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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 1 de abril de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 5

Hacia la Región del Pacto. Conversaciones.

Al cabo de unas pocas horas, despuntando el amanecer, el grupo llegaba de vuelta a Doedia. Faewald ayudó a desembarcar a Yuria, no se había despegado de ella ni un momento. Al recibirlos, Galan Mastaros les dio profusas felicitaciones, e Ilaith no tardó en acudir cuando supo las noticias; abrazó a Yuria, a quien Faewald soltó de mala gana; estaba muy feliz de verla sana y salva. 

—Estuvieron a punto de quebrarme, Ilaith —le dijo Yuria mientras se abrazaban, en voz baja—. A punto. Nunca me había enfrentado a tal sufrimiento. Pero no lo consiguieron —la rabia era patente en sus palabras.

—No sabes cuánto me alegro, amiga mía. De verdad.  

Casi con lágrimas en los ojos, algo insólito en la canciller, agradeció al grupo el pronto rescate de su mariscal de campo y amiga, e inmediatamente dio órdenes para que el Surcador volviera a salir a la caza de Alexandras y el resto de prisioneros que habían sido liberados la noche anterior. Keriel Danten, siempre al lado de su prima Ilaith, intervino:

—¿Habéis averiguado algo sobre los ingenieros desaparecidos?

—¿Ingenieros desaparecidos? —preguntó Yuria, soprendida—. ¿Qué queréis decir?

Aprovecharon para contarle a Yuria toda la situación con la nota de su secuestro, la liberación de Alexandras Gerias y la traición de Barian Tagar y Aertenao. Varios documentos importantes habían desaparecido, y la ercestre apretó los dientes por la rabia. En cuestión de minutos convocó a todos sus científicos, y Sabasten y Eucildes la pusieron al corriente de todo lo que habían perdido.

—Se han llevado algunos documentos de desarrollos en armas (lo que nos retrasará un tiempo), navegación y materiales, pero no creemos de ningún modo que puedan desarrollar sus propios dirigibles a partir de esa documentación. Por esa parte podéis estar tranquila, señora.

—Menos mal, no sabéis cómo me alegra oír eso —las palabras de Yuria traslucían su agotamiento—. Aseguraos de redoblar la seguridad de los documentos y las de todos los ingenieros.

—Ahora sería mejor que te retiraras a descansar, Yuria —instó Ilaith—. No podemos postergar vuestro viaje a la Región del Pacto más allá de esta noche.

—Sí, tienes razón Ilaith —todos se sorprendieron cuando la exhausta Yuria utilizó estas palabras tan familiares para referirse en público a la canciller de la Federación, pero ella no pareció ofenderse ni darle importancia, así que se retiraron a reposar. 

En esa ocasión, durmieron todos en los aposentos de Yuria, donde había espacio de sobra para todos. La ercestre no quería estar sola, así que Galad, Symeon, Faewald y Taheem durmieron en sendos jergones. Daradoth se sentó en un sillón, haciendo guardia. 

Tras recuperarse un poco, Symeon y Galad acudieron a conversar un momento con Ilaith, para transmitirle su preocupación acerca de si el archiduque Mastaros podría haber estado implicado en todo aquel asunto.

—Sinceramente, no lo creo —dijo la canciller—. El archiduque lleva mucho tiempo fuera de Ercestria como para haber coordinado algo tan perfecto, y además, para mi sorpresa, parece tener un sentido del honor fuera de lo común. 

—¿Estáis segura? Yo no pondría la mano en el fuego por nadie fuera de un puñado de personas —dijo Symeon—. Pero vos realmente a estas alturas lo conocéis mejor que todos nosotros.

—Así es, y por esa parte podéis estar tranquilos. Os lo aseguro.

—Está bien —aceptó Symeon, que afirmó con la cabeza—. No obstante, hay otro asunto que me preocupa aún más que eso. Ayer, en el mundo onírico, vi algo que no podría describir más que como algo... apocalíptico. Una especie de criatura enorme y aberrante que no debería estar allí. —Symeon describió a Ilaith lo mejor que pudo la horrible visión de la criatura en el mundo onírico, pero las palabras, como en la anterior ocasión, se quedaban cortas—. Creo que tiene algo que ver con la Vicisitud. Parece absorber todos los entes oníricos a su paso, y temo que pueda estar acercándose a la ciudad. Se mueve poco a poco, pero eso puede cambiar.

—Vaya, parece que los problemas no van a terminar nunca... ¿qué podemos hacer para defendernos de ese ente, Symeon? 

—Para ser sincero, no lo sé, mi señora —una de las pocas veces en su vida que Symeon no hallaba respuestas, ni siquiera sugerencias—. Os lo transmito simplemente para que estéis enterada de todo y, sobre todo, que permanezcáis alerta. No os desprendáis en ningún momento de la kregora, por si acaso.

—Está bien, ya lo hacía, pero estaré más alerta si cabe.

—Por otra parte, existe la posibilidad de que cuando nos alejemos de la ciudad, la entidad nos siga a nosotros y deje de acercarse. Nosotros somos una perturbación en la realidad, como sabéis, y es posible que seamos la causa o la razón por la que se aproxima.

—En ese caso, tened cuidado, por favor. Tenéis que retornar sanos y salvos. Por la Luz.

—No os preocupéis, mi señora —intervino Galad—, así lo haremos. De hecho, anoche Emmán me envió un sueño en el que, con ayuda de Églaras, destruía a esa criatura. Pero no sé cómo hacerlo en el mundo onírico.

—Quizá pueda ayudarte si consigo contactar con Norafel —dijo Symeon—. Pero debemos prepararnos bien, llevará un tiempo.

—Está bien, sé que vuestras decisiones serán las mejores para Aredia y la Luz —terció Ilaith, nerviosa ya al ver a sus consejeros reclamándola—. Id con cuidado y mantenedme informada.

 

Por la tarde, el grupo se dirigió a abordar por fin el Empíreo. Suras había dado órdenes para preparar una habitación especial para la recuperación de Yuria, y se habían acumulado reservas más que necesarias para seis semanas. En el patio, una pequeña multitud de muchachos estaba reunida mientras varios maestros de esgrima de la guardia de palacio recorrían sus filas; la criba sugerida por Symeon para la creación de la guardia esotérica había comenzado.  Ilaith se despidió sentidamente de Yuria:

—No querría separarme de ti, Yuria, y perdona por hacerte viajar en este estado. Pero es que no me fío de nadie más. Solo confío en ti para traer a esos paladines; sin ellos no sé si podemos vencer.

—Tranquila, Ilaith. En un par de días estaré bien, y por supuesto que los traeré, con ayuda de Galad.

Ilaith intentó abrazarla, pero Yuria le hizo un gesto. Había una muchedumbre observándolos, y no sería apropiado. ¿Era su imaginación, o leves colores acudieron a los pómulos de la habitualmente fría canciller? «En verdad ha llegado a tenerme en alta estima. Espero no defraudar su confianza».

Symeon se despidió de su hermana también. Violetha le susurró:

—Ten cuidado, Symeon, e intentad viajar rápido, no me gustaría no saber nada de ti en meses. Y menos que os pasara algo malo.

—Claro. Volveremos todo lo rápido que podamos. Y sobre...

—Tranquilo. Ya he empezado a trabajar. Ilaith es muy amable, y confía en ti. Me ha dado todas las facilidades.

—Me alegra escuchar eso. Hasta pronto, hermana.

Justo antes de abordar, Yuria fue increpada por Sabasten y Eucildes:

—¡Mi señora —dijo el último—, esperad un momento! —Yuria se detuvo, con una sonrisa cansada—. Queremos daros una cosa, que acabamos de terminar.

Eucildes sacó de un bolsillo un paño hecho un hatillo, que deshizo al punto. Tendió su mano ante Yuria, orgulloso. Sobre el paño, la ercestre pudo ver cuatro balas. 

—Cuatro balas de repuesto —dijo agradecida, pero extrañada por la atención que habían requerido ante algo tan común para ellos—. Muchas gracias, mis...

—No son balas comunes, mi señora —la interrumpió Sabasten.

—En absoluto —continuó Eucildes—. Nos ha costado mucho hacer cada una de ellas, y vamos a intentar hacer cuantas podamos. —Le brillaron los ojos cuando miró intensamente a Yuria—. Son balas de kuendar.

Yuria abrió mucho los ojos.

—¿En serio? Extraordinario. Las cargaré en cuanto aborde. Estoy muy orgullosa de vosotros —Eucildes y Sabasten se miraron, satisfechos—. Seguid así. Muchísimas gracias.

Poco después el Empíreo se elevaba, majestuoso, para unirse al Horizonte, que ya se encontraba en vuelo estacionario, y pronto ambos dirigibles perdieron Tarkal de vista. El sol llegaba ya al horizonte occidental. Aquella misma noche, desde una distancia prudencial, Symeon entró al mundo onírico para ver si la titánica criatura seguía allí. Y así era; a unos quince kilómetros hacia el este, entre Tarkal y ellos, era claramente visible, tal era su tamaño. Y no parecía haberse movido ni un ápice.

 

La mañana siguiente, mientras Daradoth se encontraba en proa leyendo su grimorio, Arëlen (la reina Arëlieth) se le acercó.

—Entonces, Daradoth, ¿habéis abandonado definitivamente la búsqueda del ritual?

El elfo tuvo que contener un suspiro de irritación. Tampoco quería ofenderla.

—Por supuesto que no. Pero está costando más de lo que nos esperábamos. Estábamos seguros de encontrar alguna referencia en la Biblioteca de Doedia, pero ya habéis visto lo mucho que se han complicado los acontecimientos. 

—¿Por qué no estamos yendo directos hacia Doranna, entonces? Vuestra única oportunidad es encontrarlo en Thintassir.

—No es tan fácil, mi señora. No podemos dejar de lado a nuestros aliados ni dejar que el resto de Aredia caiga por su propio peso. Además, Thintassir es la última opción para mí, dada mi situación.

—Ya hemos hablado sobre esto. Esa situación puede ser revertida. 

—Efectivamente, ya hemos hablado sobre esto, y creo que para llevar a cabo vuestra opción, necesitamos más apoyo. No podemos ir a Doranna —hizo un gesto, mostrando su entorno— así. Veinte personas, la mayoría no son elfos, y un dirigible, un artefacto muy útil, no lo niego, pero que difícilmente impresionaría a reinos enteros.

—Pero os aseguro que mucha gente cambiaría su opinión al ver mi retorno. Y si Eraitan accediera a...

—Es verdad que ya hemos hablado sobre esto. Todo a su debido tiempo, mi señora. A su debido tiempo.

«No puedo creer que sea yo el que esté apaciguando los ánimos y reclamando paciencia», pensó.

 

Al caer la tarde, Yuria se encontraba en el castillo de popa, junto al capitán Suras, trazando planes de ruta. Alguien la tocó en el hombro. Se giró para encontrarse cara a cara con Ilwenn, que le pidió tener unas palabras en privado, así que bajaron a su camarote.

—Os extrañará que haya pedido esta pequeña audiencia, supongo.

—Sí, así es, no lo voy a negar —contestó Yuria.

—El motivo es que estoy bastante preocupada, lady Yuria. No me preguntéis cómo ni por qué, pero sé que en el futuro vais a tener que afrontar una enorme responsabilidad, que afectará a toda Aredia.

—¿En qué sentido? ¿No podéis ser más precisa?

—Me temo que no, no puedo serlo más. Todo lo que sé es que llegará un momento en el que tendréis que tomar una decisión, no será fácil, pero de ella dependerá todo. Y con todo, me refiero a eso mismo. Todo.

—Vaya, no sé qué deciros. 

—No hace falta que me digáis nada, solo quería poneros sobre aviso, por mi propia tranquilidad. Sé que intentaréis hacer lo correcto. Siempre lo hacéis.

—Por supuesto, por esa parte podéis estar tranquila.

—Aun así, no puedo deshacerme de mi temor, pues la decisión implicará a vuestros compañeros. Me preocupa sobre todo Galad, pues veo mucho peligro a su alrededor.

—¿Por la espada? 

—Por la espada. Ya había comentado esto con Daradoth, pero necesito que alguien más esté alerta, y lo que he visto sobre vos me induce a creer que vais a ser el... contrapunto, no encuentro otra palabra.

