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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 16

Batallas en Undahl (III)

—Otro problema —dijo Ilaith en la reunión de urgencia que siguió— es que entre los prisioneros que han tomado se encuentra el príncipe Deoran Ethnos y algunos miembros de su corte. Si no queremos provocar un levantamiento en Ladris, deberíamos hacer todo lo posible por rescatarlos.

—Perdonadme, mi señora —la atajó Yuria—, pero esa cuestión la veo fuera de toda consideración por el momento. Si llega el momento en que tenemos que amainar las corrientes políticas en Ladris nos encargaremos, pero el problema militar es lo que en estos momentos debe requerir toda nuestra atención.

Ilaith permaneció pensativa durante unos momentos. «¿Habrá llegado Yuria al límite de su paciencia al fin?», pensó Symeon.

—Sí, tenéis razón, Yuria —reconoció Ilaith, afirmando con la cabeza—. Como siempre. 

«Nunca dejará de sorprenderme esto».

Se entabló a continuación una conversación acerca del curso a seguir, donde varios se preguntaron las razones de que las tropas se hubieran retirado a la costa en lugar de tomar la capital. Yuria dio varias posibles causas: fallos en la coordinación, retrasos de la flota, o quizá, tras el fracaso en capturar o asesinar a Ilaith, intentar asestar un golpe estratégico en Eskatha u otra capital.

—En cualquier caso, no podemos arriesgarnos a que embarquen y nos ataquen en otro punto. Dad orden a las tropas de ponerse en marcha inmediatamente —ordenó Yuria—. Los enfrentaremos en el valle.

—Sí, tenemos que aprovechar que los elfos peregrinos han tomado su propio camino y se han separado de ellos —coincidió Galad.

Tras un descanso de cinco horas para evitar entablar combate por la noche, las tropas se pusieron en marcha, coordinando el paso para llegar a la boca del valle con la luz del amanecer.

A la luz de las antorchas, las legiones avanzaron por ambas orillas del río a través de un terreno benigno y abierto que no les ocasionó mayores problemas en su rápida marcha. Los dirigibles fueron desplegados varios kilómetros en retaguardia, alerta ante posibles incursiones enemigas que hicieran uso de portales. Ilaith cabalgaba enfundada en una trabajada armadura lacada de negro al lado de Yuria y el resto.

La placidez de la marcha se vio interrumpida poco antes del amanecer. Después de haber pasado de largo varias aldeas y puertos de pescadores, por fin el terreno empezó a abrirse hacia el mar. Pero la visibilidad no mejoró. Lejos de eso, empeoró. El sol se intuía levantándose sobre el horizonte oriental, pero todo se veía empañado por una niebla de color oscuro.

Y la niebla se hacía cada vez más densa. El vello de la nuca de Daradoth se erizaba, y en su espalda notaba los escalofríos familiares por la presencia de Sombra.

—Esto da al traste con nuestros planes  —se lamentó Yuria.

—Malditos sean esos engendros —maldijo Daradoth.

Detuvieron el avance para reevaluar la situación. 

—Ahora somos vulnerables a cualquier ataque. Rythen, Gerias, dad órdenes para formar en posición de defensa heptante, como os enseñé hace unos días.

«¿Qué demonios será la "defensa heptante"?», pensó Galad. «Realmente Yuria ha ganado ascendiente más allá de toda oposición. El mariscal y el general acatan sus órdenes sin rechistar. Increíble».

Symeon planteó la posibilidad de que él mismo y Daradoth se infiltraran para encargarse de quien quiera que estuviera extendiendo aquella bruma sobrenatural, pero la idea era demasiado arriesgada.

—Deberíamos retroceder —sugirió Daradoth.

—¿No creéis que lo han hecho para retrasarnos y marcharse en los barcos? —preguntó Symeon.

—Es posible, pero no deberíamos arriesgarnos —contestó Galad—. Nos han estado observando con esos malditos cuervos, y creo que saben exactamente dónde estamos y cuántos somos.

—Además, si pudierais atacar al enemigo sin que os vieran, ¿no lo haríais? —inquirió Yuria, haciendo el silencio. 

—Tal como lo veo —continuó Galad al cabo de unos momentos—, si no queremos retirarnos, nuestra única posibilidad es desplegar a los paladines en vanguardia y pedir ayuda a Emmán para que nos permita detectar a los engendros; ya sabéis que es uno de los dones de los que disponemos. Y, una vez que los detectemos —bajó la voz instintivamente—, podemos usar nuestras habilidades como Shae'Naradhras para deshacer esta maldita niebla.

—Me parece muy buena idea —dijo Yuria—. Es evidente que ellos esperarán que nos demos la vuelta y nos retiremos, y apostaría a que ya se están moviendo para atacarnos desde el norte, lo que sería nuestra retaguardia. Si hacemos lo que sugiere Galad, tendremos el factor sorpresa de nuestro lado. Siempre que podamos deshacer la bruma, por supuesto. 

Todos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo el plan. Se aprestaron los paladines a varios cientos de metros en el frente, y el grupo se preparó en un pequeño promontorio del terreno, listos para concentrarse e intuir las hebras de la realidad. 

Más o menos a las nueve de la mañana, un grupo de paladines dio la voz de alarma. Los enemigos venían desde el norte, como había supuesto Yuria. Las tropas se aprestaron para el combate, prevenidos sus comandantes de los planes de contraataque.

El grupo se concentró en lo alto de la elevación, protegidos por Taheem, Faewald y la guardia de élite de Ilaith.  Y esta vez fue Yuria la que expandió su consciencia lo suficiente.

—¿Lo notáis? —dijo—. Miles... millones... no sé, más, hilos de Sombra invadiéndolo todo. 

—Yo los siento —dijo Daradoth—, pero no consigo  alcanzarlos para cortarlos. ¿Tú sí?

—Sí... creo que sí. Voy a cortarlos.

—Adelante. Es nuestra única posibilidad.

Yuria manipuló las hebras y alteró las innumerables vibraciones que las rodeaba, cortando una cantidad enorme de hilos y provocando lo que percibió como una reacción en cadena.

La niebla desapareció, y el sol brilló por fin, apenas se veían nubes en el cielo. El contingente de ogros y elfos oscuros se detuvo a varios centenares de metros de distancia, confundido. Miles de engendros de la Sombra era más de lo que podía manejar la voluntad de Daradoth, cuya visión se tornó roja casi al instante de verlos; empuñó a Sannarialáth, que brilló como plata líquida, y se lanzó al combate.

—¡Ahora! ¡Al ataque! —bramaron los generales, que habían estado esperando ese momento.

Galad corrió a ponerse al frente de los paladines, seguido por Symeon, y con una silenciosa plegaria empuñó a Églaras, mientras sus hermanos se enlazaban. Al punto sintió la presencia divina de Norafel, pero esta vez el arcángel no lo avasalló ni pareció regir sus actos. Galad, en cambio, notó como si alguien lo agarrara abrazándolo del pecho y lo llevara, a la velocidad del pensamiento, hacia arriba.

La calma era total, y la quietud blanquecina inducía al autoconocimiento absoluto. A su lado, una presencia imponente, celestial, primigenia, que emanaba un aura gloriosa de virtud que lo llenó de bienestar y calor reconfortante.

Emmán.

No pudo ver su rostro. Una luz divina y cegadora emanaba de los pliegues de la capucha de su túnica etérea. A su lado, otras dos figuras ataviadas de forma parecida, con los rostros también invisibles por luz de distintos tonos. Tras estas tres, otros tres seres célicos de mayor tamaño, con alas de luz pura y presencia avasalladora. Arcángeles.

Galad se encontraba sobrepasado por la situación, pero muy feliz. No podía apartar la vista del rostro de su Dios, incluso cuando le quemaba y le cegaba. Para su regocijo, Él le habló, con una voz polifónica,  atronadora pero tranquila, severa pero amable:

—Debes comprender, hijo mío, que solo hay una opción. No hay ninguna otra solución. Sé que tu mente mortal no es capaz de abarcar eones de tiempo insondable y universos de espacio inabarcable, pero ten por seguro que es lo único que podemos hacer. Quiero que veas la necesidad, y quiero que llegado el momento lo hagas sin dudar. Pues yo soy la virtud y la gloria, y hablo con verdad. Y de otra manera, todo se destruirá y no habrá posibilidad de sanarlo. Ahora ve y haz lo que tengas que hacer.

Algo tiró de Galad hacia abajo esta vez. Al volver en sí, solo había pasado un instante, un segundo. Los paladines cantaban cánticos en honor de Emmán, y ya lanzaban su poder hacia los enemigos. La fuerza de Norafel se unía a él y lo henchía de poder. Se lanzó al combate.

Yuria, saliendo del estupor que le había provocado cortar los hilos de Sombra, se encontró  con la batalla dispuesta. Su ojo experto evaluó la situación a su alrededor, y sonrió. «Tal como había previsto».

Una Kothmor, una de las dagas negras de los kaloriones, pasó a escasos centímetros de Daradoth, que reaccionó apartándose por pura mezcla de instinto y suerte. Al menos, ver la muerte tan cerca le permitió recuperar el autocontrol. A lo lejos, Symeon pudo ver cómo la daga que casi impacta a su amigo volvía a la mano de una elfa oscura que comandaba una de las legiones del flanco derecho. Daradoth, se lanzó al frente de las tropas intentando alcanzar a su atacante. Galad, alertado por Symeon, dio órdenes a un círculo de paladines para actuar contra la comandante, y el errante activó los poderes de su diadema, aturdiendo y derribando a los enemigos a su alrededor.

La elfa oscura, viendo a Daradoth acercarse a ella, sonrió y extendió su mano hacia el elfo, mientras gritaba algo y parecía envolverse en sombra. Daradoth comprendió enseguida lo que sucedía, e interpuso a Sannarialáth, haciendo un uso intuitivo de su aura de Luz. Con un leve escalofrío notó que algo chocaba contra ella y se disipaba. La elfa cambió el gesto por uno de estupefacción; esta vez fue Daradoth quien sonrió. Lanzó la espada, que se convirtió en un relámpago plateado extremadamente veloz e hirió a la elfa en un hombro. Cruzaron la mirada, y cuando ella estaba a punto de actuar, un rayo de luz pura procedente del círculo de paladines le impactó, causando una explosión de esquirlas luminosas. La elfa rugió con un grito de dolor, y fue despedida hacia atrás, perdiéndose entre las filas de sus tropas.

Desde su posición, Yuria podía ver en el centro del despliegue enemigo un área de penumbra que delataba la presencia del Brazo desconocido, pero de momento resultaba imposible llegar hasta él.  Comenzó a dar órdenes para que las tropas a la izquierda maniobraran y apoyaran al centro.

La batalla estalló en toda su crudeza, con los enemigos fuera de posición debido al ataque inesperado de las fuerzas de la luz y el sol brillando en lo alto. El flanco izquierdo de la sombra no pudo resistir la potencia del flanco derecho de las tropas de Ilaith, con el grueso de las legiones, los paladines, Daradoth, Galad y Symeon luchando en ese lado y la elfa oscura fuera de combate; la resistencia no llegó ni a las dos horas completas.

Poco después, con el centro de los enemigos acosado por la superioridad de tropas aliadas, la elfa oscura armada con la kothmor y rodeada de sombra reapareció con una guardia de elfos oscuros vestidos de forma extravagante. Y por fin pudieron avistar a lo lejos una figura alta y robusta envuelta en un aura de penumbra y armada con una gran lanza que parecía causar estragos entre sus soldados.

No obstante, sin su flanco izquierdo los enemigos no pudieron aguantar mucho tiempo y al cabo de un par de horas más no tuvieron más remedio que tocar a retirada. Yuria dio orden a parte de sus tropas de perseguirlos y acabar con tantos de ellos como se pudiera antes de que llegaran al mar.

