabras sean escuchadas. 

—Por lo que a mí respecta —añadió Aravros—, en mi corazón ya has sido perdonado. Creo que hablo por todos cuando digo que la próxima vez que nos veamos, serás bienvenido a la caravana.

—Os lo agradezco, pero ese perdón lo tengo que encontrar yo mismo.

—Cuando haya llegado ese momento, vuelve con nosotros, hijo mío.

A continuación, el grupo se dirigió a ver la progresión de las obras en el mausoleo ancestral que habían descubierto bajo la iglesia de la fortaleza. Por desgracia, las obras habían tenido que ralentizarse debido a la situación de emergencia en el país, y no habían avanzado mucho desde la última vez. Yuria saludó cálidamente a Toldric, que ya había dejado de ser el apestado que había sido una vez, aunque todavía gustaba de vivir en los niveles inferiores. Los cuatro bajaron junto con Aldur y Fajjeem, que cada vez parecía más rejuvenecido. Ahora eran los cuatro los que sentían la comezón en la espalda que Daradoth había sentido tantos meses atrás al acercarse por primera vez a Rheynald.

El enorme sarcófago que parecía hecho de una pieza seguía allí, tan imponente como siempre, con la gigantesca efigie despejada de rocas hasta la cintura. Los masones habían hecho una gran labor apuntalando el lugar, pues los niveles de calabozos y la iglesia sobre ellos habían corrido gran riesgo de derrumbe. Respecto a la vez anterior, Yuria reconoció todavía más símbolos presentes en el libro que trataba de descifrar. Concretamente, uno de los símbolos que se repetía una y otra vez, era el de una pirámide con ángulos algo extraños.

Fajjeem miraba sobrecogido a su alrededor.

—Esto... esto es impresionante —acertó a decir, balbuceante y extasiado—. Esto es claramente anterior a la Era Imperial. Diría que incluso anterior a la Era Legendaria. Y esas inscripciones... eso es... claramente... alfabeto titánico. Anterior a todo lo conocido. Dios mío.

—Tengo copiados muchos de estos símbolos —dijo Yuria—. ¿Sabéis que pueden querer decir? 

—Creo que leí en cierta ocasión —Fajjeem miró de soslayo a Daradoth— acerca de unas grandes estructuras que los titanes construyeron. Pero no pude averiguar más. La información estaba —dudó unos momentos— perdida. Esas estructuras, según creo, tenían forma de pirámide, pero esta estancia no parece que tenga esa forma. De hecho, es evidente que es una tumba.

Al oír esas palabras del erudito, algo en la mente de Daradoth quiso recordar algo de su juventud, pero no pudo. «Maldición, ¿por qué no fui más aplicado con mis maestros?».

—¿Queréis decir que dentro del sarcófago se encuentra el cuerpo de un titán? —inquirió.

—Pues... probablemente, sí. O el esqueleto. O las cenizas —los ojos de Fajjeem brillaban de entusiasmo.

—Pero, ¿cómo puede ser una tumba, si está hecha de una sola pieza?

—En eso no puedo ayudaros demasiado. ¿Magia? ¿Quizá se construyó sobre el cuerpo?

Antes de abandonar el lugar, intentaron hacer uso de sus habilidades de percepción de la Vicisitud para detectar la realidad subyacente allí, pero no tuvieron éxito.

Cuando ya se marchaban, Toldric llamó la atención de Yuria.

—Unas palabras en privado, mi señora.

—Claro, Toldric.

—¿Os encontrasteis ya con esa mujer de la que os advertí? 

—Sí, la encontré. Y tu aviso me salvó la vida. Muchas gracias.

—Me alegra profundamente escuchar eso —sonrió, rara vez sonreía—. Pero no dejo de soñar cosas. Y necesito advertiros sobre algo más.

—Por supuesto, adelante.

—Debéis tener mucho cuidado con una espada y una cruz. No sé por qué exactamente, pero transmiten muchísimo peligro. Una espada luminosa, cegadora, extremadamente poderosa, y una cruz. No sé muy bien su relación, pero es todo lo que sé. 

