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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 13

Avance hacia el Sur. Un Poder inesperado.

Yuria tomó todas las medidas necesarias para proteger la fortaleza recién conquistada contra un avance enemigo por el norte, y ordenó a las tropas un breve descanso para avanzar en cuanto pudieran hacia el sur. Aprovecharían así para esperar el cruce del vado del resto de legiones comandadas por lord Theodor Gerias. Estas tres legiones deberían seguir la marcha de las suyas, que irían en vanguardia.

Galad, por su parte, interrogó a los prisioneros, para intentar averiguar el número de tropas que podrían encontrarse en la siguiente fortaleza hacia el sur. Haciendo uso de los poderes concedidos por Emmán, consiguió estimar las fuerzas en dos legiones de undahlos y una tercera de la Sombra. Uno de los interrogados, presa de los hechizos de Galad, incluso le confesó que no todos los soldados humanos iban a luchar convencidos por la causa de lord Rakos, pues su alianza con la Sombra y la represión impuesta habían levantado muchas animosidades, como bien sabía ya el grupo por el gran número de refugiados que cruzaban el río a diario.

A mitad de tarde pusieron a las tropas en marcha, hasta entrada la noche, recorriendo casi la mitad del camino que los separaba de la siguiente fortaleza situada hacia el sur. Gerias saldría al frente de sus tropas y la logística la mañana siguiente, en pos de las legiones en vanguardia.

Durante el descanso nocturno Symeon entró como era habitual en el mundo onírico. A pocos metros pudo ver la figura acurrucada en un resplandor dorado que identificó como Norafel, el arcángel personificado en la espada de Galad, Églaras. Aparte de eso, respiró aliviado al no identificar ningún ser ni hecho extraño en muchos kilómetros a la redonda.

Reanudaron la marcha poco antes del amanecer, y antes del mediodía, ya en terreno despejado y levemente accidentado, las legiones de Yuria se encontraron frente a frente con los defensores de la fortaleza. 

Las tropas de criaturas de la Sombra formaban en el flanco derecho de las tropas enemigas, así que Yuria y Galad dieron las órdenes necesarias para reforzar al máximo su flanco izquierdo, dirigiendo hacia allí a los enanos y los paladines. El centro y el flanco derecho realizarían maniobras conservadoras mientras el grueso de sus tropas se lanzaría con todo su poder para romper a los elfos oscuros y a los ogros, una parte de los cuales se encontraba a lomos de unas extrañas criaturas acorazadas. Los paladines formaron en grupos que no tardaron en enlazarse para maximizar sus poderes; Galad se unió a ellos y Yuria y su estado mayor tomaron posiciones en una elevación a la izquierda. Dieron la orden de lanzarse al ataque antes de que sus contrincantes pudieran mejorar su situación. Las legiones humanas, inquietas y amedrentadas por la visión de los ogros jinetes, no habrían avanzado si no hubiera sido por los paladines de Emmán y Osara que los arengaban y exaltaban, y por la gloriosa visión de Galad empuñando a Églaras, que salió de su vaina como un rayo purificador, envolviéndolo en la sobrecogedora aura dorada y las divinas alas de luz.

—¡Por Emmán! —rugió el paladín—. ¡Acabemos con esas aberraciones!

Fanfarrias celestiales envolvieron a los paladines de una y otro dios. Mientras los jinetes ogros se lanzaban al ataque y los hechiceros elfos oscuros conjuraban sus poderes, relámpagos divinos comenzaron a caer sobre sus filas. Algunos ogros cayeron víctimas del poder crudo de Emmán canalizado por sus acólitos. 

La voluntad de Galad se vio sacudida por la de Norafel, cuyos pensamientos entraron como un alud en su mente.

"Todo esto está mal. Está mal. Tenemos que acabar con ellos. ¡Tenemos que acabar con todo!".

El paladín sintió cómo un torrente de poder surgió de la espada, convertida ahora en un vínculo directo con la Esfera Celestial. El fulgor lo consumía y lo purificaba al mismo tiempo, abrasando su carne mientras elevaba su espíritu. De sus ojos emanaba un resplandor cegador; destellos de Luz, como volutas de humo sagrado, se alzaban desde las comisuras, desbordándose hacia el mundo. Lanzó ese poder hacia delante, intentando afectar solo a los enemigos, apretando los dientes contra el deseo de acabar con todo y con todos. Una onda de pura fuerza surgió en forma de arco, y se extendió hacia delante.

Symeon, cerca de Galad y Yuria y atento a su entorno, pudo ver el conflicto interno que aquejó al paladín en el momento en que sacó la espada. Pocos segundos después, una especie de onda de fuerza translúcida que deformaba todo lo que se encontraba a su paso surgió de Galad y se extendió desde la loma donde se encontraban hacia el campo de batalla. «Algo no va bien», pensó el errante, teniendo en cuenta todas las visiones y profecías que habían recibido al respecto de Galad y Églaras. 

—¡Yuria! ¡Cuidado! —interpeló a su amiga, haciendo gestos hacia el paladín.

La ercestre rugió órdenes para que sus tropas se echaran cuerpo a tierra en el momento en que vio la extraña onda deformadora. Algunos no tuvieron tiempo de reaccionar, y parecieron comenzar a asfixiarse. 

A la velocidad del pensamiento, la onda llegó hasta las filas enemigas. Los primeros, los ogros jinetes, se deshicieron violentamente en volutas de humo negro que se disipó al instante. El resto de ogros y los elfos oscuros no tardaron en sufrir el mismo destino, mientras la vegetación a su alrededor se marchitaba y desaparecía, y el suelo más allá se sacudía con el impacto, estremeciéndose y provocando un terremoto y un estallido que aturdió y dejó a todos sin visión por unos segundos en el campo de batalla.

«Por Nassaroth, ¿qué ha pasado?», pensó Daradoth, mientras luchaba por recuperar la visión entre destellos cegadores.

El cataclismo duró unos momentos, hasta que un chorro de lava surgió con fuerza en el campo donde se habían encontrado los enemigos, y poco después pareció revertir su dirección para introducirse de nuevo en la tierra. El flanco derecho y el centro del contingente enemigo estallaron en una huida sin control, aterrados por lo que estaba sucediendo.

De repente, allí donde había habido lava, el suelo pareció hundirse, llevándose todo consigo y convirtiéndose en un gran vació oscuro. Symeon habría jurado que podía ver estrellas en la negrura. El vacío comenzó a ejercer una gran fuerza de atracción, y pronto engulló a varios soldados, tanto enemigos como de sus propias filas. Daradoth notó cómo el aire escapaba de sus pulmones, y cayó de rodillas, aferrándose como pudo a las rocas, pero perdiendo el conocimiento poco a poco.

—¡Galad! ¡Tienes que parar esto! —gritó Symeon mientras hacía que su bastón hundiera raíces en tierra y se agarraba fuerte para evitar la atracción. Varios árboles fueron arrancados y engullidos por el vacío allá abajo—. ¡Por favor!

Yuria arrancó su talisman del cuello y lo empuñó, pero comenzó a resbalar por la pendiente terrosa, atraída hacia aquel extraño vacío. «Maldición», pensó con lágrimas de rabia asomando a sus ojos, «nos habían advertido, y ahora no voy a poder hacer nada». Uniéndose a Symeon, increpó a Galad:

—¡Galad! ¡Estás matando a todos! ¡Detén esto, maldita sea! ¡¡Detenlo!!

Galad oía en la lejanía los gritos de sus amigos. «Pero tengo que acabar de una vez con esto. Emmán así lo desea». Con el poder celestial ardiendo en su interior, se giró para crear una nueva onda aún más poderosa. Entonces vio a Yuria, resbalando hacia abajo, a Daradoth allá a lo lejos a punto de ceder a la fuerza del vacío, y a Symeon, cerca de él, gritándole mientras se aferraba desesperadamente al bastón. «Mi señor, por favor, esto no puede ser».

«EMMÁN LO QUIERE ASÍ», los pensamientos de Norafel eran absolutos... titánicos. «HAY QUE REHACER. HAY QUE RECREAR. ¡AHORA!». 

Galad notó cómo alguien ponía la mano en su hombro. Abrió mucho los ojos, sorprendido. Era Aldur.

—Emmán lo quiere así, Galad —dijo el enorme paladín en voz baja—. Debemos hacer su voluntad. Recrear lo corrompido. 

—¡NOOOOOO! —la voluntad de Galad resurgió con una fuerza inesperada—. ¡Quizá sea así, pero no asesinaré a mis amigos y a tantos inocentes! ¡Este no es el camino! ¡NO!. 

Con un esfuerzo supremo, Galad consiguió reformar ese inmenso poder, mientras Norafel abrasaba su mente, iracundo y sorprendido. Era uno con la Vicisitud. Las hebras vibraban a su alrededor, incontables, infinitas, muchísimas rotas, otras retorcidas. Una nueva onda volvió a surgir de él.

Symeon gritó, Yuria gritó, todos a su alrededor gritaron, Daradoth cayó inconsciente y se soltó, saliendo despedido hacia el vacío. Aquello era el fin.  

Pero la segunda ondulación, aunque idéntica en aspecto a la primera, tuvo realmente el efecto contrario. El campo que había desaparecido se restauró, sustituyendo al vacío y trayendo la tranquilidad a su alrededor. Se cubrió de nuevo de hierba, pero los árboles y plantas que habían desaparecido, lo habían hecho definitivamente; también los muertos, tanto amigos como enemigos. 

Apoyándose en la última brizna de su fuerza, Galad giró la espada y la envainó, en un movimiento desesperantemente lento, mientras apretaba los dientes y cerraba los ojos con fuerza. Entonces, cayó de rodillas, totalmente agotado. Llorando y negando con la cabeza. Aldur también lloraba y se arrodilló con él. Todos corrieron hacia él.

Daradoth se puso de rodillas, todavía aterrorizado por la agonía que había padecido. Varios cuerpos de soldados muertos se extendían a su alrededor. Los enemigos habían desaparecido y el propio campo de batalla había cambiado. Miró hacia arriba, y vio cómo Yuria y Symeon corrían hacia Galad. Se levantó pesadamente y arrastró los pies hacia allí. 

Yuria a un lado y Aldur a otro levantaron a Galad y lo condujeron hacia el rudimentario campamento que la intendencia había levantado en retaguardia. Todo el mundo parecía aterrado, y los comandantes intentaban propagar palabras tranquilizadoras. Mientras caminaban hacia la tienda principal, Aldur susurró:

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué te has detenido?

—Estaban muriendo inocentes —murmuró Galad, sollozando—. Y no los pude traer de vuelta.

—Pero te has opuesto a la voluntad de nuestro señor...

—Tiene que haber otra forma. No puedo soportar hacer daño a inocentes. Ya lo hice en tiempos más oscuros, y no lo volveré a hacer.

Aldur se mantuvo unos segundos pensativo, ante la atención de Yuria, que había escuchado toda la conversación. Al cabo de unos instantes, Galad notó cómo su descomunal amigo apretaba su hombro en señal de reconocimiento. Yuria pudo ver cómo, con lágrimas resbalando por sus mejillas y los ojos cerrados, afirmaba con la cabeza. 

—Esperemos que no nos abandone  —dijo, con apenas un hilo de voz.

Sentaron a Galad en un banco y se reunieron todos en la tienda. En ese momento, el paladín recordó a Eudorya, la mujer que una vez había amado, y la tristeza lo arrastró. Los sentimientos por ella habían vuelto ahora con fuerza, y sintió un dolor desgarrador al pensar que, a esas alturas, quizá se habría casado ya. Lanzó a Églaras sobre el jergón, ante las miradas preocupadas de sus amigos.