«Lo que ha visto sobre mí... parece que tenemos entre nosotros a una vidente, como los que encontré en Irza hace una eternidad» 

—Como ya os he dicho, por supuesto que intentaré hacer lo correcto. Estaré alerta ante cualquier señal, y recordaré vuestras palabras.

—Muchas gracias, lady Yuria. Y os ruego la máxima discreción.

—Por supuesto.

Ilwenn se inclinó ante Yuria —«¡¿se ha inclinado ante mí?!»—, y se marchó.

 

Esa noche, antes de dormir, Symeon advirtió de su intención de entrar al mundo onírico de nuevo. Galad rezó sus oraciones para proteger al errante, y este, como era habitual, alcanzó el sueño casi inmediatamente.

Se encontraban ya a unos trescientos kilómetros de Tarkal. Y aun así, dadas las capacidades perceptivas de Symeon en el mundo onírico, si se concentraba podía avistar la ciudad como un pequeño punto. Pero no pudo hacerlo. La colosal aberración se encontraba mucho más cerca de ellos, como mucho a cien kilómetros. El errante se estremeció al comprender que debía haber recorrido unos doscientos kilómetros desde la noche anterior, cuando había estado durante días prácticamente inmóvil. «No lo comprendo, ¿por qué? Supongo que quizá no se desenvuelve del todo bien en el mundo onírico». 

Intentó sobreponerse y, dando un largo rodeo, viajó hasta Tarkal. No quería faltar a su cita con Nirintalath, que ya se había saltado la noche anterior. Se acercó a ella y, para su sorpresa, no notó ningún pinchazo, lo que lo reconfortó en cierta medida. Insistió en la idea de colaborar para beneficio mutuo, pero apenas logró ninguna reacción en el espíritu de dolor. Tras unos minutos, volvió al dirigible, esquivando por mucho al engendro. Despertó.

—Malas noticias —anunció—, la entidad se ha movido, y mucho. Lo tenemos a escasos cien kilómetros. 

—¿Tienes alguna explicación para tal cambio? —inquirió Galad—. Apenas se movió mientras estuvimos en Tarkal.

—Nada definitivo. Quizá está aprendiendo, o adaptándose.

—Entonces, está claro que su objetivo éramos nosotros —sentenció Daradoth. 

—Evitemos entonces detenernos mucho tiempo en un sitio.

—De acuerdo.

 

El día siguiente, mientras Galad se apoyaba en la borda admirando el paisaje, alguien se acercó. Arëlen, la Hermana del Llanto que sin duda se había movido en entornos cortesanos en el pasado. Habló en un Lândalo perfecto.

Arëlieth Saënathir, antigua reina de Harithann

 —¿Son ciertos los rumores que he escuchado, hermano Galad? ¿Esa espada os convierte en el Brazo de vuestro dios, Aldarië?

«Así es como deben de llamar a Emmán en Cántico».

—Así es, mi señora. Os han informado bien.

—Me alegra oírlo. No sé si sabéis que fui coetánea de otros Brazos, como Ecthërienn, y por lo que parece, también Eraitan. ¿Es cierto que sentís su poder a través del arcángel?

—Efectivamente, siento a Emmán de forma intensa. Y Norafel parece incluso hablarme.

—Muy interesante. Eso debe de ser... confuso, supongo. Tengo mucha curiosidad por una cosa. ¿Os han encomendado una misión específica? Supongo que tal iluminación conllevará una gran responsabilidad.

—De momento, mi intención es luchar contra Sombra con todas mis fuerzas.

—Me alegra oír eso. Ahora mismo, sois el adalid más poderoso con el que contamos. 

—Es posible. Pero vamos a necesitar mucho más que a Églaras si queremos prevalecer. Visto lo que sucedió en los Santuarios de Essel, no puedo por menos que ser pesimista.

—Efectivamente, tenéis toda la razón. Yo visité los Santuarios varias veces antes de la caída, y no tengo palabras para describiros lo hermosos que eran. —Su expresión se tornó triste mientras parecía rememorar otra época, pero en segundos volvió al presente—. ¿Qué me diríais si pudiéramos conseguir la ayuda de toda una nación élfica? ¿De toda Doranna?

—Sería maravilloso, pero Daradoth es extremadamente reticente a viajar allí.

—Lo sé, y por eso quería hablar con vos. Hay ciertos... factores, que el resto no conocéis. Y creo que ya ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.

La antigua reina de Harithann reveló al paladín su verdadero estatus, para sorpresa de este, y relató la historia de la traición de Angrid por la que tuvo que exiliarse, renunciar a su trono y dividir su reino en dos.

—Por eso quiero volver a reclamar lo que es mío —concluyó—, y a reclutar a los elfos para la causa de la Luz y la lucha contra Sombra.

—Me habéis dejado realmente impresionado, mi señora. 

—Disculpad si os he revelado demasiada información de una vez, hermano. No obstante, mi intención también es haceros partícipe de lo conveniente que sería convencer a Daradoth para volver a Doranna a reclamar mi posición, con él como aliado, o incluso como consorte. Vuestra ayuda sería muy bienvenida.

—Ya veo. ¿Habéis hablado de esto con Daradoth?

—Cada día. Pero no atiende a razones. 

—Es que, según tengo entendido, está exiliado y lo castigarían. Y el resto, al ser humanos, tampoco podríamos entrar en vuestra tierra, ¿no es así?

—No del todo. Podríais entrar si un elfo con el abolengo suficiente os lo permitiera. Y yo lo tengo. 

—Aun así, nada impediría que os arrestaran si simplemente nos presentamos allí.

—Las leyes élficas son complejas, pero, efectivamente, no es mi idea "simplemente presentarnos allí". Primero debería contactar con ciertas personas. Claro que si llevamos un ejército con nosotros, aún mejor; pienso en el Vigía y Eraitan. Y todo esto sin olvidar el ritual que nos es tan necesario.

—Sí, comprendo. Si lo deseáis, hablaré con Daradoth y veremos qué podemos hacer.

—Os lo agradezco. 


Poco rato después, Arëlieth se reunía en un camarote con Daradoth y su amada, Ethëilë. Esta se mostraba seria y solemne.

—Creo sinceramente —empezó la reina— que debemos plantear en un futuro próximo la posibilidad de contraer matrimonio, Daradoth. Por supuesto, con vuestro visto bueno, Ethëilë, no persigo ningún motivo oculto, solo un matrimonio de conveniencia hasta conseguir nuestros objetivos.

—Esto ya lo hablamos —contestó Daradoth—. No creo que sea la forma correcta de hacer las cosas. Tenemos que conseguir todos los apoyos necesarios previamente.

—De acuerdo, quizá un matrimonio sea algo incómodo. ¿Y si os adopto como hijo?

—Mi señora, disculpad mis palabras, pero ahora mismo, no tenéis el estatus necesario —intervino Ethëilë—. No me malinterpretéis, creo que el matrimonio sería la mejor opción —Daradoth la miró, sorprendido—, pero hoy por hoy lo veo difícil.

—Mi estatus no es el necesario por culpa de una usurpadora.

—Así es —retomó la palabra Daradoth—, pero creo que primero deberíamos intentar retomar vuestra condición de reina. Y necesitamos un ejército. O algo más. No será fácil, pero necesitamos una posición de poder. Y eso es lo que estamos haciendo, gracias a Ilaith.

—Lo que decís no tiene sentido. ¿Pensáis plantaros ante las puertas de Doranna con un ejército de humanos? Entonces no nos admitirán bajo ninguna circunstancia.

—Es posible, pero un nuevo peligro llama a las puertas, ¿recordáis la invasión de los llamados ilvos? Estuvieron a punto de acabar con vuestra vida en las islas Ganrith. Quizá eso haga que debamos acudir en ayuda de nuestros compatriotas.

—Quizá, quizá, quizá. Estoy harta de quizás. Hacedme caso, no conseguiréis nada así. Deberíamos conseguir mejor la ayuda del Vigía y de Eraitan.

—Os prometo que pensaré sobre ello —Daradoth miró a Ethëilë—. Pensaremos sobre ello. Pero hablaremos en otra ocasión.

 

 Cuando ya avistaban Doedia al final del día, Taheem se sentó junto a Symeon.

—Estamos pasando por mucho —el vestalense suspiró.

—Así es, en ocasiones pienso en dejarlo todo.

—Quería disculparme con vos, con todos en realidad, por la muerte del rey Menarvil. Creo que podía haberlo hecho mejor.

—Nada de eso, Taheem. Has probado ser un valioso aliado. Un valioso amigo, y te lo agradecemos más allá de toda medida. Te lo aseguro.

—Gracias.

El silencio se hizo durante unos minutos, y luego Taheem prosiguió:

—Estoy preocupado por mi hermano, Symeon. Lleva casi un año en esa caravana en el desierto.

—Lo sé. Allí está también Valeryan —una lágrima asomó a los ojos de Symeon al recordar a su hermano juramentado. 

—Quería plantearte la posibilidad de modificar nuestra ruta para reunirnos con la caravana y quizá recoger a mi hermano. Si todavía siguen con vida.

—Es difícil, Taheem. La situación en vestalia es complicada, y por otra parte, ¿podríamos llevarnos solamente a Shahëd? ¿Deberíamos?

Taheem volvió su vista a estribor, haciendo que Symeon mirase hacia el segundo dirigible.

—En el Horizonte caben cien personas. Podríamos sacarlos del desierto y llevarlos a la Región del Pacto. Allí estarían mejor, podrían incluso reactivar sus carromatos y volver a viajar.

—Podemos hablarlo con Yuria. Pero temo que se complique demasiado el viaje.

—Gracias, Symeon —Taheem sonreía, hacía tiempo que no lo veía sonreír—. Intentémoslo.

 

Mientras Yuria revisaba las jarcias de estribor se encontró con Garedh, el padre de Galad.

—Buenas tardes —saludó Garedh.

—Buenas tardes, señor Talos —contestó, educada, Yuria.

—No hemos tenido muchas oportunidades de charlar vos y yo, Yuria.

Yuria hizo unos gestos a los marinos, que se encargaron de las comprobaciones a partir de ahí. Ella se volvió hacia Garedh.

—En efecto, disculpad si he sido distante, no era mi intención.

—En absoluto, en absoluto —se rió Garedh, mientras exhalaba el humo de su pipa y acompañaba su risa con una ligera tos—. Vuestro cargo implica demasiadas responsabilidades, muchacha —estiró con un gesto de molestia su pierna derecha—. Solo quería aprovechar para deciros que, como ercestre, me siento orgulloso de vos. Muy orgulloso.

Un escalofrío de emoción recorrió a Yuria.

—Me alegro muchísimo por vuestro rescate —continuó— por supuesto, y quería expresaros mi más absoluta admiración por lo que hicisteis en Doedia. La defensa de la ciudad fue brillante. Excepcional.

—Muchas gracias por vuestras palabras, Garedh. Es un honor viniendo de vos, sé que fuisteis un destacado oficial de artillería en el Arven, y significa mucho para mí.

—Algún día, con más tiempo, os contaré varias historias, vaya que sí. Pero en serio, lo que vi en Doedia fue una exhibición de táctica y organización propia de los más grandes generales del reino, a la altura de Theodor Gerias o de Aladas Tarsen, si no más. No entiendo por qué os exiliaron del país y os dejaron escapar. ¿No os planteáis volver?

—Ya no. Estamos luchando por algo mucho más grande que Ercestria. Ahora lo más importante es vencer en la batalla contra Sombra. 

—Entiendo. Entonces, vuestra lealtad a Ilaith está fuera de toda duda. Os comprendo, Ercestria os lo quitó e Ilaith os lo dio todo. Y os respeto por ello. 

—Mi lealtad está fuera de toda duda, mientras ella no traicione nuestros objetivos.

—Mi gran duda es qué haréis cuando Ilaith quiera imponerse a todo, y regir también sobre Ercestria.

«Veis más allá de lo que es habitual, Garedh, os lo concedo».

—Cuando ese momento llegue o, mejor dicho, si llega, ya os he respondido. Vencer a Sombra y salvar nuestro mundo es lo más importante. Los problemas deben ser afrontados de uno en uno.

—Bien. Os respeto profundamente, y solo quería transmitiros mi admiración. Además de mi preocupación por Ercestria.

