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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 21 de enero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 1

Asuntos en Tarkal. Hacia la Región del Pacto.

A través de Norafel, el arcángel mayor de Emmán, Galad podía sentir claramente el poder de su dios recorriendo su cuerpo. La presencia del ángel era arrolladora, casi consumiéndolo. Se giró hacia los presentes en la bóveda de Tarkal, anonadados por lo que estaban presenciando. Davinios cayó de rodillas, con las manos juntas a modo de oración. La mirada de ojos dorados del paladín recorrió a todos, y se detuvo sobre lady Ilaith y sobre uno de sus guardianes. Ambos se estremecieron a ojos vista.

«Quizá debería tomar cartas en el asunto ahora mismo, y erradicar algunos problemas de nuestro camino", pensó Galad, mirando fijamente a la canciller. «Si canalizara algo de poder hacia ellos podría...».

La mirada del paladín parecía atravesar a Ilaith hasta el alma. Symeon vio que la princesa comerciante se estremecía aunque hacía todo lo posible por mantener la compostura. Tras unos interminables segundos, Galad pareció reaccionar, y dejó a Eglaras en su cinto (tendrían que esperar la manufactura de una vaina digna). Su aura desapareció y volvió a ser el Galad que todos conocían y apreciaban.

 

Églaras, la Espada Alada


El grupo se acercó a él y lo felicitó, congratulándose por lo que había sucedido.

—Espero que esto sea un punto de partida para lo que tiene que venir —dijo Symeon.

—Sin duda que lo es —añadió Yuria.

—Emmán está con nosotros hermanos míos, todo será diferente a partir de ahora —sentenció Galad. Ilaith lo miraba fijamente, en silencio. Preocupada.

Con la situación ya más calmada, Symeon decidió que era hora de expresar sus inquietudes:

—Creo sinceramente que deberíamos examinar el resto de objetos que rescatasteis de los Santuarios de Creä, lady Ilaith. Es posible que haya algo que nos pueda ayudar en la lucha, y sería una pena perder la oportunidad.

Ilaith miró a Symeon, apartando renuentemente la mirada de Galad.

—Por supuesto, claro, tenéis razón Symeon. Adelante —se adelantó un poco, señalando—, están todos en estos cofres.

Había allí un número considerable de objetos, pero lo que más les llamó la atención fue una caja muy alargada junto a la caja salpicada de kregora de Nirintalath. Symeon la abrió, y al instante notaron un poder arcano emanando de ella. Daradoth notó un escalofrío en la nuca.

—Cuidado, Symeon —advirtió—. Lo que sea que hay ahí emana Sombra de manera grotesca.

—Es un cayado —dijo el errante, sin girarse, abstraído—. Mirad, es bellísimo. Me recuerda algo...

Symeon rebuscó furiosamente en su mente, el adorno de la cabeza del callado representaba un estilizado murciélago, salpicado de rubíes. O algo que parecían rubíes.

—Por el Camino de Retorno... ¡es uno de los cayados de Uriön!

—Cierra la caja, Symeon —demandó Daradoth, que ya veía destellos rojizos—. ¡Ciérrala!

El errante se demoró unos segundos, anonadado, pero finalmente pareció reaccionar y cerró el recipiente. 

—Esta caja debe permanecer cerrada, lady Ilaith —dijo—. Y no sería mala idea tachonarla también de kregora.

—De acuerdo, así lo haremos —dijo la canciller haciendo un gesto a uno de sus guardias, que salió inmediatamente para dar las órdenes pertinentes.

El resto de objetos eran artefactos más o menos poderosos, pero ninguno que llamara especialmente la atención del errante, así que los retornaron a sus respectivos lugares. Antes de marcharse, Ilaith recordó algo:

—¿Y tú, Symeon? ¿No vas a empuñar la espada verdemar como la vez anterior?

—Creo que no, mi señora. Aunque lo anhelo, también me aterra ese momento; es un ente en verdad peligroso, y no sé si estoy preparado. Ni si ella lo está.

Cuando ya salieron de la bóveda y se dirigieron a sus aposentos, Symeon se acercó a Galad.