Poco antes había llegado la noticia de que un contingente de tropas enemigas se acercaba desde el sur, unas dos legiones en total, pero su avance se había ralentizado al disiparse la niebla. Cuatro legiones y media se dirigieron a su encuentro al mando de Loreas Rythen, con los paladines y el grupo, mientras Yuria encabezaba a las tropas que perseguían a los enemigos hacia el norte. 

Las tropas del sur no pudieron ofrecer mucha resistencia, pues no había muchos ogros ni elfos oscuros en sus filas. Se hicieron multitud de prisioneros, y por fin las tropas de la luz pudieron celebrar una gran victoria en el campo de batalla. «Ahora es momento de ir tras ese brazo y la elfa oscura, y aplastarlos totalmente», pensó Galad.


lunes, 3 de noviembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 15

Batallas en Undahl (II)

Con ayuda del catalejo pudieron ver claramente cómo los enemigos habían destacado un contingente al otro lado del vado, donde se encontraban fortificando mediante zanjas y estacas la orilla del río. Estaba claro que no iban a poder cruzar por allí. 

Convocaron urgentemente a Gerias y al resto de generales de las legiones para transmitir el próximo plan de acción. Yuria lo expuso todo sucintamente:

—Con la situación actual, cruzar el vado no es una opción, y las legiones enemigas tienen el paso expedito prácticamente hasta Safelehn. Debemos avisar a Ilaith y reorganizar nuestras tropas. Por suerte, tenemos los dirigibles.

—Enviemos rápidamente al Empíreo para que movilice la legión intermedia y nos sirva de refresco; y que cruce el río —sugirió Galad.

—Sí, buena idea, lo haremos. —Mientras los edecanes desplegaban un mapa, pensó unos instantes y a continuación se dirigió a Orestios y a Aznele, que parecían totalmente agotados—: Embarcad inmediatamente a todos los paladines en el Horizonte, que descansen lo que puedan mientras nos movemos.

En poco más de una hora las tropas estaban preparadas, y los dirigibles descendieron lo más lejos posible del cruce del río. Mientras los paladines embarcaban en el Horizonte y varios mensajeros hacían lo propio en el Empíreo, Yuria dio instrucciones muy concretas al capitán Suras.

—Una vez que hayáis dejado a los mensajeros en el punto acordado para que reúnan a todos los destacamentos de la legión, dirigíos rápidamente a Safelehn. Faewald os acompañará para informar a Ilaith de que salga de allí rápidamente con el Nocturno. Y después regresad, tan rápido como podáis. Muchas cosas dependen de vos, Suras, no me falléis.

—Perded cuidado, mi señora —dijo el capitán, irguiéndose orgulloso—, en pocas horas regresaré a vos.

Poco después, sin apenas descanso, Yuria puso a Gerias al frente de las tropas en marcha hacia el norte. Mientras tanto, ella misma, Galad, Symeon y Daradoth recorrerían la ribera oriental del río a bordo del Horizonte, para intentar observar desde una altura prudencial a los enemigos.

No pasó mucho tiempo antes de que sucediera algo. Un leve resplandor a lo lejos llamó la atención de Daradoth, que se apresuró a observar con la lente ercestre. El resplandor parecía proceder de una gran roca, o quizá del espacio entre dos grandes rocas. Un grupo de jinetes enemigos se encaminó hacia él, desapareciendo cuando llegó a su altura. 

—Maldición —compartió con los demás—. Creo que son capaces de transportar a sus tropas mediante portales —observó más allá, para ver si detectaba la salida, pero no pudo ver nada.

—Eso son muy malas nuevas —dijo Symeon—. Confiemos en que su alcance sea limitado, si no, Suras no será capaz de llegar a tiempo a Ilaith.

El errante entró al mundo onírico, para asegurarse de que los enemigos no estaban utilizando portales a través de él. Y así fue, el porta debía de ser puramente mágico, no había rastro en el mundo onírico. Aprovechó para conversar brevemente con Nirintalath, anunciando que el momento estaba a punto de llegar. Norafel aparecía también a bordo de la manifestación del dirigible, encogido y ausente.

De nuevo en la cubierta del Horizonte, Galad sugirió al resto:

—Visto que avanzan rápidamente gracias a esos portales y están dejando el campo libre, quizá podríamos aprovechar para reunir y reorganizar la legión que se comportó tan heroicamente. Seguramente sus soldados estarán disgregados por las colinas de allá abajo.

—Sí, muy buena idea —coincidió Symeon.

Y así lo hicieron. Emplearon el resto de la noche en encontrar supervivientes de las legiones que se habían enfrentado al otro lado del vado con las fuerzas de la Sombra, y que habían tenido un comportamiento tan bravo. Pronto vieron los primeros puntos de luz correspondientes a fogatas de pequeños grupos, y para el amanecer ya habían conseguido reunir un contingente de cuatrocientos soldados junto al cauce del río, incluyendo entre ellos al general de la "legión de los héroes",  Worhen Surasen, herido en varias partes del cuerpo, que fueron tratadas inmediatamente por las habilidades divinas de Galad. El general se sintió algo avergonzado, pero también orgulloso, ante tamañas atenciones, y ante las sinceras felicitaciones que el grupo le dio por su comportamiento. Incluso algunos oficiales no pudieron contener las lágrimas al recordar la dureza de la batalla, donde habían sido superados en número por mucho.

—Me aseguraré personalmente de que todos vosotros tengáis la condecoración que os merecéis de las propias manos de lady Ilaith —les dijo Yuria, enardeciéndolos—. Pero ahora no hay tiempo que perder. En cuanto hayáis descansado, debéis partir hacia el norte y esperar en la fortaleza del segundo puente. Allí esperaréis tropas e instrucciones.

—Por descontado, nos pondremos en marcha lo antes posible. 

Plenamente satisfechos, el grupo puso rumbo al oeste para unirse a las tres legiones que viajaban hacia el norte a lo largo del otro lado el río. En la intimidad de su camarote, Daradoth pudo por fin acabar de asimilar los conocimientos presentes en el libro llamado "De las Vías de la Luz", que habían encontrado hacía ya muchos meses en Essel. Se concentró, y vio con una sonrisa cómo sobre la palma de su mano aparecía una pequeña esfera que iluminó su entorno. Ufano, apoyó la cabeza en la pared y aprovechó para dormir.

El día siguiente se unieron a las tropas en la fortaleza occidental del antiguo puente sobre el río, ahora destruido. Por la noche, una enorme bandada de cuervos los sobrevoló durante demasiado tiempo.  

—Sin duda nos están vigilando —dijo Symeon—. Y lo peor es que es posible que ya hayan visto el Horizonte

—Pero —objetó Daradoth— no sabemos si nos vigilan directamente a través de los ojos de los pájaros, o son estos los que después les informan. No perdamos la esperanza, y asumamos esto último; quizá el dirigible quede fuera de su entendimiento.

—Espero que sea así.

La mañana siguiente, los ingenieros enanos, ayudados por cuantos soldados fueron necesarios, se pusieron a construir un puente de pontones que  facilitaría el paso de tropas entre las fortalezas, sirviendo como sustituto del antiguo puente de piedra. Mientras tanto, el Horizonte serviría como puente volante y transportaría tantas tropas como pudiera a lo largo de todo el día, acortando el tiempo de cruce. Cada hora era vital. Más o menos a mediodía, la "legión de los héroes" llegaba a la fortaleza del otro lado, reuniéndose con las tropas que ya habían cruzado. A lo largo de todo el día, varias bandadas de cuervos sobrevolarían sus campamentos, no tan numerosas como la primera que habían visto.

Por la tarde, con el sol todavía alto, los vigías informaron de dos dirigibles que se aproximaban desde el noreste. El Empíreo y el Surcador. Yuria sonrió. «Como esperaba, Ilaith no ha huido, sino que ha venido donde se siente más segura: con nosotros».

Saludaron efusivamente a la canciller, vestida adecuadamente con ropa de campaña. Iba acompañada de su guardia personal de maestros de esgrima y de la pareja de paladines de Osara que siempre la protegía.

—Siguiendo vuestras instrucciones —miró a Yuria— di orden de que se disgregara el campamento de Safelehn, reestructurándolo en el punto que me indicasteis en vuestro mensaje. —Yuria había tenido buen cuidado de no compartir aquel punto con nadie, para evitar filtraciones.

Acto seguido pusieron al día a lady Ilaith de sus planes y las capacidades de los enemigos, y le dieron todos los detalles de la situación. 

La mañana del día 1 de agosto, las legiones completaron su paso sobre el río. Al otro lado, se incorporó al contingente con todos los honores a la legión del general Surasen. El general y sus soldados fueron oficialmente saludados y honrados por Ilaith y Yuria en un breve e informal acto donde se les prometieron las más altas condecoraciones una vez se consiguiera la paz. Poco después, las tropas reanudaban la marcha hacia el norte y el día siguiente se encontraron por fin dos legiones encabezadas por Loreas Rythen, a las que habían mandado marchar hacia el sur. 

Después de incorporarlas al orden de batalla y poner a Rythen al corriente de la situación y de todo lo que había sucedido, Yuria dirigió una mirada valorativa a su ejército. «Seis legiones y media», pensó; «en otras circunstancias la habría juzgado una fuerza impresionante, pero en esta ocasión no sé si bastarán. Y debemos redoblar la marcha». 

Tras dar las órdenes pertinentes, el grupo se volvió a embarcar en el Empíreo, acercándose rápidamente hacia Safelehn. Cuando se acercaban a las montañas, vieron grandes columnas de humo alzándose hacia el noreste.

—Eso debe de ser Safelehn —estimó Daradoth.

Ganaron altura para evitar la vista de los elfos oscuros, y se acercaron hacia la ciudad. Llegaron al anochecer. Daradoth alzó la lente ercestre y observó. La mayoría de la ciudad parecía haber caído y las llamas se alzaban por doquier.

—Parece que la ciudadela resiste todavía —informó el elfo—. Pero no parece que pueda hacerlo por mucho tiempo, dos de las torres ya han sido destruidas, y la muralla parece maltrecha. Y allá... —Daradoth calló por unos instantes, los demás vieron cómo apretaba los dientes—. Por Nassaröth bendito...  un reptil volador acaba de alzarse sobre la torre principal, ¡y ha exhalado una bocanada de fuego!

—¡¿Un dragón?! —exclamó Symeon, que intuía a duras penas la lengua de fuego sobre la ciudadela—. Si es así...

—No, no creo que sea un dragón. No parece tan grande. Y ahí veo otro. 

—Wivernas entonces.

—Creo que así las llamaban en la antigüedad, sí.

—Extraordinario —susurró Fajjeem, que se afanaba en tomar notas. 

Daradoth bajó el catalejo, y todos se miraron con preocupación. 

—Ahora sí que dependen de nosotros —dijo firmemente Faewald, mirando la espada alada en la espalda de Galad y la caja con incrustaciones de kregora que custodiaba Symeon.

—Sin duda —corroboró Yuria. 

—Pero no sé de qué manera podemos ayudarles —Galad parecía atormentado.

—No podemos, Galad. Tranquilo —lo consoló Daradoth—.  Debemos volver lo antes posible y traer a los paladines y las legiones. —Apretó los labios y añadió en voz baja—: Hay que acabar con ellos de una vez por todas. —«Hasta el último de esos malnacidos», pensó. 

De mala gana y compungidos,  pusieron rumbo hacia el suroeste.