—Gracias por la advertencia, Toldric. Tendré mucho cuidado.

 


miércoles, 7 de mayo de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 6

Viejos Conocidos

Trazaron círculos cada vez más amplios con el Empíreo en busca de la caravana. Taheem observaba con ansia, anhelante, tratando de encontrarla a toda costa. 

—Lo más seguro es que se desplazaran hacia el río, buscando la cobertura de los bosques —dijo Yuria—. Lo intentaremos hacia el sureste, Taheem.

—Muy bien, confío en ti más que en nadie —contestó, sincero, el vestalense.

—Aun así, si pudiéramos obtener ayuda por medios menos... convencionales —Yuria miró a Galad y a Symeon—,  no nos vendría nada mal.

Galad pensó durante unos segundos, y por fin, dijo:

—Creo que podré contar con Norafel en esto.

—Adelante entonces, no podemos perder esta oportunidad; seguramente no volveremos nunca por aquí.

El paladín desenfundó a Eglaras con un siseo y el habitual sonido suave de fanfarrias celestiales. Como también era habitual, las luces a su alrededor parecieron intensificarse, y las sombras atenuarse. Traslúcidas alas de luz aparecieron en la espalda de Galad, que al instante sintió como un torrente imparable la presencia del arcángel. Pidió mentalmente su ayuda para canalizar el poder de Emmán y permitirle encontrar a Sharëd y los demás. «Podemos hacerlo de otra manera. Mira», le transmitió Norafel. Y así lo hizo Galad, observando a su alrededor. Un entramado vibrante lo rodeaba, con una infinidad de partículas compuestas por una mezcla de luz, sonido y esencias que habrían hecho trizas a una mente normal sin la ayuda de un ser divino. Vio cómo de Taheem se desprendían varias hebras en una frecuencia determinada, que no supo entender del todo, pero que reconoció que podrían llevarlo a su objetivo. Pero había Sombra en ellas. Tiró de varias, que se rompieron y se reanudaron, pero la Sombra se desprendió de ellas. Otras hebras se rasgaron en cascada, y luego otras. «Tengo que acabar con ella. No hay sitio para Sombra aquí».

El resto del grupo se sobresaltó cuando Ilwenn, la elfa dotada de visiones, cayó redonda al suelo y a su alrededor, dos de las jarcias que unían el casco al globo se empezaron a deshilachar de forma extraña y espectacular.

—Maldición Galad, contrólalo —increpó Yuria.

—¡Detenlo! —exclamó también Daradoth.

—Tranquilos, está todo bien —la voz con varias frecuencias tonales de Galad les hizo sentir un escalofrío. 

Yuria notaba algo extraño a su alrededor. Tardó breves instantes en darse cuenta de qué era. «Maldita sea, mira esas montañas, estamos por lo menos un kilómetro más bajos de lo que estábamos hace un segundo». Apretó el puño alrededor de su talismán, arrancándolo y empezando a moverse hacia Galad.

El resto no tardó mucho más en darse cuenta de la pérdida de altura, y como Yuria, comenzaron a acercarse al paladín. Este, sobreponiéndose al flujo de poder que lo embriagaba, consiguió imponer un pensamiento: «No es el momento de hacer esto. Basta». Se concentró. «Mi señor Emmán, concédeme tu gracia». Una presencia tomó forma en su conciencia; esperó unos instantes para asegurarse de recordarla, y con un esfuerzo visible, envainó la espada, devolviendo los alrededores a la normalidad y acallando los coros divinos. Yuria se encontraba ya a pocos centímetros de él.

—Lo tengo, Taheem. Tengo a Sharëd. Está a unos cuarenta kilómetros en aquella dirección —dijo Galad, señalando hacia el este, hacia los bosques fluviales.

—Fantástico. Gracias, gracias Galad.

—Dáselas a Emmán.

Yuria, ya más calmada, dio las órdenes pertinentes y el Empíreo voló con rumbo firme en la dirección que les había indicado su amigo.

Mientras tanto, Daradoth se acercó a Ilwenn, junto con Ethëilë y Arëlieth. La elfa recuperó la consciencia en pocos segundos.

