Demetrius, Kadrajan y Ayreon se encontraban en una situación bastante grave; después de marcharse el
kalorion, se presentaron con más calma. Kadrajan les explicó un poco más el insólito hecho de que Eudes le hubiera enviado para prestarles ayuda. Ayreon, muy cercano siempre a los avatares, le creyó sin dudar y le dio la bienvenida.
Durante la conversación, tuvo lugar un extraño hecho: Ayreon se quedó durante unos segundos un punto determinado. Allí había una criatura. Una criatura inquietante, sin ojos, con lo que de otro modo habría sido una mirada fija en él. Comenzó a avanzar, acercándose al paladín. Éste retrocedió. Los compañeros de Ayreon, que no veían nada, no sabían muy bien qué hacer. El paladín tropezó con una piedra y cayó de espaldas al suelo. Su terror fue en aumento cuando la criatura siguió acercándose y se detuvo a pocos centímetros de su rostro. Ayreon cerró los ojos y rezó en voz alta, con fruición. Demetrius lo zarandeaba, sin comprender. Al abrir los ojos, la criatura ya no estaba allí.
—¿No habéis visto esa horrenda criatura? —preguntó Ayreon.
—No, no hemos visto nada, ¿te encuentras bien? —contestó Demetrius.
Ayreon calló por toda respuesta, consternado.
Durante la noche, el paladín recordó en un ensueño cómo la primera sensación que había tenido al ver a Kadrajan fue un irracional impulso de matarle.
El día siguiente, el trío no tuvo más remedio que pasar el día en el interior del vagón porque el tiempo empeoró sobremanera. No pudieron moverse de allí. Aprovecharon para discutir sobre qué dirección tomarían. Ayreon propuso continuar el camino que llevaban sus captores, puesto que pensaba que Églaras y los demás objetos que les habían arrebatado estarían en aquella dirección. Kadrajan y Demetrius, por el contrario, sostenían que lo mejor sería viajar en sentido contrario.
Fue una noche dura para Ayreon, la primera de muchas. No consiguió dormir apenas, y en un momento determinado de la madrugada, vio a Demetrius y Kadrajan mirándole fijamente con los ojos completamente negros. No podía tratarse sino de una obscena y maligna visión. Trató de no alterarse. Agotado por la falta de sueño, el paladín aprovechó para preparar todo lo necesario para el viaje antes del amanecer (habían encontrado comida y ropa en los restos de la caravana que los transportaba y que Kadrajan, con ayuda de un extraño orbe, había arrasado). La opción elegida fue finalmente viajar en sentido contrario a donde los llevaban. Según sus cálculos y su orientación celeste, el camino que seguían los llevaría a Krismerian, o muy cerca del continente oscuro.
Sin más dilación, aprovechando una tregua en el temporal, iniciaron el penoso viaje. La noche los envolvió en medio de ninguna parte y debieron pernoctar casi al raso. Esa noche, y todas las siguientes, Ayreon continuó teniendo visiones y vivencias horrendas, espeluznantes. Para empeorar las cosas, el día siguiente Demetrius amaneció enfermo y medio congelado. Ayreon intentó recuperar su salud usando el poder de Emmán (al cual apenas sentía allí), y le fue imposible conseguirlo. Siguieron avanzando penosamente para encontrar un refugio adecuado en el que Demetrius pudiera descansar al abrigo de un fuego. Sorprendentemente, el juglar mostró una resistencia fuera de lo común, y se recuperó con presteza; tantos meses enfermo por la situación del Pueblo del Rey de Reyes lo habrían endurecido.
Tras caminar unas cuantas horas, encontraron un lugar medianamente apropiado. Esa noche Ayreon volvió a ver a sus compañeros con los horripilantes ojos negros observándole. Trató de preguntarles algo, pero por toda respuesta obtuvo risas burlonas e histéricas que aún contribuyeron más a la sensación de nerviosismo y paranoia.
El día siguiente, Emmán respondió a los ruegos de Ayreon y pudo canalizar su poder para hacer mejorar a Demetrius.
Lenta, penosamente, los días fueron pasando. Muy poco a poco. Ayreon continuaba con sus "visiones". Una noche cambiaron: se encontraba sentado en el refugio que habían establecido ese día y de repente se vio a sí mismo en la cima de una colina desde donde observaba una luz no muy lejana. Para su horror, pudo notar el poder oscuro de
Phôedus, el Dios Oscuro Menor, justo en la dirección de donde venían. Al otro lado, en el sentido que estaban siguiendo, pudo observar una luz, como de una almenara. De vuelta en el refugio, Demetrius y Kadrajan lucían los ya habituales ojos negros, y para repugnancia del paladín, ambos expulsaron de sus bocas ¡sendas ratas! Repulsivo. La noche transcurrió entre ensoñaciones parecidas, pesadillas lúcidas que agotaban cada vez más al paladín y ponían sus nervios al límite. Por la mañana, el bardo y el nuevo conocido dormían ligeramente, ni rastro de los extaños sucesos de la noche.