—Ercestria está rodeada de enemigos, y voy a hacer todo lo posible por salvarla, por supuesto. 

—Ajá, os creo y os ayudaré en la medida de lo posible. No es que sea muy útil... —señaló su pierna.

—Por supuesto que lo sois.

—Gracias por vuestro cumplido, mi señora. —Hizo un amago de reverencia como pudo, ya que estaba sentado, e inspiró una profunda calada de su pipa—. ¿Y qué opináis de mi hijo? Desde que empuñó esa espada, ha cambiado. Mucho.

—Sí, eso es innegable. Todos lo hemos notado.

—No me malinterpretéis. Estoy encantado de que un Dios haya elegido a mi hijo como su Brazo, aunque eso vaya en contra de todo lo que yo creía o, más bien, no creía. Pero él en sí mismo ha cambiado en su actitud y sus sentimientos.

—Sí, yo también estoy preocupada, para ser sincera. Pero creo en él ciegamente, y creo que se sobrepondrá a esa situación.

—Si vos lo decís, me quedo más tranquilo.


Más tarde, decidieron descender y hacer una breve parada en Doedia para informarse de la situación. Mientras Suras y Yuria daban las órdenes pertinentes y el sonar de cuernos anunciaba su llegada, Galad se situó junto a Daradoth.

—Daradoth, ¿cuándo nos ibas a contar que llevábamos una reina élfica entre la tripulación? —preguntó el paladín en voz baja.

—Pensaba hacerlo cuando fuese necesario. Pero ya no es una reina, y solo le interesan sus propios objetivos. No me fío del todo de ella. Aun así, me pidió que no revelara su verdadera identidad, y se lo prometí.

A pesar de la hora, con el sol ya desaparecido en el horizonte, una multitud se congregó para vitorear y dar la bienvenida a las aeronaves. Mientras descendían, pudieron ver cómo junto a la ciudad había un gran campamento de tropas. Las legiones que estaban de camino por fin habían llegado, junto con los séquitos de un buen número de nobles, que los recibieron al completo junto a la duquesa Sirelen y la reina Irmorë.

—Tenemos muy buenas noticias que daros  —dijo la duquesa mientras se dirigían al comedor para cenar—. Al parecer, el ejército invasor que venía del sur, se detuvo hace unos días, y poco después cambió su rumbo, para dirigirse hacia el lago Írsuvil. Suponemos que pasarán en cuanto puedan hacia el Imperio Vestalense.

—Buenas noticias, en verdad —se congratuló Yuria—. Sin embargo, en algún momento deberemos encargarnos de la situación de los vestalenses. Tampoco deberíamos dejar pasar esa oportunidad.

—Por supuesto que no; si os parece bien, organizaré para después de la cena una breve reunión con Candann, el conde Hannar, el capitán Garlon, Tybasten y el resto de los generales  para tratar ese tema.

—Sí, me parece perfecto, gracias.

—Por otra parte, los terremotos parecen haberse detenido, y la situación en la biblioteca sigue igual que cuando os marchasteis. Ahora que el resto de urgencias se están despejando, estamos pensando en organizar una delegación para negociar una solución en cuanto a su posesión y uso.

—Haréis bien —intervino Symeon—, pero no sé si os servirá de mucho; ya lo intentamos en su momento, y los mediadores no están muy abiertos a negociar.

—Lo intentaremos de todos modos.

Tras la cena, cuya exquisitez agradecieron, Yuria recorrió la fortaleza para supervisar los avances en la reconstrucción y guiar a los masones y oficiales. A continuación, se celebró la reunión que Sirelen había organizado para tratar el tema de la estrategia a largo plazo y las acciones a realizar con el Imperio Vestalense. Una vez más, el genio militar de Yuria salió a la palestra. Progresivamente, todos los presentes fueron callando mientras ella elucubraba u proponía más y más acciones, moviendo las miniaturas sobre el mapa del reino. Prácticamente todos estuvieron de acuerdo en llevar a cabo sus maniobras y tener al menos a la mitad de las tropas listas para actuar en la frontera con los vestalenses.

—Veremos si podemos solucionar la situación en Esthalia en un plazo razonable —dijo en un momento dado—. Esperad nuevas órdenes a no ser que veáis muy cerca el peligro de un hundimiento o de una invasión. 

Esa noche, Symeon volvió a entrar al mundo onírico, para ver que el engendro se encontraba más o menos en la misma localización que la noche pasada. «Se sigue moviendo erráticamente. Esperemos que siga así mucho tiempo».

 

Al despuntar el amanecer de la mañana siguiente, abordaron el Empíreo tras una rápida despedida y despegaron rumbo al noreste. Yuria manejaba el timón, pues ya se encontraba mucho mejor, recuperada casi por completo de la ordalía que había vivido a manos de los espías ercestres. Taheem se unió a Symeon y acudieron a su encuentro.

—Te veo totalmente recuperada, Yuria —dijo el errante—. Me alegro mucho. Taheem y yo queríamos hablar contigo unos minutos.

—Claro —fijó el timón—, decidme. 

—Quería proponeros —siguió Taheem— desviar un poco el rumbo. Ya sé que tenemos prisa, pero creo que no nos llevaría apenas tiempo.

—Hemos pensado que podríamos pasar en busca de Shahëd, el hermano de Taheem, y el resto de la caravana errante con los eruditos vestalenses y Valeryan.

—Me parece muy buena idea —contestó Yuria, contra todo pronóstico. Una amplia sonrisa acudió al rostro de Taheem—. Podemos hacer los cálculos ahora mismo, si tenéis claro dónde se encontraba.

—Claro que sí. 

Yuria cedió el mando a Suras y bajaron a su camarote, donde con mano diestra extendió mapas y utilizó diversos instrumentos.

—Aquí está. La distancia no sería demasiado problema, apenas unas horas de más. Pero recuerdo las terribles tormentas que sufrimos cuando hicimos la travesía de esas tierras, y es lo único que me haría echarme atrás.

—Sí, es cierto. Las tormentas fueron terribles. Valeryan quedó comatoso, y Aldur desapareció en una de ellas. La verdad es que no lo había pensado, y aunque me gustaría ir, no querría poner a los demás en peligro —miró a Taheem, cuya sonrisa había desaparecido—; deberíamos comentar esto con nuestros compañeros.

Un poco más tarde, con todo el grupo reunido, discutieron sobre el asunto.

—Yo propongo acercarnos con cuidado —dijo Galad—, navegando lo más alto posible, y ante cualquier atisbo de tormenta oscura, desviarnos a nuestra ruta original. Por lo que me habéis contado a lo largo de estos meses, no podemos dejar a esa gente más tiempo a su suerte en medio del desierto.

—Por mi parte —aportó Daradoth—, creo que perderíamos demasiado tiempo desviándonos hacia allá, y nos estamos olvidando de nuestra misión original que es encontrar el ritual para restaurar a Ecthërienn.

—El tiempo no sería demasiado problema —rebatió Yuria—. No creo que nos retrasáramos más de una jornada como máximo respecto a la previsión original.

—Siempre que los encontramos en el mismo sitio —rebatió Daradoth—. Si no los encontramos allí, es posible que no hayan sobrevivido, o que se hayan desplazado, en cuyo caso tendríamos que buscarlos.

—Si te preocupa eso, Daradoth, tranquilo —dijo Symeon—. Si no podemos localizarlos con una simple vuelta a vista de pájaro, volvemos a nuestro rumbo original. 

—¿Y qué pensáis hacer cuando los encontremos?

—Yo había pensado llevarlos a Rheynald —dijo Taheem—. Pero quizá podríamos dejarlos en la Región del Pacto, desde allí ya podrían emprender viaje solos.

—¿Y los carromatos? 

—Tendrán que dejarlos y fabricar unos nuevos para volver a viajar.

—Está bien, si estamos todos de acuerdo, pongamos rumbo para allá —zanjó Yuria.

 

Sobrevolaron a gran altura el extremo nororiental del reino, cruzaron el río Dimen, el ducado de Fíltar, y entraron de lleno en los paisajes desérticos del badirato de Ahemmu. En la tercera jornada de viaje desde Doedia, pasado el mediodía, llegaron al paraje donde dejaron a Shahëd y los demás. No había ni rastro de la caravana. 

—¿Estáis seguros de que este es lugar? —preguntó Galad.

—Sí, sin duda ninguna —dijo Yuria.

—Absolutamente —contestó también Symeon.

—Pues, lo que me imaginaba —dijo Daradoth—. Ni rastro de ellos. Era imposible que hubieran permanecido inmóviles tanto tiempo.

—Por lo menos, las tormentas parecen haber desaparecido, menos mal —dijo Yuria—. Sobrevolaremos el entorno durante una hora, Taheem; si no vemos nada, tendremos que desistir y continuar nuestro viaje.

—Por supuesto, lo comprendo —admitió, desolado, el vestalense.


martes, 4 de marzo de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 4

Rescate

Durante las siguientes jornadas, cada pocas horas, Galad seguiría intentando sin descanso localizar a Yuria mediante los poderes que le concedía su señor Emmán.

Yuria despertó de nuevo, mareada pero un poco más consciente que las veces anteriores. Percibía claramente el traqueteo del carruaje donde se encontraba. Aun así, las voces de sus captores resonaban fuertemente en su oído, avergonzándola con el recuerdo de su padre y acusándola de traidora. A punto estuvo de romper a llorar y pedir perdón, pero recordando sus vivencias de los últimos meses y cómo salió de Ercestria, se sobrepuso a su momento de debilidad, y no cedió ni un ápice a pesar de las descargas y el maltrato mental.

Mientras tanto, Symeon evitó que sus compañeros se fueran a dormir, pues se le había ocurrido algo.

—Ya que estamos unidos como nudos de la Vicisitud —les dijo en la seguridad de sus aposentos—, quizá podríamos intentar seguir las "hebras" que nos unen a Yuria, ¿no creéis?

—Sí, parece buena idea —coincidió con él Daradoth.

—Tal y como están las cosas, diría que es nuestra única posibilidad. Adelante.

—Entonces, relajaos —dijo Symeon, tocando los antebrazos de sus amigos, y se giró hacia la puerta—: Faewald, que nadie entre, por favor. Vamos a intentar concentrarnos; dejad que os guíe, respirad profundamente y cerrad los ojos...

El silencio se hizo en la estancia. 

En pocos segundos, los tres sintieron la sensación abrumadora que conllevaba la percepción de la Vicisitud. Podían sentir las vibraciones de los hilos del tapiz. Sabían que "hilos" y "tapiz" no era una definición suficiente para describir aquello, pero sus mentes mortales no alcanzaban a racionalizarlo como otra cosa.

De repente,  Daradoth empezó a tensar el rostro y a respirar agitadamente. La masiva perturbación que Symeon había detectado en el mundo onírico tenía su reflejo allí, a escasos cuatro o cinco kilómetros, y aunque Galad y el errante la detectaban, no estaban siendo tan afectados por ella como el elfo. Finalmente, Daradoth decidió dejar de percibir la Vicisitud, pues notó que estuvo a punto de ser arrastrado por aquella anomalía.

—Tendremos que comprobar qué es esa perturbación lo antes que podamos  —dijo, resollando—. Estaré alerta mientras vosotros os concentráis.

 Tras unos minutos de concentración y de estudio de las hebras que los unían unos a otros, Galad consiguió identificar la ingente multitud de filamentos que, partiendo de Daradoth, Symeon y él mismo, dedujo que debían llevar hacia Yuria. Se alejaban hacia el noroeste hasta desaparecer de su percepción. Sin duda, se encontraba a kilómetros fuera de la ciudad. No podía saber cuánto.

—Lo que parece evidente es que está fuera de la ciudad, y está bastante lejos. Hacia el oeste —compartió con los demás una vez que abandonaron la concentración.

—Sí, yo también lo he detectado, gracias a tu guía —mientras percibía la Vicisitud subyacente, Galad había orientado a Symeon para que también identificara las hebras de unión a Yuria—. Y sí, se encuentra bastante lejos.

—Tendremos que viajar hacia el oeste e intentar detectarlos de nuevo.