—¿Estáis bien, Ilwenn? —inquirió.

—Sí... sí, creo que sí —parecía confundida; miró a su alrededor, posando su vista sucesivamente en todos cuanto la rodeaban, y con un gesto mezcla de preocupación y de sonrisa, añadió en voz baja, mirando a Daradoth y a la reina—: No... no veo... nada.

«Ha perdido su don de videncia», pensó el elfo. «¿Qué has hecho, Galad? ¿O debería decir Norafel?».

—Será mejor que os retiréis a descansar, os acompañaré —Daradoth la ayudó a levantarse y a caminar hacia su camarote. Arëlieth y Ethëilë los acompañaron. También Arakariann.

En el interior, Ilwenn pudo hablar con libertad. Una medida más psicológica que otra cosa, pues nadie a bordo, excepto Yuria, podría entenderlos hablando en cántico.

—Ya no tengo ninguna visión, Arëlieth. Nada. Me siento... liberada.

—Me alegro por vos, Ilwenn —dijo Daradoth. Aunque también es un inconveniente. 

—¿Creéis que Galad ha tenido que ver algo en esto? —preguntó Ethëilë.

—No estoy seguro, pero es lo único que tiene sentido. También está el asunto del cambio de altitud repentina.

—No puedo dejar de recordar —dijo Ilwenn— la visión que tengo... que tenía... sobre Galad y esa espada.

—Sí, os aseguro que estamos alerta. Descansad ahora.

En cubierta, Yuria comentó la pérdida de altura repentina  y el extraño deshilado de las cuerdas con Galad y Symeon. El paladín no les pudo dar ninguna explicación, más allá de que era posible que hubiera tocado algunas hebras de la Vicisitud.

Alrededor de media hora después, Arakariann se acercó a Daradoth, que observaba apoyado en la regala de proa. Hablaba en Anridan.

—Mi señor, ¿qué estamos haciendo exactamente viajando por esta zona? —preguntó.

—Tratamos de encontrar a unos viejos amigos, entre ellos el hermano de Taheem.

—Ya veo. No entendía bien lo que estaba pasando, debido al idioma.

—Lo entiendo.

—Sabéis que soy muy discreto, y pocas veces transmito mis preocupaciones. Pero me preocupa esa espada que esgrime Galad. Y creo que Garakh y Avriênne opinan lo mismo.

—¿Qué has notado, Arakariann?

—No sé, cada vez que la empuña parece henchido de poder, demasiado para que un mortal pueda controlarlo.

—Pero Eraitan también esgrimía un poder parecido.

—Ni por asomo tanto como Galad. ¿No lo notáis cuando lo embarga? Es... sobrecogedor.

«Claro, Arakariann también utiliza el poder de los avatares, por eso lo nota», pensó Daradoth.

—Te entiendo, Arakariann, la verdad es que yo no tengo tu percepción para eso. Y para tu tranquilidad, te diré que todos tenemos un ojo puesto muy fijamente en Galad, por si acaso.

—La verdad es que sí me tranquiliza. Creo que hemos de tener cuidado con esa espada.

—Lo tendremos. No te preocupes.

—Respecto a todo lo demás... quiero que sepáis que tenéis mi apoyo absoluto. Si viajáis a Doranna a reclamar lo que os corresponde por derecho —Daradoth estuvo a punto de enarcar una ceja y abrir mucho los ojos, pero se contuvo—, os acompañaré en todo. Y creo que deberíais hacerlo, seríais el mejor de los reyes.

—Te lo agradezco. —Daradoth pensó durante unos instantes—: ¿Crees que el Vigía me apoyaría?

—¿Si se pondría de parte de un campeón de la mismísima Luz? Por supuesto.

«Veremos qué pasa realmente cuando llegue el momento».

Tras una hora de navegación,  Symeon por fin señaló algo y llamó la atención de los demás. En un pequeño claro, bien a resguardo de miradas a nivel de suelo, se podían ver un par de carromatos. Cuando Daradoth y los demás se fijaron, pudieron ver varios carromatos más escondidos alrededor.