Symeon recogió la espada para mantenerla alejada de su compañero y, aterrado no solo por lo que había pasado, sino por lo que estaba seguro que iba a pasar a continuación, no pudo esperar:

—Debemos mover el campamento. Ahora. Esos engendros del mundo onírico seguramente ya estarán desplazándose hacía aquí. Muchos morirán si no lo hacemos. 

—Es cierto —coincidió Yuria, que, sin tardanza, salió a dar las órdenes necesarias para poner a las tropas en marcha hacia el norte. 

—Tendremos que dar una explicación a las tropas —dijo Daradoth.

—Sin duda, pero la supervivencia es primero. Galad, debes levantarte, aprender de lo ocurrido y seguir adelante. Te necesitamos.

Daradoth miraba a Galad fijamente.

—No es culpa de Galad lo que ha pasado —las palabras de Aldur quebraron de repente el silencio. 

—¿A qué te refieres? —espetó Daradoth.

—Nuestro señor... nuestro señor Emmán... Él quiere... no sé cómo decirlo. O, más bien, me da miedo decirlo. No quiero caer de la gracia.

—¿Estás insinuando que todo esto es culpa de vuestro señor? ¿Y tienes miedo de decírnoslo? —la voz de Daradoth se elevó peligrosamente.

—Tranquilo, Daradoth —intervino Symeon. 

La discusión fue en aumento, con palabras cada vez más tensas, hasta que Galad los instó a dejarlo solo. Decidieron que lo mejor sería hacerlo, y salieron de la tienda. Yuria aprovechó para transmitir una explicación a los generales de las legiones, que de ese modo tranquilizarían, al menos en parte, a las tropas, que habían sufrido unas ciento cincuenta bajas.

Mientras tanto, Daradoth insistió a Aldur para que les contara lo que sabía. No podían permanecer ignorantes a algo tan importante.

—Todo se remonta al tiempo en que viajábamos por el Imperio Vestalense —dijo el enorme paladín—. Recuerdas que desaparecí durante una de aquellas tormentas oscuras, ¿verdad? —Daradoth hizo un gesto de asentimiento—. Pues no solo desaparecí; realmente morí. Mi cuerpo fue destrozado por la fuerza del demonio Khamorbôlg. Morí, y fui enviado de vuelta, por la gracia de Emmán.

—Extraordinario. 

—Y no puedo deciros nada más, lo siento. Pero quiero que sepáis que lo que acaba de hacer Galad —pensó por unos instantes, intentando encontrar las palabras adecuadas—, se sale de toda escala de heoricidad. Sus actos han sido más propios de un semidiós que de un mortal.

—¿A qué te refieres exactamente? Porque han muerto cientos de aliados y miles de enemigos...

—Me refiero a haber tenido la voluntad de no acabar con todo. Y cuando digo todo es... todo. No sé qué mas deciros.

—Églaras es peligrosísima, por tanto. El problema es que la necesitamos. 

Poco tiempo más tarde, con los caídos ya enterrados y honrados, iniciaron la marcha hacia el norte, esperando evitar la influencia de los horrorosos entes oníricos que ya habían sufrido al reencontrase con Sharëd, Fajjeem y los demás. Un par de horas más tarde se encontraban con el contingente de Theodor Gerias, avanzando rápidamente para unirse a ellos. Tras explicarle lo que había sucedido, reanudaron la marcha hacia el norte todos juntos. Yuria aprovechó para dirigirse formalmente a las tropas sobre el extraño episodio que habían vivido durante la batalla. Explicó que contaban con un arma de gran poder, que había salido de su control; afortunadamente, Galad había podido controlarlo, no sin poder evitar algunos efectos colaterales. Aseguró también que aquello no volvería a ocurrir y que, al fin y al cabo, la batalla había concluido con muchas menos bajas de las que habrían tenido de transcurrir por los cauces normales.

A unos veinte kilómetros al norte del campo de batalla, con el día ya acabando, acamparon. 

Galad, ya más calmado, pidió disculpas al resto por lo que había sucedido, y se mostró maltrecho mentalmente por el trance ocasionado. Todos lo consolaron lo mejor que pudieron, conscientes de que habían intervenido fuerzas superiores y el paladín había hecho un esfuerzo sobrehumano por combatirlas. 

—¿Puede pasar esto otra vez? —preguntó Daradoth.

—Me temo que sí. Debo encontrar alguna explicación; aunque sentía la voluntad de Emmán, estoy seguro de que él no querría eso.

—Sí lo quería —intervino Aldur. Todos se giraron hacia él.

—¿Por qué querría algo así? —inquirió Galad—. ¿Sacrificar inocentes? Seguro que hay otro camino para acabar con la Sombra.

Aldur, visiblemente atormentado, pensó durante unos instantes.

—Él... me hizo volver, para ayudarte.

—¿Ayudarle a qué? —espetó Daradoth.

Aldur pareció armarse de valor.

—A acabar con todo.

—¿Con todo? 

—Recuerdo pocas cosas de mi tránsito —Aldur luchaba contra sí mismo para revelar lo que sabía—, pero sí recuerdo un concepto claramente: RECREAR. Deshacer para volver a hacer.

El enorme paladín calló, temeroso, mirando inconscientemente hacia arriba. Al cabo de unos instantes, respiró aliviado. «Teme perder el favor de su dios», pensó Symeon. «Pobre Aldur, debe de estar pasando por un infierno para revelarnos todo esto».

—Recordad también la visión de Ilwenn —por primera vez Faewald intervino—. La espada clavada, y la tierra sangrando.

—Así es —coincidió Yuria—. Esa espada es peligrosa.

—Lo que no comprendo —añadió Symeon— es, si has actuado en contra de la voluntad de Emmán, por qué cuentas todavía con su gracia.

—Tengo mi propia teoría al respecto —dijo Aldur, para sorpresa de todos—. Vuestra... capacidad de alterar la realidad, el hecho de que seáis esos... nudos de la Vicisitud. Quizá esas habilidades de Galad son las que necesita nuestro señor, y nadie más tenga las posibilidades que tiene él.

—Sí, la verdad es que tiene lógica —dijo Yuria.

Aldur, viendo la situación, decidió no guardar ya nada en secreto, y añadió:

—La sensación que se me transmitió en mi tránsito, y que aún persiste, es que la realidad está mal. Y la única solución es intentar rehacerla.

—Pero destruirlo todo no es una opcion —añadió Galad—. Al menos, no para mí. 

—Pues yo pienso —dijo Symeon— que Emmán no os ha retirado su gracia porque piensa que al final os daréis cuenta de algo y os plegaréis a su voluntad.

—También es posible. A mí lo que más me preocupaba era el cambio de actitud de Galad.

—Sí, creo que era la influencia de Norafel —dijo Galad—. O quizá de Emmán, no lo sé, acceder a un estado de consciencia superior. Pero ahora me doy cuenta. Y tendría que haber buscado a Eudorya en su momento. 

—Estoy totalmente de acuerdo con la visión de Galad —anunció Aldur—. No obstante, también deberíamos plantearnos la posibilidad de que cualquier otro camino sea una opción peor. Y que el mundo acabe peor que si fuera recreado. Los seres divinos deben de percibir cosas más allá de nuestro alcance.

—El problema es que si pensamos...

Las palabras de Symeon fueron interrumpidas por una enorme explosión. Salieron rápidamente de la tienda, donde varios soldados se encontraban mirando hacia el sur. A lo lejos, a unos veinte kilómetros, podían ver una colosal acumulación de nubes negras como la noche y miles de relámpagos que caían sin cesar sobre el suelo. De repente, un rayo mayor surgió de los cúmulos, y poco después un estruendo parecido al anterior y una onda de choque les alcanzó.

—Ahí están —dijo Symeon—. Menos mal que nos hemos apresurado a marcharnos. 

 

 

 

 

 


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 12

La Primera Victoria

En otro punto del Empíreo, Symeon se aproximó a Daradoth y Fajjeem (el elfo se encontraba informando de todo al vestalense), intrigado por la letanía de nombres que la extraña elfa de la mirada perdida había repetido sin cesar durante toda la conversación. 

—¿Se trataba de nombres élficos, o quizá lugares?  —preguntó el errante.

—Estoy convencido de que eran nombres, alguno de ellos incluso me suena que se utiliza en la actualidad.

—¿Recuerdas alguno? 

—Neldor... Saerën... Sarasthiann... poco más. Intentaré consultarlo con Irainos o Eraitan.

—Esperemos que baste con eso.  El otro asunto que me inquietó fue lo que tradujiste: «hacía siglos que no hablábamos, y últimamente lo hemos hecho demasiado», o algo así. Quizá eso indique que han hablado con más gente recientemente.

—Es posible, sí.

—Yo apostaría por ello —interrumpió Galad, que se incorporó a la conversación junto a Aldur.

Fajjeem tomó la palabra. 

—Ah, cómo me gustaría haber podido hablar con ellos. Por mi parte añadiría que, por lo que habéis contado, parecen invencibles. Pero lo cierto es que cuando Ariyah y yo los encontramos hace tantos años, los encontramos en una especie de trance, y es posible que en ese momento fueran vulnerables. Quizá la clave para derrotarlos esté en encontrarlos de nuevo en el mismo estado.

 —Pero seguramente tendrán protecciones —dijo Daradoth.

—Aun así, es una propuesta muy interesante —intervino Yuria—. Quizá podría acercarme a ellos y actuar.

—Merecería la pena intentarlo —coincidió Symeon—. Pero no podemos depender de la suerte en estos temas. Debemos informar a lady Ilaith, porque, si su destino es Safelehn, tiene que saberlo cuanto antes.

La conversación derivó después en la necesidad, o la conveniencia, de utilizar en un posible conflicto a Églaras o a Nirintalath, discutiendo largo y tendido sobre la forma en que podrían hacerlo, o si realmente deberían. 

En un momento dado, Yuria tomó la palabra, dejando a Suras el mando del dirigible.

—Yo pienso que deberíamos tomar la iniciativa, y llevar el combate a su territorio. Estoy harta de reaccionar a sus movimientos. No quiero esperar a ver qué hacen esos seis elfos, o el Brazo de Sombra. Tenemos prácticamente todas nuestras fuerzas concentradas aquí, y no podemos arriesgarnos a que nos ataquen en otro lugar. Debemos pasar a la ofensiva.

Todos callaron, notando la sensatez de la propuesta de Yuria. No podían arriesgarse a ser flanqueados, o a ser atacados a través del mundo onírico. 

Al atardecer del día siguiente, llegaron a Safelehn y se reunieron con Ilaith y el consejo de guerra. Daradoth les explicó con todos los pormenores de los que fue capaz el encuentro con los seis elfos peregrinos. Ceños de preocupación se fruncieron por doquier. Symeon también expresó su preocupación:

—En mi opinión, tienen como objetivo este lugar o, más bien, a vos misma, mi señora. A vos o quizá a lo que representáis. La líder de la Luz. 

Ilaith, que permanecía de pie mientras escuchaba atentamente, se irguió inconscientemente. 

—Entonces, ¿qué sugerís que hagamos? Por lo que decís, son extremadamente poderosos.

—Mi señora —tomó la palabra Yuria—, si me permitís sugerir algo...

—Adelante, no es necesario tanto protocolo, amiga mía. Sabes que confío en ti más que en nadie más.