En cierta ocasión, sin tiempo a reaccionar, vieron algo que los sorprendió. Cerca de ellos, una figura pasó rápidamente, poco menos que un borrón en el aire. Eran sin duda varias figuras encapuchadas, quizá incluso algún kalorion, cuyas ropas no se movían en absoluto por el viento ni por la velocidad que llevaban, y que parecían haberse congelado en el acto de dar un paso hacia delante. No supieron qué pensar. Tras comentarlo, pronto lo olvidaron debido a la dureza del viaje.
Finalmente, Kadrajan no pudo por menos que fijarse en el extremo estado de agotamiento y las ojeras de Ayreon. Le preguntó cómo se encontraba, qué le sucedía. El paladín reaccionó de una manera muy agresiva, de paranoico; no se fiaba de nadie, ya no estaba seguro de qué era el mundo real y cuál el de ensoñación, ni de si lo que veía por la noche en realidad eran visiones o sueños... Y lo que quería a toda cosa era comprobar si la almenara de donde provenía la luz de su visión existía. Caminaron horas y horas, hasta efectivamente llegar a una antigua almenara (o algo parecido). Sin embargo, se encontraba destruida, al parecer desde hacía mucho tiempo. La confusión de Ayreon fue en aumento...
Un tocón de árbol llamó la atención de Kadrajan en aquel páramo desolado. Pero no era un tocón, era más bien un mojón, una roca baja que marcaba algún tipo de punto de importancia. Tras apartar nieve y tierra, pudieron ver que en la superficie del mojón había grabada una runa. Escrita en la infame Lengua Negra. Demetrius la reconoció: significaba "Occidente". Tenía algún tipo de poder mágico, pero no pudieron encontrar la forma de utilizarlo. Tampoco estaban seguros de querer hacerlo.
Una mañana, Ayreon avistó un lobo. Kadrajan no lo veía. ¿Era real? Se acercó a él. El lobo no tardó en desaparecer sin dejar rastro. ¿Se estaría volviendo loco?
...
Mientras todo esto ocurría al grupo perdido en el ártico, Ezhabel se encontraba en una situación muy comprometida...
Tras discutir con Dailomentar, los otros Guardias Carmesí y los capitanes de los barcos sobre qué hacer, finalmente decidieron que uno de los barcos con la tripulación justa se separaría de la flota y se acercaría a la fortaleza de Aegteron para investigar qué había sucedido y ver si podían encontrar pistas de los compañeros de la semielfa. Mientras tanto, el resto de los ciento veinte barcos emprendería el viaje a Lundärith y esperarían en su capital. Pero los planes de Ezhabel y Dailomentar se fueron al traste cuando tras dos días de viaje en solitario vieron aparecer en el horizonte las velas negras de los galeones malignos, acompañados por barcos ilvos, de los que no supieron nunca el número, ya que en cuanto las primeras velas negras se vieron en el horizonte, Dailomentar cambió el rumbo y dirigió la proa hacia el oeste.
Al cabo de cuatro días avistaron y se reunieron con el resto de la flota, que gracias a su número pudo navegar sin problemas hasta arribar a los estrechos de Auvalandë, entre los ducados isleños de Insortar y Vensider. Navegando por la noche pudieron pasar sin ser vistos entre las lenguas de tierra, no sin tener ciertos problemas con los arrecifes superficiales, que provocaron el encallamiento de un par de barcos. Pero las fortalezas costeras los habían avistado ya. Cuando ya creían que todo estaba hecho y dejaban los estrechos atrás, entre la densa lluvia pudieron ver que una flota de unos cincuenta barcos los estaba esperando en el ensanchamiento de los pasos en formación de combate. Ante la imposibilidad de vencer en ese combate -ya que la flota de Ezhabel se había estirado casi en fila india-, no les quedó más remedio que parlamentar. Ezhabel, Dailomentar y Argimentur pasaron al barco insignia de Vensider donde les recibió el capitán Arientargal, a quien Dailomentar reconoció como antiguo compañero suyo en la Guardia Carmesí. Sin embargo, los intentos de Dailomentar de recordar viejos tiempos al capitán no surtieron efecto, ya que éste parecía bastante disgustado. Después de una discusión más o menos acalorada en la que Arientargal dejó ver que ya sabía de dónde procedían los fugitivos pero se extrañó de que nada más y nada menos que tres ¡tres! Guardias Primados acompañaran a una extranjera, se conminó a Ezhabel y a Dailomentar que rindieran la flota. Así lo hicieron. Y fueron hechos prisioneros y conducidos a camarotes separados, mientras el resto de la flota era reducido con algunos altercados -recordemos que prácticamente la mitad de la flota de Ezhabel está constituida por esclavos rebeldes, que al ser capturados no pueden esperar otra cosa que la muerte-.
Mientras el grupo era conducido junto a la flota rebelde a Estarila, la capital de Vensider, Arientargal realizó visitas a los carmesíes y a Ezhabel. En la conversación que mantuvo con la semielfa parecía más calmado y al averiguar que el Primarca lord Ergialaranindal seguía con vida y que Ezhabel y los suyos habían ayudado a la esposa del MithRaür (León Plateado, como se llama en la Primacía a lord Ergialaranindal), se le iluminó la mirada e incluso llegó a sonreir.