Ordenaron al capitán Suras que preparara el Empíreo para la partida al amanecer. Mientras la tripulación del dirigible acudía y tomaba posiciones, Daradoth subió a las murallas orientales bajo el cielo estrellado, y dirigió su vista hacia el frente, con la intención de detectar algo que delatara la perturbación que casi lo había arrastrado. Nada.

—No hay nada donde se encuentra la anomalía. Al menos, nada visible —dijo, cuando regresó junto a sus compañeros.

—Quizá con el Empíreo podamos ver algo —dijo Symeon, que ya había vuelto de informar a lady Ilaith (en realidad, a Keriel Danten) de su partida—. Ahora, aprovechemos para descansar lo que podamos; pero antes —miró a Galad—, tengo que entrar al mundo onírico.

—Te protegeré en la medida que pueda —dijo el paladín—, pero ten cuidado con esa anomalía; parece peligrosa.

Symeon no tardó en encontrarse en el familiar entorno grisáceo de sus aposentos en el mundo onírico. La perturbación era ahora como una sirena para sus sentidos, y requería concentrarse para no verse aturdido por ella. «Luego me encargaré de eso», pensó, y se dirigió hacia la cámara acorazada. Allí estaba Nirintalath, todavía con su aspecto de anciana, todavía con la vista clavada en el suelo, inmóvil.

—Sé que estoy tardando, pero sigo intentando liberarte. Espero que lo antes posible. Pero no sé si nos volveremos a ver, pues hay una perturbación que se acerca, una anomalía que parece que vaya a acabar con todo lo que encuentre a su paso. Volveré pronto, si no ocurre nada.

El espíritu de Dolor no levantó la vista, al menos no mientras Symeon la observaba. Y, acto seguido, el errante salió del palacio y "saltó" hacia lo alto de la muralla de levante. 

Se quedó paralizado, abrió mucho los ojos y espasmos de terror recorrieron su espina vertebral.

Una aberración tentacular, con ojos por doquier y de bordes difuminados, enorme, titánica, flotaba a unos cuatro kilómetros de distancia, a una altura que parecía variar por segundos. Debía de ser tan grande como toda Doedia. Centenares de tentáculos informes, de cuya superficie parecían desprenderse volutas de borrones de colores. A su alrededor, el mundo onírico parecía desaparecer y dejar paso a la visión del mundo de vigilia, deformando las presencias oníricas de todas las entidades en aquella realidad. Parecía devorar la luz de las estrellas en un diámetro indeterminado. Una bonachona ballena celestial se acercó por el norte, tranquila, y uno de los tentáculos se extendió hacia ella; nada más tocarla, la ballena, enorme pero prácticamente diminuta en comparación con aquella abominación, desapareció. Suavemente, sin ninguna violencia.

El corazón de Symeon pareció detenerse cuando uno de los ojos principales del monstruoso ser se movió violentamente para cruzar su mirada directamente con él. Parecía taladrarle, y todo empezó a vibrar en ese instante. El errante tembló violentamente, casi presa del pánico, pero la ayuda de Galad fue decisiva para que no sucumbiera y cayera rendido de rodillas, y consiguió sobreponerse lo suficiente como para despertar al mundo de vigilia, temblando y sudando.

—¿Qué sucedía, Symeon? —preguntó Galad, poniendo una mano en su hombro, intentando tranquilizarlo—. Temblabas incontrolablemente. 

—He visto... he visto algo aterrador. Viene hacia acá. 

Symeon intentó describirlo lo mejor posible, pero las palabras no bastaban para transmitir la imagen absolutamente terrorífica de aquella criatura.

—Era como si el terror no fuera un simple efecto de ver algo tan aberrante y tan enorme, era un terror... subyacente, no sé cómo describirlo.

—Sí, creo que te entiendo. Tranquilo ahora. Tendremos que informar a lady Ilaith, claro.

—Por supuesto, Doedia debe estar preparada para la llegada de... eso. Aunque es posible que no tenga ningún efecto fuera del mundo onírico.

—Pero nosotros tenemos presencia onírica permanente —dijo Daradoth, sombrío.

—Sí, es verdad. Y esa criatura "apagaba" los seres oníricos, así que temo por nuestra seguridad y la de cualquier durmiente. O la de cualquiera que se despierte espontáneamente allí.

—¿Crees que puede tratarse de un demonio?  —inquirió Galad.

—No lo creo, parece algo diferente. Y a su alrededor se "transparentaba" el mundo de vigilia, creo que es algo que tiene que ver más con la Vicisitud. Pero solo son suposiciones.

Acudieron de urgencia a lady Ilaith para avisarla del peligro. La canciller se mostró especialmente preocupada, y manifestó su inquietud por que Symeon se ausentara de Doedia con aquello aproximándose. Pero Symeon tampoco veía la manera de combatir aquello.

—Tardará varias jornadas en alcanzar la ciudad, mi señora, hasta entonces pensaremos en qué hacer.

Por fin, se retiraron a descansar. Galad pidió la inspiración de Emmán en relación a aquella aberración  que le había descrito Symeon y, como era habitual, Emmán contestó.

Una criatura horripilante se alzaba sobre Doedia. Galad, en la torre más alta del palacio, empuñaba a Églaras, alzándola con ambas manos, arrebatado por una inmensa cantidad de poder. Apretando los dientes, dirigió toda esa energía en un haz de luz compacto que impactó sobre el monstruoso ser y lo hizo explotar en millones de esquirlas plateadas, dejando paso a un sol radiante y un cielo azul hermosísimo.

 

Por la mañana, comieron algo de carne seca con pan, y partieron rápidamente con el Empíreo en busca de señales de Yuria. Aprovecharon primero para sobrevolar la zona a cinco kilómetros hacia el este, quizá podrían detectar señales de la criatura aberrante. Pero ni rastro. Symeon expresó su frustración:

—No entiendo cómo algo que tiene un efecto tan brutal en el mundo onírico no deja huella alguna en el mundo de vigilia. Es increíble.

—Estoy de acuerdo, pero tenemos asuntos más urgentes de qué ocuparnos. Dejémoslo para la vuelta —zanjó Galad.

A aquellas alturas, el Surcador ya debía de encontrarse también en su viaje hacia el oeste para liberar a Alexandras y sus compañeros en Cessen. El Empíreo puso rumbo hacia el oeste, siguiendo el camino principal y alejándose de Doedia unos treinta kilómetros. Sobrevolaban un terreno abrupto, con el camino serpenteando, cuando volvieron a intentar percibir los enlaces a Yuria en la Vicisitud.

Allí estaban de nuevo. Extendiéndose hacia el noroeste. Indicaron la dirección a Suras, y este hizo avanzar el dirigible hacia allá. Un par de intentos más revelaron finalmente la localización de Yuria. Por el camino que se dirigía hacia la frontera con Adhëld, pudieron ver tres vagones enormes tirados por media docena de caballos cada uno y escoltados por una veintena de jinetes. Lo vagones iban cerrados, pero indudablemente, Yuria se encontraba en el segundo de ellos, en medio. La caravana se dirigía sin duda al transportador que cruzaba el río Bair a la altura del pueblo de Rasien, uno de los pasos fronterizos con Adhëld. Decidieron no atacar en ese momento; tenían prisionera a Yuria y no querían ponerla en peligro.

Así que decidieron cruzar el río y descender al otro lado, ya en el principado de Adhëld. De esa manera, podrían emboscar a los carromatos que pasaran de uno en uno; las balsas no tenían capacidad para cargar más de uno de los vagones en cada viaje. Una vez en tierra, se acercaron caminando amparados por la penumbra del atardecer a la diminuta aldea que estaba a aquel lado y que daba soporte al servicio de balseros, mucho más pequeña que la del lado de Tarkal; se componía de poco más que una posada, la casa del balsero y media docena de casas con sus respectivos huertos y corrales. Afortunadamente, la dotación de media docena de guardias parecía estar emborrachándose en la taberna; desde luego, no debían de ver mucha acción estando destinados en aquel rincón olvidado de la Federación. El grupo, Faewald, Taheem y los cinco soldados que los acompañaban en el Empíreo, tomaron posiciones alrededor de la casa del balsero, quien se encontraba cenando con su familia; unos minutos después se retiraron a descansar. El farol del pequeño muelle permaneció encendido, igual que el del otro lado. Confiaban en que la corriente del río, bastante fuerte a aquella altura, disimulara cualquier ruido que pudieran hacer. Una enorme maroma unía los embarcaderos a lo largo de los cien metros de anchura del río, y una balsa bastante grande se mecía en el extremo más cercano, bien asegurada a la maroma.

Al cabo de un tiempo, se escuchó el sonido de una campana desde el otro lado del río, que sonó repetidamente. El balsero salió al muelle pasados pocos minutos, echó una mirada suspicaz a Faewald, que se había situado cerca fingiendo estar borracho, e hizo sonar la campana a su vez. Después, comenzó a preparar las herramientas, a encender las luces de a bordo y a liberar los mecanismos para permitir desplazarse a la balsa a lo largo de la maroma; una vez estuvo todo listo, esperó la señal del otro lado. Cuando la recibió, comenzó a manipular las poleas y la balsa se movió bastante rápido hacia el otro lado, mientras su complementaria del otro lado se movía en sentido contrario. Como habían previsto, esta última transportaba uno de los vagones y tres jinetes. Estos apenas se fijaron en Faewald al llegar, y procedieron a desembarcar en el muelle. 

El grupo esperó pacientemente a que desembarcaran y a que el balsero se alejara y se adentrara en el cauce del río y la noche, para no revelarse ante él. Cuando el carruaje salía del muelle y se disponía a dar la vuelta a la casa del balsero para tomar el camino que se dirigía hacia el norte, actuaron. Salieron de sus posiciones con las armas en ristre, y les instaron a rendirse:

—¡En nombre de lady Ilaith, deponed las armas! —exclamó Galad, teniendo cuidado de no levantar demasiado la voz. Y empuñó a Églaras.

Entonces, una presencia arrolladora lo invadió. Una presencia sabia, y a la vez impetuosa, que le costó contener a duras penas. Sentimientos contradictorios lo invadieron. Pensamientos de grandeza, de gloria y de victoria se unieron a la convicción de que había que destruir a esos enemigos, el embarcadero, y todo lo demás. Con un esfuerzo titánico, Galad consiguió contener los arrolladores deseos que lo invadían. 

—Rendíos o vuestra existencia será borrada, ¡no lo repetiré! —insistió, con esfuerzo por contenerse y una voz que ya no era la suya.

Intimidados por el poderoso grupo que les ordenó la rendición, que incluía un elfo que esgrimía una espada centelleante, un paladín con un aura de poder celestial, un errante con una majestuosa diadema élfica y un bastón de madera viva, y un maestro de esgrima, la comitiva se rindió. Fueron desarmados y conducidos a un lugar apartado, donde Faewald y los soldados se hicieron con sus capas y se las pusieron, fingiendo recibir al segundo cargamento con normalidad.

El resto se escondió de nuevo. Galad pensó en enfundar a Églaras, pero no lo hizo. Se sorprendió a sí mismo pensando. «Sería tan fácil alterar la Vicisitud para borrar a estos imbéciles de la existencia... no nos costaría nada hacerlo». Frunció el ceño, apartando tales pensamientos lo mejor que supo.

Al poco tiempo, llegó el segundo cargamento, en la balsa originaria de este lado. En esta ocasión transportaba un vagón y tres jinetes. Los nuevos llegados no se dejaron intimidar tan fácilmente y opusieron algo más de resistencia, pero no eran rivales para el poder del grupo, que derribó a tres de ellos fácilmente. Aun así, consiguieron lanzar un par de artefactos explosivos que detonaron con gran estruendo y acabaron con la vida de un par de caballos. «Con un solo pensamiento, podríamos borrarlos a todos de la existencia», pensó Galad, mientras esgrimía a Églaras contra uno de ellos, derribándolo. 

Con los guardias neutralizados, Daradoth entró rápidamente en el vagón. No había ni rastro de Yuria. Salió de nuevo al exterior, rápido como un rayo.

—¡Yuria no está aquí, debe de ir en el tercer vagón!

—Y las explosiones deben de haberlos alertado —notó Faewald.