Mientras así lo hacían, Daradoth recibió un mensaje a través del Ebyrith, que se había llevado Arakariann a bordo del Surcador, y que se encontraba más al sur. Al parecer, el extraño grupo de seis elfos se encontraba aproximadamente a una jornada de viaje al sur de Safelehn, dirigiéndose hacia el oeste. «Entonces, ¿no son capaces de detectar a Ilaith?».

—Alejaos de ellos, Arakariann, son muy peligrosos —advirtió Daradoth, que luego se giró hacía sus compañeros—. Arakariann está viendo al grupo de seis elfos, al suroeste de aquí, ya le he advertido que se aleje. No sé si podríamos intentar algo.

—Voy a intentar detectarlos —anunció Symeon, que a continuación cerró los ojos y se concentró.

No tardó en sentir las incontables hebras vibrando a su  alrededor, y la pequeña perturbación que provocaban los peregrinos elfos pronto tuvo ecos en ellos. La siguió, casi imperceptible, hasta que sentir la inmensa maraña de hilos y nudos que componían a los extraños seres.

—Los estoy sintiendo —informó—. Y creo que puedo alterarlos para que dejen de ser un problema.

—Mucho cuidado Symeon —advirtió Yuria—. Ya sabéis lo que pasó cuando encontramos a Valerian. 

Symeon empezó a manipular y cortar filamentos. Pronto sintió cómo una extraña fuerza se oponía a lo que estaba haciendo, y una sensación extraña que solo supo calificar como una especie de latigazo de frío. Aun a pesar de la oposición, siguió intentando cortar y anular, pero la tensión fue demasiada, y finalmente optó por dejar aquello, pues no estaba seguro de que, debido a la presión ejercida para vencer aquella resistencia no perdiera el control en algunos cortes y derivara en un desastre. Tampoco podía olvidar la presencia de los titanes oníricos que parecían acudir ante la presencia de cualquier alteración de la vicisitud.

—No me atrevo a seguir. Me costaba mucho mantener el control de lo que hacía. Esa resistencia que he sentido... era muy extraña. Fría. Temo pensar que fuera Sombra.

—Seguro que lo era —terció Galad—. Sombra está imbricada en todo. Aunque no sean seres de Sombra, es posible que ella los proteja. Mi duda es si pueden ser redimidos.

—Yo pienso que sí lo pueden ser —la imagen de Ashira vino por un segundo a la mente de Symeon—. Por eso no traté de borrar su existencia, solo borrar de alguna manera sus recuerdos y ver si así podía borrar también su odio a la Luz. No sé cuáles habrán sido los efectos reales.

—Hiciste bien. Ahora debemos continuar. Y estar más alerta.

Decidieron continuar junto a las tropas y, cuando llegaron dos jornadas más tarde a Safelehn, la ciudad ya había caído. Sorprendentemente, los enemigos no habían dejado ninguna guarnición ni oposición. Se habían llevado bastantes prisioneros y habían saqueado el tesoro y los víveres, pero no habían tomado posiciones. Los supervivientes informaron al grupo de que las tropas de la Sombra, una vez acabada la batalla, habían partido hacia el norte.

—¿Hacia el norte? ¿Por qué viajarían hacia el norte? —se preguntó Galad en voz alta.

Yuria abrió los ojos cuando pareció darse cuenta de algo.

—Barcos. Maldición, van hacia la bahía. Allí se puede atracar. ¡Vamos, debemos ponernos en marcha! 

Tras descansar  brevemente, las tropas se pusieron en marcha a primera hora.

—¿Enviamos a los dirigibles en avanzada?  —sugirió Ilaith, que ya se había reunido con ellos.

—A estas alturas ya no podemos estar seguros de que los desconozcan —contestó Yuria, pensando en las numerosas bandadas de cuervos que habían avistado en los últimos días—. Es mejor ser cautos. Enviaremos solo al Surcador, con Daradoth.

A Daradoth no le hizo falta una travesía de muchos kilómetros para, con ayuda del catalejo, ver  que el amplio valle se abría aún más hasta el mar, y allí en la costa ver atracados más de media docena de enormes galeones negros. Y más cerca, el contingente de la Sombra, que parecía haber sido reforzado con más tropas. Parecía que una de las legiones estaba embarcando, o quizá desembarcando. Volvió al punto para informar a sus amigos.

—Si los han reforzado con más tropas —dijo Yuria— no hay razón para creer que se van a retirar. Pero debemos decidir si los enfrentamos a marchas forzadas intentando cogerlos por sorpresa o nos acercamos con más calma y preparación. Todo depende de cuáles sean sus intenciones.

 

jueves, 16 de octubre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 14

Batallas en Undahl

La tormenta se extendió hasta bien entrada la noche, durante un par de horas más. De vez en cuando, la deflagración de una enorme explosión provocada por los sobrenaturales relámpagos sacudía el campamento. Yuria y los demás trataron de tranquilizar a las tropas de la mejor forma que pudieron. Y, aunque la tormenta, los relámpagos y los truenos finalmente pasaron, las colosales nubes nunca desaparecieron. «Tendremos que evitar esa zona a partir de ahora», pensó Symeon.

El día siguiente pusieron al contingente en marcha hacia el sur de nuevo, evitando la zona de las nubes con un rodeo por caminos alejados del río, accidentados por su transcurrir entre las colinas de las primeras estribaciones del macizo central. Su movimiento era protegido por el Empíreo, que viajaba por delante de ellos atento a cualquier problema.

Al cabo de tres jornadas, tras atravesar varias aldeas pequeñas en las que apenas repararon, llegaron a un pueblo más o menos grande, que parecía haber sido desalojado prácticamente en su totalidad. Sin embargo, en él quedaban algunos habitantes que los recibieron con cierta alegría. Según les contaron, Undahl se estaba convirtiendo en un lugar que no les gustaba nada, donde la población autóctona estaba siendo esclavizada por las élites. Tras descansar aquella noche con un poco más de comodidad, continuaron la marcha hacia la fortaleza permanente que había custodiado el puente del curso intermedio, ahora destruido, y el día siguiente llegaron a sus inmediaciones, aprestándose para el asedio y posiblemente, el asalto. En la fortaleza se había reunido una parte de las tropas supervivientes de la batalla donde Galad había perdido el control de Églaras, y mientras se encontraban organizando la construcción de empalizadas y construcción de máquinas de guerra, Daradoth pudo ver a través de la lente ercestre algunos elfos oscuros entre las almenas. Estaban muy lejos, pero sintió cómo el vello de su nuca se erizaba y su corazón se aceleraba, como siempre ocurría en presencia de criaturas de Sombra.

—Tenemos que instarles a rendirse —dijo Yuria con las tropas ya distribuidas según su criterio—. No podemos permitirnos perder días o semanas en un asedio. Un asalto podría ser una opción con los dirigibles y los paladines, pero en algún momento eso nos provocará demasiadas pérdidas.

—Sí, buena idea —coincidió Galad.

Y así lo hicieron. Enviaron varios mensajeros que convocaron a los enemigos en la explanada suroeste para parlamentar. Al atardecer, Yuria y los demás, junto con el general Gerias y algunos oficiales, se reunían a salvo de posibles asesinos o alcance de arcos con la delegación enemiga. Esta estaba encabezada por el capitán de la fortaleza, un undahlita llamado Asevras. Las presentaciones fueron breves; la conversación, en demhano, que a varios de los miembros de la delegación les costaba entender.

—¿Acaso la buena gente de Undahl sirve ahora a la Sombra? —Galad quiso sondear la lealtad de Asevras y los demás, después de haber visto que muchos en el principado no estaban de acuerdo con sus líderes ni con que engendros malcarados se pasearan libremente por allí.

—Yo soy un soldado, y sirvo a mis superiores, que saben lo que hacen mucho mejor que yo —contestó el capitán, tajante—. Y, por lo que he oído, vosotros no sois mucho mejores que la sombra —se estremeció a ojos vista; debía de haber escuchado muchos testimonios de los huidos desde el norte. 

Galad amagó con contestar, pero Yuria lo interrumpió, sin andarse con rodeos: 

—Esta es nuestra oferta, capitán: rendid la fortaleza, y podréis marchar hacia el sur.

—¿Con todas mis tropas? ¿Incluyendo las del campamento exterior?

—Así es —intervino Galad—. Pero sin armas. Deberéis dejarlas en la fortaleza y vuestra impedimenta registrada.

Por su reacción, no habían esperado una oferta tan generosa. 

—Necesitamos tiempo para pensarlo —dijo Asevras—. Debemos evaluar las consecuencias.

—Está bien, tenéis tiempo. Hasta el amanecer.

Poco antes del amanecer, un mensajero llegaba con una bandera blanca. Los enemigos aceptaban la oferta, y saldrían de la fortaleza a mediodía, siempre que el contingente de Ilaith les habilitara un pasaje seguro al sur. Yuria dio inmediatamente las órdenes pertinentes, y a mediodía, con el sol oculto por un penacho de las negras nubes que se extendían al norte, las tropas enemigas iniciaron su periplo. Un centenar de carromatos y vagones los acompañaba, además de población civil, sirvientes y personal de apoyo. Los enanos del general Zarakh se encargaron de registrar lo mejor que pudieron la carga de los enemigos para evitar que llevaran armas. Posiblemente consiguieran deslizar algunas, pero la mayoría fue interceptada. El capitán Asevras, en un gesto simbólico, dio las llaves de la ciudadela a Yuria, que al punto impartió órdenes para ocupar la plaza. Pronto ondearon sobre las torres los nuevos estandartes que Ilaith había mandado confeccionar, representando el emblema de la Federación: partido por faja; en jefe, de azur, un navío antiguo de oro, aparejado y con velas desplegadas de plata; en punta, de sinople, un buey pasante de oro, linguado y uñado de gules, el todo rodeado por un círculo de trece estrellas de plata, representando los trece principados.

Estandarte con el escudo de la Federación de Príncipes Comerciantes

La mañana siguiente, poco después de que desde el otro lado del río hubieran visto los estandartes ondear sobre las torres, un bote atravesó el río procedente de la orilla de Ladris. Traían noticias preocupantes y urgentes. Al sur, en el curso alto del río, los enemigos habían aprovechado la concentración de legiones de Ilaith en el norte para atravesar el primer vado por la noche, y prácticamente arrasar la fortaleza y el campamento que custodiaban la ribera oriental. Había sucedido tres noches atrás, y un gran contingente de engendros de la Sombra marchaba con las legiones de Undahl. Además, también los acompañaba un extraño grupo de seis elfos de enorme poder, y un hechicero con aspecto celestial armado con una gran lanza oscura, extrañamente sobrenatural. Las tropas de Ladris apenas habían podido oponer resistencia.

Galad y los demás se miraron, preocupados. Yuria saltó de su asiento, apenas había podido descansar.

—Gracias por la celeridad de vuestro mensaje, amigos. Volved al otro lado del río y transmitid  claramente mis órdenes: las dos legiones que debían atravesar hoy el cauce para ocupar esta fortaleza y acompañarnos en la campaña, deben permanecer en aquella ribera. Y deben avanzar en paralelo a nosotros por allí. Partiremos hacia el sur en pocas horas, deben seguirnos lo mas emparejadamente posible. Intentaremos alcanzar el vado intermedio antes que ellos, pero si no es así, deberán retrasarlos hasta que lleguemos. Enviad también un mensaje a lady Ilaith para informarla de todo.

—Por supuesto, mi señora, así lo haremos.

Pocas horas después las legiones se pusieron en marcha hacia el sur, intentando alcanzar el segundo vado del río Davaur rápidamente. Pero el vado se encontraría defendido por un gran campamento de tropas, sin duda reforzado por todas las que habían huido desde el norte. Yuria rugió órdenes, acelerando la marcha.