—Lo que hemos presenciado allá atrás ha sido impresionante, Galad —susurró—. Realmente me has recordado al Norafel que vi en el mundo onírico. Y aquel ángel parecía cargar con una carga muy pesada, igual que Eraitan con el suyo. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy perfectamente, y lleno de esperanza. El arcángel de Eraitan seguro que era muy diferente de Norafel. Ahora me siento... no sé, renovado. Con fuerzas para afrontar cualquier cosa.

—Ya veo. Estaba preocupado. —Symeon pareció pensar unos segundos, y añadió—: ¿Has encontrado por ventura el camino de vuelta? —La pregunta ritual de los errantes sonó extraña tras tanto tiempo sin formularla, pero Symeon sintió un calor reconfortante al formularla. «Sigo siendo un errante, después de todo».

—Me temo que no —contestó Galad—. Al menos, no hasta donde yo sé. Pero quizá hayamos dado el primer paso en ese camino.

Symeon afirmó con un gesto y siguió caminando, pensativo.

Yuria notó cómo  Ilaith tocaba su antebrazo, instándola a alejarse del resto. Así lo hicieron, entrando en los aposentos de la canciller.

—Lo de Galad ha sido impresionante —empezó—. ¿Qué opinas sobre eso?

—Creo que todavía tiene que acostumbrarse a ese poder, y a la interacción con el arcángel.

—No te voy a engañar, voy a ser directa. Estoy sinceramente preocupada. Creo... no, estoy convencida, de que por un momento ese poder tan desmesurado le ha afectado. Vi algo en sus ojos, en su actitud... por un momento temí por mi vida. De verdad.

—Galad nunca...

—Sé que Galad no, pero ese no era Galad.

—Ese poder afecta al cualquiera, pero tiene que aprender a encauzarlo, no os preocupéis Ilaith, es normal que pueda verse sobrepasado al principio, pero confío plenamente en la fortaleza y la rectitud de Galad. Ha demostrado su valía repetidas veces.

—Y sin embargo, si pierde el control en el proceso, puede ser desastroso. Quería transmitirte mis inquietudes, sabes que eres una de las personas en que más confío. Una de las pocas que puede llamarme "Ilaith" y no "mi señora".

—Por supuesto, perded cuidado. Estaré atenta en todo momento, y, si algo raro sucede, tomaré cartas en el asunto. Pero confío plenamente en Galad.

—Gracias, Yuria. Muchas gracias.

Por su parte, Symeon mantuvo una breve conversación con su hermana, para poner en común sus objetivos. Hablaron del camino de vuelta, de poner a la propia Violetha a salvo y volver a formar parte de una caravana, pero ella se mostró totalmente comprensiva con la situación actual y a hacer lo que fuera necesario.

—Me gustaría que te quedaras con lady Ilaith y ofrecerle tus servicios. Y que contactaras con los errantes de la Federación y os organizaras de alguna forma, para poder activarlos rápidamente en caso de problemas. Además, por aquí debe de haber una errante llamada Serena, que conozco bien, ya te he contado su historia y la del circo de Meravor. Encuéntrala, porque es especial, y mantenla cerca. —A continuación, bajó la voz y cambió al idioma minorio—. Y permaneced cerca de Ilaith, quiero estar informado de cualquier cosa que salga de lo "normal". 

—Está bien —respondió Violetha, también en minorio y en voz baja—, por supuesto que quiero colaborar en la lucha contra Sombra en la medida de mis posibilidades, y si esa es la mejor opción, por supuesto que lo haré. Supongo que ofrecerás tú mismo mis servicios a lady Ilaith, ¿no?

—Sí, por supuesto. Le hablaré de tus... habilidades —sonrió guiñando un ojo.

 Ya reunidos en sus alojamientos, el grupo pudo debatir libremente sobre el próximo movimiento y lo que Ilaith esperaba de ellos. Yuria no cesaba de hacer cálculos sobre cuánto tiempo les llevaría traer a los paladines y tropas de la Región del Pacto hasta la Federación. Los dromones que habían transportado a los Alas Grises debían de seguir allí, así que eso no sería mayor problema dejando aparte la posibilidad de encontrarse con tropas enemigas, y los paladines e iniciados podrían viajar en los dirigibles. Los Hijos de Emmán podrían viajar también en los dromones, o quizá Phâlzigar pudiera proporcionarles un navío, como había hecho en el pasado. Tendrían que salir lo antes posible, por supuesto. Entonces recordó algo:

—Galad, si usamos el Surcador, podría llevarte a ver a Eudorya a Eskatha y volver en poco más de una jornada.