Yuria se sorprendió ante la sinceridad y la cercanía de Ilaith ante el consejo al completo, pero no dejó traslucir ninguna emoción. Continuó:

—No puedo insistir lo suficiente en la necesidad de pasar a la acción. Mi consejo es lanzar un durísimo ataque en algún punto estratégico del frente que les haga retroceder y dejarles claro que vamos en serio, para que no puedan distraer fuerzas a otros lugares.

Galad apretó el puño de Églaras y se santiguó.

Loreas Rythen se mostró indeciso ante la sugerencia de Yuria, pero Theodor Gerias se mostró totalmente contrario.

—No tenemos la flota que sería necesaria para...

—No es necesaria la flota —lo interrumpió Yuria, harta ya de las reticencias y las objeciones a sus planes—. Si golpeamos lo suficientemente duro en uno de los vados, tendrán que retirar tropas y nosotros podremos golpear una segunda vez. Tenemos los dirigibles. He estado repasando mentalmente los mapas y tengo claro incluso el punto donde atacar. 

—¿Mentalmente? ¿Me tomáis el pelo?  —preguntó Gerias arqueando una ceja.

—Sí a lo primero y no a lo segundo, mi señor; tengo muy buena memoria. —Se giró hacia los criados—: Traed el mapa del quinto tramo.

«Está en su salsa», pensó Galad, «y Gerias y Rythen han concedido, están totalmente vencidos. Espero que nos lleves a buen puerto, Yuria». 

La ercestre señaló un lugar, cerca del vado más septentrional, el último siguiendo el curso del río Davaur. 

—Aquí. Con el Empíreo y las habilidades de mi grupo, podemos quitar de en medio dos torres de vigilancia, lo que nos permitiría el paso libre mediante un pontón de botes para dos o tres legiones y asaltar o asediar esta fortaleza. Con el Horizonte podemos transportar todos los paladines que sean necesarios para facilitar el asalto y no perder tiempo. De esa manera, tendríamos ya el vado libre para nuestras tropas y podríamos internarnos en su territorio. Debemos aprovechar la ventaja de los dirigibles mientras la tengamos y el enemigo no disponga de esos malditos corvax. Es posible que encontremos ogros o elfos oscuros atrincherados, pero no creo que sea nada que no puedan manejar los paladines o un par de nuestras mejores legiones.

La explicación se extendió un poco más, relatando los pormenores de las tropas implicadas, las acciones a realizar y las maniobras que tendrían lugar cuando el enemigo reaccionara, siempre vigilado desde el cielo. Nadie osó pronunciar palabra, ningún gesto quebró la tensión; ni un solo parpadeo interrumpió aquel instante suspendido, hasta que Yuria se alzó de nuevo, corta de estatura pero imponente, una verdadera mariscal de leyenda. 

—Así lo haremos —zanjó, sin dejar lugar a la duda.

A esas alturas, ya nadie podía oponerse a ella. Los consejeros,  generales  y estrategas estaban totalmente desarbolados. Ilaith, entregada.

—Así lo haremos —la secundó Ilaith, con un gesto afirmativo. Se volvió hacia el consejo—: Dad las órdenes necesarias, y seguid las instrucciones de Yuria. Nos ponemos en marcha.

El consejo al completo se inclinó, saludó marcialmente, y se disgregó para llevar a cabo las acciones necesarias. 

—En cuanto todo esté preparado  —continuó Yuria cuando quedaron a solas con Ilaith— y las tropas en posición, nos infiltraremos con el Empíreo tras el río y acabaremos con dos de las torres de vigilancia. Para eso, tus habilidades son fundamentales Daradoth. Supongo que podemos contar contigo.

—Por supuesto.

 

El día siguiente, el Ebiryth de Daradoth transmitió la voz de Irainos. El anciano contactaba con él porque por fin había conseguido hablar con Eraitan (o, como él lo llamaba todavía por su nombre de exilio, Igrëithonn) sobre esa comitiva de extraños elfos.

—Confirmó lo que ya conocíamos, añadiendo algún dato —informó Irainos—. Según me dijo, sí que había oído hablar de una casa de apellido Alastarinar, que en tiempos remotos quebró algún tipo de juramento, y eso acarreó grandes desgracias sobre la familia. Pero me extrañó muchísimo ver que Igrëithonn parecía un poco confundido, no parecía recordar bien los detalles, a pesar de que está convencido de que conoció a varios miembros de la casa. Más tarde pareció recordar que el episodio del juramento aconteció durante la Guerra de la Fractura, la guerra civil entre elfos, cuyos pormenores tampoco parecía recordar muy bien. Algo raro.

—Ya veo. ¿Y mencionó algún nombre de los miembros de la casa? 

—El único que mencionó fue el nombre del patriarca, Neldor Alastarinar. Que parece que derivó en el nombre que más tarde se dio a la estirpe, los "neldorith". —«Uno de los nombres de la letanía de la elfa llorosa», recordó Daradoth—. Y al que Igrëithonn asegura que conoció personalmente, pero al que apenas recuerda.

—Sí que es extraño, la verdad.

—Así es. Y además, Eyruvëthil, que se encontraba también en la conversación, aunque no conoció a ninguno de los neldorith, sí que intervino en la Guerra de la Fractura, pero por más que se esforzó no pudo recordar ningún detalle, ninguna causa, ningún episodio ni experiencia relacionada con la Guerra. Es como si todo lo relacionado con ella hubiera sido enterrado en su subconsciente.

—Pues debo informaros de que hace un par de jornadas tuvimos un encuentro con esos... neldorith. Con lo que queda de ellos, media docena. Y sobrevivimos a duras penas; solo cuando les confirmé que los cuatro somos shae'naradhras se avinieron a razones y pudimos marcharnos. 

Shae'naradhras... eso explica bastantes cosas. Vaya. Esperemos que no tengáis tal encuentro de nuevo. 

 —No sé si estará en nuestra mano evitarlo, pero será lo que Luz quiera. Muchas gracias por vuestra ayuda, Irainos.

Sin tardanza, Daradoth compartió toda esta información con el resto del grupo. Se planteó la conveniencia de establecer una conversación con lady Arëlieth, que se encontraba alojada en Tarkal, pero tendrían que dejarlo para unos días después, pues ahora tenían cosas urgentes de las que encargarse allí.

 

Por fin, dos jornadas después de la reunión con el consejo, con las legiones y las compañías de ingenieros enanos en sus posiciones, el grupo remontó el vuelo con noche cerrada en el  Empíreo, en compañía de una docena de paladines. Aproximadamente una hora después sobrevolaban una de las atalayas de vigilancia objetivo. Por fortuna, no había elfos oscuros presentes, y los dos vigilantes no fueron ningún reto para las habilidades sobrenaturales y marciales de Daradoth. Una media hora después, repitieron el proceso en la segunda de las torres de madera.

Ya sin vigilantes que pudieran percibir movimientos en el río, volvieron a cruzar a la otra ribera y realizaron las señales acordadas para que los ingenieros construyeran los pontones. Allá a lo lejos podían ver también el movimiento de las legiones, y poco después el Horizonte, cargado de paladines de Emmán y de Ammarië, y el Surcador, con la guardia de élite de maestros de esgrima, se unían a ellos y descendían en tierra enemiga. 

Con una eficiencia magnífica, cuatro legiones de humanos y una de enanos comenzaron a cruzar el cauce con toda la discreción de que fueron capaces. En un momento determinado, algo llamó la atención de Daradoth por el rabillo del ojo. Dos cuervos sobrevolaban la zona, con un leve brillo en sus ojos que delataba la presencia de un hechizo. Llamó la atención del resto, descorazonado al creer que tendrían que cancelar la operación, pero cuando los cuervos ya se retiraban, Arakariann entró en escena. Dos certeros tiros con su arco largo acabaron con los dos animales espías. Daradoth exhaló un suspiro de alivio. «Espero que, fuera quien fuera, no estuviera viendo todo en tiempo real  y los cuervos tuvieran que volver para informar».

Poco después del amanecer, las tropas al completo se organizaron en la ribera oeste y marcharon hacia la fortaleza que custodiaba el vado desde su retaguardia. Los paladines fueron desembarcados a una distancia prudencial para mantener la implicación de los dirigibles en secreto todo el tiempo que fuera posible, y en pocas horas, pasado el mediodía, las cinco legiones tomaban posiciones alrededor de la fortaleza. El único conato de resistencia lo plantearon dos destacamentos de ogros y de elfos oscuros, que pronto fueron abatidos por los poderes divinos de los paladines de Emmán y de Ammarië; la superioridad numérica de las tropas y la ferocidad de los enanos hicieron el resto, rindiendo la fortaleza prácticamente sin combate.

«Nuestra primera victoria ha sido más fácil de lo que esperaba», pensó Yuria.

—Ahora no podemos descansar —dijo en voz alta a sus compañeros y a los capitanes de los dirigibles, reunidos en la ribera este del vado—. Tenemos que poner en marcha el cruce del vado, el avance hacia el norte, y reorganizarnos para explotar cualquier posible reacción del enemigo. Cada uno ya sabe lo que debe hacer. ¡Embarcad!


miércoles, 6 de agosto de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 11

Los Seis Elfos Ancestrales

Las noticias eran realmente preocupantes. Que los enemigos contaran con el poder de una Kothmorui ya era suficientemente malo, pero si a eso se sumaba un Brazo de la Sombra y los seis extraños elfos, la situación ya no era del todo favorable para Ilaith. Despidieron a Dhernos.

—Lo primero que yo haría —dijo Galad, ignorante de la historia de Fajjeem y los elfos—, es averiguar cuál es el papel de esos seis elfos solitarios en todo esto. Quizá solo estén encargándose de sus propios asuntos y nos estemos mostrando demasiado alarmistas. O quizá Daradoth —se giró hacia su amigo—, como elfo que es, pueda iluminarnos al respecto.

Daradoth pensó durante unos instantes, renuente a desvelar el secreto que le había confiado Fajjeem.

—Lo único que os puedo decir es que esos elfos se mencionan en leyendas, y durante siglos no se ha sabido nada de ellos. Pero sobre su filiación, poco se conoce, o más bien, poco conozco yo. Pero lo que sí creo es que son peligrosos.

—El problema es que vienen en esta dirección, y no podemos ignorarlos así como así —añadió Galad.

—Si hay alguna posibilidad de ganarlos como aliados, debemos intentarlo —sugirió Ilaith—. No dudo de que sean peligrosos, pero sin saber nada de sus motivaciones, tan válido es suponer una cosa como la otra.

—Demasiada casualidad para mi gusto es que aparezcan aquí en este momento, pero no puedo quitaros toda la razón —dijo Daradoth.

—Partiremos con el Empíreo inmediatamente, entonces —anunció Yuria.

—Perfecto —sonrió Ilaith—. Llevad con vosotros a Righen, el piloto del Surcador, y que os guíe hasta el lugar exacto.

Tras discutir algunos planes más, se despidieron. Y ya a solas, cuando se encontraban preparando el viaje para salir de madrugada, Daradoth decidió compartir lo que sabía sobre los seis elfos ancestrales. Les explicó que no quería traicionar el secreto de Fajjeem con otras personas que no fueran ellos, y les explicó someramente su historia, sin revelar gran cosa; solamente cómo su hija Naleh había acabado en una especie de residencia cerca de Tinthassir, y el dato de que los bordados de sus capas debían de tener al menos nueve mil años. Les contó también lo poco que le había podido revelar Irainos a través del Ebyrith, que durante las guerras de los albores una casa, o clan, o familia, había traicionado un juramento, o quizá fue traicionada,  y por lo que se suponía, sus supervivientes habían enloquecido y se habían condenado a sí mismos al exilio.