Y así, tras un par de jornadas de marchas forzadas, las tropas de Yuria llegaron a la vista del vado, donde los enemigos ya se aprestaban para la batalla. La ercestre formó a los paladines en el flanco izquierdo, a los enanos en el centro, y al grueso de sus tropas junto a ellos, para oponerse a las fuerzas de la sombra, que se situaron en esa parte del campo de batalla. Esta vez, Galad tuvo buen cuidado de permanecer apartado de Églaras, y ayudó en todo lo posible al mando de Yuria.

Las fuerzas de la Federación superaban en número a las de Undahl, pero la presencia de los ogros y los elfos oscuros compensaba con su ferocidad la inferioridad numérica. Los dos contingentes chocaron en el amplio valle, a la vista del vado y de la orilla oriental. Al otro lado, las dos legiones de Ladris se desplegaban, expectantes. El ojo experto de Yuria vio que formaban en bloques compactos, señal de que esperaban entrar en combate. «Yo no les he ordenado cruzar», pensó. «Eso es que los enemigos deben de encontrarse cerca; razón de más para poner toda la carne en el asador». Se giró hacia las tropas y las arengó sin cesar, con Gerias y Galad recorriendo las líneas y secundándola.

Las primeras horas del combate fueron bastante igualadas, pero, contra todo pronóstico, el flanco derecho y los paladines fueron puestos en desbandada pasado el mediodía.

Afortunadamente, los enanos dieron un rendimiento superior al esperado y, aprovechando el desgaste al que los paladines habían sometido al flanco izquierdo del enemigo, empujaron al resto del contingente y lo hicieron ceder. 

Sin embargo, cuando transcurría la sexta hora de la batalla, al otro lado del río hizo su aparición la fuerza undahlita que había atravesado el río por el sur. Cuatro legiones, con un gran número de tropas de Sombra. «Maldición», pensó Yuria. «Aguantad, por la Luz, dadnos tiempo». Los generales de las dos legiones leales debían de ser extremadamente respetados, o tener unas habilidades fuera de lo común, pues sus tropas aguantaron estoicamente, sin ceder ni un ápice. Trataron de no ser rodeados, pero pronto una de las legiones enemigas superaron su flanco izquierdo.

En la octava hora, Yuria veía con desesperación cómo la mitad de tropas al otro lado del río había caído o se batía en retirada. A este lado del río, los enanos seguían matando arrullados por sus grandiosos cantos de batalla y el sonar de los cuernos. Las legiones aliadas, inspiradas por tan gloriosa visión, seguían con denuedo en el combate.

Dos horas después, Yuria volvía de nuevo su atención observando con la lente al otro lado del río. Suspiró aliviada. Allí, contra todo pronóstico, la legión que había empezado la batalla más alejada del río, todavía resistía a los invasores, que los superaban al menos en una proporción de cuatro a uno.  La atormentaba no poder ayudar a aquellos valientes, pero debía volver su atención a su propio combate.

Finalmente, a la hora décima, las filas enemigas  se quebraron. Gritos de victoria se levantaron por todo el campo de batalla, aunque la mayoría de los soldados estaban agotados. En la otra orilla, la legión todavía resistía. 

«Sois unos héroes», pensó la ercestre, pasando el catalejo a Gerias. 

—Me encargaré personalmente de que, vivos o muertos, se ensalce a esa legión y sus oficiales con los más altos honores. Lo juro. Sin duda nos han salvado.

A continuación, Yuria intentó organizar un contingente para cruzar el vado y ayudar a sus aliados en apuros. Pero la tarea se mostró imposible: una de las legiones enemigas había tomado posiciones defensivas y cruzar el río sin duda se convertiría en un suicidio. Apretó los dientes, frustrada.

Poco después, con la noche ya caída, aquellos héroes no pudieron aguantar más. Con la ayuda de la lente, Yuria pudo ver cómo una parte de ellos conseguía escapar hacia el norte, comandados expertamente por un oficial, quizá su general, aunque no podía estar segura. Aprestó una parte de las tropas a defender el vado, y rápidamente se organizó un campamento para pasar la noche.

Poco antes del amanecer, la brusca voz de uno de los vigías enanos gritaba en un demhano acusadamente rótico:

—¡Atención! ¡Están marchando! ¡Los enemigos se mueven hacia el norte! 

 


viernes, 26 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 13

Avance hacia el Sur. Un Poder inesperado.

Yuria tomó todas las medidas necesarias para proteger la fortaleza recién conquistada contra un avance enemigo por el norte, y ordenó a las tropas un breve descanso para avanzar en cuanto pudieran hacia el sur. Aprovecharían así para esperar el cruce del vado del resto de legiones comandadas por lord Theodor Gerias. Estas tres legiones deberían seguir la marcha de las suyas, que irían en vanguardia.

Galad, por su parte, interrogó a los prisioneros, para intentar averiguar el número de tropas que podrían encontrarse en la siguiente fortaleza hacia el sur. Haciendo uso de los poderes concedidos por Emmán, consiguió estimar las fuerzas en dos legiones de undahlos y una tercera de la Sombra. Uno de los interrogados, presa de los hechizos de Galad, incluso le confesó que no todos los soldados humanos iban a luchar convencidos por la causa de lord Rakos, pues su alianza con la Sombra y la represión impuesta habían levantado muchas animosidades, como bien sabía ya el grupo por el gran número de refugiados que cruzaban el río a diario.

A mitad de tarde pusieron a las tropas en marcha, hasta entrada la noche, recorriendo casi la mitad del camino que los separaba de la siguiente fortaleza situada hacia el sur. Gerias saldría al frente de sus tropas y la logística la mañana siguiente, en pos de las legiones en vanguardia.

Durante el descanso nocturno Symeon entró como era habitual en el mundo onírico. A pocos metros pudo ver la figura acurrucada en un resplandor dorado que identificó como Norafel, el arcángel personificado en la espada de Galad, Églaras. Aparte de eso, respiró aliviado al no identificar ningún ser ni hecho extraño en muchos kilómetros a la redonda.

Reanudaron la marcha poco antes del amanecer, y antes del mediodía, ya en terreno despejado y levemente accidentado, las legiones de Yuria se encontraron frente a frente con los defensores de la fortaleza. 

Las tropas de criaturas de la Sombra formaban en el flanco derecho de las tropas enemigas, así que Yuria y Galad dieron las órdenes necesarias para reforzar al máximo su flanco izquierdo, dirigiendo hacia allí a los enanos y los paladines. El centro y el flanco derecho realizarían maniobras conservadoras mientras el grueso de sus tropas se lanzaría con todo su poder para romper a los elfos oscuros y a los ogros, una parte de los cuales se encontraba a lomos de unas extrañas criaturas acorazadas. Los paladines formaron en grupos que no tardaron en enlazarse para maximizar sus poderes; Galad se unió a ellos y Yuria y su estado mayor tomaron posiciones en una elevación a la izquierda. Dieron la orden de lanzarse al ataque antes de que sus contrincantes pudieran mejorar su situación. Las legiones humanas, inquietas y amedrentadas por la visión de los ogros jinetes, no habrían avanzado si no hubiera sido por los paladines de Emmán y Osara que los arengaban y exaltaban, y por la gloriosa visión de Galad empuñando a Églaras, que salió de su vaina como un rayo purificador, envolviéndolo en la sobrecogedora aura dorada y las divinas alas de luz.

—¡Por Emmán! —rugió el paladín—. ¡Acabemos con esas aberraciones!

Fanfarrias celestiales envolvieron a los paladines de una y otro dios. Mientras los jinetes ogros se lanzaban al ataque y los hechiceros elfos oscuros conjuraban sus poderes, relámpagos divinos comenzaron a caer sobre sus filas. Algunos ogros cayeron víctimas del poder crudo de Emmán canalizado por sus acólitos. 

La voluntad de Galad se vio sacudida por la de Norafel, cuyos pensamientos entraron como un alud en su mente.

"Todo esto está mal. Está mal. Tenemos que acabar con ellos. ¡Tenemos que acabar con todo!".

El paladín sintió cómo un torrente de poder surgió de la espada, convertida ahora en un vínculo directo con la Esfera Celestial. El fulgor lo consumía y lo purificaba al mismo tiempo, abrasando su carne mientras elevaba su espíritu. De sus ojos emanaba un resplandor cegador; destellos de Luz, como volutas de humo sagrado, se alzaban desde las comisuras, desbordándose hacia el mundo. Lanzó ese poder hacia delante, intentando afectar solo a los enemigos, apretando los dientes contra el deseo de acabar con todo y con todos. Una onda de pura fuerza surgió en forma de arco, y se extendió hacia delante.

Symeon, cerca de Galad y Yuria y atento a su entorno, pudo ver el conflicto interno que aquejó al paladín en el momento en que sacó la espada. Pocos segundos después, una especie de onda de fuerza translúcida que deformaba todo lo que se encontraba a su paso surgió de Galad y se extendió desde la loma donde se encontraban hacia el campo de batalla. «Algo no va bien», pensó el errante, teniendo en cuenta todas las visiones y profecías que habían recibido al respecto de Galad y Églaras. 

—¡Yuria! ¡Cuidado! —interpeló a su amiga, haciendo gestos hacia el paladín.

La ercestre rugió órdenes para que sus tropas se echaran cuerpo a tierra en el momento en que vio la extraña onda deformadora. Algunos no tuvieron tiempo de reaccionar, y parecieron comenzar a asfixiarse. 

A la velocidad del pensamiento, la onda llegó hasta las filas enemigas. Los primeros, los ogros jinetes, se deshicieron violentamente en volutas de humo negro que se disipó al instante. El resto de ogros y los elfos oscuros no tardaron en sufrir el mismo destino, mientras la vegetación a su alrededor se marchitaba y desaparecía, y el suelo más allá se sacudía con el impacto, estremeciéndose y provocando un terremoto y un estallido que aturdió y dejó a todos sin visión por unos segundos en el campo de batalla.

«Por Nassaroth, ¿qué ha pasado?», pensó Daradoth, mientras luchaba por recuperar la visión entre destellos cegadores.

El cataclismo duró unos momentos, hasta que un chorro de lava surgió con fuerza en el campo donde se habían encontrado los enemigos, y poco después pareció revertir su dirección para introducirse de nuevo en la tierra. El flanco derecho y el centro del contingente enemigo estallaron en una huida sin control, aterrados por lo que estaba sucediendo.

De repente, allí donde había habido lava, el suelo pareció hundirse, llevándose todo consigo y convirtiéndose en un gran vació oscuro. Symeon habría jurado que podía ver estrellas en la negrura. El vacío comenzó a ejercer una gran fuerza de atracción, y pronto engulló a varios soldados, tanto enemigos como de sus propias filas. Daradoth notó cómo el aire escapaba de sus pulmones, y cayó de rodillas, aferrándose como pudo a las rocas, pero perdiendo el conocimiento poco a poco.

—¡Galad! ¡Tienes que parar esto! —gritó Symeon mientras hacía que su bastón hundiera raíces en tierra y se agarraba fuerte para evitar la atracción. Varios árboles fueron arrancados y engullidos por el vacío allá abajo—. ¡Por favor!

Yuria arrancó su talisman del cuello y lo empuñó, pero comenzó a resbalar por la pendiente terrosa, atraída hacia aquel extraño vacío. «Maldición», pensó con lágrimas de rabia asomando a sus ojos, «nos habían advertido, y ahora no voy a poder hacer nada». Uniéndose a Symeon, increpó a Galad:

—¡Galad! ¡Estás matando a todos! ¡Detén esto, maldita sea! ¡¡Detenlo!!