Pero algo había cambiado en el interior de Galad.

—No te preocupes, Yuria —respondió—. Hay cosas más importantes de las que ocuparse. Creo que mis sentimientos deberán diluirse. —«En realidad, ya parecen haberse diluido», pensó; «tendrás que casarte con el príncipe Nercier, Eudorya, no hay lugar para nosotros».

Yuria lo miró extrañada. Symeon y ella intercambiaron una mirada silenciosa.

—Un cambio de parecer realmente rápido —notó ella.

—Supongo que me he dado cuenta de la futilidad de todo si no derrotamos a la Sombra y cumplimos con la voluntad de Emmán —se santiguó, con los ojos cerrados.

«Esto no es normal, desde luego», pensó la ercestre. «Ayer estaba perdidamente enamorado, ¿y hoy la deja atrás con un simple gesto? Maldita sea, voy a tener que vigilarte estrechamente, Galad». Sin embargo, debería posponer la vigilancia por unas horas, pues se separó de sus compañeros para hablar con sus compañeros ingenieros y ver cómo iban los progresos con las nuevas armas.

Por la noche, Symeon anunció su intención de entrar al mundo onírico para visitar a Nirintalath. Galad tomó las precauciones habituales, y el errante cayó dormido con su habitual facilidad. No detectó nada extraño en los alrededores aparte de las representaciones de sus compañeros, así que se dirigió rápidamente hacia la cámara acorazada. La cámara estaba representada en la realidad onírica como una especie de barrera (con elementos extraños que debían de ser las incrustaciones de kregora) que no le costó atravesar.

En una silla, allí estaba. Nirintalath. Con aspecto de anciana cansada, mirando al suelo en un mohín de resignación. 

—Siento mucho no haber venido en tanto tiempo —dijo el errante—. Y te pido perdón. Pero mi intención, como ya te dije hace mucho, es ayudarte. Pero para ello, necesito que lleguemos a un acuerdo. Un acuerdo de ayuda mutua.

El espíritu de dolor permaneció impasible. Symeon se acercó un poco más. Entonces, empezó a notar unos pequeños pinchazos, como pequeños alfileres clavándose en su carne. Se detuvo.

Pero en un instante lo pensó mejor. «Tengo que demostrarle que confió en ella». Siguió avanzando. Para su gran alivio, los pinchazos no fueron a más. No demasiado.

—Necesito que confíes en mí, igual que yo confío en ti. Pero necesito que me des tu palabra. Sé que el odio te recorre, pero ese odio va más allá del dolor, y sabemos por quién lo sientes. Y por ti misma sabes que no lo vas a conseguir. Nos necesitamos.

Silencio.

—Está bien —continuó Symeon, paciente—. Volveré pronto. Solo quería que supieras que no me he olvidado de ti y que quiero ayudarte. Por desgracia, los acontecimientos me han hecho tardar en volver a verte. No volverá a pasar.

La mañana siguiente, Ilaith no tardó en convocarlos. Con ella se encontraban la mayoría de sus consejeros, con Keriel Danten a la cabeza. Como ya habían decidido tácitamente, el grupo viajaría con el Horizonte y el Empíreo a la Región del Pacto para traer rápidamente a los paladines que, en teoría, seguirían a Galad al verlo con Églaras. Darían también las órdenes para que los Alas Grises navegaran con los dromones de vuelta.

Enseguida fueron despachados oficiales para preparar los dirigibles para la partida del grupo, con palomas mensajeras para poder comunicarse. Ilaith partiría hacia Eskatha esa misma tarde con el Surcador.

—Debemos establecer un plan para el ataque, Yuria, así que antes de partir me gustaría discutirlo para que luego el general Soras, aquí presente —señaló a uno de los miembros del consejo— lo pueda compartir con el mariscal Rythen. No sabemos con exactitud las fuerzas con las que cuenta Undahl, así que será difícil y puede llevarnos varias horas, ¿estás de acuerdo?

—Por supuesto, Il... mi señora.

—Muy bien, pues está todo acordado, gracias por vuestra atención, dejemos a los militares discutir los detalles.

La mayoría del consejo se dispersó, incluyendo al grupo y lady Ilaith, que los hizo acompañarla hasta sus aposentos.

