Ezhabel, Demetrius y Leyon se dirigieron al pueblo más cercano, a unos quince kilómetros de la torre, con la intención de investigar. Oteando desde la distancia, Ezhabel pudo ver que en lo alto de una loma dominando el pueblo, se alzaba una mansión con estandartes de los Pastores de Emmán en sus alturas.
Al acercarse al pueblo, todos los niños que se encontraban jugando en la calle con la nieve corrieron al ver la capa de juglar de Demetrius. La gente parecía feliz, todo el mundo iba bien vestido y el pueblo parecía muy próspero. Ante la insistencia de los niños, Demetrius cantó una canción y entre aplausos se presentó como "Aryerak". El niño más mayor, de doce años y llamado Urman, le dijo al juglar que su nombre le sonaba de unos artistas de un circo que pasó hace poco por allí. ¿Era posible que su familia estuviera tan cerca?
Urman se ofreció a conducirlos hacia la posada, y así lo hicieron. En una de las plazas del pueblo colgaban ahorcados dos cadáveres, ambos con la mano derecha cortada. Los métodos de los paladines eran muy expeditivos. En la posada, maese Tam los recibió con un saludo que parecía típico de la región: "¿seguís la senda del Peregrino?". Tras unos momentos de desconcierto, Demetrius contestó que no la seguían. Tam se puso lívido y les pidió que le disculparan mientras iba a la trastienda. Urman les aconsejó irse de allí de prisa. Así lo hicieron, con el muchacho como guía.
Tras llegar a sitio seguro, Urman le preguntó a Demetrius qué tenía que hacer para poder ser juglar, era la ilusión de su vida. Demetrius se ofreció a llevárselo, pero entonces el muchacho se acobardó, ante la mención de sus padres. Estaba encogido de miedo, pero la excusa que dio fue que era un buen hijo que no abandonaría a sus padres. Mentía claramente.
Ayreon recibió durante la noche varias visitas: el hermano Kharras, el hermano Unzhiel, y Alcanar, que socavó su voluntad un tanto. A la vez tenía sueños sin cesar, hasta que le costó distinguir la realidad de la ficción: Alcanar matándolo, Jasafet hablándole de su devoción por Phôedus... su cordura empezó a tambalearse, pero su fe siguió siendo firme.
Todas las noches, Ayreon recibía al menos cuatro charlas largas y visitas continuas durante el día, con lo que la presión se hizo casi insoportable para el paladín.
Ezhabel, Demetrius y Leyon llegaron a Virda,otro pueblo, ya sin Urman. El pueblo parecía próspero, como el anterior, y las ropas de la gente eran ricas y vistosas. La señora Luira los recibió afablemente, preguntándoles la fórmula ritual, para la que ya estaban preparados gracias a Urman. Con Luira se encontraba Wily, su marido, pequeño y calvo. La posada era alegre y la comida abundante y de calidad. Demetrius accedió a cantar (bajo el nombre de "Aryerak") y su éxito fue tan arrollador, que la posadera le ofreció comida y estancia gratis durante todo el tiempo que deseara quedarse.
Durante un par de días estuvieron alojados en la posada, durante los cuales hasta los Pastores de Emmán acudieron a ver las actuaciones de Demetrius. Cada vez había más gente en sus espectáculos. El segundo día por la noche, apareció también Urman, que acudió ante las noticias de que a Virda había llegado un juglar extraordinario y no podía ser otro más que él. Sus ojos brillaban de emoción.
La tercera noche, Luira se interesó por los motivos que llevaban al grupo hacia la torre. Preguntada por Demetrius, también les habló de un circo que había pasado hacía poco por allí, con un lanzador de cuchillos extraordinario. Junto al circo viajaban varios bardos, algunos de los cuales eran miembros de las Leyendas Vivientes, y que habían dicho que acudían a una especie de "llamada" o "convocatoria". Wily confirmó las palabras de su mujer. Luira parecía más inteligente y cómplice de lo que su aspecto daba a entender, y aconsejó a Demetrius que tuviera cuidado con los Pastores y con sus palabras. También le aconsejó viajar a otro pueblo, a Lurkan, a día y medio de camino, donde podría ver "otra realidad".