Galad oía en la lejanía los gritos de sus amigos. «Pero tengo que acabar de una vez con esto. Emmán así lo desea». Con el poder celestial ardiendo en su interior, se giró para crear una nueva onda aún más poderosa. Entonces vio a Yuria, resbalando hacia abajo, a Daradoth allá a lo lejos a punto de ceder a la fuerza del vacío, y a Symeon, cerca de él, gritándole mientras se aferraba desesperadamente al bastón. «Mi señor, por favor, esto no puede ser».

«EMMÁN LO QUIERE ASÍ», los pensamientos de Norafel eran absolutos... titánicos. «HAY QUE REHACER. HAY QUE RECREAR. ¡AHORA!». 

Galad notó cómo alguien ponía la mano en su hombro. Abrió mucho los ojos, sorprendido. Era Aldur.

—Emmán lo quiere así, Galad —dijo el enorme paladín en voz baja—. Debemos hacer su voluntad. Recrear lo corrompido. 

—¡NOOOOOO! —la voluntad de Galad resurgió con una fuerza inesperada—. ¡Quizá sea así, pero no asesinaré a mis amigos y a tantos inocentes! ¡Este no es el camino! ¡NO!. 

Con un esfuerzo supremo, Galad consiguió reformar ese inmenso poder, mientras Norafel abrasaba su mente, iracundo y sorprendido. Era uno con la Vicisitud. Las hebras vibraban a su alrededor, incontables, infinitas, muchísimas rotas, otras retorcidas. Una nueva onda volvió a surgir de él.

Symeon gritó, Yuria gritó, todos a su alrededor gritaron, Daradoth cayó inconsciente y se soltó, saliendo despedido hacia el vacío. Aquello era el fin.  

Pero la segunda ondulación, aunque idéntica en aspecto a la primera, tuvo realmente el efecto contrario. El campo que había desaparecido se restauró, sustituyendo al vacío y trayendo la tranquilidad a su alrededor. Se cubrió de nuevo de hierba, pero los árboles y plantas que habían desaparecido, lo habían hecho definitivamente; también los muertos, tanto amigos como enemigos. 

Apoyándose en la última brizna de su fuerza, Galad giró la espada y la envainó, en un movimiento desesperantemente lento, mientras apretaba los dientes y cerraba los ojos con fuerza. Entonces, cayó de rodillas, totalmente agotado. Llorando y negando con la cabeza. Aldur también lloraba y se arrodilló con él. Todos corrieron hacia él.

Daradoth se puso de rodillas, todavía aterrorizado por la agonía que había padecido. Varios cuerpos de soldados muertos se extendían a su alrededor. Los enemigos habían desaparecido y el propio campo de batalla había cambiado. Miró hacia arriba, y vio cómo Yuria y Symeon corrían hacia Galad. Se levantó pesadamente y arrastró los pies hacia allí. 

Yuria a un lado y Aldur a otro levantaron a Galad y lo condujeron hacia el rudimentario campamento que la intendencia había levantado en retaguardia. Todo el mundo parecía aterrado, y los comandantes intentaban propagar palabras tranquilizadoras. Mientras caminaban hacia la tienda principal, Aldur susurró:

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué te has detenido?

—Estaban muriendo inocentes —murmuró Galad, sollozando—. Y no los pude traer de vuelta.

—Pero te has opuesto a la voluntad de nuestro señor...

—Tiene que haber otra forma. No puedo soportar hacer daño a inocentes. Ya lo hice en tiempos más oscuros, y no lo volveré a hacer.

Aldur se mantuvo unos segundos pensativo, ante la atención de Yuria, que había escuchado toda la conversación. Al cabo de unos instantes, Galad notó cómo su descomunal amigo apretaba su hombro en señal de reconocimiento. Yuria pudo ver cómo, con lágrimas resbalando por sus mejillas y los ojos cerrados, afirmaba con la cabeza. 

—Esperemos que no nos abandone  —dijo, con apenas un hilo de voz.

Sentaron a Galad en un banco y se reunieron todos en la tienda. En ese momento, el paladín recordó a Eudorya, la mujer que una vez había amado, y la tristeza lo arrastró. Los sentimientos por ella habían vuelto ahora con fuerza, y sintió un dolor desgarrador al pensar que, a esas alturas, quizá se habría casado ya. Lanzó a Églaras sobre el jergón, ante las miradas preocupadas de sus amigos.

Symeon recogió la espada para mantenerla alejada de su compañero y, aterrado no solo por lo que había pasado, sino por lo que estaba seguro que iba a pasar a continuación, no pudo esperar:

—Debemos mover el campamento. Ahora. Esos engendros del mundo onírico seguramente ya estarán desplazándose hacía aquí. Muchos morirán si no lo hacemos. 

—Es cierto —coincidió Yuria, que, sin tardanza, salió a dar las órdenes necesarias para poner a las tropas en marcha hacia el norte. 

—Tendremos que dar una explicación a las tropas —dijo Daradoth.

—Sin duda, pero la supervivencia es primero. Galad, debes levantarte, aprender de lo ocurrido y seguir adelante. Te necesitamos.

Daradoth miraba a Galad fijamente.

—No es culpa de Galad lo que ha pasado —las palabras de Aldur quebraron de repente el silencio. 

—¿A qué te refieres? —espetó Daradoth.

—Nuestro señor... nuestro señor Emmán... Él quiere... no sé cómo decirlo. O, más bien, me da miedo decirlo. No quiero caer de la gracia.

—¿Estás insinuando que todo esto es culpa de vuestro señor? ¿Y tienes miedo de decírnoslo? —la voz de Daradoth se elevó peligrosamente.

—Tranquilo, Daradoth —intervino Symeon. 

La discusión fue en aumento, con palabras cada vez más tensas, hasta que Galad los instó a dejarlo solo. Decidieron que lo mejor sería hacerlo, y salieron de la tienda. Yuria aprovechó para transmitir una explicación a los generales de las legiones, que de ese modo tranquilizarían, al menos en parte, a las tropas, que habían sufrido unas ciento cincuenta bajas.

Mientras tanto, Daradoth insistió a Aldur para que les contara lo que sabía. No podían permanecer ignorantes a algo tan importante.

—Todo se remonta al tiempo en que viajábamos por el Imperio Vestalense —dijo el enorme paladín—. Recuerdas que desaparecí durante una de aquellas tormentas oscuras, ¿verdad? —Daradoth hizo un gesto de asentimiento—. Pues no solo desaparecí; realmente morí. Mi cuerpo fue destrozado por la fuerza del demonio Khamorbôlg. Morí, y fui enviado de vuelta, por la gracia de Emmán.

—Extraordinario. 

—Y no puedo deciros nada más, lo siento. Pero quiero que sepáis que lo que acaba de hacer Galad —pensó por unos instantes, intentando encontrar las palabras adecuadas—, se sale de toda escala de heoricidad. Sus actos han sido más propios de un semidiós que de un mortal.

—¿A qué te refieres exactamente? Porque han muerto cientos de aliados y miles de enemigos...

—Me refiero a haber tenido la voluntad de no acabar con todo. Y cuando digo todo es... todo. No sé qué mas deciros.

—Églaras es peligrosísima, por tanto. El problema es que la necesitamos. 

Poco tiempo más tarde, con los caídos ya enterrados y honrados, iniciaron la marcha hacia el norte, esperando evitar la influencia de los horrorosos entes oníricos que ya habían sufrido al reencontrase con Sharëd, Fajjeem y los demás. Un par de horas más tarde se encontraban con el contingente de Theodor Gerias, avanzando rápidamente para unirse a ellos. Tras explicarle lo que había sucedido, reanudaron la marcha hacia el norte todos juntos. Yuria aprovechó para dirigirse formalmente a las tropas sobre el extraño episodio que habían vivido durante la batalla. Explicó que contaban con un arma de gran poder, que había salido de su control; afortunadamente, Galad había podido controlarlo, no sin poder evitar algunos efectos colaterales. Aseguró también que aquello no volvería a ocurrir y que, al fin y al cabo, la batalla había concluido con muchas menos bajas de las que habrían tenido de transcurrir por los cauces normales.

A unos veinte kilómetros al norte del campo de batalla, con el día ya acabando, acamparon. 

Galad, ya más calmado, pidió disculpas al resto por lo que había sucedido, y se mostró maltrecho mentalmente por el trance ocasionado. Todos lo consolaron lo mejor que pudieron, conscientes de que habían intervenido fuerzas superiores y el paladín había hecho un esfuerzo sobrehumano por combatirlas. 

—¿Puede pasar esto otra vez? —preguntó Daradoth.

—Me temo que sí. Debo encontrar alguna explicación; aunque sentía la voluntad de Emmán, estoy seguro de que él no querría eso.

—Sí lo quería —intervino Aldur. Todos se giraron hacia él.

—¿Por qué querría algo así? —inquirió Galad—. ¿Sacrificar inocentes? Seguro que hay otro camino para acabar con la Sombra.

Aldur, visiblemente atormentado, pensó durante unos instantes.

—Él... me hizo volver, para ayudarte.

—¿Ayudarle a qué? —espetó Daradoth.

Aldur pareció armarse de valor.

—A acabar con todo.

—¿Con todo? 

—Recuerdo pocas cosas de mi tránsito —Aldur luchaba contra sí mismo para revelar lo que sabía—, pero sí recuerdo un concepto claramente: RECREAR. Deshacer para volver a hacer.

El enorme paladín calló, temeroso, mirando inconscientemente hacia arriba. Al cabo de unos instantes, respiró aliviado. «Teme perder el favor de su dios», pensó Symeon. «Pobre Aldur, debe de estar pasando por un infierno para revelarnos todo esto».

—Recordad también la visión de Ilwenn —por primera vez Faewald intervino—. La espada clavada, y la tierra sangrando.

—Así es —coincidió Yuria—. Esa espada es peligrosa.

—Lo que no comprendo —añadió Symeon— es, si has actuado en contra de la voluntad de Emmán, por qué cuentas todavía con su gracia.

—Tengo mi propia teoría al respecto —dijo Aldur, para sorpresa de todos—. Vuestra... capacidad de alterar la realidad, el hecho de que seáis esos... nudos de la Vicisitud. Quizá esas habilidades de Galad son las que necesita nuestro señor, y nadie más tenga las posibilidades que tiene él.

—Sí, la verdad es que tiene lógica —dijo Yuria.

Aldur, viendo la situación, decidió no guardar ya nada en secreto, y añadió:

—La sensación que se me transmitió en mi tránsito, y que aún persiste, es que la realidad está mal. Y la única solución es intentar rehacerla.

—Pero destruirlo todo no es una opcion —añadió Galad—. Al menos, no para mí. 

—Pues yo pienso —dijo Symeon— que Emmán no os ha retirado su gracia porque piensa que al final os daréis cuenta de algo y os plegaréis a su voluntad.

—También es posible. A mí lo que más me preocupaba era el cambio de actitud de Galad.

—Sí, creo que era la influencia de Norafel —dijo Galad—. O quizá de Emmán, no lo sé, acceder a un estado de consciencia superior. Pero ahora me doy cuenta. Y tendría que haber buscado a Eudorya en su momento. 

—Estoy totalmente de acuerdo con la visión de Galad —anunció Aldur—. No obstante, también deberíamos plantearnos la posibilidad de que cualquier otro camino sea una opción peor. Y que el mundo acabe peor que si fuera recreado. Los seres divinos deben de percibir cosas más allá de nuestro alcance.

—El problema es que si pensamos...

Las palabras de Symeon fueron interrumpidas por una enorme explosión. Salieron rápidamente de la tienda, donde varios soldados se encontraban mirando hacia el sur. A lo lejos, a unos veinte kilómetros, podían ver una colosal acumulación de nubes negras como la noche y miles de relámpagos que caían sin cesar sobre el suelo. De repente, un rayo mayor surgió de los cúmulos, y poco después un estruendo parecido al anterior y una onda de choque les alcanzó.