—Os he hecho venir hasta aquí porque necesito vuestra ayuda. Sobre todo la tuya, Symeon , y la tuya, Galad. Como habéis visto, hay muchas reliquias arcanas en la cámara acorazada, y es verdad que es una pena que se encuentren ahí, sin utilizar. Por eso, quiero que seáis los primeros con quienes comparto esto. He decidido establecer un nuevo cuerpo de gente capaz que llamaré "guardia arcana". Y quiero que esa guardia esté equipada con las reliquias que guardo en la bóveda y con cuantas pueda conseguir en el futuro. Creo que serán muy útiles en nuestra lucha, pero, por supuesto, necesitaré la ayuda de avezados eruditos como vosotros para su adiestramiento. ¿Qué opináis?

—Sin duda es muy buena idea, mi señora —respondió Symeon—. Y, por mi parte, no hay problema en poner mis conocimientos a vuestra disposición.

—Por mi parte tampoco —añadió Galad—, siempre que nuestros más urgentes asuntos lo permitan.

—Muy bien, os lo agradezco. ¿Creéis que podríamos realizar una primera criba eligiendo a candidatos con capacidades intrínsecas para acelerar el proceso?

—Podríais usar las piedras de kregora —intervino Daradoth, de repente—. Entregadlas a los fieles, y los que caigan inconscientes serán más receptivos al poder de los objetos.

—Sí, esa podría ser una primera criba —coincidió Symeon—; no es una condición excluyente, pero esa gente tendrá mayores posibilidades. A la vuelta de nuestro viaje, podremos inspeccionar personalmente a los que hayan superado (o, más bien, fallado) la prueba.

—Ahora, si nos disculpáis, lady Ilaith —dijo Galad—. Tenemos que reunir a los paladines para resolver esa disputa sin sentido que tienen.

—Por supuesto.

Una vez el resto de sus compañeros se hubieron retirado, Symeon hizo un aparte con Ilaith.

—Mi señora, querría que me concedierais el favor de tomar a vuestro servicio a mi hermana Violetha. Creedme cuando os digo que es una superdotada en las artes de la información y el subterfugio diplomático. Tiene la facultad de caer bien a la gente.

—Por supuesto, vuestra palabra es una de aquellas en las que más confío. Acepto a vuestra hermana a mi servicio sin duda ninguna. 

—No os arrepentiréis, permitidle extender sus influencias y tendréis una red muy valiosa.

Entre tanto, Galad y Daradoth se habían dirigido a la mansión de los paladines de Osara. Allí no tardaron en encontrarse con Aznele Ereben, que los recibió de buen grado, consciente de los rumores que hablaban de Galad como el elegido por Norafel. Daradoth expuso sin rodeos lo que querían: acabar con las rencillas entre los paladines de Osara y Emmán. Acordaron que lo mejor sería organizar una asamblea con todos los paladines esa misma tarde. Además, aprovecharon también para revelar a Aznele la condición de Galad como nuevo Brazo de Emmán y portador de Églaras y Norafel. El paladín empuñó durante un momento la espada, con el consiguiente cambio físico y sobrenatural, sorprendiendo a la fiel de Osara. Galad envainó de nuevo, conteniendo la arrolladora presencia de Norafel.

—No era mi intención en absoluto alardear o intimidaros, hermana Aznele —la tranquilizó Galad—. Simplemente demostrar que nuestras afirmaciones eran ciertas. Ojalá encontremos pronto al Brazo de Osara, lo deseo de corazón.

En un par de horas, la práctica totalidad de los paladines se encontraba reunida en la fortaleza interior.


miércoles, 8 de enero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 4 - Capítulo 29

De vuelta en Tarkal

De vuelta en la sala del consejo, cuando el grupo relató lo que había visto en su breve viaje hacia el sur, Ilaith no tardó en dar su opinión.

—Creo firmemente que debemos dejar que las cosas sigan su curso y los rumores se propaguen. Cuando ese ejército sepa que no le quedan aliados aquí, dará la vuelta, estoy segura. Mientras tanto, seguro que Yuria puede daros las directrices necesarias para defender alguna posición ventajosa en el camino. ¿Es así, Yuria?

—Por supuesto, mi señora —contestó la ercestre, que ya había trazado apenas sin esfuerzo un centenar de planes de defensa en su mente.