Daradoth miró hacia el otro lado, ayudándose de la lente ercestre. Efectivamente, el balsero había invertido la marcha, apenas se encontraba a unos veinticinco metros de la orilla opuesta. El elfo hizo uso de sus hechizos, y subió a la cuerda, saltando sobre ella a una velocidad pasmosa. Los guardias no esperaban algo así. Sannarialäth acabó con toda oposición en cuestión de segundos, y Daradoth forzó la entrada al carruaje. Yuria estaba al fondo, en un jergón; tres personas se encontraban de pie, un par de ellas rebuscando en unas mochilas. 

—¡Quietos! ¡O morid!

Dejaron lo que estaban haciendo en el acto, levantando las manos.

—¡Balsero, hacia el otro lado! —Asomó la cabeza fuera del vagón—. ¡Ahora!

Lentamente, la embarcación invirtió la marcha. Una vez al otro lado, mientras el resto reducía a los enemigos, Daradoth golpeó con cuidado el rostro de Yuria, que despertó, medio aturdida. Pero cuando vio a su amigo, lo abrazó. Y por supuesto, abrazó a todos los demás, llorando de alegría.


viernes, 21 de febrero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 3

Yuria secuestrada

Daradoth azuzó a su caballo, y galopó con gran destreza, llevando al corcel en volandas para aproximarse en poco tiempo al vagón que ya llegaba a la altura de los primeros campos de cultivo por el camino del sur. A su alrededor, el elfo percibió varias extrañas siluetas que llamaron su atención; no eran sino molinos de viento repartidos por los campos circundantes, que se habían construido en los meses que habían estado ausentes de Tarkal.

Galad y Symeon se unieron a Taheem, Faewald y varios guardias y se dirigieron hacia la salida sur, utilizando las habilidades del paladín para detectar la dirección en la que se encontraba Daradoth. En el portón del segundo bastión se encontraron con un jinete que se dirigía hacia palacio. Era el guardia que el elfo había enviado para informar a Ilaith, y les confirmó que habían atravesado la puerta del sur. Continuaron la cabalgada hacia allá sin entretenerse.

El carruaje errante aminoró la marcha, aparentemente ignorantes de que estaban siendo perseguidos. Daradoth los alcanzó sin apenas esfuerzo; empuñó la espada, que al instante empezó a refulgir, y se puso a la altura del pescante. El hombre que dirigía los caballos y la mujer que viajaba a su lado lo miraron, con un claro gesto de sorpresa.

 

Carromato Errante


—¡Deteneos! —gritó el elfo, en un rudimentario idioma ancestral.

El hombre pareció congelarse por la sorpresa durante unos segundos, pero un segundo grito de Daradoth lo hizo reaccionar, y al instante tiró de las riendas para sofrenar a los jamelgos. En pocos segundos el carruaje se detuvo por completo, y Daradoth se acercó, suspicaz.

—Tenéis a mi amiga en el carruaje —dijo. Esperaba poder entenderse con lo escaso de su conocimiento en el idioma.

—¿Perdón, mi señor?  —el errante parecía genuinamente sorprendido. Y no parecía peligroso en absoluto. Tampoco ella.

—Yuria. Abrid el carruaje, enseguida. 

—No tengo... por supuesto, por supuesto, mi señor.

El hombre no lo dudó, saltó del pescante y se dirigió a la parte trasera, seguido de cerca por Daradoth, ya con el pie en tierra. Dio un par de golpes, y alguien abrió las puertas desde dentro, de par en par. Era un muchacho de unos catorce años. A su lado, otro muchacho, un niño, más joven que el primero. Ni rastro de Yuria. Daradoth se agachó para entrar al carromato; aquello era demasiado pequeño como para tener escondida a una persona. Tras unos segundos, volvió a salir.

—Como veis, no llevamos a nadie; solo estamos nosotros —dijo la errante, nerviosa.

—¿Por qué salís tan tarde de la ciudad entonces? 

Tras unos segundos de tenso silencio, la mujer encontró la valentía para responder:

—Mi señor Daradoth —le habían reconocido—, no sabemos nada de vuestra compañera, lady Yuria. Un desconocido nos dio una bolsa de monedas simplemente por salir de la ciudad a una hora convenida. No sabemos más, os lo juro por el Camino de Retorno. Por mis hijos.

Daradoth intentó sacarles información, pero sin éxito. Parecía que realmente no sabían nada. Pocos minutos después llegaron Symeon, Galad y los demás. El paladín también inspeccionó el carruaje, llegando a las mismas conclusiones que Daradoth. En un altillo oculto descubrió la bolsa de monedas, lo que ratificaba el relato de los errantes.

La familia pareció aliviada al llegar Symeon a la escena.

—Buscador Symeon, es todo un honor, mi nombre es Seyran, y mi mujer Arlena  —se inclinaron de forma un tanto torpe.

—Me gustaría haberos encontrado en otras circunstancias, buscador Seyran, por desgracia, nuestra amiga, la comandante Yuria, ha sido secuestrada y os han implicado.

 —Sí, estamos consternados por ello. Lo sentimos mucho, de verdad. No nos pareció nada malo aceptar la oferta por salir de la ciudad.

—Ya, entiendo. ¿Y no sabéis nada más? ¿Había otros carromatos? ¿Otros cebos?

—No sabemos nada, os lo juro —Seyran miraba a su alrededor, desesperado. 

—Sé que pueden haberos amenazado, pero si no colaboráis, dada la importancia de la persona que ha desaparecido, lady Ilaith no va a ser menos peligrosa en vuestro trato. Si queréis un futuro para vuestros hijos...

Arlena lo interrumpió.

—Era un hombre alto, buscador Symeon. Con acento extranjero, melena castaña hasta los hombros, nariz grande, largas cejas y perilla. No sé qué más deciros, sus ropajes eran del montón.

Symeon hizo un esbozo del rostro con su carboncillo en un trozo de papel.

—De acuerdo, muchas gracias. Intercederemos por vosotros con lady Ilaith.

Volvieron rápidamente a la ciudad para averiguar por dónde habían podido sacar a Yuria. Las pesquisas revelaron que cuatro carromatos habían salido más o menos a la misma hora de la noche por diferentes puertas. Al cabo de unas horas, quedó claro que ninguno de ellos había transportado a la ercestre; todos habían sido utilizados como cebo con la misma maña con que habían utilizado a la familia de Seyran.

Faewald, llevado por sus sentimientos hacia Yuria, se mostraba todo el tiempo en tensión, rumiando en voz queda: "¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Cómo podemos haber sido tan descuidados?". Symeon, su hermano juramentado desde tanto tiempo atrás, intentó calmarlo.

Se retiraron durante unos minutos a sus estancias, donde Symeon anunció al resto del grupo que iba a intentar encontrar a Yuria a través del mundo onírico. Sus esperanzas eran escasas, pero tenía que intentarlo.  Así que, con el ritual de siempre y la protección de Galad, se durmió y accedió a la dimensión paralela. Lo primero que notó fue una sensación de mareo y una náusea. Una perturbación a poca distancia de donde se encontraba, en el exterior, alteraba su percepción y su presencia onírica. Notaba como si algo tirara de él, una especie de imán, y lo invadía una sensación de vértigo que lo mareaba. Afortunadamente, se encontraba en el interior del palacio y no se vio expuesto directamente a aquello. «Sea lo que sea eso, debe de ser extremadamente peligroso», pensó. Decidió despertar y compartió aquello con sus compañeros.

Acto seguido acudieron a la sala de guerra, donde se reunieron con lady Ilaith, lord Galan y algunos miembros del consejo; Symeon mostró la hoja con su dibujo.

—Debemos hacer copias y distribuir este retrato por toda la ciudad —sugirió el errante—. Hay que encontrar a este hombre.

—Siento ser un aguafiestas —dijo Mastaros—, pero, si ese hombre era un espía ercestre, os servirá de bien poco cualquier descripción que os hayan dado. Su aspecto habrá sido radicalmente alterado mientras "contrataba" a esos errantes.

—Aun así, lo distribuiremos —dijo Ilaith. 

—Aseguraos de que no detenéis a un inocente entonces.

Ilaith intervino a continuación:

—Por lo que hemos averiguado, todo apunta a un plan ercestre —miró a Galan Mastaros—. Los medios utilizados son determinantes, ¿no estáis de acuerdo, archiduque? —si Mastaros se alteró por las palabras de la canciller, no lo demostró lo más mínimo.

—Muy a mi pesar, eso parece, sí. Pero ya os dije que no tengo ningún conocimiento de ello, en absoluto.

—¿Y por qué motivo? —inquirió Daradoth—. No lo entiendo.

—Recordad que mucha gente en Ercestria considera a Yuria una traidora —respondió Galan, atusándose el bigote, pensativo—. Es posible que alguien haya ordenado su detención, o que la ordenara hace tiempo, y ahora hayan visto su oportunidad. 

—¿Y por qué no acabar con ella directamente?

—¿Qué creéis que somos, bárbaros? —el archiduque parecía escandalizado—. No se ajusticia a nadie en Ercestria sin un juicio, a no ser que se trate de una emergencia y no haya más remedio.

Siguieron discutiendo durante un rato sobre los hechos y las posibilidades que tenían para encontrar a Yuria, cuando uno de los mayordomos interrumpió, anunciando que Sabasten Wargal, uno de los ingenieros de Yuria, requería audiencia. Le hicieron pasar sin tardanza. Sabasten, conocido por todos, pasó a la sala visiblemente alterado.

—Mi señora —dijo, dirigiéndose a Ilaith—, una desgracia. Alguien ha saqueado nuestro laboratorio y nuestro taller esta noche, se han llevado una cantidad ingente de documentación.

—¿Cuándo os habéis dado cuenta?

—Ha sido Ferastos, que apenas duerme. Ha ido a avanzar unos puntos en el desarrollo de las armas que estamos realizando con Eucildes, y lo descubrió. Lo hicieron con gran pulcritud. Si Ferastos no hubiera ido en busca de unos papeles muy concretos, no creo que nos hubiéramos dado cuenta hasta pasadas muchas horas.

 —De acuerdo —intervino Galad—. Vamos a reunir a todos los ingenieros y el personal que tenía acceso a esa documentación, descubramos si alguien está implicado.

Y así lo hicieron. Levantaron a todo el mundo a esas intempestivas horas de la madrugada. Y, efectivamente, dos ingenieros se encontraban ausentes: Barian Tagar y Aertenao. El nombre del último era claramente ercestre.

—Parece que hemos tenido siempre topos en nuestras filas —dijo Galad, frustrado. 

Decidieron salir con el Empíreo para recorrer el río ascendente y descendentemente. Tarkal tenía un puerto fluvial que permitía el transbordo unos ciento cincuenta kilómetros corriente abajo hacia el principado de Mervan (y, mucho más lejos, hacia Armir), y unos cien kilómetros corriente arriba, hacia el norte, facilitaba acceso a varios pasos de montaña hacia los principados de Bairien y Krül.

Al cabo de unas diez horas, ya con el sol en lo alto y después de inspeccionar más de media docena de barcos, desistieron del intento.

De vuelta, lady Ilaith se había retirado a descansar. Fue Keriel Danten la que los recibió, diciendo que tenía novedades.

—Una de las doncellas que arreglaba los aposentos de Yuria encontró esto —Keriel tendió un trozo de papel hacia Galad. Una nota, escrita en demhano.

Si queréis ver de nuevo con vida a Yuria, llevad a Alexandras Gerias y a Eriseas y Areina Rethos  a la ensenada de Radhus, al pueblo de Cessen. Liberadlos, y después os la devolveremos.

—¿Quién es esa gente? —preguntó Daradoth.

Symeon suspiró.

—Alexandras es el hijo del general Theodor Gerias, que vendía secretos ercestres a lady Ilaith. Los otros dos son sus científicos. Theodor exigió que Ilaith encarcelara a su hijo.

—Además —intervino Galad, apretando los puños—, es el amante de mi madre. Quizá todo esto sea cosa de ella.

—Me parece increíble —dijo Daradoth—. Pero todo es posible.

Se retiraron a dormir, pues necesitaban descansar.

 

Yuria se despertó, mareada, con una sed y un hambre atroces. Olía a comida. Una luz de gas típicamente ercestre alumbraba el entorno mínimamente, lo justo para que pudiera ver la comida y el agua. Se encontraba encadenada de un tobillo, e intuyó que se encontraba en un sótano y que había dos personas más allá de la luz, en la penumbra. Una voz femenina le habló en perfecto ercestre:

—Comed, Yuria, debéis de estar hambrienta.