—Ahí están —dijo Symeon—. Menos mal que nos hemos apresurado a marcharnos. 

 

 

 

 

 


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 12

La Primera Victoria

En otro punto del Empíreo, Symeon se aproximó a Daradoth y Fajjeem (el elfo se encontraba informando de todo al vestalense), intrigado por la letanía de nombres que la extraña elfa de la mirada perdida había repetido sin cesar durante toda la conversación. 

—¿Se trataba de nombres élficos, o quizá lugares?  —preguntó el errante.

—Estoy convencido de que eran nombres, alguno de ellos incluso me suena que se utiliza en la actualidad.

—¿Recuerdas alguno? 

—Neldor... Saerën... Sarasthiann... poco más. Intentaré consultarlo con Irainos o Eraitan.

—Esperemos que baste con eso.  El otro asunto que me inquietó fue lo que tradujiste: «hacía siglos que no hablábamos, y últimamente lo hemos hecho demasiado», o algo así. Quizá eso indique que han hablado con más gente recientemente.

—Es posible, sí.

—Yo apostaría por ello —interrumpió Galad, que se incorporó a la conversación junto a Aldur.

Fajjeem tomó la palabra. 

—Ah, cómo me gustaría haber podido hablar con ellos. Por mi parte añadiría que, por lo que habéis contado, parecen invencibles. Pero lo cierto es que cuando Ariyah y yo los encontramos hace tantos años, los encontramos en una especie de trance, y es posible que en ese momento fueran vulnerables. Quizá la clave para derrotarlos esté en encontrarlos de nuevo en el mismo estado.

 —Pero seguramente tendrán protecciones —dijo Daradoth.

—Aun así, es una propuesta muy interesante —intervino Yuria—. Quizá podría acercarme a ellos y actuar.

—Merecería la pena intentarlo —coincidió Symeon—. Pero no podemos depender de la suerte en estos temas. Debemos informar a lady Ilaith, porque, si su destino es Safelehn, tiene que saberlo cuanto antes.

La conversación derivó después en la necesidad, o la conveniencia, de utilizar en un posible conflicto a Églaras o a Nirintalath, discutiendo largo y tendido sobre la forma en que podrían hacerlo, o si realmente deberían. 

En un momento dado, Yuria tomó la palabra, dejando a Suras el mando del dirigible.

—Yo pienso que deberíamos tomar la iniciativa, y llevar el combate a su territorio. Estoy harta de reaccionar a sus movimientos. No quiero esperar a ver qué hacen esos seis elfos, o el Brazo de Sombra. Tenemos prácticamente todas nuestras fuerzas concentradas aquí, y no podemos arriesgarnos a que nos ataquen en otro lugar. Debemos pasar a la ofensiva.

Todos callaron, notando la sensatez de la propuesta de Yuria. No podían arriesgarse a ser flanqueados, o a ser atacados a través del mundo onírico. 

Al atardecer del día siguiente, llegaron a Safelehn y se reunieron con Ilaith y el consejo de guerra. Daradoth les explicó con todos los pormenores de los que fue capaz el encuentro con los seis elfos peregrinos. Ceños de preocupación se fruncieron por doquier. Symeon también expresó su preocupación:

—En mi opinión, tienen como objetivo este lugar o, más bien, a vos misma, mi señora. A vos o quizá a lo que representáis. La líder de la Luz. 

Ilaith, que permanecía de pie mientras escuchaba atentamente, se irguió inconscientemente. 

—Entonces, ¿qué sugerís que hagamos? Por lo que decís, son extremadamente poderosos.

—Mi señora —tomó la palabra Yuria—, si me permitís sugerir algo...

—Adelante, no es necesario tanto protocolo, amiga mía. Sabes que confío en ti más que en nadie más.

Yuria se sorprendió ante la sinceridad y la cercanía de Ilaith ante el consejo al completo, pero no dejó traslucir ninguna emoción. Continuó:

—No puedo insistir lo suficiente en la necesidad de pasar a la acción. Mi consejo es lanzar un durísimo ataque en algún punto estratégico del frente que les haga retroceder y dejarles claro que vamos en serio, para que no puedan distraer fuerzas a otros lugares.

Galad apretó el puño de Églaras y se santiguó.

Loreas Rythen se mostró indeciso ante la sugerencia de Yuria, pero Theodor Gerias se mostró totalmente contrario.

—No tenemos la flota que sería necesaria para...

—No es necesaria la flota —lo interrumpió Yuria, harta ya de las reticencias y las objeciones a sus planes—. Si golpeamos lo suficientemente duro en uno de los vados, tendrán que retirar tropas y nosotros podremos golpear una segunda vez. Tenemos los dirigibles. He estado repasando mentalmente los mapas y tengo claro incluso el punto donde atacar. 

—¿Mentalmente? ¿Me tomáis el pelo?  —preguntó Gerias arqueando una ceja.

—Sí a lo primero y no a lo segundo, mi señor; tengo muy buena memoria. —Se giró hacia los criados—: Traed el mapa del quinto tramo.

«Está en su salsa», pensó Galad, «y Gerias y Rythen han concedido, están totalmente vencidos. Espero que nos lleves a buen puerto, Yuria». 

La ercestre señaló un lugar, cerca del vado más septentrional, el último siguiendo el curso del río Davaur. 

—Aquí. Con el Empíreo y las habilidades de mi grupo, podemos quitar de en medio dos torres de vigilancia, lo que nos permitiría el paso libre mediante un pontón de botes para dos o tres legiones y asaltar o asediar esta fortaleza. Con el Horizonte podemos transportar todos los paladines que sean necesarios para facilitar el asalto y no perder tiempo. De esa manera, tendríamos ya el vado libre para nuestras tropas y podríamos internarnos en su territorio. Debemos aprovechar la ventaja de los dirigibles mientras la tengamos y el enemigo no disponga de esos malditos corvax. Es posible que encontremos ogros o elfos oscuros atrincherados, pero no creo que sea nada que no puedan manejar los paladines o un par de nuestras mejores legiones.

La explicación se extendió un poco más, relatando los pormenores de las tropas implicadas, las acciones a realizar y las maniobras que tendrían lugar cuando el enemigo reaccionara, siempre vigilado desde el cielo. Nadie osó pronunciar palabra, ningún gesto quebró la tensión; ni un solo parpadeo interrumpió aquel instante suspendido, hasta que Yuria se alzó de nuevo, corta de estatura pero imponente, una verdadera mariscal de leyenda. 

—Así lo haremos —zanjó, sin dejar lugar a la duda.

A esas alturas, ya nadie podía oponerse a ella. Los consejeros,  generales  y estrategas estaban totalmente desarbolados. Ilaith, entregada.

—Así lo haremos —la secundó Ilaith, con un gesto afirmativo. Se volvió hacia el consejo—: Dad las órdenes necesarias, y seguid las instrucciones de Yuria. Nos ponemos en marcha.

El consejo al completo se inclinó, saludó marcialmente, y se disgregó para llevar a cabo las acciones necesarias. 

—En cuanto todo esté preparado  —continuó Yuria cuando quedaron a solas con Ilaith— y las tropas en posición, nos infiltraremos con el Empíreo tras el río y acabaremos con dos de las torres de vigilancia. Para eso, tus habilidades son fundamentales Daradoth. Supongo que podemos contar contigo.

—Por supuesto.

 

El día siguiente, el Ebiryth de Daradoth transmitió la voz de Irainos. El anciano contactaba con él porque por fin había conseguido hablar con Eraitan (o, como él lo llamaba todavía por su nombre de exilio, Igrëithonn) sobre esa comitiva de extraños elfos.

—Confirmó lo que ya conocíamos, añadiendo algún dato —informó Irainos—. Según me dijo, sí que había oído hablar de una casa de apellido Alastarinar, que en tiempos remotos quebró algún tipo de juramento, y eso acarreó grandes desgracias sobre la familia. Pero me extrañó muchísimo ver que Igrëithonn parecía un poco confundido, no parecía recordar bien los detalles, a pesar de que está convencido de que conoció a varios miembros de la casa. Más tarde pareció recordar que el episodio del juramento aconteció durante la Guerra de la Fractura, la guerra civil entre elfos, cuyos pormenores tampoco parecía recordar muy bien. Algo raro.

—Ya veo. ¿Y mencionó algún nombre de los miembros de la casa? 

—El único que mencionó fue el nombre del patriarca, Neldor Alastarinar. Que parece que derivó en el nombre que más tarde se dio a la estirpe, los "neldorith". —«Uno de los nombres de la letanía de la elfa llorosa», recordó Daradoth—. Y al que Igrëithonn asegura que conoció personalmente, pero al que apenas recuerda.

—Sí que es extraño, la verdad.

—Así es. Y además, Eyruvëthil, que se encontraba también en la conversación, aunque no conoció a ninguno de los neldorith, sí que intervino en la Guerra de la Fractura, pero por más que se esforzó no pudo recordar ningún detalle, ninguna causa, ningún episodio ni experiencia relacionada con la Guerra. Es como si todo lo relacionado con ella hubiera sido enterrado en su subconsciente.

—Pues debo informaros de que hace un par de jornadas tuvimos un encuentro con esos... neldorith. Con lo que queda de ellos, media docena. Y sobrevivimos a duras penas; solo cuando les confirmé que los cuatro somos shae'naradhras se avinieron a razones y pudimos marcharnos. 

Shae'naradhras... eso explica bastantes cosas. Vaya. Esperemos que no tengáis tal encuentro de nuevo. 

 —No sé si estará en nuestra mano evitarlo, pero será lo que Luz quiera. Muchas gracias por vuestra ayuda, Irainos.

Sin tardanza, Daradoth compartió toda esta información con el resto del grupo. Se planteó la conveniencia de establecer una conversación con lady Arëlieth, que se encontraba alojada en Tarkal, pero tendrían que dejarlo para unos días después, pues ahora tenían cosas urgentes de las que encargarse allí.

 

Por fin, dos jornadas después de la reunión con el consejo, con las legiones y las compañías de ingenieros enanos en sus posiciones, el grupo remontó el vuelo con noche cerrada en el  Empíreo, en compañía de una docena de paladines. Aproximadamente una hora después sobrevolaban una de las atalayas de vigilancia objetivo. Por fortuna, no había elfos oscuros presentes, y los dos vigilantes no fueron ningún reto para las habilidades sobrenaturales y marciales de Daradoth. Una media hora después, repitieron el proceso en la segunda de las torres de madera.

Ya sin vigilantes que pudieran percibir movimientos en el río, volvieron a cruzar a la otra ribera y realizaron las señales acordadas para que los ingenieros construyeran los pontones. Allá a lo lejos podían ver también el movimiento de las legiones, y poco después el Horizonte, cargado de paladines de Emmán y de Ammarië, y el Surcador, con la guardia de élite de maestros de esgrima, se unían a ellos y descendían en tierra enemiga. 

Con una eficiencia magnífica, cuatro legiones de humanos y una de enanos comenzaron a cruzar el cauce con toda la discreción de que fueron capaces. En un momento determinado, algo llamó la atención de Daradoth por el rabillo del ojo. Dos cuervos sobrevolaban la zona, con un leve brillo en sus ojos que delataba la presencia de un hechizo. Llamó la atención del resto, descorazonado al creer que tendrían que cancelar la operación, pero cuando los cuervos ya se retiraban, Arakariann entró en escena. Dos certeros tiros con su arco largo acabaron con los dos animales espías. Daradoth exhaló un suspiro de alivio. «Espero que, fuera quien fuera, no estuviera viendo todo en tiempo real  y los cuervos tuvieran que volver para informar».