—Quizá podríamos hacer ver a los nómadas el engaño del que habló el elfo oscuro —sugirió Symeon—. Pero no sé si es posible.

—Sería interesante, pero no tenemos la suficiente información sobre ese tema —replicó Galad.

—Intentaré hablar con los maestros del saber por si podemos aprovechar algo de sus conocimientos. Aun así, la biblioteca ha sido vetada a nuestro acceso y debemos encontrar medios alternativos para los asuntos que tenemos pendientes.

—Y eso implica viajar a Tarkal —añadió Daradoth, sin ambages—. Y quizá más allá, dado que lo que intentábamos encontrar en la Biblioteca no podremos encontrarlo ya en ella. «A Tinthassir o a Irza, sea la opción que sea, si podemos erradicar a los Erakäunyr con Églaras o los paladines, nos ahorraremos sufrimiento».

Ya a solas con Ilaith, el grupo le expuso la necesidad de que Galad empuñara a Églaras para hacer uso de su poder en la lucha contra la Sombra.

—Galad ha tenido varios sueños inspirados por Emmán —reveló Symeon— en los que le urge a empuñar la espada, y creemos que ha llegado el momento, así que os pedimos permiso para que pueda intentar domeñarla.

Ilaith permaneció pensativa unos momentos. Afirmó con la cabeza.

—Evidentemente, no os voy a poner problemas para ello, la victoria sobre la Sombra debe ser lo que nos guíe en todo momento. Pero pensad que todavía tenemos al principado de Undahl, con Rakos Ternal a la cabeza, en el seno de la Federación, firme aliado de los engendros y traficando con la kregora. Temo por el destino de la Federación mientras no los aplastemos con contundencia;  y para ello, necesito a los paladines y las fuerzas que hay destacadas en la Región del Pacto.

—Desde luego —intervino Yuria—, lo primero que deberíamos hacer es traer a los paladines y las tropas que enviamos a la Región del Pacto; con el Imperio Vestalense en guerra civil, podrán pasar sin ellas. Estoy totalmente de acuerdo en que hay que acabar con Undahl para que la Federación pueda ser la piedra que sustente toda la fuerza de la Luz en Aredia.

—Esto tendremos que tratarlo en profundidad, no podemos dejar nada abierto a improvisación.

Ilaith convocó a la reina Irmorë, a Anak Résmere y a Galan Mastaros para una reunión con el grupo, e inmediatamente se pasó a evaluar en profundidad los frentes abiertos y las diferentes opciones que tenían. Consideraron con detenimiento los pros y contras de cada curso de acción, con escribas anotando todo.

—De esta manera, si algo se tuerce y resulta en un desastre, cada uno tendrá que asumir su parte de responsabilidad y no fingir falta de conocimiento o de perspectiva —Ilaith quería dejar las cosas muy claras—. Evidentemente, hay dos problemas que superan a todos ahora mismo: la integridad de la Federación y los insectos demoníacos que amenazan la frontera norte. Ya sé que la invasión de Sermia es también un problema grave, pero hoy por hoy lo considero menor que los otros dos. Aparte de estos, tenemos otros problemas: la guerra en Esthalia, los túneles del Kaikarésta...

La mayoría estuvo de acuerdo con la evaluación de Ilaith, aunque, como era lógico, hubo alguna voz discordante. 

—Como hemos hablado antes —dijo Yuria—, sería fundamental volver a contar con las fuerzas destinadas en la Región del Pacto. Sé que los Alas Grises no serán un problema, pero los paladines los proporcionó la Torre Emmolnir directamente.

—¿No seguirían vuestras órdenes, Galad? 

—Es posible —contestó el paladín—, pero no puedo asegurarlo.

—¿Las seguirían si empuñarais a Églaras?

—Supongo que sí, así lo creo.

Tras largo tiempo de discusión donde se trataron los detalles más nimios, se decidió que su siguiente destino sería Tarkal, para intentar hacerse con Églaras y evaluar la situación con Undahl. Y a continuación se trasladaría al contingente de la Región del Pacto hacia el sur, con los paladines e iniciados a la cabeza. Se planificó también el movimiento y distribución de fuerzas en las siguientes semanas, intentando atender adecuadamente a todos los frentes.