—Pero no toméis estas palabras como hechos contrastados —advirtió Daradoth—, pues Irainos no estaba seguro de nada de ello, él no ha estado nunca en Doranna y dudaba de la veracidad de toda esta historia, que le llegó a través de las leyendas élficas más oscuras. Ahora mismo, Irainos está esperando a poder hablar con Eraitan para ver si pueden informarme de algo más.

Acto seguido, Daradoth volvió a contactar con Irainos, para informarle de que los seis elfos habían aparecido de nuevo en Undahl, y que seguramente harían contacto con ellos el día siguiente. El anciano elfo mostró su preocupación, y aseguró que intentaría contactar con Eraitan inmediatamente, pero no sabía si sería posible, así que recomendó a Daradoth toda la precaución del mundo, además de desaconsejar el contacto con los extraños.

Todavía antes de partir, Daradoth se dirigió a hablar con Fajjeem. El vestalense viajaría con ellos en el dirigible, y tenía derecho a saber por qué partirían con tanta urgencia y de madrugada. Cuando, ya en los aposentos del erudito, el elfo le informó del porqué de la premura de su viaje, el anciano se mostró consternado.

—Pero... ¿me estáis diciendo que un grupo de elfos de los que no se ha sabido nada durante miles de años aparecen cerca de nosotros solamente seis días después de que yo os haya contado mi historia? Extraordinario. —Se mesó la barba—. Sois más fuertes de lo que nunca hubiera creído —musitó.

—Así es. Parece que tenemos que acostumbrarnos a que casualidades impensables y eventos inconcebibles sucedan a nuestro alrededor. Es agotador, pero tenemos que afrontarlo. Saldremos en un par de horas como mucho, debéis prepararos. Lo que me gustaría es que compartierais los detalles de vuestra historia con mis amigos, para que estén informados de lo que nos vamos a encontrar. Yo he tratado por todos los medios de no desvelar vuestro secreto, pero ahora os pido que lo hagáis. Aunque respetaré vuestra decisión.

—Por supuesto, por supuesto, todo el mundo debe estar convenientemente informado en caso de un encuentro con ellos.

Así que Daradoth llevó a Fajjeem ante el resto del grupo, y este compartió con pelos y señales toda su historia, provocando la empatía de todos ellos. 

—Y no os voy a mentir —añadió—.  Tengo la remota esperanza de que esos elfos puedan curar de alguna manera a mi hija. O que nos puedan dar la clave para hacerlo. Sobre todo, en presencia de cuatro Shae'Naradhras —sus ojos brillaban, anhelantes.

—Perded cuidado, Fajjeem —dijo Symeon—. Haremos todo lo posible por encontrar una cura para vuestra hija. Gracias por compartir vuestra historia.

Dos horas después, con once paladines a bordo además de Aldur  y el propio Galad, partieron hacia el suroeste.

Ya entrada la noche, Symeon accedió al mundo onírico, donde se encontró con Nirintalath a bordo de la manifestación del Empíreo. El espíritu ya conversaba abiertamente con él, y afortunadamente ya no había recibido más visitas inesperadas. Sin embargo, manifestó su descontento por seguir encerrada en aquella extraña prisión del mundo de vigilia. «La caja con kregora», pensó Symeon. Volvió a asegurarle que pronto la liberaría, siempre que tuviera algunas garantías. Acto seguido, el errante se desplazó para visualizar a los colosales engendros tentaculares, y vio que seguían más o menos donde los había detectado por última vez. Después se desplazó, orientándose gracias a las estrellas, más o menos hasta el punto donde los elfos habían sido avistados. Allí percibió una gran alteración, pero no fue capaz de detectar nada más, así que decidió volver a su sueño.

Galad, por su parte, pidió la inspiración de Emmán para soñar con esa media docena de elfos ancestrales y desconocidos.

Galad se vio a sí mismo empuñando a Églaras, clavada sobre el cuerpo inerte de un elfo cuya elaborada capa de bellos bordados se encontraba empapada en sangre. Otros cinco cuerpos estaban tirados a su alrededor. De repente, del punto donde se encontraba Églaras clavada, comenzó a surgir lava. Una lava abrasadora y purificadora...

Por la mañana, tanto Symeon como Galad compartieron sus vivencias oníricas, y el Empíreo no tardó en sobrevolar la zona de avistamiento gracias a las indicaciones de Righen. La vegetación, los riscos, los cerros, las rocas y la lluvia dificultarían sobremanera la búsqueda, que se prolongaría durante dos jornadas enteras más.

Cuando la lluvia por fin se detuvo, Daradoth indicó algo, pasando la lente ercestre a Symeon. A unos kilómetros de distancia se encontraban seis figuras de capas oscuras recorriendo una senda de montaña, sin prisa pero sin pausa. Fajjeem se acercó al grupo y se asomó por la borda, agarrando una jarcia, escudriñando las montañas.

—Sí, ahí están —dijo Symeon—. Supongo que tú también puedes verlos sin la lente, Daradoth. —El elfo asintió—. Sus capas son... extrañas. Es como dijo Fajeem, como si el viento no las afectara.  Y se mueven... no caminan...

—Están levitando —dijo Daradoth—. Van de una roca a otra sin esfuerzo. Y no parece...

La figura que transitaba en último lugar se giró hacia ellos. Su rostro no era visible por la capucha, pero Daradoth y Symeon sintieron cómo los taladraba con la mirada. 

El Empíreo dio un fuerte bandazo. 

Algunos perdieron el equilibrio, y Yuria corrió al timón, consiguiendo, con la ayuda de Suras, estabilizar la nave. Pero pronto sintieron un nuevo golpe de viento que los hizo escorar violentamente.

—¡Sujetaos todos! ¡Cuidado de no caer! —rugió Egrenia, la navegante.

 —¡Tenemos que subir! —exclamó Suras— ¡Arriba!

Egrenia hizo uso del artefacto de los enanos, y el Empíreo ganó altitud, saliendo del repentino torbellino y situando una loma entre ellos y los elfos, lo que les permitió tranquilizarse.

—¿Seguís creyendo que es buena idea encontrarnos con ellos? —preguntó Galad.

—No podemos ignorarlos, ya habéis visto cuán poderosos son. —Daradoth se mostraba seguro—. Debemos descender e intentar hablar. 

Descendieron con el Empíreo unos kilómetros por delante en el valle que recorrían los elfos, e hicieron que Suras ascendiera rápidamente, con el Ebirith para poder comunicarse. Ignoraron las repetidas peticiones de Fajjeem para acompañarlos. Mientras avanzaban hacia el sur por la falda de la montaña, conversaron sobre el incidente.

—¿Cómo creéis que nos han podido detectar desde tan lejos? —preguntó Yuria.

Unos segundos de silencio antes de que Daradoth respondiera:

—No lo sé. Pero son muy poderosos.

—Tanto como para provocar un huracán a kilómetros de distancia —añadió Symeon—. No veo la forma de vencerlos en combate.

—Recordad lo que somos —Daradoth intentó subir los ánimos—.  Lo que dice Fajjeem que somos. Shae'Naradrhas. Para algo tiene que contar.

—Esperemos que sea así.

De repente, todos se estremecieron y callaron. El sonido de una flauta, dulce y melancólico, llegaba a sus oídos. Galad, Symeon y Daradoth sintieron una sensación extraña, como de pérdida, una especie de caída en desgracia que no sabían explicar muy bien. Yuria simplemente se sentía intrigada por la melodía. Era tristísima, pero realmente bella.

Daradoth miró hacia arriba, a lo alto de un cúmulo de rocas que se alzaba sobre la senda. Los demás lo imitaron.

En lo alto, sobre las rocas, una figura ataviada con una bellísima capa y la capucha retirada, se encontraba sentada en lo alto, soplando una antiquísima flauta de hueso. Era a todas luces un elfo alto y poderoso, y llevaba los ojos vendados con un paño negro y desgastado. Llevaba una espada a la espalda, cuyo pomo parecía juguetear con los rayos de sol. Pocos segundos después de que el grupo lo viera, paró de tocar. Se puso en pie de forma fluida, sin esfuerzo aparente.

Daradoth se acercó a la formación rocosa. El elfo se alzaba a unos veinte metros sobre él.

—Buenas tardes tengáis, mi señor —dijo en el cántico más solemne del que fue capaz—. Solamente deseamos hablar.  

El elfo murmuró algo. Hablaba en un cántico extremadamente antiguo, pero Daradoth fue capaz de entenderlo. 

—Hacía tiempo que no sentía una luz tan fuerte —dijo; no parecía dirigirse al grupo, sino a alguien más. 

En ese momento de detrás de las rocas, surgió otra figura. Otro elfo, vestido con una capa muy parecida a la del primero, que no parecía seguir los movimientos de su portador. Sus manos parecían manchadas con una sustancia negra. Llevaba unas botas maravillosas, una espada larga y otra corta, varios anillos y una diadema con extraños símbolos. Pero lo que más llamaba la atención era la pequeña urna que llevaba colgando del cuello, como si de un amuleto se tratara.

Cuando Daradoth vio al segundo elfo, sintió como si el corazón se le partiera, tal era la desgarradora aflicción que transmitía. Todos los demás, excepto Yuria, sintieron algo parecido. El elfo los observó durante unos segundos interminables, sus ojos violeta entrecerrados.

—La Vicisitud se agita a vuestro alrededor —dijo en el mismo cántico ancestral que el primero. Frunció el ceño y apretó los dientes—. Y la Luz se agolpa en vuestro interior. Es interesante. Y agotador. Tanta luz que apagar.

Daradoth sintió un escalofrío al escuchar estas palabras. Pero el estremecimiento lo hizo reaccionar, alejando el pesar de sí mismo. Se armó de valor y habló:

—¿Acaso sois una amenaza para nosotros? Tan solo queremos hablar.

En el fondo de su mente, Daradoth pudo sentir la vibración. El tirón metafísico se hacía más fuerte. 

—No para vosotros —contestó el elfo de la urna, que intercambió una mirada ciega con el elfo de los ojos vendados—. Hacía siglos que no hablábamos, y últimamente hemos hablado demasiado. Sois privilegiados. Aprovechad el tiempo.

—Tenemos curiosidad por saber vuestro propósito y hacia dónde os dirigís. 

En ese momento, apreció una tercera figura. Una elfa. Sus ojos, como los del elfo de la urna, transmitían una falta de... algo. ¿De humanidad? Eran realmente inquietantes. Llevaba la cabeza ligeramente ladeada, y Daradoth pudo escuchar cómo murmuraba quedamente una letanía con melodía. "Neldor, Saerën, Thiraldien, Kalakendar, Dhur'Karann, Vaelenn, Sarasthiann, Elgaras, Sovien, Ruthelienn...". «Es una retahíla de nombres», pensó Daradoth. «¿Qué demonios les pasa?». La elfa parecía ausente, con la mirada perdida.

—¿Os dirigís hacia alguna ciudad? —intentó de nuevo Daradoth. El segundo elfo había parecido el más razonable.

—¿Qué ocurre aquí? —tronó una voz nueva, en el mismo cántico arcaico. Los tres elfos se giraron para mirar al dueño de la voz, que permanecía oculto tras las rocas—. Debemos continuar. 

Daradoth decidió insistir una vez más:

—Hace unos años tuvisteis un encuentro fortuito con un amigo, y algo hicisteis a su hija no nata...

—Apagad esa luz y prosigamos —lo interrumpió la voz. 