Yuria devoró la empanada y las chuletas que le habían dejado en un plato en pocos minutos. Después, la mujer continuó:

—De verdad que siento esto que está pasando, pero no nos habéis dejado otro remedio, Yuria. 

—¿Me podéis dar detalles?

—Digamos que se os considera un peligro estratégico para la seguridad del reino de Ercestria, y se ha movilizado una célula durmiente al completo debido a órdenes llegadas desde muy arriba.

—¿Cómo de arriba?

—La verdad es que no lo sé. Si lo supiera, supongo que tampoco os lo revelaría.

 Yuria acabó la pieza de fruta. Pocos segundos después, oyó una especie de silbido, como un globo perdiendo aire, notó un olor extraño, y al punto perdió el conocimiento.

 

En Tarkal, el grupo se reunió de nuevo con Ilaith. Discutieron sobre el contenido de la nota que habían dejado entre los almohadones de Yuria. Ilaith expresó su frustración por lo fácilmente que los incursores habían traspasado sus defensas.

—Archiduque —se giró hacia Galan Mastaros—; ¿tenéis alguna recomendación? 

—No sé muy bien qué deciros. Si siguen las directivas ercestres, seguramente esa gente tenga una cadena de seguridad de al menos tres eslabones, lo que hará imposible encontrarlos. Apostaría mi dinero a que no se encuentran en Cessen. Y, desde luego —añadió—, hasta que Alexandras y los demás no estén realmente a salvo, no liberarán a Yuria. Si es que la liberan.

—Ya veo. En fin —se giró hacia el grupo de nuevo—, para mí Yuria es demasiado importante como para arriesgarme, y no me supone ningún problema liberar a esa gente de los calabozos. Lo siento por el general Gerias, pero es así. A no ser que alguien tenga una idea realmente inspirada, los soltaremos.

 

Yuria despertó de nuevo; todo le daba vueltas. Veía borroso.

—¿Por qué eres una traidora? ¿Por qué? Tu padre se avergonzaría de ti.

No pudo contestar; pensaba las palabras, pero no podían salir por su boca. ¿Era remordimiento eso que sentía?

—Tu patria te necesita, y tú le has dado la espalda. Eres una traidora. ¿Por qué, Yuria?

Se desesperó  al no poder contestar. Lo intentó, pero sintió una descarga en su brazo que la hizo aullar. En su mente.

—Tu reino te necesita. Tu rey te necesita. Tu padre no querría esto.

Intentó rebatirlo. Una nueva descarga. Remordimiento. ¿Culpa? El proceso siguió durante lo que parecieron siglos, hasta que un olor extraño la invadió y volvió a quedar inconsciente.

 

 —Deberíamos interrogar a Alexandras —dijo Galad—. Aun en el caso de que no nos pueda revelar nada, una conversación de varios minutos bastará para que en el futuro, mi señor Emmán me permita localizarlo. Pero quizá sepa algo.

—Sí, está bien, vamos —instó Daradoth. Y hacia allá fueron los tres.

Los calabozos habían sido puestos bajo una fuerte vigilancia, si no era suficiente con la que gozaban normalmente. Ilaith solo usaba hombres de confianza para guardar a los prisioneros.  A pesar de que los calabozos distaban mucho de ser insalubres, fueron informados de que Eriseas Rethos se encontraba enfermo desde hacía un par de semanas. La falta de sol y aire fresco le había pasado factura. Galad hizo lo que pudo por ayudarle, haciendo que se sintiera mejor, y a continuación se dirigieron a la celda de Alexandras, extremadamente pálido tras seis meses de cautiverio.

—¿A qué debo el honor de esta visita tras seis meses de rebozarme en el estiércol? Serví fielmente a lady Ilaith y me lo pagó arrojándome a un calabozo.

—Ya sabéis que la política es más compleja de lo que querríamos...

—Mientras le fui útil, Ilaith no se quejó. Cuando dejé de serlo, al estiércol.

—Cierto.

—¿Qué queréis de mí? Escupidlo ya y dejadme en paz. 

—¿A quién conocéis en Cessen? —interrogó Galad.

Daradoth se concentró en la mente de Alexandras.

—Es la primera vez que oigo ese nombre en mi vida. 

Ningún pensamiento que desmintiera sus palabras.

—Doy por hecho —continuó Galad— que vuestros amigos, vuestros... colaboradores, se habrán puesto en contacto con vos y os habrán puesto al tanto de lo que tenéis planeado.

—¿Cómo? —Alexandras entornó los ojos. Sus pensamientos translucían confusión.

 —Tienen un rehén y piden vuestra libertad. No dan garantías y solo tenemos esta nota —Galad se la enseñó, sin dejar que la leyera.

—No tengo ni idea de nada de esto.

Galad miró a Daradoth, que negó levemente con la cabeza. Decidió cambiar de enfoque.

—Supongamos que creo lo que decís. Que no conocéis el plan para vuestra liberación. Lo que queremos saber es, ¿qué garantías me podéis dar si os liberamos de que liberarán a nuestra amiga?

—Pero, ¿cómo voy a daros garantías? Ni siquiera sé qué está pasando. Es la primera noticia que tengo, ¿qué queréis que os diga? ¿Os estáis burlando de mí?

—Por supuesto que no. Pero veo que sois sincero, así que mejor nos marcharemos. —Alexandras pareció estremecerse—. No temáis, no os dejaremos olvidado.

 De vuelta en la superficie, Symeon aprovechó para reunirse con Violetha para pedirle que extendiera su influencia por los errantes que hubiera en los alrededores y ver si podía averiguar algo. En cualquier caso, eso llevaría tiempo.

En la sala del consejo, discutieron de nuevo sobre qué hacer. Ilaith no quería perder más tiempo, había que traer con urgencia a los paladines de la Región del Pacto y esto los estaba retrasando.

—Es posible incluso que no liberen a Yuria en una semana, si esperan a que Alexandras está totalmente a salvo. O más. Me estoy planteando incluso ofrecerles los servicios de un dirigible para acelerar la puesta a salvo del coronel. Pero no podemos perder más tiempo.

 

Yuria despertó de nuevo, con la mente embotada. Alguien le dio rápidamente de comer. «¿Unas gachas?». Después le dieron de beber.

—Tu padre estaría avergonzado. ¿Por qué has traicionado a Ercestria? ¿Por qué, Yuria?

Otra vez esa extraña sensación de culpa y remordimiento. Otra vez los calambres. Y de nuevo las preguntas. ¿Acaso era una traidora? ¿Podía cambiar? No. Era una patriota, pero no la querían. Pero quizás... quizás... 

Tras lo que parecieron horas, agotada, cayó de nuevo inconsciente.


Esa misma noche, Ilaith preparó todo para la liberación de Alexandras al día siguiente, y facilitar su traslado en el Surcador. Galad le hizo una breve visita en el calabozo.

 —Alexandras, mañana seréis liberados, vos y vuestros compañeros. Pero necesito que me juréis que vais a hacer todo lo posible para que Yuria —el coronel ercestre pareció sorprenderse cuando el paladín le reveló el nombre de la secuestrada— vuelva a nosotros sana y salva.

—De acuerdo, haré todo lo posible.

—Eso deberá bastar. Si no cumplís vuestra palabra, que la ira de Emmán no os deje descansar en paz.


lunes, 3 de febrero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 2

Concordia y Secuestro

Galad fue el primero en tomar la palabra ante el cónclave de paladines, instándolos a dejar a un lado sus rencillas, dando una introducción a la jerarquía celestial y explicando su nueva situación como Brazo de Emmán, portador de Églaras, su primer arcángel, Norafel. Esto lo llevó a explicar el concepto de Brazo —entre gritos exaltados de "¡salve al Brazo de Emmán! de Davinios y el resto de paladines de Emmán— y a llegar a una arenga final:

—Paladines de Emmán o de Osara, somos diferentes en la superficie pero iguales en el fondo. Todos servimos a la Luz, y un enemigo común: Sombra. Muchos de vosotros ya conocéis estos conceptos metafísicos gracias a lord Daradoth; para quien no lo sepáis, nuestra realidad se halla inmersa en un conflicto celestial que lo arrasará todo si no le ponemos remedio, y por eso debemos prevalecer y dejar a un lado nuestras diferencias. Si no, nada sobrevirirá. ¡¿Estáis con nosotros?!

Con un fluido gesto, Galad desenfundó a Églaras, convirtiéndose instantáneamente en la visión gloriosa que ya habían presenciado en la cámara acorazada de Ilaith. Exclamaciones de asombro recorrieron la multitud reunida. Galad fue imbuido por Norafel, como cada vez. "Reinaremos Supremos. Reinaremos", oyó en su mente. El paladín esperó unos segundos, con el arcángel susurrando, y sin esfuerzo aparente volvió a envainar la espada. Davinios y algunos más habían caído de rodillas, con lágrimas asomando en sus ojos brillantes de devoción.

Aznele Ereven, Gran Maestre de los paladines de Osara

Muchos de los paladines de Osara parecían intimidados. "Quizá esta no ha sido la mejor idea para enterrar las rencillas entre unos y otros, Galad", pensó Daradoth, que, cuando se calmaron los ánimos, tomó la palabra:

—Realmente impresionante. El poder de Emmán es fuerte en Galad. No obstante, como bien habéis mencionado, lo más importante aquí es vencer en nuestra lucha contra Sombra, pues si no, toda Aredia perecerá bajo su yugo y se convertirá en una aberración, una vida que no valdrá la pena ser vivida. No tenéis que cambiar vuestra fe, solo respetar la de los demás, y contribuir con ello a la gloria de Luz, que nos llevará a la victoria. Ahora mismo nos encontramos en proceso de restituir su poder al Brazo de Oltar, y tarde o temprano aparecerá Erentel, el arcángel de Osara o, como la llamamos en cántico, Ammarië, y buscará a su Brazo entre vuestras filas. Por eso, no debemos dudar y tenemos que enfrentarnos a Sombra con todas nuestras fuerzas, sin flaquear y sin confundirnos de enemigo.

Murmullos y cruces de miradas; muchos paladines parecían convencidos, otros dudaban todavía; ninguno se atrevía a exponerlo abiertamente. Galad hizo un gesto hacia Aznele, que dio un paso adelante:

—Gran sabiduría albergan las palabras del hermano Galad y de lord Daradoth. Es mi esperanza que en algún momento, un miembro de nuestra orden encuentre a Erentel y disfrute de su favor y su gloria. Hasta entonces, las palabras de lord Daradoth deben calar entre nosotras. Es innegable el poder que ostenta el hermano Galad y la verdad de lo que nos han referido; personalmente, igual que algunos de vosotros, conozco también la existencia de los paladines de Vestán, que, a su vez, pueden canalizar el poder de su dios, así que por esa parte, pocas dudas deben quedar de que no hay un solo dios verdadero por debajo del Creador, como dice lord Daradoth. 

—Las tiranteces entre nosotros deben acabar de una vez por todas —reanudó Daradoth—. Como os he dicho, nadie os pide que cambiéis vuestras creencias, solamente se os pide respeto y fraternidad con nuestros compañeros en la Luz.

Armándose de valor, una de las paladinas de Osara levantó el brazo:

—Madre —dijo, refiriéndose a Aznele—, ¿puedo preguntar algo?

—Por supuesto, hermana Kethyn.

—Entonces —alzó la mirada hacia Daradoth, algo insegura—, ¿no importa a qué dios sigamos? Ninguno es verdadero ni supremo, por tanto, todos ellos lo son. En ese caso, ¿cómo tratamos la sigularidad de nuestro canal? ¿Cómo..? 

La hermana Kethyn, extremadamente prolija, apabulló a Daradoth y los demás con conceptos religiosos y metafísicos. Cuando acabó de hablar, orgullosa de sí misma ante tal demostración de inteligencia que había hecho asomar la duda a los ojos del noble elfo que la enfrentaba, Symeon dio un paso al frente.

—Por supuesto que importa, pues el aspecto de cada dios influye en vuestra idiosincrasia espiritual, cuya aura puede dirigir el canal del...

