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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

jueves, 9 de junio de 2011

Sombras en el Imperio - Campaña de Arcana Mvndi Temporada 1 Capítulo 6

Extraños en Creta.

Cornelio mantuvo una conversación con Ictinos eléusida cuando éste le planteó la problemática de la reparación de los desperfectos en el barco. Cornelio vio una oportunidad de aprovechar sus coseñas de vino, vendiéndolas él mismo. A cambio de 20.000 denarios, Ictinos y Cornelio formaron una sociedad con la propiedad compartida del barco, que el romano esperaba fuera productiva en el futuro.

En Cnossos buscaron un sitio donde alojarse, que no cayera demasiado por debajo de la categoría de unos patricios romanos. Un vendedor ambulante de comida les indicó una posada, la Casa de Stavros. Stavros era un posadero atípico. De físico impresionante, lucía un parche en el ojo, una cuidada barba untada y multitud de cicatrices que le daban aspecto de pirata. El griego les cobró un precio abusivo por una jarra de vino que vieron luego confirmado por un precio mucho más bajo que les cobró Ría, la camarera. Al parecer, a Stavros no le gustaban en absoluto los romanos, sentimiento compartido por muchos habitantes de la isla. Tras una conversación que a punto estuvo de acabar a golpes, se marcharon en busca de otro lugar. Lo encontraron rápidamente, aunque no tan cuidado como la anterior posada, pero al menos allí los trataron con amabilidad.

Tras una plácida noche, marcharon a la villa de los tíos de Tiberio, a poco más de un día de camino de la ciudad por caminos poco transitados. Allí no tuvieron un recibimiento muy simpático, y llegar de noche tampoco ayudó a ello. Los familiares de Tiberio todavía no habían llegado a la villa (acudían allí en contadas ocasiones fuera de la temporada veraniega), y los sirvientes les hicieron multitud de preguntas hasta que uno de ellos reconoció al médico. Tras dejarles pasar, les pidieron perdón, pero que sus precauciones estaban totalmente justificadas; en los últimos tiempos, sombras extrañas acechaban por la noche, y los lobos habían proliferado por todas partes. Alguien había maldecido aquella región.

El encargado de los sirvientes, Rentzias, les informó de la cantidad de acontecimientos extraños que sucedían todas las noches y la cantidad de aullidos de lobos que se oían por doquier. También demandó la ayuda de los conocimientos médicos de Tiberio; su hija Aide, de siete años, había enfermado hacía varios días y se encontraba muy mal. Tiberio la examinó. Presentaba erupciones en la piel, fiebre y multitud de otros síntomas que sólo pudo diagnosticar remotamente. Pero algo en ellos le hacía pensar que no se trataba de una enfermedad contraída por medios naturales. Había alguna cosa que no encajaba. ¿Quizá veneno? Pero tampoco conocía ninguno que produjera algo así. Al preguntarle por las circunstancias en las que la niña podría haber contraído la enfermedad, Rentzias respondió que el día anterior había estado jugando con dos amigos, Luren y Sellas, que también habían enfermado. El niño Luren se encontraba también en la villa, presentando los mismos síntomas y la misma progresión que la hija de Rentzias. Sellas vivía en una humilde casa en la aldea cercana. Y allí se dirigieron. La tristeza reinaba en la casa, porque el pequeño acababa de morir hacía unas pocas horas. La madre estaba destrozada y Tiberio, haciendo gala de su generosidad, le dio una bolsa llena de denarios. La mujer le dio las gracias. Como los otros dos niños, la madre de Sellas les contó que su hijo no recordaba dónde se había encontrado jugando el día anterior. Un tanto deprimidos volvieron a la villa.

En la gran casa, la noche distó de ser tranquila. Aullidos de lobos se oían cada pocos minutos, y el viento parecía aullar de tristeza. Alguien llamó a la ventana de la habitación de Idara, que despertó sobresaltada. Una mano tenuemente iluminada arañó con sus destrozadas uñas la madera, ante el espanto de la joven. Tiberio, que no podía conciliar el sueño, notó cómo alguien se sentaba a los pies de su cama. Se incorporó. Se trataba de una niña, pálida en la penumbra, que señalaba algo. Tiberio miró en la dirección del índice y no vio nada. Cuando volvió a girarse, la niña había desaparecido. Dieron órdenes de disponer trampas para cazar a los lobos, pero ningún animal se dejó atrapar por ellas.

En una breve conversación con su mistagogo Cneo Servilio, Tiberio recordó algo que le dijo en una ocasión Turias de Pérgamo sobre la propagación de enfermedades de la que eran capaces los teúrgos del culto a Plutón. Quizá era eso lo que había hecho que los niños cayeran enfermos.

Tras pasar una noche en los bosques en la que no sucedió nada remarcable, el día siguiente dejaron a Zenata con Rentzias y partieron hacia el acantilado donde Tiberio recordaba que estaba la entrada a las ruinas. Cuando llegaron allí, sufrieron una decepción mayúscula al ver que la entrada estaba completamente cegada debido a un derrumbamiento. Un derrumbamiento muy reciente.

Dedicaron las siguientes horas a buscar intensamente por el acantilado y el monte circundante otra posible entrada a los subterráneos. Durante la búsqueda, encontraron un trozo de tela negra enganchada a una roca, que se tornasolaba al exponerse al sol, una tela que nunca había visto ninguno de ellos. La guardaron.

Finalmente, encontraron una caverna bajo el nivel del agua que parecía adentrarse en el acantilado, según una exploración previa que hizo Lucio. Tuvieron que zambullirse con Tiberio haciendo uso de sus extraños poderes para proporcionar luz, accediendo a una caverna de tamaño considerable. La caverna dejaba paso a una galería claramente artificial que se adentraba en la tierra. Al cabo de varias decenas de metros, el paso se veía bloqueado por unos barrotes de un metal desconocido para ellos. Sus intentos por doblarlos, truncarlos o derretirlos fueron totalmente infructuosos. Finalmente, la menuda Idara hizo uso de sus dotes de contorsionismo para pasar por el pequeño hueco. Tras pocos momentos, la antorcha que llevaba iluminó una puerta, una muy grande. La galería se bifurcaba a izquierda y derecha, en sendos túneles que se ensanchaban progresivamente. Tallado en el centro de la puerta, había un símbolo que representaba una cabeza de toro, y a ambos lados de él, dos símbolos representando sendas llamas. La curiosidad fue más fuerte que cualquier precaución: la puerta se abrió sin apenas esfuerzo. Lo que había al otro lado, dejó maravillada a la joven. Una gran estancia que se perdía en la oscuridad, con una especie de nichos en cada extremo que si no fuera por el lugar donde se encontraban habría jurado que eran muelles destinados a atracar barcos. Por todas partes había inscritos símbolos idénticos a los que presentaba su disco y a los que Tiberio recordaba de la infancia.

El grupo se impacientaba ya al otro lado de los barrotes cuando Idara volvió. Por pura casualidad acercó su antorcha a uno de los barrotes, y al calor surgieron en la superficie de éste letras ígneas, en caracteres griegos antiguos. Sólo Cneo Servilio tenía el conocimiento suficiente para poder leerlos, y los recitó en voz alta. Sin ruido, suavemente, el barrote en cuestión se deslizó hacia arriba, dejando el paso libre. Se apresuraron hacia delante, y el "hierro" volvió a deslizarse a sus espaldas. Estaban dentro.

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