Ayreon por su parte siguió sufriendo el acoso de Alcanar, de Verogen, de Unzhiel, de Kharras y de todos los demás, que no lo dejaban dormir más de una hora. Los argumentos de Verogen estuvieron a punto de sembrar la duda en el corazón del paladín, pero sacando fuerzas de flaqueza, consiguió resistir la tentación de dejarse vencer. Antes de Verogen, Ayreon había recibido la visita de Jasafet, que intentó que Ayreon admitiera las doctrinas al uso. Pero Ayreon, sobreponiéndose al cansancio, le dio argumentos que dejaron al Pastor en una gran crisis existencial.
La siguiente mañana, Ayreon salió cargado de cadenas y escoltado por varios Paladines. Iba a presenciar el ajusticiamiento de varios hombres encontrados culpables de violación. En la puerta de la Torre, varios hombres estaban siendo azotados con "látigos invisibles". Sus dientes rechinaban con la frustración. Verogen se plantó ante él. Le preguntó si deseaba a Eglaras, con la que podría liberar a los hombres, y se la tendió. Cantaba en su mente, pero Ayreon resistió la tentación. Al volver a la Torre, un hombre estaba siendo azotado y encadenado a un cepo. Le sonaba de algo, de algún momento de su pasado. Y no debía tratarse de un maleante común, porque parecía que los paladines tomaban medidas extra con él. Una vez en sus aposentos, Verogen se quedó a solas con él y dejó a Eglaras en el suelo. La espada cantaba en la mente de Ayreon, agotado y dolorido. Si cogía la espada y aceptaba la fe, podría ser el lugarteniente del Gran Maestre. Ayreon, con esfuerzo, no movió ni un músculo. Tras la marcha de Verogen, Ayreon cayó fulminado por el sueño. Y en sus ensoñaciones apareció el extraño del cepo, que no era otro sino lord Randor, el antiguo Rey de Esthalia, antaño el primer y mayor bastión del emmanismo.
La mañana siguiente, Ayreon recibió la última visita de Jasafet. Ya no quiso convencer al antiguo paladín, sino charlar con él un rato. Jasafet sabía que le iban a impedir verlo en adelante. Tras una larga conversación sobre "el verdadero Emmán", Ayreon tendió una mano al Pastor Púrpura, que había perdido su poder. Este, entre lágrimas, la estrechó. En ese momento de epifanía, Ayreon le encomendó la misión de propagar su palabra, y Jasafet, acobardado, dijo que le pedía mucho. Ayreon cayó rendido de sueño.
Los demás, bajo la ventisca y acompañados por Urman, llegaron al fin a Lurkan. Medio pueblo estaba arrasado hasta los cimientos. Una casa solariega lucía los estandartes de los paladines. En la posada, dijeron que los enviaba Luira, y el posadero, maese Agran, les planteó varias preguntas-trampa para comprobar que realmente venían de parte de la mujer. Una vez que estuvo convencido, les contó que el antiguo alcalde del pueblo se había revelado contra las políticas y ejecuciones de la Torre, y los paladines habían tomado fuertes represalias, dejando el pueblo como lo veían. No todo era tan bonito en las inmediaciones de Emmolnir. Preguntaron a maese Agran cómo podrían acercarse a la Torre sin levantar sospechas, como peregrinos o algo parecido. Agran les habló de un embarcadero a unos tres días de viaje donde comenzaba la última etapa de un camino de pregrinaje y podrían incorporarse a algún grupo de peregrinos viajando hacia la Torre.