Acto seguido, Ilaith dio órdenes para que los dirigibles se prepararan para partir al día siguiente, y se retiraron a descansar.

Cuando sus compañeros llevaban unas tres horas durmiendo y él todavía se encontraba leyendo el grueso volumen "Las Vías de la Luz", Daradoth sintió cómo el vello de su nuca se erizaba de repente con un escalofrío, y a continuación notó los efectos de la deflagración de una fuerte explosión, que sacudió el palacio, haciendo desprender algo de polvo desde el techo. Él mismo sintió una oleada de fuerza física que lo aturdió durante unos segundos. Una oleada de Sombra. En cuanto se recuperó, se reunión con sus compañeros, que habían despertado también debido al choque, y se dirigieron rápidamente a asegurarse de que no le hubiera sucedido nada a la reina ni a Ilaith.

Afortunadamente, todo el mundo se encontraba bien, y entonces vino una segunda oleada. Y tras ella, una tercera.

—Viene desde la Biblioteca —dijo Symeon.

—Sí, yo también lo he notado.

—Debemos ir a ver qué ocurre.

Partieron con una escolta de caballeros y en cuestión de media hora desde que habían despertado, llegaban a las inmediaciones de la colina de la Gran Biblioteca.

Sin embargo, el viaje fue estéril. Dos nuncios de los mediadores impidieron su acceso a la escalinata en repetidas ocasiones, por más que insistieron e intentaron hacer uso de su elocuencia y habilidades. 

En un momento dado, el grupo sintió cómo les invadía una ola de frío procedente de lo alto. Uno de los nuncios giró un poco la cabeza para mirar hacia el complejo. De hecho, ambos lo hacían cada cierto tiempo.

Tras un intervalo de espera, comenzaron a volver grupas para volver a la ciudad.

Entonces, los bañó un fulgor plateado y los sacudió una enorme explosión procedente del otro lado de la colina. Algunos de los caballos perdieron pie y durante unos segundos se vieron envueltos en una escena caótica. Los nuncios aguantaron en pie, inquebrantables.

Con esfuerzo, consiguieron por fin tranquilizar a los caballos y se dirigieron de nuevo hacia la escalinata.

Una segunda explosión detonó de forma brutal con otro resplandor plateado, en el mismo lugar, y los sacudió violentamente de nuevo. «Sea quien sea, está poniendo en apuros a los mediadores», pensó Symeon.

Tras volver a tranquilizar a los animales y a poner todo en orden, insistieron de nuevo a los nuncios para que los dejaran pasar y ayudar, o al menos, informarles de qué sucedía; pero los acólitos permanecían insondables. En ese instante, entre el viento y los sonidos de la noche, pudieron oír en las inmediaciones una voz de mujer, que parecía gritar: "nooooooo...". Symeon sintió un escalofrío; era la voz de Ashira. Tuvo que luchar consigo mismo para no salir corriendo hacia la cima de la colina. De repente, con una pequeña sacudida, la voz se extinguió y la realidad pareció restaurarse a sí misma, las estrellas en el cielo se apagaron durante un par de segundos y los restos de las explosiones y de las deflagraciones desaparecieron de un plumazo.

Se miraron unos a otros, frustrados.

—No tenemos nada que hacer aquí si no nos quieren dejar pasar —dijo Galad.

—Sí, es mejor que nos vayamos; al menos parece que ya lo tienen todo bajo control.

—Siempre que no vaya a peor y no afecte a la ciudad...

No les quedó más remedio que volver al palacio real, recuperando a los soldados y caballos que habían quedado inconscientes por las sacudidas metafísicas. No obstante, parecía que fuera lo que había pasado allí ya lo habían controlado, pues el resto de la noche transcurrió tranquilo. Antes de dormir, incapaz de soportar la incertidumbre de lo que hubiera podido suceder a Ashira, Symeon entró al mundo onírico. La colina de la Biblioteca aparecía allí arrasada, como si hubiera caído algo del cielo que hubiera acabado con ella. En el mundo de vigilia no aparecía así, solo era la representación onírica la afectada. 