Los tres elfos se giraron de nuevo hacia ellos. Daradoth notó que algo iba terriblemente mal, y entre grandes dolores, sintió como si necesitara expulsar todos los órganos  de su cuerpo. Desesperado, expandió los límites de su percepción para tocar las hebras vibratorias de la realidad. Todos los hilos de Luz que lo componían y que partían de su cuerpo se estaban deshaciendo. Siguiendo su intuición, tiró y cambió la vibración de cada uno de ellos, cada uno de los miles de millones que lo formaban, e incluso recompuso algunos. Una fuerza arrolladora quiso impedírselo, pero su voluntad fue más fuerte, y ningún hilo más se rompió o se deshizo. Finalmente, tras un breve instante, la fuerza cedió, y todo volvió a la normalidad. Alzó la mirada y vio cómo los elfos arriba se miraban unos a otros.

—Creo que han intentado cortar los hilos de Luz de Daradoth —susurró Symeon a Yuria y a Galad—. Pero ha resistido bien. 

Una cuarta figura apareció sobre las rocas, recortándose contra los restos de luz del atardecer. Un elfo regio, impresionante, con una capa aún más elaborada que las de los demás, una gran espada a la espalda, una diadema antigua e impresionante y los mismos ojos vacíos y ominosos. Daradoth aguzó el oído para escuchar a duras penas lo que susurraban.

—No lo hemos conseguido,  Tëlaran. Es la primera vez que resisten a tres de nosotros.

—Extraordinario. 

Daradoth retuvo con un gesto a Galad, que ya hacía ademán de empuñar a Églaras, y persistió una vez más, en el cántico solemne, dando unos pasos atrás para unirse a sus compañeros, que también constituían una visión impresionante.

—Ya os he dicho que solo queremos hablar. Desistid en vuestros intentos. 

Los elfos se miraron durante unos segundos, y finalmente el que parecía el líder, el último en aparecer, descendió por las rocas con una falta de esfuerzo evidentemente sobrenatural. Se acercó a ellos, seguido por los otros tres. La elfa no detenía su inquietante canturreo; no lo había detenido en ningún momento, a no ser que hubiera tenido que hablar. Ahora lo escuchaba todo el grupo; una letanía de nombres con una extraña melodía. Galad agarraba fuertemente el puño de Églaras, dispuesto a esgrimirla en cuestión de un segundo. Cuando se acercaron más, pudieron ver que las manchas en las manos del elfo de la urna parecían sangre seca, y cada pocos segundos llevaba una de sus manos a la urna. Sus ojos destilaban una tristeza y un odio infinitos, que el grupo (excepto Yuria) podía sentir físicamente. 

El líder, el llamado Tëlaran, se situó a pocos centímetros de Daradoth.

—Así que sois el primero en resistirnos. ¿Qué sois? ¿Acaso sois un Naradhras?

Daradoth lo miró a los ojos, sin dar señales de amedrentarse, o al menos eso esperaba.

—Así es. Shae'Naradhras. Todos nosotros.

Tëlaran pareció vacilar por unos instantes. A su espalda, el elfo de la urna dijo quedamente:

—Tienen mucha Luz. Muchísima. 

Galad tiró levemente de Églaras, y Yuria, Symeon y Daradoth se aprestaron para sentir la Vicisitud. En ese momento, una quinta figura apareció y se unió a los otros cuatro. Una elfa, alta, rubia, con una larga trenza, empuñando un arco lleno de runas lunares y de cuyos ojos surgían sin detenerse ni un instante lágrimas negras que se disolvían al caer de su rostro.

Arquera elfa

—¿Por qué no los habéis apagado aún?  —dijo, con el tono extrañamente calmado que usaban todos ellos.

—Son Shae'Naradhras —dijo Tëlaran—. Los cuatro. 

—Pero, tanta Luz... —dijo el de la urna.

—También son engañados, como fuimos nosotros —añadió el de los ojos vendados.

Tras unos segundos de silencio, Tëlaran volvió a tomar la palabra.

—Marchaos mientras tengáis mi gracia, y  no os interpongáis en nuestro camino, pues apagaremos toda Luz que lo haga.

Daradoth dudó unos instantes, pero finalmente decidió traducir las palabras del elfo a sus amigos y que la mejor opción sería marcharse. Era imposible razonar con aquel grupo, estaban a todas luces desequilibrados.

—Será mejor esperar una ocasión más favorable —dijo en vestalense—; no veo la forma de enfrentarnos a cinco de ellos a la vez. 

Así que, saludando diplomáticamente, dieron la vuelta y se dirigieron de nuevo hacia el norte. Unos centenares de metros más allá, se sintieron por fin a salvo.

—Han perdido todo rastro de cordura —dijo Daradoth—. Es imposible que negociemos con esa gente; tendremos que detenerlos. El de la urna no paraba de repetir que teníamos mucha Luz, y que tenían que apagarla. Están obsesionados con apagar toda Luz que encuentren...

—...lo que los convierte en nuestros enemigos, aunque no fueran aliados de Undahl —terminó la frase Symeon.

—Aun así, no creo que estén alineados con la Sombra, si hubiera sido así, creo que lo habría detectado, y posiblemente mi visión habría cambiado. Pero desde luego, debemos considerarlos enemigos. 

—Al ritmo al que se mueven, podrían llegar a Safelehn en poco más de tres semanas. Quizá menos —dijo Yuria—. Pero hay más ciudades y campamentos en el camino. Debemos avisar a lady Ilaith.

—Sí, es posible que lo que quieran sea "apagarla" a ella —añadió Symeon—. Debemos avisarla lo antes posible.

De vuelta al Empíreo, explicaron todo el episodio a Fajjeem, Taheem, Faewald y Aldur. Este último expresó su preocupación cuando Galad planteó un plan para acabar con los extraños elfos utilizando los poderes de los paladines de Emmán:

—Por lo que contáis, yo no estaría tan seguro de que nuestros poderes enlazados les afectaran. ¿Creéis que realmente son apóstatas? Según lo que relatáis, están afectados por la locura, y ella rige sus actos.

—Por esa parte, estoy prácticamente seguro de que no son seres de Sombra —añadió Daradoth. 

—Puede que no sean Sombra —Galad transmitía su molestia y sus ansias por actuar en sus palabras—, pero desde luego no son Luz. Y ahora somos conscientes de que quieren exterminar a toda Luz, sin hacer ninguna distinción. Yo los considero apóstatas, sin duda.

—Sí, pero te recuerdo que los poderes de los paladines no afectaron al corvax que nos atacó en Doedia. Y nos estaba atacando.

—Aun así, creo que este es un caso más extremo. Y siempre nos quedaría el cuerpo a cuerpo. 

—Sí, pero en ese caso, debemos encontrar una forma de separarlos —sugirió Yuria—. No creo que sea buena idea en absoluto enfrentarnos a todos ellos a la vez. 

Ya a salvo en las alturas e iniciada la travesía hacia Safelehn, Aldur apartó a Galad para tener unas palabras en privado.  

—Hermano —dijo—, creo que hay demasiadas cosas mal. ¿No te da esa sensación? Los terremotos de los que me habéis hablado en Doedia, los seres extraños en el mundo onírico que provocan alteraciones en la vigilia.. ¡por el divino Emmán, incluso murieron varios errantes! Ahora estos elfos peregrinos, los problemas de los enanos, esos insectos demoníacos...

—Sí, es un cúmulo muy desfortunado, desde luego.

—El caso es que siento cierta urgencia por parte de nuestro señor. ¿No lo notas tú también? 

—Los últimos sueños que me ha inspirado, sí... todos acababan en sangre. 

—Igual que yo. Tengo la sensación de que el mundo se está viniendo abajo, y que no se puede hacer nada para evitarlo.

—Es posible, sí.

—En fin, es una sensación que me reconcome, y que quería compartir contigo. Ahora que sé que sientes lo mismo, me quedo más tranquilo. Pero la sensación de urgencia sigue ahí.

—Sí, entiendo lo que quieres decir, pero, ¿qué podemos hacer? 

—Creo que toda solución pasa por Églaras.

—Sí, eso es lo que está transmitiendo nuestro señor, sin duda. 

 

miércoles, 9 de julio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 10

El Guardián de Nirintalath. Información desde Undahl.

Ya caída la noche retornaron al campamento para reunirse con el consejo de Ilaith, a quienes relataron todo lo que habían podido ver: la multitud de torres de vigilancia, el refuerzo de las fortalezas, los elfos oscuros y las enormes figuras que sin duda eran orcos o trolls. 

Pasaron a discutir la situación en el mapa con la nueva información, discutiendo plan sobre plan. Theodor Gerias y  Loreas Rythen, ambos tácticos impresionantes, disentían en la forma de resolver el conflicto, incluso de iniciarlo. Mientras Rythen abogaba por un ataque en todos los vados con todas las fuerzas posibles, Gerias se inclinaba por un ataque quirúrgico a la capital. Yuria dudaba; tras aproximadamente una hora de conversación, algo llamó su atención.

—Es obvio que su flota supone ahora un peligro mayúsculo, y un desembarco en Undehn sería muy difícil —dijo, respondiendo a la última afirmación del mariscal Rythen—. Pero, ¿alguien se ha fijado en esto? —señaló un punto en el mapa, la costa occidental de Undahl, y Ladris, tras los montes Selomyn. Nada impediría a nuestros enemigos bordear esta costa y pasar por estos amplios valles; nos sorprenderían por la espalda.

Todos en la tienda callaron. Veían la razón en las palabras de Yuria.

—Hay que ir a explorar esa zona inmediatamente —urgió Deoran Ethnos, el principe de Ladris.

—No de noche, mi señor —intervino Symeon—. Tienen elfos oscuros. 

—Es cierto —coincidió Yuria—. Y además, necesitamos descansar.

Así que se retiraron a la tienda que les habían preparado, y Symeon, con la ayuda de los hechizos de protección de Galad, acudió como siempre a Tarkal para visitar a Nirintalath. Esta vez no tuvo esa extraña sensación de que había algo raro en el entorno, y se acercó al espíritu en forma de muchacha para volver a insistir en la necesidad de que se ayudaran mutuamente. Esta vez, Symeon sintió algo que no había sentido antes: un conocido tirón metafísico.  Nirintalath alzó los ojos para mirarlo, pero esta vez, el errante solo notó unos leves pinchazos en la piel. Entendiendo que tenía que aprovechar lo que quiera que inconscientemente estuviera haciendo, concluyó su arenga:

—La próxima vez que esté en Tarkal físicamente, debes estar preparada. Habrá llegado nuestro momento, Nirintalath.

Era la primera vez que usaba su nombre en voz alta y ante ella. Sintió un escalofrío cuando sus labios se movieron para hablar y contestarle después de tanto tiempo:

—Entonces, será mejor que te apresures, buscador. —Sus ojos verdes centelleaban—. Hace poco he tenido otra visita.

Symeon apretó los dientes. 

—¿Quién? —preguntó.

—Un viejo ciego y una mujer. Una errante.

Symeon notó que era presa de un escalofrío. 

—¿Pelirroja? —Nirintalath afirmó con la cabeza—. Es mi esposa, Ashira. Y él...

—Tienen un enorme poder —lo interrumpió el espíritu—. Y ella... ella tiraba de mí... igual que tú. No sé si podré resistirme a ellos.

—Está bien. Me daré toda la prisa posible. Cuídate.

Al despertar, miró a Galad y le transmitió la necesidad de urgencia por volver a Tarkal.