Poco después del amanecer, las tropas al completo se organizaron en la ribera oeste y marcharon hacia la fortaleza que custodiaba el vado desde su retaguardia. Los paladines fueron desembarcados a una distancia prudencial para mantener la implicación de los dirigibles en secreto todo el tiempo que fuera posible, y en pocas horas, pasado el mediodía, las cinco legiones tomaban posiciones alrededor de la fortaleza. El único conato de resistencia lo plantearon dos destacamentos de ogros y de elfos oscuros, que pronto fueron abatidos por los poderes divinos de los paladines de Emmán y de Ammarië; la superioridad numérica de las tropas y la ferocidad de los enanos hicieron el resto, rindiendo la fortaleza prácticamente sin combate.

«Nuestra primera victoria ha sido más fácil de lo que esperaba», pensó Yuria.

—Ahora no podemos descansar —dijo en voz alta a sus compañeros y a los capitanes de los dirigibles, reunidos en la ribera este del vado—. Tenemos que poner en marcha el cruce del vado, el avance hacia el norte, y reorganizarnos para explotar cualquier posible reacción del enemigo. Cada uno ya sabe lo que debe hacer. ¡Embarcad!


miércoles, 6 de agosto de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 11

Los Seis Elfos Ancestrales

Las noticias eran realmente preocupantes. Que los enemigos contaran con el poder de una Kothmorui ya era suficientemente malo, pero si a eso se sumaba un Brazo de la Sombra y los seis extraños elfos, la situación ya no era del todo favorable para Ilaith. Despidieron a Dhernos.

—Lo primero que yo haría —dijo Galad, ignorante de la historia de Fajjeem y los elfos—, es averiguar cuál es el papel de esos seis elfos solitarios en todo esto. Quizá solo estén encargándose de sus propios asuntos y nos estemos mostrando demasiado alarmistas. O quizá Daradoth —se giró hacia su amigo—, como elfo que es, pueda iluminarnos al respecto.

Daradoth pensó durante unos instantes, renuente a desvelar el secreto que le había confiado Fajjeem.

—Lo único que os puedo decir es que esos elfos se mencionan en leyendas, y durante siglos no se ha sabido nada de ellos. Pero sobre su filiación, poco se conoce, o más bien, poco conozco yo. Pero lo que sí creo es que son peligrosos.

—El problema es que vienen en esta dirección, y no podemos ignorarlos así como así —añadió Galad.

—Si hay alguna posibilidad de ganarlos como aliados, debemos intentarlo —sugirió Ilaith—. No dudo de que sean peligrosos, pero sin saber nada de sus motivaciones, tan válido es suponer una cosa como la otra.

—Demasiada casualidad para mi gusto es que aparezcan aquí en este momento, pero no puedo quitaros toda la razón —dijo Daradoth.

—Partiremos con el Empíreo inmediatamente, entonces —anunció Yuria.

—Perfecto —sonrió Ilaith—. Llevad con vosotros a Righen, el piloto del Surcador, y que os guíe hasta el lugar exacto.

Tras discutir algunos planes más, se despidieron. Y ya a solas, cuando se encontraban preparando el viaje para salir de madrugada, Daradoth decidió compartir lo que sabía sobre los seis elfos ancestrales. Les explicó que no quería traicionar el secreto de Fajjeem con otras personas que no fueran ellos, y les explicó someramente su historia, sin revelar gran cosa; solamente cómo su hija Naleh había acabado en una especie de residencia cerca de Tinthassir, y el dato de que los bordados de sus capas debían de tener al menos nueve mil años. Les contó también lo poco que le había podido revelar Irainos a través del Ebyrith, que durante las guerras de los albores una casa, o clan, o familia, había traicionado un juramento, o quizá fue traicionada,  y por lo que se suponía, sus supervivientes habían enloquecido y se habían condenado a sí mismos al exilio.

—Pero no toméis estas palabras como hechos contrastados —advirtió Daradoth—, pues Irainos no estaba seguro de nada de ello, él no ha estado nunca en Doranna y dudaba de la veracidad de toda esta historia, que le llegó a través de las leyendas élficas más oscuras. Ahora mismo, Irainos está esperando a poder hablar con Eraitan para ver si pueden informarme de algo más.

Acto seguido, Daradoth volvió a contactar con Irainos, para informarle de que los seis elfos habían aparecido de nuevo en Undahl, y que seguramente harían contacto con ellos el día siguiente. El anciano elfo mostró su preocupación, y aseguró que intentaría contactar con Eraitan inmediatamente, pero no sabía si sería posible, así que recomendó a Daradoth toda la precaución del mundo, además de desaconsejar el contacto con los extraños.

Todavía antes de partir, Daradoth se dirigió a hablar con Fajjeem. El vestalense viajaría con ellos en el dirigible, y tenía derecho a saber por qué partirían con tanta urgencia y de madrugada. Cuando, ya en los aposentos del erudito, el elfo le informó del porqué de la premura de su viaje, el anciano se mostró consternado.

—Pero... ¿me estáis diciendo que un grupo de elfos de los que no se ha sabido nada durante miles de años aparecen cerca de nosotros solamente seis días después de que yo os haya contado mi historia? Extraordinario. —Se mesó la barba—. Sois más fuertes de lo que nunca hubiera creído —musitó.

—Así es. Parece que tenemos que acostumbrarnos a que casualidades impensables y eventos inconcebibles sucedan a nuestro alrededor. Es agotador, pero tenemos que afrontarlo. Saldremos en un par de horas como mucho, debéis prepararos. Lo que me gustaría es que compartierais los detalles de vuestra historia con mis amigos, para que estén informados de lo que nos vamos a encontrar. Yo he tratado por todos los medios de no desvelar vuestro secreto, pero ahora os pido que lo hagáis. Aunque respetaré vuestra decisión.

—Por supuesto, por supuesto, todo el mundo debe estar convenientemente informado en caso de un encuentro con ellos.

Así que Daradoth llevó a Fajjeem ante el resto del grupo, y este compartió con pelos y señales toda su historia, provocando la empatía de todos ellos. 

—Y no os voy a mentir —añadió—.  Tengo la remota esperanza de que esos elfos puedan curar de alguna manera a mi hija. O que nos puedan dar la clave para hacerlo. Sobre todo, en presencia de cuatro Shae'Naradhras —sus ojos brillaban, anhelantes.

—Perded cuidado, Fajjeem —dijo Symeon—. Haremos todo lo posible por encontrar una cura para vuestra hija. Gracias por compartir vuestra historia.

Dos horas después, con once paladines a bordo además de Aldur  y el propio Galad, partieron hacia el suroeste.

Ya entrada la noche, Symeon accedió al mundo onírico, donde se encontró con Nirintalath a bordo de la manifestación del Empíreo. El espíritu ya conversaba abiertamente con él, y afortunadamente ya no había recibido más visitas inesperadas. Sin embargo, manifestó su descontento por seguir encerrada en aquella extraña prisión del mundo de vigilia. «La caja con kregora», pensó Symeon. Volvió a asegurarle que pronto la liberaría, siempre que tuviera algunas garantías. Acto seguido, el errante se desplazó para visualizar a los colosales engendros tentaculares, y vio que seguían más o menos donde los había detectado por última vez. Después se desplazó, orientándose gracias a las estrellas, más o menos hasta el punto donde los elfos habían sido avistados. Allí percibió una gran alteración, pero no fue capaz de detectar nada más, así que decidió volver a su sueño.

Galad, por su parte, pidió la inspiración de Emmán para soñar con esa media docena de elfos ancestrales y desconocidos.

Galad se vio a sí mismo empuñando a Églaras, clavada sobre el cuerpo inerte de un elfo cuya elaborada capa de bellos bordados se encontraba empapada en sangre. Otros cinco cuerpos estaban tirados a su alrededor. De repente, del punto donde se encontraba Églaras clavada, comenzó a surgir lava. Una lava abrasadora y purificadora...

Por la mañana, tanto Symeon como Galad compartieron sus vivencias oníricas, y el Empíreo no tardó en sobrevolar la zona de avistamiento gracias a las indicaciones de Righen. La vegetación, los riscos, los cerros, las rocas y la lluvia dificultarían sobremanera la búsqueda, que se prolongaría durante dos jornadas enteras más.

Cuando la lluvia por fin se detuvo, Daradoth indicó algo, pasando la lente ercestre a Symeon. A unos kilómetros de distancia se encontraban seis figuras de capas oscuras recorriendo una senda de montaña, sin prisa pero sin pausa. Fajjeem se acercó al grupo y se asomó por la borda, agarrando una jarcia, escudriñando las montañas.

—Sí, ahí están —dijo Symeon—. Supongo que tú también puedes verlos sin la lente, Daradoth. —El elfo asintió—. Sus capas son... extrañas. Es como dijo Fajeem, como si el viento no las afectara.  Y se mueven... no caminan...

—Están levitando —dijo Daradoth—. Van de una roca a otra sin esfuerzo. Y no parece...

La figura que transitaba en último lugar se giró hacia ellos. Su rostro no era visible por la capucha, pero Daradoth y Symeon sintieron cómo los taladraba con la mirada. 

El Empíreo dio un fuerte bandazo. 

Algunos perdieron el equilibrio, y Yuria corrió al timón, consiguiendo, con la ayuda de Suras, estabilizar la nave. Pero pronto sintieron un nuevo golpe de viento que los hizo escorar violentamente.

—¡Sujetaos todos! ¡Cuidado de no caer! —rugió Egrenia, la navegante.

 —¡Tenemos que subir! —exclamó Suras— ¡Arriba!

Egrenia hizo uso del artefacto de los enanos, y el Empíreo ganó altitud, saliendo del repentino torbellino y situando una loma entre ellos y los elfos, lo que les permitió tranquilizarse.

—¿Seguís creyendo que es buena idea encontrarnos con ellos? —preguntó Galad.

—No podemos ignorarlos, ya habéis visto cuán poderosos son. —Daradoth se mostraba seguro—. Debemos descender e intentar hablar. 

Descendieron con el Empíreo unos kilómetros por delante en el valle que recorrían los elfos, e hicieron que Suras ascendiera rápidamente, con el Ebirith para poder comunicarse. Ignoraron las repetidas peticiones de Fajjeem para acompañarlos. Mientras avanzaban hacia el sur por la falda de la montaña, conversaron sobre el incidente.

—¿Cómo creéis que nos han podido detectar desde tan lejos? —preguntó Yuria.

Unos segundos de silencio antes de que Daradoth respondiera:

—No lo sé. Pero son muy poderosos.

—Tanto como para provocar un huracán a kilómetros de distancia —añadió Symeon—. No veo la forma de vencerlos en combate.

—Recordad lo que somos —Daradoth intentó subir los ánimos—.  Lo que dice Fajjeem que somos. Shae'Naradrhas. Para algo tiene que contar.

—Esperemos que sea así.

De repente, todos se estremecieron y callaron. El sonido de una flauta, dulce y melancólico, llegaba a sus oídos. Galad, Symeon y Daradoth sintieron una sensación extraña, como de pérdida, una especie de caída en desgracia que no sabían explicar muy bien. Yuria simplemente se sentía intrigada por la melodía. Era tristísima, pero realmente bella.

Daradoth miró hacia arriba, a lo alto de un cúmulo de rocas que se alzaba sobre la senda. Los demás lo imitaron.

En lo alto, sobre las rocas, una figura ataviada con una bellísima capa y la capucha retirada, se encontraba sentada en lo alto, soplando una antiquísima flauta de hueso. Era a todas luces un elfo alto y poderoso, y llevaba los ojos vendados con un paño negro y desgastado. Llevaba una espada a la espalda, cuyo pomo parecía juguetear con los rayos de sol. Pocos segundos después de que el grupo lo viera, paró de tocar. Se puso en pie de forma fluida, sin esfuerzo aparente.