El día siguiente lo intentaron una vez más, acudiendo a la Gran Biblioteca en compañía de la reina, que intentaría ejercer su poder para que les permitieran el acceso. En esta ocasión, a requerimiento de su majestad, los nuncios convocaron la presencia de un mediador, que apareció después de un parpadeo, como traído de la nada. Dijo llamarse Eyr'Nyvalan. Pidió algo que podrían llamarse disculpas por los efectos que se habían hecho notar en la ciudad y el palacio, pero siguió sin permitir el acceso de la compañía, haciendo vagas suposiciones de que "en algún momento del futuro sería posible la entrada". Galad interrumpió la convesación:

—Eso quiere decir que el peligro no ha pasado aún, ¿me equivoco?

—El peligro ya ha pasado, perded cuidado —contestó el mediador.

Symeon no pudo soportarlo más, e intervino:

—¿Ha muerto ella?

—Sabéis que no tendría por qué responderos, pero la verdad es que no lo sabemos.

—Si en algún momento lo sabéis, os suplico que nos informéis de su destino. Para presentar mis respetos.

—Podéis presentarlos ya; aunque no haya muerto físicamente, es como si lo estuviera.

El mediador despareció como había aparecido, con un parpadeo. 

—Supongo que tendremos que vivir con esto a partir de ahora —suspiró la reina—. Volvamos.

Tras despedirse de los habitantes de Doedia, con Ilaith asegurando a Irmorë que volverían pronto y el vulgo y los soldados aclamando a Daradoth "espantabestias", los tres dirigibles pusieron rumbo a Tarkal poco antes de mediodía. Sobrevolaron Doedia, que a ojos vista se estaba volviendo a poblar y a recuperar su actividad, e hicieron con el Empíreo la parada preceptiva en el monasterio de Ibrahim para recoger a Etheilë, Violetha, Arëlen y los demás. En el camino pudieron ver con alivio cómo una de las legiones de Sirelen estaba ya llegando a Doedia. Galad tranquilizó al padre Ibrahim:

—Volveremos en cuanto podamos, padre, mantened a los muchachos a salvo hasta que podamos retornar y encargarnos de este asunto.

—Así lo haré. Gracias, hermano Galad. Pero os suplico que no nos olvidéis, no querría morir sin ver su gloria restaurada.

Dos jornadas después llegaban por fin a Tarkal, una ciudad en plena expansión, con murallas kilométricas en previsión de su crecimiento. Al oeste pudieron ver acercándose a la ciudad un cuarto dirigible, el Surcador. Todos ellos fueron recibidos con todos los honores por los nobles y el séquito de Ilaith. Habían llegado rumores preocupantes desde Sermia y todo el mundo había estado muy nervioso por la situación en Doedia. Saludaron a Keriel Danten, y también a Ernass Kirbel, que ya había vuelto de su viaje a Esthalia en busca de una alianza. Desgraciadamente, la situación allí lo había forzado a volver antes de lo previsto, sin un acuerdo en firme. Presentaron a sus acompañantes en el Empíreo: las tres elfas, los miembros del Vigía, Garedh y Violetha, que fueron agasajados también.

Galad y Yuria observaron a su alrededor mientras sobrevolaban la ciudad y fueron recibidos en la fortaleza. «Tarkal se parece cada día más a las ciudades de Ercestria», pensaron ambos.

Aprovechando el boato y protocolo de los recibimientos, Davinios se acercó a Galad, susurrando:

—¿Podríamos hablar en privado, Galad? ¿Vos, yo y lord Daradoth?

El paladín aceptó, por supuesto, y aunque fue más difícil apartar a Daradoth del resto, no tardaron en encontrarse en una discreta cámara apartada.

—Quería deciros —dijo Davinios— que los altercados entre los paladines de Emmán y Osara están yendo a peor. Sinceramente, lo he pasado mal durante la travesía en el Horizonte. Pensaba que la cosa iba a llegar a mayores. Y deberíamos acabar con esta absurda rivalidad.

—¿Y a qué es debida, si me permitís la pregunta? —inquirió Daradoth.

—Bueno, la razón última parece ser que los paladines de Osara piensan que Emmán no es un auténtico dios. Y, por el efecto de reacción, algunos de los nuestros están empezando a pensar lo mismo de su diosa.

—Pero eso es absurdo...