—Uriön y Ashira han visitado a Nirintalath. Corremos gran peligro. 

Despertaron al resto, transmitiéndoles la información.

—Personalmente, me preocupa que no puedas controlar la espada cuando la empuñes —dijo Daradoth.

—Estaremos en problemas más graves si la empuñan ellos.

—Quizá no sea necesario empuñarla —intervino Taheem—; ¿no bastaría con cambiarla de ubicación? 

—No estoy seguro de que eso sea efectivo.

—En cualquier caso, tenemos que pensarlo bien —insistió Daradoth—. Es una decisión delicada y peligrosa. Demasiado peligrosa.

—Lo bueno es que he llegado a un pacto con Nirintalath. Sabéis lo que sucede cuando alteramos la Vicisitud, y yo lo noté en ese momento, noté el tirón. Creo que podría empuñarla de forma segura.

—Yo tengo mis dudas —insistió Daradoth—. La naturaleza de ese espíritu es causar dolor, y me sigue preocupando que la puedas controlar. 

—Me preocupa mucho más que se la lleven. Sé de lo que es capaz Ashira. Y —bajo la voz— no me quiero imaginar de lo que es capaz Uriön. Debo hablar con Ilaith, ¿alguien me acompaña?

—Lo primero es que creo que deberías calmarte, Symeon —dijo Faewald—. No creo que unas horas o un par de días hagan la diferencia, después de tanto tiempo. No puede ser tan fácil para ellos personarse en Tarkal, vencer las defensas y abrir la cámara. Piénsalo, es mejor no precipitarse. No sé qué vínculo has establecido con ese espíritu, pero a mí me preocupa tanta implicación.

Finalmente, Symeon se atuvo a razones y accedió a esperar al menos al día siguiente para conversar con Ilaith.

Por la mañana, no tardaron en reunirse a solas con Ilaith. Symeon la informó de todo lo que había sucedio la noche pasada, y transmitió su preocupación por la presencia de Uriön y Ashira. Habló también del pacto que había establecido con Nirintalath, de liberarla a cambio de su poder, y la necesidad de sacarla urgentemente de Tarkal.

—Si todo esto es cierto —dijo Ilaith—, desde luego que hay que cambiar la espada de ubicación.

—Efectivamente —ratificó Symeon—, y aquí y ahora os pido formalmente ser su guardián. —«Nirintalath, ¿tendrás el secreto del camino de vuelta? Ojalá», pensó.

—No veo problema en eso, pero, ¿creéis que acudirán físicamente a la capital? ¿Habría que evacuarla? ¿Podemos defendernos contra ellos?

—No lo sé, mi señora —contestó el errante—. Pero aunque no lo hagan físicamente, pueden corromper agentes y usarlos, o enviar fieles de las naciones del sur; quizá incluso de Undahl o de otros lugares.

—Está bien, supongo que es el precio que hay que pagar por nuestra lucha. Espero que ese pacto que habéis hecho sea firme.

—Siento que lo es.

—Como os he dicho —continuó Ilaith—, no veo problema en que seas el guardián de la espada, Symeon. Pero no creo que sea buena idea que vaya dando tumbos por toda Aredia. No sé cuáles son vuestros planes, pero mi intención es que permanezcamos juntos una vez solucionemos la situación con Undahl, y podamos dedicarnos  de pleno a la lucha contra Sombra. Pero si necesitáis partir de nuevo, no veo con buenos ojos que la espada vaya con vosotros. —Suspiró, y permaneció pensativa unos segundos—. De momento, te admito como guardián de la espada; pero no tienes mi permiso para sacarla del cofre con kregora. La llevaréis en el Empíreo, pero en el momento en que decidáis partir y separaros de mí, tendremos que hablar primero.

Tras unos minutos más de discusión, por fin se aceptaron los términos de Ilaith. Así que enviaron al Surcador con su tripulación y diez paladines a explorar la costa oeste de Ladris y ellos partieron con el Empíreo a Tarkal. Antes, el almirante Theovan Devrid había insistido en enviar a la costa oeste dos escuadras de balandros que avisaran de posibles incursiones hacia el sur, y así se dieron las órdenes.

La noche de la primera jornada de travesía, Symeon volvió a visitar a Nirintalath, para avisarla de que estaban yendo para allá. Al cabo de un rato de hablar con ella, notó una anomalía muy potente hacia el norte, y decidió despedirse y marcharse. Acto seguido, se acercó con prudencia hacia el norte. Allí, cerca de las montañas que separaban Tarkal de Krül, suspendido a varios cientos de metros, se encontraba el enorme engendro multitentacular. Solo que no era el mismo, parecía diferente. «Los ojos son más reptilianos», pensó Symeon, con un escalofrío. Pero era igual de colosal. Decidió despertar, e informó a sus amigos de la presencia de la segunda aberración.

Esa misma noche, Galad pidió la inspiración de Emmán para soñar con la relación entre Symeon y Nirintalath.

Galad empuñaba a Églaras en lo alto, con el brazo extendido, mirando hacia arriba. Era un foco de poder inmenso, magnífico y glorioso. Inundaba el mundo con la Luz de Emmán. Con todas sus fuerzas, descargó un mandoble hacia abajo, acompañando la trayectoria de la espada con su mirada. Como una grieta de Luz cegadora, se descargó sobre una muchacha de color verdemar que miraba al paladín rabiosamente, hasta que la espada impactó en ella y la desintegró con un estruendo, una explosión y un dolor casi insoportable. Pero el golpe no se detuvo ahí, sino que tras deshacer a la muchacha, penetró en el suelo, y descendió, y descendió, atravesando capa tras capa, arrastrando a Galad, hasta llegar a un viscoso entorno verdemar que se deshizo con otro cataclismo de Luz. Solo entonces Galad se dio cuenta de que Symeon había intentado impedir todo esto cogiéndole del brazo, pero sin interferir apenas con la fuerza inmensa del glorioso Emmán. El errante gritaba y lloraba.

 

Tras otra jornada de viaje arribaron a Tarkal, donde fueron recibidos de nuevo por Delsin Aphyria y su consejo. Le explicaron la situación rápidamente y se dirigieron a la cámara acorazada. Mientras se dirigían hacia allí, Delsin les informó de que había novedades.

—Ayer por la noche llegó un halcón desde Ercestria. La nota que llevaba estaba firmada con una "G", así que es seguro que es de Galan Mastaros. Informaba de que la reina Armen ha sido capturada y hecha prisionera por Robeld de Baun. 

—Se lo transmitiremos a lady Ilaith, gracias mi señora. 

A continuación, Delsin transmitió su preocupación por las pocas fuerzas que habían quedado en Tarkal en caso de sufrir un ataque, y aún transmitió una noticia más.

—Esta misma mañana han llegado dos mineros enanos desde las minas de oro y kuendar de las Darais, enviados por su capataz, y nos han informado de que está habiendo problemas en las minas.

«¿Acaso nunca se van a agotar los problemas?», pensó Yuria.

—¿A qué se referían con "problemas"? —inquirió.

—Parece ser que están sucediendo cosas extrañas que afectan a los mineros, y han hecho que descienda la producción. Parece que muchos mineros se están volviendo apáticos, otros melancólicos, otros se están volviendo un poco agresivos, incluso paranoicos... dicen que murmuran en sueños. Y las máquinas también parecen estar fallando más de lo normal. Con todo ello, la producción se va a resentir en breve, y el suministro de armas bajará. Oro tenemos en reserva, pero no podemos permitirnos que se interrumpa la producción.

Symeon pensó un momento, recordando dónde se encontraban las minas y haciéndose una imagen mental del mapa de Tarkal. Finalmente, dijo:

—Justo allí es donde estaba el engendro onírico del norte. Seguro que está causando todo eso.

—¿Ha habido algún deceso? —preguntó Galad.

—Hasta donde los enanos saben, parece que no —contestó Aphyria—, pero les llevó cuatro días llegar aquí, así que no disponemos de toda la información. Quería deciros —miró a Yuria— que me tomé la libertad de enviar a Hettrod, uno de vuestros ingenieros, para ver si podía resolver los problemas con las máquinas.

—Sí, hicisteis lo correcto. Está bien, veremos qué podemos hacer —zanjó Yuria. 

Tras esto, trasladaron el cofre de Nirintalath al Empíreo y se dirigieron de vuelta a Safelehn, a donde llegaron tras un viaje de cinco días.

Allí, sentados en la mesa del consejo, que se había configurado de forma menos provisional, les informaron de los resultados de la exploración del Surcador

—El Surcador volvió —informó la propia Ilaith—. No identificaron contingentes ni unidades enemigas, pero reportaron un avistamiento algo extraño. Creo que el mariscal os lo podrá explicar mejor.

—Sí —continuó Loreas Rythen—, parece ser que lo único que vieron fuera de lugar fue en la ladera de una montaña, en un camino escarpado. Vieron caminando seis figuras hacia Ladris. Seis figuras cuyas capas parecían no moverse con el viento, o al menos no moverse tanto como deberían. Se acercaron hasta el límite de lo que consideraron seguro, y aseguran que los seis individuos eran elfos. En cualquier caso, todos los navegantes coincidieron en la inquietud y la sensación de peligro que los poseyó cuando contemplaron la comitiva.

Daradoth rebuyó en su asiento. ¿La Vicisitud volvía a hacer de las suyas? ¿Cuánto tiempo hacía que se había enterado de la existencia de esos seis seres por la historia de Fajjeem? ¿Una semana? Se alegraba de que el erudito no estuviera allí, pero tendría que decírselo en breve.

—Y aún tenemos más nuevas —continuó Ilaith—. Como sabéis, hay un goteo intermitente de refugiados de Undahl, de gente que no está de acuerdo con las alianzas de su señor. Imaginaos cómo deben de sentirse al ver por sus calles elfos oscuros, o minotauros, o algo peor. El caso es que hace un par de días llegó un refugiado especialmente interesante, un tal Dhernos, que nos habló de que gran parte de su familia, entre ellos su hermano y su sobrina, habían sido asesinados por intentar escapar del principado. Eso le decidió a escapar, cruzando el río a nado, y consiguió llegar a uno de nuestros puestos de guardia. Y lo que nos ha dicho nos ha llenado de desasosiego. 

»Parece ser que son ciertos los reportes de una Daga Negra, una de esas... ¿kothmorui? —Daradoth afirmó con un gesto—. Sí. En posesión de una elfa oscura. Y además, Dhernos también nos ha hablado de que uno de los generales de Rakos Ternal ha cambiado radicalmente, incluso en su aspecto físico, y ahora acaudilla las legiones de la Sombra. Parece que lleva una lanza impresionante, que despide un aura de poder inmenso. Eso es todo lo que ha podido decirnos. El hombre está destrozado por la pérdida de su familia.

Ante los requerimientos del grupo para intentar obtener una versión más completa de la situación en Undahl, Ilaith requirió la presencia del refugiado. En pocos minutos, Dhernos se encontraba ante el consejo de guerra. Durante esos minutos, el grupo informó a Ilaith sobre los problemas en Esthalia y en las minas de las Darais, lo que la llenó de ira y preocupación. Si las minas fallaban, Ilaith iba a tener que desviar recursos de otros principados, lo que no gustaría nada en la federación.

Una vez con Dhernos en la tienda, procedieron a preguntarle acerca de todo lo que les había informado Ilaith, lo cual ratificó, pero sin aportar más información. 

—En Undahl, los civiles nos hemos convertido en poco menos que esclavos, y esa situación no es aceptada por gran parte de la población.