Al día siguiente reanudaron viaje hacia el embarcadero del que les había hablado Agran. Tras día y medio de viaje, a mitad de camino, llegaron a otra aldea, donde tomaron algo en una taberna. Allí no les pidieron el saludo emmanita por primera vez en días, y había varias personas en el comedor. Se sentaron a comer algo intentando leer los labios de la gente, pero no pudieron averiguar nada más allá de que algunas de las conversaciones versaban sobre los Pastores. En toda la taberna no había ni un solo símbolo emmanita, lo que extrañó al grupo. Preguntaron por una posada donde pudieran alojarse, y les dieron las señas de una. La posada sí lucía símbolos emmanitas y les pidieron el saludo. Después de descansar un momento en sus habitaciones, volvieron a la taberna. Allí dejaron traslucir que no les gustaban demasiado ni la posada ni los emmanitas, con la esperanza de descubrir algo. El tabernero, maese Hindor empezó a tomar confianza con Demetrius. El juglar afirmó que su intención era "cambiar todo esto", y que la clave estaba en la Torre. Hindor les invitó a sentarse a su mesa, con otros cinco individuos que presentó como Halder, Haldor (ambos hermanos e hijos suyos), Loiren, Tagtran y Ruigras. Cuando Demetrius mencionó que Ayreon se encontraba en la torre, los presentes prorrumpieron en exclamaciones de incredulidad, pero finalmente se mostraron convencidos y esa noche tramaron un plan para apoyar a Demetrius. La mañana siguiente despertó con una reunión entre los seis hombres y el grupo. Haldor y Haldir se dirigirían a Emmolnir para contactar con la gente de allí, mientras que Loiren intentaría "contactar con Nicodemo". Una sonrisa acudió a la boca de Demetrius al oír estas palabras. La mujer de Hindor, Belinda, viajaría con Demetrius, Ezhabel, Leyon y Urman para guiarlos con las costumbres emmanitas y locales.
Ayreon aún recibió varias visitas más de Unzhiel, Kharras y algún hermano más. El momento culminante fue la aparición de Alcanar, que le ofreció a Eglaras y el cargo de Gran Maestre. Consideraba que Verogen no estaba capacitado y ayudaría a Ayreon. Éste siguió firme en sus convicciones. Tras varios intentos, Alcanar ya no pudo mantener la compostura, y sus ojos cambiaron. Se pusieron totalmente negros y con una voz estruendosa increpó a Ayreon, diciéndole que podía haber sido el más grande. Así que seguía siendo Khamorbôlg en realidad. ¿Estaría usando a los paladines para sus negros fines? Todo apuntaba a que sí. Se marchó rápidamente.
Al poco rato, Ayreon fue presentado ante Verogen, Alcanar y Unzhiel, que le comunicaron la decisión de crucificarlo ante su insistencia en mantenerse en su herejía. Ayreon, sin apenas fuerzas para responder, aceptó su destino, como ya lo había aceptado hacía siglos su señor Emmán.
Tas dos días bajo la ventisca, el grupo de "peregrinos" llegó al embarcadero, flanqueado por un pueblecito con una gran posada. Solamente había seis y siete peregrinos que venían desde el sur (el sur era ahora una tierra dominada por la sombra, y los pocos que llegaban venían para pedir asilo).
Ayreon salío de varios días de inconsciencia entre brumas y dolor. Todo estaba borroso y parecía ir a una velocidad distinta, en ocasiones más lenta, en ocasiones más rápida. Lo desnudaron. Lo cargaron con algo que pesaba toneladas. Le clavaron algo en la frente que hizo que la sangre caliente resbalara por su frente y sus mejillas, pero que a la vez lo confortó. Lo vistieron con un trapo que parecía emanar un calor sobrenatural. A alguien a su lado le estaban haciendo lo mismo. Verogen, Alcanar y Unzhiel se alzaron ante él, diciendo algo que no alcanzó a entender. Los latigazos le hicieron andar, a él y a la otra persona que cargaba una cruz. El calvario fue largo, entre dolor y cansancio. Cayó al suelo varias veces, y en una de tales ocasiones alguien le dio agua de beber. Parecía Jasafet. Ayreon intentó decir el nombre real de Alcanar, pero las palabras no acudían a su boca. Finalmente, de la última caída no lo levantaron. Pero lo pusieron boca arriba y sintió dolor. En sus muñecas y sus tobillos. A continuación lo alzaron, crucificado sobre el pueblo de Emmolnir. Durante muchas horas sufrió la agonía, en un mundo de sueños y de bruma. En una ocasión su fe flaqueó, pero el crucificado a su lado lo alentó... ¿Randor? Quizá, no importaba, gracias a él se sobrepuso. Ayreon no podía ni girarse para verle la cara. Jasafet apareció varias veces. La última acompañado de varias personas.
Y finalmente, la oscuridad.