—Lo sé, claro que lo sé, pero los sentimientos provocan pensamientos poco racionales en los implicados. El caso es que quería pediros... no estaría de más que tú, Galad, o que vos, Daradoth, pudierais explicar claramente que ni Emmán ni Osara son seres todopoderosos sino que son... —se notaba que Davinios estaba incómodo, pues no considerar a Emmán como el dios supremo iba en contra de todo lo que le habían enseñado en Emmolnir—, son...

—Pares en la jerarquía, por debajo del Creador —acabó Daradoth.

—Aunque Emmán es el camino correcto —añadió Galad.

—Sin duda —coincidió Davinios, santiguándose.

Daradoth los miró, un tanto divertido. «Hay que comprenderlos, de momento respetaré esa idea». Continuó:

—Gracias por compartir vuestras inquietudes, Davinios. Desde luego que tomaremos medidas a la mayor brevedad posible.

—Muchas gracias, mi señor. Se me olvidaba deciros que está surgiendo otra corriente que está abogando por la idea de que tanto Osara como Emmán son aspectos distintos del mismo dios, cosa que, según vuestras enseñanzas, también está equivocada. 

—Por supuesto. No os preocupéis, hermano Davinios, nos ocuparemos de esto en breve.

Una vez Davinios calmado y todos aposentados, Symeon y Galad pidieron inmediatamente a Ilaith el acceso a la cámara acorazada de las reliquias. Y hacia allí se dirigieron, junto con Yuria y Daradoth. Y junto con miembros de la nueva guardia de Ilaith; con sorpresa, vieron que todos los miembros de su nuevo cuerpo de guardia personal lucían la runa falmor que los identificaba como maestros de esgrima. Si alguien quisiera asesinar a la canciller, tendría que sudar sangre para hacerlo.

Cruzaron un par de puertas con incrustaciones de kregora hasta entrar en la cámara que ya habían conocido en una ocasión. Multitud de cajas y arcones se extendían en los laterales. Los ojos de Symeon brillaban, observándolo todo. Reconoció la caja donde se guardaba Nirintalath, tachonada con fragmentos de kregora bellamente tallados.

Se dirigieron directamente al arcón que contenía a Églaras, y dejaron que Galad lo abriera, manteniéndose a una respetuosa distancia. Allí estaba. La espada alada, bellísima y magnífica. «Es mi imaginación, o ese canto me está llamando a empuñarla?». En su presencia, Galad notaba el poder de la esfera celestial como un baño reconfortante de luz y calor que lo embriagaba. Solemne, entonó una pequeña oración, y alargó su mano, no sin temor; agarró con fuerza la larga empuñadura. Entonces, oyó claramente la voz. Una voz que hablaba directamente en su mente.

"Largo tiempo he esperado", oyó, o más bien sintió, que decía. "Juntos no habrá nada que nos detenga". El peso de sus pecados y de sus responsabilidades desapareció por un instante, sintiendo como si levitara. La sensación de liviandad era extremadamente agradable. Se sintió más valiente, más fuerte. Su corazón, que hacía unos momentos parecía que iba a salirse del pecho, relajó los latidos. Levantó la espada, sintiendo el poder de Emmán recorrer sus venas mientras un aura dorada lo envolvía, y sus ojos se veían alterados por un mar de puntos áureos. 

Abrió su mente, intentando que el poder de la espada penetrara lo suficiente en él como para poder comprenderlo a la escala más profunda. El calor fue casi insoportable, y perdió la visión durante unos instantes, pero pudo encauzar el torrente y revertirlo hacia el objeto, entrando en un bucle que finalmente se calmó. Ahora notaba claramente la presencia de un ente en la espada. O mejor dicho, el ente que era la espada. Norafel. "Mi poder es tuyo ahora", susurró en su mente.

«Norafel, ¿sois vos?», preguntó Galad en sus pensamientos.

«En efecto. Deja que te ilumine».

El poder embriagaba al paladín, y a punto estuvo de perder el control, pero años de autoconsciencia, recogimiento y oración dieron sus frutos, consiguiendo contener los impulsos más primarios y calmarse. Se giró hacia sus compañeros, con los iris de los ojos totalmente dorados y unas alas de luz envolviéndolo. Se sentía como una persona diferente, pero a la vez era él. 

—No temáis —dijo—. La gracia de Emmán está conmigo, y ya no hay nada que temer. Reinaremos supremos.

Los corazones de todos los presentes se aceleraron ante la majestuosa visión del Brazo de Emmán.