—¿Habéis visto en persona a ese general de la poderosa lanza? —inquirió Galad.

—¿El general Elosadh? Sí, lo pude ver en un par de ocasiones en Undehn, y os aseguro que su poder es enorme, y su cambio físico impresionante, cambiado, más grande, con un aura, y una especie de alas translúcidas.

—¿Algún dato más que podáis recordar y que pueda ser interesante? —insistió Daradoth.

—No sé... dejadme pensar... bueno, creo recordar que alguien llamó al general "brazo" en alguna ocasión.

Galad y los demás se miraron. ¿Un Brazo de algún avatar de Sombra? Las cosas se complicaban.

 

 


miércoles, 25 de junio de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 9

La Historia de Fajjeem. Explorando el frente.

Fajjeem compartió varias conversaciones con Daradoth a bordo del Empíreo. El antepenúltimo día, presa del insomnio, el vestalense se acercó al elfo. 

—No es mi intención molestaros, Daradoth —dijo—, pero me cuesta dormir, como ya os habréis dado cuenta.

—No os preocupéis, Fajjeem, decidme.

—Yo... quería... no sé cómo deciros esto, pero querría saber si tenéis intención de viajar a Doranna en el futuro próximo. 

A Daradoth le sorprendió la pregunta, Fajjeem nunca se había mostrado inquisitivo.

—De momento no tengo planes para ello; sé que mis compañeros abogan por ello, pero creo que el momento todavía no ha llegado. 

—¿Acaso no pensáis ir a buscar el ritual que necesitáis para derrotar a esos Erakäunyr

Daradoth lo miró a los ojos, levantando la vista de su libro.

—¿A qué vienen estas preguntas, Fajjeem? 

—Yo... —titubeó—, por primera vez en décadas tengo la esperanza de poder volver a Doranna. A Tinthassir. Supongo que la excitación hace que no pueda dormir.

—¿Y cuál es el motivo de ese deseo? 

—Expuesto brevemente, es sencillo: mi hija está allí.

—¿Cómo?  —Daradoth no pudo evitar el gesto de sorpresa. Cerró el libro—. ¿Una humana en Doranna?

—En realidad, tiene sangre élfica, y gracias a eso, pudo pasar allí —Fajjeem, presa de los recuerdos, traslucía una pena infinita. Tras unos segundos de silencio, cuando Daradoth iba a instarlo a seguir, continuó—: Sabéis que en mi juventud viajé mucho, recorrí gran parte del continente, y mis estudios me llevaron a Galaria, en el este. Allí conocí a la que sería mi mujer, Ariyah, bellísima e inteligentísima. Más tarde me enteraría de que era, en realidad, una semielfa. No os voy a aburrir con los detalles de nuestros encuentros ni nuestro romance —una lágrima resbaló por su mejilla, que enjugó en el acto—, pero nos enamoramos y nos casamos por el rito galarita. Ella tenía la misma inquietud por el conocimiento que yo, y se convirtió en mi compañera de viaje, además de en mi esposa. Mi hija tendrá ahora mismo unos cincuenta años, y necesito volver a verla; no me queda mucho tiempo. Vosotros me habéis devuelto la esperanza.

—Ya veo. Pero, para que comprendáis bien la situación, el problema es que yo estoy desterrado de Doranna. Por eso soy tan reticente a volver. —Viendo que el erudito lo miraba fijamente, interesado, decidió contarle la verdad—. Fui desterrado por enamorarme de la persona equivocada...

—¿Ethëilë? 

—Así es, ella estaba prometida a un noble elfo. Pero para desterrarme sin hacer escarnio público de mi familia y de mi casa, lo que hicieron fue incorporarme al nuevo cuerpo de buscadores. Durante los últimos años, varias figuras relevantes han desaparecido en Doranna sin dejar rastro, entre ellas lady Kalia, la esposa de mi rey, Aldarien Eledríandor; por circunstancias que he vivido en este tiempo de viaje, creo que los propios kaloriones son los ejecutores de tales secuestros.

—Sorprendente. Pero, por lo que contáis, el hecho de tener esa información ya os legitimaría para volver, ¿no creéis?

—Es posible, pero no deseo arriesgarme. Creo que en Doranna no se están haciendo bien las cosas, y que los elfos deben salir de nuevo de su aislamiento para luchar contra la Sombra. —Daradoth se irguió y miró fijamente al vestalense—. Y creo que la persona adecuada para hacerlo soy yo. Con la adecuada preparación, y el poder y respaldo suficiente para hacerlo.

El vello de la nuca de Daradoth se erizó, y pudo sentir a su alrededor el ya familiar tirón que auguraba cosas poco probables.

—Bien. Tenéis todo mi apoyo, si sirve de algo.

—Gracias, sí que...

Una voz de mujer lo interrumpió.

—Ya le he insistido varias veces en que hay una fácil solución a eso —era Arëlieth. Daradoth y Fajjeem se giraron, sorprendidos.

—Mi señora —el vestalense inclinó la cabeza mientras ella entraba en el camarote.

—Como acabo de explicar a Fajjeem —continuó Daradoth—, no es suficiente con tener un apellido importante a mis espaldas, y...

—Te equivocas. No obstante, aparte del matrimonio, lo he estado meditando, y estoy dispuesta a realizar la ceremonia de la Comunión de Sangre.

Daradoth sintió un escalofrío. «¿Será capaz de hacerlo? Eso cambia las cosas, al menos en parte». La Comunión de Sangre era una ceremonia ritual, donde se canalizaba el poder de los avatares, y por la que la sangre de un elfo de abolengo más alto convertía la sangre del de abolengo más bajo. «Eso aumentaría mi abolengo y me calificaría para ser rey con todos los derechos; y el abolengo de Arëlieth debe de ser de los más altos que existen».

—Bien. Veo que te he dejado sin palabras —dijo la reina—. Eso es bueno. 

—Pero... —Daradoth dudaba por fin—, Ethëilë...

—Confío en tu palabra de que mi reino me sería restituido, y tras eso (y tras cumplir cualesquiera que sean tus objetivos en Doranna), podríamos llegar a un acuerdo para disolver nuestro matrimonio. Pero necesitaríamos testigos del rango adecuado, quizá el rey Aldarien accediera.

—Suponiendo que lo hiciéramos, tampoco quiero llevar la guerra a Doranna. No veo la forma de competir con Natarin, con sus siglos de experiencia. 

Arëlieth y Fajjeem se miraron.

—¿Te has visto a ti mismo? ¿A ti y a tus compañeros? ¿Habéis visto lo que sois capaces de hacer? No creo que haya rival para vosotros ahora mismo. Nadie.

El tirón metafísico hacía vibrar el fuero interno de Daradoth. 

Shae'Naradhras —murmuró Fajjeem.

—Exacto —la reina le dirigió una mirada apreciativa—, no recordaba cuál era la expresión; gracias, sapiente. Pero... ¿Shae? ¿Los cuatro?

—Así es. 

—Extraordinario —la reina parecía conmovida en lo más profundo—. Impresionante. ¿Qué me dices, Daradoth?

—Necesito hablarlo primero con Ethëilë —contestó el elfo, dubitativo.

—Al menos esta vez no es un "no" —la reina sonrió—. Perfecto, hazme saber cualquier novedad —acto seguido, se marchó.

Daradoth miró a la pared, pensativo. Fajjeem se aclaró la voz.

—Ya que habéis sido tan sincero conmigo, yo también deseo serlo con vos, si lo tenéis a bien. —El elfo asintió, un tanto ausente. 

—Cierta noche, Ariyah y yo nos encontrábamos acampando bajo las estrellas, y no recuerdo bien los detalles, pero vimos media docena de figuras inmóviles a lo lejos, a la luz de la luna. En ese momento yo no lo sasbía, pero Ariyah ya estaba embarazada. El caso es que nos acercamos a esas figuras, que vestían capas oscuras y capuchas. Estaban de pie, inmóviles, como en trance, y sus ropas no parecían mecerse con el viento. Si hubiera sabido que Ariyah estaba embarazada no me habría arriesgado; pero éramos ¡ay! tan curiosos. Nos acercamos a las figuras que, sin duda, eran elfos. Miramos debajo de sus capuchas, y sus ojos estaban cerrados, como meditando, pero de pie, hieráticos. De repente, uno de ellos se giró, y nos miró con un gesto durísimo, adusto. No hizo ningún otro gesto y, en ese momento, Ariyah se tambaleó; se sintió tan mal que tuve que llevármela de allí.

»A los pocos días cayó gravemente enferma, y con los días se hizo evidente su embarazo. Recorrí toda Galaria, Umbriel y el Imperio Daarita intentando encontrar una cura, sin éxito. El bebé en su interior apenas daba señales de vida. Así que, desesperado, me dirigí al Paso de Khaûdroz, al oeste de Doranna. Después de insistir durante horas para que nos dejaran pasar, alguien debió de percibir la sangre élfica en Ariyah, o reconocerla, o qué se yo, pero finalmente nos granjearon el paso, indicándonos que nos dirigiéramos a Tinthassir para encontrar una solución. Allí estudié y estudié gracias a la gracia de los elfos que hicieron una excepción conmigo, pero finalmente Ariyah murió. Naleh, mi hija, ya había nacido para entonces, gracias a la asistencia de las matronas elfas, Vestán las tenga en su gloria. Pero la niña no era normal; propagaba una especie de vacío a su alrededor que la hacía muy peligrosa; nunca supieron explicármelo del todo bien. El caso es que los elfos no dejaron que me fuera con ella, la internaron en algo que llaman Elderann Selaith, el Refugio de las Estrellas Veladas, destinado a seres anómalos. Yo seguí estudiando e intentando verla todos los días, hasta que, cuando pasaron tres años, mi permiso para permanecer en Doranna acabó. La dejé con todo el dolor de mi corazón, pero sabiendo que sería lo mejor para ella y para todos. Y, ahora, mi corazón palpita con la esperanza de volver a verla, tras tanto tiempo. Y quizá algo más, con cuatro shae'naradhras juntos.

Daradoth guardó silencio unos instantes, conmovido por la historia y el sentimiento que Fajjeem había puesto en contarla.

—Una historia extraordinaria, en verdad, Fajjeem. Sobre esas figuras que encontrasteis... ¿todas ellas eran elfos?

—Sí, elfos y elfas, con ropajes extremadamente antiguos. Diría que sus bordados tenían al menos nueve milenios de antigüedad. Pero no estaban en absoluto deteriorados.

—Está bien, Fajjeem. No os puedo prometer nada, pero intentaré que volváis a ver a Naleh en un plazo no excesivo. 

—Muchísimas gracias, Daradoth —los ojos de Fajjeem brillaban de pura emoción—. Que Vestán os bendiga eternamente.

Poco después, Daradoth se encontraba con Ethëilë, y le explicó toda la situación, incluyendo algunos detalles de la historia de Fajjeem. Y por supuesto, la propuesta de Arëlieth sobre la Comunión de Sangre.

—No sé qué hacer —dijo—, porque ya sabes que  mi corazón está y estará contigo, pero quizá sea la oportunidad que estamos esperando. El matrimonio con ella no sería más que una formalidad. Mi ambición es alta, pero no quiero que nos afecte.

—¿Dejarías que nos afectara? 

—Por supuesto que no, pero supongo que mientras estuviera casado con ella, nosotros no podríamos estar juntos, o deberíamos llevarlo en secreto. 

—Sí, tienes razón, pero la recompensa creo que valdría la pena, amor mío. Estoy dispuesta a llevarlo en secreto mientras tú me jures que me serás fiel y no me decepcionarás.