El errante manejaba conceptos filosóficos y metafísicos tan avanzados, que a todos les costó mucho seguirlo. No obstante, Kethyn, que había respondido a sus planteamientos un par de veces, finalmente se quedó callada, visiblemente pensativa. Las paladinas más cercanas a ella la miraban, sorprendidas. Galad aprovechó la ocasión, haciendo un gesto de agradecimiento hacia Symeon.

—Cada dios marca un camino. Tanto el camino de Emmán como el de Osara siguen la senda de la Luz. Cada uno decide el camino que toma, unos el de Emmán, otros el de Osara, otros siguen caminos diferentes. Si vos, hermana Kethyn, sois feliz en el camino de Osara y lleváis una vida plena, tenéis mi respeto máximo y nosotros como emmanitas lo agradecemos. El mismo respeto pedimos para nuestro camino. Debemos estar todos unidos, cada uno con su maravillosa confesión; Emmán no es mejor que Osara ni Osara mejor que Emmán, ambos representan caminos diferentes, pero convergentes en un fin: ¡la victoria de Luz!

El silencio se adueñó de su audiencia. Largos segundos transcurrieron hasta que Davinios exclamó:

—¡Salve, Osara, Emmán! ¡Salve, Luz Suprema!

Aznele se unió a él, y luego más y más paladines, hasta que la totalidad de la multitud reunida (no solo paladines, pues muchos curiosos habían acudido a presenciar la asamblea) estalló al unísono:

—¡Salve, Osara, Emmán! ¡¡Salve, Luz Suprema!! ¡¡Salve, Luz Suprema!!

Symeon y Daradoth pudieron sentir las fanfarrias celestiales, con el vello erizado. La capa de nubes que había cubierto el cielo completamente pareció abrirse, y un cilindro de luz solar iluminó la escena; de todos los paladines presentes parecían desprenderse volutas de luz, como un humo sagrado que brillaba incandescente.

—¡Salve! ¡Salve! ¡Salve!

Davinios y Aznele, cruzándolas y reflejando la luz solar como un estallido de gloria celestial. Muchos paladines cayeron de rodillas y comenzaron a rezar, aumentando la sensación sobrenatural que sentían todos los espectadores. Galad, tras unos segundos de duda, desenvainó también a Églaras, sumándola a las de sus compañeros, mientras Yuria, impermeable a la situación, se colocaba a su espalda en previsión de posibles... consecuencias inesperadas.

Tras unos minutos de éxtasis y poder latente, la situación retornó a la normalidad y el cónclave se disgregó, con todos los paladines departiendo animadamente y felices de haber sido partícipes de la experiencia celestial. Mientras volvían a palacio, Symeon y Yuria intercambiaron impresiones, con la ercestre transmitiéndole sus temores acerca del poder de Églaras en manos de Galad.

—No me gustaría que fuera la espada la que controlara a Galad, y no al revés.

—¿Crees que eso sería posible?

—No lo sé, pero me da miedo. Y esa pérdida de sentimientos tan repentina por Eudorya me preocupa aún más.

—Sí, tienes razón. Tendremos que hablar con él. Para mí vosotros sois mi familia ahora, y no quiero que haya secretos entre nosotros. Si no se ha dado cuenta, quizá así lo haga.

Por la tarde, Galad y Davinios hablaron del inminente viaje a la Región del Pacto y el transporte de los paladines destacados allí hacia Tarkal. Aquellos paladines (al menos, la mayoría) eran fieles a la Torre Emmolnir, y Galad albergaba dudas acerca si le seguirían a él simplemente viendo que se había convertido en el Brazo de Emmán. Davinios lo tranquilizó.

—La visión de verte empuñando a Églaras es tan gloriosa, tan... celestial, no sé expresarlo de otro modo, que no tengo ninguna duda de que todos los paladines te seguirán como su verdadero líder. Puede que haya alguna excepción, pero serán contadas.

Esa noche, después de largo tiempo, Daradoth y Ethëilë compartieron lecho por fin, para gran solaz de ambos.

Symeon entró al mundo onírico para hacer una nueva visita a Nirintalath. Apenas hubo diferencia con la visita de la noche anterior. Symeon se atrevió a acercarse unos centímetros más a ella, personificada en su forma de anciana, que no levantó la vista del suelo. El errante le comenzó a contar sus vivencias de los últimos meses, intentando ganar su confianza, pero sin resultado de momento.

Cuando volvía a su habitación pensando ya en despertar, algo llamó su atención. Una disrupción que no supo identificar, algo masivo, enorme, a decenas de kilómetros de distancia. Fue tal su magnitud que ni siquiera se atrevió a echar un vistazo. En su lugar, salió inmediatamente al mundo de vigilia y, tras  informar a Galad, fueron en busca de Yuria para intentar localizar la posición sobre un mapa. Se dirigieron rápidamente hacia allí y llamaron a la puerta.

Nadie contestó.

Al tercer intento, intentaron abrir la puerta, pero algo impedía pasar. Galad se lanzó contra la puerta, destrozando la silla que impedía el acceso, y Symeon dio la voz de alarma. Daradoth salió al instante al pasillo, y al ver lo que sucedía cogió su espada e irrumpió en la habitación de Yuria entre sus amigos. El lecho de Yuria estaba vacío, y no había señales de lucha.

—Mirad esto —dijo Galad, que se encontraba ya junto a la ventana.

La ventana estaba abierta de par en par, cosa extraña en palacio —cuya totalidad de ventanas tenía refuerzos de acero—, y alguien había montado por el exterior un ingenioso sistema de palancas, cuyo mecanismo parecía bastante complicado. 

—Pero, ¿qué demonios? —espetó Symeon, asomándose también.

El paladín y el errante alcanzaron a ver cómo un carromato tirado por dos caballos salía rápidamente por una de las puertas secundarias del primer bastión. Y el estilo del carruaje no dejaba lugar a dudas: pertenecía a los buscadores.

—Allí —advirtió Symeon—, están saliendo...

Una exhalación pasó a su lado, lanzándose por la ventana.

—Voy por ellos —alcanzaron a escuchar a Daradoth.

—¡Avisad a todo el mundo! ¡Han secuestrado a Yuria! —dio la voz de alarma Symeon.

Mientras tanto, Galad tocó una parte del marco. «Han usado ácido para abrirla. Ingenioso», pensó. «Y este sistema de poleas... diría que es ercestre». Corrió a por su espada, junto a Symeon.

Daradoth no tardó en llegar a la vista del vagón. Un hombre y una mujer iba en el pescante, haciendo que los caballos mantuvieran un trote ligero. Los siguió. El carromato no seguía una línea recta, y su condición de errante no llamaba la atención. Atravesaron el segundo bastión por otra puerta secundaria.

Galad y Symeon consiguieron rápidamente unos caballos, y haciendo uso del poder de Emmán, Galad dirigió la marcha detectando la presencia de Daradoth. La noticia no tardó en llegar a oídos de lady Ilaith, y en cuestión de segundos, las campanas de la fortaleza empezaban a sonar, urgiendo a los destacamentos a cerrar las puertas.

Las campanas pusieron nerviosos a los conductores del carruaje, que aceleraron el ritmo. Daradoth continuó siguiéndolos.

Cuando se acercaban al último bastión, Daradoth saltó sobre el vagón con sus habilidades sobrenaturales. Desgraciadamente, uno de sus pies falló al posarse sobre el vehículo, y resbaló violentamente. Cayó sobre el pavimento con un fuerte costalazo, y quedó inconsciente. 

Despertó a los pocos segundos, pero había pasado el tiempo suficiente como para que el carromato hubiera conseguido traspasar el bastión, adentrándose en la noche del camino sur. Por suerte, el cuerpo de guardia de la puerta tenía asignados un par de caballos. El elfo se subió como una centella a lomos de uno de ellos.

—Avisad a lady Ilaith —ordenó—. Yuria ha sido secuestrada y va en el carromato que ha pasado por aquí. Los voy a seguir.

Los guardias se estremecieron; no habían cerrado las puertas a tiempo y las campañas tañían; seguramente se expondrían a un castigo cuando todo aquello hubiera acabado. Pero obedecieron ágilmente las órdenes del señor elfo, y uno de ellos partió hacia la fortaleza a lomos del otro caballo. Daradoth espoleó al suyo y salió a galope, echando de menos tener bajo él un corcel élfico de Doranna.


martes, 21 de enero de 2025

Entre Luz y Sombra
[Campaña Rolemaster]
Temporada 5 - Capítulo 1

Asuntos en Tarkal. Hacia la Región del Pacto.

A través de Norafel, el arcángel mayor de Emmán, Galad podía sentir claramente el poder de su dios recorriendo su cuerpo. La presencia del ángel era arrolladora, casi consumiéndolo. Se giró hacia los presentes en la bóveda de Tarkal, anonadados por lo que estaban presenciando. Davinios cayó de rodillas, con las manos juntas a modo de oración. La mirada de ojos dorados del paladín recorrió a todos, y se detuvo sobre lady Ilaith y sobre uno de sus guardianes. Ambos se estremecieron a ojos vista.

«Quizá debería tomar cartas en el asunto ahora mismo, y erradicar algunos problemas de nuestro camino", pensó Galad, mirando fijamente a la canciller. «Si canalizara algo de poder hacia ellos podría...».

La mirada del paladín parecía atravesar a Ilaith hasta el alma. Symeon vio que la princesa comerciante se estremecía aunque hacía todo lo posible por mantener la compostura. Tras unos interminables segundos, Galad pareció reaccionar, y dejó a Eglaras en su cinto (tendrían que esperar la manufactura de una vaina digna). Su aura desapareció y volvió a ser el Galad que todos conocían y apreciaban.

 

Églaras, la Espada Alada


El grupo se acercó a él y lo felicitó, congratulándose por lo que había sucedido.

—Espero que esto sea un punto de partida para lo que tiene que venir —dijo Symeon.

—Sin duda que lo es —añadió Yuria.

—Emmán está con nosotros hermanos míos, todo será diferente a partir de ahora —sentenció Galad. Ilaith lo miraba fijamente, en silencio. Preocupada.

Con la situación ya más calmada, Symeon decidió que era hora de expresar sus inquietudes:

—Creo sinceramente que deberíamos examinar el resto de objetos que rescatasteis de los Santuarios de Creä, lady Ilaith. Es posible que haya algo que nos pueda ayudar en la lucha, y sería una pena perder la oportunidad.

Ilaith miró a Symeon, apartando renuentemente la mirada de Galad.

—Por supuesto, claro, tenéis razón Symeon. Adelante —se adelantó un poco, señalando—, están todos en estos cofres.

Había allí un número considerable de objetos, pero lo que más les llamó la atención fue una caja muy alargada junto a la caja salpicada de kregora de Nirintalath. Symeon la abrió, y al instante notaron un poder arcano emanando de ella. Daradoth notó un escalofrío en la nuca.

—Cuidado, Symeon —advirtió—. Lo que sea que hay ahí emana Sombra de manera grotesca.

—Es un cayado —dijo el errante, sin girarse, abstraído—. Mirad, es bellísimo. Me recuerda algo...

Symeon rebuscó furiosamente en su mente, el adorno de la cabeza del callado representaba un estilizado murciélago, salpicado de rubíes. O algo que parecían rubíes.

—Por el Camino de Retorno... ¡es uno de los cayados de Uriön!

—Cierra la caja, Symeon —demandó Daradoth, que ya veía destellos rojizos—. ¡Ciérrala!

El errante se demoró unos segundos, anonadado, pero finalmente pareció reaccionar y cerró el recipiente. 

—Esta caja debe permanecer cerrada, lady Ilaith —dijo—. Y no sería mala idea tachonarla también de kregora.

—De acuerdo, así lo haremos —dijo la canciller haciendo un gesto a uno de sus guardias, que salió inmediatamente para dar las órdenes pertinentes.

El resto de objetos eran artefactos más o menos poderosos, pero ninguno que llamara especialmente la atención del errante, así que los retornaron a sus respectivos lugares. Antes de marcharse, Ilaith recordó algo:

—¿Y tú, Symeon? ¿No vas a empuñar la espada verdemar como la vez anterior?

—Creo que no, mi señora. Aunque lo anhelo, también me aterra ese momento; es un ente en verdad peligroso, y no sé si estoy preparado. Ni si ella lo está.