Preparándose para salir hacia la Torre, llegaron al Embarcadero de los peregrinos las noticias de que alguien había sido crucificado en Emmolnir, tras varios siglos sin practicarse la crucifixión. Sólo hacía falta sumar dos y dos. El grupo, desesperado, salió de su mascarada y exigieron caballos de refresco, saliendo a galope y ya sin cuidado hacia la torre.
Al llegar a Emmolnir, tras tres días debido a la ventisca, Haldor y Haldir, apesadumbrados, les dijeron que Ayreon había muerto hacía dos días. Habían conocido a Jasafet en el ínterin, un buen hombre que había intentado liberar a Ayreon sin éxito, y que había sido expulsado de la Orden. Ahora se dedicaba a propagar las enseñanzas de Ayreon y se había formado un grupo más o menos numeroso en torno a él. Se reunieron con Jasafet, y éste parecía muy afectado. El antiguo Pastor dio todos los detalles de cómo se habían desarrollado los acontecimientos.
Jasafet y Demetrius decidieron ir a celebrar una misa al monte de la crucifixión al día siguiente, y así lo hicieron, congregando un grupo bastante numeroso entre los simpatizantes de Jasafet, los hombres de Haldor y Haldir y los pocos Nicodemos que habían seguido a Loiren, con quien también se reunieron. Allí, tras la introducción de Jasafet, Demetrius se dirigió a la multitud, conmoviéndoles hasta sus más íntimos pensamientos [gastó un punto de destino]
Al poco, aparecieron una cincuentena de paladines para dispersar a la multitud y arrestar a los cabecillas, envueltos en sus orgullosas auras de poder. La multitud les hizo hueco, pero la tensión se podía cortar con un cuchillo. Mientras algunos de ellos vigilaban a la muchedumbre, una decena rodeó al grupo, para arrestarlos. De repente, sus auras desaparecieron y se miraron entre desconcertados y aterrados. El grupo también se miró, fruto de una repentina alegría y bienestar cuyo origen no podían explicar. Jasafet, con un tremendo grito, se iluminó con un aura blanca que hería los ojos. Los paladines tiraron sus lanzas y se lanzaron al galope en todas direcciones, huyendo confundidos. Algunos de ellos, simplemente empezaron a llorar y se tiraron al suelo. Jasafet gritó: "¡¡a la torre!! ¡¡¡Rápido, seguidme!!!"
Ayreon despertó, en la oscuridad. Deseó luz, y se hizo la Luz. Estaba en una catacumba... "qué extraño es este cuerpo" -pensó. A su lado, había otro cuerpo inerte. Randor. Deseó que despertara, y despertó, confundido y aterrado. Tras tranquilizarlo y comprender su nueva situación, salieron de allí empujando la roca que tapaba la entrada. Subieron escaleras, donde había varias armas abandonadas a toda prisa. Y en lo alto, llegaron a una puerta que estaba abierta. Salieron al exterior, desnudos. Los patios interiores de la Torre eran un caos. Los antiguos paladines corrían de aquí para allá, desconcertados. Había algunos cuerpos inertes en el suelo, la mayoría vestidos de púrpura. Tras preguntar a un horrorizado paladín, Ayreon y Randor se dirigieron al primer piso, donde se encontraba la Sala Central. Allí estaba Verogen, temblando ante Eglaras, tirada en el suelo. Al ver a Ayreon, totalmente aterrado e ido, corrió y se lanzó a través de la ventana. Ayreon cogió la Espada. En ese momento apareció Alcanar, que se enfrentó a un más que tranquilo Ayreon. Tras el duelo de miradas, Alcanar se marchó. Al salir del despacho pudieron ver también al hermano Unzhiel en su Cámara de Decisión. Temblaba como un polluelo, con la mirada ida.
Desde el patio llegaba mucho jaleo. Ayreon salió a una balconada. Un numeroso grupo de personas había entrado en el patio de la torre, gritando su nombre. Al frente iban Jasafet, Demetrius, Ezhabel y Leyon. Como si saliera de un ensueño, Ayreon se dio cuenta de que tenía que parar aquello para que no muriera nadie más. Y se dirigió a la multitud, con una arenga de esperanza y de confianza en el futuro que levantó aplausos y gritos de alegría. Tras taparse decorosamente, Ayreon y Randor salieron al encuentro del resto del grupo, abrazándose con risas y lágrimas en los ojos.
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