—Ahí están, por fin —Symeon sonrió a Taheem, que tenía los ojos húmedos. 

—Espero que estén todos bien —deseó el vestalense.

Los carromatos estaban claramente decolorados para camuflarse mejor. Descendieron a una cota más baja, y ya pudieron ver los signos del campamento; un arroyo corría en la cercanía, y la caza debía de ser abundante. 

Mientras descendían, Daradoth notó algo.

—Mirad allí —dijo—. ¿Veis aquello? 

A duras penas, y con la ayuda de la lente ercestre, el grupo pudo ver lo que los ojos de elfo de Daradoth avistaban: dos corvax cruzaban a varios kilómetros de distancia, al otro lado del gran río, de sur a norte. Afortunadamente, no parecieron apercibirse de su presencia, y continuaron su camino velozmente, sin ningún signo de que los hubieran visto. Todos respiraron aliviados, y continuaron el descenso.

—Nos alejaremos un par de kilómetros del campamento, de esa manera no los asustaremos ni los delataremos —dijo Yuria—. El Horizonte se quedará a la máxima altura posible, como hasta ahora.

Tras descender a tierra, el grupo se dirigió hacia el campamento errante, sin ningún problema gracias a las habilidades de Arakariann. En poco más de quince minutos llegaban a las inmediaciones del claro, y sin poder resistirlo más, Taheem exclamó:

—¡Sharëd! ¡Soy Taheem! ¡Dakhad! ¡Erahen! ¡Sharëd! ¿Estáis ahí?

Pocos segundos después, alguien gritaba de vuelta en vestalense con fuerte acento minorio:

—¡Taheem! ¿Eres tú? 

Tres muchachos aparecieron, que Symeon recordó. Tres buscadores. Pero ya no iban vestidos como tales, y empuñaban hachas. «No puedo culparles», pensó Symeon, apesadumbrado. Los muchachos estallaron de alegría al reconocer a Taheem y a Symeon, y corrieron hacia ellos, con lágrimas asomando a sus ojos. Los abrazaron.

—¡Creíamos que ya no volveríais nunca! ¡Gracias al Camino!

Una voz grave se oyó de repente:

—¿Taheem? ¡Taheem, hermano!

Era Sharëd, algo cambiado y con un par de cicatrices más, pero era él. Con una amplia sonrisa, se acercó y se fundió en un abrazo con su hermano.

—Gracias a Vestán que nos habéis encontrado. Vamos, vamos, el resto se alegrarán de veros.

Mientras caminaban hacia el interior del campamento, Sharëd los puso en antecedentes:

—Como supongo que habréis visto, nos fue imposible permanecer en el sitio donde nos separamos. La situación en el imperio parece ser caótica, y las caravanas de suministros empezaron a escasear. Pero, decidme, ¿cómo nos habéis encontrado? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?

—Te parecerá increíble hermano —le dijo Taheem—. Pero disponemos de un ingenio volador diseñado por Yuria que nos lleva rápida y discretamente a todas partes.

La gente ya se había apercibido de su llegada, y los saludaba. Los muchachos que se habían encontrado con ellos al principio iban informando al resto. Symeon preguntó a Sharëd:

—¿Valeryan todavía está vivo?

—¿Eh? Sí, sí, está vivo, por supuesto. Debe de estar en el carromato con el hermano Aldur.

Al oír ese nombre, Symeon abrió mucho los ojos y sintió un escalofrío. Miró a Yuria y a Daradoth, que fruncieron sus ceños, extrañados.

—¿El hermano Aldur está aquí?

—Sí, es un paladín de Emmán (de un tamaño desmesurado, por cierto), que llegó a la caravana hace un par de meses. ¿Lo conocéis? 

—Por supuesto, vino con Valeryan y conmigo desde Esthalia. La última vez que lo vi fue durante una "tormenta negra", como las llamaba Fajjeem. Por favor, llévanos hasta él.

Posponiendo el resto de encuentros, caminaron tras Sharëd, que los condujo a uno de los muchos carromatos desgastados que componían el campamento.