Cuando ya salieron de la bóveda y se dirigieron a sus aposentos, Symeon se acercó a Galad.

—Lo que hemos presenciado allá atrás ha sido impresionante, Galad —susurró—. Realmente me has recordado al Norafel que vi en el mundo onírico. Y aquel ángel parecía cargar con una carga muy pesada, igual que Eraitan con el suyo. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy perfectamente, y lleno de esperanza. El arcángel de Eraitan seguro que era muy diferente de Norafel. Ahora me siento... no sé, renovado. Con fuerzas para afrontar cualquier cosa.

—Ya veo. Estaba preocupado. —Symeon pareció pensar unos segundos, y añadió—: ¿Has encontrado por ventura el camino de vuelta? —La pregunta ritual de los errantes sonó extraña tras tanto tiempo sin formularla, pero Symeon sintió un calor reconfortante al formularla. «Sigo siendo un errante, después de todo».

—Me temo que no —contestó Galad—. Al menos, no hasta donde yo sé. Pero quizá hayamos dado el primer paso en ese camino.

Symeon afirmó con un gesto y siguió caminando, pensativo.

Yuria notó cómo  Ilaith tocaba su antebrazo, instándola a alejarse del resto. Así lo hicieron, entrando en los aposentos de la canciller.

—Lo de Galad ha sido impresionante —empezó—. ¿Qué opinas sobre eso?

—Creo que todavía tiene que acostumbrarse a ese poder, y a la interacción con el arcángel.

—No te voy a engañar, voy a ser directa. Estoy sinceramente preocupada. Creo... no, estoy convencida, de que por un momento ese poder tan desmesurado le ha afectado. Vi algo en sus ojos, en su actitud... por un momento temí por mi vida. De verdad.

—Galad nunca...

—Sé que Galad no, pero ese no era Galad.

—Ese poder afecta al cualquiera, pero tiene que aprender a encauzarlo, no os preocupéis Ilaith, es normal que pueda verse sobrepasado al principio, pero confío plenamente en la fortaleza y la rectitud de Galad. Ha demostrado su valía repetidas veces.

—Y sin embargo, si pierde el control en el proceso, puede ser desastroso. Quería transmitirte mis inquietudes, sabes que eres una de las personas en que más confío. Una de las pocas que puede llamarme "Ilaith" y no "mi señora".

—Por supuesto, perded cuidado. Estaré atenta en todo momento, y, si algo raro sucede, tomaré cartas en el asunto. Pero confío plenamente en Galad.

—Gracias, Yuria. Muchas gracias.

Por su parte, Symeon mantuvo una breve conversación con su hermana, para poner en común sus objetivos. Hablaron del camino de vuelta, de poner a la propia Violetha a salvo y volver a formar parte de una caravana, pero ella se mostró totalmente comprensiva con la situación actual y a hacer lo que fuera necesario.

—Me gustaría que te quedaras con lady Ilaith y ofrecerle tus servicios. Y que contactaras con los errantes de la Federación y los organizaras de alguna forma, para poder activarlos rápidamente en caso de problemas. Además, por aquí debe de haber una errante llamada Serena, que conozco bien, ya te he contado su historia y la del circo de Meravor. Encuéntrala, porque es especial, y mantenla cerca. —A continuación, bajó la voz y cambió al idioma minorio—. Y permaneced cerca de Ilaith, quiero estar informado de cualquier cosa que salga de lo "normal". 

—Está bien —respondió Violetha, también en minorio y en voz baja—, por supuesto que quiero colaborar en la lucha contra Sombra en la medida de mis posibilidades, y si esa es la mejor opción, por supuesto que lo haré. Supongo que ofrecerás tú mismo mis servicios a lady Ilaith, ¿no?

—Sí, por supuesto. Le hablaré de tus... habilidades —sonrió guiñando un ojo.

 Ya reunidos en sus alojamientos, el grupo pudo debatir libremente sobre el próximo movimiento y lo que Ilaith esperaba de ellos. Yuria no cesaba de hacer cálculos sobre cuánto tiempo les llevaría traer a los paladines y tropas de la Región del Pacto hasta la Federación. Los dromones que habían transportado a los Alas Grises debían de seguir allí, así que eso no sería mayor problema dejando aparte la posibilidad de encontrarse con tropas enemigas, y los paladines e iniciados podrían viajar en los dirigibles. Los Hijos de Emmán podrían viajar también en los dromones, o quizá Phâlzigar pudiera proporcionarles un navío, como había hecho en el pasado. Tendrían que salir lo antes posible, por supuesto. Entonces recordó algo:

—Galad, si usamos el Surcador, podría llevarte a ver a Eudorya a Eskatha y volver en poco más de una jornada.

Pero algo había cambiado en el interior de Galad.

—No te preocupes, Yuria —respondió—. Hay cosas más importantes de las que ocuparse. Creo que mis sentimientos deberán diluirse. —«En realidad, ya parecen haberse diluido», pensó; «tendrás que casarte con el príncipe Nercier, Eudorya, no hay lugar para nosotros».

Yuria lo miró extrañada. Symeon y ella intercambiaron una mirada silenciosa.

—Un cambio de parecer realmente rápido —notó ella.

—Supongo que me he dado cuenta de la futilidad de todo si no derrotamos a la Sombra y cumplimos con la voluntad de Emmán —se santiguó, con los ojos cerrados.

«Esto no es normal, desde luego», pensó la ercestre. «Ayer estaba perdidamente enamorado, ¿y hoy la deja atrás con un simple gesto? Maldita sea, voy a tener que vigilarte estrechamente, Galad». Sin embargo, debería posponer la vigilancia por unas horas, pues se separó de sus compañeros para hablar con sus compañeros ingenieros y ver cómo iban los progresos con las nuevas armas.

Por la noche, Symeon anunció su intención de entrar al mundo onírico para visitar a Nirintalath. Galad tomó las precauciones habituales, y el errante cayó dormido con su habitual facilidad. No detectó nada extraño en los alrededores aparte de las representaciones de sus compañeros, así que se dirigió rápidamente hacia la cámara acorazada. La cámara estaba representada en la realidad onírica como una especie de barrera (con elementos extraños que debían de ser las incrustaciones de kregora) que no le costó atravesar.

En una silla, allí estaba. Nirintalath. Con aspecto de anciana cansada, mirando al suelo en un mohín de resignación. 

—Siento mucho no haber venido en tanto tiempo —dijo el errante—. Y te pido perdón. Pero mi intención, como ya te dije hace mucho, es ayudarte. Pero para ello, necesito que lleguemos a un acuerdo. Un acuerdo de ayuda mutua.

El espíritu de dolor permaneció impasible. Symeon se acercó un poco más. Entonces, empezó a notar unos pequeños pinchazos, como pequeños alfileres clavándose en su carne. Se detuvo.

Pero en un instante lo pensó mejor. «Tengo que demostrarle que confió en ella». Siguió avanzando. Para su gran alivio, los pinchazos no fueron a más. No demasiado.

—Necesito que confíes en mí, igual que yo confío en ti. Pero necesito que me des tu palabra. Sé que el odio te recorre, pero ese odio va más allá del dolor, y sabemos por quién lo sientes. Y por ti misma sabes que no lo vas a conseguir. Nos necesitamos.

Silencio.

—Está bien —continuó Symeon, paciente—. Volveré pronto. Solo quería que supieras que no me he olvidado de ti y que quiero ayudarte. Por desgracia, los acontecimientos me han hecho tardar en volver a verte. No volverá a pasar.

La mañana siguiente, Ilaith no tardó en convocarlos. Con ella se encontraban la mayoría de sus consejeros, con Keriel Danten a la cabeza. Como ya habían decidido tácitamente, el grupo viajaría con el Horizonte y el Empíreo a la Región del Pacto para traer rápidamente a los paladines que, en teoría, seguirían a Galad al verlo con Églaras. Darían también las órdenes para que los Alas Grises navegaran con los dromones de vuelta.

Enseguida fueron despachados oficiales para preparar los dirigibles para la partida del grupo, con palomas mensajeras para poder comunicarse. Ilaith partiría hacia Eskatha esa misma tarde con el Surcador.

—Debemos establecer un plan para el ataque, Yuria, así que antes de partir me gustaría discutirlo para que luego el general Soras, aquí presente —señaló a uno de los miembros del consejo— lo pueda compartir con el mariscal Rythen. No sabemos con exactitud las fuerzas con las que cuenta Undahl, así que será difícil y puede llevarnos varias horas, ¿estás de acuerdo?

—Por supuesto, Il... mi señora.

—Muy bien, pues está todo acordado, gracias por vuestra atención, dejemos a los militares discutir los detalles.

La mayoría del consejo se dispersó, incluyendo al grupo y lady Ilaith, que los hizo acompañarla hasta sus aposentos.

—Os he hecho venir hasta aquí porque necesito vuestra ayuda. Sobre todo la tuya, Symeon , y la tuya, Galad. Como habéis visto, hay muchas reliquias arcanas en la cámara acorazada, y es verdad que es una pena que se encuentren ahí, sin utilizar. Por eso, quiero que seáis los primeros con quienes comparto esto. He decidido establecer un nuevo cuerpo de gente capaz que llamaré "guardia arcana". Y quiero que esa guardia esté equipada con las reliquias que guardo en la bóveda y con cuantas pueda conseguir en el futuro. Creo que serán muy útiles en nuestra lucha, pero, por supuesto, necesitaré la ayuda de avezados eruditos como vosotros para su adiestramiento. ¿Qué opináis?

—Sin duda es muy buena idea, mi señora —respondió Symeon—. Y, por mi parte, no hay problema en poner mis conocimientos a vuestra disposición.

—Por mi parte tampoco —añadió Galad—, siempre que nuestros más urgentes asuntos lo permitan.

—Muy bien, os lo agradezco. ¿Creéis que podríamos realizar una primera criba eligiendo a candidatos con capacidades intrínsecas para acelerar el proceso?

—Podríais usar las piedras de kregora —intervino Daradoth, de repente—. Entregadlas a los fieles, y los que caigan inconscientes serán más receptivos al poder de los objetos.

—Sí, esa podría ser una primera criba —coincidió Symeon—; no es una condición excluyente, pero esa gente tendrá mayores posibilidades. A la vuelta de nuestro viaje, podremos inspeccionar personalmente a los que hayan superado (o, más bien, fallado) la prueba.

—Ahora, si nos disculpáis, lady Ilaith —dijo Galad—. Tenemos que reunir a los paladines para resolver esa disputa sin sentido que tienen.

—Por supuesto.

Una vez el resto de sus compañeros se hubieron retirado, Symeon hizo un aparte con Ilaith.

—Mi señora, querría que me concedierais el favor de tomar a vuestro servicio a mi hermana Violetha. Creedme cuando os digo que es una superdotada en las artes de la información y el subterfugio diplomático. Tiene la facultad de caer bien a la gente.

—Por supuesto, vuestra palabra es una de aquellas en las que más confío. Acepto a vuestra hermana a mi servicio sin duda ninguna. 

—No os arrepentiréis, permitidle extender sus influencias y tendréis una red muy valiosa.

Entre tanto, Galad y Daradoth se habían dirigido a la mansión de los paladines de Osara. Allí no tardaron en encontrarse con Aznele Ereben, que los recibió de buen grado, consciente de los rumores que hablaban de Galad como el elegido por Norafel. Daradoth expuso sin rodeos lo que querían: acabar con las rencillas entre los paladines de Osara y Emmán. Acordaron que lo mejor sería organizar una asamblea con todos los paladines esa misma tarde. Además, aprovecharon también para revelar a Aznele la condición de Galad como nuevo Brazo de Emmán y portador de Églaras y Norafel. El paladín empuñó durante un momento la espada, con el consiguiente cambio físico y sobrenatural, sorprendiendo a la fiel de Osara. Galad envainó de nuevo, conteniendo la arrolladora presencia de Norafel.

—No era mi intención en absoluto alardear o intimidaros, hermana Aznele —la tranquilizó Galad—. Simplemente demostrar que nuestras afirmaciones eran ciertas. Ojalá encontremos pronto al Brazo de Osara, lo deseo de corazón.

En un par de horas, la práctica totalidad de los paladines se encontraba reunida en la fortaleza interior.