—Por supuesto que lo juro, por mi esperanza de renacimiento.

—Entonces, tienes mi bendición. Pero cuidado, que la Comunión de Sangre a veces puede salir mal y tener efectos no deseados. Lo leí hace mucho tiempo. Es raro que pase, la verdad, y dada lo rara que es esa ceremonia, aún es doblemente improbable. Pero si crees que es la única solución, me parece bien; yo también quiero volver a Doranna, pues estoy preocupada por mi padre, por mis hermanos y por la situación del reino.

El último día de la travesía, Daradoth se reunió con el resto del grupo para plantearles la situación. Les contó sobre la Comunión de Sangre y sus dudas sobre lady Arëlieth, pues creía que luego intentaría utilizar la situación para vengarse de sus enemigos, y les pidió su opinión. Symeon sugirió que tendría que optar por la opción que menos daño hiciera para sus objetivos, y no veía con malos ojos que se sometiera a la ceremonia. Yuria, por el contrario, se mostró en contra de tomar aquel curso de acción. Galad estuvo contemporizador, y opinó que deberían esperar un poco más, todavía tenían que clarificar la situación en la Federación.

Esa noche, Symeon intentó encontrar el sueño de Arëlieth para intentar percibir algo que los ayudara en las futuras decisiones, pero no tuvo éxito. Todavía era demasiado novato en su acceso a la dimensión de los sueños. Aprovechó para visitar a Nirintalath en Tarkal como ya era habitual, y su corazón latió un poco más rápido cuando el espíritu de dolor en forma de muchacha alzó la vista para mirarlo. Aunque no dijo nada. 

Por fin, arribaron a Tarkal, con el sonido de los cuernos anunciando su llegada, como era habitual. Allí hicieron descender a los paladines y los pusieron bajo el mando de Davinios, que se saludó efusivamente con Orestios. ¡Y con Aldur! También acomodaron a los doce acólitos de Symeon y acto seguido se reunieron con Delsin Aphyria, que se encontraba al mando en Tarkal en ausencia de Ilaith, organizando los asuntos en el frente. Delsin les informó que Galan Mastaros ya había partido de vuelta a Ercestria, en barco desde Eskatha.

Mientras se producía el movimiento de gente y se organizaba todo, Daradoth aprovechó para mantener una de sus habituales conversaciones con Irainos a través del Ebyrïth. Esta vez le preguntó acerca de la Comunión de Sangre, de la que no pudo darle más información de la que ya sabía, y también acerca de las seis extrañas y sombrías figura de elfos que parecían dormir de pie. Irainos pareció preocuparse:

—¿Has visto a esas figuras, Daradoth? 

—Yo no, solo me han hablado de ellas. ¿Sabéis qué son?

—Puedo imaginarlo —respondió Irainos, dubitativo.

—¿Y bien? 

—No había oído mencionarlas desde hace mucho tiempo. Muchísimo. En el pasado, se hablaba de que en una de las grandes guerras de los albores... no estoy muy seguro... una familia, o un clan, o una casa, traicinó, o quizá fue traicionada... se volvieron locos y se condenaron a un peregrinaje extraño... seis figuras malditas por un juramento traicionado. No sabría qué más decirte. Quizá Eraitan sepa algo más, pero tendré que hablar con él.

—De  acuerdo, muchas gracias. 

 

En la Sala de Guerra, Aphyria organizó un consejo con los generales que quedaban en Tarkal, Yuria y Theodor Gerias, explicándoles lo mejor que supo la situación de las tropas. A esas alturas, lady Ilaith debía de estar en la frontera de Ladris amasando las tropas para la invasión terrestre de Undahl, junto a la flota, que había perdido los galeones esthalios porque se habían ido a luchar en su guerra civil. La flota constaba ahora solo de los dromones y los balandros de la Federación. Los paladines de Osara contaban ya solamente con una presencia testimonial en Tarkal, porque casi todos se habían trasladado ya al frente para luchar, junto con aproximadamente la mitad de los de Emmán. La guardia esotérica avanzaba con paso firme, con varios jóvenes prometedores aprendiendo a utilizar las reliquias. Y había rumores de algún ataque a Undahl que no había salido como habían esperado. Pero lo mejor sería que Ilaith les informara de todo de primera mano.

Así que el día siguiente, después de una reparadora noche de descanso, el grupo y los paladines embarcaron en los dos dirigibles y partieron hacia Eskatha, para hacer escala allí en el viaje a Ladris. Quedaron en Eskatha Ethëilë, Arëlieth e Ilwenn, agotadas después de tantas semanas seguidas en la aeronave. En el Empíreo, el general Gerias aprovechó para hablar con Yuria:

—¿Creéis que será posible volver a Ercestria cuando Ilaith tenga su Federación unificada, Yuria? 

—Veremos, lord Gerias, veremos —«con todo lo que tenemos pendiente, ahora mismo esa es mi última preocupación».

El viaje les llevaría un par de jornadas. La noche de travesía, Symeon volvió a ver a Nirintalath en el mundo onírico. Igual que la noche anterior, le pareció que había algo extraño en el entorno, pero no pudo percibir nada.

En Eskatha, descendieron a la sede de Tarkal. A lo lejos en el puerto, una escuadra de balandros y carabelas de guerra se encontraba anclada. Allí les recibió Keriel Danten, junto a Meravor, al que saludaron calurosamente. Les informaron de que Ilaith ya se encontraba en Ladris, en los campamentos de Safelehn, junto al mariscal Loreas Rythen y al almirante Theovan Devrid, así que no se demoraron mucho; tras mantener una breve conversación informativa, continuaron viaje hacia el norte. 

Esa noche, Symeon volvió a visitar a Nirintalath, con su discurso habitual de ayuda mutua. Como ya era usual, una sensación de que había algo extraño lo invadió, pero cuando el espíritu lo miró directamente, tuvo que dedicar toda su atención a hablarle, y no pudo averiguar nada más.

Sobrevolaron las dos barreras del Golfo de Eskatha y el día siguiente llegaron a Safelehn, la capital de Ladris. 

Allí los recibió lady Ilaith, con todo el séquito de oficiales, Loreas, Theovan, Nezar,  y una sonrisa en la boca.

—No sabéis cómo me alegro de veros, amigos  —puso una mano en el hombro de Yuria, mientras miraba cómo la impresionante fuerza de paladines desembarcaba—. Necesitaríamos una forma de comunicación más eficiente.

Los condujo a su complejo de campaña, donde se reunieron con Deoran Ethnos, el príncipe comerciante de Ladris, Karela Cysen, Wontur Serthad, Diyan Kenkad, y varios de los generales.

—Los Alas Grises están de camino —dijo Yuria—, junto con un centenar de hijos de Emmán, a bordo de los dromones, supongo que tardarán unas tres semanas en llegar.

—Está bien,  supongo que tendremos que apañarnos sin ellos de momento —contestó el mariscal Rythen—. Y supongo que os estaréis preguntando por qué tenemos tantos efectivos en retaguardia todavía, retirados tan lejos del río.

—La verdad es que sí.

—La razón es que hemos encontrado más resistencia de la esperada. Se organizaron unos ataques de reconocimiento en fuerza que cruzaron el río por tres puntos (el vado del curso bajo y los dos del curso medio), y los informes son poco halagüeños, hablando de engendros de más de tres metros de alto y de una extraña compañía de elfos encabezados por un individuo con un artefacto de gran poder; una extraña Daga Negra. —Galad y los demás se miraron—. Veo que eso ha causado algo de impacto en vosotros, así que me alegro de haber decidido ser conservadores y esperar hasta recibir refuerzos, porque parece que Undahl cuenta con más aliados de los esperados, y muy peligrosos. Incluso pensamos que están preparándose no ya para defender, sino para pasar a la ofensiva.

—En el mar —intervino el almirante Devrid— creo que seguimos teniendo superioridad a pesar de la marcha de los galeones esthalios. Los galeones negros son mucho más poderosos que nuestros barcos uno a uno, pero los superamos por mucho en número.

—Por suerte ahora, con el Empíreo, el Horizonte y el Nocturno aquí, podemos organizar misiones de exploración —dijo Ilaith. 

—Y con los paladines y Galad, podremos oponernos a cualquier enemigo —anunció Daradoth.

—No lo dudamos, pero nos faltan conocimientos sobre cómo dirigirlos en combate, y también sobre esas criaturas de la Sombra.

—No os preocupéis, en eso Daradoth y yo podremos ilustraros —los tranquilizó Yuria.

Acto seguido, la ercestre pasó a compartir con el resto de la cúpula militar todo lo que sabía sobre las habilidades de los paladines, sus fortalezas y debilidades, y a referirles todo lo que creía que sería de utilidad para oponerse a los engendros de la Sombra, con la ayuda de Daradoth. Aun así, tendría que ser ella la que llevara la voz cantante en las decisiones estratégicas y tácticas.

Pasaron a evaluar todas las opciones, como utilizar los ocho dromones para organizar un desembarco en Úndehn, la capital de Undahl, o pasar tropas con los dirigibles, pero en todos los casos encontraron obstáculos muy peligrosos. Afortunadamente, parecía que los enemigos no disponían de criaturas voladoras, lo que les daba ventaja con los dirigibles. Por tanto, decidieron que el primer paso sería inspeccionar la ribera del río Davaur, que marcaba la frontera con Undahl, y los territorios adyacentes a bordo del Empíreo.

Para evitar la visión nocturna de los posibles enemigos, alzaron el vuelo con el sol todavía en lo alto, situándose a una altura de tres kilómetros, lo suficiente para que Daradoth pudiera otear el entorno con la lente ercestre sin arriesgarse a ser detectados. Desde las alturas pudieron ver que Rakos Ternal se había aplicado bien en defender su territorio. A lo largo del río se alzaban algunas fortalezas mixtas de piedra y madera que se habían construido a lo largo de varios años, y los vados eran una especie de ratonera con espacio para que los pudiera vadear un enemigo, pero con suficientes callejones sin salida y torres de defensa para que se convirtieran en una ratonera. En los tramos de río más anchos, a intervalos de más o menos tres kilómetros, se habían levantado torres de vigilancia de madera, menos recias que las anteriores. En los campamentos que había junto al vado del curso bajo del río, Daradoth pudo avistar las siluetas de humanoides enormes, seguramente ogros. También le pareció ver figuras moviéndose con la gracia de los elfos.

—Quizá podríamos utilizar los dirigibles para infiltrar tropas al otro lado, tomar algunas de esas torres más débiles y después vadear el río con botes evitando que den la alarma —sugirió Galad.

—Es arriesgado —dijo Yuria—, porque dependerá de la presencia y frecuencia de las patrullas; pero con lo que sabemos y hemos visto, parece la mejor opción. Lo mejor será compartirlo con Loreas y los demás, a ver qué opinan.

—A mí me parece buena idea —coincidió Theodor Gerias—, pero, en mi opinión, deberíamos llevarla al extremo: hacer lo mismo, pero en Úndehn, y tomar directamente la capital. Aunque tampoco sé si sería un golpe definitivo. Yo abogo por llevar los paladines a enfrentarse directamente con sus efectivos más poderosos, y con suerte, acabar con ellos rápidamente. De esa manera, no tardarán en colapsar.

—Podemos aplicar un enfoque mixto. Nos infiltramos para tomar las torres, y cuando traigan los refuerzos, les golpeamos duro. 

Siguieron evaluando planes mientras volvían a Safelehn, con la intención de exponerlos ante Ilaith y su consejo.