En el interior del carruaje, en un jergón, se encontraba Valeryan tumbado, todavía en estado comatoso. A su lado, arrodillado y rezando con las manos entrelazadas, la enorme figura de Aldur Astherion, susurrando sus oraciones.  Iba vestido con una simple túnica blanca, sin ningún adorno; se giró al oír que abrían la puerta. Su rostro transmitía beatitud y calma; una ligera expresión de sorpresa acudió a él.

—Amigos míos, cómo me alegra veros de nuevo —su voz, su actitud en general, era de una calma plena.

«Ha cambiado», pensó Symeon. «Ha perdido pelo, y la mayoría del que queda es gris, además de la barba. Pero el cambio va más allá; no sé en qué exactamente, pero ha cambiado». Entró al carromato, para ver a su amigo Valeryan. Estaba más delgado y desmejorado, pero allí estaba. «Te he echado de menos, amigo».

—Os noto muy cambiados —apuntó Aldur.

—Tú también lo estás, Aldur —contestó Faewald, que siguió a Symeon al interior. 

—Pero mucho peor que vosotros, estoy seguro —sonrió—. Supongo que querréis presentar vuestros respetos a Valeryan. Intentamos que mejore, pero de momento no lo conseguimos. Por suerte, gracias a nuestro señor Emmán, sigue con vida.

Aldur salió al exterior, donde se reunió con Galad, Daradoth y Yuria. Reconoció a su hermano paladín de los tiempos de la torre Emmolnir, y lo saludó con calidez. También lo observó con interés durante unos segundos, y sonrió.

Tras la presentación y los saludos, Galad entró al carromato para ver si podía ayudar a Valeryan.  Mientras lo observaba, Sharëd habló:

—Las tormentas de sombra continuaron durante unas semanas después de marcharos, pero llegó un momento en que desaparecieron. Creemos que su desaparición coincidió con la muerte del supuesto Ra'Akarah. Aunque no sabemos cuánta verdad hay en los rumores.

—Puedo decirte que fuimos nosotros los que provocamos su caída, así que sí, hay mucha verdad en ellos —dijo Taheem, provocando la sorpresa de Sharëd y todos los integrantes del campamento presentes. Ya habían llegado varios de los errantes. 

Galad salió del carromato, sin haber podido hacer mucho por el noble esthalio.

—Aldur, ¿has intentado ayudarle? ¿Sabes qué mal puede aquejarlo?

—Sí, claro que sí, lo he intentado, pero no sé qué lo aflige. Solo he podido mantenerlo con vida con la ayuda de nuestro señor. —Paseó la mirada por Galad—. Y veo que Emmán te ha escogido como su Brazo. Enhorabuena, es un honor estar en tu presencia. 

Galad dudó durante unos segundos. A él le había costado no poco reconocer a Églaras por lo que era, pero Aldur parecía haberla reconocido prácticamente al instante. «¿O quizá es que ve algo más allá de la esapada? Mejor será descartar tales pensamientos».

Acto seguido, sin poder postergarlo más, se reunieron con el resto de la caravana, con Fajjeem, que se alegró sobremanera de ver a Symeon convertido en un Sapiente de pleno derecho, y con el anciano Aravros (cuyos vendajes habían sido sustituidos por cicatrices y que no se alegró menos de ver a Symeon), Mirabel, Nínive, Lauvos, y los demás miembros del consejo errante. Intercambiaron rápidamente saludos y experiencias, y pronto se encontraron reunidos en el claro central compartiendo un cuenco de carne de venado con algo parecido a patatas.

—Sois menos de los que dejamos hace casi un año —notó Symeon.

—Así es —contestó Nínive—. Pasamos una época terrible tras la muerte de ese profeta. Oleadas de refugiados, soldados y bandidos hicieron imposible sostener aquella posición. Gauthos y los otros muchachos empuñaron armas contra ellos, para nuestro gran pesar —la voz de Nínive pareció fallar.  