Tras atracar en el puerto, Ezhabel y los Guardias Primados fueron conducidos a sendas habitaciones en la fortaleza, permitiéndoles mantener todas sus posesiones y verse sin ningún tipo de problemas. Así, Dailomentar acudió a la habitación de Ezhabel con semblante alegre y la informó de que Arientargal estaba tratando de arreglar una audiencia con el duque Vensider. La conversación derivó a temas más íntimos y Ezhabel y Dailomentar hicieron el amor apasionadamente. Esto se repitió durante dos noches más. Dailomentar sigue enamorado locamente de Ezhabel, pero ésta lo ve sólo como un entretenimiento.
Al tercer día, Ezhabel, Dailomentar y Argimentur fueron conducidos a presencia de lord Vensider. En lo más parecido a una sala del trono, el Salón de Audiencias, Ezhabel pudo observar que prácticamente toda la nobleza del ducado debía de encontrarse allí, discutiendo sobre asuntos políticos y militares. Incluso pudo atisbar un mapa de campaña de la primacía sobre el que se habían colocado fichas en forma de león -representando a los fieles al Primarca- y fichas en forma de dragón -representando a los fieles al nuevo Primarca, el usurpador Valankerdar-. Las fichas de león estaban arrinconadas en el extremo occidental de la Primacía, en el ducado de Lundärith, y el resto eran simples focos de resistencia.
Una vez que el grupo llegó a presencia del duque -ilvo con aspecto maduro, pelo blanco ya hasta los hombros, nariz aguileña y ojos profundos-, éste despidió a toda la baja nobleza con un gesto de su mano, quedando sólo unos pocos guardias personales, su senescal y tres personas más: lo que parecía ser un ilvo noble, y por sus ropajes de tan alta cuna como el propio duque, ataviado con los colores negro y verde, y un blasón con cuatro grifos rampantes sobre fondo blanco -como podrán averiguar más tarde, el escudo de Formarelos-. La segunda persona era el propio Arientargal, capitán general de la flota de Vensider y que había acompañado a Ezhabel y sus compañeros a presencia del duque. El otro ilvo presente iba ataviado con el uniforme de la Guardia Carmesí, pero con una diferencia fundamental respecto a Dailomentar y Argimentur: los adornos dorados de su uniforme representaban dragones en lugar de leones. Y su forma de moverse denotaba seguridad y una certeza de que se haría lo que él dijera en esa sala. Se presentó como Derelternur.
-No sabéis los dolores de cabeza que me están causando los prisioneros varados en el puerto. ¿Podríais darme alguna razón para no ajusticiarlos por traición? -Esta fue la primera frase del duque, que cogió a Ezhabel y Dailomentar algo descolocados. Sin embargo, cuando comenzaron a dar explicaciones, el duque iba mostrándose cada vez más interesado,hasta que finalmente Derelternur interrumpió la conversación de malas maneras -bueno, todas las malas maneras que son posibles en un Ilvo-. La situación fue haciéndose cada vez más tensa hasta que surgió el tema de la traición y el secuestro de la emperatriz y la captura del Primarca, con la convicción por parte de Ezhabel de que éste seguía vivo. En ese momento, el duque pareció más afable y Arientargal comenzó a hacer gestos disimuladamente a Dailomentar, en un extraño lenguaje de signos que Ezhabel no conocía. Poco a poco, muy poco a poco, los compañeros de Ezhabel y el antiguo Guardia Carmesí, Arientargal, fueron tomando posiciones alrededor de Derelternur disimuladamente, moviéndose centímetro a centímetro. Cuando Derelternur intentó interrumpir al duque de nuevo, todo explotó: Arientargal descargó un golpe con su naginata sobre el carmesí renegado, activándose las runas de los ropajes de éste y evitando el golpe. Argimentur intentó atacarle con Artes Marciales, sin éxito, y un guardia pasó una espada a Dailomentar. Derelternur devolvió el golpe a Arientargal, y le destrozó una rodilla, dejándolo inconsciente en el suelo. A continuación se lanzó sobre el duque. Ezhabel, viendo todo esto, se concentró y aumentó su velocidad, quitándole una espada a un guardia y disponiéndose a atacar.
Tras varios golpes relampagueantes entre el brillo de las runas de protección de los guardias carmesíes, la lucha se saldó con Derelternur huido, y el duque y Arientargal heridos sangrando en el suelo por sendas heridas en las piernas. Decenas de criados aparecieron corriendo para auxiliar al duque y al capitán de su flota.
Tras esto, Ezhabel y sus compañeros fueron acogidos como invitados, no ya como prisioneros, y la entrevista con el duque se aplazó para cuando éste se encontrara algo mejor. Al día siguiente corrió el rumor de que el duque había sido envenenado, ya que había empeorado de sus heridas, pero la fiebre y los síntomas eran provocados por una simple infección, como informaría el día siguiente Arientargal, visiblemente recuperado, a Ezhabel y Dailomentar.