Daradoth se acercó a la formación rocosa. El elfo se alzaba a unos veinte metros sobre él.

—Buenas tardes tengáis, mi señor —dijo en el cántico más solemne del que fue capaz—. Solamente deseamos hablar.  

El elfo murmuró algo. Hablaba en un cántico extremadamente antiguo, pero Daradoth fue capaz de entenderlo. 

—Hacía tiempo que no sentía una luz tan fuerte —dijo; no parecía dirigirse al grupo, sino a alguien más. 

En ese momento de detrás de las rocas, surgió otra figura. Otro elfo, vestido con una capa muy parecida a la del primero, que no parecía seguir los movimientos de su portador. Sus manos parecían manchadas con una sustancia negra. Llevaba unas botas maravillosas, una espada larga y otra corta, varios anillos y una diadema con extraños símbolos. Pero lo que más llamaba la atención era la pequeña urna que llevaba colgando del cuello, como si de un amuleto se tratara.

Cuando Daradoth vio al segundo elfo, sintió como si el corazón se le partiera, tal era la desgarradora aflicción que transmitía. Todos los demás, excepto Yuria, sintieron algo parecido. El elfo los observó durante unos segundos interminables, sus ojos violeta entrecerrados.

—La Vicisitud se agita a vuestro alrededor —dijo en el mismo cántico ancestral que el primero. Frunció el ceño y apretó los dientes—. Y la Luz se agolpa en vuestro interior. Es interesante. Y agotador. Tanta luz que apagar.

Daradoth sintió un escalofrío al escuchar estas palabras. Pero el estremecimiento lo hizo reaccionar, alejando el pesar de sí mismo. Se armó de valor y habló:

—¿Acaso sois una amenaza para nosotros? Tan solo queremos hablar.

En el fondo de su mente, Daradoth pudo sentir la vibración. El tirón metafísico se hacía más fuerte. 

—No para vosotros —contestó el elfo de la urna, que intercambió una mirada ciega con el elfo de los ojos vendados—. Hacía siglos que no hablábamos, y últimamente hemos hablado demasiado. Sois privilegiados. Aprovechad el tiempo.

—Tenemos curiosidad por saber vuestro propósito y hacia dónde os dirigís. 

En ese momento, apreció una tercera figura. Una elfa. Sus ojos, como los del elfo de la urna, transmitían una falta de... algo. ¿De humanidad? Eran realmente inquietantes. Llevaba la cabeza ligeramente ladeada, y Daradoth pudo escuchar cómo murmuraba quedamente una letanía con melodía. "Neldor, Saerën, Thiraldien, Kalakendar, Dhur'Karann, Vaelenn, Sarasthiann, Elgaras, Sovien, Ruthelienn...". «Es una retahíla de nombres», pensó Daradoth. «¿Qué demonios les pasa?». La elfa parecía ausente, con la mirada perdida.

—¿Os dirigís hacia alguna ciudad? —intentó de nuevo Daradoth. El segundo elfo había parecido el más razonable.

—¿Qué ocurre aquí? —tronó una voz nueva, en el mismo cántico arcaico. Los tres elfos se giraron para mirar al dueño de la voz, que permanecía oculto tras las rocas—. Debemos continuar. 

Daradoth decidió insistir una vez más:

—Hace unos años tuvisteis un encuentro fortuito con un amigo, y algo hicisteis a su hija no nata...

—Apagad esa luz y prosigamos —lo interrumpió la voz. 

Los tres elfos se giraron de nuevo hacia ellos. Daradoth notó que algo iba terriblemente mal, y entre grandes dolores, sintió como si necesitara expulsar todos los órganos  de su cuerpo. Desesperado, expandió los límites de su percepción para tocar las hebras vibratorias de la realidad. Todos los hilos de Luz que lo componían y que partían de su cuerpo se estaban deshaciendo. Siguiendo su intuición, tiró y cambió la vibración de cada uno de ellos, cada uno de los miles de millones que lo formaban, e incluso recompuso algunos. Una fuerza arrolladora quiso impedírselo, pero su voluntad fue más fuerte, y ningún hilo más se rompió o se deshizo. Finalmente, tras un breve instante, la fuerza cedió, y todo volvió a la normalidad. Alzó la mirada y vio cómo los elfos arriba se miraban unos a otros.

—Creo que han intentado cortar los hilos de Luz de Daradoth —susurró Symeon a Yuria y a Galad—. Pero ha resistido bien. 

Una cuarta figura apareció sobre las rocas, recortándose contra los restos de luz del atardecer. Un elfo regio, impresionante, con una capa aún más elaborada que las de los demás, una gran espada a la espalda, una diadema antigua e impresionante y los mismos ojos vacíos y ominosos. Daradoth aguzó el oído para escuchar a duras penas lo que susurraban.

—No lo hemos conseguido,  Tëlaran. Es la primera vez que resisten a tres de nosotros.

—Extraordinario. 

Daradoth retuvo con un gesto a Galad, que ya hacía ademán de empuñar a Églaras, y persistió una vez más, en el cántico solemne, dando unos pasos atrás para unirse a sus compañeros, que también constituían una visión impresionante.

—Ya os he dicho que solo queremos hablar. Desistid en vuestros intentos. 

Los elfos se miraron durante unos segundos, y finalmente el que parecía el líder, el último en aparecer, descendió por las rocas con una falta de esfuerzo evidentemente sobrenatural. Se acercó a ellos, seguido por los otros tres. La elfa no detenía su inquietante canturreo; no lo había detenido en ningún momento, a no ser que hubiera tenido que hablar. Ahora lo escuchaba todo el grupo; una letanía de nombres con una extraña melodía. Galad agarraba fuertemente el puño de Églaras, dispuesto a esgrimirla en cuestión de un segundo. Cuando se acercaron más, pudieron ver que las manchas en las manos del elfo de la urna parecían sangre seca, y cada pocos segundos llevaba una de sus manos a la urna. Sus ojos destilaban una tristeza y un odio infinitos, que el grupo (excepto Yuria) podía sentir físicamente. 

El líder, el llamado Tëlaran, se situó a pocos centímetros de Daradoth.

—Así que sois el primero en resistirnos. ¿Qué sois? ¿Acaso sois un Naradhras?

Daradoth lo miró a los ojos, sin dar señales de amedrentarse, o al menos eso esperaba.

—Así es. Shae'Naradhras. Todos nosotros.

Tëlaran pareció vacilar por unos instantes. A su espalda, el elfo de la urna dijo quedamente:

—Tienen mucha Luz. Muchísima. 

Galad tiró levemente de Églaras, y Yuria, Symeon y Daradoth se aprestaron para sentir la Vicisitud. En ese momento, una quinta figura apareció y se unió a los otros cuatro. Una elfa, alta, rubia, con una larga trenza, empuñando un arco lleno de runas lunares y de cuyos ojos surgían sin detenerse ni un instante lágrimas negras que se disolvían al caer de su rostro.

Arquera elfa

—¿Por qué no los habéis apagado aún?  —dijo, con el tono extrañamente calmado que usaban todos ellos.

—Son Shae'Naradhras —dijo Tëlaran—. Los cuatro. 

—Pero, tanta Luz... —dijo el de la urna.

—También son engañados, como fuimos nosotros —añadió el de los ojos vendados.

Tras unos segundos de silencio, Tëlaran volvió a tomar la palabra.

—Marchaos mientras tengáis mi gracia, y  no os interpongáis en nuestro camino, pues apagaremos toda Luz que lo haga.

Daradoth dudó unos instantes, pero finalmente decidió traducir las palabras del elfo a sus amigos y que la mejor opción sería marcharse. Era imposible razonar con aquel grupo, estaban a todas luces desequilibrados.

—Será mejor esperar una ocasión más favorable —dijo en vestalense—; no veo la forma de enfrentarnos a cinco de ellos a la vez. 

Así que, saludando diplomáticamente, dieron la vuelta y se dirigieron de nuevo hacia el norte. Unos centenares de metros más allá, se sintieron por fin a salvo.

—Han perdido todo rastro de cordura —dijo Daradoth—. Es imposible que negociemos con esa gente; tendremos que detenerlos. El de la urna no paraba de repetir que teníamos mucha Luz, y que tenían que apagarla. Están obsesionados con apagar toda Luz que encuentren...

—...lo que los convierte en nuestros enemigos, aunque no fueran aliados de Undahl —terminó la frase Symeon.

—Aun así, no creo que estén alineados con la Sombra, si hubiera sido así, creo que lo habría detectado, y posiblemente mi visión habría cambiado. Pero desde luego, debemos considerarlos enemigos. 

—Al ritmo al que se mueven, podrían llegar a Safelehn en poco más de tres semanas. Quizá menos —dijo Yuria—. Pero hay más ciudades y campamentos en el camino. Debemos avisar a lady Ilaith.

—Sí, es posible que lo que quieran sea "apagarla" a ella —añadió Symeon—. Debemos avisarla lo antes posible.

De vuelta al Empíreo, explicaron todo el episodio a Fajjeem, Taheem, Faewald y Aldur. Este último expresó su preocupación cuando Galad planteó un plan para acabar con los extraños elfos utilizando los poderes de los paladines de Emmán:

—Por lo que contáis, yo no estaría tan seguro de que nuestros poderes enlazados les afectaran. ¿Creéis que realmente son apóstatas? Según lo que relatáis, están afectados por la locura, y ella rige sus actos.

—Por esa parte, estoy prácticamente seguro de que no son seres de Sombra —añadió Daradoth. 

—Puede que no sean Sombra —Galad transmitía su molestia y sus ansias por actuar en sus palabras—, pero desde luego no son Luz. Y ahora somos conscientes de que quieren exterminar a toda Luz, sin hacer ninguna distinción. Yo los considero apóstatas, sin duda.

—Sí, pero te recuerdo que los poderes de los paladines no afectaron al corvax que nos atacó en Doedia. Y nos estaba atacando.

—Aun así, creo que este es un caso más extremo. Y siempre nos quedaría el cuerpo a cuerpo. 

—Sí, pero en ese caso, debemos encontrar una forma de separarlos —sugirió Yuria—. No creo que sea buena idea en absoluto enfrentarnos a todos ellos a la vez. 

Ya a salvo en las alturas e iniciada la travesía hacia Safelehn, Aldur apartó a Galad para tener unas palabras en privado.  

—Hermano —dijo—, creo que hay demasiadas cosas mal. ¿No te da esa sensación? Los terremotos de los que me habéis hablado en Doedia, los seres extraños en el mundo onírico que provocan alteraciones en la vigilia.. ¡por el divino Emmán, incluso murieron varios errantes! Ahora estos elfos peregrinos, los problemas de los enanos, esos insectos demoníacos...

—Sí, es un cúmulo muy desfortunado, desde luego.

—El caso es que siento cierta urgencia por parte de nuestro señor. ¿No lo notas tú también? 

—Los últimos sueños que me ha inspirado, sí... todos acababan en sangre. 

—Igual que yo. Tengo la sensación de que el mundo se está viniendo abajo, y que no se puede hacer nada para evitarlo.

—Es posible, sí.

—En fin, es una sensación que me reconcome, y que quería compartir contigo. Ahora que sé que sientes lo mismo, me quedo más tranquilo. Pero la sensación de urgencia sigue ahí.

—Sí, entiendo lo que quieres decir, pero, ¿qué podemos hacer? 

—Creo que toda solución pasa por Églaras.

—Sí, eso es lo que está transmitiendo nuestro señor, sin duda.