—Y como veis, quedamos apenas unos ochenta —continuó Fajjeem, con voz cansada—. Dakhad y los demás hicieron todo lo que pudieron para proteger a todo el mundo, pero finalmente tuvimos que escondernos aquí. Perdimos a muchos, entre ellos varios muchachos —se oyeron algunos llantos—.  Tardasteis tanto que no creíamos que nos fuerais a encontrar, pero aquí estáis, gracias a Vest... —se interrumpió.

—No os preocupéis, Fajjeem, no os avergoncéis de vuestra fe —dijo Symeon—. Sabemos que no todos los vestalenses son iguales, y aquí no tenéis enemigos.

—Por supuesto que no —secundó Aravros.

El erudito asintió con la cabeza, agradecido.

Una vez terminada la comida, Symeon se dirigió a Aldur:

—Todavía no he agradecido tu intervención para salvar mi vida. ¿Cómo lo hiciste, Aldur? ¿Cómo entraste al mundo onírico?

—Sinceramente —contestó Aldur tras pensarlo unos segundos— no lo sé, Symeon. Rogué a Emmán para que me diera el poder necesario y lo noté quemarme por dentro. No sé qué pasó, pero ese ente me hizo algo que me provocó un frío y un miedo atroz, y que no sé cómo, Emmán se manifestó en mí y me liberó. Después del frío y el miedo vino el fuego, un ardor que pareció arrancarme las entrañas. Después, desperté en el desierto, y tras caminar no sé cuánto tiempo, a punto de desplomarme, encontré la caravana. Loado sea Emmán.

 »Pero sí que recuerdo algo —continúo Aldur—. Mientras esa luz me quemaba, solo podía escuchar una cosa: "ayúdale, ayúdale, ayúdale", parecía repetir.

—¿Y piensas que se refería a Valeryan?

—Pensaba que sí, pero he cambiado de parecer cuando he visto a Galad esta tarde. Creo que en realidad se refería a él. No preguntéis cómo lo sé, pero lo siento así. 

Unos momentos después, Yuria anunció:

—Después del placer de esta comida y de vuestra compañía, os traigo por fin buenas noticias; como algunos de vosotros ya sabréis, os hemos podido encontrar gracias a dos ingenios voladores de mi invención. Uno de ellos es lo suficientemente grande para transportaros a todos fuera del Imperio y de estos desiertos. Así que os pido que preparéis rápidamente vuestro equipaje para que podamos ponernos en marcha al amanecer.

Varios vítores se alzaron en las gargantas de los presentes.

—Hablo por todos cuando os digo "muchas gracias" —dijo Mirabel con lágrimas en los ojos—. Sois como ángeles en medio de la oscuridad. Muchas gracias a todos. ¡Gracias al Camino!

—¡Gracias al Camino! —corearon muchos de los errantes, no todos. Algunos lloraban.

—¡Hurra! ¡Hurra! —gritaron los vestalenses.

—Por desgracia, algunos de los nuestros se han perdido por el Camino y han renunciado a encontrar el retorno —se lamentó Daevros—. Han quitado vidas, y eso va en contra de todo lo que creemos.

Symeon se levantó. Con su banda élfica de luz y el bastón de madera de Aglannävyr, había dejado de ser un simple buscador hacía mucho tiempo. Todos lo miraron con respeto y un punto de admiración. Galad y los demás pudieron sentir el tirón sobrenatural que a veces se acentuaba a su alrededor.

—Quiero dejar claro que no dudo de nuestras creencias, ni de la búsqueda del camino de retorno. Pero he visto cosas que últimamente me han cambiado, como han cambiado a muchos de nuestros muchachos. —Los jóvenes errantes portadores de hachas lo miraban extasiados—.  Quizá haya más de una forma de encontrar el camino de vuelta, o quizá haya más de un camino, puede haber otro que sea diferente. —La diadema refulgía, y el bastón se movía, vivo—. Aquellos que no puedan ya encontrar el camino de vuelta, podrán acompañarme si lo desean. —Se giró hacia el consejo, y añadió—: Si se lo permitís, por supuesto.

—Por supuesto que se lo permitiremos, por supuesto —contestó Lauvos. Todos miraban a Symeon fijamente, con un respeto reverencial. 

Una docena de muchachos y muchachas errantes alzaron sus hachas. Uno de ellos exclamó:

—¡Mi nombre es Stanos, mi señor Symeon, y aquí y ahora os juro fidelidad eterna!

Symeon se giró, confundido.

—No me refería a...

—¡Mi nombre es Zareon, mi señor, y también os la juro! —lo interrumpió otro.

—¡Mi nombre es Syrina, mi señor, y tenéis la mía también!

Uno a uno, los errantes dijeron su nombre, sin más interrupciones. El tirón metafísico era evidente a ojos del grupo.

Pasado el episodio, y ya entrada la noche, Galad se dirigió junto con Aldur y Symeon al carromato de Valeryan para ver si con el poder de Églaras podía hacer algo para mejorar su estado. Una vez ante el jergón, Galad puso su mano sobre el puño de la espada, e invocó el poder del arcángel. Como siempre, un torrente de presencia y poder lo embargó, torrente que él intentó contener para usar una mínima fracción. Pero entonces, su visión cambió. Volvió a ver el entramado de hebras compuestas de vibración y sonido que ya había experimentado en el Empíreo. Entre la inmensidad de su propia explosión de hebras de Vicisitud  y de Symeon pudo ver las de Aldur, y también las de Valeryan. Las de este último tenían una vibración... un sonido... vibranido... extraños. Le costó unos momentos entender lo que pasaba. Los filamentos del ser de Valeryan estaban imbricados —a falta de una palabra mejor— con finísimos hilos de Sombra, apenas perceptibles, pero que parecían estrangular los filamentos de existencia. «Podemos curarlo». ¿Eran esos pensamientos de Norafel, o suyos propios? No estaba seguro. Pero empezó a proyectar su voluntad sobre las hebras y a arrancar las más finas y oscuras de las principales. 

Symeon observaba a Galad, preocupado. Hacía al menos quince minutos que miraba a Valeryan fijamente, y apenas se movía o hacía un gesto. Aldur esperaba, rezando silenciosamente. De pronto, la luz iluminó la estancia a través de los ventanucos. En el exterior se había hecho de día. Instantes más tarde, volvió a caer la noche. Y en un parpadeo, el carromato desapareció. Desde el exterior, Yuria vio cómo Galad, Symeon, Aldur y Valeryan parecían flotar en el aire, mientras algo tiraba de ella hacia el paladín.

Aldur parecía tranquilo, no se había sorprendido en absoluto. Miró a Symeon, calmado.

—Lo conseguirá —dijo con una leve sonrisa. 

«Puede, pero a mí me preocupan otras cosas», pensó el errante. Como respondiendo a sus pensamientos, muchísimos árboles a su alrededor desaparecieron, y el claro se hizo muchísimo más grande.

Galad estaba sorprendido de lo sencillo que era separar la sombra de los filamentos de existencia, saltaba de uno a otro a la velocidad del pensamiento, deshilvanando las infinitesimales hebras. Deshilvanaba y cortaba. Deshilvanaba y cortaba. A veces cortaba de más, pero no importaba.

El suelo  empezó a temblar bajo los pies de Yuria y Faewald, y el viento empezó a soplar con fuerza, pero solo en ciertos puntos. Yuria corrió hacia el grupo, y Symeon tocó a Galad en el hombro, instándolo a parar.

—No, dejadlo, lo conseguirá —increpó Aldur, poniendo su mano sobre el brazo de Symeon—. Sé que lo conseguirá.

Yuria llegó como un rayo. Empuñó su talismán y tocó la espalda de Galad, que cayó inconsciente al instante. Dejaron de levitar, posándose pesadamente en el suelo, y Symeon y Aldur consiguieron sujetar al paladín inerte.

—No deberías haberlo hecho —Aldur reprendió a Yuria—; iba a curar a Valeryan, lo habría conseguido. 

—Pero, ¿a qué precio? —respondió ella—. Quizá no hubiéramos podido pagarlo. Tiene que controlar ese poder antes de poder ayudar a nadie.

—Emmán no habría dejado que sucediera nada malo, estoy seguro.

—Bueno, preferí asegurarme. Llevémoslo a descansar.